1. En el período actual el elemento que está marcando la lucha de clases en el Estado español es el enfrentamiento entre el movimiento nacional catalán y el centralismo español. El primero está compuesto por la burguesía media, la pequeña burguesía y parte de la aristocracia obrera catalana, tal como se señala en el documento que los camaradas de Cèl·lula generosamente han compartido. En tanto esas clases catalanas han participado, y lo siguen haciendo, de la democracia burguesa española, cuentan con ciertos resortes del Estado capitalista español, desde el cual están intentando encauzar, todavía bajo la dirección de esa timorata burguesía media, y dirigir un movimiento de masas que amenaza con sobrepasarles por momentos, precisamente por limitar los compases de ese movimiento soberanista a lo que dictaminan las leyes de Madrid. El segundo, el centralismo español, cuenta con todo el aparato burocrático-militar, organizado en base a los intereses del gran capital financiero. El mismo que sirve tanto para aplastar al proletariado como para seguir imponiendo las cadenas de la hispanidad tanto al pueblo catalán como a todos aquellos pueblos que bajos sus fronteras reclaman sus derechos nacionales.
2. Por su parte, el proletariado, la clase revolucionaria llamada a destruir el orden existente, se encuentra desprovisto de sus más elementales organizaciones. Nos hallamos en ese período político (tras el fin del Ciclo de Octubre) que hace que el proletariado revolucionario no pueda incidir, todavía, de forma efectiva en la gran lucha de clases, pero que sin embargo demanda a la vanguardia una posición concreta ante las problemáticas que atenazan a nuestra clase, máxime cuando son de tan profundo calado como la cuestión nacional. Desprovisto de aquellas organizaciones, desprovisto incluso de un primario movimiento práctico (hacia el que avanzamos con paso firme pero del que aún nos dista terreno) el proletariado está separado, de facto, nacionalmente, pues está inserto en las dinámicas políticas de las distintas facciones de la burguesía que de una u otra forma irradian su nacionalismo (de la nación opresora o de la oprimida) y provocan ese recelo nacional, ese distanciamiento de los obreros por su nacionalidad que el capitalismo crea y reproduce sin cesar.
3. La solución al problema nacional es eminentemente de carácter democrático-burgués, pues se soluciona con la equiparación de derechos, con la igualdad. Y esta igualdad que el comunismo defiende ante el problema nacional se desarrolla desde el derecho a la autodeterminación, que no es otra cosa que el derecho de una nación a separarse y a tener su propio Estado. Y en tanto derecho democrático, este puede resolverse, insistimos, en la sociedad burguesa y bajo el imperialismo, lo cual no implica que el proletariado, y ni mucho menos su vanguardia, pueda permanecer inalterable ante este tipo de opresión y, en consecuencia, a la posibilidad de resolver la misma.
4. Una de las brillantes enseñanzas de la Gran Revolución Socialista de Octubre, y que se instaló en las bases del surgimiento del Movimiento Comunista Internacional, fue la integración de ese derecho democrático burgués en las filas del movimiento revolucionario. Con esto no queremos decir que el derecho a la autodeterminación sea algo que el proletariado toma simple y llanamente de la burguesía ni tampoco queremos equiparar las condiciones de 1917 (cuando en las naciones de Oriente estaba pendiente la revolución democrática) a la situación concreta en el Estado imperialista español. Lo que queremos remarcar es que la autodeterminación en ningún caso es para los comunistas un mantra abstracto que se repite para todo y por ello no sirve para nada, como sucedía con la II Internacional que formalmente reconocía tal derecho (como pasa, en general, con los derechos bajo la dominación de la burguesía, que no pasan para los oprimidos de ser un reconocimiento formal sin ninguna validez práctica), sino que es un derecho democrático práctico que el proletariado revolucionario tiene que tener presente siempre y ante cuya concreción política es donde los revolucionarios han de marcar la línea de demarcación frente a esa oquedad que blande el revisionismo.
Otra de las enseñanzas que podemos extraer del Ciclo de Octubre es, ya la hemos mentado, la cuestión de la igualdad nacional, que debemos ligar con el internacionalismo proletario. Lo que trae consigo que en la nación oprimida los revolucionarios deben tratar el problema desde la perspectiva de la unidad voluntaria de los pueblos mientras que en la nación opresora se ha de señalar en términos del derecho a la igualdad y por tanto a la escisión. Se trata en definitiva de educar a las masas en la democracia consecuente. En lo concreto, y en lo que nos atañe específicamente a organizaciones como las nuestras, la Juventud Comunista de Almería y la Juventud Comunista de Zamora (JCA/JCZ), que estamos en la nación opresora, debemos luchar por educar a nuestra clase en el derecho a la escisión del pueblo catalán. Sólo así podemos acabar con la mentalidad del obrero español, embrutecido por los carceleros patrios, y que concibe como natural que todo aquel que se enfrente contra los valores que emanan del Estado burgués y centralista español, ha de ser aplastado. Porque en España los proletarios conscientes comprobamos día a día aquello de que un pueblo que oprime a otro jamás podrá ser libre.
5. Con respecto al referéndum del 9 de Noviembre, parcheado por la burguesía media catalana (con el reciente anuncio de Artur Mas) pero que no ha desarticulado al movimiento nacional catalán que sigue siendo favorable a participar en el 9-N (más allá de lo que tenga planteado cada organización para el día después); en tanto ejercicio democrático que además se torna en ejercicio de “desobediencia” contra el centralismo españolista, no podemos por menos que apoyarlo como la libre expresión de Cataluña en lo que a su relación con el resto del estado se refiere. En estas semanas hemos estado muy atentos a las posiciones que las diversas organizaciones autoproclamadas “comunistas” tenían respecto a la consulta. La conclusión es que, como no podía ser de otro modo, el revisionismo es incapaz de comprender la realidad y sólo utiliza recetas abstractas y prefabricadas. Desde los que proclaman el federalismo, hasta quienes se hacen representantes del economismo imperialista más descarado, y sin olvidar esos histriónicos ejemplos que lo reúnen todo; el revisionismo se muestra incapaz para incidir en el movimiento de masas y es incapaz de tener una posición seria ante los problemas de verdad (como es el caso del eclecticismo del Partit Comunista del Poble de Catalunya-Partido Comunista de los Pueblos de España). O, aún peor, desprecia vulgarmente la democracia y llama a boicotear el ejercicio de la misma, alineándose con la reacción centralista, lo que es propuesto, entre otras, por organizaciones que paradójicamente sitúan a su nación como eje vertebrador de la acción política (véase a Reconstrucción Comunista posicionándose contra los derechos democráticos de los catalanes a la par que intenta reconstruir Castilla como esa unidad de destino natural y eterna que las clases sociales, en su actividad práctica, se han empeñado en pervertir durante siglos). Es curioso además comprobar hasta qué punto el revisionismo que alardea de práctica está podrido de teoricismo y es capaz de enfundarse cualquier traje con tal de no afrontar su incapacidad crónica: frente a las cuestiones que sólo puede resolver la dictadura del proletariado propone un largo camino de reformas democráticas a implementar desde el viejo estado reaccionario; y ante los problemas democráticos se refugia en un incierto “socialismo” (incierto porque poco tiene que ver con la dictadura revolucionaria de las masas en armas).
6. Recapitulando y atacando el problema que se nos propone aquí, nuestra posición es favorable a la independencia de Cataluña. Considerando que no podemos ofrecer una alternativa real y efectiva al actual movimiento democrático catalán y que éste se desenvuelve sobre una problemática, la de la igualdad nacional, que puede resolverse en el imperialismo. Creemos que esa independencia puede resolver el problema, en tanto que ni la reacción española ni la catalana podrán refugiarse en su bandera nacional para pacificar la lucha de clases, tal como ocurre hoy día. Desde la igualdad nacional, los proletarios españoles y catalanes (y del resto de naciones oprimidas), comprenderán mejor quiénes son sus verdaderos iguales y sus enemigos irreconciliables. El Sí agudiza la crisis política del Estado español, lo cual no implica que ésta traiga consigo la revolución, pero en todo caso nos dota de un marco de acción más favorable para la lucha de clases en general, también para la lucha de clases a nivel ideológico. Creemos que el Sí puede servir para estrechar lazos con la vanguardia en Cataluña, para desterrar cualquier recelo hacia organizaciones con proyección estatal (entendible en un ambiente en que el revisionismo, que hegemoniza nuestro movimiento desde hace décadas, es y ha sido fundamentalmente chovinista-españolista). El Sí igualmente entendemos que sirve para ser consecuentes en la educación de las masas de la nación opresora y también contra las aspiraciones de la reacción española, creando así problemas internos al imperialismo español. Esto va en la dirección leninista sobre que el reconocimiento de la independencia disminuye los riesgos de la disgregación. Apostamos por esta posición desde el reconocimiento de que lo que prima es la reconstitución ideológica y política del comunismo, de que ésta ha de realizarse mediante la alianza internacional del proletariado en el Estado español, que es el enemigo común que tenemos el proletariado catalán, gallego, vasco y español. Con ello decimos que esta posición puntual no implica que abandonemos en ningún caso el principio de un Estado, un Partido. A la par que reconocemos la independencia como método para resolver la opresión nacional en el Estado español en la actualidad, reforzamos el llamamiento a la unidad internacional de la clase obrera y específicamente, a la unidad para abordar la reconstitución comunista junto al proletariado consciente de las naciones oprimidas. Creemos también que esta posición, en la disyuntiva actual, nos sitúa frente al nacionalismo pequeño-burgués en tanto no convertimos el nacionalismo ni la creación de naciones en nuestra tarea (no apoyamos la independencia bajo cualquier circunstancia, sólo tras analizar el estado de la lucha de clases), sino que atendemos a las naciones que existen y desarrollamos aquello que Lenin denominaba “reivindicación negativa”, es decir, partiendo del reconocimiento del derecho de autodeterminación, buscamos el método más certero para resolver esta problemática democrática. En definitiva, creemos que en las condiciones dadas, que la vanguardia revolucionaria desde la nación opresora, desde España, apoye la independencia nacional de Cataluña implica que no damos ninguna concesión ni a la burguesía centralista española ni a la burguesía catalana, favorecemos la democracia consecuente entre las naciones, educando a las masas, estrechamos lazos con el proletariado catalán y lo llamamos a participar de las mismas organizaciones revolucionarias de las que se dote el proletariado del resto del estado mientras sigamos bajo el mismo yugo.