Ante el Centenario de la Insurrección irlandesa de 1916:

El movimiento nacional irlandés en la perspectiva de la Revolución Socialista Mundial

El día 24 de abril de 1916 se proclama la República Irlandesa, acompañada de una insurrección cuyo epicentro es Dublín y en donde varios miles de obreros, campesinos y pequeños burgueses levantan barricadas e intentan tomar los puntos vitales de la capital. Al frente de la rebelión está un Comité Militar creado por los elementos de la pequeña burguesía revolucionaria, que integra, sobretodo, el ala izquierda de la Irish Republican Brotherhood –IRB- (Hermandad Republicana Irlandesa), cuyo brazo armado son los Irish Volunteers (Voluntarios Irlandeses). Junto a estos se movilizan otras organizaciones republicanas como la Cumann na mBan (Liga de Mujeres). Y en primera línea estará la avanzada de la clase obrera en Irlanda, el Irish Citizen Army –ICA- (Ejército Ciudadano Irlandés), creado por la vanguardia socialista en 1913 como milicia proletaria de autodefensa. El movimiento insurreccional apenas transciende al resto del país y el movimiento no tiene tiempo para aplicar medidas políticas, concentrando su corto espacio de vida en los duros enfrentamientos con las tropas imperialistas. El día 29 de ese mismo mes, derrotadas las fuerzas insurrectas, Padraic Pearse, presidente del Gobierno Provisional, firma la rendición ante el Ejército ocupante. A partir de aquí, una ola de terror blanco se extiende por el país. El 12 de mayo fue fusilado, en la prisión de Kilmainham Gaol, el socialista James Connolly, firmante de la Proclamación del día 24, miembro del Comité Militar y principal dirigente del proletariado en Irlanda.

Connolly, en la que es su principal obra, Las clases trabajadoras en la historia de Irlanda, expuso el desarrollo de las luchas de clases en Irlanda como resultado de la interacción entre las condiciones particulares de la isla y la dinámica de la lucha de clases a escala internacional:

“Así como el año 98 fue una expresión irlandesa de las tendencias encarnadas en la Primera Revolución Francesa, así como el 48 vibró de simpatía hacia los levantamientos democráticos y sociales del continente de Europa e Inglaterra, del mismo modo el Fenianismo fue una vibración del corazón irlandés sensible a las pulsaciones del corazón de la clase obrera europea que produjeron, en otro lugar, la Asociación Internacional de Trabajadores.”[1]

Con la perspectiva histórica que nos permite y obliga a tomar nuestra época, de interregno entre dos Ciclos de la Revolución Proletaria Mundial (RPM), estas palabras del socialista irlandés deben tomarse como una invitación para comprender el conjunto de insurrecciones y levantamientos nacionales que jalonan la historia moderna de Irlanda, desde la perspectiva de algunos de los principales hitos que ha recorrido la lucha por la emancipación social y que han transformado tanto su contenido como su forma. Ante el Centenario de la Insurrección irlandesa de 1916, nuestro reconocimiento a los revolucionarios que cayeron luchando contra el imperialismo mientras el revisionismo pasaba a participar de las cancillerías de guerra de toda Europa, se inscribe en el objetivo de extraer de ese cúmulo de experiencias las lecciones que puedan contribuir a la reconstitución ideológica y política del comunismo.

Una rebelión al son de La Marseillaise

Durante el siglo XVIII, el desarrollo del capitalismo en Irlanda se vio profundamente acelerado. Sin embargo, las relaciones de clase seguían estando sometidas al régimen colonial británico, que privilegiaba como dueños de la tierra a una aristocracia de colonos ingleses ligados fuertemente al aparato burocrático-militar del Estado. Esta situación política sostenida en el tiempo es la que obligó a movilizarse contra el statu quo a las nuevas fuerzas sociales que con el capitalismo iban emergiendo en Éire. En las ciudades, la ascendente burguesía había probado durante décadas a integrarse en el sistema institucional, pero ni la vieja aristocracia terrateniente ni la precoz burguesía inglesa estaban dispuestas a ceder reformas a una Irlanda cuyos grilletes eran el emblema de sus libertades burguesas, conquistadas en las guerras civiles del siglo anterior. También en las ciudades se había ido formando una masa amorfa de elementos semi-proletarios, que se unieron en organizaciones gremiales y que agudizaron el conflicto de clases en Dublín durante finales de siglo. Pero la clave irlandesa se encontraba en el campo. El campesinado estaba formado por una masa en estado de insurrección permanente, curtido a través de múltiples experiencias en la lucha contra los terratenientes y que a ojos de los tories y los whigs, representaba el espectro moderno de la democracia radical de los levellers ingleses. Esta era la situación interna de una Irlanda contemporánea de la Revolución de las Trece Colonias, que puso en cuestión el poderío británico y de la Revolución Francesa, que empezaba a derribar los pilares del Ancien Régime. Bajo este marco se fundó en Dublín, hacia finales de 1791, la Society of the United Irishmen (Sociedad de los Irlandeses Unidos). El programa de esta sociedad representaba la alianza de todos los sectores mencionados: la burguesía democrática, las capas semi-proletarias de las urbes y las masas campesinas. Estas últimas, the men of no property[2], eran la base de masas de un movimiento cuyos objetivos eran dos: erección de la República y consecución de la revolución agraria, es decir, la destrucción del régimen colonial y la consolidación de un Estado democrático-burgués independiente. Si observamos las clases que entran en escena en el primer movimiento nacional irlandés moderno, cuyo principal líder fue el revolucionario Theobald Wolfe Tone, encontramos una combinación de fuerzas de clase significativamente similar a la que compuso el jacobinismo parisiense. De hecho, en sus primeros momentos los republicanos se fijaron, para constituirse como partido, en la vanguardia internacional de la democracia burguesa:

“Las funciones exteriores de la sociedad serán (…) la comunicación con sociedades similares del extranjero, como el Club Jacobino de París, la Sociedad Revolucionaria de Inglaterra y el Comité para la Reforma de Escocia. Dejad que las naciones avancen. Permitid que el intercambio de centinelas de los Derechos Humanos entre la Humanidad sea tan inmediato como posible. Cuando la aristocracia avanza el pueblo retrocede, cuando el pueblo avanza, la aristocracia, temerosa de quedarse atrás, se infiltra en nuestras filas y apoya a líderes corruptibles o tropas traidoras. (…)”[3]

Pero Dublín no era la capital de Francia y la United Irishmen, que había llegado a la conclusión de que sólo a través de la insurrección alcanzaría sus objetivos, tenía en frente a la más desarrollada de las naciones burguesas. La reacción inglesa había recibido un duro golpe en ultramar y estaba comprobando cómo las masas movilizadas por el Terror revolucionario de 1793 marchaban sin escrúpulos sobre valores que se habían pretendido eternos. Incluso en su gloriosa revolución, la burguesía inglesa ya se había enfrentado a los extremos de una potencial revolución campesina. Por su parte, la United Irishmen se había convertido en una organización a escala nacional, pero aunque logró captar la atención del campesinado, nunca se fundió con él movilizándolo mediante la aplicación de medidas revolucionarias que lo convirtieran en propietario de la tierra. Además, el complejo andamiaje colonial británico sostenía a diversos estratos de la aristocracia y la burguesía irlandesa que podían participar en el desarrollo capitalista de Inglaterra y que, por tanto, se situaban en una posición antagónica respecto de cualquier empresa revolucionaria.

En 1796 la United Irishmen fue ilegalizada, por lo que Tone y sus más cercanos seguidores se exiliaron en Francia, desde donde no cejaron en la preparación del levantamiento. Finalmente, en el verano de 1798, el movimiento insurreccional se desató en varios puntos del país, contado con el apoyo de varios destacamentos militares franceses, alguno de ellos compuesto por veteranos de las guerras revolucionarias contra el absolutismo continental. Tras varios meses de batallas en campo abierto, las milicias irlandesas fueron derrotadas y su gesta pagada por los opresores con la supresión del parlamento nacional y la imposición del Acta de Unión, que entró en vigor el 1 de Enero de 1801.

La primavera del pueblo irlandés

En el preludio de los levantamientos democráticos de 1848, el movimiento nacional irlandés caminaba hacia su fractura en dos secciones. De una parte, los que siguiendo la línea de O´Connell fiaban su causa, la derogación de la Unión, a la reforma y las componendas con las clases dirigentes inglesas, encontrando un punto de apoyo en los liberales, representantes de la burguesía industrial y comercial. De otro, los que comprendían que el compromiso con los whigs sólo retrasaba sine die el problema de la liberación nacional. Estos últimos formaron en 1848 la sociedad Young Ireland (Joven Irlanda), en cuyo seno continuaría, en medio del fragor revolucionario europeo, la lucha entre fracciones de la burguesía por dominar el movimiento nacional. Se impusieron los elementos más contemporizadores[4], representantes de la burguesía terrateniente irlandesa, que temía los resultados de azuzar en exceso a las masas campesinas, frente al sector democrático-radical, que, sin ser un bloque clasista homogéneo, se inspiraba en las corrientes del socialismo continental. En todo caso, cuando en junio de 1848 fue el proletariado revolucionario quien se insurreccionó en Paris, todos estuvieron de acuerdo en no apoyar aquello. El ejemplo inspirador para la izquierda de los young irelanders había estado en la insurrección de febrero, la que tomó el nombre de República Social y cuya proclamación conmovió también a los elementos hegemónicos en el movimiento nacional irlandés, que al no pretender la revolución agraria sólo podían aspirar a representar una farsa de la rebelión de la United Irishmen. Pero la revolución en Francia, unida a la crisis social en Irlanda, en medio de la Gran Hambruna, activó sus románticos recuerdos sobre el 98, de suerte que en el momento decisivo optaron por organizar una insurrección, enviando en busca de apoyos una delegación al París en cuyo gobierno figuraban Louis Blanc y l´ouvrier Albert. Pero los farsantes isleños se toparon con los farsantes continentales: a los delegados los recibió Alphonse de Lamartine, en quien aquellos no encontraron más que la poética solidaridad de una bandera tricolor bordada para la ocasión con el verde, el blanco y el naranja. No obstante, los jóvenes irlandeses mantuvieron su plan y dirigidos por William O´Brien, en el mes de julio se alzaron en armas. Tras varias escaramuzas las tropas británicas encauzaron la situación.

Más allá de las operaciones tácticas de los insurrectos irlandeses y de las ilusiones del señor Lamartine, las luchas de clases en Francia, donde la bandera tricolor se tornó en roja empapada en la sangre del proletariado, marcarían el posterior desarrollo de las luchas de clases en todo el continente y también de la lucha por la liberación de Irlanda. En 1848, la burguesía mostró en la práctica el agotamiento histórico de su proyecto emancipador. La revolución de Junio señaló la aparición del proletariado como sujeto político independiente, lo que desplazó el equilibrio de fuerzas entre todas las clases sociales, marcando la apertura de una nueva fase histórica en el devenir de la lucha de clases, en donde las contradicciones de la sociedad burguesa habían madurado hasta el punto de presentar ya el contenido fundamental de nuestra época, el antagonismo entre capital y trabajo, en su forma superior, la guerra civil entre burguesía y proletariado. Los acontecimientos en Francia, donde en palabras de Marx la lucha de clases se desarrollaba siempre hasta las últimas consecuencias, debían surtir efectos en Inglaterra, la nación burguesa por excelencia, en donde más enraizadas estaban las relaciones capitalistas y que, por tanto, más vínculos económicos y de todo tipo había extendido a lo largo del planeta:

“La revolución de 1848 salvó a la burguesía inglesa. Las proclamas socialistas de los triunfantes trabajadores franceses espantaron a la pequeña burguesía inglesa, y desorganizaron al movimiento de los trabajadores ingleses, que actuaba dentro de límites estrechos, pero más directamente prácticos.”[5]

Ese movimiento de los trabajadores ingleses no era otro que el cartismo, el primer movimiento obrero de masas, en pleno apogeo en la segunda mitad de los años 40, cuyo programa representaba la alianza entre la pequeña burguesía radical y la clase obrera. El movimiento cartista había hecho suyo el tradicional apoyo fraternal entre radicales ingleses y republicanos irlandeses, inscribiendo en sus estandartes el reconocimiento de la emancipación irlandesa. Radicales y representantes del joven proletariado se confundían en un mismo movimiento en Dublín, Liverpool o Glasgow. Pero la deserción en masa de la pequeña burguesía inglesa a las filas de la reacción provocó también la huida de los elementos políticamente activos de la clase obrera. Estos, identificados con los segmentos mejor cualificados de entre los trabajadores, herederos de las tradiciones gremiales del artesano, estaban organizados en trade unions y fueron asimilados por las políticas liberales de la burguesía industrial, pasando a formar parte de la alianza de clases en que se sustentó internamente la pax britannica para extender sus tentáculos imperiales a lo largo y ancho del globo en la segunda mitad del siglo XIX, esa fase de relativo desarrollo pacífico del capitalismo. De este modo, la aparición del proletariado como clase independiente en las jornadas revolucionarias de Paris tuvo su reverso dialéctico, a escala histórica aunque sobre el mismo tamiz de la política mundial, en la cristalización de la primera aristocracia obrera. Así que en 1848, aplastada la rebelión de los young irelanders, dispersados sus aliados radicales ingleses y desterrado el peligro revolucionario en Europa, la causa irlandesa quedaba temporalmente abandonada a su propia suerte. Sin embargo, el descollamiento del proletariado como el más novedoso sujeto político de la sociedad de clases, lejos de provocar el aislamiento de los asuntos de las naciones encadenadas, situaba la cuestión nacional sobre una nueva correlación histórica de fuerzas de clase:

“Finalmente, la derrota de Junio reveló a las potencias despóticas de Europa el secreto de que Francia tenía que mantener a todo trance la paz en el exterior, para poder librar la guerra civil en el interior. Y así, los pueblos que habían comenzado la lucha por su independencia nacional fueron abandonados a la superioridad de fuerzas de Rusia, de Austria y de Prusia, pero al mismo tiempo la suerte de estas revoluciones nacionales fue supeditada a la suerte de la revolución proletaria y despojada de su aparente sustantividad, de su independencia respecto a la gran transformación social. ¡El húngaro no será libre, ni lo será el polaco, ni el italiano, mientras el obrero siga siendo esclavo!”[6]

En 1848, aun por culminar el contenido histórico de la revolución burguesa en Europa, el advenimiento histórico de la clase obrera como fuerza política permite identificar el contenido del nuevo impulso de la revolución social, proletario, e incluso adelantar el papel central, de vanguardia, que esta nueva clase ha de ostentar en relación con las luchas democráticas en que sus intereses puedan converger con los de otras clases. De hecho, estos principios ya habían sido signados por Marx y Engels unos meses antes, en el Manifiesto del Partido Comunista, en el que los fundadores del socialismo científico exponen su concepción del mundo en forma de programa político, fruto de su análisis y comprensión del conjunto del desarrollo histórico de la sociedad de clases hasta aquel momento. La cuestión de la opresión nacional, de la libertad del húngaro o el polaco, depende entonces de su relación con las posibilidades de impulso y desarrollo del movimiento de esta nueva clase. Pero a mediados del siglo XIX las relaciones sociales capitalistas no están lo suficientemente maduras a escala internacional y el proletariado no tiene la suficiente experiencia en su lucha de clases independiente, todavía debe forjarse como clase, de modo que la cuestión nacional sólo puede tratarse desde una perspectiva táctica para los intereses de la joven clase obrera, principalmente interesada en desmovilizar el poder del absolutismo europeo, que contaminaba a la clase obrera con el problema nacional e impedía que pudiese preocuparse del socialismo. Sin embargo, allí donde sí se ha asentado plenamente el capitalismo, donde más se ha desarrollado en consecuencia la opresión sobre otros pueblos en términos burgueses, el proletariado sí puede empezar a formular una política internacionalista de dimensiones estratégicas que permita sacar de su “aparente sustantividad” a una revolución nacional, para vincularla directamente con el programa de la revolución socialista. Y estas condiciones estaban establecidas en el caso de la relación entre Inglaterra, la primera metrópolis imperialista, e Irlanda, su primera colonia, las cuales permitirán a Marx y Engels avanzar en la forma en que se va a expresar históricamente, con el capitalismo ya maduro, ese contenido de la revolución socialista mundial.

Un pueblo que oprime a otro forja sus propias cadenas

En la década de los 60 el fenianismo, la nueva ola del republicanismo irlandés, se había convertido en un movimiento de masas cuya base social estaba en el campo, en donde el antiguo campesino arrendatario se convertía en un proletario agrícola y en donde el viejo aristócrata terrateniente, hasta entonces un lord absentista inglés, tornaba en capitalista bajo el rostro de un leguleyo absentista irlandés. La Irish Republican Brotherhood, creada en 1858 y representante de la pequeña burguesía revolucionaria, tenía entre sus fundadores al sector extremo de la anterior generación de nacionalistas, elementos de la intelligentsia de la pequeña burguesía urbana que, como James Stephens, ya se habían declarado socialistas en el 48 y que en el exilio estuvieron en contacto con los veteranos de las insurrecciones europeas. A partir de 1864, con la creación de la Asociación Internacional del Trabajo (AIT), cuyo Consejo General reside en Londres, el camino de los fenianos y del proletariado internacionalista tenderá a converger. Cuando los fenianos lanzaron su insurrección en 1867, la cual acabó con una nueva derrota militar del republicanismo irlandés, la feroz represión británica puso a la orden del día la cuestión irlandesa en las calles de Inglaterra. Mientras las trade unions mostraron su posición habitual, de respeto a la legalidad vigente y las fronteras establecidas a sangre y fuego por la reacción de “su” nación, aquellos sectores de la clase obrera influenciados por la propaganda de la AIT, defensora de la emancipación nacional de Irlanda, desarrollaron una amplia campaña de solidaridad internacionalista. Ello generó importantes vínculos entre el sector de la AIT encabezado por Marx y Engels y el ala izquierda del movimiento feniano, que impulsaría la creación de secciones de la AIT en la propia Irlanda y en otras zonas donde se agolpaban los irlandeses exiliados (aunque la derrota del 67 trajo consigo la conversión del fenianismo de organización de masas a organización basada en el terror individual, lo que obligó a Engels a criticar ásperamente la deriva bakuninista del fenianismo). El programa de la AIT ante la cuestión irlandesa, elaborado por Marx y Engels, se basaba en la alianza entre el proletariado de la nación opresora y las masas oprimidas de la nación dependiente:

“Un pueblo que oprime a otro pueblo forja sus propias cadenas. Por tanto, la actitud de la Asociación Internacional en el problema de Irlanda es absolutamente clara. Su primer objetivo es acelerar la revolución social en Inglaterra. Con tal fin es preciso asestar el golpe decisivo en Irlanda.”[7]

El “golpe decisivo” debía basarse en la autodeterminación de Irlanda para constituir una libre confederación con Inglaterra, directamente o a través de una fase de independencia nacional, junto con el desarrollo de una revolución agraria que socavase el poder de los terratenientes ingleses, puntales del conservadurismo británico. Un golpe para el cual el proletariado inglés debía ponerse a la cabeza:

“He llegado progresivamente a la convicción –que se trata de inculcar a la clase obrera inglesa- de que no podrá hacer nada decisivo, aquí en Inglaterra, mientras no rompa claramente, en su política irlandesa, con las políticas de las clases dominantes; no sólo mientras no haga causa común con los irlandeses, sino mientras no tome la iniciativa de disolver la unión forzada de 1801 y sustituirla por una confederación igual y libre.” [8]

Pero tomar la iniciativa para el proletariado inglés debía significar ante todo tomar distancia de la burguesía liberal, constituirse en un partido político independiente, asunto que Marx y Engels no dejaron de señalar a lo largo de su trayectoria en referencia al movimiento obrero de Inglaterra, siempre hegemonizado por el oportunismo. La base económica de este temprano dominio del oportunismo estaba en la aristocracia obrera[9] y por ello Marx y Engels depositaron su confianza en que ésta, representada en las trade unions, fuese removida por las masas profundas del proletariado inglés[10]. En esta percepción sobre cómo debía organizarse el partido proletario en Inglaterra, los fundadores del socialismo científico mostraban los límites de su época, en la cual el proletariado se estaba conformando como clase y no estaban maduras las condiciones para su transformación en clase revolucionaria, es decir, en Partido Comunista. Sin embargo, las condiciones de la vanguardia en Inglaterra tampoco eran especialmente fecundas para que Marx y Engels advirtiesen entre ésta a un núcleo de militantes que comprendiese en toda su trascendencia los principios del socialismo y fuese capaz de vincularse con el movimiento de masas.

Porque lo cierto es que en el movimiento obrero inglés el socialismo nunca fue capaz de disputar la hegemonía al oportunismo. El principal grupo socialista, la Social-Democratic Federation –SDF- (Federación Social-Demócrata), fue creado en 1883 por Henry Hyndman, un burgués convertido en defensor del ideario de Marx pero que fue desautorizado por Engels como un charlatán oportunista. En la SDF se agrupó el sector de la vanguardia ligado anteriormente a la AIT, de modo que los sectores más radicales del fenianismo, generalmente proletarios exiliados, se integraron en la misma. La SDF popularizó el socialismo entre algunos sectores de la vanguardia, sobre todo en las zonas mineras de Escocia y del Norte y Este de Inglaterra. Pero este socialismo entendía el advenimiento de la revolución como una cuestión determinada por el propio desarrollo del capitalismo, por lo que no comprendía el papel de la violencia y del sujeto revolucionario en el proceso de transformación hacia la sociedad sin clases. Compartía así las taras del socialismo de la Segunda Internacional, pero combinadas con el liberalismo siempre dominante en los medios obreros ingleses. En sus primeros momentos la SDF logró atraer a obreros radicales y a una parte de la intelectualidad desclasada, pero debido al carácter filisteo de Hyndman, pronto acabó escindiéndose en organizaciones como la Liga Socialista de William Morris, dedicada también a la propaganda y que avanzó, respecto a la SDF, en la comprensión de las posiciones de Marx y Engels, pero que no transcendió a su condición de círculo de vanguardia.

Sería otro grupo de propagandistas el que acabaría entroncando con el movimiento obrero existente en Inglaterra hasta constituir un verdadero partido de masas. En 1884 se fundó en Londres la Sociedad Fabiana, cuya doctrina social liberal se tornó en valedora teórica de la práctica tradeunionista y, por extensión, del Labour Party (Partido Laborista), fundado en 1905[11]:

“Este socialismo (el fabiano –N. de la R.) es luego presentado como una consecuencia extrema pero inevitable del liberalismo burgués, a consecuencia de lo cual siguen la táctica de no oponerse resueltamente a los liberales en cuanto adversarios, sino de empujarlos hacia conclusiones socialistas, y por tanto de intrigar con ellos; de penetrar de socialismo al liberalismo, (…) Pero apenas ponen manos a su táctica específica de ocultar la lucha de clases, todo se torna podrido. De aquí también su odio fanático contra Marx y todos nosotros: a causa de la lucha de clases.”[12]

Con esta situación en la vanguardia del movimiento obrero de la nación opresora, dominada por el reformismo y el oportunismo, la progresión del pueblo irlandés en su lucha por la libertad nacional debía articularse sobre sus propias fuerzas, no pudiendo contar con que la iniciativa surgiese de aquellos que, expresando los intereses de la aristocracia obrera, se beneficiaban de los privilegios del dominio imperialista sobre Irlanda.

El proletariado y las luchas de clases en Irlanda

La entrada del régimen capitalista en su fase de plenitud y decadencia, el imperialismo, permitió en las metrópolis coloniales el desarrollo relativamente pacífico de la lucha de clases a nivel interno, toda vez que la primera dictadura revolucionaria del proletariado, la Comuna de 1871, fue aplastada por la burguesía francesa. En Irlanda, fracasada la revolución del 67 y derrotada la última revuelta campesina, que se articuló a través de la Land League, dominaría temporalmente esa paz relativa. La burguesía irlandesa, en ascenso en las dos últimas décadas decimonónicas, venía integrándose, aunque con serias desventajas políticas, en el concierto del régimen mercantil e institucional del sistema imperial británico. Del independentismo republicano de la pequeña burguesía, el movimiento nacional pasó al autonomismo reformista de la gran y mediana burguesía. La Home Rule (la ley para un gobierno autonómico en Irlanda) se convirtió en la bandera de batalla de la burguesía, ante su necesidad de conquistar un espacio para articular el mercado nacional interno, plataforma para negociar su parte del león en el British Empire.

Pero esta paz sólo sentaba las bases de las batallas venideras. En la entonces zona más desarrollada de Irlanda, el Ulster, la burguesía ya tenía una zona de confort estabilizada bajo el gobierno directo de Londres. Y un parlamento con sede en Dublín, aun supeditado a Westminster, la desplazaría hacia abajo en la jerarquía imperialista mundial. Así que los tories ingleses, opuestos a la Home Rule frente a los whigs, decidieron jugar la carta orangista (al grito de Home Rule is the Rome Rule), que estaba ya en la mesa por las contradicciones internas de la propia burguesía irlandesa y era azuzada recurrentemente, desde finales del siglo XVIII, para dividir cualquier movimiento contrario a la reacción norirlandesa. El estado del campesinado, cuya transición en masa a las filas del proletariado venía décadas realizándose, volvió de nuevo a levantar al movimiento feniano, pues el lento tránsito del reformismo no aliviaba las condiciones del obrero agrícola. El continuado desarrollo capitalista generó una estratificación de intereses en la burguesía irlandesa que, no obstante, cristalizaron en 1905 en la creación de un frente común, el Sinn Féin, donde coincidían desde socialistas pequeño burgueses a monárquicos como Arthur Griffith, líder del partido, cuya propuesta para liberar Irlanda se basaba en la constitución de una monarquía dual al estilo del Imperio austrohúngaro.

En este escenario irrumpe la clase obrera como fuerza política independiente. El desarrollo del movimiento obrero en Irlanda está emparentado con el del movimiento obrero inglés. Hasta el siglo XX sólo había existido como simple conjunto disgregado de ramificaciones de las trade unions británicas. Por supuesto, estas preconizaban la actuación obrera en el ámbito exclusivamente sindical-laboral, de modo que la cuestión de la opresión imperialista sobre Irlanda debía ser ajena al proletariado. Apenas había círculos de vanguardia y cuando existían eran, igualmente, ramales del fabianismo o del laborismo independiente, el cual apoyaba la autonomía forzosa, no la autodeterminación.

El primer intento real de organización de un partido obrero en Irlanda llega con James Connolly, quien en su natal Edimburgo entró en contacto con el socialismo y con las obras de Marx a través de los fenianos pertenecientes a la SDF. Allí, en medio del ascendente movimiento obrero, se convierte en un propagandista y es esa experiencia la que exporta a Dublín en 1896. Junto a otros militantes funda el Irish Republican Socialist Party –IRSP- (Partido Socialista Republicano Irlandés), que se dota de un órgano de expresión, el Worker´s Republic, desde el que defiende la combinación de la lucha socialista y la emancipación nacional. Su mensaje empieza a calar en la vanguardia, pero la fuerza de este grupo se disuelve en 1903, cuando su principal animador, el propio Connolly, emigra a EEUU. El socialismo es en Irlanda una corriente residual cuando el movimiento obrero empieza a crecer cuantitativa y cualitativamente, durante la primera década del siglo XX. Este movimiento se forja como fuerza unitaria a escala nacional en su lucha contra la patronal, contra el gobierno… y contra la aristocracia obrera inglesa. En ese tiempo emerge como dirigente del proletariado la figura de James Larkin, otro socialista de tradición feniana que ha militado en la SDF en Liverpool, de donde es oriundo. En las calles de Dublín se torna en tribuno del pueblo. Dirige a los huelguistas y crea un sindicato independiente respecto de las centrales inglesas, el Irish Transport and General Workers Union –ITGWU- (Sindicato de Transporte y Unión General de Trabajadores). La primera gran prueba de fuego llega en 1913 durante el lock-out de Dublín, que desemboca en una serie de disturbios en los que la patronal, encabezada por William Murphy, aspiraba a demoler al joven movimiento obrero con represión policial y pogromos sectarios. Pero el proletariado superó la prueba y sus organizaciones se fortalecieron:

“Los sucesos de Dublín marcan un viraje en la historia del movimiento obrero y del socialismo en Irlanda. Murphy ha amenazado con destruir los sindicatos obreros irlandeses. Pero sólo ha logrado destruir los últimos restos de la influencia de la burguesía nacionalista irlandesa sobre el proletariado irlandés. Ha contribuido a forjar en el país un movimiento obrero revolucionario independiente, exento de prejuicios nacionalistas.”[13]

El proletariado irlandés estaba maduro para ejercer como vanguardia de un movimiento político que afrontase las tareas revolucionarias que se presentaban ante la sociedad irlandesa, dado que la guerra de clases en Dublín había demostrado la pujanza y agudización de la contradicción capital-trabajo en el marco de las luchas de clases en Éire. Para 1913 Connolly ya había vuelto a Irlanda, tras casi una década de exilio. Desde su llegada combinó su actividad propagandística con una fuerte, y principal, implicación en la organización sindical. La situación histórica de formación del proletariado como sujeto político, de dimensión universal pero con los condicionantes particulares de la política irlandesa, había empotrado a la vanguardia con el movimiento de masas, de modo que los socialistas, sin haber conquistado la hegemonía entre la vanguardia, luchaban directamente por dirigir un movimiento económico-político del proletariado en sí, ya dado, y que se esforzaban por sustraer del influjo de otras corrientes: luchan por construir un partido proletario diferente al partido atrapa votos de los laboristas ingleses; se enfrentan contra la influencia del potente movimiento nacionalista y el sectarismo católico y protestante; y batallan contra los que en las filas de la clase obrera destierran la cuestión nacional, bien por su filiación al imperialismo británico (como precoces representantes de la aristocracia obrera irlandesa), o por un obrerismo economicista intransigente, incapaz de comprender la dialéctica de la lucha de clases.

Los sucesos de Dublín son una espoleta para que Larkin y Connolly tomen conciencia de la necesidad de organizar una milicia obrera para la autodefensa de los proletarios durante las huelgas y las demostraciones de masas. Así que en octubre de 1913, cuando Jack R. White, un capitán del ejército británico defensor de la causa obrera, se ofrece como instructor, nace el Irish Citizen Army, guardia armada formada por los elementos más conscientes del proletariado dublinés, en la que participarían algunas de las figuras más carismáticas del movimiento revolucionario, como Constance Markievicz. Pocos meses después la reacción orangista, movilizada por los progresos parlamentarios de la Home Rule, crea los Ulster Volunteers, una milicia unionista a la que juran lealtad 200.000 hombres. En respuesta, los fenianos independentistas de la IRB, junto con la burguesía nacionalista y autonomista, crean los Irish Volunteers, en los que se inscriben decenas de miles de irlandeses. De este modo, antes del estallido de la guerra imperialista, Irlanda tiene ya la forma de una sociedad militarizada que camina hacia una guerra civil y nacional. Este es el vertiginoso medio social en que deben desenvolverse los socialistas irlandeses.

En la mochila llevan todo el peso de las contradicciones del movimiento obrero internacional, marcadas por un determinismo económico que relega al partido obrero a ser el simple aglutinador de los esfuerzos combatientes de la clase obrera por mejorar sus condiciones de vida. Sin embargo, el enfrentamiento directo con el economicismo más descarnado, el tradeunionismo cuya misma política obrera nacional liberal haría hermanos de sangre a Kautsky y Bernstein, unida a la emergencia de la lucha por la liberación nacional y la potencial guerra civil, hace a los socialistas incluir la violencia revolucionaria como medida inmediata en su programa. Pero aun con ello, esta vanguardia socialista no fue capaz de convertirse en el núcleo hegemónico que transformase y articulase bajo un sistema único de organizaciones al creciente movimiento de la clase obrera en Irlanda.

Ese sistema único de organizaciones, en la perspectiva que nos da el marxismo-leninismo, sólo puede comprenderse como conjunto de vínculos ideológicos y políticos entre la vanguardia y las masas, regidos por la conciencia revolucionaria. Pero esta concepción del Partido Comunista, que ni siquiera pudo dominar el devenir de la RPM durante el Ciclo revolucionario de Octubre, no podían tenerla los socialistas irlandeses[14], cuya exposición al marxismo venía marcada por la dicotomía propia de la Segunda Internacional, inserta en los márgenes teóricos y prácticos del partido obrero de masas y que en la lucha de clases en el seno del movimiento obrero británico se expresaba como lucha entre el viejo sindicalismo de los obreros cualificados (skilled) y el nuevo sindicalismo de las masas sin cualificar (unskilled), es decir, sin plantear en primer plano la cuestión de la conciencia revolucionaria y la construcción, desde ésta, del partido proletario, tal como habían realizado los bolcheviques en Rusia.

Aquella dicotomía de la socialdemocracia internacional, que el bolchevismo rompe, se basaba fundamentalmente en la relación externo-formal, dualista, entre el socialismo científico (ese marxismo kautskiano caracterizado por su base determinista y economicista) y el movimiento obrero, que se correspondía con esa situación histórica antes mencionada de conformación del proletariado como clase, al calor de la revolución burguesa y sobre la base de su lucha económica y por la que la vanguardia socialdemócrata era, a la par que la vanguardia ideológica que se planteaba teóricamente la transformación del mundo, la dirección práctica de un vasto movimiento de masas que sólo podía reproducir, nunca transformar, las bases del régimen social burgués. Esta fue la necesaria tragedia que representó la socialdemocracia, ese trance histórico en que se desenvuelve el movimiento obrero internacional entre la AIT y la Komintern, y cuya vanguardia fue aquel partido revolucionario que no hacía la revolución.

De este modo, la vanguardia socialista en Irlanda hubo de asistir al desarrollo de una crisis revolucionaria sin un partido revolucionario. Pero lo que la distingue frente al grueso de la socialdemocracia internacional, que entró en ese tiempo en colusión con el imperialismo mundial, es que los revolucionarios irlandeses sí acudieron a aquellas jornadas embargados por un espíritu internacionalista, defendiendo la causa del proletariado y de las masas oprimidas y siendo consecuentes con el carácter de la lucha que debían encarar.

Así las cosas, estalla la Primera Guerra Mundial. Los Ulster Volunteers parten al frente. Del lado de los Irish Volunteers se desata un gran debate, que expresa la lucha entre las posiciones de la burguesía reformista y la pequeña burguesía radical. John Redmond llama a filas a los volunteers, representando el espíritu práctico de la Home Rule, que traía consigo la integración y asimilación de Irlanda por el Imperio. La IRB, fundamentalmente su ala izquierda, en la que destacan Tom Clarke o Éamonn Ceannt, considera que la guerra abre las puertas para la creación de la República Irlandesa. Una vez más en la historia de Irlanda se imponen los elementos reformistas y reaccionarios, que se escinden y crean los National Volunteers, desde donde empujarán a decenas de miles de irlandeses a morir por la patria del capitalismo financiero. Una minoría de volunteers asume los postulados de la izquierda radical de la IRB, que desde el otoño de 1914 entrará en contacto con las diversas fuerzas del país para organizar una insurrección. Sólo una parte de la clase obrera, la organizada por lo más avanzado del socialismo irlandés, responderá.

Internacionalistas y socialchovinistas

La guerra imperialista supone un cambio transcendental, de calado histórico-universal, para el movimiento obrero internacional:

“La vieja división de los socialistas en corriente oportunista y corriente revolucionaria, división propia de la época de la II Internacional (1889-1914), corresponde, en resumidas cuentas, a la nueva división en chovinistas e internacionalistas.”[15]

La fase imperialista del capital, la declarada por Karl Kautsky como la época de guerras y revoluciones, estallaba ante el movimiento obrero internacional, que quedaba escindido en dos alas irreconciliables, representante una de la aristocracia obrera, la otra del proletariado revolucionario. Hasta entonces, esas fuerzas habían podido convivir en el mismo partido, en el mismo movimiento histórico de la clase obrera hacia su definición como clase independiente de la burguesía. El partido obrero de masas en Alemania, vanguardia durante esa época de crecimiento cuantitativo de la clase obrera, era también el máximo representante de la convivencia pacífica entre tendencias del socialismo, lo que iba en favor del sector oportunista, dado que la carcasa del partido de masas era, en esencia, una plataforma de reivindicaciones laborales y política para la reproducción de la clase obrera en sí. Lo demostró Kautsky, que había sido el más alto representante oficial del marxismo durante la Segunda Internacional y que al calor de la guerra imperialista del 14 se reencontró, en su defensa ad aeternum de la era de los monopolios y las dictaduras del capital, con Eduard Bernstein. Así que debía ser una vanguardia de nuevo tipo la que se pusiese a la altura de las nuevas circunstancias alumbradas por la sociedad de clases[16]. Por las condiciones en que se desenvolvió el proletariado en Rusia, el marxismo hubo de operar allí ante nuevas vicisitudes políticas a las que la vanguardia respondió, a través de la lucha de dos líneas, concretando y corporizando los principios del socialismo científico en un movimiento político, de magnitud histórica, de nuevo tipo: el Partido Comunista, esa fusión de socialismo científico y movimiento obrero.

Tras la bancarrota de la Segunda Internacional, la nueva vanguardia del proletariado mundial lanza una serie de consignas que, integrando la experiencia bolchevique en la reconstitución del partido obrero, condensan las tareas que debe desarrollar la vanguardia obrera para avanzar hacia la RPM: ante la deriva socialchovinista y reaccionaria de la Internacional Obrera, la reconstitución de una nueva Internacional sobre la base de los principios incólumes del marxismo revolucionario; ante la guerra imperialista, la guerra civil revolucionaria. Pero hay otro punto esencial que completa a estos y que será caballo de batalla principal durante el periodo de lucha de dos líneas que a escala nacional e internacional protagoniza el proletariado revolucionario, dirigido por Lenin, entre la traición del 4 de agosto de 1914 y la Revolución de Octubre. Se trata de la defensa de la autodeterminación de los pueblos como parte del programa de la revolución socialista.

Al internacionalizarse las relaciones de producción capitalista, enraizando éstas en todo el globo bajo el dominio del capital financiero, el capitalismo se tornó en imperialismo, siendo característica propia de esta época histórica la división internacional de las naciones entre opresoras y oprimidas. La vanguardia marxista debía concebir entonces desde una escala global el proceso de la Revolución Socialista Mundial, comprendida como conjunto de acontecimientos que van destruyendo el poder del imperialismo y la reacción internacional. Desde esta perspectiva global, las lecciones que Marx extrajo de la revolución de 1848, donde el proceso social sitúa al proletariado como la fuerza revolucionaria sustantiva de nuestra época, son concretadas por Lenin, que puede perfilar la forma que va a adoptar el proceso de la RPM: como unidad entre el proletariado revolucionario y las naciones dominadas por el imperialismo. De aquí se desprende la táctica general de la RPM, en donde se concibe la autodeterminación de los pueblos como medio para resolver la cuestión nacional de forma democrática, favoreciendo la unidad internacional del proletariado y su lucha por el socialismo. Estos requerimientos estratégicos y tácticos para la RPM los acaba de perfilar Lenin durante la guerra imperialista, cuando se encontrará con la cuestión irlandesa por partida doble: primero al comprobar el posicionamiento histórico de Marx y Engels ante la opresión nacional de Irlanda, que Lenin retoma para los países imperialistas donde está presente la opresión nacional[17]; segundo, porque mientras en el socialismo internacional se desarrolla la lucha de dos líneas entre internacionalistas y socialchovinistas, el movimiento de liberación nacional irlandés protagoniza una insurrección armada contra el imperialismo, brindando un ejemplo práctico a la vanguardia proletaria en su lucha contra el economicismo.

Ante la guerra imperialista, la mayoría del movimiento obrero inglés se comportó siguiendo su tradición nacional liberal, la que le llevó a encontrarse con el grueso de la socialdemocracia europea[18]. El socialismo irlandés se encontraba en las antípodas de tal posición:

“¿Qué queda de todas nuestras resoluciones, de todas nuestras llamadas a la confraternización, de todas nuestras amenazas de huelga general, de toda nuestra cuidada maquinaria de internacionalismo, de todas nuestras esperanza de futuro? (…) Pero creyendo, como creo, que cualquier acción estaría justificada con el fin de terminar este colosal crimen que se está perpetrando, me siento obligado a expresar la esperanza de que, dentro de algún tiempo, podamos leer sobre la paralización del servicio del transporte nacional en el continente, incluso sobre la erección de barricadas y disturbios protagonizados por soldados y marinos socialistas como los ocurridos en Rusia en 1905. Incluso un intento fracasado de revolución social por la fuerza de las armas seguido de la paralización de la vida económica del militarismo sería menos desastroso para la causa socialista que el hecho de que los socialistas permitan ser utilizados en la carnicería de sus hermanos. Una gran insurrección continental de la clase obrera detendría la guerra, mientras que una protesta pública no salvará una sola vida de ser caprichosamente asesinada.”[19]

Las contradicciones a escala interimperialista, en el seno del movimiento obrero internacional y de la sociedad irlandesa, llevaron a Connolly a plantear la eventualidad de la revolución social en Irlanda. Durante todo el año de 1915 participó activamente en la preparación de un movimiento insurreccional junto al ala radical de la IRB, aunque de forma independiente. Desde el Comité Militar, Connolly llamó a los Irish Volunteers a defender a los proletarios, que eran enviados por sus patrones al frente de las trincheras en el continente o al frente de las fábricas a Inglaterra. El gobierno británico no se atrevía a hacer una leva entre los irlandeses ante el peligro que suponía armarlos, por lo que los National Volunteers, como el Partido Laborista en Inglaterra, se desvelaron como medio para encuadrar militarmente a las masas obreras bajo las despóticas veleidades de la democracia monopolista inglesa. A finales de 1915 e inicios del año 16, las demostraciones armadas de la guardia proletaria del ICA, cuya sede era el Liberty Hall de Dublín, a su vez sede central del ITGWU, del que Connolly era secretario general, fueron aumentando. Desde el internacionalista Worker´s Republic, que volvió a editarse clandestinamente durante la guerra y cuya imprenta era guardada por obreros armados, Connolly llamó a las masas a ingresar en el ICA y escribió una serie de artículos defendiendo la emergencia de una sublevación armada y en los que daba detalles sobre acciones de guerrilla. El ICA, que en las jornadas de Pascua pudo reunir a unos doscientos socialistas en Dublín, intentó materializar las consignas que la vanguardia marxista internacional exigía a los partidos proletarios, de preparar a la clase obrera y las masas para las acciones revolucionarias que transformasen la guerra imperialista en una guerra civil revolucionaria:

“No es posible saber si el desarrollo de un potente movimiento revolucionario se producirá al poco tiempo de terminada esta guerra, en el curso de la misma, etc., pero, en todo caso sólo el trabajo en esta dirección merece el nombre de trabajo socialista. La consigna que generaliza y orienta este trabajo, la consigna que contribuye a unir y cohesionar a quienes desean prestar su ayuda a la lucha revolucionaria del proletariado contra su gobierno y contra su burguesía es la consigna de la guerra civil.”[20]

La alianza militar que expresó la rebelión de 1916 partía del compromiso entre la vanguardia de la clase obrera y el ala radical de la pequeña burguesía urbana. El proletariado irlandés, que había mostrado ser una magnitud política considerable, no encontró sin embargo en su vanguardia la solvencia ideológico-política para convertirse en dirigente efectivo de la revolución, de modo que en 1916 dependía del otro actor de su alianza, la izquierda feniana. Pero esta tampoco ejercía como hegemón del movimiento nacional y republicano. El Comité Militar de la IRB representaba una minoría dentro de la organización, cuya derecha, mayoritaria, boicoteó los preparativos militares creando el caos entre las bases campesinas, de modo que la movilización armada durante las jornadas de Pascua sólo tuvo efecto en la capital, donde dominaba el componente proletario.

En general, la ausencia de vínculos entre la vanguardia revolucionaria, limitada por sus concepciones economicistas, y las masas resultó fatal, porque la crisis revolucionaria en Irlanda era una realidad, como demostraron los sucesos posteriores al levantamiento, cuando esta crisis se agravó. Al ser ejecutados o encarcelados los mejores elementos de la vanguardia socialista, el movimiento obrero quedó plenamente a disposición de sus propias dinámicas, siendo definitivamente hegemonizado por laboristas defensores de la reforma o la abstención obrera ante la cuestión nacional. Como ejemplo, cuando el ICA se movilizó en abril de 1917 para homenajear a Connolly, los nuevos dirigentes del ITGWU los expulsaron del Liberty Hall, con la excusa de que la milicia proletaria ponía en peligro el estatus legal del sindicato. Mientras el proletariado carecía de dirección (en 1921 llegó a crearse una sección irlandesa de la IC, pero apenas sobrevivió a la guerra civil y se disolvió en 1924), en el campo el viento agitaba la cebada. Tras la guerra imperialista, las masas de campesinos sin tierra son la base de la guerra de guerrillas contra el Ejército británico entre 1919-21, cuando los Irish Volunteers se transforman en el Irish Republican Army –IRA- (Ejército Republicano Irlandés). Después, lo serán de las fuerzas revolucionarias durante la guerra civil irlandesa (1921-22), compuestas por el propio IRA, junto a los restos del ICA y los comunistas, frente al Ejército Nacional del Estado Libre (el gobierno autónomo concedido en el Tratado anglo-irlandés y que traspasó el aparato burocrático-militar colonial a la burguesía irlandesa). Y aun entrados los años 20, los estallidos de las masas proletarias en las regiones del sur se coronarán con la proclamación de soviets, que eran comités de huelga cuya actuación, dada la crisis revolucionaria en que se encontraba el país (donde los de arriba no podían y los de abajo no querían seguir viviendo como hasta entonces), llevaba a crear vacíos de poder, que ante la ausencia de Partido Comunista eran inmediatamente suprimidos por la reacción o desaparecían por sí mismos, al ser fruto de la lucha espontánea de las masas.

Uno de los fermentos de la línea militar proletaria

Siguiendo la relación que Connolly establece entre la rebelión de 1798 y la revolución en Francia, de la revuelta de la Young Ireland y de los levantamientos del 48 en Europa, de la insurrección feniana y el surgimiento de la AIT, es evidente que la experiencia protagonizada por el propio Connolly, la insurrección de 1916, respondía a las condiciones internacionales de la época y a las necesidades de la vanguardia internacionalista del movimiento obrero. El movimiento de 1916 sirve al proletariado como luminoso ejemplo de las fuerzas que puede movilizar al servicio de su revolución si logra constituirse como clase de vanguardia.

Expuestas las necesidades democráticas de la revolución irlandesa por Marx y Engels como un elemento para espolear a las masas proletarias de la nación opresora y las masas de nación oprimida, para liberarlas del dogal del oportunismo y el reformismo; recogidas sus lecciones por Lenin para dinamitar el dominio del socialchovinismo y el economismo imperialista en el socialismo internacional, los ecos de la Irlanda rebelde e insurgente, donde verdaderas tareas democráticas quedan por resolver en plena época de la revolución socialista mundial, debían aún resonar en medio del Ciclo de Octubre.

En Europa occidental la oleada de insurrecciones obreras y movimientos de masas armados que se suceden tras la guerra imperialista de 1914 queda definitivamente cerrada en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, donde la política de unidad nacional con que los partidos comunistas afrontan la lucha de clases representa el corolario de la unión sagrada del Frente Popular, la cual había conducido, sin grandes sobresaltos, a la autoliquidación de la Komintern y al desarme, por su dirección comunista, de las masas obreras que habían combatido y derrotado al fascismo. Pero la reactivación de la RPM gracias al movimiento revolucionario que se levanta en China con la Gran Revolución Cultural Proletaria, provocará la escisión por la izquierda de un importante segmento de la vanguardia del movimiento obrero, ruptura que se codifica a nivel nacional según las condiciones de cada país. Entre las décadas de los 60 y 70 encontramos en varios países de Europa una situación revolucionaria, un verdadero período insurreccional en donde una parte de ese sector de vanguardia de la clase obrera, lleva a cabo diversos intentos de encuadramiento y elevación del movimiento espontáneo de masas, acogiéndose a determinados principios fundacionales del movimiento comunista abandonados por el revisionismo, aunque sin romper las premisas espontaneístas que informaron a la vanguardia durante el Ciclo de Octubre. Entre aquellos principios está el de la violencia revolucionaria, pero al tomarse bajo aquella concepción deficitaria del proceso revolucionario, donde el partido obrero aparece como simple destacamento de vanguardia que dirige las luchas de resistencia del momento (es decir, como el partido obrero de viejo tipo), esta violencia fue concebida como instrumento inmediato para conquistar a la vanguardia práctica del movimiento de masas, lo que situó al terror individual como recurso directo y principal para reconstituir el partido revolucionario de la clase obrera. Esas experiencias podían estar legitimadas políticamente, pues el terrorismo individual representa una de las formas de expiación de los pecados oportunistas del movimiento obrero, dominado entonces por los execrables excesos prácticos y verbales del revisionismo soviético y del eurocomunismo, pero en ningún caso acercaban a la vanguardia revolucionaria a la posibilidad de superar el esquema espontaneísta de la revolución. En relación al movimiento obrero clásico, el caso paradigmático de esta situación insurreccional que combina un movimiento de masas en ascenso, una vanguardia armada que levanta la bandera de la revolución, aun con todos los límites del momento, y donde se registran unos niveles de acciones armadas y represión estatal que obligan a contar los muertos por centenares y los detenidos por miles, son los anni di piombo en Italia. Pero más allá de ese ambiente clásico y puramente obrero, es en Irlanda del Norte donde los combates de clase se expresan de una forma más aguda y donde pueden signarse los resultados prácticos más avanzados de un movimiento de masas desde el final de la segunda posguerra mundial en el occidente europeo.

Sin entrar en las condiciones en que el movimiento nacional de la pequeña burguesía radical irlandesa venía desarrollándose en el Ulster hasta los años 60, al final de los mismos el republicanismo ha logrado convertirse en un movimiento de masas que enfrenta la dictadura de clase de la gran burguesía y el imperialismo mediante un poder paralelo. La base sociológica de los republicanos, divididos en diversos grupos, del principal, el IRA provisional, al sector minoritario y más cercano a una postura internacionalista, el Irish National Liberation Army, se encuentra entre las masas proletarias[21] de los arrabales de centros urbanos como Belfast y Derry, en donde la población católica carece de derechos políticos y soporta un permanente estado de sitio donde la violencia estatal se confunde con la pléyade de fuerzas militares y policiales que, como los B Specials, de facto milicias unionistas y orangistas, llevan décadas ejerciendo impúdicamente el terror blanco. Auténticos cinturones de miseria bordean esos centros urbanos y en ellos, especialmente en el distrito proletario del Bogside en Derry, la vanguardia de la pequeña burguesía logra tejer una red de vínculos con las masas, hasta el punto de constituir un movimiento político que hará hablar a los imperialistas británicos de no go areas en el patio trasero de su propio Reino. Los republicanos hacen de su movimiento una fortaleza en donde la clave no está en el exiguo territorio de esas barriadas católicas en que pueden moverse, sino en las relaciones sociales, en los vínculos políticos que entre la vanguardia y las masas se constituyen, de suerte que ese poder paralelo depende de la tensión vanguardia-masas, lo que le permite operar como poder clandestino, de forma móvil y flexible, en función de las operaciones militares de un enemigo que es superior y ante el que no se encuentra en una posición de equilibrio, por lo que de esta movilidad depende que el movimiento pueda sostener la iniciativa en una fase en que se encuentra, en términos estratégico-militares, a la defensiva.     

La experiencia del Bogside, no obstante, está limitada por el carácter de clase del movimiento, nacionalista y pequeño burgués, que no permite explotar a fondo la movilización de masas armadas, forma esencial de la guerra popular, ley universal de la lucha de clases[22]. En esta dirección, el no armamento general de las masas y la limitación de la movilización armada a la vanguardia, salvo en determinados momentos que en el Ulster no constituyen la tónica general del proceso, representa un espaldarazo a la tesis marxista que indica que el terrorismo individual es la línea militar de la pequeña burguesía, la cual, en ausencia de un sujeto revolucionario que pueda incorporar sus demandas democráticas (por ejemplo, la autodeterminación nacional) a un movimiento de transformación general, no puede más que utilizar las armas como medio de presión para forzar al imperialismo a un pacto, es decir, para pasar de las armas al parlamento[23],algo plenamente legítimo cuando hablamos del movimiento democrático de una nación oprimida en donde no existe un movimiento proletario revolucionario (como tampoco existía en la nación opresora), un Partido Comunista que pueda romper la cadena imperialista aplicando el derecho a la autodeterminación en medio de un proceso de guerra popular revolucionaria.

Pero aun con todos los prejuicios propios de un movimiento burgués, el nacionalismo irlandés logra crear vacíos de poder y ocuparlos dictando su programa de clase en algunas zonas de los seis condados del Ulster. Estamos ante un movimiento de la pequeña burguesía urbana dentro de un país capitalista desarrollado y sobre la base de un programa exclusivamente democrático que nos permite contemplar: primero, la fuerza y universalidad de la causa del proletariado revolucionario, la posibilidad de su combinación creativa con los intereses de otras clases objetivamente enfrentadas al imperialismo[24]; segundo, el deceso histórico del economicismo, la quiebra de sus premisas que parten de concebir al proletario sólo como obrero, en sus relaciones meramente económico-labores con su patrón.

La experiencia del suburbio proletario del Bogside, lejos de ser la última señal de un movimiento nacional, es la expresión práctica y viva de cómo hace mucho tiempo que las luchas de clases han rebasado el idealista y abstracto marco conceptual del pragmático sindicalista, que concibe la revolución como un proceso ininterrumpido que se inicia en la lucha fabril, en el día a día del tajo, y acaba con el acceso al Estado de su partido-sindicato, tal como predijo el revisionismo bernsteiniano. En ese esquema, que acabó dominando durante el Ciclo revolucionario de Octubre y cuyo trasfondo es común a todas las corrientes del comunismo existente a nivel mundial, la revolución en los países imperialistas se producirá mediante una insurrección, acto solemne y mesiánico que vendrá a significar la acumulación de las resistencias en que se desenvuelve el proletariado como clase en sí. Pero la guerra popular, que es una ley universal de la lucha de clases y que es la línea militar del proletariado revolucionario, puede encontrar su forma, aun como embrión, en las luchas de otras clases no proletarias, en la esfera de las relaciones sociales entre todas las clases, porque la emergencia histórica de su contenido es fruto de la actividad revolucionaria de la clase proletaria, pero encuentra también su fundamento en el conjunto del movimiento histórico de las luchas entre todas las clases. Como defendió Lenin en su análisis de la rebelión de 1916, a cuya vanguardia se situó el Irish Citizen Army, y como lección refrendada y vigorizada durante el Ciclo de Octubre en las luchas de clases protagonizadas por el movimiento de liberación nacional irlandés, el proletariado socialista internacional no puede olvidar que:

“La dialéctica de la historia es tal, que las pequeñas naciones, impotentes como factor independiente en la lucha contra el imperialismo, desempeñan su papel como de uno de los fermentos, como unos de los bacilos que ayudan a que entre en escena la verdadera fuerza contra el imperialismo: el proletariado socialista.”[25]




Notas: