¿Errores de aplicación o "errores" de base en la conducción de la GRCP?*

Uno de los elementos más controvertidos acerca de la revolución china son las alianzas entre el proletariado revolucionario y determinadas fracciones de la burguesía burocrática a lo largo del proceso de la Revolución Cultural, que, a su vez, decidieron la actuación de la línea proletaria en contextos concretos deslindadores del movimiento, siendo finalmente trascendentales para lo mismo, en sentido negativo. Además de los límites objetivos de partida, básicamente, el ser el ala izquierda del Partido y el proletariado minoritarios tanto en el PCCh como en el conjunto de las clases de la sociedad china, respectivamente, las causas para tal manejo estratégico de la revolución enlazan con la función operante de los paradigmas deficitarios del corpus ideológico maoísta, ocupando la posición esencial en la determinación de la conducción de la GRCP mediante los métodos señalados. Así, el recurso a tales vías de conducción del proceso constituyeron la consecuencia directa del limitado análisis de las clases sociales en la China revolucionaria y en las formaciones sociales de transición en general, que analizamos anteriormente. En tal sentido, no comprender a la burguesía durante la sociedad de transición como una verdadera clase determinada por su posición en las relaciones y dinámicas sociales; al contrario, entenderla como una categoría agrupadora de individuos que, en lo fundamental, no se identifican por su posición en el proceso de reproducción de la vida material, sino que conformaban «camarillas», permitía en las premisas del ala izquierda del PCCh la realización de alianzas con segmentos del enemigo de clase para enfrentarse a otros e ir gradualmente eliminando sectores de la clase burguesa hasta su total supresión. La burguesía era seccionada en diversos «cuarteles generales» a los que el proletariado tendría que ir asaltando de uno en uno, apoyándose al mismo tiempo en otros para, posteriormente, ser también estos asaltados. Con esta base procedimental y estratégica para la lucha de clases revolucionaria no puede constituir ninguna sorpresa que la GRCP adoptara formas reformistas, de cambio parcial y no de ruptura radical de lo viejo, que, como corolario, acabarían apagando la propia ofensiva revolucionaria.

El fenómeno que más claramente muestra estas consecuencias es, sin duda, el abandono de la Comuna como organización del poder proletario. A principios del año 67 el movimiento de masas alcanzaba su etapa de mayor efervescencia abriendo en el horizonte la posibilidad efectivo-real de construcción de un poder revolucionario del proletariado bajo una forma de organización comunal, uno de los objetivos originarios y principales de la Revolución Cultural. Mas en el momento en que se abrió esta posibilidad, la línea proletaria, con Mao a la cabeza, dio marcha atrás renunciando a la aplicación radical de los principios de la revolución bajo la dictadura proletaria. La cercanía de la toma del poder político actuó como factor de repliegue y capitulación1. Tras semejante renuncia a la revolución se encuentran las premisas operantes en el sistema ideológico que guiaba al maoísmo. Con ellas, la probabilidad o incluso la necesidad por parte de los comunistas revolucionarios de desatar una guerra civil revolucionaria abierta durante la sociedad de transición quedaba totalmente descartada. Y esto fue exactamente lo que sucedió: el temor a que el movimiento tomara la forma de guerra civil, posibilidad más que verosímil teniendo en cuenta el cariz que estaba tomando la movilización de las masas2 , llevó aparejada la renuncia a la transformación de raíz del sistema político y social chino. La transformación totalizante, global, de las relaciones sociales en todas las esferas de la realidad y el ataque frontal contra la burguesía como clase fueron suprimidas, adoptando, en cambio, el camino para la parcialización de las luchas y para mantener las alianzas con distintas fracciones de la burguesía. Como mencionamos en la explicitación de los elementos fundamentales de la Revolución Cultural, la Comuna fue sustituida por los comités revolucionarios de la triple alianza, formados por representantes de las masas revolucionarias, cuadros del Partido y miembros del EPL. Esta forma de organización estatal era fruto de un compromiso con las fracciones de la burguesía; el hecho de que el EPL, instrumento de la fracción de la burguesía burocrática encabezada por Lin Biao, formase parte de los mismos es sintomático: con la alianza entre el proletariado revolucionario y este segmento de la clase burguesa fue como se preparó, inició y transcurrió la Revolución Cultural hasta 1969-1970. Llevar adelante la transformación del sistema político mediante el establecimiento de Comunas por todo el país suponía para el maoísmo la ruptura inexorable de la alianza que daba vida a la GRCP. En la encrucijada de tal contexto, la vanguardia maoísta, en lugar de optar por apoyarse en la potencialidad revolucionaria de las masas se decantó, de acuerdo con sus premisas, por desarrollar la lucha de dos líneas mediante intrigas de palacio, mediante pactos y compromisos con las fracciones del enemigo a batir. El resultado inmediato fue la integración de los proletarios y estudiantes revolucionarios en las estructuras del poder estatal, quedando por tanto, los elementos de lo nuevo que aportaba la GRCP, en la apropiación por parte de la población de las tareas políticas, deturpado. Y en efecto, como nos señala la historia revolucionaria de nuestra clase, la convivencia y compromiso de lo nuevo con lo viejo siempre lleva al triunfo del último elemento, por la resistencia que imponen las dinámicas persistentes de lo viejo, si no son quebradas frontalmente por el elemento consciente revolucionando la realidad. Aunque con los comités la participación de las masas en la gestión del poder político se incrementó en un primer momento, finalmente la fuerza de las relaciones burguesas existentes en la formación social determinaron la continuación de la antigua división política del trabajo entre dirigentes en la administración y dirigidos en la sociedad, imposibilitando una reordenación del aparato estatal hacia apropiación social y truncando, por tanto, el futuro del movimiento. Del mismo modo, el mar armado de masas, tesis enunciada por Lenin en El Estado y la revolución , y recogida por el maoísmo, quedó convertido en mar desarmado de masas, siendo, por contra, el EPL el detentador de la fuerza armada e interviniendo como elemento garantizador de la paz social en los momentos de auge de la revolución. Las milicias populares, como consecuencia, no adquirieron fuerza al trazarse como organizaciones subordinadas al ejército profesional. Y la causa es la misma: la alianza del maoísmo con la fracción de la burguesía que tenía su base en las estructuras del Ejército.

En este sentido, si la función del poder revolucionario es ser una mediación entre vanguardia y grandes masas para la negación dialéctica de ambas mediante su fusión en la sociedad emancipada, el establecimiento de cuotas para la integración en los órganos del poder político, tal y como suponía la naturaleza de los comités revolucionarios, en función de la posición ocupada por los individuos en el conjunto social no puede actuar en el sentido de superar las contradicciones existentes, sino que actúa, en cambio, como mantenedor y garantizador de la parcialización de la sociedad impidiendo, por tanto, la auto-elevación de las masas a las posiciones de vanguardia. En tal sentido, el carácter regresivo de los comités de la triple alianza frente al organismo de poder representado por la Comuna es meridianamente claro y evidente.

Con esta dirección dada a los acontecimientos en la disyuntiva que se abrió entre profundizar en la revolución o conservar en lo fundamental el status quo , la fusión entre la vanguardia revolucionaria y las masas populares sufrió un duro golpe. Las masas fueron abandonadas por la primera en el cenit de su praxis, cuando el vacío de poder político estaba empezando a ser ocupado por el proletariado revolucionario. Este evento, la producción resultante del actuar revolucionario con el hundimiento de los aparatos estatales y partidarios, revelan uno de los elementos esenciales de las experiencias socialistas materializadas en el Ciclo de Octubre; esto es, la conversión, una vez establecido el Estado de transición, del partido leninista de nuevo tipo en un aparato gestor a nivel administrativo. En efecto, la vanguardia en el socialismo del Ciclo se convirtió en elemento encargado de la gerencia del poder, escindido de las masas proletarias y, consiguientemente, quebrando la nota esencial del Partido Comunista, como movimiento comunizador fusionante de marxismo y clase obrera, de teoría y práctica elevadas, mediante negación dialéctica, a praxis. Las relaciones sociales burguesas en el socialismo habían dado como resultado unos aparatos situados por encima de las masas proletarias y populares, por tanto, su revolución sólo podía dirigirse contra los mismos. Como tal, constituye un efecto lógico lo sucedido en las primeras fases de la Revolución Cultural, provocado por la revolución del proletariado: la desaparición efectiva del Partido Comunista y del Estado socialista. Con unas estructuras con tal contenido .a necesidad revolucionaria pasaba ineluctablemente por levantar unas nuevas con un carácter de clase distinto: construcción del Estado-Comuna y reconstitución del Partido Comunista. Es decir, por una parte, extender la forma comunal de poder por toda la China revolucionaria y, por otra, realizar la efectiva fusión entre las masas y la vanguardia constituyendo un Partido leninista en confrontación contra el viejo Partido3 . Pero como toda esta fenomenología sucedida salía de los márgenes de la comprensión del marxismo de la época sobre la naturaleza de la etapa de transición, la decisión del maoísmo fue neutralizar tal movimiento y reconstruir ambos aparatos para continuar la lucha mediante componendas con y contra la burguesía. El objetivo buscado era mantener los viejos aparatos para ser apropiados por la vanguardia comunista, en cuanto órganos para los trabajadores y no órganos de los trabajadores; desperdiciando, en el proceso, la posibilidad de dotar al proletariado con los instrumentos revolucionarios precisos para la aplicación del principio marxista revolucionario de la Guerra Popular hasta el comunismo, tal y como exige la construcción consciente de la nueva sociedad.

Pero el abandono de las masas no sólo se quedó en febrero del 67 con la renuncia a la Comuna de Shanghai, que incluso como una especie de fatalidad tragicómica de la historia revolucionaria duró menos que la Comuna de París, sino que además se repitió en el verano del mismo año, conocido como el «verano caliente de la ultraizquierda», y de marzo a julio del año siguiente, en 1968. En estas dos etapas se producen insurrecciones de masas, como respuesta a la paralización de la revolución, donde las mismas presentan, aun a pesar de que el factor espontáneo fuese determinante, como programa político la recuperación de la Comuna, la creación de milicias armadas y la lucha de dos líneas contra el revisionismo como fenómeno global. Pero el maoísmo vuelve a aliarse con las fracciones de la burguesía burocrática para garantizar el equilibrio entre clases buscando la continuación de su estrategia de luchas palaciegas contra el revisionismo. La ejecución del papel represor fue encargado al EPL, que dio como resultado la purga de bastantes miembros dirigentes de las organizaciones de las masas, entre ellos a sectores dirigentes de los propios guardias rojos ─que en su conjunto serían enviados al campo como forma de neutralización de su potencialidad transformadora─, acusados de ultraizquierdistas por cometer el delito de reivindicar los principios fundacionales de la Revolución Cultural, ejemplificando el aforismo, de tintes robespierrianos, que reza aquello de «la revolución, como Saturno, devora a sus propios hijos»; estén situados en la izquierda o en la derecha, añadiríamos nosotros. El resultado de todo esto no fue sino la ruptura de la ligazón y de la confianza de las masas en la que tendría que ser su vanguardia, el ala izquierda del PCCh. Y la historia se encargaría de pasarle futura factura con el abandono inverso, con el abandono, en general, de las amplias masas a su vanguardia cuando el ala izquierda es purgada tras el golpe contrarrevolucionario posterior a la muerte de Mao Zedong.

Como efecto yuxtapuesto a la renuncia a la revolución totalizadora aparece, ni más ni menos, el afianzamiento del enfrentamiento con el revisionismo a nivel individual, focalizando objetivos en individuos concretos. Si las insurrecciones de las masas abrían, para los comunistas chinos, la posibilidad en potencia de acercarse a una comprensión más amplia de la sociedad de transición, la actuación de las premisas deficitarias de base saldó estos fenómenos con la afirmación de lo atrasado de las mismas. En adelante la lucha contra el revisionismo siguió unos senderos que imitaban el modelo soviético, es decir, empleo de etiquetas calificativas comunes, generalizadas, basadas en la repetición y adjudicación mecánica: «representantes de la vieja burguesía y de los viejos terratenientes», «espías del imperialismo yanqui o soviético», «agentes del Guomindang», etc. Estos estereotipos valían tanto para los derechistas cómo para los izquierdistas y se enfocaban contra personas concretas, individualizando el revisionismo. Tal práctica actuaba como un poderoso catalizador del ímpetu revolucionario de las masas hacia ciertos individuos, desviándolo por consiguiente de las estructuras y de las relaciones sociales burguesas existentes. El limitado entendimiento del fenómeno del revisionismo, basado en el establecimiento de una muralla china entre ser y conciencia, entre prácticas sociales e ideas, como fruto del deficitario análisis del sistema de transición al comunismo, permitía difundir el carácter revisionista en función de categorías morales de «buenos» y «malos» individuos. En este sentido el recurso a las etiquetas antes mencionadas es bastante gráfico: se le asigna un elemento de maldad intrínseca a los oportunistas, maldad que sería inmanente, siendo conspiradores e infiltrados desde el comienzo de su militancia en el movimiento revolucionario. Por tanto, la lucha contra el revisionismo era dotada de un carácter policíaco y detectivesco, tratando de encontrar a esos elementos externos infiltrado s en el comunismo. Desde este punto de partida, la comprensión del revisionismo por parte de las masas era imposible, no había manera de entender la lucha como lucha entre ideologías y programas políticos que representaban intereses antagónicos de clase. Nociones tales como el desdoblamiento del comunismo en dos alas, en comunismo revolucionario y comunismo reaccionario, como efecto del propio autodesarrollo de los elementos internos del movimiento revolucionario o la lucha de dos líneas interna, de cada individuo consigo mismo, a pesar de la retórica usada en este campo, la cual era correcta, tal como «todos llevamos un burgués dentro», no podía ser aprehendida y asumida por el proletariado revolucionario, quedando indefenso para combatir la línea burguesa por sus propios medios.

Relacionado con esto, la propia conducción estratégica de la lucha entre la línea proletaria y la línea contrarrevolucionaria encarrilaba consustancialmente a un seguimiento formal por parte de las masas de la corriente de lucha de dos líneas proveniente de la vanguardia en la concreta etapa. Así, cuando los mismos epítetos que habían sido lanzados contra Liu Shaoqi y Deng Xiaoping son adjudicados al «íntimo camarada de armas y sucesor del Presidente Mao», Lin Biao, tras la ruptura de la alianza con esta fracción de la burguesía burocrática debido al poder adquirido por la misma en el período de reconstrucción y consagrado en el IX Congreso del PCCh del 1969, tras el apaciguamiento de las períodos más álgidos de la revolución social, a las masas se les transmite desde arriba la misma mezcla de calificaciones sin mayores explicaciones y análisis de carácter revolucionario. Y cuando, la nueva alianza con la fracción burguesa liderada por Zhou Enlai pasa a tener vigencia, y como producto de ella, son rehabilitados gran parte de los antiguos cuadros reaccionarios, entre ellos el «Kruschev número dos de China», Deng Xiaoping, no hay mayor respuesta por parte de las masas, hasta que la línea proletaria lanza una campaña contra él. Por tanto, el resultado práctico de no realizar una praxis marxista en la lucha contra el revisionismo es evidente: las masas, una vez finalizadas las primeras fases de la Revolución Cultural se atienen a seguir las decisiones transmitidas desde la izquierda maoísta. Y, finalmente, las consecuencias de esto quedan patentes en la propia piel de los miembros de la línea proletaria del PCCh cuando son expulsados y encarcelados: las mismas etiquetas usadas anteriormente contra los oportunistas de derecha son lanzadas contra ellos y las amplias masas dan por válida tal campaña de "lucha contra el revisionismo", cuando era, en realidad, lucha contra el último reducto del marxismo revolucionario que quedaba en pie en los países socialistas del Ciclo de Octubre4.

Consecuencia también del corpus teórico con el que operaba el maoísmo fueron los métodos adoptados para el combate contra la división social del trabajo en las relaciones económicas de producción. En ellos ocuparon un lugar central las Escuelas del 7 de mayo. Su modus operandi era sencillo: los cuadros, técnicos y demás personal dirigente/intelectual eran enviados durante una temporada al campo a realizar trabajo manual y estudiar el pensamiento Mao Zedong. En aparencia lo que puede parecer una vía para la superación de esta contradicción, una vez se profundiza un poco en ella, y, por tanto, se alcanza su esencia, se muestra como un método que nada transforma, sino que mantiene indemne las relaciones sociales burguesas reproducidas. La interrupción temporal de las dinámicas en las que participa un individuo en el funcionamiento de un engranaje social para, posteriormente, volver de nuevo la esas mismas relaciones y funciones constituye un simple parche. En sentido contrario, la combinación de trabajo manual e intelectual por las mismas personas para la revolucionarización de la praxis social sólo adquiere efectividad si se realiza como parte de una actividad permanente, propia de su vida social, y no mediante períodos de vacaciones, por muy duras, en términos de trabajo físico, que estas sean. Es decir, poniendo en práctica aquello que decía Engels sobre el individuo que es peón y arquitecto al mismo tiempo5. Pese a que estas escuelas son el ejemplo más paradigmático de una práctica profundamente limitada en el combate contra lo viejo, en lo relativo a las unidades de producción las cosas no eran esencialmente distintas. El personal dirigente, si bien sí participaba en las tareas de ejecución del trabajo productivo, dicha función era realizada como algo seccionado de su actividad predominante, que continuaba siendo el trabajo intelectual y de dirección. Al mismo tiempo, como la otra cara de la misma moneda, los obreros manuales, aunque elevados a la participación en el trabajo intelectual y de dirección, lo hacían como representantes del trabajo de ejecución, es decir, en tanto en cuanto seguían inmersos en su función de trabajadores productivos. La explicación de todo esto no está sino en que lo que se buscaba concretamente por parte de los revolucionarios maoístas, influenciados por las tesis teóricas que guiaban su práctica, no era tanto la profunda transformación de las relación sociales, como, en cambio, un medio para evitar la degeneración y la corrupción de los cuadros, técnicos, etc. Mantener el contacto, de forma temporal, con el trabajo de producción sería la terapia para evitar el contagio de la enfermedad revisionista en los elementos encargados del trabajo intelectual.

Por otro lado, en lo respectivo al peculiar modo de asunción de la cosmovisión proletaria por las masas revolucionarias en los primeros años de la GRCP, a la que ya nos referimos y aprovechamos para explicar que fue planteada de tal manera al ser concebida más como un medio para la extirpación de las ideas revisionistas que para una aprehensión, en el sentido profundo de la palabra, de la Weltanschauung comunista, las alianzas de clase del proletariado con determinadas fracciones burguesas también dejaron huella. Como efecto de tales alianzas, en este caso concreto aplicada a la preparación de la Revolución Cultural, el encargado de sistematizar las elaboraciones teóricas de Mao Zedong fue Lin Biao. En tanto que los grandes clásicos del comunismo revolucionario que precedieron al marxista chino, es decir, Marx y Lenin, tuvieron como estructuradores de su pensamiento a Engels y Stalin, Mao tuvo en este terreno considerablemente menos fortuna que sus antecesores. Si el Anti-Dühring y Los fundamentos del leninismo, principales obras donde los discípulos marxiano y leniniano llevan a cabo esta tarea, son trabajos que, más allá de ciertas vulgarizaciones que suelen ser intrínsecas a este tipo de elaboraciones, muestran de forma bastante completa y coherente el pensamiento de sus maestros, Lin Biao se limitó a recortar y juntar determinados fragmentos de las obras de Mao, dando por resultado una trivialización del maoísmo. Como producto de este hacer, las Citas del Presidente Mao Zedong, popularizadas como El Libro Rojo, resultaban inservibles para el estudio y asimilación del marxismo; claro está, también, que ese no era tanto su objetivo central como, en realidad, servir a modo de kriptonita contra el oportunismo. Como efecto de lo anterior, los resultados de su difusión no sólo se quedaban en una profunda deformación de la concepción proletaria del mundo, sino que iban acompañadas de una campaña de fomento del culto a la personalidad en la figura del presidente del Partido Comunista de China que, finalmente, sería empleada tanto por sus partidarios revolucionarios como por sus enemigos reaccionarios. Tal campaña, por cierto, es la base para la asunción por parte de la mayoría de los representantes de la corriente maoísta en el movimiento comunista de las tesis idealistas de jefatura y de pensamiento guía. Una muestra de la introducción de ese culto a través de convertir su pensamiento en letra muerta se encuentra en el prólogo de esta obra, escrito por el propio vicepresidente del PCCh, donde además de las calificaciones sobre Mao de ser este el «más grande marxista-leninista de nuestra época», dice su vez que: «conviene aprender de memoria sus frases clave». La base para las mesiánicas imágenes de millares de guardias rojos recitando cual liturgia religiosa las citas del Gran Timonel quedaba sentada. Ahora bien, mencionado esto, y volviendo sobre algo a lo que ya nos referimos, en los últimos años de la Revolución Cultural, cuando la alianza del maoísmo con Lin Biao ya era cosa del pasado, bajo la dirección de la línea revolucionaria del PCCh, la formación y la aprehensión por parte de las masas obreras y populares de la concepción proletaria del mundo adquirió tintes ciertamente distintos y que sientan un precedente revolucionario ejemplificante para todos los comunistas. En estos años, enmarcada en la que se puede considerar la última ofensiva del maoísmo contra el revisionismo, la formación se basó en la remisión a todos los clásicos del marxismo-leninismo, con sesiones colectivas de reflexión acerca de las tesis defendidas por los mismos y con obreros y campesinos participando en la elaboración teórica marxiana a través de los grupos de estudio. A pesar de que, al seguir presos del marxismo vigente en el Ciclo, esto no hubiera servido para romper con las concepciones limitadas que aparecen en los propios padres del marxismo y del leninismo, sí sirvió para la conformación de un sector firmemente comprometido con la revolución social. No es casualidad que precisamente de estos elementos salieran los revolucionarios comunistas que se opusieron al golpe contrarrevolucionario de la burguesía burocrática en el año 1976 y sufrirían, por tanto, en sus propias carnes la feroz represión ejercida por nuestros irreconciliables enemigos de clase.

Otro elemento sobre el que conviene incidir, ya que la Revolución Cultural no fue sólo un movimiento que se quedara simplemente enclaustrado dentro de las fronteras chinas, y sobre lo cual, de nuevo, las alianzas de clase con las distintas fracciones burguesas ejercieron un papel delineador sustancial, es el nacionalismo presente en la configuración ideológica del comunismo maoísta. Su existencia puede comprenderse en consideración a las tareas que tuvo que atravesar el PCCh al frente de la revolución china en su primera fase: revolución democrática-popular de liberación nacional contra el imperialismo. También, sin duda, la influencia de la tesis marxista-staliniana del socialismo en un sólo país en su versión soviética de los años 30, cuando los componentes socialchovinistas habían penetrado en ella de forma clara, transmitida a los comunistas del país asiático mediante el papel de guía ideológica desempeñado por el PCUS sobre el Movimiento Comunista Internacional, tuvo una función capital para la reproducción del nacionalismo en la China revolucionaria. Como tal, la política exterior de la base roja de la revolución, tras la restauración capitalista en la Unión Soviética, describió una trayectoria profundamente confusa y limitada. En efecto, como primer síntoma, nos encontramos con que, tras la Gran Polémica con los soviéticos, que causa la fractura del MCI, el PCCh no toma la iniciativa de ocupar una posición central y activa en la reorganización de las fuerzas revolucionarias que comenzaban a escindirse del comunismo oficial ─entre las cuales había incluso partidos de importancia considerable, como el PTA y el Partido Comunista de Indonesia─. Es decir, los maoístas se abstienen de realizar el papel ejecutado por el bolchevismo leniniano tras la ruptura de la II Internacional con la primera gran conflagración bélica mundial: reconstituir la Internacional. Pero la cima de esta política se produciría con el desarrollo de la GRCP. Si desde la ruptura con el PCUS, pequeñas fuerzas de los Partidos Comunistas a nivel internacional comenzaban a alinearse con el ala revolucionaria del marxismo, la Revolución Cultural fue un revulsivo mundial, constituyendo un período de ascenso revolucionario en todo el globo, e inspirando verdaderas explosiones insurreccionales de las masas e incluso el inicio de varias Guerras Populares dirigidas por comunistas revolucionarios6. Pero, a pesar de esta poderosa oleada revolucionaria, los comunistas chinos cegados por un análisis burgués de la geopolítica, fruto de sus concepciones nacionalistas, no hicieron nada por situarse como guía efectiva del movimiento revolucionario a nivel mundial. Ciertamente, en un primero período, con la influencia determinante del linbiaonismo, la política internacional china se presentó cómo tercermundista, es decir, defensora de las revoluciones en los países coloniales y semi- coloniales para ir cercando a los países imperialistas, trasladando mecánicamente la tesis del cerco de las ciudades desde el campo en la Guerra Popular china al ámbito de la geopolítica7, para, en un segundo momento, cuando la Revolución Cultural ya había sufrido la paralización, presentarse como teoría de los tres mundos, sosteniendo, ahora, con la influencia del zhouenlaismo, la necesidad de una alianza de la China maoísta con los países del llamado tercer mundo, los países del segundo mundo y la potencia imperialista estadounidense para hacer frente a lo que se consideraba como el enemigo principal en el campo exterior: el socialimperialismo soviético. Así, en el momento en que el movimiento transformador iniciado en el año 1966 con la Revolución Cultural avanzaba meteóricamente, el nacionalismo vigente en el corpus maoísta adoptada ropajes revolucionarios para, después, una vez frenado este avance, presentar descarnadamente su esencia reaccionaria. Pero, tanto en una versión como en la otra, la base era la misma: el nacionalismo maoísta daba como resultado la substitución del análisis marxista de la lucha entre clases a nivel internacional por la toma de partido en la confrontación entre países burgueses, buscando, primordialmente, la defensa de los intereses particulares del Estado chino, es decir, actuar a nivel externo desde una perspectiva defensista.8

Por último, el papel jugado por Mao en la conducción estratégica de la revolución china durante la Revolución Cultural, a partir, básicamente, de la paralización que supone para la misma el abandono de la organización de poder tipo Comuna en febrero del 67, es, como mínimo, bastante turbio. De hecho, es él mismo quien se opone a la extensión de las Comunas por la China revolucionaria, y, no sólo eso, sino que también en los momentos álgidos de las deflagraciones revolucionarias siempre acaba tomando partido por el mantenimiento del viejo orden aliándose con las fracciones de la burguesía burocrática y dejando desamparadas a las masas proletarias y populares. Continuando con esto, en lo tocante a la política internacional de los últimos años de la GRCP, el máximo dirigente de la revolución china muestra una participación activa en el establecimiento de la alianza con los Estados Unidos y otros países reaccionarios, siendo, por tanto, faltar a la verdad ─como se hace normalmente desde la corriente maoísta, con su habitual negación del balance marxista─ achacar tal política en exclusiva al ala derecha del PCCh. Por supuesto que todas estas acciones del presidente del Partido están determinadas por las profundas deficiencias ideológicas operantes en las premisas del marxismo del Ciclo, en general, y del maoísmo, en particular. Pero con el estudio del desarrollo de estos acontecimientos revolucionarios se extrae la conclusión de que el ala izquierda del maoísmo tenía una postura más comprometida con la revolución que el propio Mao. Así, por ejemplo, dos de los grandes representantes de esta línea, tales como los ya mencionados Zhang Chunqiao y Wang Hongwen, desempeñaron un papel de primer orden en la constitución y organización de la Comuna de Shanghai y, respecto a la línea en la política exterior, introdujeron consideraciones que iban en contra de la corriente seguida oficialmente por el Partido y por su presidente. En este sentido, la posición de Mao durante estos años, parece ser la de mediador entre la línea oportunista de derechas y la línea proletaria.

Pero, más allá de figuras revolucionarias concretas, fue la ruptura parcial, limitada, con las concepciones ideológicas heredadas de la II internacional y del bolchevismo las que determinaron, junto y en mutua relación con la insuficiente praxis revolucionaria precedente al maoísmo, la conducción que acabamos de tratar de la Gran Revolución Cultural Proletaria. Se puso punto y final, así, a la experiencia revolucionaria china o, lo que es lo mismo, a la última gran experiencia en la historia del proletariado con conciencia de clase para si en la construcción consciente de la sociedad del Reino de la libertad.