VI. “Ellos No Querían el Poder Político”

“No querían el Poder político”. Estas palabras podrían servir como epitafio al PCE durante el período del Frente Popular y la Guerra Civil.

Esta conclusión, expresada en la conversación con Mao citada anteriormente, resulta irónica, puesto que según innumerables historiadores burgueses, el PCE era “culpable” de un ansia despiadada de poder. La verdad es que si bien es cierto que el PCE fue bastante despiadado en combatir a las fuerzas burguesas en la República que querían capitular ante Franco, e indudablemente maniobró abundantemente dentro del gobierno para impedir que esas fuerzas ganaran, en general el PCE subordinó la lucha contra Franco a lo que era aceptable a los imperialistas británicos y franceses. Si bien es cierto que tal vez hubieran perdido la guerra de todos modos, también es cierto que esta subordinación debilitó considerablemente la guerra contra Franco. Dicho de otra manera, ellos lucharon por mantener un Estado burgués y una sociedad burguesa, aun en medio de una guerra en contra de las principales fuerzas de la burguesía y del Estado español. La “vía parlamentaria” revisionista adoptada por el PCE en 1934 bajo la influencia de la Comintern, se transformó políticamente en la línea capitulacionista que puso en práctica el PCE en el momento en que fracasó la vía parlamentaria y cuando las masas fueron lanzadas a la lucha armada contra la burguesía por la propia burguesía.

Vale la pena citar más extensamente los comentarios de Kang Sheng en 1964, expresando lo que parece haber sido la opinión de Mao:

Sobre la Nueva Democracia tiene una gran significación para el movimiento comunista mundial. Yo le pregunté a los camaradas españoles, y ellos contestaron diciendo que el problema para ellos consistía en establecer una democracia burguesa, y no una nueva democracia. En su país, ellos no se ocuparon de estos tres puntos: ejército, campo y Poder político. Se subordinaron completamente a las exigencias de la política exterior soviética, y no consiguieron nada en absoluto (Mao: ¡Esas son las políticas de Chen Tu-hsiu!). Ellos dicen que el Partido Comunista organizó un ejército y luego se lo entregó a otros. (Mao: Eso es inútil). Ellos tampoco querían el Poder político, ni movilizaron al campesinado. Al mismo tiempo, la Unión Soviética les dijo que si imponían la dictadura del proletariado, Inglaterra y Francia se podían oponer y que eso no favorecería a la Unión Soviética. ... También cuando ellos lucharon, libraron una guerra clásica, al estilo de la burguesía: defendieron a Madrid hasta el final. En todo, se subordinaron a la política exterior soviética”.[28]

El meollo de estos comentarios no es que España tenía que atravesar una etapa antiimperialista, antifeudal (de nueva democracia) exactamente del tipo apropiado a las condiciones en un país colonial o neocolonial antes de pasar a la etapa socialista de la revolución. Evidentemente, la revolución española tenía ciertas tareas democráticas cruciales que cumplir, especialmente en lo relacionado a las naciones españolas oprimidas dentro de España y a los rezagos semifeudales en el campo; pero también resulta claro que España no era en lo fundamental ni un país feudal ni un país semicolonial como lo era China. (Aquí existen algunas similitudes con Rusia, que a pesar de que no era un país neocolonial, era de todos modos un país atrasado y tuvo que atravesar una etapa democrática). Lo que se pretende destacar aquí es que fue un error que el PCE considerara la defensa de la democracia burguesa como su meta estratégica, en vez de plantear la conquista del Poder político.

Sin entrar a definir un programa para la revolución española (lo que está lejos de nuestro propósito), es preciso abordar algunas cuestiones generales. La Guerra Civil no representó una “revuelta en contra del legítimo Estado español por parte de Franco y Cía.”, como sostenía el PCE. Lo que el PCE “olvidó” fue lo mismo que había “olvidado” cuando formuló su línea de la vía parlamentaria: que el Estado en la sociedad burguesa representa una dictadura de la burguesía (y otras clases reaccionarias) sobre las masas populares, dictadura que aunque a veces se presenta adornada con los aparejos de la democracia parlamentaria, se apoya en definitiva en las fuerzas armadas burguesas. Esta verdad leninista fue demostrada por los propios fascistas —cuando la mayoría parlamentaria del Frente Popular y la República resultaron en contradicción con los intereses de la clase dominante, ellos recurrieron directamente a su ejército, a su armada, a su policía, etc., para suprimir a la oposición e instaurar una nueva forma de dominación.

En otras palabras, independientemente de la elección del Frente Popular, e incluso sin considerar el hecho de que el programa del Frente Popular consistía simplemente en una serie de reformas y no era en absoluto un programa revolucionario, considerando incluso cuestiones puramente democráticas —aun así, no importa cuál hubiera sido el programa del Frente Popular, la burguesía todavía tenía el ejército y los elementos esenciales de las fuerzas de policía, las cortes, la burocracia, etc.— mejor dicho, la burguesía todavía detentaba el Poder.

Lo que lanzaron Franco y otros generales en junio de 1936 no fue una “insurrección”, como lo llamaba el PCE, ni eran ellos “rebeldes”, a pesar de que ésta era la terminología que se usaba para pintar a las fuerzas antifranquistas con el pincel de la legalidad burguesa. Los fascistas no se habían propuesto derrocar al Estado —de hecho, ellos eran parte de las fuerzas armadas fundamentales del Estado y las utilizaron. Ellos ciertamente no representaban a una clase dominante distinta de aquélla que había regido previamente a través de la República. Este avance fascista representaba un intento de cambiar la forma de dominación burguesa y el lugar que ocupaba España en la red de relaciones internacionales imperialistas. Pero una vez que la burguesía, habiéndose sobrepuesto a un período de cuasi-parálisis, lanzó esta Guerra Civil con propósitos que estaban en completa contradicción con los intereses revolucionarios de las masas, al proletariado no le quedó otra alternativa sino luchar —y la Guerra Civil se convirtió en la forma principal de la lucha de clases.

A pesar de que la burguesía había tomado la iniciativa, las condiciones políticas y económicas nacionales e internacionales eran muy favorables al proletariado revolucionario. La burguesía española era incapaz de gobernar a través de la forma republicana de dominación y también había sido incapaz de imponer el fascismo. La crisis del imperialismo internacional tenía un punto focal en España, y las maniobras de todos los imperialistas en preparación para una guerra para un nuevo reparto del mundo hacían imposible que éstos atacaran en forma coordinada a la revolución tal y como podrían hacerlo en otros tiempos. Nada garantiza que el proletariado español pudiera haber conquistado el Poder, pero hay muchos motivos para creer que ellos hubieran podido librar una lucha por el Poder que, cuando menos, habría cambiado el clima político de Europa y afectado al mundo entero; una lucha que, aun si no hubiera sido coronada por el éxito (y tal vez hubiera podido serlo), habría constituido un poderoso ensayo general para una revolución.

La tarea central y la forma principal de lucha que confrontaba la clase obrera española, consistía en derrotar a Franco. Esto constituía una fase particular o una subetapa de la revolución española, sin importar qué otras etapas hubieran tenido que atravesar o no, luego de la derrota de Franco. Sin duda existían poderosas fuerzas burguesas con las que había que unirse o a las que había que neutralizar, y que no podían ser simplemente empujadas hacia el campo enemigo. Estas fuerzas eran principalmente aquéllos agrupados tradicionalmente en torno a la bandera de la República. Pero aun si era correcto continuar enarbolando la bandera de la República para facilitar el aislamiento hasta el máximo de las fuerzas franquistas —y en la medida en que la República por lo menos simbolizaba, por ejemplo, oposición a la opresión de las naciones dentro del Estado español— aun así, en tal situación, la República representaría fundamentalmente un “orden de batalla”, parafraseando a Lenin, una alianza temporal y condicional de fuerzas por la duración de la Guerra Civil en contra de Franco, y no, fundamentalmente, una forma de Estado que consolidar.

La cuestión esencial era si el proletariado y sus aliados estratégicos estarían política y militarmente preparados para establecer el socialismo —aun si el proletariado tuviera que compartir el Poder político con otros aliados más provisionales antes de pasar a la dictadura del proletariado— o si el liderato del proletariado intentaría restringir la lucha a la defensa de la democracia burguesa para no ofender a aquellos que percibía como sus aliados. Y respecto a estos aliados, la cuestión era si el proletariado dirigiría a sus aliados o sería dirigido por ellos, si el proletariado iba a unirse con todos aquéllos susceptibles de unirse, para avanzar hacia la eliminación de toda explotación y de toda opresión, como parte de la lucha internacional del proletariado y de los pueblos oprimidos, o si el proletariado lucharía para continuar una forma de explotación y de opresión —la forma “democrática”, que ya había demostrado ser intolerable para tantos millones.

La “revuelta” de Franco puso sobre el tapete la cuestión del Poder. Esto no lo comprendieron los que criticaban al PCE desde la “izquierda”: los anarquistas y los trotskistas. Los anarquistas en particular se habían propuesto llevar adelante una suerte de economicismo de tiempo de guerra, concentrando la lucha en apoderarse de tierras y fábricas y en establecer cooperativas, sin preocuparse de la cuestión central de la guerra. El programa anarquista, que llamaba a apoderarse de las riquezas de todos los terratenientes y todos los capitalistas y se oponía a la conquista del Poder político, realmente tenía mucho en común con la perspectiva del pequeño propietario[iv]. Puesto que la forma principal que debía adoptar la lucha revolucionaria bajo esta circunstancia era la guerra civil en contra de Franco, la insistencia de los anarquistas y de otros en que la guerra debía ser algo secundario a la “Revolución” —en que, por ejemplo, había que expropiar indiscriminadamente los bienes de los “ricos”, sin considerar a quiénes se podía ganar al lado de la guerra contra Franco y a quiénes se podía neutralizar, o en que cualquier forma de comando centralizado de las fuerzas armadas y la economía estaba del todo mal, sin preocuparse de qué se necesitaba para librar la guerra— todo esto no era revolucionario en absoluto, a pesar del espíritu revolucionario y del heroísmo entre las filas de obreros y pobres del campo atraídos por los anarquistas, y a pesar del hecho de que muchos de los militantes de las organizaciones anarquistas a la hora de la verdad “traicionaron” estos principios anarquistas y lucharon por la revolución.

El PCE sí captó el rol central de la guerra, pero “ellos no querían el Poder político”. De fondo, compartían ese rasgo decisivo con los anarquistas, a pesar de que el programa del PCE era en este respecto más reformista y tenía un espíritu menos revolucionario. El PCE no concebía la guerra como un método para acumular las fuerzas para la revolución proletaria y para aislar y aniquilar a las fuerzas del enemigo. En suma, su posición era que había que poner entre paréntesis la revolución proletaria durante la guerra, que en vez de ser la forma principal de lucha revolucionaria, la guerra constituía sólo un interludio en la lucha revolucionaria, y que ésta sólo podía proseguir nuevamente después de la derrota de Franco, esto es, después del restablecimiento de la democracia burguesa.

Compárense la concepción expresada en la citada conversación con Mao y las concepciones del PCE, tal como las expresara Dolores Ibarruri, “La Pasionaria”, probablemente la líder de más renombre del PCE:

“Si el Partido Comunista hubiera intentado conquistar el Poder en una España dividida por una Guerra Civil de una naturaleza tan especial, y en medio de un mundo capitalista que se sometía a Hitler y se preparaba para la II Guerra Mundial, eso no hubiera sido más que aventurerismo criminal. Hubiéramos tenido que hacer a un lado a todos nuestros aliados en el Frente Popular, despejando de esta manera el camino para que las potencias fascistas y los círculos reaccionarios internacionales intervinieran abiertamente en España… y el Partido Socialista y los anarquistas tampoco hubieran no más contemplado desde la barrera un cambio de esta naturaleza…”.[29]

Santiago Carrillo, un ex-dirigente de la Juventud Socialista, que ascendió como espuma en la dirección del Partido Comunista, lo expresó así:

“Hay algunos que dicen que en esta etapa debiéramos luchar por la Revolución Socialista, que lo que hacemos es un fraude… sin embargo, camaradas, estamos luchando por una república democrática, y más aún, por una república democrática y parlamentaria… sabemos que si cometiéramos el error de luchar en este momento por la Revolución Socialista en nuestro país —e incluso después de un tiempo considerable luego de la victoria— veríamos en nuestra patria no sólo a los invasores fascistas, sino junto a ellos a los gobiernos democrático-burgueses del mundo, que ya han afirmado explícitamente que, en la presente situación europea, no tolerarán una dictadura del proletariado en nuestro país”.[30]

Otro líder del PCE, Jesús Hernández, también fue sumamente explícito:

“Es absolutamente falso que el actual movimiento obrero tenga por objetivo el establecimiento de la dictadura del proletariado después que se termine la guerra. No puede decirse que tengamos motivo social para participar en la guerra. Nosotros, los comunistas, somos los primeros en repudiar esta suposición. Nos motiva exclusivamente el deseo de defender la República democrática establecida el 14 de abril de 1931, y resucitada el 18 de febrero pasado (con la elección del Frente Popular)”.[31]

Esta manera de plantear el problema es totalmente errónea. La dirección del PCE utilizó la posición de algunos anarquistas y especialmente la posición de los trotskistas del POUM (que el proletariado debería considerar a las fuerzas burguesas republicanas como el blanco principal de la lucha) como si la única alternativa a esta posición reaccionaria fuera otra igualmente reaccionaria —el capitular completamente y seguir a la zaga de estas fuerzas burguesas. Aun si el objetivo inmediato de la lucha no era la dictadura del proletariado (sino más bien una forma de dictadura por el proletariado en alianza con otras clases, sobre las principales clases reaccionarias), y aun a pesar del hecho de que la lucha de clases tenía que ajustarse de manera que fuera posible unir en torno al proletariado a todos aquéllos susceptibles de ser unidos en la lucha contra Franco, aun así, prometer que “después de un tiempo considerable luego de la victoria” España continuaría siendo una “república parlamentaria y democrática” significaba consignar al pueblo de España y a todos aquéllos oprimidos por ella al infierno que esta República ya había demostrado ser. Más aún, aunque los vecinos imperialistas de España no pudieron aglutinarse para atacar en conjunto la revolución en España, al mismo tiempo la actitud adoptada por Inglaterra y Francia —sus prójimas “repúblicas democráticas y parlamentarias”— respecto a la República española, constituye por sí misma un desenmascaramiento de la naturaleza de clase de dichos gobiernos; a pesar de que ellos estaban divididos disputando distintos intereses imperialistas, ellos prefirieron claramente el fascismo de Franco. Desde luego dichos gobiernos no iban a tolerar la dictadura del proletariado —de hecho, no iban a tolerar ninguna otra cosa que no fuera una dictadura burguesa completamente consolidada y subordinada a los intereses de una u otra de las grandes potencias— pero desde cuándo el proletariado ha estado limitado ¡por lo que la burguesía tolera!

Todos los gobiernos imperialistas estaban estremecidos por la crisis y al borde de una crisis todavía mayor, a medida que se aproximaba la guerra mundial, y su espacio para maniobrar y sus reservas políticas y económicas se veían cada vez más reducidas. El gobierno de Mussolini, que parecía ser el enemigo más fuerte de la revolución española, se derrumbaría sólo unos pocos años más tarde, en medio de la II Guerra Mundial. Esta guerra mundial que se aproximaba ciertamente contenía graves peligros —pero al mismo tiempo estaba tensando todo el sistema imperialista hasta el límite, creando condiciones cada vez más favorables para la revolución proletaria. Mao se dio cuenta de esto en términos de la Revolución China, pero el PCE y la Comintern vieron en esta situación una excusa para no hacer la revolución en España.

Y lo que ocurría con los líderes del PCE, ciertamente no era del todo desconocido en la historia previa de los partidos obreros: frente a los graves peligros y a las tremendas oportunidades que ofrecía la coyuntura, ellos sólo percibieron los peligros y capitularon políticamente ante la burguesía —específicamente a las fuerzas burguesas de España, y a Inglaterra y Francia— al mismo tiempo que dirigían la lucha militar contra la clase dominante española. (Como veremos, había otras fuerzas en la República, especialmente el grupo de Azaña, dispuestos a capitular directamente ante Franco). La capitulación del PCE se ajusta a la línea de la Comintern sobre España, y fue fomentada por ella: una línea que surgió de la línea de la Comintern respecto a la coyuntura en general.

“La Estrategia Inglesa”

A finales de 1936, después de la exitosa defensa de Madrid, Stalin, conjuntamente con Molotov (su Ministro de Relaciones Exteriores) y Voroshilov (Ministro de Defensa) le envió una famosa carta a Largo Caballero, en aquel entonces al mando del gobierno republicano:

“La Revolución Española traza su propio curso, diferente en muchos aspectos de la trayectoria seguida por la Revolución Rusa, determinado por las diferencias en las condiciones sociales, geográficas e históricas, y por las necesidades de la situación internacional. … Es muy posible que en España, el camino parlamentario resulte un método más efectivo de desarrollo revolucionario de lo que resultó en Rusia. … Los líderes republicanos no deben ser rechazados, por el contrario, deben ser atraídos por el gobierno. Sobre todo [énfasis agregado] es necesario asegurar al gobierno el apoyo de Azaña y su grupo, haciendo todo lo posible para vencer sus titubeos. Esto es indispensable para impedir que los enemigos de España la consideren como una República comunista, evitando de este modo una intervención abierta, lo que constituye el mayor peligro para la España republicana”.[32]

Lo que se dice aquí es esto: que los revolucionarios no deben hacer nada que pueda ofender a Inglaterra o Francia. Stalin no parte de una proposición teórica general de que España podría constituir el primer caso de transición “pacífica” al socialismo —y mal podía hacerlo, puesto que el proletariado ya estaba en guerra con la burguesía. Tampoco estaba necesariamente equivocado en principio al llamar a la unidad, al menos algo de unidad táctica —sobre todo, una alianza en el campo de batalla— con las fuerzas de Azaña vinculadas al imperialismo británico. Tal trayectoria se había parecido a los esfuerzos bajo Mao de los comunistas chinos por establecer un frente unido con el pro-EU KMT de Chiang Kai-shek en contra de los invasores japoneses (aunque debe recordarse que lo que ocurría en España no era principalmente una invasión por un imperialismo extranjero, sino una guerra civil). Pero Stalin dice mucho más que esto. Sostiene que debido a “las necesidades de la situación internacional”, la lucha debe confinarse a la democracia burguesa. ¿Cuáles son estas necesidades? La “intervención abierta” de los “enemigos de España”. Dejando de lado esta formulación de “los enemigos de España” (bien cargada de chovinismo de gran nación —después de todo, el Estado español de por sí oprimía a otras naciones) ¿a cuáles enemigos de España se refiere? Italia y en menor grado Alemania, ya estaban interviniendo. ¿Acaso pensó Stalin que el “mayor peligro” era que también intervinieran Inglaterra y Francia? Eso no era probable, ni es probable que él lo creyera. Francamente, el “mayor peligro” en esta situación es el peligro que una revolución con respaldo soviético o que una lucha revolucionaria a las claras en España, le hubiera presentado a la estrategia de la URSS de defenderse por medio de una alianza con Inglaterra y Francia.

En el fondo subyace la línea de Stalin de que la defensa de la URSS y la revolución mundial eran idénticas, y que para que la revolución mundial avanzara, esta debería subordinarse en todas partes a la defensa de la URSS. La Comintern y la URSS defendían a la República mientras las democracias burguesas le temían —y se esforzaban por verla aplastada— pero al mismo tiempo, Stalin y la Comintern se oponían a la revolución en España. Esta línea fue el resultado inevitable de una línea general incorrecta sobre la coyuntura mundial y de la defensa de la URSS en ese contexto.

El objetivo revolucionario habría de desaparecer de la agitación del partido, se descartaría la preparación revolucionaria independiente de las masas. ¿Y por qué? “Lo esencial en este momento es buscar la colaboración de las democracias europeas, en particular la de Inglaterra”, explicó Joan Comorera[v], Secretario General del partido hermano del PCE en Cataluña. “En el bloque de potencias democráticas, la potencia decisiva no es Francia, sino Inglaterra”. También dijo: “Resulta esencial para todos los camaradas del Partido comprenderlo así y moderar (sus) consignas en los momentos presentes”.[33] Sin embargo, la verdad es que el PCE no propuso un ajuste táctico de la lucha revolucionaria sino su completo abandono.

Esta trayectoria seguía la estrategia diplomática de la Unión Soviética: tratar de alinear al bloque anglo-francés con la URSS directamente contra Alemania. En 1935, los soviéticos firmaron un tratado de defensa mutua con Francia, pero fue meramente una alianza en el papel, lo clave, como lo afirmó Comorera, consistía en lograr que Inglaterra se integrara a un acuerdo de esta naturaleza. Nada debía obstruir esta proyectada alianza. Así que alejar a los ingleses de Franco, probándole a los imperialistas que no tenían nada que temer de una España republicana, ni siquiera de una España con gran influencia del PCE, pasó a ser la reaccionaria política del PCE.

Inglaterra, sin embargo, perseguía sus propios intereses imperialistas, que a fin de cuentas no contemplaban defender la República española del fascismo. De hecho, Inglaterra tenía más de por medio que sus intereses en España —estos debían subordinarse a los intereses británicos globales, en particular a sus ardides para lograr las condiciones más favorables para aislar y derrotar a su rival más importante, Alemania.

Por ejemplo, Winston Churchill al principio ansiaba una victoria de Franco, pero luego, hacia el final de la guerra, con la influencia alemana en cierto modo en ascenso y el “peligro” de una revolución en España en descenso gracias al PCE y sus aliados, Churchill cambió de posición así: “Franco tiene la justicia de su lado porque ama a su país. Además está defendiendo a Europa del peligro comunista —si se quiere poner en esos términos. Pero yo, yo soy inglés, y prefiero el triunfo de la causa injusta. Prefiero que gane el otro lado, porque Franco podría significar una traba o una amenaza para los intereses británicos, y los otros no”.[34] Pero, a pesar de esto, Inglaterra continuó una política de “no intervención”, incluyendo la organización de un bloqueo naval contra la República para impedir que recibiera armas del extranjero, mientras que Franco continuaba recibiendo enormes envíos de armas y tropas de Italia y Alemania. ¿Por qué? Porque para Inglaterra, sus esfuerzos por obstruir el desarrollo de una alianza italo-germana y de atraer a Italia hacia su bloque o al menos de neutralizarla —y más aún, sus maniobras para conseguir que Alemania se trabara en una guerra con la URSS, mientra Inglaterra evitaba chocar directamente con Alemania por el lapso más largo posible— éstos eran intereses mucho más importantes que el que Italia aumentara o no su influencia en España a expensas de la influencia británica.

Inglaterra hasta se había hecho la de la vista gorda con la invasión italiana de Abisinia (Etiopía), país que caía más o menos dentro de la “esfera de influencia” británica. A comienzos de 1936, los ingleses buscaban un entendimiento con Italia sobre el Mediterráneo, una parte extremadamente crucial del imperio británico. Con este objeto, se preparó un acuerdo naval anglo-italiano, lo que entró en vigencia durante la Guerra Civil. Especialmente en el período previo a la Guerra Civil, esta idea de atraer o de al menos neutralizar a Italia no era una esperanza descabellada (a pesar de que obviamente no funcionó, al menos no completamente), puesto que Italia y Alemania ya tenían intereses conflictivos en los Balcanes respecto a Austria y, en general, sobre el Mediterráneo. De acuerdo con esto, los británicos de ninguna manera iban a interponerse a la intervención fascista de Italia en España —y no les chocaban para nada los esfuerzos de Franco por restaurar el “orden” y evitar que el virus de la revolución se esparciera al grado en que pudiera infectar a toda Europa.

Los tratos de Inglaterra con Italia sobre España eran muy diferentes a su manera de tratar a Alemania. Fue Italia quien, por acuerdo tácito con Alemania, asumió el papel principal en la masiva intervención, incluyendo el envío de gran número de tropas, aviones y armamento. Alemania, por el contrario, sólo envió la flota aérea de la Legión Cóndor y una buena cantidad de material. Puesto que Alemania nunca intervino de una manera realmente masiva, los imperialistas ingleses pudieron desarrollar su política de evitar una colisión directa con Alemania, mientras observaban atentamente su conducta y sus relaciones con Franco. Alemania, por su parte, conservó la distancia; pero su política no era una política pasiva, no menos que la política británica. En cambio, al permitir que Italia tomara la delantera en la intervención española, Alemania confiaba que esta guerra impredecible y volátil separaría en vez de acercar a Italia e Inglaterra.

En suma, Inglaterra no se opuso a la victoria de Franco ni a la intervención italiana, a pesar de seguir con reservas graves y crecientes respecto a la influencia germana. Esto creó una posición contradictoria (aunque repetimos, no hostil). La mejor solución, desde el punto de vista de los imperialistas británicos, no consistía en una victoria completa de Franco sino más bien en una especie de compromiso imperialista. Los británicos y sus representantes políticos en la República presionaron consistentemente por un acuerdo entre las grandes potencias para dividir a España en esferas de influencia, y muy posiblemente habrían logrado su objetivo si la guerra hubiera desembocado en un punto muerto. (De hecho, y para gran disgusto de Hitler, España permaneció neutral —aunque pro-Eje— durante la II Guerra Mundial).

Este fue el motivo que impulsó a Inglaterra a convertirse en la fuerza motriz en el llamado Comité Internacional de No-Intervención en España. Veinticinco países imperialistas grandes y pequeños se reunieron finalmente en este comité, y desde luego, trabajaron dentro de él para reforzar sus propias posiciones mundiales; el Comité se convirtió en un campo bastante complejo de las maniobras que desembocaron en la guerra mundial. Con todo, tal como lo expresó el encargado de negocios francés en Berlín: “El Comité y sus poderes son ... una invención de los ingleses”. Como tal, el Comité fue orientado a reducir el flujo de armas y voluntarios hacia la República, y también a conferir un cierto grado de legitimidad y por lo tanto una cierta libertad de acción a Franco y a su aliado italiano. Esto lo logró muy efectivamente, estrangulando el flujo de armas desde casi todas partes excepto la URSS y México. El Comité también le proporcionó un vehículo a la confabulación (y a la contienda) entre Italia e Inglaterra, concentrándose en su “detente” gansteril respecto al Mediterráneo. Italia no era miembro de la Liga de las Naciones: por ésta y otras razones, el Comité fue erigido fuera de la estructura de la Liga.

El Comité de No Intervención también se convirtió en una forma de contienda entre Inglaterra y Francia. Francia había propuesto originariamente la idea de un comité de no intervención. Pero sus motivos eran muy diferentes a los motivos de los británicos —Francia verdaderamente quería oponerse a la intervención alemana e italiana. Esto no era debido a que el Frente Popular (incluyendo el Partido Comunista de Francia) estaba a cargo del gobierno francés, ni a las supuestas “ideas progresistas” del Frente Popular ni tampoco simplemente a que una victoria de Franco pondría a Italia, un viejo rival de Francia, en una posición amenazadora en su flanco meridional. Pareciera que los imperialistas franceses también estaban descontentos con toda la política de “conciliación”. La política británica en España acarrearía, al igual que todas las maniobras estratégicas de Inglaterra en este período, fortalecer a Alemania y a Italia, y aunque con esto se pretendía empujar a Alemania contra la Unión Soviética, Francia absorbería, tarde o temprano, los primeros y más poderos golpes de la guerra en el continente. Francia esperaba que los “controles” diplomáticos del Comité harían más difícil que Italia y Alemania ayudaran a Franco —o al menos expondría tan agudamente la duplicidad de las potencias del Eje que Francia ganaría libertad para desarrollar sus propias políticas.

De esta manera, Francia abría ocasionalmente la frontera al material que se enviaba a la República a través de su territorio, y hasta cierto punto enviaba armas por medio de México. Pero la política dominante de la burguesía francesa, puesta en práctica escrupulosamente por el socialista León Blum, se fundaba en la alianza anglofrancesa. Así, después que Blum envió un cargamento de armas a la República inmediatamente después del estallido de las hostilidades, un periodista francés informó desde Inglaterra: “No es bien visto aquí”.[35] Los británicos no tenían la menor intención de permitir esa ayuda. Para diciembre de 1936, ya era claro que los británicos habían derrotado a los franceses en esta batalla oculta. Lo que se inició como una iniciativa vaga pero genuina de no intervención por parte de Francia, fue arrebato y usado como pantalla y como un arma contra la República por Inglaterra. Blum dijo: “Se ha frustrado un cierto número de nuestras expectativas y esperanzas”.[36]

EU no era miembro oficial del Comité de No Intervención, de acuerdo con su propia estrategia de “neutralidad”, de esperar a ver debilitadas a sus rivales potencias imperialistas y a la Unión Soviética antes de ingresar al conflicto que se avecinaba. Sin embargo, al igual que sus inminentes aliados, EU era “neutral” del lado de Franco. Las compañías petroleras estadounidenses le proporcionaban a Franco una parte de substancial de su combustible, sin lo cual no hubiera podido darse una invasión exitosa ni combate mecanizado a gran escala. También, los camiones que transportaban a las tropas de Franco a través de España frecuentemente eran proporcionados por los EU. Al mismo tiempo, desde luego, el gobierno norteamericano usaba sus hipócritas alegaciones de estricta neutralidad para tratar de impedir que los ciudadanos estadounidenses lucharan por la República. (Más tarde, en medio de la II Guerra Mundial, EU comenzaría a surgir como el soporte principal de Francia y eventualmente, como la potencia extranjera dominante en España —acontecimientos que arrojan luz sobre los apetitos imperialistas ocultos detrás de la “neutralidad” de EU durante la Guerra Civil).

Mientras tanto, incluso en medio de las maniobras más cínicas y más completamente reaccionarias sobre la cuestión de España por parte de todas las principales potencias imperialistas, la Comintern se esforzó por presentar la Guerra Civil española principalmente como una gran guerra patriótica contra los invasores fascistas, Alemania e Italia, contra quienes todo el mundo debía unirse (con el propósito de atraer a los británicos y otros imperialistas y de acuerdo con la política general soviética). Togliatti, el principal representante de la Comintern en España, declaró en octubre de 1936: “La lucha del pueblo español presenta un carácter de guerra nacional revolucionaria. Esta es una guerra por rescatar al pueblo y al país de la esclavitud extranjera, porque la victoria de los rebeldes significaría la degeneración económica, política y cultural de España, su disolución como un Estado independiente y la esclavitud de su pueblo al fascismo italiano y alemán”.[37]

De esta manera, el trabajo desarrollado por la Comintern para obtener apoyo para la República española, probablemente una de las campañas mundiales más extensivas en la historia, en vez de reforzar el internacionalismo proletario —el apoyo al proletariado y los pueblos oprimidos para el avance, en cualquier parte y en todas partes, de la revolución mundial— en cambio reforzó las ilusiones sobre la democracia burguesa y deformó el apoyo que los pueblos del mundo le brindaban a las masas en España, transformándolo en apoyo a un grupo imperialista contra el otro.

Tal como lo expresó después de la guerra el militante socialista de inclinaciones al PCE, del Vayo: “No transcurrió un solo día hasta casi al final, en que no poseyéramos motivos renovados de esperanza acerca de que las democracias occidentales recuperasen el sentido común y restablecieran nuestros derechos a comprar armas en sus países. Pero siempre nuestras esperanzas resultaron ilusorias”.[38]

Traición a Marruecos

Desde luego, el PCE pocas veces postuló que la revolución en España tenía que detenerse por razones “internacionalistas”, es decir, en función de la alianza de la URSS con Inglaterra y Francia. En vez de esto, el PCE presentaba el argumento, como se ha visto, de que echarse en los brazos de los imperialistas franceses y británicos era la única salida para el “pueblo español”. El ejemplo de Marruecos pone de manifiesto con claridad meridiana que aquello a lo que se aferraba el PCE, era el imperialismo.

Hacia el final de la guerra, más de 135.000 tropas marroquíes habían luchado bajo las órdenes de Franco. Especialmente durante los primeros meses, estas tropas probablemente fueron un factor decisivo pues constituyeron la única fuerza confiable de gran tamaño; luego continuaron siendo las tropas de choque, los francotiradores y los comandos más efectivos de los fascistas. Pero desde el principio, las masas en Marruecos se habían opuesto a Franco, e incluso en algunos lugares se habían alzado en armas —sólo el Califa y el Gran Vizir mantenían relaciones amistosas con los generales, pero los principales líderes nacionalistas les eran antagonísticos. ¿Por qué no podía neutralizarse a los marroquíes o aliarse con ellos? ¿Por qué no declaró la República que Marruecos debiera ser incondicionalmente independiente?

Incluso antes del avance de los generales, los nacionalistas marroquíes del campo de Abd el-Krim habían formulado una serie de peticiones al gobierno del Frente Popular. Durante el otoño de 1936, dos líderes, Muhammed Hassan al-Ouezzani y Omar Abdeljalil visitaron a la España republicana, prometiendo organizarse contra Franco en Marruecos a cambio de una promesa de autonomía regional similar a la que le había sido concedida a Cataluña. Pero su oferta fue rechazada y se les envió prontamente de regreso a Marruecos. ¿Por qué?

La historia oficial del PCE lamenta que: “Si la dirección socialista en España se hubiera liberado de su obsesión mórbida de ‘no irritar a Inglaterra y a Francia’ ... si hubieran adoptado una posición clara y positiva respecto a las aspiraciones nacionalistas de Marruecos, entonces se le habría creado a Franco una situación verdaderamente difícil”.[39]

Toda la evidencia demuestra que son babosadas hipócritas.

Es cierto que en particular el socialista Indalecio Prieto (alineado con el grupo de Azaña) fue responsable por rechazar a la delegación marroquí y hasta negarle una audiencia en las Cortes. Pero lo que uno tiene que preguntarse no es por qué los social-demócratas actuaron como social-demócratas, sino ¿por qué el PCE no continuó presionando por la independencia de Marruecos?

El terreno era fértil para que el PCE adoptara un discurso diferente, una trayectoria revolucionaria. El Partido contaba con una larga historia de lucha en contra de las guerras coloniales en Marruecos, y el pequeño Partido en Marruecos (durante un tiempo, una rama del distrito andaluz del PCE) había dirigido rebeliones en contra de la dominación española. Y, desde luego, todo esto había ocurrido en el contexto de una prolongada lucha de liberación nacional por parte del pueblo marroquí. (Incluso después de la traición del PCE y la Comintern, algunos revolucionarios marroquíes desplegaron un internacionalismo genuino al seguir luchando con el Quinto Regimiento del PCE y con las Brigadas Internacionales).

Pero durante todo el período de la Guerra Civil, el Partido no realizó trabajo consistente para plantear esta cuestión, tendencia que se manifestó incluso cuando el PCE era quien determinaba fundamentalmente el curso de la República. Incluso en la primera plataforma de gobierno del Frente Popular, la cuestión de Marruecos aparecía sólo como una demanda para “introducir un régimen democrático”[40] (lo que era lo suficientemente vago como para carecer completamente de sentido), y el PCE no creó opinión pública ni siquiera en torno a esto. Álvarez del Vayo ofrece una excusa floja: las tropas marroquíes eran “totalmente inmunes a todo tipo de propaganda política de carácter democrático”.[41]

El problema no consistía en que el pueblo marroquí fuera “inmune” a la revolución, sino que los líderes de la república se oponían a ésta. Los socialistas temían “irritar a Inglaterra y Francia”, porque lo que luchaban por preservar era el orden imperialista mundial establecido, incluyendo no sólo la posición dominante de estas grandes potencias en Europa, sino también la posición de España dentro del sistema imperialista mundial, con sus colonias y toda la explotación de la que vivía la clase dominante española, tanto en España como en el extranjero.

Con la Guerra Civil contra Franco, la historia había lanzado al proletariado revolucionario y las masas populares, conjuntamente con muchas otras fuerzas, a una batalla común; y en el sentido en que las fuerzas burguesas se hallaban divididas y en lados opuestos en esta Guerra Civil, ésta era una situación muy favorable. Pero permitir que la concepción del mundo y los intereses de dichas fuerzas determinen el curso de la guerra y luego quejarse de que “la obsesión mórbida” pro-imperialista de estas fuerzas fue lo que le impidió al PCE cumplir con sus más elementales deberes revolucionarios —es una alegación del PCE que no se puede permitir. La verdad es que a nombre de defender a la Unión Soviética, el PCE se estaba pasando al campo del imperialismo.

Barcelona y el Reflujo del Brote Revolucionario

Como se formuló previamente, el conato de golpe de Estado por parte de Franco ocurrió en medio de (y en parte fue una respuesta a) un masivo estallido revolucionario. Este brote revolucionario dio un salto cualitativo después del avance de Franco, en la medida en que las masas, liberadas por el colapso del orden burgués, se levantaron por millones para asumir la iniciativa y derrotar a la trastabillante clase dominante. Al comienzo de este artículo describimos el alborozado estado de ánimo de las masas y sus acciones heroicas, y cómo consiguieron detener abruptamente a las fuerzas de Franco, durante un tiempo.

Este estallido revolucionario no duró mucho. A comienzos del invierno de 1936-37 y especialmente ya para la primavera siguiente, el PCE marchó a la avanzada de la restauración del orden burgués. Para el siguiente invierno, las milicias fueron desbandadas y reemplazadas por un ejército al estilo burgués. Ciertamente, para poder derrotar a Franco, las milicias no podían continuar siendo la principal fuerza militar, pero la alternativa del PCE era peor que las milicias. En agosto se disolvieron por la fuerza muchas de las cooperativas campesinas. Había surgido un serio problema con los campesinos pobres que se apoderaban de las tierras y alienaban políticamente a muchos campesinos más acomodados y a pequeños propietarios, a quienes no había necesidad de empujar hacia el bando de Franco; pero la alternativa del PCE fue permitir que los campesinos ricos y terratenientes que seguían leales a la República, determinaran la política en el campo.

En las fábricas que el gobierno había intervenido ante la huida de sus propietarios al alero de seguridad que les ofrecía Franco, se formaron colectivos de obreros, pero fueron sofocados como terreno de lucha política. Ciertamente “poder obrero” no significa que los obreros de cada fábrica pasan a ser sus dueños, y en el sentido más inmediato tenía que existir un control más central; pero la alternativa del PCE fue sólo enviar allí a los burócratas o antiguos patrones y reducir los comités de trabajadores, en el mejor de los casos, a “ganar la batalla de la producción”.

Todo esto se conjugó con una creciente y generalizada desmoralización entre las masas ante el curso que venía tomando la guerra —una desmoralización en parte relacionada a la forma en que se libraba la guerra, y que en turno afectó su curso.

El término de este primer período revolucionario fue señalado por los eventos del Primero de Mayo en Barcelona, capital de Cataluña, después de un intento de la Generalitat catalana[vi] (gobierno nacionalista catalán) de desalojar el “colectivo” dirigido por los anarquistas y el POUM, que controlaba la central telefónica, ocupación que les había permitido a estos opositores del gobierno determinar libremente las comunicaciones entre Cataluña y el resto de España. (El POUM seguía la línea trotskista de rechazar completamente la unidad con las fuerzas burguesas de la República, a pesar de que debido a razones complejas, sus líderes, antiguos seguidores de Trotsky, ahora se le oponían).

Este constituye, probablemente, el suceso más controvertido de toda la Guerra Civil española, de infamante reputación en aquel momento y desde entonces una cause célèbre para los “antiestalinistas”. No pretendemos hacer un balance de dicho suceso aquí. Pero es necesario decir algunas palabras al respecto para describir la trayectoria política de la guerra dentro de la zona republicana.

El intento por parte de la policía de la Generalitat y fuerzas de seguridad organizadas por el PSUC (el Partit Socialista Unificat de Catalunya —el partido hermano del PCE en Cataluña, constituido por el PCE, el Partido Socialista y otros partidos) de desalojar a los que se habían apoderado de la central telefónica, condujo a un tiroteo y la lucha se extendió por todo el centro de la ciudad. El combate duró cinco días, y dio como resultado varios cientos de personas muertas a balazos por un lado o por el otro.

No podemos resolver aquí el argumento de si ésta fue una provocación deliberada del PCE para crear una excusa y barrer a las fuerzas opositoras en Cataluña, como lo sostienen los anarquistas y los trotskistas hasta la fecha, o si se trató de una provocación de un sector de los anarquistas, especialmente del POUM, que buscaban el derrocamiento inmediato de la República, con cierta colaboración de agentes franquistas. Francamente, no parece descabellado que ambos lados tengan algo de razón. (Debe señalarse que, cuando resultó claro que ésta era una situación que Franco podía aprovechar y de la cual Franco estaba sacando ventaja militar en el frente septentrional, muchos de los principales líderes anarquistas de España se opusieron enérgicamente al levantamiento de Barcelona. También debe señalarse que, independientemente de la cuestión del rol desempeñado por contrarrevolucionarios y agentes imperialistas, a la gran mayoría de los obreros y demás que fueron arrastrados a luchar en contra de las fuerzas de seguridad, indudablemente los motivó una justa furia revolucionaria ante la forma en que el PCE y las fuerzas burguesas trataban de detener la generalizada efervescencia revolucionaria).

Lo que queremos decir es lo siguiente: la línea del POUM y de los anarquistas era (por razones similares) una línea contrarrevolucionaria. El PCE hacía notar correctamente la mortal calma que reinaba en el frente cerca de Aragón, donde las milicias dirigidas por los anarquistas y el POUM no habían sido capaces de montar ningún tipo de ofensiva contra los fascistas, dándole de esta manera rienda suelta a las fuerzas de Franco para que dividieran la zona republicana. Pero el PCE no contrapuso el reformismo y pasividad militar apenas encubiertos de los anarquistas y el POUM con algo más revolucionario. Simplemente se alió con sectores de pequeños industriales y prósperos vinicultores de Cataluña, y con personajes similares a lo largo de toda España, para restaurar el orden prevaleciente antes de todo este jaleo y desbarajuste. Considerando el desarrollo de los acontecimientos, especialmente luego de los sucesos de Barcelona, ¿puede acaso decirse que la línea del PCE era mejor?

Después del asunto de Barcelona, el gobierno republicano se movió abiertamente y con rapidez hacia la derecha. El demagogo socialista de labia izquierdista, Caballero, inflado por el PCE y aclamado por los periodistas como el “Lenin español”, fue descartado. Lo reemplazó como Primer Ministro Juan Negrín, un socialista más de derecha, vinculado al Presidente republicano Azaña. Indalecio Prieto, del ala más extrema derechista del partido socialista, el hombre que había amenazado con renunciar si se le permitía a la delegación marroquí presentar su caso en Las Cortes, fue nombrado Ministro de Defensa. El PCE maniobró para conseguir que Negrín y Prieto ingresaran al Gabinete, con la excusa de que esto era necesario para impulsar el esfuerzo bélico. Pero Prieto, una vez a cargo de la guerra, fue un capitulacioncita tan notorio, tan seguro de la eventual victoria de Franco y tan renuente a montar una oposición real a las fuerzas de Franco, que Jesús Hernández (un líder del PCE que más tarde se transformó en furioso anticomunista) relata que el PCE mantuvo a raya a Prieto chantajeándolo con la amenaza de revelarle todo esto a las masas.[42]

Independientemente de si esto es o no cierto, claramente constituye una indicación del tipo de hombres y de línea que auspiciaba el PCE. El nombramiento de Prieto y Negrín parece haber tenido un solo propósito: complacer a Inglaterra. Todo este politiqueo burgués y el sacrificio flagrante del esfuerzo bélico so pretexto de asegurar las condiciones para la victoria, no podía tener más efecto que desmoralizar todavía más a las masas. Especialmente entre los civiles, la actividad política disminuía poco a poco. La guerra se convirtió en asunto de soldados —y de manera creciente, los soldados dejaron de ser voluntarios y comenzaron a ser reclutas.

Mucha gente, especialmente en el campo, llegó a la conclusión de que pasara lo que pasara, daría lo mismo. Ahí, la falta de trabajo político revolucionario y de una política agraria revolucionaria por parte de la República, constituyó una de sus mayores debilidades. En las zonas que cayeron bajo las fuerzas franquistas, Franco fue capaz de reclutar y de usar a cientos de miles de campesinos y otros sectores del pueblo para el grueso de su ejército. ¿Por qué no desarrolló el PCE un trabajo político entre estos sectores detrás de las líneas de Franco —y especialmente, por qué no se apoyó en estos sectores para desarrollar una guerra de guerrillas? Porque los republicanos (e Inglaterra) retrocedían con horror frente a la idea de una revolución campesina, que aun si se hubiera centrado en tareas democráticas y no en tareas directamente socialistas, habría desatado un torrente revolucionario. En vez de apoyarse en los campesinos pobres y en los trabajadores rurales y, como parte de elevar su conciencia política, atraerlos hacia una política de alianzas con los sectores medios en el campo con el objeto de aislar al enemigo principal, el PCE se convirtió en el defensor más poderoso de la propiedad privada en el campo, apoyándose en los sectores campesinos medios (que ingresaron en cantidades al Partido) y en los pequeños propietarios y oponiéndose, incluso por la fuerza de las armas, a las expropiaciones de terrenos efectuadas por los pobres en el campo al comienzo de la guerra. De esta forma, una gran parte de la población rural que debía haber sido activada bajo la dirección del proletariado revolucionario, fue mantenida en un estado pasivo y utilizada por Franco.

De hecho, la causa más directa de la derrota de la Republica habría de ser esta tendencia del PCE de andar políticamente a la zaga de los republicanos. Azaña, el Presidente a quien el PCE y Stalin consideraban el baluarte más esencial de la Republica, nunca creyó que fuera posible la victoria contra Franco —ni tampoco quería realmente que el ejército que había sido el pilar del dominio burgués en España fuera destruido por otro ejército que, aunque bastante burgués, era de una estabilidad más dudosa. En realidad, Azaña, Prieto y las fuerzas agrupadas a su alrededor dedicaron sus energías a lograr la capitulación condicional ante Franco que correspondía con los intereses e instrucciones del imperialismo británico.

“Desde el comienzo de la guerra”, escribió Juan Marichal, el editor de las obras de Azaña, “él vio que su único rol posible consistía en el rol muy limitado de representar un freno simbólico a la violencia revolucionaria”[43]. Y como lo admitiera el propio Azaña, en una carta escrita después de la guerra: “Todos saben que yo hice todo lo posible, desde septiembre de 1936 en adelante, para lograr un acuerdo de compromiso, porque la idea de derrotar al enemigo era una ilusión”.[44]

Durante toda la guerra, hubo una lucha constante entre el PCE y los republicanos, con Azaña y Prieto haciendo todo lo posible por limitar el rol del PCE y de la Comitern, y tratando de negociar un acuerdo con Franco. Por su parte, el PCE usó su influencia entre las masas (factor del que carecían los republicanos) y el as de reserva de las armas soviéticas que llegaban a través del PCE, para mantener a Azaña y a Prieto en jaque, hasta que estas fuerzas se rindieron finalmente a Franco.

Lo que queremos destacar aquí no es que el PCE cometió un error craso al hacerle ciertas concesiones a las fuerzas republicanas (por vacilantes que fueran) susceptibles de unirse con el propósito de derrotar a Franco. Pero al apoyarse en ellos y al no desarrollar la fuerza del proletariado política y militarmente independientemente, el PCE no hizo más que conducir a las masas hacia una emboscada, una traición inevitable —inevitable no porque fuera inevitable el que todos aquéllos que vacilaban acabaran del lado de Franco, sino porque sólo la fuerza independiente del proletariado podía impedir que ellos capitularan, o en caso de que ellos capitularan, impedir que la revolución fuera necesariamente derrotada.