Un Primero de Mayo a 100 años de 1917


Este año que discurre tiene una significación particular y un lugar especial en la memoria de cualquier revolucionario: se cumple un siglo de aquel terremoto que, con su epicentro en el lejano Imperio Ruso, vino a conmover los cimientos mismos del mundo moderno. El secular dominio de los zares, con su burocracia y su policía –instituciones tan aparentemente eternas como débiles en su intimidad–, se derrumbaba en febrero (marzo según el calendario gregoriano) como un castillo de naipes frente al envite de las masas revolucionarias. La primera guerra interimperialista, negro nubarrón que hoy vuelve a amenazar con tormenta, terminó de hastiar a un pueblo que ya había ensayado la revolución en 1905. Cayó el Imperio; nació la República. La dictadura de los capitalistas vino a sustituir la de la nobleza terrateniente.

Pero si algo nos enseña el marxismo es, precisamente, que la democracia es sólo otra forma de dictadura. Su inseparable anverso, para ser más exactos. De lo que se trataba ahora, en la primavera y el verano de 1917, era precisamente de preparar la destrucción de la democrática dictadura de los capitalistas y la edificación de la Dictadura del Proletariado. Mas, ¿cómo hacerlo? Los Soviets tenían el potencial necesario. El Partido Bolchevique disponía de la conciencia imprescindible para desatarlo y la convicción suficiente para hacerlo. Era un Partido fraguado en décadas de lucha ideológica (esfera de la lucha de clases tan ajena a viejos y nuevos revisionistas); había puesto a prueba su compromiso internacionalista –repudiando la opresión nacional tanto como anhelaba la confraternización universal del proletariado más allá de las fronteras de la burguesía–; no se había dejado llevar por las inercias sindicalistas, tan caras a esa vanguardia mediocre y encerrada en su economicismo. Los Soviets habían surgido espontáneamente, sí. Pero mientras permanecieron anclados en esa condición espontánea no pudieron hacer otra cosa que “entrega(r) voluntariamente el Poder (…) a la burguesía” (Lenin). Los bolcheviques sabían que debían conquistar la hegemonía en los Soviets, esto es, hacer prevalecer la línea proletaria en su seno. A ello dedicaron todos sus esfuerzos en ese impasse entre dos revoluciones. La experiencia política de la dualidad de poderes demostró la justeza de la propuesta bolchevique, y su audacia como verdadero movimiento revolucionario de vanguardia inauguró una nueva era de esperanza para los explotados y oprimidos del mundo.

Lejos queda la verdadera historia de la Gran Revolución Socialista de Octubre del mito insurreccionalista en que lo ha convertido el revisionismo. No fue el devenir espontáneo de las masas el elemento determinante de la segunda Revolución Rusa. Sí lo fue, en cambio, el actuar subjetivo del Partido de Lenin. Allí donde el oportunista menchevique, ebrio de mecanicismo, quería observar una rígida e irreal sucesión de etapas históricas necesarias y predeterminadas, el bolchevique veía sólo la atmósfera que le permitiría incendiar deliberadamente la pradera del viejo mundo. Hoy, igualmente, allí donde el  revisionista espera que la revolución llegue de la mano de la crisis económica, el comunista consecuente aspira a generar una crisis revolucionaria de manera consciente. Pero toda meta reclama un Plan, y el Comunismo requiere de sus mediaciones.

En abril de 1917 Lenin reflexionaba sobre la necesidad de cambiar el nombre del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (bolchevique) a Partido Comunista. Había que adecuar la vieja forma del Partido al nuevo contenido histórico que encerraba. Hoy, el Movimiento Comunista debe situar el contenido de su actividad al nivel exigido por la tradición revolucionaria de la que se reclama. Relanzar la Revolución Proletaria Mundial pasa por edificar sus bases de apoyo, es decir, Estados de Dictadura del Proletariado; tales Estados-Comuna sólo podrán emerger como resultado del desarrollo de Guerras Populares dirigidas por verdaderos Partidos Comunistas, que expresen la fusión entre el Socialismo Científico y el Movimiento Obrero, esto es, la ligazón de vanguardia y masas en un verdadero movimiento revolucionario; y para que esta fusión vuelva a ser posible, para reconstituir este íntimo vínculo político, debemos cifrar nuestros esfuerzos en este impasse entre dos ciclos revolucionarios en reconstituir ideológicamente el marxismo-leninismo. Esto implica resituar el comunismo como ideología de avanzada, haciéndolo hegemónico en la vanguardia, y para ello debemos sintetizar teóricamente, en lucha de dos líneas con el revisionismo, la experiencia del Ciclo de Octubre. La Gran Revolución Socialista de Octubre constituye su inicio y paradigma. ¿Qué mejor lugar por el que continuar?



¡Viva el centenario de la Gran Revolución Socialista de Octubre!

¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!