Alrededor del internacionalismo proletario:

respuesta a los camaradas de Balanç i Revolució


La motivación de este documento es contestar desde el Movimiento por la Reconstitución como creciente conjunto a la respuesta crítica de los camaradas de Balanç i Revolució (BiR), recibida en diciembre del pasado año y que, además de apuntar al comunicado conjunto del Movimiento con motivo de las elecciones al Parlament del 27-S, que los camaradas de BiR suscribieron, continuaba el debate motivado por la discusión de dicho comunicado.

Al igual que los camaradas de BiR, “entendemos que es mejor ir siempre hasta el final; aclararlo todo con tiempo” (p. 51[1]), y más tratándose, como es el caso, de cuestiones de calado que atañen a los principios ideológicos del proletariado revolucionario. Esta comunión entre nosotros respecto a la crucial importancia del debate entre revolucionarios, de abordar hasta el fondo los matices y las diferencias de principio, nos anima en esta respuesta a la vez que nos insufla optimismo respecto a la feliz resolución de esta discusión. Tanto el tiempo como el espacio que dedicamos a esta contestación deben entenderse como expresión de esta consideración, así como del aprecio que guardamos hacia los camaradas de BiR y del deseo indudable de que podamos caminar juntos por la abrupta, pero luminosa y promisoria, senda de la reconstitución del comunismo y la revolución proletaria.

A continuación vamos a expresar calificativos ideológico-políticos indudablemente ásperos, pero que no son el resultado de ningún orgullo zaherido por la crítica anterior, sino que aparecen como el resultado necesario del contraste crítico, de desarrollar ciertas líneas lógicas ineluctables desde los presupuestos del marxismo. Insistimos, ello no menoscaba nuestro aprecio por los camaradas y nuestro deseo de profundizar la unidad política con ellos —inseparable, por supuesto, de la unidad de principios—, pues los errores que juzgamos cometen tienen una explicación objetiva que trataremos de exponer en el lugar apropiado de este documento.

Aun más, antes de empezar el apartado propiamente crítico de esta respuesta, nos gustaría alabar y saludar la voluntad unitaria y la presentación de su trabajo particular en tanto destacamento como una parte subordinada a un todo mayor (el trabajo del conjunto de nuestro Movimiento), expresadas por los camaradas de BiR al principio de su documento. Asimismo, queremos alabar y saludar calurosamente el espíritu crítico y el ánimo de debate que muestra el texto de los camaradas, sin dejarse intimidar por un supuesto principio de autoridad en el desarrollo de su razonamiento, extendiendo su crítica a las posiciones que juzgan erróneas, sin importar si han sido emitidas por algún destacamento con cierta solera en la Línea de Reconstitución (LR). Efectivamente, no hay ni puede haber entre nosotros ningún Aristóteles, ningún otro principio de autoridad distinto del contraste crítico y la coherencia racional de nuestra cosmovisión (inseparable de la experiencia histórica de la lucha de clases y la revolución proletaria).

Este espíritu científico es indudablemente saludable, siempre, no obstante, que no se caiga en una pelea por palabras, en logomaquia vacía, que sustituya a la lucha entre ideas, conceptos y políticas. Este defectuoso estilo de trabajo conduciría inevitablemente a la degradación del concepto de lucha de dos líneas, abocándonos a esa caricatura de intelectualismo donde a buen seguro gustarían de vernos nuestros enemigos obreristas. Y es que, efectivamente, los camaradas de BiR no tienen “ninguna duda que en toda la LR se comparte esta visión, estos elementos internacionalistas” (p. 52), que han sido fehacientemente demostrados en la práctica, como reconocen los camaradas de BiR cuando hablan de la “ocasión inmejorable para la intervención internacionalista de la vanguardia comunista y la solución de la cuestión catalana (9-N)” (p. 53). Cabe preguntarse, si no hay dudas y esto se ha demostrado en la práctica política, cuál es el origen de esta disputa, qué anima a los camaradas a prolongar la polémica. En cualquier caso, lo que aparentemente empezó por una disputa sobre matices de palabras (“fusión” o “síntesis”, “rector” o “liderazgo”), ha desvelado que, efectivamente, hay una lógica política tras ella, llegándose hasta una confrontación de principios. Y es que como decía Lenin:

“(…) toda pequeña discrepancia puede hacerse grande si se insiste en ella, si se coloca en primer plano, si comenzamos a buscar todas las raíces y todas las ramificaciones de la misma.”[2]

Efectivamente, los camaradas de BiR se han empeñado en buscar las “raíces y ramificaciones” de la disputa, escalando desde una aparente disputa por pequeñeces hasta alcanzar la cota de una lucha de dos líneas en el sentido fuerte y riguroso del concepto, esto es, un enfrentamiento entre dos concepciones del mundo opuestas, entre las concepciones de las dos clases principales de la sociedad contemporánea. Esto se refiere especialmente a la primera de las dos críticas que plantea BiR, la de la definición y el contenido del concepto de internacionalismo proletario, siendo a la que dedicaremos, con diferencia, más espacio y atención. La segunda, referida al Procés en Catalunya, tiene menos calado, pues se refiere a un tema de análisis de la realidad política, no a una cuestión de principios, y aquí la divergencia entre nosotros es prácticamente inexistente, pivotando casi completamente alrededor, esta vez sí, de una pelea por palabras (aunque hay que decir que en algunos matices, inevitablemente, se dejan ver efectos relacionados con la cuestión de fondo anterior).

I. La revisión del concepto de internacionalismo por BiR

Sin más prolegómenos, pasemos a atender a la raíz teórica de la polémica. Ésta, a nuestro juicio, se encuentra en la revisión unilateral por parte de los camaradas de BiR del concepto de internacionalismo que nos lega el marxismo y que es parte de su consistencia intrínseca como cosmovisión del proletariado en tanto clase independiente. Desde esta revisión, los camaradas desatan una tormenta de rigor lógico que, no obstante, les lleva a conclusiones erróneas. Y es que, efectivamente, si la premisa es errónea, la corrección formal del pensamiento no puede evitar conclusiones falsas. Si decimos, por ejemplo, “todos los hombres son inmortales”, podemos situar el segundo término del razonamiento, “Sócrates es un hombre”, y continuar con todo rigor hasta su culminación lógica, sin que ello impida ni por un instante el resultado de administrarle la cicuta al filósofo en su fría celda. Igualmente, estas premisas erróneas llevan a los camaradas a sugerir acusaciones, cuanto menos imprudentes, hacia la LR, como cuando dejan entrever que ella pueda verse aquejada de luxemburguismo o espontaneísmo. Subrayamos la cuestión del rigor lógico de la argumentación de BiR porque lo que sin duda alguna es en general una inestimable virtud intelectual, de la que los camaradas pueden congratularse, resulta en este caso un agravante, pues este vigor lógico hace aparecer las premisas de los camaradas perfectamente entrelazadas, sirviéndonos la semilla de una línea alternativa completa, algunas de cuyas primeras consecuencias empiezan a extraer, como veremos, los propios camaradas. En efecto, no se trata de errores aislados, cuya lenidad vendría de suyo dada por su propio aislamiento, sino de un engarce bien hilado y, por ello, potencialmente desarrollable a mayores de una forma coherente. Trataremos de continuar la lógica ineluctable de la argumentación de BiR a fin de mostrar sus desastrosas y liquidadoras consecuencias finales, que estamos seguros que los camaradas no han advertido.

El origen de la polémica y de la argumentación de los camaradas de BiR reside en su briosa afirmación de la inseparabilidad del internacionalismo y la democracia, siendo que conforman una unidad intrínseca, casi podríamos decir dada, puesta, inconcebible de forma separada y que no cabe observar como opuestos externos. Como señalan los camaradas:

“Nuestra crítica iba dirigida al hecho de contraponer democracia con internacionalismo, de establecer una relación externa y polarizada entre ellos.” (p. 51)

De este modo, los camaradas concluían sentenciosamente: “no hay internacionalismo sin democracia” (p. 51). Para ser más exactos, según BiR la democracia es un componente intrínseco del internacionalismo, que resultaría entonces de la combinación de aquélla con otro elemento. ¿Cuál es ese elemento? Los propios camaradas nos informan al respecto:

“Más sencillamente, el internacionalismo no puede sintetizarse con la democracia porque ésta ya es parte o momento de aquél; lo que se fusiona con la democracia es el espíritu universal de la clase de los explotados, que no es lo mismo que internacionalismo.” (pp. 51-52)

Como vemos, el otro elemento lo constituye “el espíritu universal de la clase de los explotados”. Desde aquí, los camaradas nos dan una muestra de esa consistencia argumental indicada cuando señalan que la identificación de este espíritu con el internacionalismo sería luxemburguismo, del mismo modo que, en consonancia, su separación de la democracia nos haría reos del mismo error. En definitiva, los camaradas de BiR nos presentan su concepción de internacionalismo en lo que podríamos resumir con una sencilla fórmula: “espíritu universal de la clase de los explotados” + democracia = internacionalismo (entendemos que proletario, como indican, por ejemplo, sin mucha insistencia los camaradas en la misma primera página [p. 51] de su documento, siendo este tipo de internacionalismo el único que puede ser objeto de nuestro interés desde el punto de vista de una polémica de principios en el seno de la vanguardia proletaria).

Toda la cuestión estriba en esta fórmula y en qué entendemos por ese “espíritu universal de la clase de los explotados”. Consecuentemente con la posición que este concepto ocupa en la argumentación de los camaradas, así como por la relación explícita que ellos mismos establecen, podemos entender que este “espíritu universal” cabe identificarse y asimilarse con la conciencia de clase en sí del proletariado, con la conciencia que emana de su posición objetiva en el proceso capitalista y con su movimiento económico y espontáneo. Para probar que esta interpretación no emana de alguna extralimitación deductiva por nuestra parte[3], veamos cómo la sitúan los propios camaradas. En primer lugar, aparece en esa operación de equiparación entre este “espíritu universal” y el internacionalismo, propia, según los camaradas, del “’internacionalismo’ vulgar luxemburguista”:

“Identificar ambos términos es precisamente luxemburguismo, pues implica que el tratamiento revolucionario de la cuestión nacional, el internacionalismo, puede realizarse desde ese carácter universal del proletariado directamente, cuando lo cierto es que esto es solo una base que necesita el elemento democrático como mediación para alcanzar la unidad dialéctica superior internacionalista.” (p. 52)

Efectivamente, con todo rigor cabe situar que la base fundamental de los errores de Rosa Luxemburgo, común en mayor o menor medida entre el grueso de la izquierda de la II Internacional, es el doctrinarismo obrerista, el considerar que la clase obrera, por su situación objetiva dada y en su movimiento económico-espontáneo como tal, es en sí y de por sí revolucionaria. El que los camaradas invoquen el nombre de Luxemburgo para hablar de un “internacionalismo vulgar” identificado con el “espíritu universal de los explotados” indica con claridad que éste no es otro que ese movimiento económico-espontáneo. Aun más, la gráfica referencia, de nítidas resonancias infraestructurales, a que éste es “sólo una base” que “necesita el elemento democrático” para operar, refuerza ese carácter objetivista y económico que referimos. Pero los camaradas hacen también una vinculación explícita. En efecto, cuando critican el “desacierto” del posicionamiento de los camaradas del Movimiento Anti-Imperialista (MAI) ante el 9-N y sacan desafortunadas conclusiones acerca del supuesto espontaneísmo implícito en el mismo, los camaradas de BiR señalan:

“(…) el internacionalismo se presenta ya de por sí como un supuesto espíritu universal esencial del proletariado al que solo hace falta unir algo externo (el aspecto democrático) para tener un internacionalismo ‘verdadero’. Como si hubiera un internacionalismo genuino a la clase en sí que tuviera que elevarse, añadiéndole democracia, a un internacionalismo de verdad.” (p. 52)

Como vemos, clara y explícitamente, el furor anti-espontaneísta y anti-esencialista de los camaradas vincula directamente ese “espíritu universal” con la “clase en sí”. De ahí parte consecuentemente toda su crítica a las supuestas concesiones —o, cuanto menos, apertura— de la LR al espontaneísmo[4].

En definitiva, se trata de que ese “espíritu universal de la clase de los explotados” está caracterizado por la espontaneidad y la ausencia de conciencia (obviamente, en el sentido leninista, plenamente restaurado por la LR, del concepto y que, sin duda, los camaradas comparten, que define la conciencia por oposición a la espontaneidad[5], como conciencia revolucionaria, para sí, lo cual, por supuesto, no quiere decir que los momentos del proceso de la materia social estén exentos de algún tipo de subjetividad, de algún tipo de conciencia de sí). Precisamente, esta identificación de los camaradas representa la frágil base de su castillo de naipes conceptual que al desmoronarse les hará incurrir exactamente en los mismos “desaciertos” que achacan a la LR. Y es que, efectivamente, qué es el movimiento económico-espontáneo de la clase obrera con únicamente conciencia en sí sino el movimiento burgués del proletariado. Lenin es claro e insistente al respecto; permítasenos citarlo extensamente:

“Puesto que ni hablar se puede de una ideología independiente, elaborada por las propias masas obreras en el curso mismo de su movimiento, el problema se plantea solamente así: ideología burguesa o ideología socialista. No hay término medio (…). Por eso, todo lo que sea rebajar la ideología socialista, todo lo que sea separarse de ella significa fortalecer la ideología burguesa. Se habla de espontaneidad. Pero el desarrollo espontáneo del movimiento obrero marcha precisamente hacia la subordinación suya a la ideología burguesa (…) pues el movimiento obrero espontáneo es tradeunionismo (…) y el tradeunionismo no es otra cosa que el sojuzgamiento ideológico de los obreros por la burguesía.
(…) también nosotros, como todos los burgueses del Occidente de Europa, queremos incorporar a los obreros a la política, pero sólo y precisamente a la política tradeunionista y no a la política socialdemócrata. La política tradeunionista de la clase obrera es cabalmente la política burguesa de la clase obrera.
(…) todo culto a la espontaneidad del movimiento de masas, todo rebajamiento de la política socialdemócrata al nivel de la política tradeunionista significa precisamente preparar el terreno para convertir el movimiento obrero en un instrumento de la democracia burguesa. El movimiento obrero espontáneo sólo puede crear por sí mismo el tradeunionismo (y lo crea de manera inevitable), y la política tradeunionista de la clase obrera no es otra cosa que la política burguesa de la clase obrera.”[6]

Tenemos, pues, que el primer término que operan los camaradas de BiR en su fórmula para derivar el internacionalismo es un elemento inequívocamente burgués, el proletariado en su movimiento social como variable del capital. Tanto Lenin como la historia del movimiento obrero, como también la realidad que nos circunda, muestran fehacientemente su carácter burgués, cuyo desvelamiento y puesta en claro es, precisamente, uno de los arietes de la LR. Pero, ¿qué hay del segundo término? Ése que operaría la “mediación” hacia la “unidad dialéctica” consumada del internacionalismo, esto es, la democracia. Aquí debería haber menos dudas al caracterizarla como un inequívoco principio burgués, y no sólo eso, sino como el principio político burgués por excelencia. Por si acaso, otra vez Lenin vuelve a clarificarlo:

“En general, la democracia política no es más que una de las formas posibles (aunque sea normal teóricamente para el capitalismo “puro”) de superestructura sobre el capitalismo.”[7]

Efectivamente, no sólo es que sea un principio político burgués, sino que es el “normal teóricamente” para el “capitalismo puro”. Evidentemente, en una discusión teórica, de principios, como en la que estamos embarcados, esta indicación de Lenin es particularmente relevante. Y es que no debería ser difícil comprender que la premisa de la producción capitalista es el intercambio mercantil, que emana de la división social del trabajo entre productores independientes, esto es, que la unidad y homogeneidad del proceso capitalista procede dialéctica e intrínsecamente de una heterogénea pluralidad de productores-propietarios de base. Consecuentemente, la superestructura más consistente respecto a esta base es la fundada en el pluralismo político, en la igualdad formal de todas las manifestaciones políticas[8].

En definitiva, la propuesta para la conceptualización del internacionalismo de los camaradas de BiR pretende hacerlo derivar de la suma “dialéctica” del movimiento económico-espontáneo del proletariado y la democracia. Subrayémoslo, de la suma de un movimiento burgués y un principio político burgués resultaría, según BiR, el internacionalismo ¿proletario? Esto, camaradas, no es dialéctica, ¡esto es alquimia! ¡De la combinación de diversos latones burgueses emanaría transmutado el oro proletario! Ello lleva a caer de lleno a los camaradas de BiR en eso que denuncian, como hemos visto con su sugerencia de que la LR daría pábulo a una concepción “esencialista-espontaneísta” del proletariado, al que sólo habría que “unir” la democracia para tener, no sólo un internacionalismo más “verdadero”, sino, en este caso, el único concebible. Y no sólo caen en ella, sino que la empeoran, porque deniegan la sustantividad del elemento proletario revolucionario, su preferencia, que en su fórmula ya no aparecería como elemento primario e independiente, sino como el producto de la combinación de los elementos inmediatos del mundo burgués, esto es, servidos hic et nunc, aquí y ahora, por la estructura sociopolítica del régimen burgués.

La conclusión política inmediatamente necesaria es que los camaradas incurren de lleno en una desviación nacionalista. Y es que si seguimos la lógica ineluctable por ellos planteada, no es que la democracia sea para BiR un componente intrínseco del internacionalismo, no es que ella sea un elemento inseparable de éste, sino que lo agota y se identifica con él, es decir, la democracia subsume el internacionalismo, éste es disuelto en ella. Efectivamente, si la plataforma objetiva de toda operación internacionalista es el proletariado en tanto objeto, en tanto variable “económica inconsciente”, que, insistimos, “sólo es la base” para la operación democrática, tenemos que esto, la democracia, es lo que corresponde a la esfera de la actividad, al plano de la acción política de la vanguardia; es precisamente la democracia lo que viene aportado por el factor consciente. BiR, en su cruzada anti-espontaneísta y debido a lo erróneo de sus premisas, ha acabado presentándonos con toda seriedad la teoría revisionista del despegue del proletariado desde su conciencia en sí a la conciencia para sí, degradándola incluso, pues en el elemento mediador brilla por su ausencia cualquier contenido teórico-ideológico, cosmológico, sino que éste es un instrumento genuinamente político, la democracia, que remite inmediatamente a la esfera del Estado. Resulta así abierta de par en par la puerta para un reduccionismo pragmático-politicista de la actividad y el papel de la vanguardia proletaria, muy habitual durante el ocaso del Ciclo de Octubre: la política por la política, hija legítima del movimiento por el movimiento, elementos ambos perfectamente representados en la fórmula “internacionalista” de los camaradas.

Y decimos que es una desviación nacionalista, porque, precisamente, ¿a qué se refiere la democracia en la cuestión nacional? Los propios camaradas nos responden:

“(…) el internacionalismo exige la democracia (el contenido democrático, el derecho a la autodeterminación, la igualdad de derechos nacionales, etc.) en síntesis con la tarea revolucionaria de fusión en un movimiento único internacional.” (p. 51)

Ya vamos viendo en qué consiste esa “tarea revolucionaria” de “síntesis” en la concepción que nos presentan los camaradas, y tendremos oportunidad de hablar más de ese contenido del “movimiento único internacional” al que se refieren, pero, efectivamente, como bien señalan los camaradas, la democracia en la cuestión nacional es eso: igualdad de derechos entre las naciones, derecho a la autodeterminación, que, como nos enseña Lenin, se refiere exclusivamente al derecho político de la nación a formar un Estado propio[9]. Así pues, evidentemente, la democracia en la cuestión nacional y su manifestación suprema, el derecho de autodeterminación, tienen como horizonte necesario el Estado nacional. Esta verdad no se refiere, además, exclusivamente a un concepto meramente positivo-politológico, sino que tiene una profunda carga histórica, pues, efectivamente, nación y democracia son conceptos íntimamente emparejados por la experiencia histórica, el apogeo de cuya comunión viene dado por la era de la revolución democrática burguesa[10]. Como vemos, los camaradas identifican el internacionalismo con el elemento democrático, haciendo pivotar alrededor de éste la actividad consciente de la vanguardia, siendo, además, que es un concepto político que se refiere fundamentalmente al plano del Estado[11], y que, como vemos, centrado en el tema concreto de la cuestión nacional, apunta con toda la poderosa inercia del proceso histórico hacia el Estado nacional.

Los propios camaradas de BiR reconocen, en una nueva muestra de ese rigor lógico que les caracteriza, esta deriva, la implacable fuerza arrastrante de la potente carga histórico-material que guardan los conceptos políticos —y en la que se han visto atrapados—, cuando empiezan a disponer algunas de las consecuencias necesarias de sus planteamientos de partida:

“Además, en la fórmula de internacionalismo con democracia, queda al aire un internacionalismo entre no iguales: un internacionalismo unitario en desigualdad de condiciones. Y esto, como sabemos, da pie a multitud de concepciones: internacionalismo ‘parcial’, ‘imperialista’ con aquellos que solo comparten una situación económica/política dada, internacionalismo ‘vulgar’ luxemburguista, etc.” (p. 52)

De este modo, los camaradas nos advierten contra un “internacionalismo entre no iguales”. Desde la posición del proletariado como clase independiente, desde la posición del comunismo revolucionario, la primera reacción ante esta prevención de los camaradas no es otra que la de la perplejidad y el estupor: ¿acaso esta “no igualdad” no es lo que hay en nuestro mundo? ¿Acaso no existe la opresión nacional? La precaución y alerta ante esta criatura del “internacionalismo entre desiguales” conduce, con toda evidencia, necesariamente a la búsqueda y la proclamación de la necesidad de un internacionalismo entre iguales. ¿Y qué puede ser éste si usamos con propiedad las herramientas de las que nos ha dotado BiR, con toda su carga histórica y el lugar preciso que ocuparían en la concepción marxista? Por usar el rigor lógico con que nos han aleccionado los camaradas, ello, la necesidad de un internacionalismo entre iguales, fruto necesario de la subsunción del internacionalismo en la democracia y de la inercia política estatal de este concepto referido a la cuestión nacional, en la afortunada expresión que ellos mismos emplean, “daría pie”, desde el punto de vista programático, a la proclamación y necesidad estratégica de Estados nacionales, a su emergencia por doquier como tarea proletaria, para asegurar la “igualdad democrática-nacional” entre los obreros, como paso previo al socialismo, siendo previo precisamente para evitar la existencia de desiguales nacionales, de nacionales que hayan carecido de Estado propio en tanto tales, que empañen este socialismo. La otra posibilidad es peor aún (aunque puede que más congruente con la “inseparabilidad internacionalismo-democracia”), pues desfiguraría y vaciaría completamente el contenido cualitativo del socialismo como estadio de transición a la sociedad comunista, como proceso de disolución de las naciones, y sería designar el socialismo como el lugar para el cultivo de este “internacionalismo entre iguales”, etapa histórica que, por tanto, debería dar lugar al florecimiento de las naciones, a su pleno y verdadero desarrollo, lo que nos situaría de lleno en las posiciones del austromarxismo combatidas por los bolcheviques[12].

Y es que, como vemos, los camaradas sólo avituallan a la vanguardia proletaria con lo dado, con el movimiento social burgués y los principios políticos burgueses; no sitúan el elemento proletario de forma revolucionaria, esto es, independientemente, sino como subproducto de eso dado. Situado el factor consciente-transformador en el apartado político-democrático, encorsetado en el politiqueo maniobrero “creador”, sólo queda, consecuentemente, una transformación de corto vuelo, más cuantitativa que cualitativa, dedicada a reordenar lo dado para que sea lo más igualitario posible, que deje lo menos posible a la “no igualdad” entre eso dado, las naciones en este caso. Con toda lógica y coherencia, emergen inquietudes sobre la “desigualdad” del internacionalismo proletario, sólo razonables si se ha abandonado el punto de vista de clase, independiente de lo dado inmediatamente, y se escora uno hacia el radicalismo pequeño-burgués, de reordenación “radical” de lo inmediatamente puesto, sin trascenderlo, sin superar sus presupuestos, nacionales en este caso, pero cuya lógica es proyectable a todos los campos que permita una cosmovisión íntegra. En definitiva, la introducción de un concepto genuinamente burgués en el corazón de un principio sustantivamente proletario y la sublimación del primero en tanto base del elemento subjetivo de actividad consciente escoran, desvían, lógica y necesariamente, el tratamiento proletario revolucionario de la cuestión nacional hacia el aspecto secundario de su dialéctica, hacia los derechos de las naciones y su igualdad. Y es que, efectivamente, toda la problemática de los camaradas está orientada al “tratamiento” (p. 52) de la cuestión nacional, a la resolución de su dimensión política, y con su insistencia en la inseparabilidad de la democracia y el internacionalismo, obvian precisamente la condición de ese tratamiento y se desentienden de la fundamental indicación de Stalin:

“Eso [la defensa consecuente del derecho de autodeterminación], naturalmente, no quiere decir que la socialdemocracia vaya a defender todas las reivindicaciones de una nación, sean cuales fueren. (…) El deber de la socialdemocracia, que defiende los intereses del proletariado, y los derechos de la nación, integrada por diversas clases, son dos cosas distintas. Los derechos de las naciones y los principios de la socialdemocracia pueden ir o no ‘ir en contra’ los unos de los otros, de la misma manera, por ejemplo, que la pirámide de Cheops y… la famosa Conferencia de los liquidadores. Son, sencillamente, magnitudes incomparables.”[13]

Para los camaradas de BiR, como vemos, no sólo no son “magnitudes incomparables”, sino que forman una unidad orgánica inextricable. Las consecuencias políticas a que “da pie” esta concepción de BiR son ineluctables y necesarias, y las inquietudes dimanantes, expresadas elocuentemente por los camaradas, lógicas y coherentes. Sin embargo, ello desvía el eje de la posición proletaria en la cuestión nacional, como vemos, hacia el aspecto del derecho de las naciones, cuya sublimación, con esa operación de incardinación central en el aparato de principios del proletariado, ¿en qué acabaría diferenciando el internacionalismo proletario del “internacionalismo” de los Movimientos de Liberación Nacional capitaneados por la pequeña burguesía radical? Ellos también están dispuestos a hablar de una “solidaridad internacional”, de un “internacionalismo”, eso sí, sobre la premisa innegociable de la igualdad (de su erección en Estado) de sus respectivos cotos y valladares nacionales. Ellos son los campeones de ese “internacionalismo entre iguales”, proyección del mundo burgués dado y de la centralidad histórica que en él ocupa la figura del Estado-nación[14]. Incluso, como buenos positivistas –en tanto sometidos a lo dado, a lo puesto—, los nacionalistas radicales pueden ignorar la carga histórico-material, colmatada por la lucha de clases, que el concepto de internacionalismo tiene para el proletariado, y escudarse, en un ejercicio de vulgaridad y pobreza conceptual, en su descomposición analítico-semántica: internacionalismo significa entonces entre naciones, en la que éstas son la premisa de cualquier relación subsiguiente[15].

Más aun, pues, como hemos señalado, el buen engarce conceptual, aunque parta de premisas erróneas, de los camaradas permite extender su lógica argumental más allá de la cuestión nacional –basta con sustituir internacionalismo por marxismo y hacer derivar éste, como desgraciadamente hacen los camaradas, de lo inmediatamente dispuesto por el mundo burgués—, ¿qué diferenciaría, entonces, este internacionalismo-marxismo respecto de la socialdemocracia? Y ello tanto en el plano semántico, esto es, “añadir” democracia al movimiento social, como históricamente, es decir, identificar el socialismo con la democracia.

II. En torno al internacionalismo proletario y la posición del marxismo

Ya estamos viendo que ese aparentemente pequeño desplazamiento de la democracia que operan los camaradas, desde la exterioridad respecto a lo sustantivamente proletario a imbricarla en el seno mismo de éste, abre la puerta, “da pie”, a gigantescos corrimientos de tierra cuando desarrollamos esa lógica operativa en el plano más amplio, históricamente significativo, de la política proletaria general y de los elementos que deben configurar su programa revolucionario. Y es que, efectivamente, como decía Lenin, la época de definición de los matices es crucial y puede determinar el recorrido del movimiento revolucionario del proletariado por décadas. Aún tendremos tiempo de sondear más consecuencias sísmicas de este matiz, de este desplazamiento que opera BiR, en otros elementos cruciales del aparataje político del proletariado.

Más arriba, empezábamos la crítica de la posición de los camaradas de BiR señalando el, a nuestro juicio, origen de su error, que no era otro sino la revisión unilateral del concepto de internacionalismo propio del marxismo. Ya hemos ido adelantando algunos de sus elementos en la crítica desarrollada hasta ahora, pero veámoslo ejemplificado en una definición de los clásicos. Así, por ejemplo, dice Stalin:

“En este momento difícil incumbía a la socialdemocracia una alta misión: hacer frente al nacionalismo, proteger a las masas contra la epidemia general. Pues la socialdemocracia, y solamente ella, podía hacerlo contraponiendo al nacionalismo el arma probada del internacionalismo, la unidad e indivisibilidad de la lucha de clases.”[16]

Efectivamente, como vemos, Stalin sitúa al lado “internacionalismo” y “unidad e indivisibilidad de la lucha de clases”. Stalin es reo del mismo “desacierto” cometido por la LR, al no situar el elemento democrático en la definición de principio del concepto, sino que, en todo caso, la democracia tendría que operar posteriormente, a modo de elemento “externo” y “polarizado”. Así, la fórmula de Stalin aparece, a diferencia de la de los camaradas, más monolítica, más orgánicamente unitaria: unidad e indivisibilidad de la lucha de clases = internacionalismo.

La cuestión que se plantea inmediatamente es: ¿de dónde emana esta conciencia —subrayamos la palabra, adelantando acontecimientos, para remarcar el significado fuerte, riguroso, de conciencia desde la óptica leninista— de unicidad de la lucha de clases? Los camaradas de BiR parecen sugerir que esta conciencia surge del movimiento económico-espontáneo del proletariado, de su conciencia de clase en sí:

“En las condiciones actuales, en los inicios, como sucedió en la experiencia de los bolcheviques, tenemos que luchar contra toda espontaneidad y poner al orden del día la creación consciente, su papel rector: un internacionalismo creador, que de forma original conjuga las tareas unitarias con las tareas democráticas para formar un único movimiento internacional revolucionario, y no un internacionalismo supuestamente ya en el ‘corazón’ de la clase que hace falta desvelar y acabar de pulir añadiendo la democracia.” (p. 52)

Evidentemente, a estas alturas, ya hemos visto que ese saludable ensalzamiento anti-espontaneísta de la conciencia y el canto al “internacionalismo creador” han quedado bastante desdibujados por la significación y contenido objetivos de los elementos que los camaradas ponen a disposición de las maniobras de la vanguardia. Desgraciadamente, son los camaradas los que entonan objetivamente un canto al espontaneísmo tras toda esa fraseología “consciente”. Pero ya abundaremos aun más en ello; fijémonos ahora en esa “conjugación de las tareas unitarias con las tareas democráticas”. Independientemente de que el verbo “conjugar” ya sugiera ciertas connotaciones de exterioridad entre ambos planos, podemos ver que respecto a las “tareas democráticas” el desvelo de los camaradas está claro: ellas son las que enarbola la vanguardia en su actividad consciente, celosa y prevenida contra cualquier “desigualdad internacionalista”. Pero, ¿qué hay de las “tareas unitarias”? Los camaradas de BiR no nos dan más opción en su texto que identificar éstas como una demanda del movimiento espontáneo de la clase obrera. Y, efectivamente, ello es perfectamente coherente con la lógica conceptual por ellos esgrimida. Precisamente, este movimiento “económico e inconsciente” de la clase obrera era, en tanto “espíritu universal”, el otro elemento que se conjugaba con la democracia para dar el internacionalismo que, en tanto producto consciente, no estaba al principio de su fórmula, en una tremebunda exterioridad respecto a la democracia, sino que sólo aparecía al final de la misma, como producto de la conjunción de esos otros elementos. Consecuentemente, con todo el rigor lógico propio de los camaradas, podemos concluir que las tareas unitarias vienen identificadas con el movimiento económico-espontáneo del proletariado. Ante esto, es lícito preguntar ¿quién dibuja “un internacionalismo supuestamente ya en el ‘corazón’ [en su esencia objetiva como clase económica] de la clase que hace falta desvelar y acabar de pulir añadiendo la democracia”? No son otros que, desgraciadamente, los camaradas de BiR.

Cabe inquirir, acaso, si esa conciencia de unidad de la lucha de clases surge precisamente de ahí, de la conciencia en sí del proletariado sostenida por su movimiento económico-espontáneo. La experiencia histórica del último siglo de lucha de clases y de andadura del movimiento obrero demuestra rotunda y fehacientemente que no, que en sí mismo, dejado a sus condiciones objetivas “puras”, a su espontaneidad, el movimiento económico de la clase obrera deviene necesaria e inevitablemente en movimiento corporativo y, dado el tema que nos ocupa primariamente, nacionalista. Por si la aplastante evidencia de la realidad circundante no bastara, dejemos que hablen los teóricos de este movimiento, algunos de ellos nada exentos de lucidez y perspicacia (sólo cabe, a este respecto, lamentar la mediocridad de los revisionistas actuales, pésimos adversarios para la forja de las armas teóricas del futuro Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial). Citemos con cierta extensión al conspicuo teórico socialdemócrata, destacado representante de la escuela austromarxista, Otto Bauer:

“En la medida en que la clase obrera se conquista una participación más intensa en los bienes culturales, cae con mayor intensidad en cada país bajo la influencia de su herencia cultural nacional específica, de su tradición cultural específica.
Pero de todos los movimientos históricos que así generan la nación moderna de la era capitalista, el movimiento obrero es, con mucho, el de mayor significación. Su efecto inmediato resulta ya enormemente grande. Es él quien expugnó para los obreros una abreviación tal de la jornada laboral que incluso puede penetrar en ellos un pedazo de nuestra cultura nacional; quien elevó el salario de los obreros hasta tal punto que la plena depauperación física y espiritual no los excluye totalmente de la comunidad cultural de la nación.
(…) Ahora bien, esta política evolucionista nacional [no sólo el desarrollo de la nación, sino el desarrollo del conjunto del pueblo en nación] es la política de la moderna clase obrera. (…) A este fin sirve ya la política democrática del proletariado.”[17]

¡El movimiento económico-espontáneo de la clase obrera como principal factor nacionalizador de masas, al servicio de lo cual está la “política democrática” del partido obrero! Sobran las palabras sobre algo refrendado por toda la experiencia histórica posterior. Como vemos, el “internacionalismo creador” que nos proponen los camaradas de BiR, lejos de toda originalidad, es un camino ya muy trillado y cuyos efectos conocemos sobradamente.

La cuestión es, pues, si esta conciencia propia del internacionalismo proletario no surge del movimiento económico-espontáneo de la clase, de dónde emana. La respuesta es que de un principio superior y anterior. Económicamente surge de la creciente universalidad de las condiciones y relaciones de producción capitalista, que es, parece, el único aspecto que, en su desnudez inconsciente y con una perspectiva errada, observan los camaradas de BiR. Pero éste es sólo un aspecto; y es que históricamente el internacionalismo precede al nacionalismo, antecede al principio de nacionalidad, primera gran cristalización política universal del nacionalismo, principio que arraiga especialmente desde la década de 1830 vigorizado por las jóvenes naciones de inspiración mazziniana. Como se sabe, este principio reza: “a cada nación un Estado”, fórmula de impecable democratismo, pues otorga a cada nación el mismo derecho y aspiración a un Estado propio, independientemente de otras consideraciones. Así pues, plena igualdad entre naciones, de la que incluso emana un “internacionalismo entre iguales”, representado por aquella Joven Europa decimonónica. No obstante, como decimos, el internacionalismo en la era contemporánea antecede a este principio de nacionalidad. En el plano político viene representado por el vigoroso internacionalismo jacobino, expresión del máximo apogeo de la revolución democrática burguesa, y que se sustenta sobre la fórmula de la nación-contrato (frente a la nación-etnia/cultura del romanticismo alemán, fruto en gran parte de una posterior reacción contra la Revolución Francesa, y que, en su conjunción con el principio de nacionalidad, aporta gran parte del ideario del nacionalismo ulterior), siendo que la nación es para éste fundamentalmente ley, derecho, acuerdo subjetivo independientemente de las características culturales objetivas o de índole similar de los sujetos contratantes. Más allá, y por eso mismo, tiende a considerar, con todas las contradicciones propias de la materialidad del proceso histórico, que la libertad conquistada por la nación revolucionaria francesa es un principio universal que corresponde a todos los pueblos del mundo[18]. En el orden teórico aparece ya desde el siglo XVIII con el cosmopolitismo del racionalismo alemán, cuya máxima expresión es el pensamiento universalista que signa su desarrollo desde Kant a Hegel.

Si nos detenemos a reflexionar sobre los tres elementos señalados, veremos sin dificultad que esas condiciones universales de la producción capitalista fueron estudiadas por la economía política inglesa, que el jacobinismo y el Sol de 1793 fueron el referente y la inspiración de todo el socialismo francés de la primera mitad del siglo XIX y que ese racionalismo alemán, cosmopolita y universalista, también se conoce en nuestra tradición como filosofía clásica alemana. Economía política inglesa, socialismo francés y filosofía clásica alemana: ¡hemos topado nada menos que con las tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo!

Efectivamente es sobre esta base del socialismo científico, y no otra, sobre la que se sostiene el internacionalismo proletario. Con ello, nos hemos retrotraído hasta la raíz de la polémica con los camaradas de BiR y, más aun, al problema base que está en el origen de la LR, que no es otra que restaurar la respuesta científica a la gran cuestión: ¿de dónde emana el marxismo? A esta pregunta caben dos respuestas fundamentales. La primera, cultivada por todo el revisionismo economicista, y especialmente vigorosa a medida que el Ciclo de Octubre decaía, es que nuestra cosmovisión surge espontáneamente de la inmediatez material capitalista, de las condiciones dadas, particularmente del movimiento del proletariado en tanto capital variable, aunque también de la experiencia política de los obreros con el principio “normal” del capitalismo “puro”, la democracia y la paciente lucha por este tipo de reformas, esferas ambas privilegiadas para la inevitable acumulación de fuerzas de clase para la “revolución”. Y es que el obrero, para el revisionismo, sería, por el mero hecho de ser tal, revolucionario, internacionalista y proclive a las “tareas unitarias”, como le dictaría el “espíritu universal” inmanente y esencial a sus condiciones materiales económicas de existencia.

La segunda, la respuesta del marxismo genuino, cuya personificación hoy es la LR, asevera, por el contrario, que el socialismo científico emana de todo el proceso social contemporáneo[19], más aun, de todo el decurso histórico, estructurando el secular anhelo de emancipación de los explotados[20] de forma científica una vez que ese proceso histórico ha creado las condiciones materiales para ello, para ser comprendido y comprehendido por sí mismo. Su fuente no es inmediata, no es ningún elemento dado en la proximidad empíricamente sensible, sino que incluye ésta, así como su negación y la negación de esta negación. Conecta en visión totalizadora la negatividad del proceso histórico con el presente y es capaz desde ahí de proyectar las tendencias de progreso futuro, entresacando y sustantivizando sus pivotes rectores. Es, por lo tanto, un fruto mediato de todo el conjunto del desarrollo histórico y de su comprensión, el producto más elevado, la forma superior de conciencia, que ha generado hasta ahora la humanidad.

Por ello, por el grado de desarrollo material históricamente conquistado por la humanidad, y porque es expresión de éste como globalidad, el marxismo no necesita apelar a ningún elemento material dado, porque se refiere a la totalidad de los mismos y al proceso de su negación, aunque aísle y señale al proletariado, por mor de su situación material en este proceso, como “pivote rector” necesario y único de progreso, como palanca de la negación de esa negación. Una vez conquistado este estadio de desarrollo es el arraigo del marxismo entre sectores crecientes de la clase obrera lo que designa a éstos como proletariado revolucionario, pues es el marxismo el que les informa de su posición en el proceso histórico y del rol que pueden jugar en el desarrollo futuro de la materia social, determinando un salto cualitativo en el devenir de ésta: la revolución social proletaria. No hay esencialismo inmanente ninguno, pues la percepción de esta posición no es dada en sí por su situación económica, sino que es un proceso mediado por la conciencia, para sí, que en la actualidad resumimos como reconstitución del Partido Comunista. Por todo ello, desde una perspectiva revolucionaria, el marxismo aparece como factor sustantivo y como principio, también en el orden de sucesión, de la política revolucionaria del proletariado y de su Línea General (el problema de la guía ideológica); ya se sabe, sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. El suelo social donde empieza a prender esta conciencia, independientemente de su extensión —reducidísima al principio— y del origen sociológico de sus portadores, es ya el proletariado revolucionario, o más exactamente, su vanguardia (vanguardia teórica marxista-leninista para más concreción del “pivote rector” de su desarrollo en la actualidad), la expresión de su conciencia revolucionaria, aunque aún no haya conseguido fusionarse con las amplias masas de la clase. Es expresión de la virtualidad de la revolución social y punto de arranque necesario de su proceso. Precisamente, la lucha por la sustantividad de este momento y de este espacio de vanguardia, por su legitimidad y necesidad, la lucha por evitar su disolución prematura en el proceso de reproducción capitalista (del que forma parte el movimiento económico de la clase obrera), es el caballo de batalla que ha distinguido a la LR.

De este modo, el sujeto, signado por el atributo de la conciencia, se sitúa en el origen e inicio del proceso de desarrollo revolucionario, es condición a la vez que resultado dialéctico del mismo; no es producto de la combinación de elementos de lo dado. Que la conciencia y el sujeto se sitúen al principio, como si el marxismo y la LR ignoraran el proceso histórico-material que está en su base, podría dar lugar a la problemática pseudomaterialista, materialista vulgar y mecanicista, sobre la primacía de la materia sobre el espíritu, ya que ignora, como escuela filosófica caduca que es, el reconocimiento de la materialidad de la subjetividad por el marxismo, operación que es, precisamente, lo que da nacimiento al materialismo dialéctico. Esta problemática podía estar justificada en el siglo XIX, en las mocedades del proletariado, cuando éste era una novedad histórica. De acuerdo con el espíritu de la época, era preciso legitimar a nuestra clase como sujeto histórico centrando la atención en las condiciones materiales de producción que le daban lugar, definiendo su fisonomía inmediata, pues carecía de la suficiente experiencia propia como clase independiente (revolucionaria). Ello fue absolutamente necesario y ayudó a sentar las bases materialistas de nuestra cosmovisión. Pero hoy, con todo un Ciclo revolucionario a nuestras espaldas, cuando el siglo XX ha sido conmovido por la práctica revolucionaria del proletariado, esta pseudopolémica es espuria, signo de positivismo filosófico y de reacción política, pues sólo observa la materia social como inmediatez, no en su forma superior como desenvolvimiento histórico (materialismo histórico), y, especialmente, como praxis revolucionaria material desarrollada históricamente por el proletariado. Ésa es la materia social sobre la que se apoya, en primer lugar, la Reconstitución del comunismo, la única que puede propiciar una práctica social de vanguardia, y es la credencial que aporta el marxismo para reclamar su preeminencia en la ordenación de los dispositivos políticos de la revolución proletaria.

Los camaradas de BiR, como vemos, han descarrilado hacia la primera opción. Tan ardorosa ha sido su furia anti-esencialista que han acabado desintegrando al sujeto proletario entre fragmentos del mundo burgués, enterrándolo bajo sus escombros, en una operación que recuerda a las combinaciones de estructuras y descomposiciones analíticas del estructuralismo. Además, el freno no ha sido echado a tiempo y en su carrera se han topado de bruces con aquello que buscaban evitar, pues han acabado, contra toda enseñanza teórica o histórica, situando el “aspecto unitario”, el internacionalismo en realidad, en un “espíritu universal” obrero identificado esencialmente con sus condiciones económicas. Han vaciado de contenido, desustantivizado, a la vanguardia proletaria y su rol, que ya no es origen, vanguardia, del proceso revolucionario, precisamente por el atributo de su conciencia, sino que sólo le han otorgado la fútil arma política de la democracia, abriendo la puerta a toda clase de pragmatismo político y quedándose, como consecuencia subsiguiente, en el umbral del cretinismo parlamentario. La conciencia sólo emergería al final de todo este maniobrerismo político “creador”, que es el subsidiario espacio al que ha quedado relegada la vanguardia: con ello, no sólo han privado a ésta de cualquier rol sustancial, sino que han separado unilateralmente al proletariado de su conciencia revolucionaria, reduciéndolo, contra todas las indicaciones de Marx en su primeriza crítica de la economía política, a mero factor económico, esto es, han acabado “viendo en el proletario sólo al obrero”[21]. De este modo, si extendemos la revisión del principio proletario del internacionalismo, tal y como nos ha planteado BiR, al conjunto del marxismo, como coherentemente cabe hacer, la consecuencia necesaria, con seguridad indeseada por nuestros camaradas, es su liquidación en tanto teoría revolucionaria y la del proletariado como sujeto independiente y rector del proceso social.

Los camaradas de BiR sugieren que la formulación del internacionalismo por la LR —y, como hemos visto, por el marxismo en general— abre la puerta al espontaneísmo, pero son ellos quienes eliminan al sujeto consciente como factor primario y decisivo del proceso social revolucionario, no situándolo en su origen de forma diferenciada, independiente, con personalidad propia, sino como derivado de las combinaciones de elementos del mundo burgués tal y como viene dado en su inmediatez. Más arriba señalábamos que la operación que los camaradas nos proponían para dar lugar al internacionalismo no era dialéctica, sino alquimia. Y, efectivamente, no era tal, puesto que para hablar de dialéctica, para considerar como tal una contradicción, hace falta la existencia de opuestos, de elementos de igual entidad y calidad pero antagónicos, por ejemplo, el proletariado y la burguesía, por ejemplo, el principio de clase del comunismo y el principio nacional, por ejemplo, el internacionalismo y la democracia. Al contrario, el movimiento económico-espontáneo de la clase obrera y la democracia no sólo no son opuestos, no sólo comparten una identidad burguesa fundamental, sino que casan perfectamente el uno con el otro; su relación mutua no es de contradicción sino de linealidad causal, como demuestra la experiencia histórica resumida en el concepto socialdemocracia.

Respecto a la crítica principal de los camaradas a la LR, la de separar, “contraponer”, el internacionalismo y la democracia y “relacionarlos externa y polarizadamente”, no sólo reivindicamos los cargos, sino que, gustosos, estamos dispuestos a proporcionarles munición más antigua sobre este “desacierto” de la LR. Así, por ejemplo, el Partido Comunista Revolucionario, tratando la cuestión nacional en el contexto de los debates en el movimiento socialista en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial, concluía así un apartado:

“(…) establecida la diferenciación estratégica que, para la política proletaria, existe entre el principio nacional y el principio de clase, entre democracia y comunismo”[22].

Esta “diferenciación estratégica” nos lleva al asunto, suscitado por la crítica de los camaradas de BiR, de dónde se enmarca la cuestión nacional en los momentos de desarrollo de la ideología proletaria, en la Línea General o bien en la Línea Política. Efectivamente, si definimos la primera como la manifestación más abstracta y general del recorrido de la revolución proletaria, de sus etapas, requisitos y tareas en función de las leyes conocidas de la transformación social, esto es, su proyección más universal, veremos enseguida que la mera concepción de una Línea General presupone el internacionalismo, presupone la universalidad de condiciones e intereses del proletariado, así como la universalidad de cada una de sus experiencias revolucionarias particulares. El internacionalismo es, por tanto, premisa y componente intrínseco de la Línea General. Por cierto, el que la reconstitución ideológica del comunismo, primera etapa estratégica de la Reconstitución del comunismo, pivote como eje central en torno a estas experiencias revolucionarias internacionales del proletariado (Balance) es una muestra de la naturaleza internacionalista de la LR y el marxismo, que penetra hasta lo más hondo de sus fundamentos gnoseológicos. Es precisamente, desde esta base, a través del engarce de la serie de elementos y etapas que van conformando la Línea General, como el sujeto revolucionario empieza a formar su fisonomía y delimitar sus contornos. Ella expresa los principios de clase, que no se refieren fundamentalmente a su aspecto como variable económica, como mero obrero, sino que dibujan al proletariado como sujeto político, como clase revolucionaria en acción histórica, sostenida precisamente sobre la premisa de la “unidad e indivisibilidad de la lucha de clases” revolucionaria.

Sólo desde ahí, desde esta mediación por la conciencia, expresada como asimilación de la experiencia histórica de la praxis revolucionaria, puede el sujeto sentar las bases de su independencia y observar con perspectiva la realidad material inmediata que pretende transformar. Esta perspectiva es la que sitúa al proletariado en disposición de trascender, de superar, los presupuestos de esa realidad, condición imprescriptible para su transformación. Asegurado así el fundamento de la independencia de clase, le permite relativizar históricamente los elementos de la realidad más concreta e inmediata, operando sobre ellos de cara a su transformación y superación, sin verse arrastrado y subsumido por los mismos. Precisamente, la nación y la democracia son dos de estos elementos concretos, formas históricas relativas a la sociedad de clases tal y como se articula en el capitalismo (no en otras formaciones de clase). Así, la lucha de clases se ha desvelado como el principio histórico universal propio del estadio de transición de la humanidad desde la igualdad en estado de necesidad a la igualdad en estado de libertad, del comunismo primitivo al Comunismo, principio que ha ido demostrando crecientemente su naturaleza y proyección a lo largo de esta transición histórica, apareciendo en toda su desnudez y potencialidad en la época del capitalismo. La nación y la democracia, principios íntimamente emparejados por la historia, sólo aparecen, en cambio, como momentos concretos en que se expresa, se enmascara, esta lucha de clases: el derrocamiento del feudalismo y la lucha por la reproducción del capitalismo una vez asentado éste. Asimismo, el marxismo nos enseña que la proyección de la lucha de clases proletaria apunta a la disolución y abolición de estas formas, la nación y la democracia. También apunta, por supuesto, a la abolición de las clases, pero sólo desde su misma lucha: es por ello un principio superior, más autosuficiente, más determinante, fundamental. Precisamente, de aquí deriva el elemento que conforma el otro aspecto del internacionalismo proletario como principio sustantivo, el que vincula esa “unidad e indivisibilidad de la lucha de clases”, desplegable inmediatamente (hoy personificada primordialmente en el proceso de Reconstitución del comunismo), con el horizonte de su culminación, precisamente con la disolución de las barreras nacionales, con la fusión de la humanidad en conjunto orgánico cualitativamente superior en el Comunismo. De este modo, con toda coherencia, la unidad e indivisibilidad de la lucha de clases se complementa y completa con la fusión de las naciones en una unidad superior:

“En lugar de todo nacionalismo, el marxismo propugna el internacionalismo, la fusión de todas las naciones en esa unidad superior que se va desarrollando en nuestra presencia.”[23]

Por esta razón, el proletariado consciente no puede hacer derivar mecánicamente sus principios genuinos, cada vez más contundentemente definidos, de la inmediatez de elementos históricamente pretéritos, ni siquiera colocarlos en paridad en el orden de su jerarquía, sino que su relación, realmente existente (el materialismo nos enseña que nada nace de la nada), es precisamente histórica. Desde este punto de vista, la democracia forma parte del bagaje del proletariado, pero no como rudimento político propio, sino como elemento del proceso histórico que ha de “digerir” para convertirse en sujeto de progreso a escala universal. La relación, efectivamente, del proletariado con la democracia no es ni mucho menos la de la identidad inmediata (atributo portado nada menos que por su vanguardia de forma acrítica[24], según los camaradas de BiR), sino la de la superación-integración: la Aufhebung dialéctica, la negación de la negación, que es ni más ni menos que esa digestión de la que hablamos. Por ello, su posición en el bagaje proletario no es, por decirlo así, tal y como plantearían los camaradas, vertical-política-inmediata, sino horizontal-histórica-mediata. Efectivamente, la revolución proletaria emerge históricamente desde la revolución burguesa, democrática, y lleva adherida a sí muchos de sus principios, de los cuales se va desprendiendo (negando)-integrando-superando (Aufhebung) a medida que el proletariado desarrolla su praxis propia como clase independiente, revolucionaria. Ello se refleja a escala del proceso político de constitución del sujeto proletario (hoy, la reconstitución del Partido Comunista) en la posibilidad de dominar los principios y herramientas institucionales de la democracia burguesa como momento de su superación-abolición. Es un momento de la educación[25] del proletariado como clase revolucionaria, que le dota de destreza y maestría para las maniobras que exige la lucha de clases a gran escala.

Pero en todo momento la premisa-condición de esta actividad son los principios de clase, expresados políticamente como Línea General, y entre los que se enclava cardinalmente el internacionalismo, que vienen crecientemente esclarecidos, precisados y definidos por mor de la experiencia histórica universal de la revolución proletaria. Ello es lo que permite operar, utilizar, estas problemáticas, cuyo tratamiento se realiza siempre con la vista puesta en el desarrollo revolucionario de nuestra clase, de su solidaridad internacional y de su disposición para el derrocamiento del capitalismo. Por tanto, este tratamiento, que era lo que desvelaba y estaba en el centro de las inquietudes de nuestros camaradas, se enmarca de lleno en la Línea Política de la revolución proletaria, signada por el creciente grado de concreción, expresión del progresivo, por decirlo de algún modo, aterrizaje de la Línea General (que, insistimos, no se alimenta de concreción particular sino de totalidad histórica, siendo la premisa, la condición, para operar en cada situación concreta revolucionariamente, desde la independencia de clase). La Línea Política representa el ajuste de la Línea General universal en función de las condiciones concretas que enfrenta en un lugar determinado; por ejemplo, dado el tema que nos ocupa, si existe opresión nacional y movimientos nacionales democráticos de masas, la correlación concreta del equilibrio interestatal imperialista, etc. En función de estos factores, siempre en relación con la correlación de fuerzas del proletariado en la lucha de clases (que ha empezado antes, independientemente de esos factores en su concreción inmediata; en nuestro caso, como lucha de dos líneas por la reconstitución del comunismo), el proletariado revolucionario debe maniobrar e incidir en determinados aspectos, por ejemplo en el innegable derecho de autodeterminación, para su desarrollo político de clase y como palanca para la extensión de su perspectiva entre sectores más amplios de las masas. Decía Lenin que no se podía ganar a las vastas masas desde los principios puros del comunismo[26]; para ello hace falta operar políticamente, la experiencia política de las masas. Como nos enseña la experiencia histórica de la revolución proletaria, esta experiencia es fundamentalmente rodaje con el Nuevo Poder. No obstante, en la gradación que la Línea General establece entre la ideología y la guerra de clases, la Guerra Popular, base de la Dictadura del Proletariado, evidentemente, el aspecto más convencionalmente político de la actividad proletaria va cobrando un protagonismo creciente, a medida que el comunismo se expande entre cada vez mayores sectores de las masas. Es ahí donde la maniobra, la cuestión política de la democracia, cobra particular relevancia como forma de sortear los obstáculos (por ejemplo, la opresión nacional[27]) que determinada realidad concreta particular pueda oponer a la extensión y, por tanto, concreción de la ideología revolucionaria. Pero ésta debe ser previa, sustantiva condición para su misma extensión y concreción, no posterior, como resultado de la maniobra con lo particular dado, tal y como plantean los camaradas de BiR, que han confundido el principio con su extensión entre las masas, reduciendo la ideología a maniobra política; han confundido el principio general del internacionalismo con la resolución particular por el proletariado –siempre en función de la extensión de esa conciencia— de la cuestión nacional, con su tratamiento, tal y como se puede dar en un momento u otro, en un lugar determinado u otro.

En este sentido, nos gustaría aclarar que no estamos de acuerdo con la caracterización que hacen los camaradas de BiR del internacionalismo de Luxemburgo como “vulgar” (p. 52), sino que nosotros lo calificaríamos como internacionalismo (sin comillas) doctrinario o abstracto. Y ello precisamente porque, debido a su doctrinarismo obrerista, negaba la posibilidad de extensión de éste entre las masas desde la mediación de la actividad política de la vanguardia consciente, pero no porque la revolucionaria polaca no fuera realmente internacionalista, sino porque sus concepciones impedían una proyección más amplia del mismo, con lo que, en última instancia, hacía el juego al statu quo establecido. En cualquier caso, la fórmula, más baueriana que luxemburguista, más derechista que “izquierdista”, de movimiento obrero económico más democracia nos parece que no sólo no concreta ni mejora las posiciones de Luxemburgo (no olvidemos que ella defendía sus tesis primeramente en una nación entonces oprimida, Polonia, donde, debido al sojuzgamiento nacional, los movimientos nacionalistas estaban en auge, lo que, en todo caso, es un atenuante respecto a los errores de la revolucionaria[28]), sino que las empeora y, especialmente, en un entorno con fuerte hegemonía del nacionalismo puede ser letal para la confianza internacionalista entre los obreros de diferentes naciones, ya que, como hemos visto, abre la puerta a un descarrilamiento de las concepciones de la vanguardia, precisamente el foco ideológico-político primario del internacionalismo, hacia el aspecto secundario del tratamiento de la cuestión nacional, a la absolutización de los derechos de las naciones, al nacionalismo en definitiva.

III. La división internacionalista del trabajo y la organización de los revolucionarios

Ello efectivamente, nos lleva a abundar sobre las consecuencias de la revisión del concepto marxista de internacionalismo que han efectuado los camaradas de BiR en el pilar maestro de todo el edificio de la revolución proletaria: el Partido revolucionario. Además de las consecuencias programáticas de esta revisión y el descarrilamiento nacionalista a que “daría pie”, ya hemos señalado la liquidación efectiva tanto de la conciencia como de la organización revolucionarias que se desprendería de la disposición de elementos en el esquema de los camaradas. Efectivamente, ellos ya no se sitúan al principio, como elemento raíz y rector de todo el proceso revolucionario, sino que la vanguardia sólo aparece secundariamente, armada con el instrumento de la política, que es arbitrariamente separada del elemento ideológico, de la consciencia (pragmatismo), emergiendo ésta sólo al final de toda la operación. Al contrario, hemos indicado que el plan marxista correcto debe necesariamente situar estos elementos al principio, dotados de sustantividad, tanto como elementos guía de todo el proceso, como por el área de tareas específicas que corresponde a su edificación, siendo la condición de cualquier maniobra política ulterior. Y es que son condición de tratamiento de la cuestión nacional –y de cualquier otra problemática— porque además ellos prefiguran materialmente la solución a este problema, como se deduce coherentemente de la completitud del principio internacionalista proletario como vinculación histórica entre presente (unidad de la lucha de clases) y futuro (fusión de las naciones en unidad superior) que hemos indicado. Es decir, el internacionalismo no sólo aparece como convicción consciente, sino como materialidad político-organizativa, previa e independientemente de cualquier operación democrática a escala de amplias masas. Oigamos, una vez más, a Stalin:

“El tipo de organización no influye solamente en el trabajo práctico. Imprime un sello indeleble a toda la vida espiritual del obrero. El obrero vive la vida de su organización; en ella se desarrolla espiritualmente y se educa. Por eso, al actuar dentro de su organización y encontrarse siempre allí con sus camaradas de otras nacionalidades, librando a su lado una lucha común bajo la dirección de una colectividad común, se va penetrando profundamente de la idea de que los obreros son, ante todo, miembros de una sola familia de clase, miembros del ejército único del socialismo. Y esto no puede por menos de tener una importancia educativa enorme para las grandes capas de la clase obrera. Por eso, el tipo internacional de organización es una escuela de sentimientos de camaradería, una propaganda inmensa a favor del internacionalismo.”[29]

Veamos, también, cómo Lenin recoge perfecta y elocuentemente el espíritu de este principio:

“En Rusia y en el Cáucaso han trabajado juntos los socialdemócratas georgianos + los armenios + los tártaros + los rusos, en una organización socialdemócrata única, más de diez años. Esto no es una frase, sino la solución proletaria del problema nacional. La única solución.”[30]

Como vemos, la organización revolucionaria no sólo es la fuente material de conciencia internacionalista de los obreros, empezando por sus elementos de avanzada, previa a toda maniobra democrática a nivel de Estado, a nivel de amplias masas, sino que, según Lenin, es la “única solución proletaria al problema nacional”. Fíjense camaradas, y permítannos que insistamos, la organización revolucionaria es un centro de unión internacional de nuestra clase, un foco de internacionalismo entre los proletarios de diversas nacionalidades, previo, y que no espera a la realización del derecho de autodeterminación en el Estado de que se trate: de hecho, por seguir el ejemplo concreto, los escritos de Lenin y Stalin son de 1913, varios años antes de la Revolución de Octubre y de la realización del derecho de autodeterminación en los territorios del antiguo imperio zarista, derecho realizado, precisamente, por mor de esa organización internacionalista que habían conseguido forjar los bolcheviques. Así que, camaradas, más bien, y ateniéndonos a la experiencia estrictamente empírica de la revolución proletaria, no sólo el internacionalismo es separable de la democracia, no sólo es previo al ejercicio de ésta, sino que, a la inversa del esquema que nos presentaban, es la única garantía sólida para la materialización de la democracia en la cuestión nacional[31].

Toda esta cuestión enlaza directamente con otra gran problemática que los camaradas de BiR nos plantean en su breve texto, que es la cuestión, absolutamente clave desde el punto de vista de la organización de los revolucionarios en un Estado, como el español, que es cárcel de naciones, de la división internacionalista del trabajo entre los revolucionarios. Recordemos cómo plantea Lenin la cuestión de principio:

“A gentes que no han penetrado en el problema, les parece ‘contradictorio’ que los socialdemócratas de las naciones opresoras exijan la ‘libertad de separación’ y los socialdemócratas de las naciones oprimidas la ‘libertad de unión’. Pero, a poco que se reflexione, se ve que, partiendo de la situación dada, no hay ni puede haber otro camino hacia el internacionalismo y la fusión de las naciones, no hay ni puede haber otro camino que conduzca a este fin.”[32]

De este modo, Lenin plantea que la tarea, de carácter agitativo y propagandístico, es un trabajo eminentemente ideológico y, por supuesto, también político. Veamos, en cambio, como enfocan los camaradas de BiR la cuestión de esta división internacionalista del trabajo:

“(…) la elaboración de un texto de la misma temática que el comunicado unitario pero de mayor profundización y amplitud respondía a la aplicación del principio de distribución funcional del trabajo en una realidad plurinacional. Pensamos, pues, que la exigencia de un mayor ahondamiento en la cuestión por parte de BiR viene motivada por nuestra particular localización en el centro del actual escenario de la lucha de clases en el Estado español y por la necesidad de erigir una posición internacionalista que sirva de referente en medio del nacionalismo en que está encharcada la vanguardia catalana.” (p. 51)

Los camaradas de BiR, que nos han presentado la cuestión nacional como fundamentalmente un problema de tratamiento eminentemente político y focalizado en las grandes masas, sorprendentemente, plantean ahora que la división internacionalista del trabajo es una tarea más bien epistemológica, de conocimiento más “profundo y amplio” de la realidad nacional específica de que se trate. Evidentemente, los camaradas están planteando aquí una cuestión específica relacionada con la publicación de un texto, y no cabe dudar de su voluntad internacionalista y de que su trabajo en otras esferas tiene un cariz más ajustado al espíritu leninista. No obstante, la cuestión importante de principio es que la introducción de este matiz epistemológico supone, de nuevo, la revisión del principio leninista de división internacionalista del trabajo, cuyas consecuencias van en la misma dirección que su revisión del concepto general de internacionalismo, esto es, hacia el nacionalismo.

Y es que, efectivamente, la sugerencia de que una de las tareas de los revolucionarios de nación oprimida sea despejar el conocimiento de su realidad a los revolucionarios extranjeros supone abrir las puertas de par en par al empirismo nacionalista. Exactamente; es empirismo porque de principio[33] presupone que para el conocimiento de una realidad es necesaria la inmersión sensible en la misma. Ello, por supuesto, va contra los fundamentos de la ciencia que, al contrario, señalan que el conocimiento objetivo de algo presupone la exterioridad al respecto del sujeto cognoscente. Por razones históricas, el nacimiento de la ciencia moderna estuvo muy vinculado al empirismo, cuya huella permanece indeleble, pero hace ya mucho tiempo que la epistemología científica viene demoliendo el inductivismo ingenuo de sus orígenes. Y no sólo eso, sino que cada vez ha ido dotando de mayor entidad al sujeto cognoscente, que de mero reproductor de ideas-copia ha pasado a ser un elemento sustantivo (valga como ejemplo la teoría kuhniana de los paradigmas). Si ello ya resulta así en la ciencia, en esa forma superior de conciencia que integra a ésta pero que no se limita a ella, que es el marxismo, este hecho es todavía más acusado, pues aquí el conocimiento es transformación, es praxis revolucionaria, que sólo nos dota de auténtico saber desde la transformación recíproca sujeto-objeto. Asimismo, el planteamiento es nacionalista porque establece el marco gnoseológico según las fronteras nacionales, sugiriendo que sólo los nativos pueden aportar un conocimiento “profundo y amplio” de esa realidad.

Por supuesto, si seguimos su lógica hasta el final, ello “daría pie” al principio de que “sólo los comunistas de un lugar tienen verdadero derecho a hablar sobre lo que allí sucede”. Si se conoce en alguna medida la literatura polémica de la LR, se sabrá que este argumento banal era el sostenido por los prachandistas ibéricos para intentar combatir la crítica internacionalista de la LR a la liquidación de la guerra popular en Nepal[34]. Y es que, efectivamente, la estrechez empirista casa muy bien con el nacionalismo, y es un factor liquidador del internacionalismo. La consecuencia evidente de esta puerta que abren los camaradas, si nos internamos más allá del umbral que despeja ante nosotros, es que, dado que el marco teórico-gnoseológico es nacional, la derivación lógica subsiguiente será establecer como nacional también el marco práctico-político. Y es que si sólo puede saber el que allí está, consecuentemente sólo puede actuar el mismo: la tesis nacionalista del marco de actuación está servida.

El puerto de llegada de este pasaje es ineluctable para la configuración de la organización y el Partido revolucionarios en un Estado de realidad plurinacional como el español: el marco de actuación nacional lleva necesariamente, si no al aislamiento organizativo de los destacamentos nacionales del proletariado, al menos a la federación de secciones nacionales, reconocidas en igualdad por tal atributo nacional. La sombra del “internacionalismo entre iguales” que sugerían los camaradas planea con toda fuerza sobre esta posibilidad. Y, evidentemente, si la lógica del internacionalismo marxista plantea que la organización del proletariado revolucionario es una prefiguración de la solución del problema nacional a gran escala, la misma lógica opera en su revisión democratista, que pondría el acento y el peso en este factor de la igualdad de derechos nacionales, lo que también se reflejaría en el seno de la organización de clase del proletariado revolucionario.

De este modo, como vemos, la lógica ineluctable de la operación de revisión de los camaradas de BiR, no sólo destruye el carácter rector y primario de la conciencia y organización revolucionarias en general, y del internacionalismo en particular, sino que destruye la naturaleza internacionalista del agrupamiento proletario en su aspecto más puramente organizativo. El modelo resultante se parecería más a alguna clase de “federación de peor tipo”[35], tal como la socialdemocracia austríaca —incapaz de evitar el auge de los odios nacionales tras la caída del imperio Habsburgo—, que al Partido Bolchevique, cuya estructura fue simiente de la convivencia libre y pacífica por varias décadas entre los pueblos de la antigua Rusia zarista —azuzados y enemistados en grado enorme por la opresión nacional rusa— que no optaron por la separación, despejando el terreno para una lucha de clase mancomunada que inició históricamente la construcción del socialismo. Y es que, efectivamente, la organización internacionalista de tipo bolchevique establece la plena igualdad entre sus miembros, pero no por tal o cual característica diferencial de los oprimidos, ya sea de nación, género, etc., susceptible de transformarse en plataforma de reivindicaciones corporativas, sino que es una igualdad revolucionaria, hermanamiento entre luchadores, y de clase, sostenida sobre el universalismo de la lucha de clases, precisamente, sobre la conciencia de su “unidad e indivisibilidad”.

IV. Las bases objetivas de los errores de los camaradas de BiR

Como habíamos indicado, hemos sido indudablemente ásperos a la hora de caracterizar las posiciones ideológicas y políticas a que conducía la lógica de la argumentación de los camaradas de BiR. Creemos que esta aspereza está en perfecta consonancia con las consecuencias lógicas de desarrollar los presupuestos que planteaban los camaradas y entendemos que estas caracterizaciones no han sido gratuitas, sino que nos hemos esforzado por explicarlas argumentalmente, sin escatimar espacio para ello, entendiendo que este esfuerzo es una muestra de consideración hacia los camaradas. Efectivamente, los hemos caracterizado en todo momento como camaradas, a pesar de la gravedad de muchas de las implicaciones de sus presupuestos —algo inadmisible de disimular en el terreno de la clarificación ideológica y de principios—, así como del perfecto engarce lógico entre los mismos, que sirven los cimientos de una línea alternativa completa, como hemos tratado de demostrar. A pesar de ello, el tratamiento como camaradas en ningún caso ha sido parte de una cortesía vacua y gratuita. Nos tomamos muy en serio el concepto y el significado de la camaradería, la de compañeros de lucha en el más profundo de los sentidos y por la más grandiosa de las causas, y no somos prolijos al expedir tal caracterización. Efectivamente, en todo momento estamos convencidos de la voluntad revolucionaria e internacionalista de los camaradas, de que son comunistas consecuentes y de que, por tanto, son miembros honestos del Movimiento por la Reconstitución. Ello es así, además de por la voluntad en tal sentido de los camaradas reiterada muchas veces, entre ellas en el propio escrito crítico que estamos respondiendo y por nuestro convencimiento de que ni los propios camaradas de BiR se han percatado de todas las consecuencias posibles y plausibles de sus planteamientos, porque también creemos poder señalar las bases objetivas de los errores de los camaradas. A nuestro juicio, éstas son de dos tipos.

La primera y fundamental, tiene que ver con el desenvolvimiento objetivo del Movimiento por la Reconstitución en el último periodo y con su incursión a la palestra de la gran lucha de clases, así como con el ambiente objetivo en que operan los camaradas. Aquí nos referimos fundamentalmente a la campaña política que la LR emprendió con motivo del 9-N de 2014 y la celebración ilegal de un referéndum por la autodeterminación en Catalunya. Como se sabe, el Movimiento por la Reconstitución optó mayoritariamente por apoyar el SÍ a la independencia nacional en dicho referéndum. Ello se hacía con la vista puesta únicamente en el desarrollo de la unidad internacionalista de nuestra clase y en el deslindamiento de campos en tal sentido en el seno de su vanguardia. La correlación de fuerzas de clase, y en concreto la inexistencia de movimiento proletario revolucionario efectivo, así como la situación objetiva y las concepciones que la derrota del Ciclo de Octubre han convertido en hegemónicas entre la vanguardia, nos impulsaban a una acción rotunda para restaurar el contenido efectivo del concepto del derecho a la autodeterminación (derecho a un Estado nacional propio), y a mostrar nuestro apoyo, como exige el marxismo, a ese elemento democrático que todo movimiento nacional contra la opresión conlleva. El que el grueso del posicionamiento de la LR proviniera principalmente de la nación opresora y la ilegalidad del referéndum, que lo aislaba de otras maniobras institucionales de las distintas fracciones burguesas que operan alrededor del Procés, hacían la ocasión extremadamente propicia para un posicionamiento en tal sentido, sin comprometer la independencia de clase de la vanguardia —algo especialmente frágil en los primeros momentos de su recomposición—, permitiendo poner una importante piedra en el arduo camino del restablecimiento de la confianza mutua entre los obreros de distintas naciones, quebrada por la opresión nacional, el nacionalismo y el revisionismo; restablecimiento necesario para la imprescindible lucha común contra el capitalismo. En este sentido, el posicionamiento era indudablemente justo y lo consideramos un hito internacionalista en el desarrollo de la vanguardia proletaria en el Estado español.

No obstante, en todo momento teníamos presente que era una maniobra peligrosa. Y no precisamente por la unidad del aborrecido Estado burgués español, que desafiábamos abiertamente, nos es por completo indiferente (a diferencia de la unidad, ideológica y política en primer lugar, entre nuestra clase más allá de las barreras nacionales) y cuyo destino no puede ser otro que, más o menos fragmentado para entonces, su completa destrucción a manos del proletariado revolucionario. Este peligro venía precisamente de la juventud e inmadurez política, necesaria e inevitable, de nuestro Movimiento. Efectivamente, la Reconstitución del comunismo apenas ha dado los primeros pasos y la nueva Línea General que apenas empieza a emerger con nitidez está lejos de haberse asentado en el seno de la vanguardia proletaria. Aún queda mucho terreno por labrar en esa primera estación política objetiva del proceso de Reconstitución. No obstante la maniobra de nuestro Movimiento, exigida por la gravedad de la crisis política del Estado y el enconamiento de la cuestión nacional, representaba objetivamente una incursión desde esa Línea General, aún sin asentar, a la Línea Política. Ello, por cierto, es una muestra, contra las insidias de sus detractores, de que la LR no adolece de “esquematismo”, ni de que su orientación es “libresca”, sino que sabe disponerse y orientarse en la situación política concreta, sin someterse a esquemas prefijados. De cualquier manera, asimismo, la maniobra incidía justamente en el aspecto democrático de la cuestión nacional, se movía hacia la periferia, hacía el aspecto secundario, cuando el centro de cohesión de nuestro Movimiento, su base fundamental, es aún necesariamente frágil. De este modo, lo que era una maniobra política indudablemente justa tenía el riesgo de desorientar y confundir a sectores de nuestro Movimiento. Efectivamente, éste es orgullosamente joven en todos los aspectos y sus miembros se están formando y educando, sobre todo, en la teoría revolucionaria. Ello, evidentemente, es completamente correcto y es nuestro objetivo: formar, en primer lugar, a los teóricos del proletariado, a su Estado Mayor de estrategas. No obstante, dada la inexperiencia política, insistimos, absolutamente necesaria, de nuestro Movimiento como conjunto, esta repentina y puntual salida desde la Línea General, desde el acostumbrado nicho de la reflexión teórica más general, hacia la Línea Política, terreno de adaptación a lo más inmediato, ha provocado que algunos camaradas, por inercia de la saludable actividad principal en la que están embarcados, hayan sido proclives a erigir doctrina de una acción política más bien táctica, a elaborar teoría de una maniobra política, llegando al extremo de sustituir los principios por esa maniobra política, aun más, a erigir la maniobra política en principio. Creemos que esto es lo que les ha sucedido a los camaradas de BiR, expresándose el peligro objetivo de la incursión a través de ellos. Y es que si este peligro existía objetivamente para todo el Movimiento, el sentido de la maniobra, incisiva en el aspecto democrático de la cuestión nacional, así como la situación geográfica de los camaradas, enclavados en el seno de la nación oprimida y, por tanto, más expuestos a la poderosa influencia del gran movimiento nacional catalán, los hacía más proclives objetivamente, independientemente de su honesta voluntad revolucionaria, a ser presas de los riesgos de la acción de la LR, a que éstos se expresaran particularmente a través de los camaradas[36]. Esta experiencia ha sido particularmente edificante para el Movimiento por la Reconstitución, una experiencia en vivo, respecto a aquello que plantea la Nueva Orientación sobre cómo, durante el Ciclo de Octubre, los expedientes y compromisos de toda índole de acciones políticas iban quedando adheridos a la teoría marxista, sin que se hiciera un posterior esfuerzo de depuración crítica de los mismos, quebrantando y debilitando su coherencia interna como cosmovisión[37]. Por ello, no nos cabe duda de que la feliz resolución de esta polémica y la asimilación de la experiencia política objetiva que representa serán enormemente beneficiosas para el desarrollo y maduración política de nuestro Movimiento, dotándonos de más perspectiva y destreza ante situaciones futuras similares.

La segunda base de los errores, ésta más secundaria y subjetiva, entendemos que tiene que ver con ciertos defectos de estilo de trabajo que creemos percibir en la crítica de los camaradas. Ya habíamos señalado algo al principio de este documento, al indicar que teníamos la impresión de que esta polémica se había iniciado por logomaquia, aunque después, efectivamente, haya mostrado que había toda una lógica política agazapada tras la misma. También hemos señalado ciertos errores de empirismo epistemológico en las posiciones de los camaradas, pero entendemos que éstos se conectan con ciertos problemas de empirismo metodológico, con cierta fijación estática en las palabras, desligándolas del contexto más amplio que les da sentido. Si la tendencia nominalista es intrínseca al empirismo, los propios camaradas dan cierta muestra de ello, cuando, además de ciertas atribuciones arbitrarias y subjetivas de significado a las palabras[38] (que ya hemos indicado que son algo más que una realidad semántica, sino que tienen una carga histórica y material), parten del marco textual como realidad suficiente, desentendiéndose del marco ideológico-político que le da plena coherencia. Así, esta atención al texto sin contexto ha llevado a los camaradas de BiR, de perseguir a las palabras a perseguir supuestas desviaciones luxemburguistas en la LR, precisamente ella que se ha mostrado en la práctica política (9-N) como el primer combatiente contra el pseudoizquierdismo ante la cuestión nacional en el Estado español, especialmente en la nación opresora. Esta persecución ha llevado a los camaradas peligrosamente cerca del nacionalismo, lo que, de por sí, es una nueva muestra de la corrección de la postura mayoritaria de la LR ante el 9-N, forjada en gran medida precisamente en el contraste contra ciertas tentaciones luxemburguistas. Ello ha generado una situación algo paradójica, con nuestros camaradas ejerciendo de fiscales contra el “luxemburguismo” de aquellos que han defendido desde la nación opresora el derecho a la separación de las naciones con toda contundencia, ¡apoyando la separación, la independencia! (posicionamiento que seguimos reivindicando con pleno orgullo), mientras a la espalda de nuestros camaradas el nacionalismo “rojo” está en todo su vigor. Efectivamente, esto sí podría considerarse “internacionalismo entre desiguales”, aunque no en el sentido que le dan nuestros camaradas. Aunque, insistimos, no dudamos de la voluntad internacionalista de BiR, como evidencian las saludables críticas al nacionalismo que aparecen esporádicamente en sus trabajos dedicados a otros menesteres, como ese análisis de la realidad, se echa de menos un trabajo sistemático de lucha de dos líneas contra la estrechez de los nacionalistas disfrazados de marxistas en la nación oprimida, que acompase el trabajo internacionalista a lo que ya ha sido hecho, y va a seguir haciéndose, desde la nación opresora.

En cualquier caso, donde probablemente este empirismo metodológico, de aislamiento del texto, y aun de solitarias palabras en el mismo, de cualquier otro marco de coherencia, alcance su paroxismo sea en la crítica de los camaradas al supuesto esencialismo obrerista de la consigna “¡ni un voto obrero en las urnas!”. Aquí es suficiente la aparición de la mera palabra “obrero” para comparecer ante el tribunal anti-esencialista. Ello es una confesión invertida de eso que ya hemos apuntado, que los camaradas parecen no ver en nuestra clase más que su faceta como variable económica del capital. Si a ello le sumamos la introducción de elementos fundamentalmente burgueses en el aparato de principios proletario, tenemos que el anti-esencialismo de los camaradas ha pasado al otro extremo y se concreta como desubjetivación de la lucha de clases: la subjetividad proletaria es, como ya hemos indicado, desintegrada entre pedazos del mundo burgués y se niega a la vanguardia la posibilidad de actuar, de ir trabajando independiente y conscientemente por situar la perspectiva revolucionaria en el único suelo social masivo donde cabe que prenda con solidez. En definitiva, hay una perfecta coherencia entre el celo por la igualdad democrática de las naciones —aquí no parece haber esencias que demoler— y el arrumbamiento y cuestionamiento de la sustantividad del principio de clase, coherencia que sólo cabe conceptualizar como desviación nacionalista.

Para acabar, y en relación con esta última cuestión de estilo de trabajo, cabe apuntar algo sobre el asunto Mas. Éste es un tema por completo secundario, ya que se refiere al análisis de la realidad política particular y no a una cuestión de principios. Además, estamos convencidos de la fundamental identidad del análisis de los camaradas con el de la LR en conjunto. Para ésta cabe ver, desde cierta perspectiva, la historia del Procés como un forcejeo por su hegemonía y dirección entre la mediana y la pequeña burguesías catalanistas. Aquí la disputa entre nosotros sí es pura logomaquia. Dicen los camaradas:

“(…) esto no puede de ninguna manera llevar a decir que Mas y CDC son la ‘principal fuerza rectora del movimiento nacionalista’, cuando precisamente la historia reciente de Mas y CDC es la capitulación permanente ante ERC-CUP-entidades de la PB [pequeña burguesía]. Un movimiento que florece comiéndose a CiU, ante el cual CDC logra reaccionar apoderándose de su ‘liderazgo’. Y es cierto: junto a la apariencia de los acontecimientos, la inteligencia y audacia políticas de Mas, hijas de la capacidad de Pujol, logran concentrar la ‘fuerza’ y la ‘dirección’ en que converge el movimiento nacionalista en él y CDC.” (p. 53)

Como se ve, toda la disputa es que no cabe hablar de “fuerza rectora” sino de “liderazgo”. Con cierta perplejidad, tenemos que indicar a los camaradas que en cualquier diccionario encontrarán que “rector” y “líder” son esencialmente sinónimos. Parece que el origen de esta confusión tiene que ver con ese nominalismo subjetivo que muestran los camaradas, pues da la impresión de que, arbitrariamente, han decidido dotar a la palabra “rector”, en vez de su verdadero significado, el sentido de “raíz” u “origen”:

“Esto podría dar pie a entender que el movimiento nacional surge, tiene su raíz, su carácter de clase en la fracción del capital que representa CDC, y esto es totalmente erróneo. Y precisamente porque este es el análisis que hace todo el MCEe -entendiendo que el Procés es cosa de la alta burguesía, de CDC, etc.- es necesario delimitar bien los campos con el revisionismo.” (p. 53)

La crítica de los camaradas a la LR acaba donde ésta empezó, hace ya más de un año. Veamos, ya que es el que estamos utilizando, lo que decía el posicionamiento del MAI ante el 9-N:

“Lejos del discurso patentado en Madrid, y que parecen haber comprado algunos revisionistas, de que el Procés es una maniobra orquestada por Artur Mas y sus adláteres, lo cierto es que éste ha intentado, con escasa suerte, subirse a un torrente ya en marcha y canalizarlo, de cara a instrumentalizarlo para sus particulares intereses de clase.”[39]

Como se ve, la LR no ha sugerido que el Procés tuviera su “causa” o “raíz” en las maniobras del astut, por lo que parece que el “campo” ya estaba “delimitado” con el revisionismo en este aspecto. Lo que cabría matizar, transcurrido todo este tiempo, respecto al posicionamiento del MAI es, en todo caso, eso de la “escasa suerte” de la mediana burguesía, a través de sus representantes, en instrumentalizar el movimiento. Efectivamente, la participación de la mediana burguesía es lo que ha dotado al movimiento independentista catalán de su carácter nacional general, lo que lo ha potenciado hasta poner en el orden del día la cuestión de la independencia nacional. Los representantes de ERC, por ejemplo, lo saben, de ahí su timidez y circunspección cuando les han servido la cabeza política de Mas en bandeja. Los camaradas de BiR hablan de “capitulación permanente” de la mediana burguesía frente a la pequeña burguesía catalanista. Esto, si, como hacen los camaradas, se admite que la primera tiene el “liderazgo” del Procés, sólo puede comprenderse por el hecho de que, debido a la agudeza de la crisis política del Estado español, el grueso de la mediana burguesía ha pasado de un nacionalismo moderado respecto al statu quo del Estado a abrazar formalmente el independentismo. Con ello los camaradas nos presentan un esquema rígido, estático, de los intereses de las clases, donde éstas no pueden maniobrar ni desplazar sus posiciones según les convenga en función de la lucha de clases, sino que a cada fracción le corresponde unívocamente, le corresponde esencialmente, un programa político determinado a priori. Así, la independencia nacional sería, esencialmente y de una vez por todas, el programa de un sector de la pequeña burguesía catalanista, siendo cualquier desplazamiento en este sentido de otra fracción de la clase burguesa, una “capitulación” de ésta, independientemente de la correlación entre todas las clases en pugna y de que esta fracción integrada al independentismo tenga el “liderazgo” de su movimiento, esto es, la posición idónea para su instrumentalización. De nuevo, la eliminación del factor de la subjetividad en la lucha de clases (menos importante en el caso de la burguesía –pues su programa universal es la acumulación de plusvalía en la mayor cantidad posible, siendo fundamentalmente accidentalista respecto a las formas políticas, nacionales o de otro tipo, que se la puedan propiciar— que en el del proletariado, protagonista de una obra histórica de construcción consciente) aparece tras las concepciones de los camaradas, cuyo fervor anti-esencialista presenta una faz algo tuerta, sólo fijado en el proletariado, sin aplicar tal rigor crítico a las cuestiones que atañen a la burguesía y sus naciones.

Por lo demás, esta insistencia de los camaradas en “deslindar” a sectores “más altos” de la burguesía respecto al Procés, como tratando de sugerir la existencia de un movimiento nacional popular nítidamente diferenciado de la “alta burguesía” catalana (que, por cierto, no creemos que sea independentista en absoluto), bien distinguido del carácter de clase necesaria y fundamentalmente burgués de todo movimiento nacional, no hace sino reforzar, unido a todo lo demás que hemos ido indicando, la impresión señalada respecto a la desviación nacionalista que ha aquejado a los camaradas de BiR.

Después de todo lo dicho, queremos subrayar que la posición aquí defendida es inseparable e indesligable de la defensa del derecho de autodeterminación y la igualdad democrática entre las naciones que los destacamentos de la LR sostienen, como en su mayoría ejemplificaron con toda consecuencia ante el 9-N. Sin embargo, el que los camaradas de BiR hayan absolutizado el aspecto democrático, secundario en la contradicción que establece la dialéctica del correcto planteamiento marxista en la cuestión nacional, nos ha obligado ahora a poner el acento en el principal y fundamental, la sustantividad en sí del principio internacionalista proletario, la unidad e indivisibilidad de la lucha de clases y la tendencia a la asimilación y fusión de las naciones, ese “motor de la transformación del capitalismo en socialismo” que caracterizó Lenin. Este aspecto primordial es el que vincula la actividad autónoma que los comunistas podemos desplegar ya, aquí y ahora —independientemente de la plasmación del problema nacional en la esfera del Estado burgués—, de unidad internacionalista en el seno de la clase obrera y su vanguardia, con el horizonte final de fusión de la humanidad en el Comunismo. Esta defensa marxista de la asimilación y fusión de las naciones[40] sólo puede realizarse consecuentemente desde el tratamiento democrático de las mismas, desde la lucha contra toda opresión y privilegio entre las naciones, para evitar el encastillamiento y el repliegue del proletariado sobre sus particularidades nacionales y permitir, precisamente, su unidad de clase en la lucha contra el capitalismo por encima de estas barreras.

Como punto y final de esta respuesta, nos gustaría reiterar una vez más nuestra consideración camaraderil hacia BiR, a los que, insistimos, consideramos parte del Movimiento por la Reconstitución y camaradas honestos y valiosos. Confiamos que esta polémica, en la que nos hemos esforzado por “ir hasta el final” respecto a las implicaciones de las posiciones que nos planteaban los camaradas, sirva para profundizar ideológicamente en nuestra cosmovisión (a nosotros ya nos ha servido en tal sentido), demostrando la potencia de la lucha de dos líneas, y para avanzar en la cohesión política de los camaradas de BiR con el conjunto del Movimiento, en que podamos avanzar más estrechamente unidos por el difícil pero enriquecedor y necesario sendero de la Reconstitución del comunismo y la reanudación de la Revolución Proletaria Mundial.

Comité por la Reconstitución
Febrero de 2016




Notas: