“Para el proletariado, el arma más afilada no es otra que una seria y combativa actitud científica. El Partido Comunista no vive de la intimidación, sino de la verdad del marxismo-leninismo, de la búsqueda de la verdad en los hechos, en la ciencia.”
Mao
“Para una reconstitución correcta de la acepción marxista-leninista del partido, es preciso volver a negar la antítesis que recorrió el Ciclo de Octubre entre partido como organización de las masas y partido como organización de la vanguardia para hallar una síntesis —negación de la negación— que nos permita construir el verdadero partido de nuevo tipo proletario: la organización del movimiento revolucionario de las masas.”
La Nueva Orientación en el camino de la Reconstitución del Partido Comunista
“Aplicada a las guerras, la tesis fundamental de la dialéctica, tergiversada con tanto descaro por Plejánov para complacer a la burguesía, dice que «la guerra es una simple continuación de la política por otros medios» (violentos precisamente)."
Lenin
Un Centenario entre dos Ciclos Revolucionarios
La Gran Revolución Socialista de Octubre significó la apertura de todo un periodo histórico determinado por la irrupción del sujeto consciente revolucionario. Y sin embargo, transcurrido un siglo del comienzo de aquel primer Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial (RPM), jamás estuvieron más ausentes del escenario universal de la lucha de clases las condiciones subjetivas que han de barrer al imperialismo de la faz de la Tierra. Baste mirar el estado en que se halla el Movimiento Comunista Internacional (MCI) para cerciorarse de esta realidad, pues éste hoy no es más que el resultado positivo de la derrota del proletariado revolucionario durante el siglo XX, el fiel reflejo inmediato del final de todo un ciclo histórico.
El impasse en que se encuentra la RPM como proceso histórico, orgánico y unitario, afecta al marxismo en tanto cosmovisión proletaria, porque actualmente, tal y como se nos presenta la ideología proletaria tras el cierre del Ciclo Revolucionario de Octubre, ésta es incapaz de responder al conjunto de necesidades prácticas de la vanguardia revolucionaria. Ejemplo de esta situación es la impotencia política del MCI, su liquidación como factor independiente en la lucha de clases. Dicha liquidación afecta al conjunto de corrientes en que se encuentra disgregado el MCI, corrientes que son poco más que cápsulas en el tiempo, enterradas bajo polémicas que, si antaño pudieron ser el producto necesario del desarrollo de la lucha de clases que recorrió el interior del MCI, hoy no sirven ni como base ideológica, ni como plataforma política para reanudar el camino hacia el Comunismo y, ni tan siquiera, para enfrentar la ofensiva que el imperialismo mundial desató desde finales del siglo pasado contra el subproducto de las conquistas legadas por 70 años de lucha comunista, en forma de derechos sociales y políticos de la clase obrera y las masas oprimidas.
Esta situación no puede reducirse a las corrientes que jamás aportaron nada al bagaje del comunismo internacional, aquéllas que desde un inicio fueron correa de transmisión de la burguesía, reflejo de los intereses de clase de la aristocracia obrera en el seno del movimiento comunista. Precisamente es la victoria de esa línea clasista —reaccionaria, burguesa— la que ha situado al MCI en su actual estado de postración, dominado por el revisionismo ideológico y el oportunismo político. La crisis, insistimos, afecta al comunismo como conjunto, como movimiento político y como teoría revolucionaria que surge bajo unas circunstancias históricamente determinadas y que ofrecieron unas concretas bases ideológicas y políticas que sirvieron para que el comunismo determinase durante casi un siglo la lucha de clases a escala mundial, constituyéndose como fuerza hegemónica entre la vanguardia, como referencia para las masas oprimidas y abordando la tarea de construcción práctica del socialismo. Por esto, el trance histórico que afecta al MCI salpica también a las corrientes que un día cumplieron ese papel de vanguardia del proletariado mundial. La más elevada de todas ellas fue el maoísmo, y la situación actual de éste, a cien años del glorioso Octubre, es elocuente y determinante respecto al grado de crisis del MCI. Porque el maoísmo, efectivamente, expresó en un determinado momento una posición de vanguardia ante las nuevas problemáticas que el desarrollo de la lucha de clase revolucionaria del proletariado fue abriendo durante el pasado siglo. El maoísmo representó durante algún tiempo la plataforma de la línea proletaria revolucionaria, la bandera roja a que la vanguardia pudo asirse para defender y ampliar las conquistas del comunismo frente al revisionismo y el imperialismo. Sin embargo, esa bandera ya no sirve para delimitar las trincheras entre revolucionarios y oportunistas.
La vanguardia marxista supo en China responder creativamente a los límites que fue abriendo la construcción del socialismo en la Unión Soviética, límites históricamente necesarios que a la postre sirvieron al ascenso y triunfo de la burguesía en el que fue primer suelo de la dictadura del proletariado —con el permiso de la inmortal Comuna de París. Y, aunque incapaz de frenar la restauración capitalista en la República Popular de China —hoy bastión social-fascista—, la Gran Revolución Cultural Proletaria (GRCP) representa la más alta cima que el sujeto consciente corona durante el primer Ciclo Revolucionario. Derrotada la gran ofensiva proletaria en el país asiático, y gracias a la agitación revolucionaria que su inicio provocó en la izquierda de la vanguardia mundial, su testigo fue recogido para, en forma de maoísmo, sintetizar y dar carta de universalidad a las lecciones de la revolución en China, aportando aspectos fundamentales al acervo común del MCI. Esa labor de síntesis la conducen de forma destacada los maoístas del Partido Comunista del Perú (PCP), capaces de situar la conciencia revolucionaria como núcleo para la reconstitución del Partido Comunista y construyendo el movimiento revolucionario en función de la línea de Guerra Popular, que se inicia de forma consciente y planificada en 1980.
El maoísmo logró proyectarse como ideología de vanguardia hacia algunos países oprimidos por el imperialismo, donde la cuestión democrático-campesina estaba por resolver, iniciando revoluciones o situándose a la cabeza de procesos insurreccionales de masas campesinas, bajo la bandera de guerra popular. De este modo, mientras en 1989-1991 se producía la implosión del hegemón revisionista global, ordenado como bloque del Este, el maoísmo está cabalgando varios procesos armados de masas con base en el campesinado revolucionario, que podían favorecer —aunque focalizados y sin vínculos político-orgánicos entre ellos—la articulación de una plataforma revolucionaria en el MCI. En esa dirección apuntaba la creación del Movimiento Revolucionario Internacionalista (MRI) en 1984, cuya declaración inaugural llamaba a los comunistas del mundo a la unidad ideológica, política y organizativa en torno al marxismo-leninismo-maoísmo. Con ello, con la articulación de la que llegó a denominarse “fracción roja” en el MCI y que podía haberse impulsado sobre una serie de revoluciones en marcha, parecía que el maoísmo podría conjurar la crisis general del MCI, que podría incluso superar su particular recodo, para ser lanzadera inmediata de una nueva ola de la RPM. Sin embargo, el estreno del nuevo siglo evidenció demasiado pronto las contradicciones internas del maoísmo, comunes en última instancia al resto de corrientes nacidas al calor del fuego revolucionario de Octubre. En los inicios de la década del 2000, en el Partido Comunista de Nepal (maoísta) —PCN (m)—, fue cristalizando el dominio de una línea oportunista de derechas que, sin oposición, liquidó la guerra popular en Nepal, vendiendo a las masas revolucionarias cuando estaban a las puertas de derrotar definitivamente al Estado reaccionario. Las genuflexiones de los maoístas nepaleses ante el imperialismo mundial se escenificaron finalmente en 2006 ante la ONU. Pero un solo día de frío no basta para congelar el río a tres pies de profundidad. Así, el que parecía firme suelo sobre el que caminaba el marxismo-leninismo-maoísmo, se abrió carcomido por sus contradicciones internas. El MRI, lejos de servir al reagrupamiento de la izquierda revolucionaria, había sido el espacio en que la línea revisionista del PCN (m) encontró una base de maniobras para implementar su política liquidacionista, con el entusiasmado apoyo de destacamentos derechistas como el Partido Comunista Revolucionario de Estados Unidos, dirigido por el pensamiento-guía del presidente Avakian, y el gentil beneficio de la duda de grupos centristas como el Partido Comunista maoísta de Italia. De embrión para la reconstitución de la Internacional Comunista a tribuna del revisionismo, el MRI acabó siendo un espacio para la cohesión del oportunismo en el campo maoísta —y con ello en el MCI— y de reforzamiento de la reacción y el imperialismo mundial.
Entonces, y desde entonces, la izquierda maoísta demostró desorientación y agotamiento. Dentro y/o fuera del MRI, esta izquierda reaccionó tarde a la ofensiva oportunista encabezada por los Prachanda y los Bhattarai, siendo incapaz de articular una plataforma anti-revisionista que, al menos, hubiera supuesto una línea de demarcación política clara y precisa ante el embate dual —por la derecha y el centro— del revisionismo[1]. Tal es así, que durante la última década el terreno político para estas maniobras de la izquierda maoísta no ha hecho más que achicarse: El viejo centrismo, en colusión con la derecha, ha creado una especie de collar de perlas en torno a la guerra popular en India dirigida por los camaradas del Partido Comunista de India (maoísta), logrando hegemonizar, los mismos que fueron soporte internacional del liquidacionismo nepalés, la “solidaridad” para con esta revolución: lo que objetivamente sólo puede reforzar a los sectores derechistas en el desarrollo de la lucha de dos líneas en el seno del partido indio[2]. El proceso de guerra popular en Filipinas se encuentra paralizado, con el partido maoísta que lo dirige enfrascado en conversaciones de paz con el Estado, reducida la actividad de las masas revolucionarias en armas a medio de presión en las negociaciones con la reacción, al puro estilo de la extinta guerrilla pequeño burguesa de las FARC. Y esto en lo que a procesos armados bajo bandera de guerra popular se refiere. En el Occidente imperialista, donde el predicamento de la denominada tercera y superior etapa del marxismo ha sido históricamente escaso entre la vanguardia, los restos de esa izquierda, aunque en los 2000 ya mostraban serias limitaciones en cuanto a su asunción de las lecciones universales del maoísmo —con claros síntomas de prosternación ante la resistencia obrera—, han continuado su descenso al pantano común del MCI en los países imperialistas: el cretinismo parlamentario y el socialchovinismo.
Pero es que en estos más de 10 años transcurridos desde que los maoístas nepaleses tuvieron a bien meter en campos de concentración vigilados por cascos azules a los soldados rojos del Ejército Popular de Liberación, la izquierda maoísta tampoco ha sido capaz de profundizar en los términos ideológicos de la criminal deriva del PCN (m). Porque aun habiendo encarado, con cierto retraso, la lucha contra el revisionismo en Nepal, no se han ligado las bases teóricas del oportunismo del PCN (m) a la situación general que atraviesa la RPM. En última instancia, toda esa lucha ha acabado solventándose con la reducción a traición a los principios—que, desde luego, ha existido— de los dirigentes nepaleses. Respuesta insuficiente que por semejanza se acumula con la ya ofrecida por el maoísmo respecto de la derrota de la GRCP —y de la ortodoxia de corte estalinista respecto al XX Congreso del PCUS; del trotskismo ante la victoria de la línea revolucionaria durante los años 20 en la URSS; del menchevismo y el anarcosindicalismo ante la transformación de los soviets en órganos de la dictadura del proletariado; etc.— y que, a pesar de la presumible honradez de quien tal contestación dé a la práctica de los burócratas ungidos por la burguesía financiera india y china como padres de la república de Nepal, no representa, en términos estratégicos, más que otro cargo sobre los límites históricos del primer Ciclo de la RPM.
Porque ¿qué habría pasado si los bolcheviques se hubieran contentado con denunciar la evidente traición al marxismo de los Kautsky y los Guesde, de los Vandervelde y los Plejánov?
A partir de 1914, los bolcheviques se pusieron a la cabeza de la izquierda internacionalista no sólo censurando las acciones de unos partidos socialdemócratas que sirvieron de correa de transmisión de la política militarista de sus respectivas burguesías, sino demostrando el principio materialista de que la guerra es la política por otros medios[3] y que la traición militarista representaba el fruto de un largo proceso de convergencia entre la política obrera liberal de la socialdemocracia y el capitalismo monopolista. Así, realizando un balance histórico de las contradicciones del movimiento socialdemócrata y obrero, analizando la realidad del capitalismo en su fase de parasitismo y descomposición, recuperando aspectos esenciales del marxismo como teoría de vanguardia partiendo de la experiencia revolucionaria —volviendo sobre la Comuna de París y tomando la práctica del bolchevismo durante la Revolución de 1905 en Rusia—, y considerando la lucha de dos líneas y la experiencia en la reconstitución del partido obrero de nuevo tipo bajo el imperio zarista, los marxistas rusos dieron auténtica universalidad a su lucha particular:
“La clase obrera en Rusia no podía constituir su partido más que en una lucha resuelta, durante treinta años, contra todas las variedades del oportunismo. La experiencia de la guerra mundial, que ha traído la vergonzosa bancarrota del oportunismo europeo y reforzado la alianza de nuestros nacional-liberales con el liquidacionismo socialchovinista, nos reafirma aún más en el convencimiento de que nuestro Partido debe continuar en el futuro la misma vía consecuentemente revolucionaria.”[4]
Llamando desde un principio a romper la II Internacional, a desentenderse de cualquier componenda con los sectores centristas, a destruir el viejo partido obrero de masas y a crear las condiciones subjetivas para la guerra civil revolucionaria, los bolcheviques se situaron como referente de vanguardia a escala internacional, sentando las bases para la reconstitución de la organización proletaria mundial, esta vez sobre una nueva base, como internacional de nuevo tipo, cuya definitiva constitución como Internacional Comunista (IC) certificó que la joven república soviética —sostenida sobre partido obrero de nuevo tipo— no era más que la primera base de apoyo de la RPM.
Desde la Línea de Reconstitución (LR) venimos defendiendo y aplicando la necesidad de realizar un balance integral de la experiencia del primer Ciclo de la RPM, cuyo primer hito señalado es la Gran Revolución Socialista de Octubre. Implementar el Balance del Ciclo de Octubre significa enraizar con la mejor tradición del comunismo: como Marx y Engels ante las revoluciones de 1848 y 1871; como Lenin del periodo que va de la Comuna a la Revolución de Octubre; como Stalin con los primeros años de la Unión Soviética; y como Mao con los años de construcción socialista en la URSS. La única diferencia respecto a estos balances es ese carácter integral del que debemos realizar ahora, pues ha de abarcar todo un periodo histórico de revoluciones proletarias. Implementar el balance significa también conectar con las necesidades más imperiosas que la lucha de clases impone a la vanguardia ante la situación actual, con las urgencias de un MCI incapaz para relanzar una nueva ofensiva de la RPM. La situación es tal que cada vez más sectores dentro del MCI se ven obligados a acercarse de un modo más o menos crítico a la experiencia histórica del movimiento comunista durante el pasado siglo. En este sentido, el Centenario de Octubre representa un magnífico campo de batalla para la lucha de dos líneas, para la clarificación ideológica y política en el seno de la vanguardia, pues ha servido para que todas las corrientes del comunismo expongan de forma actualizada sus posiciones en torno a la línea general de la RPM.
Apuntes sobre el Partido Comunista y la experiencia bolchevique
Incidíamos antes en que el periodo que se abre con el final del primer Ciclo Revolucionario hace cada vez más complejo discernir las diferencias sustantivas entre las diversas corrientes que a día de hoy conforman el MCI, pues el agotamiento de algunas de las premisas de Octubre tiende a equiparar cada vez más sus postulados políticos en relación a los mecanismos de la revolución, así como a la relación interna que se establece entre ellos en el desarrollo del movimiento revolucionario. Esto puede observarse en la concepción de partido comunista que domina en el MCI. Sucintamente, se percibe el partido revolucionario en los términos que fue comprendido por la ortodoxia de la Komintern durante los 1920, en el necesario proceso de generalización de las lecciones de la Revolución de Octubre, que tenía por objeto educar a la vanguardia revolucionaria internacional en la estrategia y la táctica comunista: el partido revolucionario quedó identificado mecánicamente con la organización del destacamento de vanguardia. Como decimos, ésta es la concepción dominante del partido revolucionario durante el Ciclo de Octubre en el MCI —y actualmente—, la cual se fue alternando con la concepción clásica de la socialdemocracia, de la que es su justo contrapunto y complemento: el partido tipo de la II Internacional pone el acento en la organización de las masas; el partido tipo comunista bascula hacia la estructuración orgánica de la vanguardia.
Sin embargo, desde el punto de vista del marxismo-leninismo, el Partido Comunista es la fusión del socialismo científico y del movimiento obrero, o dicho de otro modo, de la vanguardia y las masas. Precisamente en el folleto destinado a ser un ensayo de charla popular acerca de la estrategia y la táctica marxista, que Lenin prepara, en parte, con el objetivo de rescatar las lecciones de la historia del bolchevismo para la joven IC, en el contexto del primer impulso que Octubre proporciona, momento en que surge, en términos prácticos, el MCI, el comunista ruso indica:
“La ley fundamental de la revolución, confirmada por todas ellas, y en particular por las tres revoluciones rusas del siglo XX, consiste en lo siguiente: para la revolución no basta con que las masas explotadas y oprimidas tengan conciencia de la imposibilidad de vivir como antes y reclamen cambios, para la revolución es necesario que los explotadores no puedan vivir ni gobernar como antes. Sólo cuando las "capas bajas" no quieren lo viejo y las "capas altas" no pueden sostenerlo al modo antiguo, sólo entonces puede triunfar la revolución. En otros términos, esta verdad se expresa del modo siguiente: la revolución es imposible sin una crisis nacional general (que afecte a explotados y explotadores). Por consiguiente, para la revolución hay que lograr, primero, que la mayoría de los obreros (o en todo caso, la mayoría de los obreros conscientes, reflexivos, políticamente activos) comprenda profundamente la necesidad de la revolución y esté dispuesta a sacrificar la vida por ella; en segundo lugar, es preciso que las clases gobernantes atraviesen una crisis gubernamental que arrastre a la política hasta a las masas más atrasadas (el síntoma de toda revolución verdadera es la decuplicación o centuplicación del número de hombres aptos para la lucha política, representantes de la masa trabajadora y oprimida, antes apática), que reduzca a la impotencia al gobierno y haga posible su derrumbamiento rápido por los revolucionarios.”[5]
Para Lenin el eje de construcción del proceso revolucionario no es otro que esta fusión de vanguardia y masas en un movimiento revolucionario organizado. El sujeto consciente revolucionario es el factor fundamental de la revolución proletaria, sin su concurrencia no puede hablarse de revolución. Su primer y principal aspecto reside en la vanguardia, en la mayoría de obreros políticamente activos. Sólo consolidando un movimiento político revolucionario de vanguardia que muestra la hegemonía del marxismo entre los sectores adelantados de la clase, que ya están en disposición de comprender profundamente la necesidad de la revolución hasta dar la vida por ella, puede pensarse en las grandes masas de la clase. Las masas representan el siguiente momento del proceso revolucionario. La movilización política de las masas profundas, de los sectores normalmente despolitizados de la sociedad, abre la posibilidad de luchar abiertamente contra el poder de la burguesía, de que el movimiento revolucionario esté en condiciones de destruir el Estado capitalista.
Esta visión fluida y dialéctica del movimiento revolucionario nos permite comprender el desarrollo de la revolución proletaria como una sucesión de etapas, en donde los comunistas deben cumplir unas determinadas tareas que son base necesaria e imprescindible para pasar a las siguientes: primero se conquista a la vanguardia proletaria; luego, sobre esta base, a las masas de la clase. Esta perspectiva nos permite discernir dos grandes etapas diferenciadas en la historia de la vanguardia revolucionaria en Rusia, en función de las posibilidades de construcción del movimiento revolucionario.
La primera etapa corresponde a la fase de constitución y reconstitución del partido revolucionario, en donde las tareas prácticas de los marxistas estaban relacionadas, en primer término, con la batalla por crear los instrumentos para, a través de la propaganda y la lucha de líneas, conquistar a los sectores de vanguardia del proletariado en Rusia. Esta primera etapa donde la propaganda cumple un papel de primer orden, cubre esos casi treinta años de lucha de la clase obrera por dotarse de un partido independiente. Un periodo que se inicia en la década de los 1880, con la formación de los primeros círculos marxistas de estudio y propaganda. Y que llega hasta el estrechamiento de los vínculos entre marxistas y sectores avanzados del movimiento práctico de la clase en torno a 1914, tras la decisoria VI Conferencia bolchevique de 1912[6]. Durante esta amplia etapa, aunque especialmente en el periodo en que el bolchevismo aparece definido como corriente política, tras el II Congreso del POSDR, 1903-1905:
“Todos los problemas que motivaron la lucha armada de las masas en 1905-1907 y 1917-1920 pueden (y deben) observarse, en forma embrionaria, en la prensa de aquella época (…) van cristalizando las tendencias ideológicas y políticas clasistas de verdad; las clases se forjan una arma ideológica y política adecuada para las batallas futuras.”[7]
La vanguardia marxista en Rusia inicia desde finales del siglo XIX un proceso de lucha ideológica en que, permanentemente y bajo distintos signos, el movimiento se divide entre los que plantean la necesidad constante de situar la consciencia revolucionaria al mando de la organización como base para que el proletariado sea la clase de vanguardia en la revolución democrática y quienes, de diversa forma, desplazan el peso de la revolución hacia factores ajenos a la actividad de la vanguardia, derivados de las contradicciones del Estado ruso. Por tanto, desde el primer momento la actividad de la vanguardia revolucionaria en Rusia se distingue de la tradición de la socialdemocracia europea —aunque, contradictoriamente, se forma y se educa en esa tradición política y ortodoxia teórica de la II Internacional, pues el bolchevismo es corriente de izquierda dentro del movimiento socialdemócrata internacional hasta la bancarrota en 1914—, donde la vanguardia socialista se ha coaligado con el ascendente movimiento espontáneo de la clase obrera compartiendo una estructura orgánico-política común: el partido obrero de masas, en donde, disociados, conviven conciencia y ser social, sujeto y objeto. Los marxistas revolucionarios en Rusia, sin embargo, desde pronto se verán obligados —para garantizar la independencia de clase del movimiento proletario— a crear en su entorno los rudimentos básicos de una organización de nuevo tipo, fundada en el establecimiento de vínculos ideológicos y políticos asentados en los objetivos estratégicos e históricos del proletariado como clase revolucionaria. Para los bolcheviques el punto de partida para construir la organización revolucionaria de la clase obrera no son las luchas espontáneas de la clase obrera, sino la organización de la vanguardia y sus tareas en función del marxismo como condensado histórico de la experiencia de la lucha de clase revolucionaria y del saber universal[8]. Esta es la garantía de que el proletariado se construye un movimiento político revolucionario. He ahí la temprana insistencia de Lenin en el papel de la ideología proletaria:
“Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario.”
“…sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir su misión de combatiente de vanguardia.”
“Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta solo podía ser traída desde fuera.”
“… la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras. Por su posición social, los propios fundadores del socialismo científico moderno, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa.” [9]
De este modo, el primer objetivo de la vanguardia reside en arrancar a los sectores de avanzada de la clase de los medios primitivos y artesanales que necesariamente impone el movimiento espontáneo, para que se eleven como revolucionarios y pasen a cubrir un papel social estratégico en el creciente sistema de relaciones de nuevo tipo —que apunta hacia la constitución o reconstitución del Partido Comunista—, basado en la conciencia revolucionaria y la consecuente línea política que de ésta se desprende, mediante el análisis concreto de la situación concreta, y que permite a la vanguardia elaborar una táctica-Plan acorde con sus objetivos. Este despliegue de la vanguardia revolucionaria en Rusia se desarrolla de forma contradictoria, dadas las condiciones históricas y políticas. Así, a la par que los bolcheviques van superando el esquema socialdemócrata, intentan aplicar la experiencia de los socialistas europeos acudiendo al ascendente movimiento obrero de masas en el complejo marco del régimen absolutista ruso, donde la tarea pendiente es la revolución democrática[10]. Pero el bolchevismo realiza esa actividad siempre garantizando en primer término su independencia política, luchando contra toda forma de prosternación ante el espontaneismo y buscando el medio para la agitación revolucionaria de las masas. Veamos una pequeña muestra de ello —y comparémosla con los programas mínimos y de medidas básicas con que trabaja el revisionismo entre el movimiento obrero— en la línea de acción programática de la que se dotan los bolcheviques en el III Congreso del POSDR, en 1905:
“En primer lugar, la táctica de la implantación revolucionaria de la jornada de 8 horas en la ciudad y de los cambios democráticos en el campo: es decir, su implantación sin contar con los autoridades, sin contar con la ley, prescindiendo de las autoridades y de la legalidad, destrozando las leyes vigentes e instaurando un orden nuevo por la propia fuerza de las masas, por su propia voluntad.”[11]
Toda esta etapa que estamos definiendo, de creación del partido de nuevo tipo, se cierra en Rusia, como hemos adelantado, en torno a la conferencia bolchevique de 1912. Tras la revolución de 1905, los bolcheviques transigen con unirse de nuevo al resto de corrientes socialdemócratas bajo la misma disciplina organizativa (en el IV Congreso de 1906), a pesar de las diferencias de principio que mantienen con aquéllas. Esta situación en la vanguardia se une a un contexto de reflujo del movimiento de masas y de ofensiva de la reacción zarista. Así que el sistema de correas de transmisión bolchevique llega prácticamente a desaparecer. Conscientes de esta situación, que se profundiza después del V Congreso (1907), los bolcheviques reactivan sus tareas independientes. Hacia 1911 han logrado reconstruir las organizaciones locales ilegales en el interior de Rusia. Estas organizaciones serán la base para rearticular ese sistema orgánico basado en la dialéctica entre organizaciones legales y clandestinas, que se vinculan a través de una red de agentes formada por cuadros comunistas de ascendencia proletaria, obreros que han roto el estrecho y monótono ritmo de la fábrica para convertirse, principalmente mediante la formación en la teoría marxista, en revolucionarios profesionales, estrategas de la revolución. En 1912 los bolcheviques consideran la situación madura para romper definitivamente con el liquidacionismo y el menchevismo, con todas las corrientes que subliman el movimiento espontáneo de la clase obrera y pretenden diluir a la vanguardia en las luchas de resistencia económicas de las masas. El proletariado revolucionario retoma su independencia política y construye su movimiento contra el menchevismo y el resto de corrientes oportunistas. El grado de madurez del vínculo entre vanguardia y masas, lo miden los organismos de masas que la vanguardia es capaz de ir creando en la implementación de su línea política y el radio de acción real que éstas tienen que, entre 1912 y 1914, muestran que la línea revolucionaria es hegemónica entre la vanguardia del proletariado: dominio bolchevique en la curia obrera de la Duma; mayoría aplastante de colectas de la prensa bolchevique sobre el resto de corrientes socialistas; etc. muestran el ascenso del bolchevismo, su consolidación ideológica, organizativa y política.
La segunda etapa se inicia precisamente con la fusión de la vanguardia marxista y esos sectores de avanzada del movimiento obrero. En esta fase, con el cierre del proceso de reconstitución del Partido Bolchevique, la tarea de la vanguardia pasa a consistir en construir el movimiento revolucionario, en ampliar el grado de influencia del partido entre las masas profundas del proletariado. Esta etapa, que expresa un salto cualitativo en el proceso revolucionario, permite actuar al sujeto consciente como factor independiente en el contexto general de la lucha de clases, preparado ya para los grandes combates de masas.
Para estas alturas, el Partido Bolchevique ha recorrido ya un camino nunca antes transitado. El sujeto revolucionario, replegado sobre la crítica revolucionaria de la sociedad desde que Marx indicase que el aspecto fundamental de la realidad es la revolución, emerge en la historia sobre su propia praxis revolucionaria, fundiendo conciencia y ser social en el partido obrero de nuevo tipo[12]. Aunque todavía tiene una referencia práctica por delante, la experiencia de la Comuna de París, que permite a los bolcheviques orientar su trabajo en dirección a la construcción de una república basada en los principios comuneros, en tanto expresión de la dictadura revolucionaria de las masas oprimidas. Todo este proceso de maduración del sujeto consciente coincide con el inicio de la I Guerra Mundial en el verano de 1914. Siguiendo la misma dialéctica racional que ha llevado a Lenin a comprender la ligazón entre la política oportunista de la socialdemocracia y la fusión de ésta con la burguesía, los bolcheviques lanzan la consigna revolucionaria e internacionalista de transformar la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria. A esta tarea dedicarán sus esfuerzos en un contexto de guerra que en primera instancia supuso la parálisis del movimiento obrero en Rusia —en flujo ascendente desde 1911-1912—, así como un revés temporal para el Partido Bolchevique, en la medida que parte de su estructura orgánica se vio aplastada por la represión zarista. Sin embargo, a medio plazo, la guerra imperialista sólo pudo favorecer el desgaste de un Estado absolutista cuyas contradicciones respecto al desarrollo capitalista de Rusia se hacían cada vez más inconciliables. Desde 1914 los bolcheviques extendieron su línea política de masas hacia el frente bélico, siendo el ejército, junto a los centros industriales, uno de los feudos de masas del partido revolucionario. La insurrección de febrero de 1917 barrió siglos de feudalismo estableciendo una república burguesa. Tras la insurrección, se abre en Rusia una original situación de convivencia pacífica entre dos estructuras paralelas de poder, el gobierno provisional y los soviets, que dominados por el revisionismo y el oportunismo actuarán como órganos de presión sobre el poder oficial gubernamental, a la vez que siguen siendo reserva política de la burguesía. Los soviets, organismos de masas armadas, se convierten en otro espacio más en que los bolcheviques intervienen. Pero no para presionar sobre ellos, sino para transformarlos en órganos de poder de la dictadura democrática del proletariado y el campesinado, expresión de la alianza revolucionaria de la clase obrera con las masas campesinas, como demanda al proletariado revolucionario-socialista el recorrido democrático aún pendiente en Rusia.
En definitiva, el factor determinante de la revolución, el sujeto revolucionario, se presenta ya constituido para 1917, cuando las genuinas circunstancias de Rusia —donde se entrelazan políticamente las tareas de la revolución democrática y de la revolución socialista—, devienen en una crisis política en que las masas proletarias y campesinas aparecen ya armadas y encuadradas en órganos de poder que pueden tornar —y así ocurre sólo gracias a la acción transformadora del partido obrero de nuevo tipo— en la base de la dictadura del proletariado.
Desde un punto de vista histórico, esa segunda etapa del bolchevismo que hemos sugerido y que se identifica con el Partido Comunista como instrumento ya reconstituido, y que se equipara con la praxis revolucionaria del sujeto consciente, no finaliza con las jornadas de Octubre. Esa lógica de interpretación de la Revolución de Octubre —que la circunscribe al periodo entre febrero y octubre de 1917— es la que ha predominado históricamente en el MCI y desde la que se ha afirmado y confirmado la tesis ortodoxa del partido revolucionario como organización de la vanguardia obrera, excluyendo del partido a su línea de masas y el conjunto de correas de transmisión organizativas que va generando en función de su aplicación.
Muy al contrario, la conquista del cielo por asalto mediante la insurrección de Octubre no agota el proceso de construcción del movimiento revolucionario, sino que este proceso cuenta ahora con masas armadas, que aplican el Programa de la Revolución contenido en las Tesis de Abril.
Desde esta perspectiva que nos ayuda a ampliar el marco de comprensión del proceso revolucionario soviético, para extraer de éste las lecciones que nos permitan reconstituir el comunismo, podemos volver al balance que en 1920 Lenin hace del bolchevismo, en el trabajo antes citado:
“El bolchevismo existe, como corriente del pensamiento político y como partido político, desde 1903. Sólo la historia del bolchevismo, en todo el periodo de su existencia, puede explicar de un modo satisfactorio por qué el bolchevismo pudo forjar y mantener, en las condiciones más difíciles, la disciplina férrea necesaria para la victoria del proletariado.
La primera pregunta que surge es la siguiente: ¿cómo se mantiene la disciplina del partido revolucionario del proletariado? ¿Cómo se controla? ¿Cómo se refuerza? Primero por la conciencia de la vanguardia proletaria y por su fidelidad a la revolución, por su firmeza, por su espíritu de sacrificio, por su heroísmo. Segundo, por su capacidad de vincularse, aproximarse y hasta cierto punto, si queréis, fundirse con las más grandes masas trabajadoras, en primer término con la masa proletaria, pero también con la masa trabajadora no proletaria. Tercero, por lo acertado de la dirección política que lleva a cabo esta vanguardia; por lo acertado de su estrategia y de su táctica políticas, a condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia propia. Sin estas condiciones, no es posible la disciplina en un partido revolucionario, verdaderamente apto para ser el partido de la clase avanzada, llamada a derrocar a la burguesía y a transformar toda la sociedad. Sin estas condiciones, los intentos de implantar una disciplina se convierten, inevitablemente, en una ficción, en una frase, en gestos grotescos. Pero, por otra parte, estas condiciones no pueden brotar de golpe. Van formándose solamente a través de una labor prolongada, a través de una dura experiencia; su formación se facilita a través de una acertada teoría revolucionaria, que, a su vez, no es ningún dogma, sino que sólo se forma definitivamente en estrecha relación con la práctica de un movimiento que sea verdaderamente de masas y verdaderamente revolucionario.”[13]
Lenin se remite al movimiento revolucionario organizado de masas para explicar cómo se sostiene la dictadura del proletariado. Muestra un sistema de círculos que va ampliándose concéntricamente, de la vanguardia a las masas: primero, la conciencia revolucionaria de la vanguardia; segundo, la fusión de la vanguardia con las grandes masas oprimidas; y tercero, la estrategia y la táctica de la vanguardia, que, conquistadas las bases para desarrollar el nuevo poder, permite que las masas más extensas, por experiencia propia, es decir, en el ejercicio de su poder revolucionario, se eleven hacia las posiciones políticas de la vanguardia. Un desplazamiento de masas que en la joven república soviética se desarrolla en contexto de guerra civil entre el proletariado revolucionario y las masas campesinas contra los ejércitos blancos y la intervención imperialista. Es decir, en el que las masas se encuadran en el programa comunista a través de la línea militar proletaria, que tras Octubre de 1917 se ha visto forzada por los acontecimientos[14] a superar el marco del sublime arte de la insurrección para actuar en medio de una guerra civil en que millones de masas son movilizadas militarmente. Y todo, en el original suelo de una Rusia donde se combinan revolución burguesa y revolución proletaria y donde el viejo Estado, la cuestión del ejército es ejemplarizante[15], cae en manos del proletariado revolucionario.
Pero estas cuestiones relacionadas con el balance que la vanguardia bolchevique realiza de su propia experiencia inmediata y que anuncian lo nuevo, que resaltan aspectos esenciales de la compresión proletaria sobre los instrumentos de la revolución social, conviven a su vez con elementos contradictorios, que enturbian la clarificación y profundización de eso nuevo que va surgiendo. Estos elementos, que con la perspectiva del Ciclo Revolucionario clausurado se han evidenciado como límites históricos, fueron producto necesario del contexto material en que emerge históricamente el sujeto revolucionario y, de hecho, sirvieron a su desarrollo. El bolchevismo había surgido como corriente dentro de la socialdemocracia, educándose —como indicábamos arriba— en el marxismo de la II Internacional. Este marxismo de corte kautskiano —dado que Kautsky fue el principal líder teórico marxista de la II Internacional—, va a su vez conformándose en el contexto de la revolución burguesa y de cohesión del proletariado como clase en sí. Este irrepetible contexto, que empapa el Ciclo de Octubre y que expresa ese entrelazamiento histórico de la revolución burguesa y la revolución proletaria, hará que en su base se vayan depositando una serie de elementos teóricos y políticos producto del grado de inmadurez del proletariado como clase independiente y de la influencia y ascendencia que sobre nuestra clase tenían aún la revolución burguesa y sus instrumentos ideológicos —la ciencia[16]— y políticos —el Estado. Así, el marxismo que acuña la II Internacional tiene un alto grado de determinismo evolucionista, que concede al decurso natural y espontáneo del capitalismo el mecánico atributo del progreso social, por lo que el socialismo aparece como un horizonte impersonal que será producto necesario de las contradicciones objetivas del capitalismo. En términos políticos, esto expresará la postración de la vanguardia ante el movimiento espontáneo de masas. El trabajo de los socialistas deberá consistir, apoyándose en el movimiento de masas, en predecir los resultados de las contradicciones capitalistas mediante el arma de la ciencia —ya que el marxismo es reducido en términos epistemológicos, como simple ciencia del desarrollo objetivo de la historia—, pudiéndose adelantar a los acontecimientos para precipitar la revolución, cabalgando el movimiento espontáneo de masas, que, desbordando el estado de cosas se precipitará sobre el aparato del Estado a través de la insurrección.
El bolchevismo romperá con la línea de la II Internacional, pero lo irá haciendo en función de los límites políticos que aquélla expresa en el marco de la lucha de clases en Rusia —tanto en la construcción del movimiento de vanguardia como en cuanto a las tareas programáticas revolucionarias para con la sociedad rusa—, sin desembarazarse de las bases teórico-filosóficas que alimentaban la práctica socialdemócrata. De este modo, el balance que el sujeto revolucionario emprende de su experiencia más inmediata al iniciarse el Ciclo de Octubre, está marcado por el contexto histórico y material del que el propio sujeto forma parte y que, ideología mediante, asentará un discurso político histórico concreto, un determinado paradigma revolucionario —paradigma que se ha ido formando en el siglo XIX junto con la clase proletaria— en que necesaria y contradictoriamente se entremezclarán la revolución burguesa y proletaria.
Un ejemplo del revisionismo dominante
Repasados algunos aspectos fundamentales en cuanto al sujeto revolucionario y su eclosión histórica, sobre la que se asienta la experiencia de todo un Ciclo de la RPM, pasemos a realizar algunas consideraciones en torno a lo dicho por los sectores mayoritarios del “comunismo” hegemónico en fecha tan señalada. Pues contrastar lo que cada sector del movimiento comunista considera como enseñanzas de la Revolución de Octubre no es sino una forma de desarrollar la lucha de dos líneas en torno a la Línea General de la RPM.
En cuanto al Estado español, si el MCI vive un período de absoluta precariedad, el “comunismo” realmente existente por estos lares es la viva imagen de la indigencia teórica y práctica. Por supuesto, no es que en otras partes aten a los perros con longanizas… pero lo que oteamos en nuestro horizonte más inmediato es al marxismo-leninismo lo que es a la vida un desierto de sal. El movimiento comunista en el Estado español, siendo fiel a las ortodoxias que lo dominan —la revisionista y la apostólica romana—, ha encarado el Centenario desde la escenificación teatralizada y los homenajes vacíos antes que desde la crítica revolucionaria, con la iconografía antes que con la ciencia. Así, el monto de acciones que pueden contabilizarse por parte del revisionismo patrio y en relación al Centenario de la Revolución de Octubre, se resume en algunos actos y manifestaciones locales, la exposición hagiográfica de la vida de algún dirigente soviético y alguna que otra reposición de propaganda pro-soviética[17]. Pero no nos dejemos llevar por esta corriente de activismo archirrevolucionario de los unos y de los otros, pues vuelta la fría y cruda realidad, el programa práctico del “comunismo” hispano ha seguido su curso: este mismo 6 de diciembre, en Madrid y ya sin multitudes, el PCE e Izquierda Unida, el PML (RC) y el PCE (ML), Red Roja e Iniciativa Comunista, etc. convocaron a la ciudadanía a una procesión bajo la bandera de España —en su versión tricolor— en una manifestación por un referéndum entre Monarquía o República[18]. Una sutil demostración más de la particular bancarrota política del revisionismo estatal —destinado a ser convidado de piedra en la Crisis de la Restauración 2.0— en este contexto general de crisis del MCI.
Retomando el hilo de la situación en el MCI, su corriente mayoritaria, aquélla que contiene en su seno todos los lugares comunes del revisionismo a la altura del año 2017, es la del pro-sovietismo de corte estalinista, especialmente hegemónico en los países imperialistas. Corriente cerrada en banda en torno a las certezas y verdades del movimiento comunista en su época de mayor esplendor e influencia, la que, contradictoriamente, abrió las puertas de la autoliquidación, política y organizativa, de la Internacional como máxima expresión internacionalista del sujeto revolucionario. Ese tiempo tan feliz no es otro que el signado por el VII Congreso de la Komintern y la línea de Frente Popular. Sin embargo, las condiciones de derrota en que ha quedado el comunismo tras la clausura del Ciclo de Octubre, está empujando a algunos destacamentos revisionistas del MCI hacia la reconsideración crítica de algunos aspectos de la experiencia histórica de la RPM. En Europa occidental, quizás el partido ortodoxo con más influencia a nivel nacional e internacional, sigue siendo el Partido Comunista de Grecia (KKE, por sus siglas helenas). A pesar de su estancamiento político en medio de la profunda crisis social, política y económica que asola Grecia al menos desde 2008, el KKE guarda su influencia en el movimiento sindical, se ha situado como vanguardia del reagrupamiento de las fuerzas revisionistas a nivel mundial (impulsando el Encuentro Internacional de Partidos Comunistas y Obreros desde 1998; o más tarde la Revista Comunista Internacional) y europeo (formando en 2013 la Iniciativa de Partidos Comunistas y Obreros) y, lo que resulta interesante desde el punto de vista de la lucha de líneas, es uno de los destacamentos ortodoxos que más esfuerzos invierte en el trabajo teórico relacionado con la experiencia de las revoluciones del siglo XX.
Pues bien, el KKE se ha concentrado este año centenario —más allá de sus tareas centrales: la lucha sindical y la representación parlamentaria— en una campaña política en la que ha ido introduciendo algunos elementos críticos respecto de la historia del MCI. Debido al método de análisis apriorístico que el KKE implementa, toda esa serie de novedades que presenta, y que aun de forma unilateral y equívoca —como comprobaremos— plantean algunas problemáticas reales a la vanguardia comunista, se dan de bruces con aquellas verdades eternas. Por ejemplo, y siguiendo la Declaración del Comité Central del KKE sobre el 100 aniversario de la Gran Revolución Socialista de Octubre[19], publicada el pasado mes de mayo tras la finalización de su XX Congreso, el KKE se ve obligado a reconocer la evidencia de “que el MCI está en condiciones de crisis y retroceso” para, a continuación, facturar tal crisis como resultado de las “consecuencias duraderas de la contrarrevolución (principios de la década de 1990)”. Y es que, como muestra de la desorientación generalizada en el MCI, en la declaración del KKE conviven la consideración de que la Komintern nunca fue capaz de comprender las lecciones de Octubre —cuyo correlato inmediato, para los griegos, fue la adopción de una “estrategia problemática” de la revolución por parte de la IC— con la defensa de la Unión Soviética como Estado obrero hasta los 1990.
Advertidos del filisteísmo incurable que adolece el KKE —exponente del comunismo dominante—, pasemos a algunas de sus ideas sobre las enseñanzas del pasado Ciclo Revolucionario. La tesis central que recorre los nuevos “aportes” de la investigación del KKE es que la incapacidad de la Komintern para impulsar la RPM residió en que no supo procesar las lecciones de Octubre y, muy particularmente, la estrategia de cara a la conquista del Estado. Y es que, es ese oscuro objeto de deseo, el Estado, el que trastorna día y noche las mentes de los dirigentes del KKE: ¿Cómo llegar a un acuerdo con el leviatán sin venderle el alma? ¿Cómo compatibilizar la fe en el estallido social con los caminos terrenales del acceso al Estado? ¿Cómo no convertirse en el futuro Tsipras que firme el siguiente memorándum impuesto por el próximo Reichsführer del Bundesbank?
Porque para el KKE, en verdad, la revolución resulta todo un acto de fe. De fe y de disciplina en el trabajo sindical. Pues resulta que, como buenos ortodoxos, los helenos sólo son capaces de observar, cuando intentan analizar los mecanismos de la revolución, el aparato del Estado. Por supuesto, la tradición obliga a mencionar la importancia del marxismo, de la lucha de clases y del partido comunista en la revolución. En la declaración los del KKE analizan muy de pasada el papel del partido proletario durante el proceso revolucionario: su tarea reside en esperar pacientemente que se conjuguen los factores objetivos y subjetivos de la revolución, convergencia en la que el partido —en contra de las lecciones que Lenin nos enseña y que veíamos en un epígrafe anterior— no interviene. El papel del partido comunista consiste en resistir en el desconcertante mundo de la gran lucha de clases “armado con elaboraciones teóricas y con la predicción de los acontecimientos basada en la cosmovisión marxista-leninista.” Y cuando su ciencia de la predicción se lo permita, decretarán aquello de mañana sol y buen tiempo —un día antes, para que Tsipras y el Reichsführer no sospechen demasiado— y su partido será “capaz de dirigir el levantamiento revolucionario de la clase obrera.”
Aquí encontramos en su paródico agotamiento, fuera de tiempo y lugar, completamente caducas como fuente histórica de revolución, algunas de las premisas que se agotaron con el Ciclo de Octubre: El partido está limitado a la organización de la vanguardia, cuyo atributo es portar el marxismo en su reducción epistémica —para conocer una realidad objetiva que le es ajena, de la que no forma parte—, empujando al movimiento de masas —al que necesariamente sólo puede estar ligado mediante los mecanismos espontáneos que el propio movimiento genera, es decir, el sindicato y su programa reformista de medidas básicas de turno—, a la insurrección. En este último punto reconocemos que hemos sido extremadamente generosos —un lujo que el proletariado revolucionario ni puede ni debe permitirse con el enemigo de clase— dado que no podemos más que intuir que la insurrección es lo que se esconde detrás de los eufemismos, tales como “levantamiento” y “derrocamiento” revolucionarios, que usa el KKE en su discurso. No obstante, la única certeza es que los griegos —y aquí hablan en nombre de un segmento del MCI mucho más amplio que el del simple pro-sovietismo—, a 146 años de la gesta comunera, a una centuria de Octubre y después de un siglo en que el proletariado y las masas de los pueblos oprimidos han luchado por la emancipación en insurrecciones, guerras de liberación nacional, guerras civiles y guerras populares, carece de línea militar. ¡El KKE considera que el Partido Comunista no necesita una línea militar proletaria! Y si resultase que sí la tiene, guardada a buen recaudo en las mentes de sus cabecillas —el KKE y todos aquellos revisionistas del signo que fueren, incapaces de ver más allá de la fortaleza imperialista que protege el Frontex—, su actitud sería algo más que indigna de comunistas, sería simplemente reaccionaria, pues estarían sacrificando la educación revolucionaria de la vanguardia, hipotecando el único futuro posible para la emancipación de la Humanidad, por defender la legalidad de sus organizaciones.
En cuanto a la Komintern propiamente dicha, exponen:
“Sin embargo, la experiencia positiva de la Revolución de Octubre no fue asimilada y no prevaleció a lo largo de la existencia de la Internacional Comunista. En cambio, a través de un curso contradictorio, prevaleció en gran medida el concepto estratégico que, en general, planteaba como objetivo un poder o un gobierno de tipo intermedio entre el poder burgués y obrero, como poder transitorio hacia el poder socialista.”
El KKE todavía no se atreve a desarrollar este planteamiento, indicando que debe realizar un estudio más profundo y exhaustivo sobre la cuestión —y es que un partido hecho y derecho que alardea de ser centenario, no ha encontrado tiempo para ello—, aunque sí abre un abanico de “factores y dificultades que contribuyeron a la prevalencia de elaboraciones estratégicas problemáticas”. Entre estos factores, el KKE destaca:
“Pocos años después de la victoria de Octubre, retrocedió la ola del levantamiento revolucionario del movimiento obrero y particularmente después de la derrota de la revolución en Alemania en 1918 y en Hungría en 1919, mientras que algunos partidos comunistas no aprovecharon de la creación de condiciones de situación revolucionaria en aquella época. A continuación, después de 1920, los países capitalistas fuertes superaron temporalmente la crisis económica y se estabilizaron. La mayoría de los trabajadores sindicalizados fue atrapada en los partidos socialdemócratas, en algunos de los cuales estaba en curso una lucha intensa en su interior, como en Italia y Alemania. Al mismo tiempo, se agudizó el enfrentamiento en el Partido Comunista de toda la unión (bolcheviques) entre las fuerzas que consideraban que la construcción socialista fue imposible sin la victoria de la revolución socialista en los países capitalistas desarrollados del Occidente (Trotsky, etc.) y las fuerzas lideradas por Stalin que argumentaban que el poder soviético debería dar prioridad a la dirección de construcción socialista.”
Si nos fijamos, el KKE expone estos factores abiertamente como contingencias de carácter político, en ningún caso las plantea desde el punto de vista histórico. El punto de partida del KKE impide desde el primer momento acudir a las bases históricas en que se conforma el sujeto revolucionario, lo que es hasta cierto punto coherente en la concepción del KKE, dado que ese sujeto no tiene historicidad, pues es externo a las leyes materiales de la sociedad y su tarea es organizarse para vigilar su cumplimiento.
Ya hemos hablado anteriormente de estas bases, siendo el eje de las mismas el cruce histórico, y político en el caso ruso, de la revolución burguesa y la revolución proletaria. Cabe añadir a lo dicho —que el sujeto revolucionario sí forma parte de este marco objetivo material concreto y es en éste en el que realiza el balance de su propia experiencia inmediata—, que el análisis que los bolcheviques, que cumplen su labor como auténtica vanguardia de la Komintern, realizan y va codificándose en táctica general del comunismo internacional, integra una serie de aspectos contradictorios con lo nuevo que florece en Octubre. Por citar muy sucintamente algunos ejemplos, indicados desde la LR en más ocasiones[20]: primero, la Komintern, aunque Octubre demuestra que el factor subjetivo-consciente es la primera y principal condición de la revolución proletaria, va diseñando su táctica política en función de los flujos y reflujos del movimiento espontáneo de masas, especialmente en Europa; segundo, en la teoría del imperialismo que los bolcheviques desarrollan, ocupa un papel primordial la comprensión de la aristocracia obrera como todo un sector de la clase obrera que se ha pasado, con sus instrumentos y su bagaje político, a las filas de la reacción imperialista mundial. Pero la IC desarrolla una táctica —Frente Único— que pone el acento en los líderes sobornados del movimiento obrero, reduciendo este fenómeno social y de clase a una capa de individuos que han corrompido los viejos instrumentos de la clase obrera; y tercero, al calor de la ley del desarrollo desigual del capitalismo, Lenin empieza a plantear —ya en 1915[21]— la posibilidad del socialismo en un solo país, pero los bolcheviques siguen sosteniendo el ideal decimonónico de la revolución como proceso inmediato e ininterrumpido en Europa —al estilo de la primavera de los pueblos—, después de 1917.
Todos estos elementos contradictorios se adhieren al esquema revolucionario que plantea la Komintern, forman parte del paradigma de Octubre, porque aunque políticamente ya se han demostrado ineficaces (ejemplo del bolchevismo y la revolución que dirige), históricamente todavía están presentes, ya decrecientemente, en el marco general de la lucha de clases. Sin embargo, en los factores y dificultades que el KKE trae a colación, este partido —desde luego consecuente en la reducción cientificista y positivista del marxismo— no ve más que una sucesión lineal de datos positivos. Vayamos uno a uno.
El primero de los factores que indica el KKE es el retroceso de la oleada revolucionaria con las derrotas en Alemania y Hungría, más las situaciones revolucionarias no aprovechadas por algunos partidos comunistas —a los que los griegos prefieren mantener en el anonimato. Pero resulta que esas derrotas se dieron sobre la base de la victoria en las condiciones que el KKE presupone: situación revolucionaria determinada por la crisis política del Estado e insurrección obrera que lleva a los comunistas al poder. Y es que sobre esa línea insurreccional se movía el proletariado revolucionario en Europa hace un siglo, cuando el proletariado apenas tenía experiencia como clase revolucionaria. Así, para no perder la ola ascendente del movimiento de masas y pretendiendo que la Revolución de Octubre debía ser desencadenante inmediato del triunfo del socialismo en Europa, las recién creadas secciones nacionales de la Komintern se lanzan a por las grandes masas y, carentes de instrumentos revolucionarios para encuadrar a estas masas, pues estos partidos son sólo el destacamento organizado de la clase obrera, no expresan fusión de vanguardia y masas, y carentes de todo el bagaje teórico y político del bolchevismo, observan como medio para embridar a las masas, para que su espontánea movilización no se disuelva, dos opciones: la insurrección o acuerdos coyunturales con gobiernos socialdemócratas.
El segundo argumento es la superación de la crisis capitalista como factor que posibilita que los trabajadores sindicalizados queden atrapados por los partidos socialdemócratas ¡¿Es que esos trabajadores no estaban ya atrapados en los principales órganos de encuadramiento de la socialdemocracia, los sindicatos?! Aquí podemos comprobar cómo el revisionismo moderno es ese resultado positivo de la derrota del proletariado revolucionario. Ya hemos indicado que la línea de Frente Único que se aprueba en el III Congreso de la Komintern, en 1921, entraba en contradicción con otros lineamientos abiertos ya por la experiencia del proletariado revolucionario en Rusia: viene a respaldar la tesis del partido comunista como resultado de la unión de la vanguardia como destacamento organizado de la clase obrera —frente a la tesis leninista del partido como unión dialéctica de vanguardia y masas—; así, dando por supuesto que estos destacamentos son partido comunista, el peso bascula hacia las masas, hacia cómo conquistarlas para la política revolucionaria, pero sin trastocar los órganos sociales en los que se encuentran ya encuadradas, los sindicatos, perdiendo de vista que estos organismos se han quedado anticuados en la época del imperialismo y se corresponden con los intereses de la aristocracia obrera, y más que en ningún sitio en los países imperialistas; y que las verdaderas masas que hay que desplazar hacia el programa comunista cuando el partido está (re) constituido, son las masas más atrasadas y apáticas.
Como los propios bolcheviques habían indicado unos años antes, en el contexto de lucha de dos líneas entre internacionalistas y socialchovinistas:
“Lo importante es que, económicamente, ha madurado y se ha consumado la deserción de una capa de la aristocracia obrera hacia la burguesía; y este hecho económico, este cambio en las relaciones de clases, hallará forma política, una u otra, sin mayor «dificultad». (…) Algunos de los actuales dirigentes socialchovinistas, pueden volver al proletariado. Pero la tendencia socialchovinista o (lo que es lo mismo) oportunista no puede desaparecer ni "volver" al proletariado revolucionario.”[22]
En cuanto al tercer factor, el enfrentamiento en el Partido Bolchevique, es decir, el Gran Debate que entre 1924-1926[23] se desarrolla en el seno del partido revolucionario en la Unión Soviética…Si reconocemos la tesis marxista de que la lucha de clases es el motor de la historia y que el partido se fortalece depurándose —o lo que es lo mismo, la lucha de dos líneas como motor de desarrollo del movimiento revolucionario—, vemos fácilmente que el Gran Debate —revolución permanente versus socialismo en un solo país— es, entre otras cosas, el esfuerzo que la vanguardia bolchevique realiza para clarificar sus posiciones en torno al curso que debe seguir la RPM y que afecta particularmente a la táctica política a seguir por el partido comunista bajo la dictadura del proletariado en la primera base de apoyo de la RPM… ¿Qué es lo que perturba a los del KKE del Gran Debate? ¿Por qué consideran que el mismo fue factor o dificultad que favoreció una estrategia problemática de la Internacional? ¿El mismo desarrollo del debate en el seno del partido les parece un problema? ¿O tal vez consideran inadecuada la línea bolchevique que sale reforzada en esta fase de la lucha de clases en la URSS? Por supuesto, la lucha de dos líneas en el partido de vanguardia de la Komintern se reflejó en el conjunto del MCI y se dejó sentir especialmente en partidos donde la lucha política de fracciones estaba más enconada, como en el Partido Comunista de Alemania —KPD, por sus siglas en alemán— en los primeros años de los 1920. Sin embargo, en cuanto a la línea a seguir por los comunistas en Alemania, las diferencias entre los bolcheviques eran esencialmente de carácter táctico. En todo caso, el KKE nuevamente no dice nada, más allá de esa relación general de factores que realiza.
El breve recorrido del KKE por la experiencia del MCI en los tiempos de la Komintern deja alguna idea planteada más:
“El esfuerzo complejo de la política de asuntos exteriores de la URSS para retrasar lo más posible el ataque imperialista y utilizar las contradicciones entre los centros imperialistas en esta dirección, está relacionada con importantes alteraciones y cambios en la línea de la Internacional Comunista que desempeñaron un papel negativo en el curso del movimiento comunista internacional en las décadas siguientes. (…) Estos cambios, objetivamente, atrapaban la lucha del movimiento obrero bajo la bandera de la democracia burguesa. (…) No señalaba la tarea estratégica imperativa de los Partidos Comunistas de combinar la concentración de fuerzas con la lucha por la liberación nacional o con la lucha antifascista por el derrocamiento del poder burgués, utilizando las condiciones de la situación revolucionaria, que se habían formado en una serie de países.”
Parece que el partido griego no está dispuesto a abandonar el eclecticismo ni en los momentos más intensos y reales de su análisis. Hablando en plata, en la línea de la Komintern cada vez tenían más peso los intereses de la URSS en tanto Estado, entrando en contradicción la política exterior soviética con el impulso de revoluciones proletarias. Una de las etapas finales de esta situación sería la línea de Frente Popular, donde abiertamente la lucha revolucionaria del proletariado es desplazada por una alianza estratégica con la burguesía para frenar al fascismo.
Buen ejemplo es la guerra civil en España, donde tomando la línea del VII Congreso de la Komintern, el PCE sigue una política revisionista: abandona abiertamente la revolución[24], convirtiéndose en el partido militar de la República, y recompone un orden burgués que se había venido abajo en el verano de 1936, cuando emergieron heroicas las masas revolucionarias en armas. Y esto, mientras se esperaba el reconocimiento, que nunca llegó, por parte de las principales potencias imperialistas y colonialistas de la época, como Francia y Reino Unido.
El otro gran ejemplo en Europa es precisamente Grecia, donde las masas dirigidas por el KKE expulsan al fascismo alemán de su suelo nacional. A partir de ahí el KKE va cediendo una a una sus posiciones, militares y políticas, ante una burguesía helena cuyo gobierno —un títere del imperialismo británico— estaba exiliado. Por supuesto, en cuanto los comunistas se desarman son pasados a cuchillo por la reacción. Aunque tarde, el KKE rectifica su línea de postración ante la burguesía, iniciándose en 1946 la guerra civil.[25]
El problema fundamental del KKE es el del marxismo dominante tras el cierre del Ciclo de Octubre. Es incapaz de comprender la dialéctica de la RPM y sólo puede entenderla como una sucesión lineal de contingencias políticas. Su análisis pretende reconstruir la historia, rehacerla retirando sus aspectos negativos para quedarse con los positivos. Trata de “retomar” algunos aspectos sobre la teoría del Estado que resultan básicos para cualquier observador —tales como que el Estado es un órgano clasista, lo que para el KKE, un partido que estuvo por la perestroika, no deja de ser un avance—, sin tener en cuenta toda la experiencia de un siglo de revolución proletaria. Pero el problema aquí no reside ni tan siquiera en la deficitaria concepción respecto del Estado que acarrea este partido revisionista —o, mejor dicho, tal déficit no cubre por sí mismo todos los límites que atesora la línea del revisionismo. El problema es que para el KKE —como para el revisionismo en general— el Estado es una isla en medio del océano. El único instrumento material en que encuentra algo de solidez para su estrategia política basada en el movimiento espontáneo de masas. La línea del MCI durante el Ciclo de Octubre fue agregando multitud de expedientes tácticos concretos, convertidos en principios y doctrina que a la postre liquidarán la independencia del comunismo como movimiento revolucionario. La dinámica histórica en que se despliega la RPM tiene mucho que ver con ello: la percepción insurreccional de la revolución proletaria y la comprensión del partido como destacamento que debe presionar externamente sobre el movimiento de masas para conducirlo hacia el Estado, ayudó enormemente a que el marxismo —ya de por sí concebido en términos deterministas y cientificistas— acabara reducido a una teoría política, en un proceso que se retroalimenta. Véase el propio devenir del MCI, pasando de ser portador de un proyecto revolucionario y universal de emancipación a un agregado de resistencias corporativas:
“El movimiento obrero nació con vocación universal. La Internacional dio carta de naturaleza a este espíritu cosmopolita. Pero el oportunismo, el reformismo y el revisionismo que terminaron dominándole —y que reflejaban tanto el origen espontaneísta de su nacimiento como el interés del capital por dividir a su enemigo— fueron minando aquella voluntad para disgregarla entre particularismos de todo tipo. Desde luego, este escenario terminará favoreciendo la aparición de las condiciones que permitirán a la vanguardia comprender, por fin, que no es posible el retorno hacia una construcción universal del movimiento obrero más que como movimiento revolucionario, como Partido Comunista, y que este proyecto nada tiene que ver con la simple unión de esos distintos frentes reivindicativos. Más aún, ésta es, en realidad, la vía contrarrevolucionaria de construcción del movimiento obrero.”[26]
La experiencia del primer partido obrero de nuevo tipo abre la vía política e ideológica para situar la conciencia al mando, para ver en el sujeto revolucionario y su desarrollo el aspecto central del proceso revolucionario. De la Conciencia Revolucionaria al Partido Comunista y del Partido Comunista a la Dictadura del Proletariado, ése es el curso dialéctico que sigue la experiencia bolchevique. Pero en las condiciones en que la vanguardia marxista de la época se hallaba inmersa, la atención se fija esencialmente en la táctica a seguir para conducir a las masas hacia el Estado. Por eso, precisadas las 21 condiciones de acceso a la Komintern en 1920, que en su contexto histórico determinado actuaron como verdadera base de unidad partidaria del proletariado revolucionario a nivel mundial, y unida la vanguardia comunista en torno a la aceptación política de estas condiciones, los partidos se dan por constituidos. Lo que a corto plazo, en cuanto merme el ascensional torrente de masas en Europa, creará serias dificultades a los partidos comunistas, que acabarán retornando a la posición de ala radical y consciente del movimiento obrero. Agotado el primer impulso del voluntarismo revolucionario de la vanguardia comunista —aquélla que señaló con las armas en la mano que la apuesta histórica del comunismo no pasaba por la construcción del movimiento a través de la resistencia—, con las derrotas de las insurrecciones proletarias en Europa, la vanguardia dará un paso atrás para buscar el medio de dirigir y dar forma al movimiento espontáneo: y de su iniciativa voluntarista, que todavía carecía del suelo de masas necesario, pasará a buscar un sostén en la unidad táctica con los socialdemócratas, incluyendo la posibilidad de gobiernos obreros con apoyo comunista bajo la dictadura de la burguesía.
Pero en primera instancia, no se trataba de algo tan simple como la mera subversión de la teoría —marxista— del Estado. Un año después del imprescindible informe de Lenin sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado al I Congreso de la Komintern, el bolchevique, al defender la necesidad de que los comunistas participen en los parlamentos burgueses, acaba sugiriendo a los comunistas ingleses la posibilidad de apoyar —del mismo modo que la soga sostiene al ahorcado— un gobierno laborista, poniendo sus esperanzas en que el mismo, al mostrar su incapacidad para satisfacer las necesidades inmediatas de las masas, facilitase que éstas virasen más fácilmente hacia los comunistas. En diciembre de ese mismo año, el KPD apoya el gobierno regional de los socialdemócratas en Sajonia. Y para 1922, en el IV Congreso de la Komintern, la consigna de gobierno obrero se ha generalizado, apareciendo en las resoluciones del congreso de una forma lo suficientemente amplia para que bajo su definición convivan la dictadura del proletariado y la democracia burguesa[27].
La lógica histórica en que se inscriben los primeros pasos del sujeto consciente, durante el primer Ciclo de la RPM, está determinada por esa imbricación de revoluciones —burguesa y proletaria—, que hizo que la vanguardia pudiera considerar al movimiento espontáneo de masas como una fuerza en sí misma revolucionaria. Ésa era la lección inmediata que le reportaba el siglo XIX, donde el proletariado en formación debió aliarse con los sectores radicales de la burguesía a la vez que se cohesionaba como clase, con la serie de elementos que esto reportó para el discurso revolucionario: esa concepción espontánea-insurreccional del curso de la revolución proletaria, en donde el partido es el ala extrema del movimiento de masas, con el que pretende fundirse de manera inmediata para dirigirlo —no para revolucionarlo, pues en sí mismo ya traería ese atributo demoledor del orden de cosas. De este modo, incluso cuando la experiencia revolucionaria del proletariado empieza a anunciar formas completamente nuevas —el partido obrero de nuevo tipo, esto es, la materialización de la praxis revolucionaria que Marx había enunciado desde la crítica—, el medio objetivo material en que se desenvuelve el sujeto y que, de hecho, le ha servido de impulso necesario, media en la compresión de su propia experiencia, favoreciendo que se fije en lo ya dado, en lo que la sociedad en su movimiento espontáneo le ofrece —sean las masas, sea el Estado—, antes que en su propia construcción independiente como verdadero y único hacedor de la revolución.
Hacia un nuevo Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial
Si el necesario punto de partida de la revolución proletaria es el Partido Comunista, el sujeto consciente como movimiento revolucionario de masas, la primera tarea de los comunistas pasa por comprender cuáles son los instrumentos y mecanismos necesarios para recorrer el camino que actualmente nos separa de la (re)constitución efectiva del partido obrero de nuevo tipo.
El “comunismo” dominante se divide entre quienes consideran que su destacamento ya es el partido, como es el caso del KKE, y quienes consideran que su organización particular todavía no es ese partido. Pero unos y otros desarrollan la misma práctica política, consideran que la tarea de los comunistas es siempre acudir al movimiento espontáneo de la clase obrera con el fin de organizarlo y dirigirlo. Los comunistas no desarrollan ninguna labor cualitativamente distinta a la del viejo y resabiado secretario sindical. La revolución será, para el revisionismo, el desarrollo gradual del estado de cosas, la construcción desde abajo de una alternativa al capitalismo. En un asombroso ejercicio de sofistería nos los explica el KKE, mediante su teoría del partido de derrocamiento revolucionario que actúa en condiciones no revolucionarias:
“Hay una contradicción objetiva que rige cada partido comunista, cada movimiento obrero revolucionario que actúa en condiciones no revolucionarias. Esta contradicción tiene que ver con el hecho de que mientras el Partido Comunista es un partido de derrocamiento revolucionario, no actúa en condiciones que favorezcan el derrocamiento revolucionario.”[28]
Una vez más, el KKE nos indica que la vanguardia revolucionaria no genera revolución, sino que simplemente se encuentra a la espera de poder intervenir en circunstancias favorables a la revolución. El partido que dedica todos sus esfuerzos al reagrupamiento del movimiento obrero y sindical, a dotar de un programa básico de reivindicaciones a los movimientos de resistencia, porta una ciencia predictiva que le ha permitido comprender, como recuerda en la declaración mencionada, que para una situación revolucionaria:
“…la experiencia histórica ha demostrado como factores importantes la manifestación de una crisis capitalista sincronizada, combinada con el estallido de la guerra imperialista.”
Pero al contrario de lo que consideran los diversos actores del revisionismo, es el cumplimiento de las tareas que la táctica-Plan demanda a la vanguardia comunista lo que va creando las condiciones de una situación revolucionaria. Como veíamos al repasar la experiencia del bolchevismo, esas tareas de construcción del movimiento revolucionario se dividen, desde el punto de vista de su naturaleza, en dos grandes etapas.
La primera etapa es la de reconstitución del Partido Comunista. Esta tarea abarca la reconstitución ideológica y política del comunismo. El objetivo es acumular fuerzas de vanguardia desde la lucha de dos líneas en torno al Balance del primer Ciclo de la RPM y la Línea General de la revolución, así como la lucha contra otras corrientes oportunistas que pugnan por ser hegemónicas dentro del movimiento obrero. Esta lucha permite ir precisando los principios generales y, en la medida que se conquista hegemonía entre esta vanguardia teórica, se pasa a definir la Línea Política, entrando en contacto con los sectores más avanzados del movimiento práctico de la clase. En última instancia, cuando en este proceso se empiezan a generar organismos de combate contra el oportunismo y el reformismo en el movimiento de masas, la Línea Política se concreta como Programa, cerrando la conquista de la vanguardia práctica y pasando inmediatamente a la conquista de las masas hondas y profundas de la clase. Estos tres momentos —Línea General-Línea Política-Programa— se identifican con tres etapas, de defensiva, equilibrio y ofensiva estratégica política, cuya relación interna es dialéctica: el paso a la siguiente incorpora a la anterior sobre una nueva y superior base: de la vanguardia teórica a la vanguardia práctica y de ésta a las grandes masas. Cuando la vanguardia ha cumplido los requisitos ideológicos, organizativos y políticos de esta fase pre-partidaria, puede concluirse que las condiciones de fusión entre vanguardia y masas han madurado y el Partido Comunista está reconstituido.
Así, el proceso de construcción del movimiento revolucionario entra en su segunda etapa: inicio efectivo de la revolución proletaria mediante la construcción de los organismos necesarios para implantar la dictadura del proletariado. Así, la línea de masas opera un salto cualitativo, expresando el salto de la política a la guerra. El Partido Comunista pasa a la guerra civil y la línea de masas se basa en acumular fuerzas de masas pasando de masas desmovilizadas a masas militarmente organizadas —aquellos sectores apáticos que se desplazan políticamente al campo de la revolución por su experiencia propia. Los organismos que se generan para seguir construyendo el movimiento revolucionario son el Ejército y el Frente —Nuevo Poder— y la línea militar proletaria que conduce al Partido durante la guerra civil es la línea estratégica de Guerra Popular. En esta fase de la revolución proletaria hay una dualidad de poderes entre el viejo poder de la burguesía y el nuevo poder de las masas revolucionarias organizadas y dirigidas por el Partido Comunista. La Guerra Popular, tal como nos enseña la experiencia de la revolución en China y, posteriormente, del PCP, se desenvuelve en tres etapas que van marcando el tipo de tareas a resolver y la correlación de fuerzas entre el movimiento comunista revolucionario y la reacción, defensiva, equilibrio y ofensiva estratégicas —fases del desarrollo militar de la revolución a las que se adecúan las fases políticas de la misma.
De este modo se construye la Dictadura del Proletariado mediante la línea de Guerra Popular —que se implementa en cuanto se ha reconstituido el partido—, y el Socialismo se expresa como auténtica fase inferior del comunismo. Y es que, en contra de la lectura metafísica que el revisionismo hace del socialismo[29] —pues para el revisionismo una vez conquistado el Poder, la distancia entre el socialismo y el comunismo habrá de recorrerse mediante desarrollo gradual, es decir, mediante el crecimiento de la producción y de las propiedades del Estado—, el capitalismo no representa un apéndice ajeno a este período histórico de transición. Al contrario, es su existencia, en tanto pervivencia de la división social del trabajo, la que determina al socialismo como necesaria mediación entre lo viejo y lo nuevo, en donde continúa la lucha de clases pues todavía no está decidido, como nos demuestra la experiencia histórica del Ciclo de Octubre, quién vencerá a quién, y en donde las masas revolucionarias movilizadas militarmente, dirigidas por el Partido Comunista y encuadradas ya sobre la base del Estado-Comuna, despliegan su dictadura revolucionaria omnímoda como único medio posible para desarrollar la Revolución Socialista —mediante revoluciones culturales— hasta el Comunismo.
Pero para tener esta visión respecto de las etapas y requisitos que debe recorrer el proceso revolucionario en general y el proceso de construcción del Partido Comunista en particular, en primer lugar debe contemplarse la RPM como proceso orgánico y unitario, cuyo carácter internacional está determinado por ser el decurso consciente del conjunto de procesos revolucionarios a escala mundial dirigidos por la clase de vanguardia de nuestra época, el proletariado revolucionario. Sin embargo, el economicismo espontaneísta que domina en el MCI impide realizar esta lectura de la experiencia histórica de la RPM. El revisionismo “occidental”, o al menos, el que domina en los países imperialistas —trotskistas, hoxhistas, pro-soviéticos— directamente es incapaz de tener en cuenta los procesos revolucionarios que se han desarrollado en Oriente —lo que muestra que su economicismo revisionista y reformista es expresión de los intereses de clase de la aristocracia obrera de los países imperialistas. Esto, unida a su lectura estrecha de la Revolución de Octubre los conmina a vagar por el mundo amarrados a la fe en una decimonónica insurrección cuando no, en muchos casos, resulta que su línea militar no es otra que la de sus mismos Estados imperialistas —o la del bloque imperialista alterno— a los que sirven de correa de transmisión.
Cerrado el Ciclo revolucionario que apertura Octubre, la RPM ha sufrido un profundo corte, una grave ruptura. Los comunistas debemos encarar esta situación sin ocultarnos tras las masas, sin escondernos en el movimiento espontáneo de la clase obrera. El proletariado revolucionario debe luchar en primer lugar por reconocerse en el contenido histórico de las revoluciones proletarias del pasado, por sintetizar sus lecciones universales devolviendo al marxismo a su posición de vanguardia. El ciclo de revoluciones del siglo XX nos lega un precioso bagaje, con unos cuantos sólidos pilares de talla universal —Ideología, Partido, Guerra Popular, Nuevo Poder— que marcan el sendero para que el sujeto revolucionario pueda reconstituir su ser. De hecho, esta restitución sobre la base de lo que un día fue, la praxis revolucionaria de la última clase de la historia, representa la primera fase que el sujeto consciente, hecho cenizas, debe recorrer para resurgir como el fénix y sumir de nuevo a sus enemigos —el oportunismo y el imperialismo— en el terror. La reconstitución ideológica del comunismo desde la lucha de dos líneas en torno al Balance del Ciclo de Octubre y la línea general de la RPM es la primera tarea práctica que debe acometer la vanguardia. En pleno 2017, a cien años de las épicas gestas que se iniciaron con las hazañas de los soldados y marinos rojos de Petrogrado, renunciar a esta tarea —o alterar su contenido específico y sustantivo— significa liquidar la obra del comunismo. Su pasado, su presente y su futuro.
A una centuria de la Gran Revolución Socialista de Octubre, que los comunistas reivindicamos como verdadera partera consciente del tiempo de guerras y revoluciones, y en medio de la derrota temporal que atraviesa el MCI, la reconstitución del comunismo, empezando por el Balance del Ciclo de Octubre, es esa necesaria mediación que ha de levantar al sujeto revolucionario abatido para que —de nuevo— conozca su condición y se disponga a ser el vencedor del mañana, tal como nos enseña un comunista que escribía poemas, llamado Brecht, en su Loa a la dialéctica:
¡Que se levante aquel que está abatido!
¡Aquel que está perdido, que combata!
¿Quién podrá contener al que conoce su condición?
Pues los vencidos de hoy son los vencedores de mañana
y el jamás se convierte en hoy mismo.
Comité por la Reconstitución
Diciembre de 2017