Hace ya varios años que el MAI lanzó su Carta abierta al conjunto de la vanguardia revolucionaria, dirigida fundamentalmente al componente maoísta de la vanguardia proletaria en el Estado español. Si bien éramos conscientes de lo minoritario de este sector por estas latitudes, el MAI consideraba, y lo sigue haciendo, el maoísmo como la expresión más avanzada de la teoría revolucionaria durante el pasado Ciclo, y un punto de apoyo privilegiado desde el que acometer el necesario Balance del Ciclo de Octubre, y a los maoístas, siempre insistentes en la cuestión de la definición ideológica, como los actores mejor predispuestos para entender una propuesta que iba dirigida precisamente a la clarificación ideológica y a la vivificación y fundamentación de los principios revolucionarios.
Desgraciadamente, el maoísmo demostró la razón por la que su influencia en el Estado español es tan limitada. Aún a pesar de su aislamiento, la mayoría de los grupúsculos ni se dieron por enterados, y los que lo hicieron mostraron sus enormes deficiencias políticas y, sobre todo, ideológicas. Tiempo de sobra hemos tenido desde entonces para reafirmarnos en estas ideas, y sacar una conclusión clara: los mayores enemigos de la expansión del maoísmo en el Estado español son los propios maoístas del lugar. Por nuestra parte, seguiremos atentos a la controversia en el seno del movimiento maoísta internacional, pues en ese ámbito sí se pueden encontrar coherencia y debates de enjundia. Asimismo, continuaremos apoyando a su ala izquierda en contra de las derivas oportunistas y liquidacionistas que amenazan las mermantes conquistas que esta corriente ha ofrendado a la Revolución Proletaria Mundial (RPM), del mismo modo que continuaremos con nuestro apoyo de aquellos maoístas que siguen levantando la bandera de la Guerra Popular en su aplicación práctica.
Sin embargo, la vida nunca es unilateral, y el balance está lejos de ser enteramente negativo. En primer lugar, además de mostrar el carácter del maoísmo local, la Carta abierta ha nutrido y enriquecido la Línea de Reconstitución, especialmente en lo que atañe a Línea General de la RPM y concretamente en lo referente a la problemática de la Guerra Popular como estrategia revolucionaria universal del proletariado, dándole una mayor fundamentación e imbricándola en las cuestiones candentes de la lucha de líneas en el Estado español.
Además, la Carta abierta sí ha provocado la respuesta de otros sectores de la vanguardia, aunque no sean para los que originalmente se pensó, que han reaccionado de forma más positiva y constructiva a nuestra propuesta. Una de estas respuestas viene de parte de la Unión de Comunistas para la Construcción del Partido (UCCP), de cuya contestación vamos a ocuparnos en este documento, además de posicionarnos respecto de algunas implicaciones que se derivan de la línea que expresan sus documentos.
Los camaradas de la UCCP nos hicieron llegar su valoración parcial de la Carta abierta en un documento titulado La flor de loto y la “vanguardia” alicaída, que reproducimos a continuación del presente trabajo, fechada en mayo de 2011. En primer lugar hemos de disculparnos con los camaradas en la demora de la contestación, debida a las necesidades internas de nuestra organización y al apremio de otras obligaciones impuestas por nuestro plan político.
No obstante, cabe decir que el retraso no es una falta especialmente grave en la época en que vivimos, marcada por la derrota de la primera tentativa mundial de la revolución proletaria, con la consiguiente incapacidad de los comunistas en la mayor parte del mundo, especialmente en los países imperialistas, para intervenir sustantivamente en la realidad social y política. Para bien y para mal, el divorcio entre la vanguardia y las masas marca objetivamente unos tiempos políticos diferentes para cada una de las partes constitutivas del proletariado como sujeto político. Tan importante como la rapidez política de la vanguardia debe ser su esmero y cuidado a la hora de confeccionar y fundamentar sus argumentos, pues es en ese terreno donde principalmente nos jugamos la suerte del desarrollo del movimiento proletario revolucionario en las próximas décadas. Por otra parte, la demora en la respuesta nos ha permitido conocer con mayor profundidad las posiciones de los camaradas de la UCCP, a través de diversos documentos que han ido publicando desde entonces, lo que, sin duda, nos ha ayudado a formarnos una mejor y más completa opinión al respecto de la línea que esos trabajos expresa.
El trabajo de la UCCP al que hacemos referencia más arriba empieza con lo que podríamos denominar una autocrítica, a la luz de su dilatada trayectoria política. En ella se realiza una crítica correcta de la relación “voluntarista” con el marxismo que se ha manifestado tradicionalmente entre la vanguardia y el desprecio por la teoría que la ha dominado, algo que, concordamos con los camaradas, ha sido especialmente cierto en el caso español. Dicho ejercicio de autocrítica, plenamente coherente con la tradición del movimiento comunista (y que suele brillar por su ausencia entre sus actuales y pretendidos representantes), dice mucho acerca del talante de los camaradas de la UCCP y de su disposición al debate constructivo. Vaya, pues, por delante nuestro reconocimiento a los camaradas y nuestra voluntad de enmarcar el debate dentro del respeto mutuo y las buenas formas, sin que ello vaya en menoscabo del desarrollo de la crítica y la lucha de dos líneas, en toda su amplitud, como exige el marxismo y reclama el sector de la vanguardia más sensible a las problemáticas de la Reconstitución.
A lo largo del presente trabajo vamos a poner el acento en las diferencias de fondo que nos separan de la UCCP. Por supuesto, esto no debe entenderse como un ataque a los camaradas, ni como nada que esconda intenciones destructivas hacia ellos. Durante demasiado tiempo el revisionismo ha dominado entre el movimiento de vanguardia comunista en éste y en muchos otros países. No es de extrañar, pues, que éste haya impuesto su pacato y liberal estilo de trabajo a la hora de comprender como deben estructurarse las relaciones entre comunistas. Hemos visto demasiados procesos de unidad y comunicados conjuntos que sólo ponían el acento en lo que había de común entre sus signatarios y que dejaban las diferencias ideológicas, o bien para el tratamiento secreto en reuniones de camarilla, o bien para ser limadas por ese fetiche, la práctica, a la que tanto se apela y de la que tan poco se aprende. Por supuesto, en la mayoría de las ocasiones estos procesos de convergencia han acabado como el rosario de la aurora, fracasando y llenando el horizonte del movimiento comunista de negros y desmoralizadores presagios respecto a la posibilidad de volver a levantar ese Partido Comunista que tanto necesita el proletariado. Ello se ha debido tanto a las concepciones de fondo revisionistas que guían a la mayoría de los grupos que apuestan por la unidad comunista como vía de constitución del Partido, como al estilo de trabajo que esta concepción, más preocupada por el acuerdo liberal, impone, donde la ideología es entendida como un producto de mercadeo más, y no como la premisa fundamental del proyecto revolucionario proletario.
Desde la concepción opuesta, que defiende la Línea de Reconstitución, no hay lugar para estas veleidades. La teoría revolucionaria no es un escollo incómodo que nos impide la unidad práctica, sino que es la clave de bóveda del edificio revolucionario. No cabe, por ello, su tratamiento secreto ni exclusivista por parte de las direcciones, sino que las divergencias son algo que debe exponerse abiertamente, tanto para el desarrollo de la propia teoría, desde la confrontación y la lucha de líneas, como para la elevación de cada vez más sectores de la vanguardia hacia una posición desde la que puedan comprender y participar en estos debates, que son una base imprescindible para la formación de esos tribunos del pueblo que deben ser los militantes comunistas. Por ello, que un solo comunista se interese por estos debates y quiera desarrollarlos vale, en las actuales circunstancias por las que atraviesa nuestro movimiento, más que cientos de comunicados conjuntos de grupúsculos diversos o que docenas de abortados procesos de unidad. Es por ello que el tratamiento abierto, serio y fundamentado, de las diferencias de fondo es tan importante en el actual momento y es la línea de actuación, totalmente opuesta a la que ha establecido el revisionismo, por la que apostamos.
Como decíamos, esa autocrítica sirve a los camaradas para enlazar su trayectoria con su actual etapa política, exponiendo algunos de los conceptos recurrentes que, a nuestro entender, nuclean su actual línea política:
“La ruptura ideológica con la etapa anterior no se completa hasta que no comprendemos en su amplitud un hecho de capital importancia: la formación teórica comprende dos tareas que se complementan, la tarea del estudio no puede estar desligada de la práctica teórica, entendida como práctica científica ligada a las necesidades de la lucha de clases del momento histórico.”[1]
Y también:
“Debemos producir el concepto de la realidad actual, de las condiciones concretas en la que actuamos, esto es, el análisis de la formación social y el análisis político de las clases en lucha.”[2]
Hemos remarcado estos dos conceptos “práctica teórica” y “producción del concepto de la realidad” (o, lo que es un sinónimo para los camaradas, “producción del conocimiento de la realidad”), íntimamente imbricados el uno con el otro, y, como tendremos oportunidad de comprobar, recurrentes en los documentos de la UCCP y que, nos parece, forman el núcleo medular de su concepción del marxismo y, consecuentemente, de su visión del carácter de las tareas que afronta la vanguardia. Fieles a nuestro compromiso con el debate teórico nos ha parecido fundamental indagar en los orígenes de estos conceptos, topando irremediablemente con el que, entendemos, es una de las principales fuentes de inspiración de nuestros camaradas: el filósofo y pensador francés Louis Althusser. Nos parece oportuno, tanto para entender mejor las concepciones de nuestros camaradas como para situar este debate en el largo contexto histórico (también de cara a ese Balance que proponemos a la vanguardia), dar unas pinceladas, por sucintas y esquemáticas que sean, acerca del pensamiento de este autor y su posición, sin duda importante, en el marxismo de la segunda mitad del siglo XX.
Para comprender a Althusser, como marxistas, debemos enmarcarlo en su contexto socio-histórico. Althusser comienza a destacar entre las filas de la intelectualidad adscrita al marxismo a principios de la década de 1960. Es un momento en que el Movimiento Comunista Internacional (MCI) acaba de ser sacudido por el XX Congreso del PCUS de 1956, que, a diferencia de lo que muchos comunistas han entendido tradicionalmente, no fue la causa de la crisis del MCI, sino una consecuencia de ésta, la explosión de las contradicciones que venían larvándose en el seno del MCI y la URSS desde hacía varias décadas. Como se sabe, el XX Congreso no dio solución a esta crisis, sino que, de la mano de la nueva burguesía soviética, la encauzó hacia la restauración del capitalismo en la URSS, anunciando la disolución del campo socialista y la descomposición del MCI. El XX Congreso fue el toque de corneta para que el más descarnado revisionismo se hiciera con el control de la mayoría de los partidos que componían el MCI (de nuevo aquí, como en la URSS, eso no era sino la confirmación de la victoria de un revisionismo que venía consolidándose en el interior de estos partidos desde hacía mucho tiempo): es aquí cuando se impone definitivamente la transición pacífica al socialismo y el “nuevo” humanismo socialista, que no eran sino el triunfo definitivo del cretinismo parlamentario (ya pujante desde la época de los frentes populares) y el liberalismo en el seno de los partidos comunistas.
Es en este momento de agudización de la crisis cuando la figura de Althusser comienza a descollar. Académico de tardía adscripción al Partido Comunista Francés (PCF), Althusser recoge una larga tradición ortodoxa del marxismo, que es la de la comprensión cientifista-positivista de éste, a la par que levanta su voz, desde el plano teórico, contra algunos excesos del XX Congreso (aquí cabe enmarcar su “anti-humanismo teórico”[3], que enlaza a su vez con las modas académicas de la Francia del momento, marcadas por el auge del estructuralismo: “el fin último de las ciencias humanas no es constituir al hombre, sino disolverlo”, Lévi-Strauss dixit), mientras, al mismo tiempo, permanecía encuadrado en la corriente pro-soviética mayoritaria del MCI, no abandonando el PCF, y, aún como enfant terrible, asumiendo la mayoría de sus posiciones. Todo este posicionamiento ambiguo, en la intersección de varias corrientes ideológicas y políticas, es lo que le catapultó a ser durante un cierto tiempo el filósofo de moda del marxismo, seguido a la vez por corrientes enfrentadas entre sí.
Como se sabe, la tesis básica de Althusser es que Marx ha inaugurado una nueva ciencia, la ciencia de la Historia, desde la “ruptura epistemológica” con la problemática ideológica anterior[4]. Es decir, la “ciencia marxista” surge de la ruptura con el conjunto de problemas teóricos enmarañados en las concepciones ideológicas previas (Althusser usa el concepto de “ideología” de forma peyorativa, como “falsa conciencia”). En esta ruptura jugaría un papel fundamental esa práctica teórica, comprendida como práctica científica, que permite pasar de una “Primera Generalidad”, la de las concepciones ideológicas reinantes, a una “Tercera Generalidad”, la de la nueva ciencia. La práctica teórica formaría, junto a los “medios de producción teóricos”, la “Segunda Generalidad”, que sirve de mediación entre estos dos estadios. De este modo, la ciencia aparece como elemento autosuficiente, que se basta a sí misma para su desarrollo, desde la crítica y ampliación de su propio aparato conceptual, sin una relación sustancial con el contexto social o histórico que la propicia.
De este modo, el cientifismo (comprensión positivista de la ciencia, y reducción a ésta de toda forma de conciencia válida) de Althusser lleva hasta el final las consecuencias lógicas de todo positivismo: mantiene una relación externa, propia del pensamiento burgués, entre la conciencia y la realidad, hasta el extremo de otorgar a cada uno de estos elementos categorías propias que se mantienen férreamente separadas. Así, en su crítica al historicismo Althusser dirá de éste que:
“(...) reduce el objeto (teórico) de la ciencia de la historia a la historia real; confunde, por lo tanto, el objeto de conocimiento con el objeto real”[5]
Hay que señalar que precisamente lo que produce la “ciencia de la Historia”, mediante la práctica teórica, es su propio concepto, su propio objeto de conocimiento, que es irreductible, contra lo que enseña el marxismo, a una representación intelectual de la historia real, sino que ni siquiera existen, para el francés, “fronteras franqueables” entre ambos, entre la historia y su concepto (que es de lo que se ocupa la “ciencia”):
“(...) no salimos jamás de la abstracción, es decir, del conocimiento, de 'los productos del pensamiento y del concebir': no salimos jamás del concepto. (…) no franqueamos jamás, en ningún instante, la frontera absolutamente infranqueable que separa el 'desarrollo' o especificación del concepto del desarrollo y de la particularidad de las cosas; (…) esta frontera es por derecho infranqueable porque no es la frontera de nada, porque no puede ser una frontera, porque no existe espacio homogéneo común (espíritu o real) entre lo abstracto del concepto de una cosa y lo concreto empírico de esta cosa que pueda autorizar el uso del concepto de frontera.”[6]
Lógicamente, esta radical separación entre la conciencia abstracta y lo real concreto va aparejada a una idea básica que recorre la obra de Althusser, la de la independencia de la ciencia respecto de su contexto social e histórico, ensimismada en sus propios problemas y vista ingenuamente como absolutamente progresista (en coherencia con la tradición ilustrada francesa):
“(...) un fenómeno real, que tiene necesidad de otras categorías para ser pensado, pero que debe ser pensado, distinguiendo la historia relativamente autónoma y propia del conocimiento científico de las otras modalidades de la existencia histórica.”[7]
Esta visión que se mantendrá incólume a pesar de las sucesivas “autocríticas” del francés, destinadas a conceder en su teoría un lugar a la práctica y al contexto social de la lucha de clases, intentando infructuosamente limar el “teoricismo” que el propio Althusser reconocerá. La clave de ese permanente teoricismo es la incomprensión por Althusser del papel del sujeto en la historia que, fiel a su objetivismo y a la moda estructuralista, intenta directamente desterrar: la historia es un “proceso sin sujeto ni Fin(es)” dirá en su Respuesta a John Lewis, que hace las veces de primera parte de su autocrítica. Así, el conocimiento es un proceso impersonal que marcha paralelo a otro proceso impersonal, la historia propiamente dicha. Eso le permite seguir situando a la práctica científica como forma superior o “más elaborada” de práctica[8], obviando lo que sin duda ocupa ese lugar para el marxismo, que es la práctica revolucionaria, o praxis revolucionaria, la fusión orgánica, interna, de la teoría y la práctica en la transformación consciente del mundo.
Esta incomprensión no deja de ser un reflejo de la propia posición de Althusser, académico militante en un partido revisionista (PCF); partido que hace tiempo que ha abandonado cualquier pretensión de ajustar su práctica burguesa, economicista-parlamentaria, con la teoría revolucionaria y mantiene una entente liberal con la prestigiosa intelectualidad del partido, a la que se permite la libre teorización siempre que no se inmiscuya en la política del partido, férreamente dirigida por un apparatchik tecnocrático de parlamentarios, y la observe como un proceso externo predeterminado.
La expresión teórica de esta incomprensión de la relación entre sujeto (reducido maledicentemente por Althusser al hombre individual para hacer más fácil su desechamiento) y objeto, que en realidad forman una unidad material en mutua determinación (y eso es precisamente lo que hace definitivamente superior el materialismo dialéctico de Marx respecto a las formas pretéritas, mecanicistas, del mismo, la comprensión del aspecto subjetivo de la materia)[9], será su crítica y minimización de la dialéctica:
“Pero (…) el M.L. [marxismo-leninismo] siempre ha sometido las tesis dialécticas a la primacía de las tesis materialistas.”[10]
Althusser nos presenta la filosofía marxista, en consonancia con su ethos estructuralista, como una serie de niveles compartimentados e independientes entre sí, a alguno de los cuales podemos ladear sin que eso afecte al resto de la estructura (“dos hacen uno”). Por supuesto, esto es manifiestamente erróneo desde el punto del marxismo, para el que la dialéctica y el materialismo forma un todo interpenetrado (“uno se divide en dos”) imposible de separar so pena de quebrar todo el edificio (que es lo que, como veremos, le sucederá al “materialismo dialéctico” de Althusser). No cabe, pues, la comprensión del materialismo dialéctico, aunque se sostenga sobre el desarrollo anterior del materialismo (nada nace de la nada, y lo nuevo surge de lo viejo), como un materialismo convencional al que se le agrega caprichosamente, como si de sal se tratase, una dosis de dialéctica, sino que es una forma nueva e integral, cualitativamente diferente y superior, de materialismo.
Este desprecio e incomprensión de la dialéctica continúa en la segunda parte de su autocrítica. El blanco esta vez es la categoría de la negación de la negación, que, por nuestra propia experiencia, como sabrán los lectores de El Martinete, se nos aparece cada vez más como el campo de batalla filosófico entre una comprensión dialéctica del marxismo o su reducción positivista. Como se sabe, el maoísmo ha abandonado (con honrosas excepciones) el uso de esta categoría, pero su incomprensión se extiende por el resto de tradiciones del MCI, que, al fin y al cabo, comparten sustrato filosófico (positivismo) y cuna histórica (el Ciclo) con el maoísmo. Althusser es particularmente expresivo:
“He aquí que deje sospechar lo que puede acontecer a una dialéctica abandonada al delirio absoluto de la negación de la negación (…) es una dialéctica que produce sus propias 'esferas' de existencia, es, para decirlo brutalmente, una dialéctica que produce su propia materia. Tesis que traspone y traduce fielmente la tesis fundamental de la ideología burguesa: es el trabajo (del capitalista) el que produce el capital.”[11]
Como vemos, la incomprensión del sujeto, su subsunción en una estructura predeterminada, le lleva a rechazar vehementemente esta categoría. Desde el punto de vista del materialismo marxista es cierto que los sujetos son determinados por la estructura, pero Althusser olvida que, a su vez, esa estructura ha sido conformada por el sujeto, que también es algo material (recordemos de nuevo la Primera Tesis sobre Feuerbach y su crítica al viejo materialismo por no comprender la realidad como algo también subjetivo). Ello le obliga a introducir subrepticia y tramposamente al capitalista individual entre paréntesis para hacer encajar el ingenioso remate en su esquema. Pero basta eliminar el paréntesis para comprender que, efectivamente, el capital ha sido creado por el trabajo; de hecho, no es otra cosa que trabajo pasado objetivado. Lo que realmente es útil a la ideología burguesa es la representación del capital como un ente histórico-natural[12], absolutamente determinante, y a cuyas leyes han de someterse los sujetos (y últimamente los proletarios de este país hemos oído mucho el tatcheriano “no hay alternativa”), que, además, más allá de esa aplastante objetividad disolvente ni siquiera existen. Por no hablar de las consecuencias, de cara a la revolución, de negar el “delirio” de una “dialéctica” creadora de la propia materia: ¿dónde queda entonces la tesis leninista de la teoría revolucionaria como base del Partido Comunista? ¿No es éste un sujeto revolucionario material que no viene dado por las leyes inmanentes del proceso social, sino que hay que crear, esto es, construir conscientemente?
Obviamente, las consecuencias del déficit dialéctico en su comprensión de fondo del marxismo, junto a su objetivismo cientifista, no se harán esperar a la hora de manifestarse en su entendimiento de la lucha de clases y la política:
“Pero, ¡cuidado con el idealismo! La lucha de clases no se desenvuelve en el aire (…) Esta verdad profunda ha sido expresada por el M.L. en la conocida Tesis de la lucha de clases en la infraestructura, en la 'economía', en la explotación de clases, y en la Tesis del entrelazamiento de todas las formas de lucha de clases en la lucha de clase económica. Con esta condición la tesis revolucionaria de la primacía de la lucha de clases es materialista.”[13]
Aquí tenemos descarnadamente expresadas las consecuencias políticas del cientifismo y del objetivismo: la reducción de toda la materialidad al proceso objetivo de la economía y ¡el economicismo sindicalista elevado a non plus ultra de la lucha de clases! contraviniendo las más básicas tesis del marxismo que señalan que la lucha de clase es siempre una lucha política (Manifiesto del Partido Comunista[14]), siendo la política, “concentrado de la economía” (Lenin), el verdadero lugar central de toda lucha de clases. El sumergimiento del sujeto en el océano de la objetividad material (y en esto Althusser es, a su pesar, mucho más hegeliano que ese discípulo de Hegel llamado Karl Marx), conduce, de cara a las tareas revolucionarias del proletariado, a disolver el Partido en el sindicato.
En sus Elementos de autocrítica Althusser reconoce que su leit motiv era la búsqueda de argumentos para el materialismo, lo que, Spinoza mediante, le lleva hasta el nominalismo[15]. Es decir, su menosprecio de la dialéctica (limitada a la contradicción, pero obviando la forma de movimiento que genera esta contradicción: precisamente la negación de la negación) le lleva a retroceder a las formas más primitivas de materialismo. Y es que efectivamente, Marx señaló que el nominalismo había sido una primera manifestación del materialismo[16]. Sin embargo, ante la aparición de formas superiores, ya no sólo el materialismo mecanicista francés del siglo XVIII, sino, sobre todo, el materialismo dialéctico, la apelación al mismo, además como excusa para desterrar la dialéctica, no puede ser por menos que regresiva. Y eso es lo que le sucede a Althusser.
Como se sabe, el nominalismo como corriente definida de pensamiento surge en la Baja Edad Media en el contexto de la discusión en torno a los universales, como reacción a los excesos escolásticos en ese debate. La tesis fundamental del nominalismo es que lo universal sólo existe como nombre, pero que es inencontrable en las cosas mismas, que son, por naturaleza, totalmente únicas y diferentes entre sí; es decir, la realidad es una multiplicidad de singularidades, estando la generalidad sólo como abstracción en la mente y en el habla del observador. Althusser, al final de su vida, reconocerá abiertamente su adscripción a esa filosofía:
“¿No afirmó Marx que el nominalismo es la antesala del materialismo? Justamente, y yo iría más lejos. Diría que no es sólo la antesala sino que es ya el materialismo. (…) Así, el mundo está hecho exclusivamente de cosas singulares, únicas, designables cada una por su propio nombre y sus propiedades.”[17]
Efectivamente, y a pesar de la visión académica de que Althusser abrazó el nominalismo al final de su carrera, podemos afirmar que esta concepción filosófica es la que preside toda su obra “marxista”: cabe recordar ese pasaje que hemos citado más arriba, donde habla de la “frontera infranqueable” entre lo “concreto empírico” y el “abstracto del concepto” de una cosa, que justifica su concepción ensimismada de la ciencia como algo que avanza “autónomamente” desde el desarrollo de sus propios conceptos.
Sin embargo, el materialismo dialéctico de Marx ya había desechado ese punto de vista, y había afirmado que el abstracto-universal puede tener forma de existencia práctico-concreta, ejemplificándolo en la forma que toma el trabajo en la sociedad capitalista:
“La indiferencia frente a un género determinado de trabajo supone una totalidad muy desarrollada de géneros reales de trabajos, ninguno de los cuales predomina sobre los demás. Así, las abstracciones más generales surgen únicamente allí donde existe el desarrollo concreto más rico, donde un elemento aparece como la común a muchos, como común a todos los elementos. (…) esta abstracción del trabajo en general no es solamente el resultado intelectual de una totalidad concreta de trabajos. La indiferencia por un trabajo particular corresponde a una forma de sociedad en la cual los individuos pueden pasar fácilmente de un trabajo a otro y en la que el género determinado de trabajo es para ellos fortuito y, por tanto, indiferente. El trabajo se ha convertido entonces, no sólo en cuanto a categoría, sino también en la realidad, en el medio para crear la riqueza en general y, como determinación, ha dejado de adherirse al individuo como una particularidad suya. (…) Aquí, pues, la abstracción de la categoría 'trabajo', el 'trabajo en general', el trabajo sans phrase, que es el punto de partida de la economía moderna, resulta por primera vez prácticamente cierta.”[18]
El ingenuo optimismo cientifista, del que el francés no era más que la última y más estirada expresión, quedó en bancarrota con los estertores del Ciclo de Octubre, que si algo ha supuesto su fin, respecto a filosofías como la althusseriana, es un mentís de la irreversibilidad objetivista del desarrollo material, y una manifestación invertida de la potencia y existencia del sujeto; invertida porque el mundo que nos ha tocado vivir, este interregno entre dos Ciclos revolucionarios, no es más que el resultado de la debacle y de la disgregación del sujeto revolucionario, el MCI, que clama por su reconstitución.
Para ir acabando con Althusser, aflojado el dogal que imponía su adscripción al comunismo con esa descomposición del MCI, se adaptó perfectamente a los nuevos tiempos intelectuales de la posmodernidad. El rígido objetivismo althusseriano mutó, de modo lógico y necesario, en su perfecto opuesto: un subjetivismo desenfrenado, pues no otra cosa es ese materialismo aleatorio que el francés enarboló en sus últimos años:
“Pienso que el 'verdadero' materialismo, el que mejor conviene al marxismo, es el materialismo aleatorio, inscrito en la línea de Demócrito y Epicuro.”[19]
Este materialismo, en plena consonancia con el paradigma científico burgués (y es que Althusser nunca renunció a su cientifismo –prueba de ello es la persistencia de su nominalismo-, simplemente lo subjetivizó en su última época), reduce toda la materia a entidades primigenias, increadas y eternas:
“(...) todos los elementos del mundo existían ya aislados, desde siempre, desde toda la eternidad, antes de que hubiera mundo.”[20]
La consecuencia de esta “singularización” y “aleatoriedad”, al llevarlo al terreno del desarrollo de las sociedades humanas, al terreno de la historia, es la segmentarización, la atomización del proceso de desarrollo social, la coyunturización de la historia:
“(...) coyuntura significa conjunción, es decir, encuentro aleatorio de elementos en parte existentes pero también imprevisibles. Toda coyuntura es un caso singular, como todas las individualidades históricas, como todo lo que existe.”[21]
Lo que, a su vez, consecuentemente, lleva a la negación de la existencia de leyes históricas:
“Una verdadera concepción materialista de la historia implica el abandono de la idea de que la historia está regida y dominada por leyes que basta conocer y respetar para triunfar sobre la anti-Historia.”[22]
Hay que decir, en primer lugar, que esta visión de leyes históricas pre-existentes a la acción del sujeto, que “basta conocer y respetar”, es absolutamente ajena al marxismo, ya que liquida la necesidad de la revolución, de, parafraseando a Marx, “actividad práctico-crítica”, imbricada orgánicamente en el proceso de conocimiento. No, esta posición, que se encuadra más bien en el neokantismo, no es la del materialismo dialéctico, sino la que enarboló con vehemencia el propio Althusser en su época de militancia comunista: la reducción positivista del marxismo.[23]
En cualquier caso, para este nuevo materialismo del que hablamos, la historia no es más que la combinación aleatoria de individualidades históricas pre-existentes, ninguna de las cuales puede considerarse superior a las otras. Negadas las leyes históricas (que, por supuesto, no son, ni lo defiende el marxismo, equiparables a las leyes físicas), es decir, la posibilidad de comprender y racionalizar el proceso histórico como conjunto, el siguiente paso lógico es la negación del desarrollo progresivo del decurso de la historia, la casualización de la misma y la entronización del relativismo histórico: la igual naturaleza y respetabilidad de todas las formas históricas, concepción muy en boga y defendida por la historiografía posmoderna. La consecuencia política es evidente: negación de la planificación y la consciencia en la actividad política, la denigración de la vanguardia, y la entronización de la coyuntura y la agregación aleatoria de individualidades y subjetividades irreductibles en la “multitud”, novedosa terminología para designar un hecho político tan antiguo como el movimiento obrero: el embellecimiento y la exaltación de la espontaneidad. Éste es precisamente el credo político de los discípulos althusserianos que se acercan a los movimientos sociales (nueva deconstrucción, atomista y coyunturalista, del sujeto proletario), y, en general, la de todos los marxistas devenidos en posmodernos.
Y es que el paso del pétreo cientifismo a la líquida “aleatoriedad” no es más que la expresión de la época en Althusser. El paso, en el mundo intelectual, del rígido estructuralismo objetivista al posestructuralismo subjetivista[24], el paso de la modernidad a la posmodernidad. Ello a su vez, es la expresión del fracaso del proyecto ilustrado del proletariado, fruto del entrelazamiento del estertor de la revolución burguesa y el inicio de la RPM, la consagración ingenua de la ciencia como aliada absoluta del proletariado y la creencia de que las “leyes objetivas de la historia” (pre-existentes al sujeto histórico y que “basta conocer y respetar”) llevaban automática e inevitablemente al progreso, al socialismo; todo lo cual se ha derrumbado, precisamente, con el fin del Ciclo de Octubre, cuyo estruendoso final retumbó de esa manera entre los nuevos filósofos (muchos de ellos, viejos althusserianos) que dedicaron sus energías a la implacable deconstrucción de la modernidad.
Dicho sea de paso, aunque la posmodernidad ha sido usada por la burguesía, en medio de la hecatombe del socialismo real, para propalar el relativismo histórico y proceder a la deconstrucción del proletariado y al destierro de la revolución del mundo intelectual, no nos vale a los comunistas con negarla, como hace la mayoría del MCI, pues eso es obviar lo que tiene la posmodernidad de expresión de un hecho real, el fin del Ciclo de Octubre y la caducidad de muchas de las concepciones e instrumentos que utilizó el proletariado durante dicha experiencia histórica, y es, por tanto, negarnos a comprender la época que nos ha tocado vivir. Como decimos, a la posmodernidad no vale con negarla, en el sentido de rechazar todas las concepciones indudablemente reaccionarias que ha traído consigo, sino que, como buenos dialécticos, hemos de negar la negación[25], e incorporar lo que tiene ciertamente de positivo, como, por ejemplo, su crítica del fetiche ilustrado del progreso automático e impersonal. Sólo en ese momento estaremos en situación de ganarle la batalla ideológica a la burguesía y revertir su actual hegemonía, lo que, sin duda, será la expresión de la creciente madurez del proletariado como sujeto revolucionario, un índice del avanzado grado de su proceso de reconstitución.
En definitiva, el Althusser militante comunista[26] de los 60 y 70 del siglo pasado sólo representa el último intento ortodoxo (en el sentido señalado de imbricación en la corriente positivista dominante en el marxismo desde la II Internacional) de rescatar el marxismo de su crisis, pero, tristemente, jugando, sin salirse, en el mismo campo que lo que criticaba (oponía al subjetivismo humanista el objetivismo cientifista), lo que, en realidad, sólo consiguió abrir las exclusas y acelerar el hundimiento de la nave.
En nuestra opinión, la utilidad de conocer a Althusser para los proletarios conscientes de hoy en día, es inversa, representa un buen negativo fotográfico que nos avisa de las nefastas consecuencias para la teoría marxista y la revolución proletaria a que conduce ineluctablemente el positivismo y el cientifismo y por ello, además de para conocer mejor alguna de las presumibles influencias de nuestros camaradas, nos ha parecido oportuno dedicarle un espacio más o menos amplio.
Estas consecuencias son, en primer lugar, la epistemologización del marxismo, su reducción de elemento de transformación a herramienta de conocimiento, y, consecuentemente, la priorización de las problemáticas relacionadas con éste sobre las que atañen a aquélla. En segundo lugar, la comprensión de la ciencia como elemento neutro e independiente del resto de esferas de la sociedad, y particularmente de la lucha de clases. En tercer lugar, la reducción del materialismo dialéctico al materialismo vulgar, lo que nos impide comprender la conciencia y la sociedad como formas particulares de materia (y recordemos como el materialismo aleatorio sentencia que “todos los elementos del mundo existían ya aislados antes de que hubiera mundo”, lo que impide dar cuenta de estos nuevos fenómenos), y, en consecuencia, niega el desarrollo de la materia, la aparición dialéctica de nuevas y originales formas de ésta desde las antiguas. Además, esta reducción se expresa también en la incapacidad de comprender el desarrollo histórico como fenómeno totalizante y necesario, llevando consecuentemente a un entendimiento fragmentario de la realidad, a su particularización y disgregación en cápsulas autónomas. Así, el monismo materialista que es el marxismo se convierte, y ahí apunta conscientemente Althusser, en dualismo. Finalmente, como colofón que engloba y se relaciona estrechamente con los demás, la externalización de la conciencia respecto de la materia, reducida aquélla a mero reflejo de ésta, lo que nos incapacita para comprender el que es el concepto central del marxismo y la verdadera forma más elaborada de práctica: la praxis revolucionaria. La consecuencia política fundamental de este divorcio es la consideración de la vanguardia (la conciencia social del proletariado) como elemento ajeno a la verdadera clase obrera y el imperativo de su sometimiento al movimiento espontáneo, económico, de ésta; algo que hemos visto elocuentemente expresado por Althusser, y que domina mayoritariamente al movimiento comunista, siendo la expresión más evidente de su derrota e impotencia.
Como decíamos, Althusser nos ha servido como introducción paradigmática, como muestra ejemplar de adónde conduce el cientifismo inevitablemente, de la vinculación necesaria, tanto por unilateral como por anti-dialéctica, del objetivismo y el subjetivismo, así como del hilo que lleva lógicamente del uno al otro, y también para comprobar que se comportan en el plano filosófico de forma idéntica al oportunismo de derechas y el “izquierdismo” en el plano político: como las dos caras de la misma moneda.
Además, haciendo referencia al Balance del Ciclo de Octubre, nos ha servido para situar a Althusser, justo en el momento en que explota la crisis largamente larvada en el seno del MCI, como la manifestación, estirada hasta la caricatura, de esa concepción positivista que ha dominado el marxismo desde la II Internacional y de cómo (más allá de intencionalidades personales, atendiendo precisamente al impacto e influencia, ciertamente grande, de su obra en todo un sector del MCI de la época), aún pretendiendo restaurar un tratamiento teórico serio del marxismo, allanó el camino de su completa disolución posmoderna, hasta dejarnos en la actual situación.
Pero sin más prolegómenos, atendamos a las concepciones propiamente dichas de nuestros camaradas de la UCCP. En seguida comprobaremos que esta introducción alrededor de la obra del intelectual francés no ha sido ociosa.
Los camaradas reconocen la existencia de una crisis del marxismo, la finalización de todo un periodo y la necesidad de “comenzar una nueva etapa”. Por supuesto, sólo esto ya les sitúa por delante de la gran mayoría del MCI en general, y de sus destacamentos españoles en particular, que se niegan obstinadamente a comprender este hecho inapelable, lo que les conduce al intento de aplicación de recetarios gastados y, consecuentemente, a la impotencia política, como está demostrando la actual situación de profunda crisis capitalista. Sin embargo, inmediatamente los camaradas de la UCCP demuestran su adscripción a esa tradición teórica positivista que señalamos, describiendo el marxismo como:
“(…) la teoría científica que permite producir, mediante el estudio y la práctica social, el concepto de la producción capitalista, el conocimiento de la sociedad regida por las relaciones capitalistas de producción y su transformación mediante la lucha de clases.”[27]
Esta asimilación (reducción, diríamos nosotros) del marxismo a la ciencia es algo muy frecuente y sobre lo que los camaradas insisten mucho en sus documentos. De hecho, es el punto desde que se articula su explicación de la crisis del marxismo:
“Ya lo hemos dicho en otras ocasiones: la crisis del marxismo es la crisis de su desarrollo como ciencia, tanto en el terreno teórico como en el terreno práctico. En este sentido, el marxismo no se puede concebir como algo ajeno a las leyes que rigen la naturaleza, a la dialéctica, a la lucha de los contrarios, que avanza en la medida que su lado revolucionario y científico domina a su otro lado revisionista e ideológico, influencia de la concepción metafísica y economicista propia de la burguesía.”[28]
La UCCP nos muestra el marxismo como una unidad de contrarios, teniendo en un polo, el “revolucionario”, a la ciencia y en el otro aspecto, el revisionista, a la ideología. Como vemos, nos introducen en una problemática de claro corte althusseriano, que además, como hemos señalado más arriba, recuerda al primer Althusser, anterior a sus infructuosas “autocríticas”, en la que el marxismo avanza en la medida en que la ciencia destierra a la ideología; y viceversa, su crisis es producto de su fagocitación por el elemento ideológico, nefasto y revisionista. A pesar de la introducción del vocablo “práctica” en su formulación, lo mejor que puede decirse de esta concepción es que aquí la práctica aparece como elemento secundario, siendo lo fundamental de la explicación, el juego de los elementos “teóricos” (ciencia versus ideología) entre sí, ensimismados. De hecho, la UCCP parece confirmar este extremo cuando afirma:
“La producción teórica, entendida como resultado de la práctica teórica, no puede ser concebida como resultado de un ciclo en donde las organizaciones se adherían de manera mecánica al proceso revolucionario por la identificación ideológica y la concordancia política al contexto histórico, sino a una actividad teórica institucionalizada de la vanguardia que aspira a construir la sociedad comunista.”[29]
Ya habíamos señalado al principio de este trabajo que los camaradas identificaban, en la línea althusseriana, la práctica teórica con la “práctica científica”. Hemos visto que para ellos desarrollo del marxismo es equivalente a primacía y desarrollo de su lado científico sobre el ideológico, y ahora vamos a comprobar cómo esto mismo se refleja sobre la propia militancia comunista:
“La transformación de la voluntad en acto revolucionario se inscribe en un proceso en donde debe dominar el aspecto teórico sobre el ideológico en la actividad militante.”[30]
Por lo tanto, podemos comprobar como el esquema en que desarrollo del marxismo es equivalente al desarrollo de su vertiente científica frente a su aspecto ideológico, se refleja en el aspecto militante en el predominio de lo teórico sobre lo ideológico. Así pues, consecuentemente, podemos colegir que en la concepción de los camaradas, teoría es equivalente a ciencia. Y tenemos, como acabamos de ver, que la producción teórica, esto es, científica, es fruto de la práctica teórica. Se entiende así que, para la UCCP, el desarrollo de la teoría es fruto de un proceso intrateórico, del ensimismamiento de la ciencia consigo misma. De hecho, los propios camaradas se encargan de desterrar explícitamente, por “mecánica”, la influencia de cualquier ciclo histórico o político en su conformación. Con ello, tenemos presente uno de los síntomas claros de cualquier reducción cientifista del marxismo: la independencia de la ciencia, “su relativa autonomía”, como diría Althusser, respecto de las otras esferas de la sociedad, especialmente de la lucha de clases, su discurrir autónomo desde el desarrollo de sus propios conceptos (ya hemos visto al principio de este documento, y tendremos la oportunidad de continuar comprobándolo, como la misión que estos camaradas asignan a la “práctica teórica”, científica, es “producir el concepto de la realidad”).
Los resabios althusserianos de esta concepción son más que evidentes. Precisamente el francés, al entender la ciencia independiente del proceso social, como una forma neutra de conocimiento, necesitaba adherir, es decir, adosar de forma externa y mecánica, la ideología como instrumento práctico de la ciencia, aunque no necesariamente imbricado en ella:
“Sin entrar en el problema de las relaciones de la ciencia con su pasado (ideológico), podemos decir que la ideología como sistema de representaciones se distingue de la ciencia en que la función práctico-social es más importante que la función teórica (o de conocimiento).”[31]
Y nuestros camaradas de la UCCP retoman esta problemática al señalar que:
“La práctica teórica, además de producir el conocimiento de la realidad social, los elementos teóricos para comprender su estructura y las leyes que determinan su desarrollo con el objeto de transformarla, produce los elementos ideológicos para establecer la lucha ideológica de clase, condición necesaria para una línea de masas correcta, es decir, adecuada a la realidad concreta.”[32]
Con ello, tenemos el cuadro completo: es la práctica teórica, la ciencia, la fuente de todo desarrollo, que produce, no sólo conocimiento, sino, por decirlo al modo althusseriano, “los elementos de intervención” política. Ello, más que al marxismo, nos recuerda más bien al utilitarismo, hijo legítimo del positivismo, que acepta la ciencia, esto es el conocimiento, como bien supremo, neutro y por encima del desarrollo social, esto es, suprahistórico, y busca el modo de utilizar, de traer este saber a la práctica (por tanto, su punto de partida es su separación) para coadyuvar al bien social.
Por supuesto, para el desarrollo de la teoría es necesaria la actividad teórica; esto es una evidencia, y no creemos que al MAI se le pueda acusar de “subestimar la teoría”, pero formulado así, esto no es más que simplón formalismo (por cierto, el cientifismo, al igual que con el nominalismo, suele estar muy vinculado con el formalismo). Evidentemente, cualquier teoría necesita un periodo racional de actividad propiamente teórica para su formulación, pero, para el marxismo, la esencia de la teoría, lo que está en su origen y la vincula orgánicamente con la realidad, es su comprensión de la misma como práctica social (no sólo científica, sino a todos los niveles) sintetizada.
Además de, siendo generosos, bordear peligrosamente el teoricismo, como le sucedía a Althusser, los camaradas nos introducen en una problemática lejana al marxismo. Si somos rigurosos, como exige el debate teórico, etimológicamente el origen de la palabra ciencia está en el latín scientia, que significa conocimiento. Asimismo, más allá de la etimología, la ciencia moderna, como hecho históricamente configurado, existe para, y es su imperativo, el conocimiento del mundo, para la racionalización y abstracción de las leyes que lo rigen por parte de un sujeto externo contemplativo, leyes que son completamente independientes de ese sujeto. Por lo tanto, los camaradas, al incidir de esa manera en la dimensión científica del marxismo, hasta el punto de hacer depender su suerte de ese aspecto, están subordinando su desarrollo a su capacidad para conocer el mundo, dejando en un segundo lugar lo que supone la verdadera ruptura del marxismo respecto a todas las formas de conciencia anteriores, que es el imperativo de su transformación. De este modo, vemos aparecer la segunda característica de esa reducción positivista del marxismo: el predominio de los problemas del conocimiento sobre las cuestiones relacionadas con la transformación, con la revolución, esto es, la epistemologización del marxismo.
Resulta necesario detenernos un instante para contextualizar y hacer inteligible nuestra crítica del cientifismo marxista y, en general, de cualquier pretensión de reducir el marxismo a la ciencia, para evitar malentendidos y comprensiones unilaterales de la misma que la puedan hacer descarrilar hacia el subjetivismo.
Como nos enseña el materialismo histórico, la ciencia, al igual que el resto de las construcciones humanas, es un producto social e histórico determinado. La ciencia moderna, esto es, la que surge y se desarrolla a partir del siglo XVII de la mano de la descollante revolución burguesa (recordemos que este siglo es precisamente la época dorada de la primera potencia burguesa moderna, las Provincias Unidas, y es también el siglo de la Revolución inglesa), es el producto más acabado y sofisticado de articular el saber que ha producido la sociedad clases. Una característica general de la forma de estructurar el conocimiento por parte de este tipo de sociedades es la de la separación de la conciencia, del sujeto, respecto de la realidad, del objeto, reflejo intelectual de la división social del trabajo, que, como sabemos, es el germen básico de la fractura de clases.
Esta separación es la primera característica básica y primordial de la ciencia, que postula que la realidad es una entidad objetiva independiente, cuyas leyes son, por estas mismas características, cognoscibles por parte del sujeto, que, por lo mismo, ocupa una posición externa, de observador. Esto, por supuesto, no quiere decir que la ciencia sea asimilable a otras formas pretéritas de conciencia, que se rigen por estos mismos parámetros de separación, como puede ser la religión. El marxismo no es un relativismo, sino que comprende el desarrollo progresivo de la materia, de lo inferior a lo superior (algo, por ejemplo, de lo que no puede dar cuenta ese materialismo aleatorio a que condujo a Althusser su cientifismo). La ciencia, que entroniza el materialismo frente al misticismo religioso, nos permite comenzar a comprender el mundo. Por eso, por ejemplo, decía Marx que el nominalismo es una primera forma de materialismo, porque desechaba como punto de partida del saber entelequias como Dios, y nos invitaba a conocer la realidad desde la realidad misma. De este modo, aunque la ciencia, en tanto que saber positivo, en tanto que conocimiento en general, existe desde los albores de la sociedad humana, sólo a partir de determinado grado de desarrollo social (cuya premisa es un considerable desarrollo de las fuerzas productivas), aparece tal y como la conocemos hoy en día, como sistema materialista racional con una metodología e instrumental específico. Precisamente, es la forma que mejor permite el dominio del hombre sobre la naturaleza, su conquista, que es justamente lo que el capitalismo ha aportado al desarrollo histórico de la humanidad, siendo la premisa material del Comunismo. Sin embargo, por eso mismo, la ciencia tal y como está configurada es un producto netamente burgués, es el producto de una sociedad de clases, la última y más desarrollada, e incluye su articulación como elemento de la concepción burguesa del mundo, su carácter como reproductor de la sociedad que la ha alumbrado y que ha ayudado a conformar. Este elemento primordial, premisa básica de la ciencia, es lo que tiene en común con las falsas formas de conciencia anteriores, aunque suponga un salto cualitativo respecto a ellas, y es precisamente la separación de la conciencia respecto de la materia, incluyendo con ello toda una antropología que designa al hombre en una relación particular con el mundo, que es precisamente su enajenación respecto de éste, la de observador de sus leyes objetivas e inmutables.
Hay que señalar que esa visión del surgimiento del saber, neutro y desideologizado, desde el análisis particular de la singularidad concreta, no es más que un producto ideológico, en el peor sentido de la palabra, consustancial a la ciencia (que se materializa con la ideología cientifista por excelencia, el positivismo, hijo del empirismo), y que parecen compartir nuestros camaradas.
Para la UCCP, como vamos viendo, la práctica teórica es la “investigación y el conocimiento de la realidad concreta”[33], “realidad concreta” que debe ser primordialmente la “formación social española”[34], lo que permite “producir el concepto de la realidad social”[35], que es, a su vez, lo que posibilita el desarrollo de esa “ciencia” llamada marxismo. Como vemos, tenemos el esquema científico convencional, la elevación desde lo particular, ese “dato neutro”, a lo general, trasplantado al marxismo. Sin embargo, el propio Marx, hablando precisamente de su método, al referirse al entendimiento de la supuesta naturaleza humana, ya nos había advertido que la particularización sólo es posible como abstracción de las múltiples determinaciones generales en las que todo lo singular está subsumido. Es decir, lo general es la premisa de lo particular.[36] Pero centrándonos más en el objeto particular de nuestra crítica, incluso los más lúcidos epistemólogos burgueses han comprendido que toda investigación científica, precisamente por ser realizada por hombres reales y concretos, está precedida por una determinada concepción del mundo, es decir, que antes del dato estaba la cosmovisión, que integra y articula ese dato de una manera particular:
“La investigación científica apenas comienza antes de que una comunidad científica crea haber encontrado respuestas firmes a preguntas tales como: ¿Cuáles son las entidades fundamentales de que se compone el Universo? ¿Cómo interactúan esas entidades, unas con otras y con los sentidos? ¿Qué preguntas pueden plantearse legítimamente sobre estas entidades y qué técnicas pueden emplearse para buscar las soluciones? Al menos en las ciencias maduras, las respuestas (o substitutos completos de ellas) a preguntas como ésas se encuentran enclavadas firmemente en la iniciación educativa que prepara y da licencia a los estudiantes para la práctica profesional. Debido a que esta educación es tanto rigurosa como rígida, esas respuestas pueden llegar a ejercer una influencia profunda sobre la mentalidad científica. El que puedan hacerlo, justifica en gran parte tanto la eficiencia peculiar de la actividad investigadora normal como la de la dirección que siga ésta en cualquier momento dado.”[37]
Lo que Kuhn nos está indicando es algo evidente para cualquier marxista (aunque él, como buen liberal, no lo formule así), que toda sociedad genera una concepción del mundo particular, que sirve para su reproducción[38], y en la que articula los conocimientos que produce, que son inseparables de esa misma cosmovisión. La imagen del investigador solo ante la verdad no es más que una entelequia burguesa, que es precisamente la que produce, la que tiene de sí mismo, ese grupo social particular que es la comunidad científica, los especialistas del saber en la sociedad burguesa.
Sin embargo, es cierto que, tradicionalmente, el marxismo ha mantenido una relación ambigua con la ciencia, pasando de la absolutización de sus resultados a la denigración de la ciencia burguesa y la búsqueda de una ciencia proletaria. En realidad, esas oscilaciones se han mantenido fijadas en las mismas coordenadas y son un indicativo de esa pendulación entre el objetivismo y el subjetivismo que indicábamos más arriba. Por supuesto, como señalaremos más adelante, no existe una ciencia proletaria, ni el marxismo puede prescindir de la ciencia, aunque no se reduzca a ella.
Brevemente, diremos que el marxismo, como sucede con todas las formas de conciencia, es también un producto histórico y social determinado. Como indican los camaradas de la UCCP muy correctamente no cabe pensar en él como un producto acabado. El marxismo tal y como aparece formulado en la segunda mitad del siglo XIX contiene dos aspectos. Por un lado, Marx y Engels cimentaron los principios de la concepción proletaria del mundo, sentando sus bases, pero por otro, ese marxismo, insistimos, producto histórico y social determinado, expresa la cristalización de una determinada correlación concreta de fuerzas de clase.
El marxismo nace en el momento en que se va apagando la revolución burguesa (recordemos, 1848: el año del Manifiesto y de la última ola clásica de la revolución burguesa en Europa). Históricamente, el marxismo se alumbra como expresión ideológica de una clase, el proletariado, aún en pañales, que apenas está tomando conciencia de su particularidad y de lo que le separa de quien antaño convivía con él en el Tercer Estado (la burguesía), y nace en un momento en que se están terminando de asentar las conquistas de la revolución burguesa, con una reacción feudal-absolutista aún fuerte. La coyuntura histórica del momento determinó que el naciente proletariado adoptara una alianza con una burguesía a la que aún no se le habían agotado completamente sus bríos revolucionarios (precisamente, va a ser la amenaza del creciente proletariado la que la disuada de continuar con sus veleidades revolucionarias) frente a esa reacción feudal. La expresión intelectual de esta alianza, necesaria históricamente, fue el cierre de filas en torno al materialismo en general, frente a las formas de idealismo, religiosas o no, que propagaba la reacción. Ello tuvo el aspecto positivo de ampliar y afianzar las bases materialistas de la nueva concepción del mundo que se abría paso, pero a costa de sacrificar el desarrollo de lo que tenía de particular, de lo que la separaba de la concepción del mundo de su próximo antagonista burgués, a pesar de que, en sus líneas generales, ya estaba formulado (Tesis sobre Feuerbach[39]).
Ésa es la razón, necesaria por el propio desenvolvimiento del proceso histórico, del déficit dialéctico del marxismo que codificó la II Internacional y que está en la base del Ciclo revolucionario de Octubre, a pesar de los muchos reparos que siempre mostró Marx en vida por cómo sus discípulos aplicaban sus enseñanzas. He ahí la base histórica que permite explicar la entronización ingenua de la ciencia por el marxismo como bien absoluto y neutral: era un resabio del ímpetu revolucionario ilustrado de la burguesía, cuyo testigo retomó un proletariado que aún no contaba con la experiencia práctica necesaria para desplegar en toda su amplitud lo que tiene de particular e independiente. Y es que del mismo modo que el materialismo dialéctico nació del materialismo previo, la revolución proletaria nace de la revolución burguesa, llevando adosadas en un primer momento (insistimos, no se trata de una malograda y desdibujada esencia proletaria pura, pre-existente a su lucha de clase, sino del proceso necesario de nacimiento de lo nuevo desde lo viejo, cosa que cualquier materialista puede entender) muchas de sus ideas, de las que el proletariado se va desprendiendo a medida que despliega su práctica de clase particular, que es precisamente lo que le va configurando como sujeto independiente.
Así pues, tenemos situados dos elementos fundamentales para comprender la crítica marxista del cientifismo. Por un lado, la ubicación de la ciencia como forma de conciencia peculiar, producto de la última y más desarrollada sociedad de clases, pero que comparte con otras formas intelectuales de este tipo de sociedades esa enajenación de la conciencia respecto a la materia, concretada en la posición gnoseológica externa del sujeto contemplativo; y, por otro, el suelo histórico, ese entrelazamiento del final de la revolución burguesa con el inicio de la revolución proletaria, que nos permite comprender las bases materiales, fundadas en la lucha de clases y la relación de las clases ente sí, de la compleja vinculación entre el marxismo y la ciencia a lo largo del Ciclo de Octubre, que justificó la aparición de ese positivismo marxista, que en realidad no era otra cosa que la expresión de la inmadurez de una clase que recién acababa de aparecer en el escenario de la historia. Con estos elementos nos mantenemos firmemente anclados en el terreno del materialismo histórico, y cumplimos con esa máxima que nos exige el Balance del Ciclo de Octubre, que es la de la aplicación del marxismo al propio marxismo históricamente existente.
Sentados estos elementos, es necesario dar algunas pinceladas más para comprender lo que tiene de original el marxismo respecto de otras formas de conciencia anteriores. Hemos señalado, y es una tesis marxista clásica, que el capitalismo, con el inmenso desarrollo de las fuerzas productivas que trae aparejada la conquista y el dominio de la naturaleza por el ser humano, sienta las bases materiales del Comunismo. Ya habíamos dicho que aquí precisamente es donde cabe situar a la ciencia como forma particular e históricamente determinada de conciencia. La ciencia es el emblema intelectual de esta conquista, de indudable alcance progresista para el desarrollo de la humanidad.
Sin embargo, a partir de este momento, culminamos la entrada en otro estadio de la materia, el estadio social. Realmente, desde el punto de vista del marxismo, la sociedad de clases representa este puente, el paso de la humanidad desde su estadio primitivo-biológico al estadio social. La era del dominio del capital, esa contradicción materializada que dijera Marx, representa la culminación contradictoria de esta transición: última manifestación de este periodo de interregno (la última sociedad de clases) y la base material necesaria para que la materia social se reencuentre plenamente consigo misma (Comunismo). En este sentido Marx señalaba que:
“En todas las formas en que domina la propiedad de la tierra la relación con la naturaleza es aún predominante. En cambio, en aquellas donde reina el capital, [predomina] el elemento socialmente, históricamente, creado.”[40]
Y precisamente, como señalábamos, la ciencia, producto de un momento en que la burguesía era aún una clase ascendente y progresiva, surge en el momento histórico (siglo XVII) en que la burguesía se dispone a conquistar el mundo y a ofrendar el dominio de la naturaleza por el hombre en el altar del desarrollo histórico. Es por eso que la ciencia, tal y como está históricamente configurada, es decir, alrededor de un ethos positivista (sujeto contemplativo de leyes objetivas externas, método hipotético-deductivo, etc.), tiene sentido. Porque se trata justamente del conocimiento de un estadio de la materia, el mundo físico y natural, pre-existente a la humanidad, en cuya configuración ésta, el elemento subjetivo, no ha jugado ningún papel.
Sin embargo, desde la entronización del capital, cuando su dominio se extiende por todo el planeta, e incluso empieza a trascenderlo, es el elemento social, como señala Marx, el que juega el aspecto principal, hasta el extremo de subsumir, negar e incluir (negación de la negación), la base natural anterior, ya que inclusive, para desconsuelo del ecologista ingenuo, la propia naturaleza comienza a aparecer cada vez más como una relación productiva y social históricamente determinada.
No obstante, aquí ya no caben los parámetros del materialismo vulgar contemplativo anterior, en cuyos confines se encierra la ciencia realmente configurada, precisamente porque aquí el aspecto subjetivo está imbricado con el objetivo, formando un todo indisoluble en mutua determinación (y volvamos a recordar, una vez más, como Marx en su Primera Tesis sobre Feuerbach reprochaba al materialismo anterior no comprender el aspecto subjetivo de la materialidad, de la propia objetividad). Y justamente el atributo fundamental de la forma social de la materia es la conciencia, que es lo que sustancia la subjetividad. No es casual que sea justo en este momento cuando surge el materialismo dialéctico y se empiecen a sentar las bases de una nueva concepción del mundo, que es novísima y, a la vez, continuación del desarrollo progresivo de la humanidad, lo que incluye la ciencia, pero no se reduce a ella (de nuevo, esa figura tan odiada por Althusser: la negación de la negación).
Sin embargo, nuestros camaradas de la UCCP, recogiendo esa tradición positivista del marxismo (las bases para cuya comprensión racional hemos bosquejado en las páginas anteriores), parecen negarse a comprender lo que de original y superior encierra el marxismo como nueva forma de conciencia social. Así, las camaradas se muestran deudores de esta tradición de traslado de las concepciones de las ciencias positivas a la sociedad:
No entender, o al menos comportarse, como que el marxismo no está sometido al desarrollo de la evolución dialéctica del mundo, en donde es necesario e imprescindible su adecuación a la realidad social mediante el proceso de desarrollo intelectual comprobado con la práctica social, es la manera más directa de caer en el esquematismo y en el subjetivismo que rige la concepción burguesa del mundo.”[41]
Aquí los camaradas nos muestran descarnadamente esta tendencia. El marxismo debe “adecuarse” a la realidad social, cuyas leyes son objetivas y pre-existentes, siendo la práctica, consecuentemente, el equivalente del experimento en las ciencias naturales, que sirve a ese sujeto contemplativo para “comprobar” hasta qué punto su hipótesis, producto de su “desarrollo intelectual”, se compagina con el funcionamiento real del mundo. La UCCP lleva a sus últimas consecuencias esta concepción, asimilando, en un ejercicio de reduccionismo epistemológico, las leyes de la sociedad con las de la naturaleza:
“La abolición de la propiedad privada capitalista a través de la expropiación de los medios de producción en manos de los capitalistas individuales y del Estado. Esto significa que se tienen que crear las condiciones materiales necesarias para el desarrollo progresivo de las fuerzas productivas (base para la consolidación de la nueva sociedad) sin las trabas de la apropiación privada, del pleno desenvolvimiento de la producción según una planificación colectiva y consciente, de acuerdo con las leyes que rigen en la Naturaleza.”[42]
Desde luego que aquí no hay peligro alguno de subjetivismo, sí, en cambio, vemos aparecer a su hermano gemelo, el objetivismo. Los hijos legítimos de esta concepción filosófica positivista son en política, como vemos, la teoría de las fuerzas productivas y, hermana suya cuando aún reina el entusiasmo, la tesis de la inevitabilidad del socialismo. Los camaradas de la UCCP parecen asignar esta función de desarrollo productivo al socialismo, pero ¡esto es precisamente lo que nos da el capitalismo!, un crecimiento inmenso de la capacidad productiva material; por eso es la premisa del Comunismo. Estos elementos en el ideario de nuestros camaradas son, sin duda, fruto del influjo de “un ciclo en donde las organizaciones se adherían de manera mecánica al proceso revolucionario por la identificación ideológica y la concordancia política al contexto histórico”.[43] Este tipo de imperativo tenía sentido en la Rusia revolucionaria, por mor del relativamente escaso desarrollo capitalista del imperio zarista, pero no tiene razón de ser en una sociedad imperialista desarrollada como es el Estado español. De lo que se trata aquí es de que el sujeto revolucionario, desde la conquista del poder (Dictadura del Proletariado, que es el verdadero contenido del socialismo), transforme las leyes objetivas que han regido hasta ahora el desarrollo de las fuerzas productivas, que son las de la acumulación de capital, y asegure su continuidad desde bases nuevas, que salvaguarden a la humanidad del abismo donde la ha situado el desarrollo objetivo de las leyes capitalistas. Y esto no es ningún subjetivismo, es la dialéctica que el curso del progreso material de la humanidad permite ahora, en la época del imperialismo y la revolución proletaria, por primera vez en la historia.
Esta concepción, como demuestra la experiencia del Ciclo de Octubre (y resulta hasta cierto punto lógico que estas nociones positivistas, que ya venían de la II Internacional, se reafirmaran en la Unión Soviética, con lo que ello suponía de influencia en el recién nacido MCI, teniendo el Estado soviético como una de sus tareas primeras y principales ese desarrollo productivo, vía capitalismo de Estado, del que hablamos), lleva a la inanición del sujeto, a convertirlo en mero refrendador del desarrollo social objetivo, impidiéndonos comprender el papel que juega la categoría de la revolución, no como simple sanción de las leyes del proceso social objetivo tal y como han venido dadas hasta ahora[44], sino como agente de la transformación de esas mismas leyes (eso y no otra cosa es la revolución proletaria).
Realmente, la categoría que definitivamente distingue la teoría marxista del conocimiento respecto de cualquier epistemología anterior es la praxis revolucionaria, la unidad dialéctica de la teoría y la práctica en mutua transformación. Seguramente, donde mejor y más claramente haya quedado enunciado este principio en la obra marxiana sea en la Tercera Tesis sobre Feuerbach:
“La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación distinta, olvida que las circunstancias se hacen cambiar precisamente por los hombres y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ej., Roberto Owen).
La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.”[45]
Aquí vemos como Marx partiendo magistralmente de la crítica de la posición materialista vulgar, de formación del aspecto subjetivo (los hombres) como mero reflejo de la objetividad (las circunstancias), y mostrándonos la sociedad como un todo orgánico, sin que quepa la posibilidad de que exista nada por encima de ella, llega a la práctica revolucionaria como elemento que resuelve el enigma sobre quién educa al educador. Así, en unas pocas líneas hemos pasado, interrelacionándolo orgánicamente, de la cuestión de la educación (el conocimiento) a la de la revolución como aspecto integral de ese mismo conocimiento.
Y es que, realmente, el marxismo representa una unidad óntico-epistomológica, donde el ser y el saber son una sola y misma cosa, esto es, la revolución. Precisamente, al tratar desde el marxismo la cuestión de la sociedad, la posición gnoseológica que es el punto de partida de la ciencia, la del sujeto externo contemplativo, se nos aparece como una mixtificación, justamente porque no existe ninguna “parte de la sociedad que esté por encima de ella misma” que sirva de atalaya privilegiada desde la que escrutar su funcionamiento. De hecho, la forma por excelencia de concebir a ese sujeto que observa la materia social desde el exterior es la figura de Dios. Por eso, los intentos de oponer el materialismo vulgar cientifista al materialismo dialéctico descarrían ineluctablemente hacia el idealismo (y la ciencia, tal y como está configurada hoy en día, en la época del capitalismo decadente, se nos aparece como un foco de propagación de todo tipo de filosofías y antropologías relativistas, agnósticas y escépticas[46]), y por eso también las tentativas de solucionar la crisis del marxismo desde posiciones positivista-cientifistas, como representó la figura de Althusser y sus discípulos, terminaron, desilusión mediante, en el aceleramiento de su descomposición y en una desenfrenada carrera hacia el subjetivismo.
Así pues, el materialismo dialéctico concibe al sujeto, no simplemente como tal, sino como sujeto objetivado, determinado por las circunstancias sociales e históricas, pero, a su vez, entiende al objeto como objeto subjetivado, pues las propias circunstancias son construidas y alteradas por esos sujetos determinados. Precisamente, son esos elementos que hemos destacado, de los que nos informan el materialismo dialéctico e histórico, del paso de la materia de su forma natural a su estadio social y del rol del capitalismo en este periodo de transición, los que configuran la fisonomía absolutamente original del proletariado, incomparable con otras clases oprimidas de la historia, y el peso determinante que para su empresa revolucionaria juega el papel de la conciencia, lo que, por otro lado, está estrechamente relacionado con la naturaleza de la futura sociedad comunista.
No existen leyes objetivas que aseguren el paso natural del capitalismo al Comunismo. Creemos que la mejor demostración de este aserto ha sido el luctuoso final del Ciclo revolucionario de Octubre y el estado en que éste ha dejado al MCI. La contradicción entre la creciente socialización de las fuerzas productivas y la apropiación privada de sus productos genera, es cierto, la tendencia al socialismo, pero también la contratendencia a la reestructuración capitalista a través del monopolio. Qué tendencia venza depende de la lucha de clases y de la posición que logre ocupar la línea proletaria revolucionaria, es decir, depende del factor subjetivo consciente, de ahí la importancia medular del Partido Comunista.
En definitiva, es por la propia materialidad e interioridad social de este sujeto, el proletariado revolucionario, que no existen leyes revolucionarias pre-existentes a la misma revolución, sino que estas leyes se crean sólo a medida que el sujeto actúa, determinándose, transformándose, mutuamente con sus circunstancias. Efectivamente, estas leyes sólo existen a partir de la lucha de clase revolucionaria del proletariado. El cambio de posición del sujeto altera todo el cuadro objetivo de partida, ya irrecuperable, y nos sitúa en un nuevo estadio, lo que es, por cierto, la razón por la que, coherentemente con el materialismo dialéctico, el proceso revolucionario, el desarrollo de la RPM, posee una forma cíclica y no lineal. Es así como se entiende la vinculación orgánica, interna, entre el conocimiento y la revolución, pues la primera ley de la obra revolucionaria es la actividad consciente del sujeto, que aprende a conocer la obra en la que está embarcado a medida que la ejecuta. Así podemos empezar a vislumbrar la importancia fundamental que tiene el Balance de la experiencia práctica histórica de la RPM, pues representa el periodo de acompasamiento racional entre nuestros conocimientos y el grado de desarrollo alcanzado por la obra revolucionaria del proletariado.
Como decimos, el Balance del Ciclo de Octubre representa la armonización de nuestros conocimientos como vanguardia proletaria con el grado alcanzado real e históricamente por la lucha de clase revolucionaria del proletariado. Y representa el cumplimiento de uno de los dos factores que hacen operativo al marxismo como teoría de vanguardia, que es la síntesis de toda la experiencia anterior de la lucha de clases. Esto, como hemos señalado en numerosas ocasiones, no es algo que el MAI en particular, o la Línea de Reconstitución en general, se hayan sacado de la manga, sino que está inscrito con letras de oro en lo mejor de la tradición revolucionaria del comunismo.
El marxismo se desarrolla a través de estos balances periódicos, que representan esa síntesis teórica de una práctica revolucionaria previa. Ello deja a la teoría en condiciones de integrarse en la práctica social y revolucionarla para orientarla, como praxis revolucionaria, en un estadio superior. Lo hemos dicho muchas veces: Marx y Engels hicieron este balance de la experiencia revolucionaria de 1848 y de la Comuna de París, Lenin del periodo que va de 1871 a 1917, Stalin de los primeros años de construcción del socialismo en la URSS, y Mao de la experiencia de la Unión Soviética. Todo ello permitió resituar a la teoría a la altura de las exigencias revolucionarias del momento y propiciar que la obra revolucionaria avanzara un paso: sin la Comuna de París Marx no habría formulado el concepto de Dictadura del Proletariado, no sólo como transformación del proletariado en clase dominante, sino también como demolición del aparato burocrático-militar de la burguesía. Del mismo modo, sin la experiencia del socialismo en la URSS y la forma en que desembocó en la restauración de la dictadura de la burguesía de la mano de los revisionistas, Mao y los comunistas chinos no hubieran formulado y puesto en práctica la Gran Revolución Cultural Proletaria, que nos indica a los proletarios revolucionarios presentes y futuros cómo continuar el proceso de la revolución dentro de la revolución y evitar su estancamiento y la consiguiente restauración capitalista. Por cierto, la problemática a que nos introduce la experiencia china, de revolucionarización de la revolución, ya indica como el molde positivista de “conocer y respetar” las leyes de la historia no es suficiente para el proletariado, sino que es necesario partir de un punto de vista superior: la capacidad del sujeto revolucionario para transformar esas leyes.
Lo que tal vez sea más novedoso es la conceptualización explícita que la Línea de Reconstitución realiza de la necesidad de esta tarea, y la exigencia, en consonancia con la crisis sin precedentes en que ya lleva tiempo inmerso el MCI sin dar claras señales que apunten a su superación, de que el nuevo Balance incluya los anteriores. La razón de esto hay que buscarla en eso que señalábamos del marxismo primigenio, no sólo como cimiento de la cosmovisión proletaria, sino también como expresión teórica de una determinada correlación histórica de fuerzas de clase. Esta correlación se expresó en un determinado discurso como lo que denominamos paradigma revolucionario de Octubre. Un paradigma es una forma apriorística necesaria de entender la revolución, sus mecanismos, sus instrumentos y sus etapas, y, como hemos señalado, este paradigma se forma durante la segunda mitad del siglo XIX y responde a dos hechos históricos irrepetibles, que sirven como punto de partida histórico a la revolución proletaria: el entrelazamiento del final de la revolución burguesa con el inicio de la RPM y la época de formación del proletariado como clase en sí, como clase económica con intereses diferenciados y particulares en el seno de la misma sociedad capitalista. Esta singular coyuntura dio como lugar a un arquetipo revolucionario que ponía el acento en el desarrollo espontáneo de la revolución desde el impulso de las luchas económicas del proletariado, es decir, una forma de entender la revolución espontaneísta-insurreccionalista.
Hasta cierto punto, ello respondía a las expectativas del momento y tenía recorrido. Sin embargo, a medida que la RPM se desarrolla, este paradigma va entrando paulatinamente en crisis, y ello es debido, precisamente, al propio éxito de la RPM, que trastoca completamente ese punto de partida. Por un lado, ya no cabe contar con el impulso insurreccional proveniente de un sector de la burguesía (1848) o con el recuerdo de sus gestas (1871). El capitalismo, a día de hoy, está firmemente asentado en el globo y, por tanto, cualquier función progresista que le quedara jugar a la burguesía ha caducado (imperialismo). Además, la propia burguesía ha hecho acto de contrición y ha aprovechado el derrumbe del socialismo real para ajustar cuentas con su propio pasado revolucionario, renegando abiertamente de él y criminalizándolo (podemos recordar la orgía reaccionaria, auténtico fenómeno que expresaba el ambiente intelectual del momento, que fue en el campo de la historiografía la conmemoración del segundo centenario de la Revolución francesa, coincidente con la caída del Muro). Por otro lado, el propio desarrollo del capitalismo y de la RPM ha generado toda una fracción desclasada y arribista de la clase obrera, la aristocracia obrera, que se alimenta precisamente de las luchas económicas, y que supone el cortafuegos contrarrevolucionario más eficaz con el que ha contado nunca la burguesía.[47] Todo ello, junto a la larga crisis del MCI, ha creado las condiciones, si la vanguardia proletaria está a la altura de la situación, para la formulación de un nuevo paradigma al nivel de las circunstancias en que el desarrollo de la RPM nos ha situado, abriendo la perspectiva de un nuevo, y más elevado cualitativamente, asalto revolucionario, de un nuevo Ciclo de la RPM.
Es por todo ello que el esquema gnoseológico propio del positivismo, el de la acumulación ininterrumpida de conocimientos desde una base inamovible, no es operativo, porque el propio desarrollo de la revolución pone en cuestión sus bases, estando ellas mismas, expresión teórica de una determinada coyuntura histórica, obligadas a revolucionarse. Una ontología revolucionaria que partiera del supuesto de la existencia de una base estática sólo sería un cómico fraude. Por supuesto, sólo existe una doctrina capaz de asimilar coherentemente todas estas exigencias, y es la que da lugar al concepto de praxis revolucionaria, el marxismo.
Por todo ello, el Balance juega un papel fundamental para el futuro del desarrollo del MCI y la RPM, porque no se trata sólo de conocer una realidad externa a nosotros, con unas leyes siempre iguales a sí mismas, sino que se trata de conocer las transformaciones que ha operado la revolución, tanto en el propio sujeto como en el objeto, pues ya hemos visto que desde el materialismo dialéctico estos elementos son, estrictamente, inseparables. Si hubiera que reducir el Balance a un aspecto fundamental, diríamos que, precisamente, es la operación teórica de la vanguardia que se ocupa del estado del sujeto, desde dónde viene y adónde va, qué instrumentos han caducado y cuáles ha descubierto para sustituirlos, cuál es la nueva relación entre estos instrumentos y también entre sus categorías, etc., para lo cual es imprescindible el conocimiento de la relación intrínseca de ese sujeto con el medio en que se desenvuelve, es decir, el estudio de las transformaciones sociales revolucionarias.
Justamente, éstas son las razones por las que desde el punto de vista de una ontología dualista y objetivista, como es la del positivismo “marxista”, hoy dominante en el MCI, es tan difícil comprender tanto la tesis del Ciclo como la necesidad del Balance, porque no entiende la sustantividad del sujeto, su materialidad y objetividad (que es tanto como decir que no entiende el materialismo dialéctico), sino que sólo lo concibe como reflejo de un proceso objetivo, inmutable y exterior.
Y mucho nos tememos que, a pesar de su reconocimiento de la necesidad de una nueva etapa revolucionaria, los camaradas de la UCCP, debido a su adscripción a ese cientifismo “marxista”, a pesar de su buena voluntad, no han acabado, aunque lo acepten formalmente, de entender el profundo sentido del Balance y su ubicación precisa en un punto concreto del Plan de Reconstitución. De este modo, la UCCP siempre que hace referencia a la necesidad de esta tarea es para colocarla junto a su causa célebre, que, ya sabemos, es ese, práctica teórica mediante, análisis de la formación social española:
“Estando de acuerdo en que es necesario hacer un balance del Ciclo de Octubre, creemos que lo es tanto como lo anterior incorporar a la tarea de investigación el análisis de la formación social española.”[48]
Aunque el reconocimiento de la necesidad del Balance es un aspecto indudablemente positivo, que desde el MAI valoramos, creemos que no es casualidad que prácticamente siempre que aparece en los documentos de los camaradas sea para ser colocada junto a la tarea de ese “análisis concreto”, cuya función clave en el esquema de la UCCP ya hemos señalado. Esta minimización, en el sentido de pérdida de sustantividad como tarea propia específica, del Balance se va confirmando a medida que profundizamos en los documentos de esta organización comunista:
“Con respecto a esto, creemos que es necesario no sólo estudiar los procesos de formación de los partidos comunistas de los países socialistas, sino también las condiciones concretas de la situación actual, esto es, el análisis de la formación social española, las condiciones objetivas y políticas de la revolución proletaria. Sin ello es muy difícil, por no decir imposible, elaborar las condiciones de la formación del partido comunista hoy en el estado español. No es ni materialista, ni dialéctico.”[49]
De esta manera, como podemos apreciar, el Balance integral del primer Ciclo histórico de la RPM, imprescindible, como venimos señalando, para “elevarse teóricamente hasta la comprensión del conjunto de movimiento histórico” y tener una “clara la visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario”[50], como exigían Marx y Engels a los comunistas y componentes de la vanguardia proletaria, ya queda reducido a conocer simplemente “los procesos de formación de los partidos comunistas de los países socialistas”. Podríamos hablar de las implicaciones de esta visión de tener en cuenta sólo los resultados aparentemente exitosos y correctos, como parece subyacer en el aserto de estudiar sólo la formación de los partidos que llegaron al poder, lo que simplemente confirmaría la adscripción de los camaradas al positivismo, que no comprende el error como parte intrínseca del proceso de conocimiento, sino sólo como limitación del mismo, pudiendo pasar por alto esos procesos que presumiblemente, debido a su prematuro fracaso, no se “adecuaban” a esas supuestas leyes prefijadas del desarrollo revolucionario.
Pero además, este tipo de requisitos deja de lado el estudio de las experiencias del proletariado en el poder, amputando una de las exigencias fundamentales para poder reconstituir la teoría de vanguardia y elaborar un Programa a la altura de la experiencia revolucionaria práctica de nuestra clase, que es el estudio del grado máximo de desarrollo alcanzado por la RPM. Por si fuera poco, también ignora el conocimiento de los procesos protagonizados por partidos que no llegaron a conquistar plenamente el poder, pero que indudablemente han aportado un bagaje de preciosas experiencias revolucionarias, imprescindibles para el rearme de nuestra clase, como es el caso del Partido Comunista del Perú y de la Revolución peruana o, más en general, los procesos de Guerra Popular dirigidos por los maoístas en las últimas décadas. Este progresivo vaciado del contenido de una tarea primordial para la reconstitución del comunismo se acaba de completar cuando los camaradas definen el contenido de la línea política proletaria:
“Por línea política entendemos el conjunto de principios por los que se debe regir la actividad revolucionaria de acuerdo a su finalidad, el conocimiento a grandes rasgos de la experiencia histórica de la lucha del proletariado para conseguir su liberación social, el conocimiento concreto de la realidad concreta en que se desarrolla la lucha de clases y la táctica general y particular en su enfrentamiento de clase contra la burguesía.”[51]
Así, vemos que la UCCP siente la necesidad de adjetivar con ese “a grandes rasgos” el grado de conocimiento que ha de tener la vanguardia respecto a la experiencia histórica de la RPM. No es, por supuesto, la erudición el objetivo del Balance, pero creemos haber explicado suficientemente, y no sólo en este trabajo, la necesidad intrínseca del mismo. Si la teoría revolucionaria es el fundamento del movimiento revolucionario y si esta teoría no es más que práctica sintetizada, queda claro que esta tarea no puede quedar simplemente reducida a un conocimiento superficial de la tradición revolucionaria, que parece operar más como caprichoso aditivo para la celebración folclórica de la militancia, que como elemento sustancial del rearme revolucionario. Además, no hay señal de vinculación orgánica entre “este conocimiento a grandes rasgos” de la historia revolucionaria y el conocimiento de la realidad concreta en la conformación de la línea política. De hecho, se parece más a ese metafísico y ecléctico “dos hacen uno” que a, como es realmente, la corporización de la cosmovisión proletaria en una determinada situación concreta, como creciente concreción de la teoría revolucionaria hasta cristalizar, mediada por la línea política, en Programa. Pero de esto hablaremos algo más detenidamente cuando tratemos el proceso de la reconstitución del Partido Comunista.
Creemos, como venimos señalando en todo este trabajo, que esta reducción de lo sustantivo del Balance y de lo que representa en las actuales circunstancias que atraviesa el MCI no es casual y responde a profundas divergencias en la comprensión de fondo del marxismo. No está de más recordar otra vez la enconada hostilidad que Althusser mostró por el historicismo a lo largo de toda su obra, historicismo sin el cual, como hemos sugerido, y más allá de los posibles excesos de sus representantes a lo largo del Ciclo (excesos que tenían que ver con el desconocimiento del papel del Partido Comunista), la dialéctica es incomprensible. Por lo demás, los propios camaradas de la UCCP apuntan en este sentido cuando expresan, de modo a nuestro entender confuso, las razones de esta actitud suya hacia el Balance:
“Entendemos la crisis de la teoría marxista como la crisis de los distintos “marxismos”, es decir, la aplicación del marxismo como teoría científica a una determinada situación histórica que no es, en ningún caso, extrapolable por la ley de la particularidad de la dialéctica. Ello no quiere decir que el marxismo, como ciencia, no sea universal, sino que como teoría universal se tiene que aplicar en su particularidad, esto es, en cada situación histórica concreta: conocimiento de las contradicciones particulares de cada fase histórica del proceso general, como así ocurrió con el leninismo (desarrollo del marxismo adecuado a las características particulares del imperialismo).”[52]
Para empezar, no queda nada claro, si el leninismo es el “conocimiento de las contradicciones particulares de una fase histórica”, el imperialismo, cómo puede haber una pluralidad de “marxismos” que entren en crisis en esa misma fase imperialista, pues, que nosotros sepamos, aún nos encontramos en ella. Otra cosa, que parece más plausible viendo el lugar que ocupa esa práctica teórica en las concepciones de los camaradas y la importancia crucial que otorgan al análisis de la formación social española, es que la UCCP entienda el verdadero desarrollo del marxismo como el análisis particular de cada sociedad comprendida como individualidad nacional o estatal. De hecho, esto nos recuerda mucho a ese nominalismo, retomado por Althusser, para lo que todo lo real siempre es singular, sucediendo, consecuentemente, lo mismo con el marxismo. No existiría crisis del marxismo sino crisis de sus aplicaciones particulares. Los lectores de El Martinete podrán juzgar lo mucho que se parece esta explicación a la que es usual entre los maoístas para justificar las derrotas de las revoluciones por ellos dirigidas en las últimas décadas; y es normal, pues ambas comparten la misma matriz positivista.
En realidad lo que señala la dialéctica no es que la particularidad no sea extrapolable, que la realidad funcione como una serie de compartimentos estancos “particulares” adosados unos a otros, sino que, precisamente, lo universal se manifiesta a través de lo particular, que forman una unidad dialéctica interpenetrada. Mao, por ejemplo, lo señaló claramente:
“Lo particular y lo universal están unidos, y no solamente la particularidad sino también la universalidad de la contradicción son inherentes a toda cosa: la universalidad reside en la particularidad (...)”[53]
De hecho, sin generalización ni abstracción, sin extrapolación, no existiría ningún tipo de ciencia. Y, siendo esto un requisito esencial para la comprensión del desarrollo general de la materia, es particularmente cierto en el campo de la sociedad en esa época imperialista que señalan, que es la del entrelazamiento mundial del capital y la de su acumulación a escala planetaria, la de la universalización de sus mecanismos, que, no por casualidad, es la era de la revolución proletaria. Si a ello añadimos el hecho de que, como hemos señalado, las leyes de la revolución no pre-existen a sí misma, sino que se crean con ella, terminamos de comprender la necesidad de estudiar en profundidad el proceso de la RPM, pues si lo que queremos no es simplemente conocer, sino transformar; si la exigencia del saber es un requisito para la revolución, debemos conocer ésta si queremos desarrollarla. Y, como decimos, no hay para esto otro campo que el de la experiencia histórica práctica del primer Ciclo de la RPM, en toda su complejidad y múltiples facetas. De hecho, como veremos, ésa es precisamente la premisa para poder abordar el análisis de nuestra realidad inmediata (cosa que, por supuesto, no negamos y es fundamental) con garantías de transformarla.
Pero es que el entendimiento que expresan nuestros camaradas va contra la propia manifestación empírica de la RPM y tiene muy peligrosas consecuencias ideológicas y políticas. El marxismo no se forma como una suma de aplicaciones particulares, sino que el discurso político revolucionario que enarbola el MCI surge y es formulado, Komintern mediante, a partir de la experiencia de la Revolución rusa. Son los bolcheviques, vanguardia de la RPM, los que imponen las condiciones de entrada en la Internacional Comunista (IC) a partir de su experiencia práctica en el deslindamiento con el oportunismo, y es en su literatura y su ejemplo en la que se forman generaciones de militantes comunistas en todo el mundo. Ello, el establecimiento de la dictadura del proletariado en Rusia, es condición, pues genera una nueva correlación de fuerzas en el mundo e impulsa con su ejemplo la formación del MCI, para el desarrollo posterior de la RPM durante el Ciclo. De hecho, por hablar de la otra gran revolución del siglo XX, Mao y el Partido Comunista de China no se forman sólo desde el análisis empírico y “no extrapolable” de la formación social china, sino que para su constitución, como los propios comunistas chinos reconocieron, es fundamental la mediación de un fenómeno universal, la Revolución de Octubre y la consecuente irradiación de determinado tipo de marxismo históricamente constituido. De igual modo, anteriormente, son los logros prácticos de otro destacamento particular del proletariado internacional, el alemán, los que impulsan e inspiran la formación del movimiento socialista internacional y la formulación de su doctrina, la cual influye enormemente en la formación de Lenin y los bolcheviques. Esto son ejemplos concretos precisamente de esa interpenetración de lo universal y lo particular, de cómo el desarrollo de lo particular necesita la mediación de lo universal, y, a su vez, el desarrollo de lo particular está en la base de lo universal. Pero es que asimismo, continuando con el ejemplo, en la base de ese movimiento socialista estaba, entre otras cosas (pues no fue en puridad la doctrina de Marx la única que participó e influyó en la formación del primer gran movimiento obrero, pero no es labor de este trabajo extenderse sobre este punto), la síntesis que Marx realiza de toda la experiencia de la lucha de clases y del desarrollo social anterior. Fíjense, camaradas, que aquí no sólo se extrapolan momentos particulares dentro de un determinado modo de producción histórico, sino incluso entre distintas formaciones históricas entre sí. Sin este esfuerzo de “extrapolación”, de generalización y abstracción, no existiría, como decimos, no sólo ya la ciencia en general, sino tampoco el materialismo histórico ni dialéctico. ¿Por qué hemos de negarnos a nosotros mismos hacer algo similar con el primer Ciclo de la RPM para poner la teoría revolucionaria a la altura que exigen las actuales circunstancias históricas? Y es que precisamente, repetimos, lo que nos indica la dialéctica y confirma el desenvolvimiento de la RPM es que la particularidad sólo es comprensible, sólo cobra sentido, desde la universalidad, y viceversa, para entender ésta es necesario el estudio minucioso de lo particular; pero no es, en este caso, la Línea de Reconstitución ni el MAI los que postulan que basta conocer la historia de la RPM “a grandes rasgos”.
Si llevamos esta lógica de la “no extrapolación” hasta sus últimas consecuencias, ponemos en cuestión la forma históricamente demostrada de desarrollo del MCI, que se forma desde lo más elevado, desde la más avanzada experiencia particular, que es precisamente la vanguardia de la edificación de una nueva sociedad universal. El ejemplo de Octubre que hemos señalado es clamoroso en este sentido. Con este tipo de ideas particularistas podemos llegar a cuestionar el internacionalismo proletario, cuyo punto de partida es considerar el planeta como un campo de batalla universal entre el proletariado internacional y el imperialismo, concepción que es la base de formación, desde, como señalamos, lo más avanzado, de la IC. Pero además, en relación a todo ello, esta lógica tiene un entronque directo con la teoría revisionista de las “vías nacionales al socialismo”, propalada por los socialimperialistas soviéticos.
Por supuesto, no decimos que los camaradas de la UCCP sostengan este tipo de tesis, simplemente señalamos ciertas consecuencias lógicas que podrían darse coherentemente si desarrollamos su argumentación. Entendemos que los camaradas insisten en estos puntos para combatir la tendencia errónea dogmática, y muy habitual durante el Ciclo, de trasplantar mecánicamente las experiencias de las revoluciones triunfantes a cualquier realidad sin mediar ningún tipo de análisis concreto. Pero la raíz de este problema está en el escaso conocimiento del marxismo y en la limitada implementación de la lucha de dos líneas en la conformación de los destacamentos comunistas que seguían la estela de los diversos hitos de la RPM, y no en la existencia de enseñanzas universales, extrapolables, que son claves y fundamentales por todo lo que venimos señalando, en estos hitos. Creemos que los camaradas, en su afán por combatir un error, amenazan con caer, empujados por esa concepción cientifista, en el error contrario, y tal vez más nefasto, del empirismo.
Este camino cientifista por el que se han internado nuestros camaradas, y que nos estamos esforzando por delimitar, del cientifismo, conduce al destino de reducir el marxismo a una metodología de conocimiento, como parece ser esa célebre práctica teórica:
“Nosotros concebimos el marxismo como la teoría científica que permite producir, mediante el estudio y la práctica social, el concepto de la producción capitalista, el conocimiento de la sociedad regida por las relaciones capitalistas de producción y su transformación mediante la lucha de clases. Como ciencia, consta de un cuerpo teórico (principios y conceptos fundamentales) y de una actividad teórica (que actúa con una metodología específica) con la finalidad de transformar la realidad social.”[54]
De hecho, ésta nos parece la forma más coherente, a la vista de lo que hemos ido desgranando, de comprender la negación de una crisis general del marxismo, aceptando sólo la de sus aplicaciones particulares. En efecto, la crisis de la “ciencia” marxista vendría de la insuficiencia de su capacidad para conocer las particularidades de las respectivas formaciones sociales; sería la incapacidad de los distintos “marxismos” (o tal vez de los marxistas particulares, con lo que bordeamos peligrosamente el idealismo subjetivo[55]) para producir el concepto de su realidad inmediata, pero el marxismo propiamente dicho permanecería inmaculado como metodología en algún mundo platónico, siempre presto a sustanciarse en cuanto algún grupo de científicos sociales use coherentemente sus herramientas, su “metodología específica”. Si a alguna teoría nos recuerda esto, es, más que al marxismo, a la filosofía crítica kantiana. Aquí, la metodología cumpliría el papel de ese sujeto trascendental, incondicionado e indeterminado (no afectado, o sólo externamente por las vicisitudes prácticas), que sólo se substanciaría, se llenaría de contenido, a partir del conocimiento del mundo exterior, aunque él mismo fuera previo a ese conocimiento; conocimiento que tiene una raíz fundamentalmente empírica (esa formación social particular y no extrapolable, lo que, por cierto, nos vuelve a recordar a esa coyuntura, única y singular, del último Althusser).
De todos modos, ya incluso la misma epistemología científica ha puesto en cuestión la primacía del tótem metodológico como panacea de la ciencia:
“¿Qué aspecto de la ciencia será el más destacado durante este esfuerzo [de exposición de las nuevas investigaciones sobre historia científica]? El primero, al menos en orden de presentación, es el de la insuficiencias de las directrices metodológicas, para dictar, por sí mismas, una conclusión substantiva única a muchos tipos de preguntas científicas.”[56]
Esto está estrechamente relacionado con la anterior cita de este autor que hemos traído, que señalaba la existencia como premisa necesaria en toda investigación científica la existencia de una concepción del mundo previa, en la se que articula tanto los métodos como los resultados de esa investigación. Y ésa es la cuestión clave, efectivamente, el marxismo es una cosmovisión totalizadora del universo, cuya premisa es la vinculación intrínseca del conocimiento y la transformación del mundo, esto es, una concepción revolucionaria del mundo. Lo que está en el origen de la crisis del marxismo no es su incapacidad para conocer el mundo, sino el grado de impotencia, debido al desgaste sufrido durante el desarrollo del Ciclo revolucionario, a que se ha visto reducido para transformarlo.
Hasta ahora hemos intentando expresar los rudimentos de una crítica desde el materialismo histórico y dialéctico a las fundamentos del cientifismo marxista, fundamentalmente de su incomprensión del aspecto subjetivo de la práctica material. Posteriormente, hemos intentado mostrar la vinculación necesaria entre este cientifismo y la minimización de los problemas históricos, de la incomprensión del peso de la deriva de la historia en la conformación de nuestra situación actual, primando, por contra, el análisis coyuntural e inmediato sobre la tarea del Balance. Ahora, procuraremos mostrar las consecuencias de estas concepciones ante la principal tarea que afronta el proletariado de este país: la reconstitución del Partido Comunista. De este modo, compararemos el bosquejo que los camaradas de la UCCP nos ofrecen de su visión sobre cómo ha de discurrir este proceso y cuál es su carácter con el plan que defiende la Línea de Reconstitución, todo ello intentando ceñirnos al contexto de lo hasta aquí desarrollado.
Como hemos visto, la premisa de la ciencia es esa separación de la conciencia respecto de la materia. Esta concepción, que está en la base de todo cientifismo, también acaba coronando la explicación de la crisis del marxismo por parte de nuestros camaradas, traduciéndose en la separación de la teoría respecto de la práctica. Ello queda reflejado en los documentos de la UCCP:
“La crisis del marxismo tiene una doble significación: la inexistencia de la práctica teórica marxista y la inexistencia de la práctica política revolucionaria.”[57]
Como venimos señalando, no cabe lugar para esta dicotomía, para esta dualización, ya que, estrictamente, desde el punto de vista del marxismo, la tarea de conocer y la de transformar no son cuestiones diferentes. Sin embargo, esta dualización tiene muy peligrosas consecuencias prácticas desde el punto de vista de la Línea de Reconstitución, pues al hablar de “doble significación”, abre la puerta a concebir un desarrollo teórico que no esté vinculado con la revolución, o, como es en la fase de reconstitución en la que nos encontramos, que no esté unido a la construcción de la vanguardia marxista-leninista, con lo que esa práctica teórica volvería a manifestarse como mero formalismo, que sirve como instrumento interno de la vanguardia, mientras que la actividad con trascendencia social que ésta realiza se desvincula de la problemática de la recomposición de la teoría revolucionaria. De hecho, esto es precisamente lo que sucede cuando la UCCP establece las etapas necesarias que, a su juicio, exige la “reconstrucción” del Partido:
“Dicho objetivo necesita de un plan divido al menos en tres etapas.
Nos vamos a centrar en la primera etapa. Esta etapa es la de reagrupación de las fuerzas marxistas: en las actuales circunstancias debemos empezar por reagrupar a los núcleos de apoyo a la revolución, tender a la cooperación y unidad de acción en la perspectiva de crear las condiciones políticas para la unificación en un proyecto común que tenga por finalidad la construcción del partido. La reagrupación debe tener como tareas inmediatas: 1) fortalecer el proceso de constitución de la vanguardia a través del estudio teórico y la lucha ideológica relacionado con los problemas que tiene que resolver la revolución, y 2) establecer vínculos políticos con los elementos más avanzados de las masas explotadas con el propósito de revolucionar la contradicción burguesía-proletariado.
La segunda etapa de elaboración de la línea política, y la tercera consolidación organizativa.”[58]
Lo primero que hay que señalar es el hecho indudablemente positivo de que los camaradas conciban la necesidad de un plan, de esa táctica-plan que señalaba Lenin, a la hora de afrontar la tarea de reconstitución del Partido, que es un momento específico y sustantivo del desarrollo de la revolución proletaria, siendo, concretamente, la tarea que da contenido a la fase de preparación de la revolución. Esto les vuelve a colocar por delante de la mayoría de los destacamentos comunistas del Estado español, que, en realidad, sólo conciben la labor de edificación partidaria como mero crecimiento cuantitativo de su destacamento particular desde su participación en el desarrollo de las luchas espontáneas de las masas, sazonado, claro está, con esos llamamientos a la unidad comunista, siempre concebida como compadreo de camarillas de espaldas a las masas, cuando no como mera mascarada hipócrita de quien, en el fondo, ya se considera el verdadero partido.
Sin embargo, a pesar de este aspecto positivo, las consecuencias de ese dualismo y de esa concepción cientifista y formalista del marxismo que manejan los camaradas de la UCCP en seguida se hacen notar en su plan. Así, tenemos que la primera etapa queda dividida en dos subfases, la primera de desarrollo teórico, parece que interno, en el seno de la vanguardia[59], y la segunda de vinculación con los “más avanzados sectores de las masas” para, nada más y nada menos, que “revolucionar la contradicción burguesía-proletariado”. ¡Todo ello antes siquiera de elaborar la línea política!, tarea que queda consignada para la segunda etapa. A nuestro entender, esto representa una antinomia, una falsa contradicción, que es fruto de la convivencia en la línea de los camaradas de elementos correctos, que atienden al estado real de la lucha de clases en el marco histórico actual y la situación en la que se encuentra la vanguardia en este contexto, y que, en este sentido, convergen con la Línea de Reconstitución, junto con concepciones heredadas del Ciclo, de cuyo contenido de fondo así como del particular contexto histórico que las propició estamos intentando dar cuenta en este trabajo. Así, junto a los primeros, que, más allá de algún matiz en relación con las críticas que hemos expuesto hasta ahora, podemos suscribir desde el MAI:
“No nos cansaremos de repetir que la tarea principal de los comunistas en estos momentos es la construcción del partido. Esa construcción será fruto de un largo proceso histórico que se tiene que ir articulando de manera ideológica, política y organizativa a la par que se desarrolla la vida social, la lucha de clases, unas veces de manera silenciosa y otras veces abiertamente, aunque sin estar supeditado a dichos acontecimientos, pues depende de la constitución y formación de la vanguardia comunista, actividad ligada a la comprensión del papel de la teoría marxista a la lucha de clases, y a su ligazón con las masas explotadas, donde prima la aplicación de dicha teoría a la realidad concreta. Tenemos que apuntar, en cuanto a esta cuestión, que nos encontramos en la fase de la formación de la vanguardia que marca sus tareas, y estas están situadas en el campo teórico, en la lucha teórica contra el revisionismo y el oportunismo y en la elaboración de la línea política revolucionaria.”[60]
Aparecen las segundas:
“La actuación de los comunistas en sus movilizaciones [de los sindicatos mayoritarios] debe ir encaminada a denunciar sus maniobras de pacto y colaboración de clases con la burguesía y el Estado para desviar a los trabajadores de sus verdaderos intereses. Debemos utilizar sus actividades para sacar propaganda según el caso concreto, dependiendo de nuestras fuerzas. Debemos enfrentarnos con estas políticas, sin tener miedo a asistir a sus convocatorias para desde fuera denunciar su carácter de clase reaccionario aportando como alternativa una línea política revolucionaria.”[61]
Cabe insistir en el problema que se nos aparece inmediatamente y que expresa esa antinomia de la que hablamos. Si las tareas son de construcción de la vanguardia y de la elaboración de su línea política, ¿cómo podemos pretender realizar simultáneamente esa labor de ir al movimiento espontáneo o a las movilizaciones de masas convocadas por otras clases o fracciones de clase para “aportar esa alternativa de línea revolucionaria” que, a la vez, se reconoce que no se tiene y que hay que elaborar?
En realidad, todo ello es perfectamente coherente con las concepciones de los camaradas que hemos ido exponiendo hasta el momento. Como no hay crisis del marxismo, sino de sus aplicaciones particulares, y éste permanece inmaculado e intacto, como “corpus conceptual” y “metodología específica”, los comunistas podemos pretender realizar ya una actividad fructífera entre las grandes masas, ya que, además, el “impacto de la crisis económica capitalista está aportando elementos que favorecen una subjetividad positiva hacia el marxismo y la revolución proletaria en oposición al pesimismo social”[62], que parece que ha hecho que los proletarios recuperen su “instinto de clase.”[63] Aquí vuelve a personarse eso que hemos señalado de la minimización de las problemáticas históricas que arrastra el proletariado revolucionario con el fin del Ciclo de Octubre, ya que basta un cambio de coyuntura para volver a hacer oscilar a las masas hacia la revolución proletaria, ya que, al fin y al cabo, lo subjetivo no es más que un mero reflejo del proceso socioeconómico objetivo. Todo esto, evidentemente, está relacionado con esa insistencia en el análisis inmediato e incluso con la coyunturización althusseriana de la historia que denunciábamos más arriba.
Por supuesto que el drástico empeoramiento de sus condiciones de vida está forzando la crisis social y la radicalización de las masas. Con lo que discrepamos profundamente es que ello favorezca mecánicamente una “subjetividad favorable” a la revolución proletaria; básicamente, porque para eso la revolución proletaria debería ser un referente político plausible, debería existir esa subjetividad, cosa que precisamente se ha perdido con el fin del Ciclo. La única posibilidad de volver a recuperarlo pasa por que la vanguardia resuelva las tareas de reconstitución ideológica y política del comunismo que nos exige el triste final de las revoluciones del siglo XX. Cabe decir que nuestra percepción del estado de ánimo de las masas también difiere de la de nuestros camaradas. Por nuestra parte no vemos que se esté disolviendo ningún “pesimismo social”, todo lo contrario, junto al creciente hastío de las masas no es difícil vislumbrar una triste desesperanza ante la imposibilidad de otear ningún horizonte alternativo al que designan las directrices del capital financiero. Si somos realmente materialistas es necesario observar las situaciones políticas en lugares donde la crisis social es, al igual que en España, tan aguda como la descomposición del movimiento revolucionario: miren Grecia y como, junto a las ideologías espontáneas de la desesperación de los oprimidos, como el nihilismo anarquista, levanta la cabeza la más negra reacción fascista, mientras el comunismo sigue siendo desprestigiado de la mano de los gestores economicista-parlamentarios de la crisis social (KKE). Observen el agosto inglés que calcinó Inglaterra hace un par de años o como todos los fines de semana arden las banlieues francesas, y comprueben como ello no va de la mano de la consolidación de ningún referente proletario revolucionario. La desesperación genera estallido social pero no revolución; eso debe suministrarlo la vanguardia a través de la resolución de las problemáticas objetivas que plantean las tareas históricas de la reconstitución. Lo demás, la esperanza ingenua de que la coyuntura nos exonere a los comunistas de nuestras responsabilidades de construcción independiente de un referente, es revitalizar el espontaneísmo precisamente ante el sector de la vanguardia más maduro (y no nos referimos exclusivamente a nosotros), que más lejos ha ido en la crítica de las caducas concepciones que alimentan ese tipo de vanas esperanzas. En resumidas cuentas, y creemos que la situación política en Europa nos da la razón, si los comunistas no nos encomendamos a las obligaciones que el contexto de fin de Ciclo nos impone, antes veremos resurgir a la bestia parda que a la revolución proletaria.
Por supuesto, ello no quiere decir que los comunistas estén ausentes de las movilizaciones de masas. Creer que la Línea de Reconstitución defiende eso es aceptar la propaganda que el revisionismo vierte contra ella, su necesidad, a falta de argumentos marxistas, de caricaturizarla para combatirla. Pero, debido a la situación objetiva de la vanguardia, situación que los camaradas reconocen cuando hablan de la tarea prioritaria de construirla y de elaborar su línea política, los comunistas no podemos aspirar aún a presentar una alternativa global en estos movimientos, un combate con incidencia de masas que aspire a una fractura social del movimiento reformista-reivindicativo (que es lo que cabría esperar de la oposición de dos líneas configuradas antagónicas). Lo que sí podemos plantear es la detección de los elementos individuales (pertenecientes a la vanguardia práctica, categoría de la que hablaremos más abajo) más predispuestos a comprender las implicaciones de una política revolucionaria y aspirar a construir los mecanismos que nos permitan resituarlos, elevarlos, para que contribuyan a la resolución de las tareas que exige la construcción de esa alternativa revolucionaria. Además, se puede realizar un trabajo de propaganda para foguear a los miembros de la vanguardia e ir sentando elementos que hagan que las masas se vayan familiarizando con la forma de plantear las problemáticas de los comunistas, pero sin un ánimo proselitista en un primer momento. En este sentido, el MAI, allí donde tiene organización, ha participado en las principales movilizaciones de masas de los últimos tiempos (15-M, huelgas generales, etc.), aunque sin destacarlo especialmente en sus publicaciones, por la consideración política de que la actividad primordial de los proletarios conscientes sigue estando situada en otro lugar y que una excesiva visualización de este aspecto secundario podría desfigurar la correcta comprensión de las tareas y necesidades actuales por parte de los miembros más avanzados del proletariado.
Creemos que la UCCP puede compartir y comparte muchas de estas consideraciones, pero su comprensión, en gran parte dualista-cientifista, del marxismo les lleva a exagerar por momentos la importancia de este tipo de actividad secundaria, mezclando en la misma etapa de construcción partidaria tareas contradictorias que pueden llevar al descalabro y la dispersión de la Línea de Reconstitución, volviendo a tirar hacia abajo a los sectores más avanzados de la vanguardia, que son los protagonistas del presente momento, sumergiéndolos de nuevo en el viejo estilo de trabajo revisionista-economicista, que durante demasiado tiempo ha dominado nuestro movimiento y es, en gran parte, el responsable de la actual situación de impotencia del comunismo.
Como decimos, estos problemas son fruto de divergencias de fondo en la comprensión del marxismo, divergencias que, como vamos a comprobar ahora, se reflejan en la concepción que los camaradas tienen del Partido Comunista:
“El partido lo podemos definir como la estructura organizativa que se articula en torno a una línea política y unos métodos de trabajo y dirección en la perspectiva de dirigir la actividad revolucionaria hacia la creación de condiciones sociales para la toma del poder político.”[64]
Desde el principio llama la atención que el primer aspecto que, para la UCCP, define el Partido es su naturaleza como “estructura organizativa” en torno a una línea política. Ello amenaza con desviar su correcta comprensión hacia el organicismo. Esta reducción del Partido a aparato organizativo dirigente se acaba de confirmar cuando los camaradas dicen:
“El instrumento político para conseguir dicho objetivo es el partido comunista, esto es, el aparato dirigente del proceso revolucionario en estrecha relación con el proletariado y las masas interesadas en la transformación social.”[65]
Aquí se nos acaba de aparecer la vieja concepción del Partido, dominante durante el Ciclo de Octubre, como aparato político, como organización de la vanguardia que busca la dirección política de las masas. De este modo, la “estrecha relación” designa dos elementos plenamente configurados en una relación externa, y no su ligazón orgánica, la cristalización de la fusión de la vanguardia y las masas como Partido. En realidad, las masas no son un elemento externo dirigido por el Partido sino que son parte integral de éste. Si a ello sumamos la caracterización que hacen de esa práctica teórica, tenemos un cuadro más completo de las ideas de nuestros camaradas acerca del Partido:
“La importancia de la práctica teórica radica en que suministra a la práctica política la sustancia social para que la realidad representada como ideología tenga objetividad.”[66]
Y también:
“Tenemos lo suficientemente claro que el elemento determinante en el proceso de desarrollo de la construcción del partido es la práctica teórica, que implica no sólo la comprensión general de la teoría marxista, sino sobre todo el desarrollo de la teoría marxista, su adecuación teórica a la realidad concreta. La práctica teórica nunca es abstracta, sino concreta, pues está orientada a resolver los problemas teóricos y políticos que se encuentra el movimiento revolucionario para transformar la realidad social: análisis de la formación social para aterrizar en la coyuntura política, esto es, la síntesis de las contradicciones existentes, la principal y las secundarias, y su determinación en la lucha de clases.”[67]
Ya habíamos visto que, si aplicamos rigurosamente las ideas de los camaradas de la UCCP, esa práctica teórica era otra forma de designar a la práctica científica, y ahora vemos que, no sólo “produce el concepto de la realidad”, sino que, siendo el “elemento determinante” en el proceso de construcción partidaria, incluso “suministra la sustancia social” y nos permite “aterrizar en la coyuntura política”.
De este modo, la práctica teórica es lo que desarrolla la organización de la vanguardia y le permite convertirse en Partido desde el “salto cualitativo” que supone la producción del concepto de la realidad a partir del análisis de la formación social, aterrizando en la coyuntura política. Así pues, el aterrizaje en la realidad social es un proceso teórico-científico interno de la vanguardia (teoricismo), que, suponemos, será facilitado por los vínculos que la vanguardia habrá establecido con las masas más avanzadas, a través de “oponer esa alternativa revolucionaria” en sus movilizaciones, ya que ésta es la otra tarea del proceso de “reconstrucción” desde el primer momento. El problema que se nos aparece inmediatamente es que, al igual que sucede con la relación entre vanguardia y masas en la concepción del Partido como aparato dirigente, aquí no hay una ligazón interna, orgánica, entre las tareas relacionadas con la reconstitución de la teoría y la construcción de los vínculos con las masas, sino que son tareas paralelas, externas por tanto. Ello nos lleva a concluir que, en el fondo, las ideas de la UCCP no se distinguen de la vieja concepción organicista del Partido, heredada del Ciclo y que domina entre los destacamentos del MCI, salvo por la importancia que otorgan al aspecto teórico. Pero, precisamente, al entender este aspecto como un asunto fundamentalmente interno de la vanguardia, más relacionado con el análisis de la realidad que con la lucha ideológica, amenaza con caer en el teoricismo, frente al estrecho practicismo que domina la mayoría del MCI. Sin embargo, esto vuelve a ser, como sucede con el derechismo y el “izquierdismo” o el objetivismo y el subjetivismo, la otra cara de la misma moneda, aunque, no obstante, su preocupación especial por la teoría les sitúe en mejores condiciones para comprender la Línea de Reconstitución.
Creemos que la razón principal es que los camaradas no han acabado de percibir cómo se manifiesta la unidad de la teoría y la práctica en el proceso de reconstitución. Como decimos, siguiendo los documentos de la UCCP, la lucha ideológica, la lucha de dos líneas, aparece más como instrumento de combate contra un elemento externo, el revisionismo o la burguesía (ya habíamos visto como esa práctica teórica produce los elementos ideológicos para esa lucha, es decir, que no se producen en la misma lucha), que como el principal motor de desarrollo interno (que ocupa esa práctica teórica analítico-científica). Entendemos que en este sentido se puede situar la principal crítica que la UCCP nos ha hecho hasta el momento:
“En este sentido, no compartimos la opinión del MAI cuando afirman en su documento Plan de reconstitución del partido comunista, que los motivos de la desorientación, descomposición y atomización de los comunistas es fruto del desgaste que ha sufrido la teoría marxista tras el período de Octubre, puesto que no permite la reconstitución ideológica del comunismo. Para nuestro entender es más acertado hablar del retraso de la teoría marxista en cuanto al desarrollo de la realidad social, puesto que dicha teoría también está expuesta a la lucha de los contrarios, a la lucha entre lo viejo y lo nuevo. Somos partidarios de enfocar la “crisis” del marxismo desde la óptica de sus contradicciones internas, y no externas como lo analiza el MAI.”[68]
Sin embargo, ellos conciben estas contradicciones como:
“(...) todo proceso de desarrollo está dominado por la lucha de los contrarios- en el caso de la teoría marxista, entre la concepción burguesa y la concepción proletaria en el desarrollo de la sociedad capitalista, entre la posición correcta y la posición errónea de la vanguardia proletaria, entre la concepción avanzada de la vanguardia y la posición atrasada de las masas, etc.”[69]
Aunque es de reseñar el esfuerzo positivo por situar el marxismo como algo dialéctico, sometido a contradicciones internas, y no como algo monolítico, estático y muerto, a que lo suelen reducir los dogmáticos de todo tipo, entendemos que esta forma de verlo continúa la estela de esa visión, que hemos reseñado más arriba, del marxismo que tienen nuestros camaradas como contradicción entre ciencia e ideología. Sería una contradicción interna, de la propia teoría consigo misma, y no la expresión teórica en el seno del marxismo de la contradicción de clases que atraviesa la sociedad capitalista. Ello se confirma cuando los camaradas rechazan tajantemente que se pueda considerar el revisionismo como parte de la vanguardia:
“(...) la vanguardia es un hecho práctico, el resultado de una acción, una práctica política en el sentido que hemos descrito [acción revolucionaria]. Entendemos que no puede considerarse vanguardia ni el revisionismo ni el oportunismo, ni tampoco lo es el que simplemente se queda en la formalidad marxista de quedarse en los principios (…) si no se aplica una práctica política revolucionaria.”[70]
Y es que precisamente es el revisionismo la manifestación en el seno de la teoría marxista de la cosmovisión burguesa. Si nos negamos a incluir el revisionismo en la categoría de vanguardia, sólo cabe entender la contradicción “entre la concepción burguesa y la concepción proletaria en el desarrollo de la sociedad capitalista” como algo meramente conceptual, intrateórico, producto de un mal uso de los instrumentos gnoseológicos del marxismo, entendido como metodología de conocimiento. Sería, pues, la mala praxis del científico que permite que los elementos ideológicos predominen sobre los analítico-científicos.
Sin embargo, como decimos, el revisionismo sí forma una unidad dialéctica con el marxismo, expresión interna en la ideología proletaria de la lucha de clases general entre el proletariado y la burguesía. Es la base social a través de la que se expresa este antagonismo en el seno del proletariado. Excluirlo significa excluir el verdadero elemento que permite el desarrollo dialéctico del marxismo como desarrollo de la lucha entre sus contradicciones internas y, sobre todo, sería excluir la referencia práctica de esta misma lucha. Significa, por tanto, no comprender la lucha de dos líneas como verdadero motor de desarrollo interno de la teoría marxista, no comprender que, como todo en el actual estadio de la materia social, el marxismo se desarrolla desde la lucha de clases. Eso es precisamente la lucha de dos líneas: la lucha de clases teórica en el seno de la vanguardia. Éste es un momento clave, la premisa necesaria de la constitución del partido de nuevo tipo. Sólo este momento y esta necesidad de delimitar un suelo social donde implementar esta lucha ya justifican la inclusión del revisionismo en la categoría de vanguardia. No obstante, es precisamente la visión organicista del Partido, así como la concepción formalista de la teoría revolucionaria, lo que lleva a los camaradas de la UCCP a la exigencia de una acción práctica, de dirección concreta de algún movimiento real (como si la reconstitución no fuera, por embrionario que sea su estado, un proceso y un movimiento reales), para considerar como tal a la vanguardia, pues para esta concepción la organización de la vanguardia es ya el Partido[71] y su dirección del movimiento espontáneo es ya dirección revolucionaria.
Por eso la Línea de Reconstitución se opone a esta comprensión del desarrollo teórico como práctica teórica, porque ésta sólo ve el aspecto formal de la actividad teórica, su implementación como metodología analítica de conocimiento que, sólo como subproducto de ese concepto de la realidad, genera los elementos para la lucha de clases revolucionaria. Aunque bien pudiera no hacerlo, como han demostrado históricamente todos aquellos académicos que han usado el marxismo como metodología de estudio de la sociedad. Que ello se traduzca en desarrollo de la lucha revolucionaria del proletariado dependería entonces de un acto de voluntad del científico social (lo que, de nuevo, nos aproxima al idealismo subjetivo), y no de algo inscrito en la propia teoría, en la forma de su desarrollo. Creemos que la Línea de Reconstitución sí identifica ese elemento clave, que inscribe y vincula orgánicamente el desarrollo teórico del marxismo con la ampliación de su radio de acción social en la dirección de la revolución proletaria, todo ello como proceso unívoco.
La actividad teórica no tiene trascendencia social por sí misma. Ni la teoría revolucionaria se desarrolla sin esa incidencia social. Entender lo contrario sí es concebir el desarrollo del marxismo de forma libresca e intelectualista, como le sucedía al teoricismo althusseriano. Para que este desarrollo sea efectivo debe estar vinculado a una línea de masas. Para el marxismo, las masas, como todo, no son un concepto estático[72], sino que es algo que también está atravesado por contradicciones internas. La Línea de Reconstitución desvela este sistema de contradicciones y nos señala el camino para avanzar a través de él, significando cada avance una ampliación del radio de influencia social de la teoría revolucionaria, que se va traduciendo en revolución en todo momento: revolucionarización de la conciencia de todo un sector de la vanguardia en una primera fase (reconstitución ideológica del comunismo), que es lo que permite a ese sector fusionarse con las masas (reconstitución política, esto es, del Partido Comunista –que es la cristalización de esta fusión, en la que las masas son un elemento constitutivo inherente, sin el cual no cabe hablar de Partido), revolucionando su actividad y permitiendo, ahora sí, el despliegue de esa praxis revolucionaria que, a la vez que revoluciona las circunstancias, produce en masa esa conciencia comunista.
La Línea de Reconstitución defiende que el trabajo comunista es siempre un trabajo de masas. Lo que varía es el carácter de estas masas en cada momento de la lucha. En la actual situación de derrota y descomposición del MCI, cuando están en cuestión los propios fundamentos de la concepción del mundo revolucionaria, las masas sobre las que puede y debe actuar en un primer momento la vanguardia marxista-leninista (que es la que detenta la iniciativa del proceso, precisamente por ser el sector que se ha elevado a la “comprensión del momento histórico” y sabe situarse en él, conceptuándolo como el interregno entre dos Ciclos revolucionarios), no son otras que la vanguardia teórica, esto es, aquellos sectores que cuestionan el capitalismo y que buscan una salida a su crisis histórica, y que se plantean los requisitos e implicaciones de esta salida. Es este sector el que elabora las ideas y concepciones que alimentan los movimientos de masas. Este campo lo compone el revisionismo, así como toda una serie de teorías pequeñoburguesas que van del anarquismo al neo-izquierdismo, pasando por todo el espectro de teorías posmodernas radicales. El marxismo debe medir sus armas con este sector, derrotando sus concepciones, pero también incorporando lo que en ellas pueda contribuir a su reconstitución ideológica (negación de la negación).
La conquista paulatina de la hegemonía dentro de este sector (y decimos hegemonía, porque no cabe pensar en que el revisionismo y otras teorías desaparecerán mientras subsistan las clases, sino que, derrotadas, pasarán a ejercer un papel secundario en su inspiración del movimiento social –a diferencia de la actualidad, donde lo dominan-, adoptando otras formas, la lucha contra las cuales permitirá el subsiguiente desarrollo teórico del marxismo) es precisamente lo que permite levantar progresivamente una subjetividad referencial que sea polo de atracción hacia la revolución proletaria (y no simplemente el cambio de coyuntura como parece plantear la UCCP y desmiente la realidad, ya que esta subjetividad es una construcción social y no algo inherente al desarrollo económico), y permitirá afrontar con garantías de éxito la fusión con la vanguardia práctica, que es, justamente, el sector más avanzado de las masas; los que, aún sin plantearse el cambio global del sistema, más consecuentes son en la lucha de resistencia de las masas, más críticos se muestran con los mecanismos institucionales de resolución de conflictos, y cuya honestidad hace que sean los dirigentes naturales de las grandes masas, en quienes éstas depositan su confianza. Consumada esta fusión, podremos considerar reconstituido el Partido Comunista, pues la inclusión interna de la vanguardia práctica, del sector más avanzado de las masas, garantiza una influencia orgánica entre las grandes masas. A partir de aquí, culminado el estadio de preparación de la revolución con la fusión de la vanguardia y las masas, comienza la segunda fase del proceso revolucionario, la revolución propiamente dicha a través de la Guerra Popular, del enfrentamiento militar entre clases.
Esto por lo que hace referencia al aspecto social de la reconstitución, que, como vemos, adopta la forma de un anillo concéntrico (lo cual es, por cierto, perfectamente coherente con la forma que adopta el proceso revolucionario en la fase de Guerra Popular) cada vez más amplio. Cabe ahora fijarse en el mismo proceso observado desde el punto de vista de la propia teoría y de la forma en que se va desarrollando. Conviene recordar en este momento lo que señalábamos más arriba respecto a esa unidad óntico-epistemológica que representa el marxismo. En este sentido, refiriéndose a su método de conocimiento, Marx señaló:
“(...) el método que consiste en elevarse desde lo abstracto a lo concreto es para el pensamiento sólo la manera de apropiarse lo concreto, de reproducirlo como un concreto espiritual.”[73]
Podemos comprobar que el desarrollo teórico durante el proceso de reconstitución sigue un curso similar, paralelo a su creciente amplitud social. Es precisamente la lucha de dos líneas en el seno de la vanguardia, la línea de masas del periodo de reconstitución, especialmente en su primera fase (conquista de la vanguardia teórica), la que va haciendo crecientemente más concreta la teoría revolucionaria. Así, en un primer momento, se trata de solventar los problemas de calado, las implicaciones más profundas que conlleva la revolución proletaria y su singularidad respecto a las formas de transformación del mundo precedentes. La principal manifestación político-ideológica de este momento se nuclea en torno al debate alrededor de los problemas de Línea General, que es la expresión política más abstracta y general de la teoría revolucionaria, la representación más universal de la RPM, de sus requisitos, fases e instrumentos. Para la conformación de esta Línea General es fundamental y ocupa un lugar privilegiado el Balance de la experiencia histórica de la RPM, ya que, como decíamos, se trata del estudio del estado del sujeto, de su obrar y su manifestación material histórica. Es desde aquí que se empieza a sustanciar socialmente el sujeto revolucionario como incipiente movimiento de vanguardia por la reconstitución. Y precisamente, a la par que es fiel con los principios del internacionalismo (por empezar la construcción del sujeto desde la experiencia universal e internacional de la RPM), es lo que nos permite comenzar a afrontar los problemas del conocimiento y del análisis de nuestra realidad inmediata con garantías revolucionarias, precisamente por eso, que indicábamos más arriba, de que, necesariamente, en el estado social de la materia, cualquier análisis, cualquier investigación concreta de lo inmediato, está precedida por una concepción del mundo. Atender primeramente a los problemas generales de fondo de la cosmovisión proletaria y la relación con su aplicación histórica es lo que asegura que este análisis esté guiado por y sirva a las necesidades concretas de desarrollo de la revolución; es lo que nos da la perspectiva necesaria para enmarcar objetivamente el conocimiento del mundo en el proceso de su transformación, y no simplemente para “adecuarlo” a su desarrollo material espontáneo.
Desde esta posición tenemos la premisa para encarar el segundo momento de la reconstitución, la conquista de la vanguardia práctica. Éste es el periodo en el que la teoría revolucionaria recorre el espacio que la lleva, caracterizada por esa creciente precisión, a cristalizar como Programa, esto es, la vinculación de las necesidades inmediatas de las masas con el establecimiento de su dictadura de clase. El aspecto que media la cosmovisión proletaria y su primera y más general manifestación política como Línea General con este Programa es la Línea Política, que es la aplicación de esa cosmovisión y de esa Línea General a nuestras condiciones concretas, esto es, la formación social española y el estado específico de la lucha de clases en ella.
Como decimos, no se trata de un proceso meramente teórico, sino que se materializa través de la lucha de dos líneas, manifestación de la unidad entre teoría y práctica en el proceso de reconstitución. Ésta es la línea de masas y la clave de todo el proceso. Como decíamos más arriba, al ser la vanguardia una parte de la interioridad social y no existir una atalaya que nos permita su observación exterior, debemos trabar contacto, desde la visión totalizadora que nos da el marxismo, con cada sector social que está más apegado a cada momento particular y parcial del todo social, imbuirnos de sus problemáticas e integrarlas a la vez que negamos su parcialidad como momento de la reproducción de esa totalidad social (negación de la negación), para la conformación concreta de ese Programa. Este contacto cristaliza como la construcción de vínculos orgánicos con estos sectores sociales, más o menos fuertes dependiendo de su naturaleza de clase[74]. Así comprendemos como también en el proceso de reconstitución del Partido, el ser (lo ontológico) está dialécticamente vinculado con el saber (lo epistemológico)[75]. No es desde el análisis formal como se conoce la particularidad de la formación social (el análisis formal sólo es un momento de este conocimiento), sino que este saber se forma desde el contacto y el contraste con los elementos sociales más apegados a cada parcela de ese todo. Así, en este proceso de lucha, negación e inclusión, es como se va concretando el crecimiento, el desarrollo, del marxismo hasta cristalizar en un Programa positivo de revolución social. Es esto, el proceso de reconstitución, la verdadera mediación que nos permite aterrizar en la coyuntura. Este desarrollo de creciente concreción teórica es la expresión ideológica del mismo proceso de ampliación del radio de influencia social del proceso de reconstitución hasta culminar en el Partido Comunista, que no es otra cosa que la organización del movimiento revolucionario, el momento en que la revolución se presenta como acto práctico inmediato, la consumación de la praxis revolucionaria.
Así pues, no se trata de que la práctica teórica produzca el concepto de la realidad desde el análisis formal de la misma, visión que nos aproxima peligrosamente al teoricismo, sino que la vanguardia, a través de la lucha de dos líneas, va edificando los lazos orgánicos con crecientes sectores sociales (desde lo más reducido donde nos encontramos –es de hecho, la única manera coherente con el marxismo de salir de la situación actual de impotencia donde el fin del Ciclo ha situado al comunismo), generando el Programa concreto de la revolución a la par que produce al sujeto de esta revolución. Ello tampoco quiere decir, por supuesto, que este análisis formal de la realidad inmediata esté fuera de lugar en este momento. Hemos señalado que es un momento de la producción de ese conocimiento, aunque éste no se reduzca a aquél. Lo que nos da la Línea de Reconstitución es un plan, y los planes son por definición generales y esquemáticos. Ello no es óbice para que la aproximación a ese análisis concreto nos permita, dialécticamente, un mejor cumplimiento de las tareas previas que el desarrollo completo de ese análisis exige. Ese ejercicio es necesario en todo momento para tener una mínima noción del terreno sobre el que nos movemos. De hecho, el MAI, sin ir más lejos, en la parte del documento que los camaradas de la UCCP han usado para exponernos una primera crítica de nuestras posiciones, elaboró un análisis concreto, aún reconociendo por las razones que hemos aducido lo necesariamente limitado del mismo, de la situación de la lucha de clases en el Estado español en ese momento (2007) para fundamentar la propuesta que realizaba a la vanguardia.
En resumidas cuentas, cabe comparar la coherencia con la que la Línea de Reconstitución entiende el proceso de edificación del Partido y su integridad teórica, con la visión que nos proponía la UCCP, y que, como hemos visto, dividía desde el primer instante las tareas que afrontamos los comunistas, haciéndola pendular, nos parece, entre el teoricismo de la práctica teórica y el sindicalismo de la premura por acudir ya a las movilizaciones de masas a “establecer vínculos” y oponer “alternativas de línea” que se reconoce que aún hay que elaborar. En nuestra opinión, esa visión no establece vínculos orgánicos entre esas tareas, por lo que oscila entre ambas sin encontrar la coherencia que pueda hacer de ella un plan efectivo.
Finalmente, después de exponer sucintamente cómo concibe el MAI el proceso de reconstitución del Partido Comunista, y de las reflexiones que hemos hecho en el presente documento sobre la naturaleza del marxismo, se comprenderá mejor que nos reafirmemos en considerar más idónea la utilización de la noción de “desgaste”, en referencia a la crítica, que hemos expuesto más arriba, que la UCCP nos realizaba respecto al uso de este término para definir lo que le había sucedido a la teoría marxista durante el desarrollo del Ciclo, proponiendo los camaradas, por contra, el término “retraso”. Creemos que el término “desgaste” da mejor cuenta de la sustantividad del sujeto revolucionario, de cómo éste ha sido, es (ahora en ausencia, lo cual permite al capital campar a sus anchas) y será un elemento objetivo material del proceso de desarrollo social. Como hemos visto, la actuación revolucionaria del proletariado, socavó, desgastó, su punto de partida material, esa correlación histórica de fuerzas de clase, sobre la que se sostenía su primer paradigma revolucionario; a lo que hay que añadir, además, los múltiples compromisos que el desarrollo de la lucha de clases impuso durante el Ciclo, que contribuyeron a introducir y reforzar en el marxismo elementos ajenos a su coherencia interna como cosmovisión. Por contra, el vocablo “retraso” nos reintroduce en esa visión dualista del proceso social como proceso objetivo (más bien objetivista) que expulsa de sí mismo al sujeto consciente, situándolo en su externidad y pareciendo que esta objetividad se ha ido alejando ante la incapacidad de ese sujeto para conocer su desenvolvimiento. En definitiva, creemos que el primer término evoca mejor el materialismo dialéctico, mientras que el segundo nos devuelve por el camino de la vieja problemática del materialismo vulgar cientifista.
A propósito de esto último, nos gustaría hacer unas últimas aclaraciones para acabar de hacer comprensible esa crítica al cientifismo que hemos desarrollado algo más en las páginas anteriores. Es absolutamente erróneo confundir la ciencia con el cientifismo. Mientras que la primera es una forma de conciencia social e históricamente determinada, la forma más elevada de articular el conocimiento que ha producido la sociedad de clases, el segundo es la reducción a la ciencia de todas las formas de conciencia válidas, su absolutización. El MAI crítica el segundo, pero considera que el marxismo no puede prescindir de la primera.
La Línea de Reconstitución insiste, frente al espontaneísmo gnoseológico que inevitablemente produce la política sindicalista en la que está encerrado la mayoría del movimiento, en que la formación de los cuadros comunistas debe hacerse en la ciencia, en el conocimiento objetivo de las leyes que rigen la materia. Pero, fiel al materialismo histórico, sabe que ésta es una forma determinada de conciencia y que la aparición del proletariado en la historia y la certidumbre de la sociedad comunista comienzan a generar una nueva y superior forma consciente, la praxis revolucionaria. Ésta, por supuesto, también es una forma determinada históricamente, que exige unos requisitos materiales, socioeconómicos y políticos, para su aparición. La premisa esencial es el Partido Comunista, que, a su vez, sólo es posible a partir de la llegada de la materia social a determinado estadio, caracterizado por un enorme desarrollo de las fuerzas productivas, el capitalismo en su fase decadente. Ya hemos visto como precisamente el capitalismo, forma social que engendra a la ciencia moderna, supone el dominio de la naturaleza por el hombre. Precisamente, ese dominio es el que produce la forma primitiva, inferior, de la praxis, de la fusión de la teoría con la práctica, que es la tecnología. Es aquí donde más lejos ha llegado la burguesía en esta integración dialéctica. Pero, precisamente, es una forma inferior porque sólo comprende la reproducción de unas leyes materiales objetivas inmutables, las de la naturaleza, en cuya conformación, como decíamos, no ha participado el aspecto subjetivo, no admitiendo la modificación de esas leyes. Esto es lo que precisamente sustancia la praxis revolucionaria como forma superior, puesto que no se trata ya sólo del conocimiento, sino de la transformación de las leyes sociales (en cuya formación sí ha participado el sujeto), porque la humanidad ha llegado por fin, fruto de ese desarrollo productivo, tributo de milenios de sociedad de clases, de opresión y explotación, al punto en que estas leyes pueden ser dominadas por el sujeto consciente, es decir, que la materia social se encuentra en el umbral de la autoconciencia, lo que no es más que otra forma de concebir el Comunismo[76].
Sin embargo, mientras los revolucionarios no contemos con esta forma superior de movimiento político de nuevo tipo, estamos impedidos para desplegar esa praxis revolucionaria. Por tanto, para construir ese movimiento debemos aprovechar las formas más avanzadas de conciencia que el desarrollo social material ha conquistado, esto es, la ciencia. Además, el hecho de que estemos incapacitados por el momento para el desarrollo de esa praxis superior, sitúa a la vanguardia, hasta cierto punto, y teniendo en cuenta las limitaciones que hemos señalado, como observadora externa del proceso social espontáneo, lo que justifica una posición de la conciencia similar a la que instituye la ciencia. La diferencia entre la ciencia, comprendida como crítica objetiva (esa posición de observador externo de un proceso objetivo) es que la vanguardia, en el contenido de su desarrollo teórico, sí vincula este proceso con un fin[77], la sociedad comunista, transformando esa crítica objetiva en crítica revolucionaria, esto es, en la demostración objetiva desde todos los ángulos posibles de que el desarrollo de la materia social puede por fin, y debe, desembocar en esa nueva y superior forma de sociedad. Además, la reconstitución, como venimos insistiendo, no se apoya sólo sobre esta observación científica del proceso social, sino que tiene en cuenta la forma material históricamente demostrada de realización de esa praxis superior, como son las revoluciones proletarias del siglo XX. En definitiva, es teniendo en cuenta sus premisas materiales, el desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo y el Partido Comunista, como desterramos cualquier subjetivismo o idealismo a la hora de proclamar la praxis revolucionaria como forma superior de conciencia, y damos a la ciencia su justo y valioso lugar, sin absolutizarla ni caracterizarla como lo que no es. Si hemos insistido en la crítica del cientifismo es porque fue la desviación dominante en el MCI durante el Ciclo y, por ello, la que más persiste entre sus fragmentados y confusos herederos.
En definitiva, si hubiera que resumir brevemente nuestra discrepancia con los camaradas de la UCCP respecto a esta cuestión, de la que, a nuestro juicio, se derivan los demás desacuerdos, diríamos que mientras para ellos el marxismo es una ciencia, tal vez, una ciencia revolucionaria, para nosotros es una concepción del mundo revolucionaria y científica. Es decir, mientras que en la primera expresión la ciencia, el conocimiento, aparece como lo sustantivo, para nosotros, aunque forma parte, no es la sustancia, que es la transformación, la revolución, sino un atributo sobre el que ha de apoyarse necesariamente esa revolución, pero que no se reduce a él: es una parte incluida en un todo más amplio y superior.
Al inicio de este trabajo señalábamos la necesidad de impulsar un debate público y abierto sobre las diferencias de fondo entre los colectivos y organizaciones marxistas como puntal fundamental para avanzar en la formación de una vanguardia proletaria digna de tal nombre. Este debate no se inicia ahora, sino que lleva tiempo en marcha. No obstante, en los últimos tiempos sí se acumulan sobre la mesa síntomas que indican que el sector de la vanguardia más maduro, que mejor comprende las implicaciones de la reconstitución, está creciendo, tanto cuantitativa como cualitativamente, más allá de lo indudablemente minoritario que sigue siendo en el conjunto del movimiento. Por cierto, hay que decir bien claro que ser una minoría no es ningún problema, sino que es una posición de partida necesaria, teniendo en cuenta el estado de liquidación severo por el que pasa el MCI y el dominio del revisionismo en él. Aquellos que presumen de sus cortejos en huelgas y manifestaciones no deberían olvidar que, precisamente, al ser mayores sus efectivos y su influencia entre la vanguardia, también es mayor su responsabilidad en la situación de impotencia del movimiento comunista y en su incapacidad para siquiera manifestarse en el campo de la política a gran escala, para influir, por mínimamente que sea, en la correlación general de fuerzas entre clases.
En este sentido que señalamos, de crecimiento del sector más avanzado de la vanguardia, cabe hacer una pequeña mención al debate que sostuvieron hace unos meses la UCCP y los camaradas de Revolución o Barbarie (RoB), núcleo comunista que se está agrupando alrededor de la web del mismo nombre y que apuesta decididamente por impulsar las tareas que exige la reconstitución del comunismo. El debate se originó a propósito de una propuesta que realizaron los camaradas de la UCCP para favorecer “procesos de confluencia” entre distintos colectivos comunistas de cara a superar la fragmentación en que está inmerso este sector de la vanguardia. En ella se hablaba de la posibilidad de levantar un órgano común con el horizonte de crear un comité que agrupe a distintos grupos de cara a una futura “Conferencia sobre la construcción del Partido”[78]. Los camaradas de RoB realizaron una primera respuesta en la que, en nuestra opinión, exponían muy acertadamente el discurrir general del proceso de reconstitución y, en base a ello, indicaban que no veían factible que “la reagrupación organizativa e ideológica vayan a transcurrir simultáneamente”, pero sí veían posible a corto plazo laborar por la creación de “un medio de difusión que agrupe a toda la vanguardia comunista”[79].
El resto del debate se puede sintetizar en torno a la metáfora que podríamos denominar de “los zapatos y el marxismo”. La UCCP, que fue quien acuñó la expresión, señaló que el marxismo es como unos zapatos, que deben ser cómodos, pero, ante todo, nos deben permitir “hacer camino al andar”. En su segunda respuesta, RoB, retomando la feliz imagen, indicó que el momento actual es, por contra, para “buscar, localizar, reunir y preparar los materiales adecuados para construir los zapatos adecuados para recorrer la ruta revolucionaria que hemos de recorrer un día”[80].
A nuestro modo de ver, esta metáfora es bastante pertinente, y la forma en que fue tratada en este debate refleja muy bien las problemáticas y divergencias con los camaradas de la UCCP que hemos intentado exponer a lo largo del presente documento. En efecto, si el marxismo se entiende como una metodología de análisis, a la que el devenir del Ciclo de Octubre no ha afectado, siempre presta a sustanciarse, es lógica cierta impaciencia por forzar agrupaciones y confluencias. Si en cambio, como defiende la Línea de Reconstitución, entendemos que la teoría es inseparable de la práctica, y que el traumático fin de las revoluciones del siglo XX ha tenido necesariamente que afectar a la teoría revolucionaria que ha guiado esas transformaciones, se impone todo un periodo donde el centro de gravedad se encuentra inscrito en las problemáticas propias y sustanciales de esa teoría, y, consecuentemente, da el protagonismo del momento al sector social, esa vanguardia, que es depositaria y da cuerpo a esa teoría. En definitiva, se trata de saber si la reconstitución ideológica del comunismo es un momento necesario y sustancial del rearme revolucionario (esa “búsqueda, localización y reunión” de los materiales necesarios para hacer los zapatos) o si ésta se limita al análisis inmediato de la realidad (la posibilidad de dar pasos revolucionarios inmediatamente, lo cual es muy congruente con esa perspectiva de “ganar a los sectores más avanzados de las masas para revolucionar la contradicción burguesía-proletariado” que hemos visto en la UCCP). En este sentido, creemos que son los camaradas de RoB los que dan en el clavo: no cabe, como sí era posible durante el Ciclo, dar la teoría por supuesta, asumir las tesis de los sectores más avanzados del MCI en cada momento, como, por ejemplo, fueron, en diferentes momentos, las 21 condiciones de la Komintern o el maoísmo, para ir inmediatamente a las grandes masas, sino que la revolución exige un momento de atención específica a la propia teoría a la luz de más de un siglo de experiencia práctica revolucionaria[81].
En cualquier caso, este debate es buen ejemplo de ese crecimiento y vitalidad de la vanguardia que señalamos, a lo que cabe añadir la aparición de más espacios digitales dedicados a la reconstitución o el movimiento que se observa entre ciertos sectores del espectro juvenil comunista. Es de remarcar que estos avances no son el fruto de alguna “mesa de unidad” o de la “agrupación” de algunos destacamentos, sino que se cimentan en una labor ideológica seria. Ése es el basamento más sólido posible, lo que le da al movimiento proyección a largo plazo y lo que desde la vanguardia hemos de fomentar.
Por supuesto, ello no quiere decir, ya que no se trata de formar un club de debate, que no haya que apuntar a una integración orgánica a más o menos corto plazo de este sector. Desde el MAI llevamos tiempo señalando la necesidad de levantar un referente de vanguardia marxista-leninista, de la izquierda anti-revisionista del movimiento, que sea capaz de empezar a disputarle la hegemonía ideológica en el seno de la vanguardia al revisionismo. Hemos indicado repetidas veces que, en nuestra opinión, la base de este referente, puesto que aún hemos de reconstituir la propia teoría, es política: son los elementos de Línea General que el Balance del Ciclo va haciendo florecer. Y, en nuestra opinión, ya existen algunos de ellos: la comprensión del Partido Comunista como fusión de la vanguardia y las masas, la Guerra Popular como estrategia proletaria universal, la Dictadura del Proletariado como tarea inmediata de la revolución en el Estado español. Todo ello, siempre que comprendamos que la unidad de acción en la defensa de esta Línea General debe cimentarse sobre la lucha de dos líneas, pública y abierta, como elemento fundamental de desarrollo de la vanguardia. Desde esta lucha, las diferencias ideológicas, más o menos grandes, entre los revolucionarios no harán descarrilar ni su posible unidad de acción ni el proceso general de reconstitución y le darán una solidez que irá más allá de las desavenencias puntuales, políticas u organizativas, que puedan surgir entre colectivos, que tan estruendosamente suelen abortar los procesos unitarios de los revisionistas y que tanto contribuyen a desmoralizar al movimiento y a sepultar entre sus sufridas militancias las expectativas de reconstituir el Partido.
Hay que insistir, para evitar malentendidos, que el horizonte inmediato de desarrollo que se abre ante la vanguardia está muy lejos de ser la reconstitución del Partido, que es algo que no surge de voluntariosas unidades, sino que es la unidad de la vanguardia marxista-leninista, la cual es una premisa para el desarrollo del resto del proceso de reconstitución.
En este sentido, sí creemos que hay terreno común para avanzar hacia este objetivo con los camaradas de la UCCP. Aunque, como hemos visto, existen profundas divergencias de fondo en la comprensión del marxismo, creemos que existe la voluntad de tratarlas de forma seria y fundamentada[82] y también existe una identidad política en muchos puntos. Así, los camaradas de la UCCP han dicho en varias ocasiones que para ellos la teoría marxista es la directora del proceso revolucionario (no la espontaneidad de las masas), entienden que la revolución pendiente en España es la socialista (no alguna fase democrático-burguesa republicana intermedia) y parecen defender la Guerra Popular como estrategia proletaria. Todo ello son puntos muy positivos, aunque, tal vez, falte por dar contenido a alguno de ellos, como, por ejemplo, en el caso de la Guerra Popular, que, al menos en los documentos de los camaradas que conocemos, no hemos visto muy definida. Asimismo, muchas de las críticas de la UCCP al revisionismo son absolutamente correctas, como, por ejemplo, su entendimiento del Estado como ente benéfico y neutral que nos protege del malvado mercado, extendiendo ese juicio negativo al republicanismo, abanderado tradicional de esas concepciones por estos lares. También señalan muy acertadamente el tradicional descuido en la lucha contra el economicismo que ha presidido la actividad de la vanguardia en este país.
Además, como hemos señalado, a pesar de las profundas divergencias indicadas, la especial preocupación de los camaradas de la UCCP por la teoría les sitúa en mejores condiciones de comprender la Línea de Reconstitución y les lleva a plantear problemas que, aunque entendemos desde otra perspectiva, no son baladíes, como, por ejemplo, la necesidad de pasar de esa asunción y elaboración voluntarista de la ideología proletaria a crear las condiciones para que ésta sea una actividad sistemática, “institucionalizada” como dicen los camaradas.
Si nos hemos centrado en el aspecto negativo, en la crítica de lo que nos separa, es precisamente por eso en lo que venimos insistiendo, por el rol que la lucha de dos líneas juega en el proceso de reconstitución. Si, más allá de lo más o menos afortunado de nuestra crítica, hemos conseguido con este debate contribuir al desarrollo de la vanguardia, a la implementación de esta lucha, todos nuestros posibles errores no habrán sido en vano.