Una mirada sobre el otoño catalán desde la crítica revolucionaria

En las últimas semanas hemos vivido jornadas intensas en el Estado español. No sólo por su magnitud política, como muestra tanto el preocupado y unánime cierre de filas en torno al Gobierno de Madrid de los principales centros del imperialismo occidental, de Washington a Bruselas (no así en el caso de muchos de sus núcleos de creación de opinión), como el que El Preparao haya decidido embutirse en el uniforme de su bisabuelo Alfonso XIII, renunciando a cualquier apariencia arbitral con la que darle un barniz de legitimidad a la institución que encabeza (una belicosa toma de parte dirigida exitosamente al disciplinamiento del PSOE sanchista que no carece de importancia, ni mucho menos, respecto a las opciones por las que el Estado está apostando en cuanto a la forma de encauzar su crisis política); sino sobre todo por su densidad histórica. Este aspecto es precisamente el que más nos interesa a aquellos comprometidos con la reconstitución de unos mecanismos, los que habilitan al proletariado a emerger como sujeto propio en la gran lucha de clases, que tienen justamente tal magnitud histórica. Es a los tahúres del significante vacío a los que les corresponde decidir si esta enmienda a la totalidad del jefe de Estado respecto a su política para Catalunya les obliga a desempolvar la tricolor española o si continuarán dando cómicos giros, afectada responsabilidad de Estado mediante, alrededor de la farsa de oposición que representan en esta Crisis de la Restauración 2.0. Sea como fuere, no encontrarán al proletariado revolucionario en tales veredas y disyuntivas, porque el papel de éste es restituir a la historia lo que tiene de trágica y novedosamente radical originalidad y no recrearse en el hartazgo de una reiterada farsa descolorida. Y es que la tragedia de la historia no se conjuga hoy sino como la epopeya de la humanidad en libre autoconstrucción consciente, empezando por la de los instrumentos revolucionarios de tal autoconstrucción: Reconstitución del comunismo; tal es el título del drama, aún soterrado, hoy en día.

La Línea de Reconstitución en torno al 1-O

               Justamente, esa densidad histórica en que hoy se manifiesta la crisis política del Estado español nos permite lanzar una somera mirada sobre el proceso de construcción de tales instrumentos, tal y como en la actualidad vienen encarnados en la Línea de Reconstitución (LR). Con ello, trataremos de mostrar una vez más cómo el Plan Político que la articula no puede ser separado de su corporización político-organizativa en un contexto específico; cómo la reconstitución ideológica del comunismo es indesligable del movimiento material de construcción de vanguardia en que se expresa, siendo cualquier tentativa disgregadora en este sentido llano y crudo liquidacionismo que da al traste con cualquier perspectiva independiente de avanzada para el proletariado.

               El crecimiento de nuestro espacio hacia 2014 había otorgado a la LR la masa imprescindible para transitar el camino hacia su articulación como fuerza política operativa, en la línea de conformación de ese incipiente movimiento de vanguardia pre-partidario que signa la fase de madurez de la defensiva política estratégica. Tal masa y tal perspectiva obligaban, atendiendo a las aún escasas fuerzas reunidas, a la proyección de una política independiente que mostrara la potencialidad del proletariado como tal actor político independiente; su potencialidad como agente de revolucionarización de unas coordenadas políticas incuestionables para los representantes del resto de clases. Pertrechados por el conocimiento que la LR aporta sobre las premisas de constitución revolucionaria del proletariado y el grado severo de liquidación a que el revisionismo las había sometido, la dimensión de la crisis social y política que envolvía, y envuelve, al Estado español sobre la que incidir, la que más recorrido de explosividad entrañaba, resultaba obvia: la cuestión nacional focalizada en Catalunya. Sólo allí las condiciones históricas del Ciclo de Octubre concluido se conjugaban con la historia específica de la lucha de clases en el Estado español para señalar el espacio en el que la actual crisis social y política del Estado podía alumbrar un movimiento político de ruptura con capacidad sostenida de enfrentamiento, pues bebe de las raíces del mundo burgués tal y como se han mantenido políticamente protagonistas en la momentánea debacle del proletariado: contradicciones inter-burguesas y nación como eje de articulación política alimentada por la dialéctica masas-Estado.

               Como se sabe, tal proyección política, asentada en primer lugar sobre la lucha de líneas, permitió, no sólo cubrir las primeras etapas del proyecto de articulación del referente de vanguardia, sino recuperar y dar pasos en la sistematización de algunos principios universales del marxismo, los referidos al internacionalismo proletario y al lugar que ocupa el derecho de las naciones a la autodeterminación en la política comunista, y mostrar un valioso ejemplo concreto de cómo orientar éstos hacia su aplicación práctica en un contexto determinado, además de avanzar en el deslindamiento de campos en el seno de la vanguardia. La coherencia de esta base y la consecuencia de esta trayectoria se pueden comprobar acercándose a las publicaciones de la LR al respecto, desde la posición de la LR ante el 9-N hasta las páginas centrales del número 1 de Línea Proletaria, pasando por el Dossier sobre Catalunya y el internacionalismo proletario y el boicot a las elecciones al Parlament del 27-S de 2015, sin olvidar los pasos prácticos hacia la articulación de un referente de la vanguardia internacionalista del proletariado.

               No obstante, ante el 1-O la LR decidió conscientemente no emitir ningún comunicado específico al respecto. No es sólo que ya el 9-N se estableció una posición que desbordaba a la de todos los actores con capacidad de actuación política entonces y que se adelantaba en tres años a los dilemas políticos que hoy enfrenta el movimiento nacional catalán y que son el epicentro de la crisis de Estado, esto es, una posición de vanguardia, sino que se era muy consciente de la capacidad de incidencia política de la vanguardia marxista-leninista en el escenario de la lucha de clases. Es decir, la LR tiene escrupulosa conciencia de la vinculación teoría-práctica, de que la proyección político-propagandística de la LR no puede desligarse de la magnitud material del cuerpo político que la sostiene. La cuestión nacional había sido el vector necesario para una primera referencialización política de la vanguardia marxista-leninista, levantando la bandera de la unidad internacionalista de clase y mostrando la potencialidad operativa de un proletariado revolucionario emancipado de las obediencias obligadas del mundo burgués, tales como la nación. No obstante, la reiteración e insistencia sobre la cuestión, sin nuevos acontecimientos de entidad a los que referirse, dada la capacidad de incidencia real efectiva de esta vanguardia, podía hacer descarrilar su proceso de articulación hacia una excesiva dependencia respecto de los ritmos de la crisis política del Estado español, hacia una “sobre-especialización” que, desorientando a la vanguardia, ligara fatalmente su proceso de educación y desarrollo al de esta crisis, poniéndola detrás de tal o cual facción de la burguesía en pugna alrededor de esta cuestión; esto es, amenazando con liquidar su incipiente independencia.[1] De todo ello que, de cara al 1-O, la vanguardia marxista-leninista se limitara, como se recogía en el Editorial del último número de Línea Proletaria, a la constatación de que los elementos objetivos básicos que deben guiar la postura política comunista ante la cuestión nacional, y que determinaron la posición de la LR ante el 9-N, esto es, la relación de fuerzas entre el movimiento revolucionario proletario y el movimiento democrático nacional, seguían esencialmente incólumes, más allá de la escalada de fricción política de los antagonistas principales en la crisis. De ahí se seguía con naturalidad la actitud específica de la LR ante lo que de democrático tiene todo movimiento de liberación de una nación oprimida y ante la libertad nacional de Catalunya, a la vez que daba una nueva y contundente muestra de su compromiso insobornable con el fundamental combate sin cuartel contra el chovinismo español de gran-nación.

               De este modo, la reiteración explícita del posicionamiento político no sólo no podía aportar nada al desarrollo independiente de la vanguardia marxista-leninista, sino que, al contrario, amenazaba con descarrilarla, achicando su perspectiva, poniéndola a la retaguardia de alguna facción burguesa y liquidando su Plan Político. Eso, efectivamente, es lo que, como señalaremos, han demostrado los liquidacionistas. Y es que una adecuada calibración de este Plan, la forma más idónea de su expresión política en cada momento, exige el conocimiento y atención por el aspecto práctico-material de articulación del referente de vanguardia marxista-leninista, la historia de su recorrido y su fuerza operativa efectiva. Ello, en este contexto, en el paso del 9-N al 1-O, exigía correlativamente el paso de la LR del posicionamiento político, ya conquistado, a la crítica revolucionaria: continuidad de las tareas sustantivas independientes y atención crítica a la crisis política del Estado desde la perspectiva del posicionamiento de vanguardia ya realizado, para realmente asentar y ahondar en lo ya conquistado, a su referencialización en lucha contra todo oportunismo y nacionalismo, a la vez que se conjuraba la identificación con alguno de los actores en pugna.

La legitimidad de la lucha democrática por la autodeterminación y la inevitabilidad de sus actores

El posicionamiento de la LR ante el 9-N había puesto el acento en ese aspecto democrático de todo movimiento de liberación nacional que es deber comunista señalar y sostener, mostrando el papel que juega la autodeterminación nacional en la política internacionalista del proletariado y deslindando inequívocamente con toda concesión al chovinismo de gran-nación. Desde entonces, el movimiento nacional catalán ha dado soberbios ejemplos de ese componente democrático, para sonrojo y vergüenza del revisionismo “izquierdista”, más o menos inconfesadamente luxemburguista.[2] Ello, por no hablar del flanco descarada y asquerosamente social-chovinista de este oportunismo gran-nacional, cuyo destino, como ha probado sobradamente la historia, no puede ser otro que el de alimentar el flanco social de un posible movimiento fascista de masas, alguno de cuyos premonitorios signos hemos visto estos días en diversos lugares del Estado español. Respecto a éstos poca dialéctica racional cabe, debiendo ser denunciados y tratados en función de su objetiva estación política de llegada. En cuanto a los primeros, tal vez el mejor mentís respecto a la letanía doctrinario-obrerista de que “la lucha nacional entorpece la lucha de clases” sea la propia realidad empírica del Estado español. Y es que, precisamente, mientras se producía la gran movilización nacional catalana de los primeros días de octubre, ello no parecía aminorar la enconada lucha del extrarradio murciano contra su guetización: si los proletarios están decididos a luchar por sus condiciones de existencia, no hay ardid coyuntural que los “entorpezca”. Otra cosa es que el recorrido natural de estas luchas sea su agotamiento y reconducción, que su desviación al respecto de ese fin necesario sólo sea posible si la vanguardia proletaria ha creado las condiciones y referencias para, negándolas, revolucionarizarlas hacia otro estadio. Es decir, son los déficits de la vanguardia en las condiciones de Ciclo concluido, no la lucha por los derechos nacionales de Catalunya, lo que impide el desarrollo de la lucha de clase revolucionaria del proletariado. Es más, son estas carencias las que permiten que la referencia nacional ocupe su lugar, no a la inversa: es la obliteración de cualquier perspectiva revolucionaria para la lucha de clases, el dominio objetivo del oportunismo en las condiciones de Ciclo concluido, lo que fomenta el nacionalismo y el enfrentamiento nacional. Sólo el tratamiento consecuentemente internacionalista de éste, no su negación mecánica abstracto-doctrinaria, será capaz de resituar la referencia proletaria revolucionaria como eje central del proscenio político.

               Como decimos, el 1-O precisamente asistimos a una esplendorosa manifestación de ese aspecto democrático ínsito en todo movimiento nacional de liberación. Ese día, y en las jornadas inmediatamente posteriores, no sólo fuimos testigos de una espectacular movilización de masas, en la línea acostumbrada del movimiento catalán, sino que esta movilización ascendió un grado, mostrando conatos de un auténtico poder de masas que le disputó y denegó al Estado español el control del territorio, expulsándolo espectacularmente de numerosas poblaciones y manteniendo la presión sobre sus fuerzas represivas en los días subsiguientes, consiguiendo, para desazón de los sindicalistas-“comunistas”, parar Catalunya el día 3 de octubre. El 1 de Octubre el movimiento nacional catalán infligió una humillante derrota política, inaudita desde hacía décadas, al Estado español y se situó dentro de una lógica objetivamente insurreccional. Que esta insurrección tomara la forma líquido-posmoderna propia de la Europa imperialista socialmente pacificada en condiciones de Ciclo revolucionario concluido, no altera el hecho objetivo de ese establecimiento fugaz de un poder de masas, aún en las coordenadas de una “lucha armada sin armas”, de la extensión de un estado de ánimo de masas proclive a una prueba de fuerza decisiva, así como, correlativamente, de signos de agudización de las contradicciones dentro de los aparatos de fuerza del Estado.

               No obstante, cabe detenerse aquí, precisamente desde el punto de vista de la crítica revolucionaria. Y es que, justamente, la lógica insurreccional se inscribe plenamente dentro de la vieja dialéctica masas-Estado, es exactamente la forma radical de entender esa dialéctica propia de la vieja revolución burguesa. Es la lógica democrática del predominio soberano del aspecto de masas de esa dialéctica, el acento consecuente en las masas de cara a la configuración inmediata del Estado. Sin embargo, esa misma inmediatez presupone la raíz económica del sujeto revolucionario y la forma política de su desenvolvimiento. Presupone la objetividad en marcha de unas nuevas relaciones de producción y la revolución como desbordamiento espontáneo del viejo marco de relaciones sociales que las constriñe jurídico-coercitivamente y que sólo cabe subjetivarse políticamente como nación en marcha, como expresión de masas de la inmadurez de la contradicción capital-trabajo, aunada todavía contra el viejo enemigo común. Es precisamente la lógica democrática insurreccional consecuente, que en la coherencia de su despliegue de masas permite el alborear de la nueva contradicción de clase que brotará de la nueva sociedad, su anuncio, lo que la vieja revolución burguesa lega históricamente como trampolín de impulso a la nueva revolución proletaria. Es esa secuencia histórica jacobinos-Babeuf-Blanqui-communards, que aún hallará su eco en la forma en que los bolcheviques entenderán el rol de los soviets en Octubre, que legitima una primera comprensión de la nueva revolución como desbordamiento inmediato de un movimiento ya objetivamente en marcha. Es la expresión de inmadurez de un proletariado que aún no ha podido comprender que el epicentro del progreso histórico se halla en su interior, que la dialéctica de revolucionarización social general presupone un proceso de revolucionarización interna de sí, para sí, desde la aprehensión de su universalidad histórica, esto es, que toda su actividad independiente parte de un proceso mediato de negación dialéctica conceptuable como dialéctica vanguardia-Partido cuya referencia es subjetivo-interna mediada, no objetivo-externa inmediata. Ésa es la dialéctica del proletariado maduro que sitúa el Partido Comunista como eje de una concepción de la revolución como construcción libre y consciente, que construye el nuevo mundo a la vez que se (auto)construye como su sujeto, frente al Estado como eje de una concepción de la revolución como ordenación-plasmación de una realidad objetiva ya dada anteriormente (la nación revolucionaria como expresión de la objetividad subversiva del capitalismo frente a los antiguos regímenes).[3]

               Precisamente, en todo movimiento de liberación nacional, también en un país imperialista de capitalismo desarrollado, pervive ese aspecto democrático en tanto su movimiento transfigura políticamente, y por ello empalidecidos, algunos de los elementos que históricamente configuraron la revolución burguesa: fundamentalmente, la constatación de una imposición política exterior jurídico-coercitiva, un Estado nacionalmente ajeno, al cuerpo económico de la nación, que propicia un mecanismo de movilización de masas como vector de enfrentamiento político, sostenido sobre la objetividad económica de un mercado no integrado o no plenamente integrado. Por supuesto, no hay aquí sustancia histórica en tanto progreso de sustitución de un modo de producción por otro, pero sí disimetría política, sí resquicio para un movimiento político de masas que apunta a problemáticas de calado histórico (el Estado-nación como eje políticamente vigente de ordenación del mundo burgués), que, precisamente por esa dimensión histórica, se sitúan inmediatamente en un plano superior, político, al de la mera reivindicación económica inmediata de masas. Y es justamente con la revolución proletaria que se traslada el eje del progreso histórico de la objetividad económica al de la subjetividad política: de ahí la lucha del marxismo contra el economicismo imperialista, contra la negación doctrinaria del derecho de autodeterminación, pues ello supone la negación de lo político-subjetivo en tanto sigue manifestándose en el mundo burgués, lo que teóricamente implica debilitar la comprensión de la naturaleza del nuevo sujeto revolucionario proletario y políticamente imposibilitar su despliegue en las condiciones objetivas de ese mundo burgués. De ahí esa fundamental vinculación anti-oportunista en el plano de la cuestión nacional con la lucha general del proletariado en constitución revolucionaria contra todo economicismo, contra la reducción de la sociedad a mera estadística económica, contra la miope afirmación del proletariado como exclusivista objeto económico constreñido a las paredes de la fábrica, contra la obtusa negación a integrar toda protesta política en su seno, contra la oposición a la necesidad de enviar destacamentos comunistas a todas las clases de la sociedad, contra la resistencia a la construcción del nuevo sujeto desde la comprehensión de las relaciones de todas las clases de la sociedad entre sí.

               Evidentemente, esta comprehensión, dada la naturaleza del nuevo sujeto, articulada en torno a la dialéctica vanguardia-Partido, no cabe hacerse de forma política-inmediata, desde el simple agregado positivo de las demandas resultantes de la protesta de otras clases o grupos sociales, sino de forma histórico-mediata, negativa en primer término: de ahí el Balance y el proceso de reconstitución ideológica del comunismo asociado a la construcción de la vanguardia proletaria. Precisamente, ese agregado multicolor de demandas en espera del desbordamiento espontáneo es la forma inmadura, eco perviviente del viejo estigma democrático-burgués impreso en las mocedades del proletariado, caduca y por ello oportunista, de comprender la construcción del sujeto revolucionario proletario.

No obstante, este tratamiento negativo, primer momento de independencia de la vanguardia, tiene como premisa el entendimiento de lo necesario de la pervivencia de tales ecos transfigurados en las actuales condiciones concretas del capitalismo maduro. Sólo rompiendo las anteojeras chovinistas del economicismo imperialista, ésas que subsumen mecánicamente el movimiento democrático de masas en el innegable regateo nacionalista de la burguesía, único aspecto que la unilateralidad de su miopía les permite observar, cabe valorar lo que el 1 de Octubre tuvo de victoria política de masas frente al Estado, sirviendo a la propaganda revolucionaria que debe señalar la impotencia del Estado burgués ante el movimiento de masas revolucionario del proletariado; de cómo la Guerra Popular puede literalmente tragarse al Estado burgués. Y ello, por supuesto, sin establecer ninguna relación político-inmediata entre el 1 de Octubre y la Guerra Popular, sino histórico-mediata, sostenida sobre esa comprensión del aspecto democrático de masas de todo movimiento de liberación nacional y su legitimidad histórica. Véase ahí un ejemplo de cómo la protesta política de las diferentes clases de la sociedad sirve para la nutrición del proletariado revolucionario, para su aprendizaje y para el fortalecimiento de la confianza en su capacidad futura de desarrollo político: “si de eso fue capaz la pequeña burguesía democrática catalana, qué no podrá el proletariado revolucionario internacionalista”.

Tampoco la miopía economicista permite el acercamiento a la comprensión del complejo fenómeno del catalanismo. El catalanismo probablemente sea, por utilizar las palabrejas de moda entre la intelectualidad oportunista, el único significante vacío con cierta justificación material que cabe encontrar en el Estado español, eco de las frustraciones resultantes de la forma en que se expresó aquí la revolución burguesa, con el consiguiente encaje problemático de la burguesía catalana en la estructura capitalista del Estado español. Y puede responder a tal artilugio teórico-político pequeño-burgués y anti-marxista (resumido en la búsqueda, precisamente contra cualquier referencia sustantiva a la problemática de clase, de un encaje popular —que no proletario— para la nación) justamente por la fisonomía de Catalunya como nación oprimida dentro del Estado español. No es casual que el catalanismo emergiera como vector de protesta política general, cobijo de diversas clases sociales, precisamente durante la crisis de la Primera Restauración, cuando se cerró en lo fundamental la articulación del Estado español como formación capitalista madura. Más allá de sus vicisitudes históricas y del proceso que ha llevado a la radicalización del sector decisivo de la burguesía media catalana, tradicionalmente autonomista, el impacto del catalanismo, muestra de su arraigo en la estructura social catalana, se dejó sentir históricamente incluso entre las filas del movimiento obrero, como, por ejemplo, expresó la proclividad federalista del poderoso movimiento anarquista catalán del primer tercio del siglo XX, o la insólita y compleja relación del PSUC dentro del Movimiento Comunista Internacional. Sin entrar ahora en valoraciones respecto a este hecho —tarea del Balance del Ciclo de Octubre—, lo que se trata de subrayar es el impacto histórico de esta tradición y cómo necesariamente ha vuelto a jugar un papel clave, potenciado por la pérdida de cualquier referencialidad consecuentemente internacionalista, como aglutinador de la desafección y la protesta de amplios sectores de la sociedad catalana ante la crisis social y política. Es decir, dejando ahora a un lado la relación entre el catalanismo y la historia de la conformación y la fisonomía de la burguesía catalana, esta cultura política no cabe reducirse sólo a mera coartada instrumental para el regateo en Madrid, sino que también expresa la compleja heterogeneidad de una política nacional completa: un sistema de códigos compartido sobre el que diversas clases y fracciones de clase tratan de maniobrar de cara a la obtención de una ventaja particular. Negarse a verlo, so excusa del evidente carácter burgués común de esos intereses, significa, en lo político, la negación de la posibilidad de que el proletariado aproveche para su propio desarrollo político los espacios que las contradicciones inter-burguesas abren y abrirán y, en lo teórico, dejar al descubierto los elementos que aún rigen la estructura política del mundo burgués (el Estado-nación y los movimientos nacionales).

Muestra ejemplar de tales contradicciones fue la decapitación política de Artur Mas por la Candidatura d’Unitat Popular (CUP) tras las elecciones del 27-S. Precisamente, la CUP nos muestra el ejemplo paradigmático, en vivo y en directo, del total agotamiento histórico de esas premisas históricas, eco de la revolución burguesa, de cara a su aprovechamiento para el impulso de la revolución social contemporánea. Además, e íntimamente relacionado, la CUP es una expresión ejemplar, que le ha valido su referencialización entre sectores de la vanguardia en todo el Estado español, de la vieja forma de concepción y construcción de la organización revolucionaria. No en vano, todos los media, tanto españoles como catalanes, tanto cerradamente reaccionarios como liberal-dialogantes, la han consagrado, con adjetivos a veces tan pintorescos como “fraticelli”, a veces tan desnortados como “leninistas”, como el organismo revolucionario hoy operante en la escena de la crisis política del Estado. Una breve observación de su actuación en la primera línea de los últimos y densos acontecimientos bajo la lupa de la crítica revolucionaria de seguro que no será ocioso para la vanguardia marxista-leninista, sirviendo para ilustrar cómo un proletariado independiente puede, en la línea de lo indicado por Lenin, afrontar los momentos de crisis política, tales como la lucha democrática por la autodeterminación, para impulsar su propio proyecto revolucionario.

Como decimos, la CUP es una expresión paradigmática de la vieja forma de concebir la construcción de la organización “revolucionaria”. En primer lugar, es un agregado de las demandas inmediatamente provenientes de las expresiones radicalizadas de la resistencia: antifascistas, feministas, ecologistas, etc. En segundo lugar, corporiza con notable consecuencia la forma popular de desarrollo político de este agregado, desde abajo hacia arriba, desde las propias luchas dadas en su expresión más local-inmediata, hacia su progresiva agrupación escalonadamente ascendente, municipalismo mediante, y siempre asegurando su sedimentada acumulación de fuerzas antes de dar el paso al siguiente nivel, culminando con su entrada en la cumbre de la política nacional: el Parlament. Nótese la coherencia con el esquema del viejo partido obrero, nucleado en torno al eje sindicato (expresión de la lucha de resistencia inmediata)-parlamento (proyección política necesaria de lo así reunido). Por supuesto, todo ello en las posmodernas condiciones de Ciclo clausurado, dinamitada la referencialidad única del sujeto obrero en la multiplicidad de identidades y nichos políticos particularizados.

Y es que el Ciclo de Octubre, en su largo declinar, se puede comprender como el adormilado regreso del proletariado, incapaz de continuar por la senda de lo nuevo que su propia práctica revolucionaria había conseguido despejar, hacia su vieja cuna original democrático-revolucionaria. No es de extrañar, por tanto, que su cierre definitivo haya resucitado todo el utillaje ideológico-político (lo plebeyo, la sociedad civil, el ciudadano, lo nacional-popular, etc.; sumado al agregado subjetivista de las identidades) del viejo Tercer Estado, que es lo que hoy domina, bajo el rótulo de neón de novísima cartografía, el proscenio de la política radical en el Occidente imperialista. Ahí precisamente reside el secreto del éxito de la CUP y de su referencialidad, para envidia de todos los revisionistas que tratan constantemente de reeditar su singladura, sólo que en espacios y bajo marcas de identidad menos pródigos en los presentes tiempos, como el obrerismo-sindicalismo en nación opresora. Ese secreto, exactamente, no es otro que su enclave sito en el seno de una nación oprimida, Catalunya, su nutrición del elemento democrático general inscrito en todo movimiento de nación oprimida, con esa tradición de protesta general que provee el catalanismo y que le da un horizonte político más elevado, una referencialidad con sustento histórico más allá de la inmediatez y que permite su aglutinante bajo una bandera política de oposición, sin la cual cada lucha particular, cada resistencia, es una mónada a la deriva. Y es que resulta enternecedor escuchar a los representantes y voceros de la CUP utilizar retazos de la vieja retórica revolucionaria francesa, apelando a la fraternidad como expresión redescubierta de potenciación de lo común en la res publica. La nación está en marcha y su libertad abrirá el camino de la justicia social: independencia y socialismo.

Dejemos ahora a un lado la crítica marxista de tales ensoñaciones y centrémonos en la práctica política, pues precisamente ahí reside la fuerza atrayente y referencial de tal proyecto, porque, efectivamente, la nación está en marcha, como prueba la movilización sostenida de millones de catalanes durante años y el momento insurreccional alcanzado en torno al 1-O. Efectivamente, la CUP es perfectamente consciente de la evidencia de que el catalán no es sólo un movimiento nacional democrático-popular, sino que fundamentales segmentos de una burguesía más elevada están integrados en él: de lo que se trata, por tanto, desde su perspectiva, es de la hegemonía de la dirección política de la nación en marcha. Fracasa aquí la puerilidad de la crítica doctrinaria del pseudo-luxemburguismo español: a una abstracción —es decir, a un entendimiento unilateral de la realidad— se le responde con otra (cada una acentuando sólo un aspecto de la dialéctica masas-Estado; expresada aquí como democracia-nacionalismo), y a igualdad de mistificación gana el que más masa político-social, el que más movimiento, ha logrado reunir, confirmando, de paso, los prejuicios nacionalistas de cada una de las partes. ¡Tal es la esterilidad del anti-nacionalismo “izquierdista” español!

Rompiendo las coordenadas de la pequeña burguesía radical: una perspectiva del escenario catalán desde la crítica revolucionaria

Tras haber explicado su necesidad, aceptemos las premisas de la CUP y de la Esquerra Independentista (EI) catalana en general y aceptémosle incluso sus títulos como vanguardia popular del movimiento nacional, pues tal es la base dialéctica de la crítica revolucionaria.[4] Si hay un movimiento dado, una nación en marcha, que se trata de dirigir, si hay un sector de la burguesía, reconocida como rival, pero con la que se puede hacer parte del camino (elementos ambos que encajan en el viejo paradigma democrático-revolucionario), entonces lo que asegura la independencia y la hegemonía del sector popular de la nación es la forma de su organización y dirección política, cuyo base y motor es el movimiento de masas. La clave de la dirección popular del proceso nacional no puede ser otra que el cuidado y el fortalecimiento de ese movimiento de masas.[5] Y aquí la CUP y la EI, con su estructura asamblearia y su apelación a la llamada democracia directa, parece tener las herramientas para sostenerlo y potenciarlo. Son, dada su historia y forma de organización, su expresión concentrada. Lo suficientemente vigorosa incluso, reconozcámoslo, para que la CUP aguantara la presión de la vieja CiU y decapitara políticamente a Mas, imponiendo un calendario político centrado en un referéndum de autodeterminación vinculante.

Objetivamente, en ese momento, la pequeña burguesía democrática establece el rumbo del procés, arrastrando a una burguesía media que, aunque presa entre el ímpetu de masas y la reaccionaria cerrazón del Gobierno español (quien, no lo olvidemos, también ve disputada su base sociológica, esta vez desde la derecha), consigue mantenerse en los puestos de su dirección ejecutiva. El procés asciende, mientras la Generalitat prieta filas. Incluso algún despistado, embebido de vieja fraseología francesa, podría, el día que se aprobó la Ley de Transitoriedad Jurídica, haber oteado ciertos paralelismos entre un Parlament entonando El Segadors y abandonado por la oposición españolista, y ese Tercer Estado autoconstituyéndose en Asamblea Nacional, en la verdadera nación, y empezando a erigir su propia legalidad. La lógica insurreccional de ruptura está detonada y se caldea el día 20 de septiembre ante la reacción de masas contra la acción de la Guardia Civil. El proceso ascendente alcanza cumbre el 1 de Octubre con esa derrota de un Estado español que se había movilizado y proclamado a los cuatro vientos que no habría votación, mientras las imágenes de su rabiosa impotencia lo ponen en evidencia ante toda la opinión liberal occidental. La sensación de victoria y la reacción ante la acción represiva llevan a las masas ante los improvisados acantonamientos y cuarteles de las fuerzas de seguridad españolas: presión y tensionamiento. La huelga para Catalunya el día 3 de octubre: todavía estamos en la cumbre. Hasta ese momento incluso el balance de la alianza con la derecha autonomista (la burguesía media) podía considerarse positivo: además de su cuerpo de masas, había aportado, resultante de su considerable dominio del aparato de la Generalitat, su pericia técnica y logística a la hora de burlar a los servicios de inteligencia españoles, que es otro de los aspectos de la victoria del día 1 de Octubre.

Entre el 1 y el 3 de Octubre se alcanza el punto máximo de ebullición del movimiento de masas. Es precisamente el momento que toda organización revolucionaria de viejo cuño espera: el entusiasmo de la lógica insurreccional ascendente que debe ser preservado y al que se le debe dar forma. El problema político de los “revolucionarios” debe consistir ahora en encontrar el elemento que sirva de vínculo directo entre el entusiasmo de masas y la EI en torno al problema de la república independiente, un elemento que haya formado parte del único momento existencial de esta república, el único momento en que fue un poder real independiente: precisamente el de la denegación del control del territorio al Estado español por las masas y la creación de un espacio seguro en el que sacar adelante sus propósitos el día 1 de Octubre. Tal vez los Comités de Defensa del Referéndum (CDR), curtidos en la organización de masas para la defensa de los lugares de votación y uno de los vencedores del día 1, pudieran haber sido la base apropiada para, enlazándolo con la EI, sostener ese entusiasmo, pues son su misma expresión organizativa, bregados mano a mano con el movimiento de masas. En esos tres días probablemente se alcanzará el máximo punto de convergencia entre una perspectiva democrático-rupturista consecuente y la disposición del movimiento nacional de masas. Era el momento de los “revolucionarios” en el seno de la nación.

La burguesía media lo sabe y cunde la alarma: se palpa el desbordamiento en el ambiente. Si ya sus titubeos se habían ido manifestando en las semanas previas al 1-O, el vértigo del momento los fortalece. Un fenómeno alucinante, sólo posible en la teología y en las no menos místicas cavernas parlamentarias de la politiquería burguesa, el milagro de la resurrección de los muertos acontece entonces: montado entre la infalible certidumbre del palo español y la más que incierta zanahoria europea, Mas resucita para susurrar al oído de Puigdemont. Y es que una de las grandes virtudes del movimiento nacional catalán está siendo el separar nítidamente los momentos en que se expresa su aspecto democrático respecto de los del mezquino regateo nacionalista. Si el 1-O fue su más alta expresión democrática, la sesión del Parlament del 10 de octubre fue el día de la, tan cómica como oprobiosa, mezquindad. Golpe sobre la mesa que devuelve la dirección del movimiento a la burguesía media. Que ésta no tenía aseguradas las riendas en ese momento lo prueba el que se saltara la propia legalidad por ella sostenida, no cumpliendo los plazos establecidos para la Declaración Unilateral de Independencia (DUI): ¡todo por el orden, incluso contra mi ley! Ese día se sentenció la bancarrota “socialista” de la EI en general y de la CUP en particular. Unas firmas cariacontecidas sobre un trozo de papel y el sollozo de Anna Gabriel por la República feminista perdida es todo lo que fueron capaces de pergeñar los “fraticelli” esa jornada: las masas se disolvieron y volvieron ordenadamente a casa. Presos de sus propias contradicciones, los “fraticelli” fueron incapaces de jugar el rol asignado por la tragedia histórica, teniendo que conformarse con ocupar su lugar entre el coro de los farsantes.

Evidentemente, esas contradicciones no son otras que las ya expresadas por Marx, que ya definió a la pequeña burguesía como “la contradicción social en acción”.[6] No obstante, la liquidación práctica del comunismo con el fin del Ciclo de Octubre, su total falta de referencialidad política, la absoluta inanidad e impotencia, cuando no la más llana e ignorante zafiedad, de la gran mayoría de sus autoproclamados representantes hoy, obligan a volver sobre la crítica de una práctica —especialmente cuando nos hallamos ante acontecimientos de densidad histórica— dirigida por viejas concepciones que, revestidas de novedad, dominan el proscenio radical y popular y hacen estragos entre la vanguardia. No vale con la repetición abstracta de las verdades universales del marxismo, sino que debe ser ilustrada y enriquecida por la crítica de la lucha de clases tal y como se manifiesta en la actualidad: esa demostración de su vigor es, montada sobre los resultados que se van obteniendo por el Balance del Ciclo de Octubre, otra de las dimensiones de la reconstitución del comunismo, de la recuperación de su posición de hegemonía y referencialidad de avanzada entre la vanguardia. Tal crítica debe apuntar al escrutinio de una práctica política que hoy se referencia y reputa —y se pone en evidencia a sí misma— como la única práctica “socialista” posible; debe detectar si los que se presentan como los más altisonantes defensores de la práctica y el desarrollo del movimiento de masas y de la democracia son capaces de llevarlas, comprometidos en los acontecimientos de primera magnitud de la lucha de clases en la actualidad, hasta sus últimas consecuencias.

Precisamente, como decíamos, ese marco del movimiento de masas como portador y garante de la democracia se sitúa en la dialéctica masas-Estado. La CUP expresa ejemplarmente el agotamiento histórico de tal dialéctica como plataforma de la revolución social, la insolubilidad emancipatoria de tal dialéctica desde el interior de sus premisas. Para la CUP todo el proceso de independencia popular-nacional se enmarca en tal dialéctica: es el movimiento de masas el que arrastra a las instituciones catalanas a forzar el marco autonómico, a ir más allá de lo que permiten los cauces establecidos por la legalidad española.[7] Esta dialéctica, como está demostrando la práctica, sirve para ese forzamiento, para agravar la crisis política española hasta un punto inimaginable para el resto de plataformas revisionistas o movimientos populares en el Estado español, pero es incapaz de ir más allá. La CUP dice que en este proceso, ya en este mismo momento, se juega la fortaleza del elemento popular en la futura república catalana.[8] Pero el marco político en que ellos encajan el proceso independentista, la dialéctica movimiento nacional-institucionalidad dada, se contradice con el desarrollo consecuente del elemento popular, con el desarrollo de la democracia directa de masas. La confesión programática de tal contradicción es el hiato entre el movimiento de masas y el proceso constituyente, la dualización entre proceso destituyente y proceso constituyente; esto es, en que no es el movimiento de masas el proceso constituyente mismo, sino una futura Asamblea Constituyente. La falta de recorrido “revolucionario-socialista” de la dialéctica masas-Estado se verifica en que los autoproclamados defensores de la democracia directa emplazan la plasmación de los resultados de esta democracia directa, de este “movimiento popular de contrapoder en las calles”, a una institución que es su misma antítesis. Efectivamente, la Asamblea Constituyente es, por su propia naturaleza, la reconstitución de todos los elementos de la democracia parlamentaria, la mejor expresión, en palabras de Lenin, de lo que es la democracia como “forma política ‘normal’ para el capitalismo ‘puro’”, la sanción de la representatividad como delegación de soberanía, la consagración política de la división social del trabajo inscrita en el corazón de las relaciones sociales capitalistas, expresada aquí como la división política representantes-representados; la vivificación y rejuvenecimiento del mecanismo que permite la apropiación de esta soberanía por los representantes, sostenidos por su posición de superioridad de clase en unas relaciones socioeconómicas cuyo cuestionamiento se emplaza abstractamente para una fase posterior: independencia-constituyente-justicia social; pues tal es el esquema de la EI.

La pequeña burguesía radical, esa “contradicción pueblo-burguesía”, apela al pueblo, a su movimiento de masas, para destituir un poder opresivo, pero para la constitución de un “nuevo” poder convoca a la institución de la burguesía por excelencia: el parlamento. El elemento popular de masas es, y sólo puede ser, en tal esquema, elemento de presión sobre una solidificación institucional, sobre un Estado, que es externo a él. Esta prioridad teórico-programática del viejo Estado democrático-burgués se expresa en la práctica cotidiana del procés en que la CUP considera a la institucionalidad catalana, tal y como ha sido directamente legada por el Estado español, como el eje político alrededor del que pivota el proceso independentista: esa institucionalidad es la única solidificación política posible del movimiento de independencia, cuyos ulteriores progresos dependen de que ese mismo aparato sancione lo hecho anteriormente. De este modo, a la futura Asamblea Constituyente como fundamento de un nuevo Estado burgués hemos de sumarle, no sólo el poder material de la lógica de las relaciones capitalistas de división social del trabajo a las que responde y sobre las que se asienta, sino también el peso de la inercia política de ese trocito del Estado español (pues eso ha sido y es en lo fundamental la Generalitat y el Parlament, con sus, hoy todavía aplaudidos por los catalanes, Mossos d’Esquadra) que los independentistas se llevan gustosos y que respetan escrupulosamente bajo la mítica coartada nacionalista de que representa las instituciones históricas de Catalunya. No es ya sólo que el procés tal y como está viniendo dado no pueda justificarse seriamente como soporte de cara a una futura construcción “socialista” en Catalunya, sino que incluso desde la perspectiva del democratismo radical presenta serias deficiencias: no hay ni siquiera “reseteo” completo del orden político directamente desde la masas hacia un nuevo parlamento burgués, sino que la destitución se hace depender de un orden político ya plenamente establecido y constituido: serán los que ya tienen experiencia en su manejo, a los que más beneficia su estructura —esos que vencieron el día 10—, los que puedan añadir esa ventaja política a la ventaja social de su posición de clase para decidir el curso de esa Constituyente y el cómo será la futura república.

Un anticipo ejemplar de todo ello es precisamente esa actuación de los “fraticelli” de la CUP el 10 de octubre en el Parlament. No sólo se les tangó en tienda parlamentaria, puesto que hasta una hora antes del Pleno aún pensaban que estaban allí para proclamar la DUI, sino que su respuesta fue un indicativo de la “feroz resistencia popular” que le esperará a la burguesía catalana en la futura república: perplejidad y sollozo. Nadie se atrevió ese día a cumplir el honroso y digno papel de un Karl Liebknecht en noviembre de 1918, ningún “fraticelli leninista” salió al balcón del Parlament a proclamar ante las masas esa República (feminista, popular… adjetívese como se quiera), apelando precisamente a esas masas. La CUP aceptó ese día que la triquiñuela parlamentaria se estableciera como la regla de juego fundamental, como primer artículo de la constitución republicana catalana, consagró que el Parlament fuera el centro del movimiento nacional catalán, aceptó que sin su ratificación formal nada podía avanzarse en el proceso de independencia, consintió, en fin, que el Parlament violara su propia legalidad y burlara el mandato fruto de la libertad de decisión del pueblo catalán ganada en la calle. Ese día, cuando más lejos había llegado el tensionamiento interno de la dialéctica masas-Estado, movimiento nacional en las calles-institucionalidad catalana establecida, la CUP renunció a la iniciativa y a la dirección del proceso, renunció a llevar hasta sus últimas consecuencias la lógica insurreccional en que ya se había situado el movimiento de masas —y que era la que había propiciado la mayor derrota en décadas del Estado español ante un movimiento político de oposición—, deslegitimándose para, llegado el día de la Constituyente, poder ser algo más que el leal partido de la oposición “social” en la posible futura república burguesa catalana. En la dialéctica democracia-nación, esto es, la dialéctica masas-Estado desde la perspectiva de la cuestión y el movimiento nacionales, la CUP eligió ese día Estado y nación frente a masas y democracia, y demostró que para ella antes está la unidad sagrada del frente nacional, la unidad pequeña-mediana burguesía catalanas, que el respeto escrupuloso por la decisión activa, libre, sopesada y transgresora del pueblo catalán; que antes está la nación que la libertad, que, en fin, antes está el nacionalismo que la autodeterminación.

Y no venga a acusársenos de “putschismo” o “aventurerismo”, pues hemos señalado cuál debería haber sido la tarea de los revolucionarios, de haber existido o de haber tenido capacidad de actuación, tras el 1-O: soldar sus vínculos orgánicos con el movimiento de masas, en tanto éstos pudieran haber existido en la, fugaz pero real, experiencia de forja de un poder —en toda la dimensión de la palabra y que se demostró capaz de disputarle el territorio a las fuerzas españolas y desbaratar su maniobra boicoteadora del referéndum. De ahí nuestra referencia a los CDR como posible epicentro de ese vínculo. Si el elemento popular del movimiento nacional hubiera sido capaz de acumular realmente fuerzas en los años anteriores de procés y materializar en algo sólido su crítica al pactismo de la derecha autonomista, si realmente estuviera basado en la lucha de clases, el día 10 ese inefable Karl Liebknecht catalán hubiera encontrado un suelo al que referirse: transformación de los CDR en Comités de Defensa de la República (¡ni siquiera hubiera sido necesario cambiar las siglas!) y paso de la declaración de independencia a la aplicación de la República independiente. El contexto hubiera sido inmejorable para deslindar con una burguesía media que, contra la pared de la inercia represiva de un Estado fuertemente empujado por el elemento ultra-nacionalista español (ése que, afilando el garrote, es proverbialmente conocido por su escasa capacidad para los matices y los distingos), hubiera tenido difícil, al menos sin jugarse su base social movilizada, zafarse de la obligación de unirse a la iniciativa popular. Y, precisamente para mantener tal atracción sobre los sectores de masas bajo la influencia de la burguesía media —que han sido los decisivos en el procés—, ni siquiera hubiera sido necesario forzar los tiempos: dado el estadio concreto en que real y efectivamente se encuentra la lucha, se podía continuar disciplinando y fortaleciendo a los CDR con las mismas medidas que ya se preveían para después de la DUI parlamentaria —habría tiempo para el aprendizaje en el arte del manejo popular de un poder sostenido prolongadamente en el curso mismo de la lucha—, manteniendo por el momento la forma de desobediencia civil pacífica, aunque sin perder de vista que, antes o después, todo verdadero poder político debe pasar por la prueba de las armas (con lo que ello implica de planificación y preparación del armamento de las masas). La clave hubiera sido precisamente el trastocamiento de la jerarquía masas-Estado, el haber situado la iniciativa en las primeras, obligando a la institucionalidad catalana a seguir sus pasos o entregarse, ganándose otra vez el estigma de botifler, a las fuerzas españolas: forzar una elección que, en unas condiciones inmejorables, hubiera sido decisiva tanto desde el punto de vista de la educación de las masas, como del de la inercia política y la relación de las fuerzas sociales de la República, ya finalmente en marcha. Con toda probabilidad, un segmento del movimiento independentista se hubiera bajado del tren en este momento, pero la lógica de escalada, la lógica objetivamente insurreccional alcanzada en el proceso, favorecía tal tipo de iniciativa, permitiendo el fortalecimiento del elemento social en la lucha, en detrimento del componente patriótico-nacionalista, la apertura hacia fuerzas de clase hasta la fecha, si no opuestas al procés, al menos neutralmente observantes. De hecho, este cambio en la correlación de fuerzas sociales es lo que más fortalecería objetivamente el desarrollo consecuente del proceso, permitiéndole fortificarse ante las amenazas de fuga de capitales con las que el capital financiero había empezado a saludar la simple posibilidad de una DUI (y ello sencillamente por motivo de su amenaza para la ya precaria estabilidad política del emporio imperialista europeo, no por el temor ante una acción anti-capitalista en Catalunya): control social por el único instrumento fiable de la República, el movimiento de masas organizado como base de la misma, del tejido productivo de Catalunya, empezando por el capital fijo, bajo la bandera de defensa de la riqueza nacional. Más aun, incluso la posibilidad siempre cierta de derrota, en este escenario, hubiera sido semilla de futuro, pues si algo demuestra la historia de la lucha de las clases oprimidas es que una derrota tras lanzarse decididamente tras los propios objetivos es elemento de aprendizaje, fortalecimiento y moralización de la fuerza social que la protagoniza, mientras que la abdicación de esos mismos objetivos en el curso de la lucha es estigma de vergüenza y desmoralización para las futuras generaciones.

En cualquier caso, como se ve, nuestra crítica no se ha inventado nada. Ha proyectado un escenario plausible basándose exclusivamente en elementos notoria y públicamente presentes en el escenario de la confrontación política en Catalunya. Ha aceptado las premisas de la EI tal y como han venido dadas, consintiendo con la condición de empezar a jugar la partida en la política nacional de la casa común del catalanismo y su estrategia de intentar alterar la correlación de fuerzas dentro de esa dinámica. Con ello hemos tratado de mostrar que incluso ese escenario puede ser fructífero para el proletariado si hay una perspectiva independiente y una voluntad revolucionaria decidida, que, contra la abstracción chovinista del “anti-nacionalismo” doctrinario (servidor más o menos involuntario del nacionalismo estatalmente privilegiado), existe un elemento democrático de lucha general contra la opresión en todo movimiento nacional de nación oprimida, que no es simplemente una frase y que no es mecánicamente asimilable con el elemento nacionalista (forman una unidad dialéctica), pudiendo esa lucha generar espacios perfectamente aprovechables por un proletariado revolucionario independiente y maduro, esto es, libre de todo doctrinarismo y de prejuicios y estrecheces nacionalistas. Ello, simplemente, no es sino afirmar que el proletariado es la clase de vanguardia de la sociedad y que ya es históricamente maduro como para temer implicarse en toda suerte de crisis y conflictos, sea cual fuere la base detonante; al contrario —y sirva como aviso histórico—, debe ser la burguesía la que se cuide de llevar muy lejos sus mezquinas disputas intestinas, pues el mundo está objetivamente más maduro que nunca para la revolución proletaria. [9]

Como decimos, no hemos puesto sobre el tablero político catalán ningún elemento inexistente. Es más, el eje de la crítica ha sido, siguiendo el precepto dialéctico de “evitar la ocurrencia contrapuesta” y “desarrollar el principio refutado”, el del democratismo de la pequeña burguesía radical. Sus inconsecuencias y sus “deficiencias” no son sino las propias de la clase que lo porta, esa “contradicción social” incapaz de ser consecuente con sus proclamas. Los representantes de la pequeña burguesía radical hoy, en el Occidente imperialista, no son sino un pálido eco, la farsa, de aquéllos que antaño se tocaron con el gorro frigio. Su movimiento no puede desbordar ningún marco social porque ya no representa el movimiento expansivo de acceso del campesino laborioso a la propiedad, sino el retraído intento de proteger una propiedad que ya se tiene y que amenaza naufragio en el oleaje de la acumulación ampliada del capital. En tal tentativa podrá movilizar masas e incluso poner en jaque a gobiernos, pero siempre con el dogal de un orden ya establecido que garantice un freno: “socialismo”, sí, pero como “desarrollo de la función social de la propiedad privada”; “democracia directa”, claro, pero mirando al parlamento. Precisamente, en esa apelación inconsecuente a la democracia directa sólo como elemento destituyente, se aprecia rotundamente lo agotado históricamente de la dialéctica masas-Estado. El movimiento de masas sólo sirve para demoler (aun, como hemos visto, con todas sus inconsecuencias prácticas en lo concreto), pero debe disolverse él mismo en un elemento sólido diferenciado: un Estado aparte y por encima de esas propias masas. El diseño político para el procés de la CUP es la expresión transfigurada y mistificada del proceso histórico necesario de la revolución burguesa: de la movilización democrática de masas a la democracia parlamentaria asentada, del movimiento nacional al Estado-nación; con un toquecito social-democrático si esas masas no se disuelven antes de tiempo. Es un proyecto que sólo puede tratar las contradicciones de la sociedad contemporánea mirando al pasado, porque pertenece a una clase que no tiene futuro.

 

La clave fundamental: el Partido Comunista

Precisamente, lo que vuelven a poner sobre la mesa acontecimientos de la magnitud y densidad de los que sacuden el Estado español estas semanas, es que esa “democracia directa”, esa potencialidad de poder de un movimiento de masas de largo alcance, que la pequeña burguesía sólo puede concebir como fuerza de presión destituyente, es un formalismo vacío, que no expresa más que la potencia socializadora que ya objetivamente constituye el capitalismo en decadencia, pero cuyo contenido, su proyección histórica de clase (y es que “masas” no es una categoría clasista), está fuera de sí mismo. Es, parafraseando a Lenin, ese “Estado burgués sin burguesía”. Que éste pueda transformarse en Dictadura del Proletariado exige una referencialidad previa a su movimiento, pues de lo contrario su único destino objetivo de llegada, más o menos ajetreado, es un “Estado burgués con burguesía”: la Asamblea Constituyente, la democracia parlamentaria. Ahora es cuando se puede completar el contenido de nuestra crítica, despejando definitivamente las tentaciones de asimilarla al “putschismo” o al “aventurerismo” (sólo comprensibles en la medida en que el masismo insurreccionalista contiene intrínsecamente en alto grado tales elementos —véase, por ejemplo, Neuberg—, pero no por la lectura político-táctica de la propicia situación en Catalunya), porque la esencia de la LR se refiere precisamente a las tareas objetivas que deben ser cubiertas para la (re)constitución de ese contenido externo, que no es otro que el Partido Comunista. La CUP, en sus elucubraciones acerca de cómo el movimiento popular debe tratar de garantizar sus intereses en la futura república catalana, con su consigna “de las plazas a la propuesta”, demuestra, en jerga posmoderna, no haber avanzado un paso respecto a las concepciones mencheviques del poder de masas. Exactamente, el menchevismo, expresión ejemplar de las limitaciones del viejo partido obrero, reducía los soviets a “parlamento obrero”, en los que las masas se limitarían a la discusión de las ideas y propuestas que deberían esperar a la convocatoria y realización de la Asamblea Constituyente para ser consideradas y, tal vez, incorporadas en la nueva república democrática. Así, los mencheviques expresaban su consecuente obediencia a los esquemas de un pasado periclitado, el de la revolución burguesa, y su programa de subordinación, como apoyo y grupo de presión, de la clase obrera a la burguesía. La historia ya demostró que la democracia consecuente se traduce en la fusión del poder ejecutivo en los órganos legislativos, que no son otros que el movimiento de masas organizado: él ejecuta lo que él mismo decide. La historia demostró a su vez que ello sólo es posible si previamente existe el instrumento político que pueda estabilizar y soldar tal orden: el partido revolucionario. El paso histórico, desde el punto de vista de la forma de la institucionalidad estatal, de la revolución burguesa a la revolución proletaria, el tipo de relación inevitable entre la democracia proletaria y la democracia burguesa, ya quedó sentenciado en enero de 1918 cuando el marinero Zelezniakov, responsable de un destacamento de la Guardia Roja, expresión del poder de los soviets y de su conexión con el Partido Bolchevique, forzó la disolución de la Asamblea Constituyente rusa de una vez para siempre. Ninguna teoría revolucionaria de vanguardia puede hoy partir desde menos.

De este modo, no es tanto que a la CUP le haya faltado voluntad, ni siquiera es determinante el origen sociológico inmediato de sus dirigentes; lo que fundamentalmente determina el carácter de clase de su acción política es la forma de construcción del movimiento político sobre el que se sostienen. Precisamente, la inmediatez del agregado de luchas de resistencia de abajo hacia arriba es intrínsecamente incapaz de superar la reproducción del medio que las genera: de ahí la incapacidad de encontrar una bóveda aglutinante de tal conglomerado que no sea la referencia política ya dada de la nación (que precisamente por ser oprimida, por existir ese elemento democrático en su movimiento, es lo que les da ventaja sobre otros oportunistas hispánicos, impedidos siquiera de edificar esa bóveda); de ahí que hayan sido incapaces siquiera de concebir la ruptura de la unión sagrada; de ahí que su programa político máximo no pueda ser objetivamente otro que un Estado-nación que, Asamblea Constituyente mediante, integre en alguna medida la necesaria proyección social-democrática de esas luchas de resistencia. El verdadero organismo revolucionario, el Partido Comunista, se constituye exactamente de modo inverso: de arriba hacia abajo. Desde la comprensión y síntesis de la experiencia histórica más elevada de la lucha de clases, las revoluciones proletarias del siglo XX, hasta su concreción y materialización en la realidad concreta inmediata. Sólo sobre esta base se construye independencia revolucionaria, pues no está en última instancia supeditada a ningún elemento de reproducción material del mundo establecido, permitiendo operar la transformación sobre todos ellos. Sólo en ese camino se forja el material humano capaz de desenvolverse en todas las situaciones de crisis sin dejarse arrastrar por ellas. Y ello, precisamente, porque ese material humano nuevo, la formación de auténticos revolucionarios, exige autotransformación de sus componentes: la vanguardia no se proclama, se construye en un proceso de revolucionarización en el interior de la clase que, de este modo, se sitúa en disposición de revolucionarizar la sociedad en su conjunto: es la nueva dialéctica vanguardia-Partido. Este eje de relaciones sociales revolucionarias es el pivote que puede generar una referencialidad alternativa que estabilice y desarrolle la democracia llevada hasta sus últimas consecuencias: Estado-Comuna, Estado de masas que funda en su movimiento revolucionario el poder legislativo y el ejecutivo; el asentamiento, por usar los términos de la CUP, de un statu quo que sea cuestionamiento del statu quo.[10] Ello es posible justamente porque la relación revolucionaria y, por tanto, su horizonte de referencialidad, es exterior y previa a la propia movilización de las masas: sólo subordinando el problema de la relación de las masas con el Estado al de la transformación de las masas en vanguardia, sólo anteponiendo el problema del Partido Comunista, es posible estabilizar el movimiento de masas como Estado, sólo así el “Estado burgués sin burguesía” se transforma en Dictadura del Proletariado. O mejor dicho, se genera, porque, como vuelve a demostrar la crisis del Estado en Catalunya (y, con otra forma y contexto, pero con el mismo trasfondo, los ecos del ¡Nunca máis! en las tierras gallegas abrasadas por el fuego), la tendencia objetiva de la crisis social y política en el capitalismo maduro es a crear vacíos de poder (en tanto líquida fugacidad, insostenible sin esa referencia externa, del movimiento de masas que deniega —o suple, evidenciándolo como superfluo desde el punto de vista del interés social general, como en Galiza— el poder establecido). No hay razón para esperar el estallido específico y puntual de tal o cual crisis política en el escenario de crisis histórica general del capitalismo que es el imperialismo, sino que la (re)constitución de la premisa revolucionaria, el Partido Comunista, es la única condición necesaria para ello: Guerra Popular. Sobre esta base de desarrollo autónomo, dependerá de la habilidad y capacidad creativa del sujeto revolucionario para presionar e intervenir en cada una de las manifestaciones puntuales en que se vaya expresando tal crisis histórica el aprovecharlas para potenciar la extensión de su movimiento revolucionario. Basta una mirada desprejuiciada  (internacionalista en este caso), como la que hemos tratado de lanzar sobre la situación en Catalunya, para percatarse de la potencialidad de las condiciones objetivas.

Entonces, pues, sólo la referencia revolucionaria anterior, pre-existente en su materialidad, puede desviar al movimiento de masas de su final necesario dejado a su lógica particular: disolverse en los elementos sólidos del orden burgués, esto es, en su Estado “normal” democrático-parlamentario. Sin esa fuerza de desvío revolucionaria anterior no hay “momento jacobino” de desbordamiento espontáneo posible. Las condiciones de Ciclo concluido, y Catalunya lo ratifica, muestran que esa lógica ha caducado históricamente. Por cerrar la metáfora francesa; lo máximo que permite el mundo actual dejado a la lógica de la reproducción natural de sus contradicciones objetivas es el paso, sin descartar una Convención (Asamblea Constituyente), de la Gironda al Termidor: de la decapitación a la resurrección de Artur Mas (perdón, queríamos decir del rey-emperador, que no es otro ya que el dominio del capital). Y es que esa objetividad, tomada en su conjunto, como totalidad histórica, se resume a una única y vehemente exigencia: (re)constitución consciente del sujeto; necesidad de la formación del partido revolucionario consecuente, de los jacobinos contemporáneos: ésos que una vez tomaron el nombre de bolcheviques.

               Como insistimos, la clave de todo es la constitución previa del instrumento revolucionario central, del sujeto de la revolución, del Partido Comunista. Desde el punto de vista de la cuestión nacional, esto significa la erección del órgano internacionalista del proletariado: un organismo que determine sólo la obediencia y fidelidad a la relación social revolucionaria de elevación de masas a la posición de vanguardia.[11] Dónde y en qué amplitud territorial establecer las bases de apoyo para la extensión social a gran escala de tal relación es por completo indiferente a los internacionalistas, siendo su deber aprovechar todas las circunstancias posibles para ello. Ellos no están atados a la “tradición de las generaciones muertas”, porque precisamente la comprehensión de su historia por parte de los vivos significa su liberación respecto del peso de los espectros: dialéctica vanguardia-Partido como semilla de nueva civilización. No hay instituciones históricas nacionales, nostalgias culturales ni míticas fronteras pasadas a las que obedecer: sólo la perspectiva revolucionaria independiente en la lucha de clases y el cuerpo material construido sobre tal independencia: comunismo como movimiento concreto de transformación del estado de cosas —empezando por el estado de cosas en el seno de la vanguardia—, como premisa básica. A su vez, respecto a esta cuestión, condición indispensable de su feliz tratamiento, debe situarse el conocimiento científico de la vigencia material del Estado-nación como eje de construcción política burguesa para todo el capitalismo y, a resultas, la inevitabilidad de movimientos nacionales y de lucha contra el sometimiento político de las naciones, así como lo que ello exige de reconocimiento proletario del aspecto general de lucha contra la opresión que estos movimientos contienen. Así pues, reconocimiento incondicional del derecho a la autodeterminación de las naciones, con todas sus consecuencias, como reconocimiento teórico de la estructura material necesaria del mundo vigente, con la consiguiente cobertura política para la actividad del sujeto revolucionario, que se ve así, a su vez, fortalecido teóricamente, pues ese sujeto que no es sino esta misma actividad (anti-economicismo en general y anti-economicismo imperialista en lo particular de esta cuestión). De este modo, frente a la consigna de la pequeña burguesía radical de “independencia y socialismo” (independencia, programática e indiscutible como expresión de su necesaria subordinación —y lo hemos comprobado otra vez en la práctica de la EI— a la nación, a la unidad del frente nacional de la burguesía y a sus mitos e instituciones históricas, y luego, tal vez, socialismo, incierto incluso en su empalidecimiento socialdemócrata), el proletariado revolucionario levanta la de comunismo y autodeterminación, desarrollo y concreción coherente para el nuevo Ciclo del principio de socialismo y libertad.

De este modo, independientemente de la extensión del entorno inmediato en que prenderá la chispa de la Guerra Popular, su primera base de apoyo para el nuevo Ciclo revolucionario, el organismo previo llamado a generarla, el Partido Comunista, se organiza en un marco internacionalista. Este marco no es arbitrario, sino que su operatividad exige su coherencia con la especificidad de un contexto social y político determinado que suele venir articulado por el Estado burgués establecido.[12] Precisamente, estas semanas hemos vuelto a ser testigos de la vigencia de este marco, con las fuerzas de la Guardia Civil saliendo de sus cuarteles desde todos los puntos del Estado, entre los vítores y jaleos de la turba reaccionaria, con destino a Catalunya para reforzar los goznes de la imposición española en esas tierras. El proletariado revolucionario no puede, encerrándose en los marcos culturales de la nación, concederle al enemigo la ventaja de una actuación centralizada y coordinada, que le permita desplegar y reforzar sus fuerzas para batir a sus rivales por separado. Cabe aquí imaginarse la actuación de un verdadero Partido Comunista reconstituido, que hubiera podido, sin menoscabo de la lucha democrática del pueblo catalán, realizar todo tipo de acciones efectivas de bloqueo y sabotaje del desplazamiento de esas fuerzas, ayudando materialmente a la lucha por la libertad nacional de Catalunya. La consecuencia democrática de esta lucha, en la línea de lo indicado en nuestra crítica, con la toma de iniciativa revolucionaria por el proletariado, hubiera sido, con su ejemplo, un revulsivo para la acción revolucionaria de clase en otras partes, ayudándose y retroalimentándose mutuamente. Si, con un verdadero Partido Comunista en pie, el Estado español se atreviera a aplicar su garrote contra Catalunya, no habría piolines suficientes para atender a todos los frentes. Como dijo Lenin, refiriéndose a la estrechez nacionalista de la pequeña burguesía ucraniana, es una locura atentar contra la unidad internacionalista del proletariado, incluso desde el punto de vista de la libertad de las naciones oprimidas. Ante esto, hoy, el movimiento independentista catalán se encuentra aislado en el seno de un bloque imperialista hostil, que, aunque en crisis, es lo suficientemente poderoso como para disuadir a otras rapaces de tratar de pescar en río revuelto (véase la actitud de Rusia ante la crisis catalana). El catalanismo no tiene en lo concreto la posibilidad de obtener nada más efectivo que la simpatía de la opinión liberal y el apoyo moral de otros movimientos de pequeña-nación, demasiado ocupados en el ensimismamiento de sus propios regateos nacionalistas particulares con los Estados en que moran como para plantearse una acción efectiva en ayuda de Catalunya. Como se ve, nuestros “sueños” internacionalistas tienen algo más de futuro y potencialidad que las ilusiones pragmáticas de la estrechez nacionalista realmente existente.

En el sendero internacionalista consecuente: por la libertad nacional y contra todo seguidismo nacionalista

               Como ya hemos insistido, el escenario descrito presupondría la existencia de la premisa revolucionaria fundamental: el Partido Comunista, con lo que ello implica de desplazamiento de las coordenadas y referencias ideológicas, políticas, sociales y culturales hoy vigentes. Pero es una muestra del tipo de perspectivas que su existencia podría abrir, lo que, como ya indicamos en nuestros posicionamientos sobre el 9-N, seguramente prevendría a la burguesía respecto a llevar muy lejos sus disputas intestinas. Dada su inexistencia, sin ningún sujeto operativo que pueda alterar las coordenadas establecidas por el enfrentamiento nacional, el escenario al que aboca la crisis política en Catalunya es al del crecimiento aún mayor del nacionalismo en todos los frentes, alimentándose de la dinámica de acción-reacción abierta. Este enfrentamiento está acelerando la descomposición de las estructuras y los pactos de clase sobre los que se sostenía el régimen de 1978, pero ello, de por sí, no acerca ni un milímetro la posibilidad de la revolución proletaria. Es decir, es la estructura política del Estado español, especialmente en cuanto a su composición nacional, la que está en cuestión, no sus fundamentos históricos y sociales como dictadura de la burguesía. Es más, la retroalimentación nacionalista, en ausencia de internacionalismo, sólo puede reforzar esos fundamentos, pues apuntala y reproduce el eje nación-Estado —la forma ejemplar de articulación del capitalismo— como referencia básica de la acción y el conflicto políticos. Tal vez, en el futuro, los actuales límites y fronteras territoriales del Estado español no estén ocupados por un Estado nacional español que retenga forzosamente a otras naciones. Lo que es más difícil de vislumbrar es una zona de la Península Ibérica libre de la dictadura de la burguesía dentro de ese posible futuro. Quizás una buena escenificación de esto que indicamos, ateniéndonos a los acontecimientos de los últimos años, sea el cómo la crisis social y política en Catalunya ha pasado del cerco al Parlament por los indignats en junio de 2011 a la defensa, ante las agresiones del Gobierno español en las últimas semanas, por el movimiento de masas de esa institución histórica de la burguesía, certificada por la incapacidad de la CUP y la EI para articular otra estrategia de lucha para el pueblo catalán que no pase por el nacionalismo.[13] Por supuesto, ello no quiere decir que el movimiento espontáneo de los indignados fuera un movimiento revolucionario, ni que quepa igualar los nacionalismos de nación opresora y oprimida; vale, simplemente, para constatar la deriva de la crisis social y política y el cómo, a pesar de su virulencia, las distintas burguesías han conseguido enmarcarla y reconducirla dentro de cánones respetuosos con su orden social. De nuevo, ello no responde, o no responde principalmente, a ninguna “artera” maniobra de desvío, sino que es el curso natural espontáneo de la crisis social en ausencia de referencia revolucionaria. Que ésta re-emerja, se reconstituya, sólo depende de la acción de la vanguardia determinada por el contexto social y político que la envuelve, esto es, en la actualidad, que sepa conjugar el desarrollo independiente de su Plan Político con una política internacionalista: ahí se encontrará la LR.

               Esta política internacionalista se resume, en primer lugar, en continuar fortaleciendo, más allá y por encima de cualquier marco nacional, los vínculos internacionalistas del proletariado, expresados como articulación de su vanguardia marxista-leninista, en todos los planos: ideológico, político y organizativo. En segundo lugar, combate implacable contra el nacionalismo, en todas sus manifestaciones, centrando la atención en el más peligroso de todos, el de nación opresora, el nacionalismo español, que hoy alienta la política de represión nacional, así como alimenta el fermento de un movimiento fascista. En tercer lugar, la LR continúa consecuentemente con su posicionamiento democrático de reconocer la decisión libre del pueblo de Catalunya que ha resuelto encaminarse por la vía de la independencia nacional.

               El 9-N la LR llamó a apoyar la independencia de Catalunya, posicionamiento que seguía vigente de cara al 1-O, aunque, prestando atención a la independencia de la vanguardia marxista-leninista, no hiciéramos de ese posicionamiento el centro de ninguna acción política específica. El 9-N, como decíamos, elaboramos un posicionamiento de vanguardia, que establecía con tres años de antelación la problemática fundamental a que se encaminaba el movimiento nacional catalán: la aplicación de su resolución independentista, que es precisamente lo que se está jugando estas semanas tras el 1-O. Dada la capacidad operativa material objetiva de la vanguardia marxista-leninista, su permanencia en el estadio de construcción de la vanguardia ideológica, su independencia exigía esperar, para expresar una posición sustantiva, al escrutinio de los acontecimientos, a la educación de la vanguardia desde el análisis de los mismos. Si el 9-N el llamado general a la aplicación de los resultados del referéndum era suficiente para deslindar con todas las fracciones de clase implicadas, pues ninguna estaba dispuesta a ser consecuente con ellos; ante el 1-O lo que marcaba la diferencia, lo que garantizaba el no situar al proletariado a rebufo de ninguna otra clase, era la forma de esa aplicación: eso, objetivamente, sólo puede realizarlo hoy el comunismo con el arma de la crítica revolucionaria. Ello, que el 9-N sólo cabía hacerse con una referencia general a la Guerra Popular y a la potencialidad de este tipo de crisis políticas para la extensión del movimiento revolucionario, ahora, ante la densidad de lo acontecido en torno al 1-O, podía realizarse con un detalle y concreción más ricos, sirviendo para efectivamente ahondar en lo establecido anteriormente, mostrando, por ejemplo, la nítida separación entre el aspecto democrático y el nacionalista en todo movimiento de nación oprimida o cuál debe ser la perspectiva de acción del comunismo en tales situaciones, deslindando inequívocamente con la pequeña burguesía radical.

               Ése es el sentido fundamental de nuestra crítica, que en ningún caso cabe ser interpretada como que la LR niega la posibilidad de que la independencia de Catalunya se materialice finalmente. Al contrario, la inercia chovinista y represiva del Estado español (lo que implica la espiral acción-reacción con toda la inestabilidad y los desórdenes que se quieran, con el consiguiente espacio para la verborrea radical) sólo puede contribuir a ello, aunque sea a más largo plazo. Tampoco cabe entender que esta independencia no sea legítima desde el punto de vista democrático-burgués. Por supuesto que lo es, pero precisamente la partida que nunca se jugó en las primeras semanas de octubre demostró fehacientemente en la práctica concreta lo que ya sabíamos en abstracto, esto es, que, aunque había tablero, no había ningún contrincante de clase antagonista. Ello determina que esa posible República Catalana no pueda ser más que un Estado burgués y certifica para siempre la bancarrota de las credenciales “socialistas” de la EI.

               En cualquier caso, este deslindamiento con ese sector de clase pequeño-burgués es algo que no puede decir el sector del revisionismo que, al menos, no ha caído en el repugnante soporte, directo o indirecto, voluntario o involuntario, al chovinismo español de gran-nación. Porque, por supuesto, la crítica ahora realizada por la LR no cae del cielo, sino que sólo ha sido posible desde la maniobra de deslindamiento con el más o menos inconfesado nacionalismo español del revisionismo “estatalista”, lo que ha permitido que la morfología de la mirada sobre Catalunya fuera la más propicia para la crítica revolucionaria, posibilitando que nuestros hermanos de clase catalanes no pudieran confundirla con el fétido aroma del “izquierdismo” rojigualdo. Como decimos, hasta aquí ha llegado el sector del revisionismo que había conseguido zafarse de ir más o menos descaradamente a rebufo de los aparatos represivos del Estado español: a ponerse a la cola de la pequeña burguesía radical catalanista. Esto es algo evidente, por ejemplo, en Iniciativa Comunista (IC), que no sólo acepta el programa de la CUP para Catalunya, sino que intenta usar la referencialidad que le otorga a la EI en su marco de actuación nacional para tratar de fortalecer el programa reformista de la pequeña burguesía española, resumido en la III República.

Más grave es la posición de Vientos de Octubre (VdO), pues al menos IC levanta nítidamente banderas de clase ajenas, ora la estelada izquierdista, ora la tricolor española, mientras que VdO trata de encubrir igual subordinación bajo los colores del proletariado. Y es que, para deleite del público, la brisilla liquidacionista ha decidido soplar levemente sobre Catalunya. Saludamos alegremente su posicionamiento, pues vuelve a mostrar, para quien tenga ojos, lo completamente ajeno que este grupo es respecto a la LR y su bagaje. ¡No aciertan ni tratando de copiar el posicionamiento político de la LR ante Catalunya! Y ello no sólo es así porque fueran totalmente ajenos a la lucha de líneas en que se forjó tal posición, sino sobre todo porque desconocen su bagaje, desconocen la lógica teoría-práctica en la reconstitución ideológica del comunismo y, por tanto, son incapaces de calibrar la forma y el contenido de la política de vanguardia en cada momento. Sólo pueden desfigurar el movimiento de la vanguardia marxista-leninista arrastrándose extemporáneamente tras su recorrido: y es que toda su existencia política no tiene otro significado que el de la oposición a los progresos de la LR. Por ello, presos de la inercia espontánea del círculo, y ante las prisas oportunistas por ocupar un espacio que la LR parecía dejar al descubierto, sólo han podido ver en su mal documentada crónica periodística respecto de lo que ha rodeado al 1-O que éste no era una “mera reedición” del 9-N en virtud de “la escalada represiva” del Estado, reduciendo los supuestos aportes y ahondamientos de la LR con que patéticamente tratan de obsequiarnos a la enésima reedición reactiva de la plataforma resistencialista anti-represiva de turno. ¡Tan miope es su mirada que en eso han resumido la mayor derrota política del Estado español en décadas y la riqueza de las lecciones que cabía extraer de ella! Tras aconsejarles que presten atención a esa distorsión de la percepción temporal que parece aquejarles (que lo mismo les lleva a tratar de copiar —sin honestamente referir su autoría, por supuesto— las posiciones de la LR ante Catalunya forjadas muchos años después de que diera su supuesto y fatal giro “derechista” y que son una de las bases del proceso de construcción de referente que llaman a liquidar, como a proclamar su posición “frente al 1-O” semanas después de que aconteciera), no nos extenderemos mucho en la crítica de estas gentes.

VdO trata de reprochar a IC su postura de subordinación a la EI catalana, pero al final resulta que el único argumento de la crítica resulta ser el color del trapo que se enarbola. Y es que su postura concreta ante Catalunya es la misma que la que tratan de afear en IC: la total subordinación a la política y la práctica de la pequeña burguesía radical catalanista. ¿Cuál es la postura de VdO ante los acontecimientos que han nucleado este mes de octubre, esto es, el “titubeo” de la burguesía catalana ante la DUI? Pues que “(…) la única vía consecuente pasa por la aplicación de los resultados emanados por el referéndum celebrado el pasado el pasado [sic] 1 de octubre, y que implican la declaración unilateral de independencia de Catalunya.”[14] ¡Exactamente la posición en la práctica de las Gabriel, los Fernández y los Arrufat, que han empleado el mes desgañitándose en la presión para la realización de tal Declaración!; esto es, el pedir, solicitar, exigir —úsese el verbo que plazca— que la burguesía media tome la iniciativa, con todo lo que ello presupone, tal y como hemos visto, en el escenario político catalán concreto: referencialidad y apuntalamiento de las instituciones de la burguesía, de la representatividad y el parlamentarismo; de su Estado en definitiva. ¡Así educa VdO a las masas en el “cuestionamiento de la legalidad”! ¡Así educa VdO a la vanguardia marxista-leninista! En la naturalidad acrítica con todos los tótems del Estado burgués, de los más asentados (el parlamento) a los más novedosos (el feminismo); en la aceptación acrítica de los tiempos, procedimientos y coordenadas que marca la pugna inter-burguesa. De nuevo, ¡nada más ajeno a la LR! Pero no resulta extraño que gentes que han renegado de la praxis revolucionaria histórica del proletariado y se oponen frontalmente a la articulación práctica del referente de vanguardia, traten de adiestrar a los elementos más avanzados del proletariado en la petición de declaraciones parlamentarias a los representantes de la burguesía: ¡y es que tal vez éstos puedan proveernos de alguna filantrópica “medida básica”!

La bandera roja es mucho más que un trapo de color; la bandera roja es una concepción del mundo, una historia revolucionaria que se proyecta consistentemente, un Plan Político y la organización sistemática del mismo: una línea histórica de coherencia que hoy sólo puede enarbolar y que enarbola la LR en el proceso de articulación del referente de la vanguardia marxista-leninista.


¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!

¡Viva el internacionalismo proletario!

¡Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre!

¡Sin autodeterminación no hay democracia!

¡Solidaridad con Catalunya!


Comité por la Reconstitución
25 de octubre de 2017




Notas: