Nacionalismo frente a marxismo revolucionario

La cuestión nacional y el derecho de autodeterminación de las naciones en la línea y el programa del marxismo-leninismo

La historicidad del fenómeno nacional para el marxismo

Para el marxismo revolucionario, la nación es una categoría histórica, sujeta como tal al devenir propio de la materia social; es, en concreto, un producto histórico del capitalismo, llamado a desaparecer tras el triunfo del comunismo a escala planetaria. Stalin definió la nación, en su célebre trabajo El marxismo y la cuestión nacional (1913), como “(…) una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura.[1]

Sin embargo, antes de llegar a la clarificación conceptual sobre la categoría nación aportada por el georgiano, el comunismo revolucionario, desde Marx y Engels, hubo de pasar por un largo sendero, repleto de vericuetos, pasos en falso y rupturas de la continuidad. Las primeras alusiones más o menos explícitas al problema nacional aparecieron en La ideología alemana (1845) y en el Manifiesto comunista (1848); en el Manifiesto, en concreto, los dos revolucionarios plantearon que, como consecuencia de la internacionalización del capital, los contrastes entre naciones cada vez se diluían más, sentando ello las bases objetivo-materiales para la edificación consciente del comunismo en todo el orbe. En la temprana fecha de 1846, después de la insurrección de Cracovia, Marx abogó por el derecho a la autodeterminación de Polonia (en los 60, con la AIT, se reafirmaría en su postura concreta sobre Polonia). Tanto Engels como Marx escribieron largo y tendido, como es sabido, acerca de las nacionalidades eslavas, así como alrededor del problema de Irlanda[2] y los movimientos de liberación nacional de los pueblos sojuzgados por el Imperio otomano. Empero, los dos comunistas alemanes trataron el problema nacional de manera no sistemática, sino dispersa, y a menudo mediante intercambios epistolares (pese a que el hecho nacional merodeó por la práctica totalidad de su producción teórica). A todo ello hay que agregar el hecho de que los dirigentes de la II Internacional (1889-1914) no leyeron una parte importante de los textos de Marx y Engels sobre la cuestión nacional (menos aún los relativos a Irlanda).[3] En todo caso, no sería correcto colegir de esta evidencia intrahistórica del primer marxismo sobre el problema nacional que ni Marx ni Engels esbozaron los elementos fundamentales de la línea general proletaria acerca de la cuestión nacional (que, con posterioridad, Lenin y Stalin se encargarían de profundizar y sistematizar). ¡Y tanto que lo hicieron! Son varias las claves de bóveda de la orientación general y universal del marxismo con relación al problema nacional. Primeramente, la cuestión nacional se supedita siempre a la cuestión de clase, al fin supremo de la revolución proletaria internacional:

“Las distintas reivindicaciones de la democracia, incluyendo la de la autodeterminación, no son algo absoluto, sino una partícula de todo el movimiento democrático (hoy socialista) mundial. Puede suceder que, en un caso dado, una partícula se halle en contradicción con el todo; entonces hay que desecharla.”[4]

Además, la nación, como hecho objetivo (aunque dotado, como toda la materia social, de un elemento subjetivo), es una categoría histórica, transitoria, propia del capitalismo en todos sus estadios de desarrollo (si bien emerge en el periodo del capitalismo ascensional, aunque, en contraste con lo que difunde el oportunismo, el problema nacional se agudiza precisamente en el imperialismo, el capitalismo en descomposición). Por consiguiente, la nación es un producto y herramienta de la burguesía, que encarna una comunidad humana que posee una cierta continuidad histórica y que hunde sus raíces en el período de crisis de la sociedad feudal, el primer colonialismo, la correspondiente expropiación originaria (caracterizada por el propio Marx como un proceso violento, terrorista, despiadado), el desarrollo del capitalismo en su forma mercantil-comercial y la superación progresiva del fraccionamiento feudal, sobre todo bajo la forma de disolución paulatina de la propiedad parcelaria, hasta la unificación de los mercados en las diversas naciones (“[…] Uno de los principales símbolos —y quizá el más eficaz— de la unidad del estado moderno es la unificación de las monedas, que en Francia se realizó contra las monedas señoriales existentes, a principios del siglo XVI”[5]), cuyas relaciones y estructuras internas están históricamente determinadas, en última instancia, por el desarrollo de las fuerzas productivas, la división del trabajo y el intercambio interior.[6] Engels y Marx llegaron a aseverar que el capitalismo manufacturero lanza a las naciones a la competencia descarnada, a la lucha comercial (que desde ese momento adquiere una significación netamente política), que se dirime en forma de guerras, aranceles proteccionistas y prohibiciones. Por su parte, Kautsky (considerado como una autoridad por Lenin y todo el marxismo internacional hasta 1914) señaló en La nacionalidad moderna (1887) que para que la nación deviniera el organismo determinante de la vida económica fue necesario disolver la comunidad feudal de las marcas; gracias al desarrollo del capital comercial durante los siglos XIV, XV y XVI, pudo engendrarse la nación moderna.


La línea marxista de Lenin y Stalin en torno al problema nacional

En tanto que hijo revolucionario y díscolo de la democracia radical del período de las revoluciones burguesas (especialmente del jacobinismo galo, tan vilipendiado por el oportunismo nacionalista de nación oprimida como envilecido y usado como justificación para el chovinismo de gran nación por parte del oportunismo de la nación opresora), el marxismo-leninismo defiende el derecho de autodeterminación, la democracia consecuente (que no el democratismo nacionalista, es decir, la posición pequeñoburguesa que pretende construir positivamente un Estado para cada nación), como mediación para propiciar la unidad del proletariado y para acercar la finalidad suprema del comunismo en este campo: la fusión y la posterior disolución de las naciones en una nueva humanidad universalmente libre y autoconsciente.

Lenin manifestó, primeramente, en Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación (1914) que “[e]l interés de la unión de los proletarios, el interés de su solidaridad de clase exigen que se reconozca el derecho de las naciones a la separación”.[7] De ahí la importancia capital de comprehender la dialéctica entre la revolución socialista mundial y la democracia, la contraposición de naturaleza estratégica entre el principio clasista y el principio nacional; entre el comunismo revolucionario y la democracia, en suma. El derecho a la autodeterminación, desde la cosmovisión del marxismo-leninismo, únicamente puede significar en última instancia el derecho a crear un Estado independiente, que no puede ser privilegio de una sola nación:

Formar un Estado nacional autónomo e independiente sigue siendo por ahora, en Rusia, tan sólo privilegio de la nación gran rusa. Nosotros, los proletarios grandes rusos, no defendemos privilegios de ningún género y tampoco defendemos este privilegio. Luchamos sobre el terreno de un Estado determinado, unificamos a los obreros de todas las naciones de este Estado (…) depende de mil factores, desconocidos de antemano, si a Ucrania le cabrá en suerte formar un Estado independiente (…) estamos firmemente por lo que es indudable: el derecho de Ucrania a semejante Estado. Respetamos este derecho, no apoyamos los privilegios del gran ruso sobre los ucranios, educamos a las masas en el espíritu del reconocimiento de este derecho, en el espíritu de la negación de los privilegios estatales de cualquier nación.[8]

En palabras de Stalin, el derecho de autodeterminación no puede significar otra cosa que el hecho de que

“[S]ólo la propia nación tiene derecho a determinar sus destinos, que nadie tiene derecho a inmiscuirse por la fuerza en la vida de una nación, a destruir sus escuelas y demás instituciones, a atentar contra sus hábitos y costumbres, a poner trabas a su idioma, a restringir sus derechos (…) El derecho de autodeterminación significa que la nación puede organizarse conforme a sus deseos. Tiene derecho a organizar su vida según los principios de la autonomía. Tiene derecho a entrar en relaciones federativas con otras naciones. Tiene derecho a separarse por completo. La nación es soberana, y todas las naciones son iguales en derechos.[9]

Una de las premisas básicas de la línea internacionalista de Lenin, según la cual no se debe confundir la independencia política de las naciones con su independencia económica (esta última es incluso una aporía para el marxismo, en un sistema capitalista cada vez más internacionalizado), ya estaba en Kautsky. En La nacionalidad moderna (1887), el praguense afirmó que no existía un solo Estado moderno que fuera independiente por completo desde el punto de vista económico. Lenin, en su célebre trabajo Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación (1914), no hizo sino suscribir las tesis de Kautsky:

“Enseñar a Kautsky, dándose aire de importancia, que los pequeños Estados dependen económicamente de los grandes; que los Estados burgueses luchan entre sí por el sometimiento rapaz de otras naciones; que existen el imperialismo, que existen las colonias: todo esto son elucubraciones ridículas, infantiles, porque todo esto no tiene la menor relación con el asunto. No sólo los pequeños Estados, sino que también Rusia, por ejemplo, dependen por entero, en el sentido económico, de la potencia del capital financiero imperialista de los países burgueses ‘ricos’. No sólo los Estados balcánicos, Estados en miniatura, sino también la América del siglo XIX ha sido, económicamente, una colonia de Europa, según ha dicho ya Marx en El Capital. Todo esto lo sabe de sobra Kautsky, como cualquier marxista, pero nada de ello viene a cuento en la cuestión de los movimientos nacionales y del Estado nacional.”[10]

Dicho lo cual, recordemos que, para Lenin,

“(…) el capitalismo, que en su lucha contra el feudalismo fue el libertador de las naciones, se transforma, en la época imperialista, en el mayor opresor de las naciones. El capitalismo progresivo en otros tiempos es hoy reaccionario, y ha desarrollado hasta tal punto las fuerzas productivas que actualmente la humanidad se halla ante el dilema de pasar al socialismo o de sufrir durante años, durante decenios incluso, la lucha armada entre las ‘grandes’ potencias por la conservación artificial del capitalismo mediante las colonias, los monopolios, los privilegios y la opresión nacional de todo género.”[11]

Partiendo de tal premisa, es fundamental comprender además que el marxismo revolucionario es contrario al tratamiento abstracto del problema nacional, por lo que distingue el nacionalismo de la nación dominante del nacionalismo de la nación dominada. Sin embargo, ello no debe llamar a engaño, pues la concepción revolucionaria del mundo está contra todo nacionalismo:

“El marxismo no transige con el nacionalismo, por muy ‘justo’, ‘limpito’ y civilizado que éste sea. En lugar de todo nacionalismo, el marxismo propugna el internacionalismo”.[12]

El programa nacional del marxismo-leninismo es negativo, en el sentido de que combate toda forma de opresión o privilegio nacional, pero en ningún caso es positivo; es decir, no busca nacionalizar a las masas, no busca desarrollar ninguna cultura nacional, pues “[l]a consigna de cultura nacional es una superchería burguesa (y a menudo también ultrarreaccionaria y clerical)”, de ahí que la consigna del proletariado revolucionario sea “la cultura internacional de la democracia y del movimiento obrero mundial”[13]:

“Primero los objetivos nacionales, después los objetivos proletarios, dicen los nacionalistas burgueses (…) Los objetivos proletarios ante todo, decimos nosotros (…) Sí, indiscutiblemente debemos luchar contra toda opresión nacional. No, indiscutiblemente no debemos luchar por cualquier desarrollo nacional, por la ‘cultura nacional’ en general.”[14]

Amén de en forma negativa, la clase obrera revolucionaria plantea las reivindicaciones nacionales de modo condicional:

“(…) La burguesía coloca siempre en primer plano sus reivindicaciones nacionales. Y las plantea de un modo incondicional. El proletariado las subordina a los intereses de la lucha de clases (…) Lo que más interesa a la burguesía es que una reivindicación determinada sea ‘realizable’; de aquí la eterna política de transacciones con la burguesía de otras naciones en detrimento del proletariado. En cambio, al proletariado le importa fortalecer su clase contra la burguesía, educar a las masas en el espíritu de la democracia consecuente y del socialismo”.[15]

Asimismo, el derecho a la autodeterminación es la contraparte dialéctica necesaria de la fusión de los proletarios por encima de las barreras nacionales (la auténtica solución del problema nacional):

“En Rusia y en el Cáucaso han trabajado juntos los socialdemócratas georgianos + los armenios + los tártaros + los rusos, en una organización socialdemócrata única, más de diez años. Esto no es una frase, sino la solución proletaria del problema nacional. La única solución. Así fue también en Riga: los rusos + los letones + los lituanos; sólo los separatistas —el Bund— solían mantenerse apartados. Lo mismo en Vilna”.[16]

Por ello, la defensa del derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas no excluye, sino que presupone, la unión más estrecha y orgánica de los obreros de una nación y otra (hoy, de su vanguardia):

“(…) debilitar los vínculos y la alianza existentes hoy día, en el marco de un mismo Estado, entre el proletariado ucraniano y el gran ruso sería traicionar abiertamente al socialismo y equivaldría a seguir una política estúpida, incluso desde el punto de vista de los ‘objetivos nacionales’ burgueses de los ucranianos. (…) Si los proletarios gran rusos y ucranianos actúan unidos, la libertad de Ucrania es posible; sin esa unión no se puede hablar siquiera de tal libertad (…) Si el marxista ucraniano se deja arrastrar por su odio, absolutamente legítimo y natural, a los opresores gran rusos, hasta el extremo de hacer extensiva aunque sólo sea una partícula de ese odio, aunque sólo sea su apartamiento, a la cultura proletaria y a la causa proletaria de los obreros gran rusos, ese marxista se habrá deslizado a la charca del nacionalismo burgués. Del mismo modo el marxista gran ruso se deslizará a la charca del nacionalismo no sólo burgués, sino también ultrarreaccionario, si olvida, aunque sea por un instante, la reivindicación de la plena igualdad de derechos para los ucranianos o el derecho de éstos a constituir un Estado independiente (…) Los obreros gran rusos y ucranianos deben defender juntos, estrechamente unidos y fundidos (mientras vivan en el mismo Estado) en una sola organización, la cultura general o internacional del movimiento proletario, mostrando absoluta tolerancia en cuanto al idioma en que ha de hacerse la propaganda y en cuanto a la necesidad de tener presentes en esta propaganda las particularidades puramente locales o puramente nacionales. Tal es la exigencia incondicional del marxismo. Cualquier prédica a favor de la separación de los obreros de una nación con respecto a los de otra, cualquier ataque contra la ‘asimilación’ marxista, cualquier intento de oponer en las cuestiones relativas al proletariado una cultura nacional en conjunto a otra cultura nacional aparentemente única, etc., es nacionalismo burgués, contra el que se debe llevar a cabo una lucha implacable”.[17]

“En nuestros días, sólo el proletariado defiende la verdadera libertad de las naciones y la unidad de los obreros de todas las nacionalidades. Para que las distintas naciones convivan en paz y libertad o se separen (si es más conveniente para ellas) y formen diferentes Estados, es indispensable la plena democracia, defendida por la clase obrera. ¡Nada de privilegios para ninguna nación, para ningún idioma! ¡Ni la menor opresión, ni la más mínima injusticia respecto de una minoría nacional!: tales son los principios de la democracia de la clase obrera (…) Los obreros con conciencia de clase son partidarios de la total unidad entre los obreros de todas las naciones en todas las organizaciones obreras de cualquier tipo: culturales, sindicales, políticas, etc. (…) Los obreros no permitirán que se los divida mediante discursos empalagosos sobre la cultura nacional o ‘autonomía cultural’. Los obreros de todas las naciones defienden juntos, unánimes, la total libertad y la total igualdad de derechos, en organizaciones comunes a todos, y esa la garantía de una auténtica cultura (…) Al viejo mundo, al mundo de la opresión nacional, los obreros oponen un nuevo mundo, un mundo de unidad de los trabajadores de todas las naciones, un mundo en el que no hay lugar para privilegio alguno ni para la menor opresión del hombre por el hombre”.[18]

Los protectores “rojos” de las fronteras estatales impuestas suelen rechazar el derecho de autodeterminación por amenazar la “unidad nacional”, por incentivar la “destrucción del Estado” (¡ya es de por sí significativo del grado de oportunismo que un sedicente marxista se “espante” por la destrucción de “su” Estado, cuando justamente el comunismo revolucionario es el mayor y más radical enemigo del Estado moderno!). En primer lugar, como todo marxista-leninista sabe, es precisamente abogando por una democracia consecuente desde el punto de vista de la cuestión nacional —lo que entraña forzosamente defender el derecho a la secesióncomo se minimiza el “peligro” de “disgregación estatal”:

“El señor Kokoshkin quiere convencernos de que el reconocimiento del derecho a la separación aumenta el peligro de ‘disgregación del Estado’ (…) Desde el punto de vista de la democracia en general, es precisamente al contrario: el reconocimiento del derecho a la separación reduce el peligro de la ‘disgregación del Estado’”.[19]

En segundo lugar, y lo que es más importante, los proletarios conscientes no subordinamos la unidad de los obreros a la unidad del Estado:

“Se nos dice que Rusia se disgregará en repúblicas aisladas, pero no debemos temerlo. Por muchas que sean las repúblicas independientes no tendremos miedo a eso. Lo importante para nosotros no es por dónde pasa la frontera del Estado, sino mantener la alianza de los trabajadores de todas las naciones para luchar contra la burguesía, cualquiera que sea la nación a que pertenezca”.[20]

Por todo ello, es evidente para cualquier revolucionario que

“[l]os intereses de la clase obrera y de su lucha contra el capitalismo exigen una completa solidaridad y la más estrecha unión de los obreros de todas las naciones, exigen que se rechace la política nacionalista de la burguesía de cualquier nacionalidad. Por ello, sería apartarse de las tareas de la política proletaria y someter a los obreros a la política de la burguesía, tanto si los socialdemócratas se pusieran a negar el derecho a la autodeterminación, es decir, el derecho de las naciones oprimidas a separarse, como si los socialdemócratas se pusieran a apoyar todas las reivindicaciones nacionales de la burguesía de las naciones oprimidas (…) para luchar con éxito contra ella [la explotación] se exige que el proletariado sea independiente del nacionalismo, que los proletarios se mantengan en una posición de completa neutralidad, por así decir, en la lucha de la burguesía de la diversas naciones por la supremacía. En cuanto el proletariado de una nación cualquiera apoye en lo más mínimo los privilegios de ‘su’ burguesía nacional, este apoyo provocará inevitablemente la desconfianza del proletariado de la otra nación, debilitará la solidaridad internacional de clase de los obreros, los desunirá para regocijo de la burguesía. Y el negar el derecho a la autodeterminación, o a la separación, significa indefectiblemente, en la práctica, apoyar los privilegios de la nación dominante”[21].

La democracia más congruente al afrontar el problema nacional no solo no es una “hipoteca” del proletariado, sino que es, de facto, la base política para que la guerra civil revolucionaria entre explotados y explotadores sea posible:

“Sin una organización realmente democrática de las relaciones entre las naciones —y, por consiguiente, sin libertad de secesiónla guerra civil de los obreros y de los trabajadores en general de todas las naciones contra la burguesía es imposible”.[22]

Obreros y trabajadores —de Rusia, en este caso, pero el ejemplo es extensible a toda la clase obrera de los países imperialistas y opresores— que en modo alguno están interesados

“(…) en las anexiones, en la política imperialista, en los beneficios del capital bancario, en las ganancias que proporcionan los ferrocarriles de Persia, en los puestos lucrativos en Galitzia o en Armenia, en la restricción de la libertad en Finlandia”.[23]

Por ello, la vanguardia debe educarse a sí misma y al conjunto de la clase en el espíritu de lo que Lenin definió a la perfección en los siguientes términos:

“[La] educación [internacionalista proletaria] (…) ¿puede ser concretamente igual en las grandes naciones, en las naciones opresoras, que en las pequeñas naciones oprimidas (…)? Evidentemente, no. El camino hacia el objetivo común —la completa igualdad de derechos, el más estrecho acercamiento y la ulterior fusión de todas las naciones— sigue aquí (…) distintas rutas concretas (…) Si el socialdemócrata de una gran nación opresora, anexionadora, profesando, en general, la teoría de la fusión de las naciones, se olvida, aunque sólo sea por un instante, de que ‘su’ Nicolás II, ‘su’ Guillermo, ‘su’ Jorge, ‘su’ Poincaré, etc., etc., abogan también por la fusión con las naciones pequeñas (por medio de anexiones) —Nicolás II aboga por la ‘fusión’ con Galitzia, Guillermo II por la ‘fusión’ con Bélgica, etc.—, ese socialdemócrata resultará ser, en teoría, un doctrinario ridículo y, en la práctica, un cómplice del imperialismo. El centro de gravedad de la educación internacionalista de los obreros de los países opresores tiene que estar necesariamente en la prédica y en la defensa de la libertad de separación de los países oprimidos. De otra manera, no hay internacionalismo. Tenemos el derecho y el deber de tratar de imperialista y de canalla a todo socialdemócrata de una nación opresora que no realice tal propaganda. Esta es una exigencia incondicional, aunque, prácticamente, la separación no sea posible ni ‘realizable’ antes del socialismo más que en el uno por mil de los casos (…) Y, a la inversa, el socialdemócrata de una nación pequeña debe tomar como centro de gravedad de sus campañas de agitación la primera palabra de nuestra fórmula general: ‘unión voluntaria’ de las naciones. Sin faltar a sus deberes de internacionalista, puede pronunciarse tanto a favor de la independencia política de su nación como a favor de su incorporación al Estado vecino X, Y, Z, etc. Pero deberá luchar en todos los casos contra la estrechez de criterio, el aislamiento, el particularismo de pequeña nación, por que se tenga en cuenta lo total y lo general, por la supeditación de los intereses de lo particular a los intereses de lo general. A gentes que no han penetrado en el problema, les parece ‘contradictorio’ que los socialdemócratas de las naciones opresoras exijan la ‘libertad de separación’ y los socialdemócratas de las naciones oprimidas la ‘libertad de unión’. Pero, a poco que se reflexione, se ve que, partiendo de la situación dada, no hay ni puede haber otro camino hacia el internacionalismo y la fusión de las naciones”.[24]

A propósito del caso noruego, Lenin afirmó, en Sobre la caricatura del marxismo y el “economismo imperialista”:

“Si los obreros suecos no hubiesen sostenido incondicionalmente la libertad de separación de Noruega, habrían sido chovinistas, cómplices de los terratenientes suecos chovinistas que querían ‘conservar’ a Noruega por la fuerza, por la guerra. Si los obreros noruegos no hubiesen planteado el problema de la separación en forma condicional, es decir, permitiendo que incluso los miembros del Partido Socialdemócrata pudiesen hacer propaganda y votar contra la separación, habrían faltado a su deber internacionalista y habrían caído en un estrecho nacionalismo burgués. ¿Por qué? ¡Porque la separación la realizaba la burguesía y no el proletariado! (…) Porque cualquier reivindicación democrática (incluyendo la autodeterminación) está subordinada, para los obreros con conciencia de clase, a los supremos intereses del socialismo”.[25]

La principal novedad que aportaron Lenin y Stalin al tratamiento de la cuestión nacional con respecto al modo en que el marxismo hegemónico de la II Internacional lo hizo fue el abordaje de clase, independiente y vinculado a la revolución proletaria:

“Antes, la cuestión nacional se enfocaba de un modo reformista, como una cuestión aislada, independiente, sin relación alguna con la cuestión general del Poder del capital, del derrocamiento del imperialismo, de la revolución proletaria (…) El leninismo demostró (…) que el problema nacional sólo puede resolverse en relación con la revolución proletaria y sobre la base de ella; que el camino del triunfo de la revolución en el Occidente pasa a través de la alianza revolucionaria con el movimiento de liberación de las colonias y de los países dependientes contra el imperialismo. La cuestión nacional es una parte de la cuestión general de la revolución proletaria, de la cuestión de la dictadura del proletariado”.[26]

En Los fundamentos del leninismo, Stalin delimitó el asunto con una claridad meridiana:

“Al resolver la cuestión nacional, el leninismo parte de los principios siguientes: a) el mundo está dividido en dos campos: el que integran un puñado de naciones civilizadas, que poseen el capital financiero y explotan a la inmensa mayoría de la población del planeta; y el campo de los pueblos oprimidos y explotados de las colonias y de los países dependientes, que forman esta mayoría; b) las colonias y los países dependientes, oprimidos y explotados por el capital financiero, constituyen una formidable reserva y el más importante manantial de fuerzas para el imperialismo; c) la lucha revolucionaria de los pueblos oprimidos de las colonias y de los países dependientes contra el imperialismo es el único camino por el que dichos pueblos pueden emanciparse de la opresión y la explotación; d) las colonias y los países dependientes más importantes han iniciado ya el movimiento de liberación nacional, que tiene que conducir a la crisis del capitalismo mundial; e) los intereses del movimiento proletario en los países desarrollados y del movimiento de liberación nacional en las colonias exigen la unión de estas dos formas del movimiento revolucionario en un frente común contra el enemigo común, contra el imperialismo; f) la clase obrera en los países desarrollados no puede triunfar, ni los pueblos oprimidos liberarse del yugo del imperialismo, sin la formación y consolidación de un frente revolucionario común; g) este frente revolucionario común no puede formarse si el proletariado de las naciones opresoras no presta un apoyo directo y resuelto al movimiento de liberación de los pueblos oprimidos contra el imperialismo ‘de su propia patria’ (Engels); h) este apoyo que significa: sostener, defender y llevar a la práctica la consigna del derecho de las naciones a la separación y a la existencia como Estados independientes; i) sin poner en práctica esta consigna es imposible lograr la unificación y la colaboración de las naciones en una sola economía mundial, que constituye la base material para el triunfo del socialismo en el mundo entero; j) esta unificación sólo puede ser una unificación voluntaria, erigida sobre la base de la confianza mutua y de relaciones fraternales entre los pueblos”.[27]

Digamos ahora unas breves palabras en lo concerniente a la crítica marxista-leninista del luxemburguismo, el “economicismo imperialista” y el “internacionalismo intransigente”[28]. A resultas del lugar que ocupa la clase obrera en el mundo capitalista más desarrollado y, sobre todo, del entrelazamiento histórico de las revoluciones democrático-burguesas y la revolución proletaria, la corriente “internacionalista intransigente” creció aupada sobre los materiales precedentes, incluida la clase obrera con conciencia en sí, espontánea (burguesa), que estaba en la base de todas las construcciones doctrinales de la socialdemocracia. De ahí que la tendencia “izquierdista” siempre viera el problema nacional como un mero obstáculo que podía ser guardado en el cajón de las preocupaciones tácticas de la política inmediata. El doctrinarismo obrerista, la consideración espontaneísta de la clase obrera y la supeditación del desarrollo del movimiento proletario a las fronteras estatales constituyeron el punto de partida erróneo de esta corriente marxista. Tal punto de partida en este sector del movimiento llevó a Piatakov, en concreto, tan lejos en su ceguera dogmática contraria al derecho de autodeterminación que incluso consideró que la defensa de tal derecho desde el marxismo conducía directamente al socialpatriotismo. Dentro del POSDR (b), los portavoces más prominentes de esta corriente fueron, además del citado Piatakov, Bujarin y Radek. Gracias a las polémicas de Lenin con estos en 1915 y 1916, el revolucionario bolchevique pudo profundizar sus tesis acerca del problema nacional.

En el célebre Congreso de la Internacional Obrera de 1896, que tuvo lugar en Londres, se aprobó una resolución en la que se manifestó lo siguiente:

“El Congreso declara que está a favor del derecho completo a la autodeterminación (Selbstbestimmungsrecht) de todas las naciones y expresa sus simpatías a los obreros de todo país que sufra actualmente bajo el yugo de un absolutismo militar, nacional o de otro género; el Congreso exhorta a los obreros de todos estos países a ingresar en las filas de los obreros conscientes (Klassenbewusste=de los que tienen conciencia de los intereses de su clase) de todo el mundo, a fin de luchar juntamente con ellos para vencer el capitalismo internacional y realizar los objetivos de la socialdemocracia internacional”.[29]

Como botón de muestra del estadio de desarrollo y sistematización, aún necesariamente inmaduro, respecto a la cuestión nacional, repárese en que el término Selbstbestimmungsrecht (‘derecho de autodeterminación’) apareció en la versión alemana de la resolución del Congreso de Londres, mientras que en las versiones francesa, inglesa y rusa, como el propio Lenin denuncia en Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación, se habló erróneamente de autonomía. La confusión en la terminología era evidente, incluso durante la época de Marx y Engels (este último utilizó indistintamente independencia y autonomía).[30]

Rosa Luxemburgo, por su parte, se opuso no solo a la independencia de Polonia, sino también al principio del derecho de autodeterminación. Kautsky, en su artículo “Finis Poloniae?” (1895-1896), denunció tanto la rigidez de Luxemburgo como el nacionalismo pequeñoburgués del Partido Socialista Polaco (PPS). Años después, en 1905 (año en que Kautsky, casi en solitario dentro de la socialdemocracia europea, trató de llevar a cabo una clarificación teórica del problema nacional)[31], Luxemburgo se opuso a la postura de Marx sobre Polonia, y en 1908, en su escrito La cuestión nacional y la autonomía, censuró el famoso parágrafo 9 del programa del POSDR (b) en lo relativo al derecho a la autodeterminación nacional por “abstracto”, “metafísico” y “falto de solución práctica”, por no ser más que “fraseología vacía” y un “engaño pequeñoburgués”. Cabe agregar que el parágrafo fue también criticado tanto por el liquidacionista Semkovski como por el bundista Libman y el socialnacionalista ucraniano Iurkévich, los cuales se basaron en El problema nacional y la autonomía, de Luxemburgo. Como recuerda Lenin en Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación (1914), el propio Plejánov defendió en 1902 el derecho a la separación. Durante el II Congreso del POSDR (1903), los socialdemócratas polacos del SDKP, haciendo uso de los mismos planteamientos que Luxemburgo, se opusieron al derecho a la autodeterminación, no así los representantes del PPS (Warshavski y Hanecki); tanto el SDKP como el PPS sufrieron una severa derrota ideológica y política. Lenin, en el mismo texto, aclaró que en ningún caso se podía equiparar a Luxemburgo con Libman, Semkovski o Iurkévich, pero la utilización por parte de estos de argumentos luxemburguianos demostró que en la cuestión nacional la Rosa Roja había caído en una clara desviación antimarxista. En este sentido, no deja de ser significativo que Luxemburgo considerara “abstracto” el problema nacional, pues fue la revolucionaria quien abordó la cuestión de un modo enteramente abstracto. Lenin, en Acerca del problema de las nacionalidades o sobre la ‘autonomización’ (1922), refirió lo siguiente:

“En mis obras acerca del problema nacional he escrito ya que el planteamiento abstracto del problema del nacionalismo en general no sirve para nada. Es necesario distinguir entre el nacionalismo de la nación opresora y el nacionalismo de la nación oprimida, entre el nacionalismo de la nación grande y el nacionalismo de la nación pequeña”.[32]

Luxemburgo, quien, como Dzerzhinski —este solo cambiaría de postura en 1925—, negó el derecho a la independencia para las naciones sometidas al yugo zarista (incluso llegó a oponerse en algunos momentos, junto con Guesde, a que existiera como tal una cuestión nacional), únicamente consideró acertado el principio de la autodeterminación, además de para las colonias, para los pueblos balcánicos subyugados por el Imperio otomano, pero por razones eminentemente economicistas (la liberación nacional de los pueblos balcánicos de la soga otomana propiciaría, según la polaca, el desarrollo del capitalismo y la emergencia de la clase obrera), sin comprender el trasfondo político de la autodeterminación. Luxemburgo incurrió en dos errores, comunes a buena parte de la vanguardia proletaria de la época y reproducidos hoy por el grueso del socialpatriotismo “rojo”: creer que el derecho de autodeterminación solo tendría sentido y sería aplicable realmente en el socialismo (así lo reflejaría Luxemburgo, a caballo entre el “economismo imperialista” y el “internacionalismo intransigente”, también en La crisis de la socialdemocracia alemana), y que, dado que la independencia económica no era posible, la independencia política era igualmente utópica:

“El problema de la autodeterminación política de las naciones en la sociedad burguesa, de su independencia estatal, lo sustituye Rosa Luxemburgo por el de su autonomía e independencia económicas”.[33]

Al mismo tiempo, la revolucionaria —quien mantuvo el equívoco, propio de ciertos sectores de vanguardia de las naciones oprimidas, de “lleva[r] a veces una lucha tan exacerbada contra el nacionalismo de la propia nación que se desvirtúa la perspectiva y se olvida el nacionalismo de la nación dominante”[34]— asumió parcialmente las tesis austromarxistas, instando a que el proletariado combatiera por la defensa de la nacionalidad como cultura espiritual distinta y específica, defendiendo la “causa cultural-nacional”[35]. Pese a oponerse de palabra a la opresión nacional, al concebir la nación, al modo baueriano, como un producto netamente cultural y al rechazar el derecho de las naciones oprimidas a constituir su propio Estado independiente, Luxemburgo estaba sancionando objetivamente la principal forma de opresión nacional, la que deriva del privilegio de la nación dominante a disponer de su Estado y a negarles a otras naciones el derecho a erigir el suyo:

“En el afán de ‘practicismo’, Rosa Luxemburgo ha perdido de vista la tarea práctica principal, tanto del proletariado gran ruso como del proletariado de toda otra nacionalidad: la tarea de la agitación y propaganda cotidiana contra toda clase de privilegios nacional-estatales, por el derecho, derecho igual de todas las naciones, a su Estado nacional; esta tarea es (ahora) nuestra principal tarea en la cuestión nacional, porque sólo así defendemos los intereses de la democracia y de la unión, basada en la igualdad de derechos de todos los proletarios de toda clase de naciones”.[36]

Como parte de su argumentario, los socialchovinistas de hoy suelen apelar a la idea de que la autodeterminación es imposible en el capitalismo. ¿Qué respondió Lenin a tamaña falsedad?:

“(…) como dicen (…) quienes comparten las opiniones de P. Kíevski: la autodeterminación es imposible en el capitalismo y está de más en el socialismo. Esta opinión es absurda en el aspecto teórico y chovinista en el aspecto político-práctico. Es una prueba de incomprensión del significado de la democracia (…) La revolución económica crea premisas indispensables para destruir todos los tipos de opresión política. Por eso, precisamente, no es lógico ni correcto limitarse a hablar de la revolución económica cuando se plantea la cuestión así: ¿cómo destruir el yugo nacional? Es imposible destruirlo sin una revolución económica (…) pero limitarse a eso significa caer en el ridículo y deplorable ‘economismo imperialista’”[37].

Otro de los mantras luxemburguianos del socialnacionalismo, el de que reconocer el derecho a la secesión de las naciones equivale a fortalecer el nacionalismo burgués, también fue refutado por Lenin:

“Toda la misión de los proletarios en la cuestión nacional ‘no es práctica’, desde el punto de vista de la burguesía nacionalista de cada nación, pues los proletarios exigen la igualdad ‘abstracta’, la ausencia del mínimo privilegio en principio, siendo enemigos de todo nacionalismo (…) Se nos dice: apoyando el derecho a la separación, apoyáis el nacionalismo burgués de las naciones oprimidas. ¡Esto es lo que dice Rosa Luxemburgo y lo que tras ella repite el oportunista Semkovski, único representante, por cierto, de las ideas de los liquidacionistas sobre este problema en el periódico de los liquidacionistas! Nosotros contestamos: no, precisamente a la burguesía es a quien le importa aquí una solución ‘práctica’, mientras que a los obreros les importa la separación en principio de dos tendencias. En cuanto la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora, nosotros estamos siempre, en todos los casos y con más decisión que nadie, a favor, ya que somos los enemigos más intrépidos y consecuentes de la opresión. En cuanto la burguesía de la nación oprimida está por su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los privilegios y violencias de la nación opresora y ninguna tolerancia con respecto a la tendencia de la nación oprimida hacia los privilegios. Si no propugnamos ni llevamos a la práctica en la agitación la consigna del derecho a la separación, favorecemos no sólo a la burguesía, sino a los feudales y el absolutismo de la nación opresora. Hace tiempo que Kautsky empleó este argumento contra Rosa Luxemburgo, y el argumento es irrefutable. En su temor de ‘ayudar’ a la burguesía nacionalista de Polonia, Rosa Luxemburgo, al negar el derecho a la separación en el programa de los marxistas de Rusia, ayuda, en realidad, a los grandes rusos ultrarreaccionarios. Ayuda, en realidad, al conformismo oportunista con los privilegios (y con cosas peores que los privilegios) de los grandes rusos”[38].

Un error no menos importante del “internacionalismo intransigente” consistió en negar la posibilidad de guerras nacionales justas en el imperialismo, algo que fue rebatido por Lenin en Sobre la caricatura del marxismo y el “economismo imperialista”, escrito en 1916 y publicado en 1924, donde el ruso respondió específicamente a la posición “izquierdista” de Piatakov. Lenin estableció dos condiciones claramente delimitadas para que el marxismo pudiera defender la consigna de “defensa de la patria”: que se tratara de una guerra de liberación nacional de un país oprimido contra un Estado imperialista (sobre todo si estaba dirigida por un partido comunista, como la guerra antiimperialista japonesa desarrollada por el PCCh durante la segunda guerra sino-japonesa de 1937-1945); o de un Estado socialista agredido militarmente por el imperialismo (como el período de agresión imperialista multinacional contra la Rusia soviética en 1918-1922 o la invasión de la URSS por la Alemania fascista en 1941), en cuyo caso sí cabía el “defensismo revolucionario” (es decir, solo se podía ser defensista revolucionario si el poder estaba en manos del proletariado revolucionario, del Partido Comunista).[39] Lenin, quien afirmó que “[l]a defensa de la patria es una mentira en la guerra imperialista, pero no es de ninguna manera una mentira en una guerra democrática y revolucionaria”[40], explicó la cuestión en términos muy claros:

“[C]uando se empieza a deducir de ahí que ‘en la época del imperialismo no puede haber guerras nacionales’, eso es un absurdo. Es un patente error histórico, político y lógico (pues una época es la suma de fenómenos diversos, en la que, aparte de lo típico, hay siempre algo más) (…) ¡¡No es cierto!! ¡¡Ese es precisamente el error de [vulgarizadores como] Junius, Rádek, los ‘desarmistas’ y los japoneses!!” ‘(…) ‘los países pequeños no pueden, en la época actual, defender la patria’ [palabras de Zinoviev] (…) Nosotros no estamos en absoluto en contra de ‘la defensa de la patria’ en general, ni en contra de ‘las guerras defensivas’ en general. No encontrará jamás este absurdo ni en una sola resolución (y ni en uno solo de mis artículos). Estamos en contra de la defensa de la patria y del defensismo en la guerra imperialista de 1914-1916 y en otras guerras imperialistas, típicas de la época imperialista. Pero en la época imperialista puede haber también guerras ‘justas’, ‘defensivas’, revolucionarias [a saber: 1) nacionales; 2) civiles; 3) socialistas, y etc.]”[41].

Empero, lo anterior no significa en absoluto que el marxismo revolucionario deba apelar a la “patria” para “ganarse a la clase obrera”, que es lo que hace el socialnacionalismo habitualmente. En este sentido, uno de los textos de Lenin en torno a la cuestión nacional más mezquinamente manipulados en favor de los socialchovinistas ha sido y sigue siendo, sin duda, “El orgullo nacional de los grandes rusos” (publicado el 12 de diciembre de 1914 en Sotsial-Demokrat), convertido en un libelo patriotero por toda clase de nacionalistas maquillados de rojo. En primer lugar, conviene tener en cuenta que Lenin escribió este artículo en un contexto de ebullición nacionalista en Europa, especialmente en Rusia. Lenin aludió a la “patria rusa” en el marco de la lucha contra la influencia de los kadetes y populistas sobre las masas de soldados (campesinos uniformados). La “Gran Rusia” de la que habló Lenin en su escrito debía dejar de ser “un país al que con razón se denomina ‘cárcel de pueblos’ [no solamente para las colonias como el Turquestán o Jiva, sino también para naciones oprimidas como Polonia, Ucrania o Finlandia]” para convertirse en un Estado cuyos cimientos descansaran sobre el internacionalismo proletario (fusión de los obreros por encima de las diferencias nacionales y autodeterminación nacional), pues, de lo contrario, “se rebaja una gran nación”. Según el de Simbirsk, en Rusia o en Europa occidental “no se puede ‘defender la patria’ de otro modo que luchando por todos los medios revolucionarios contra la monarquía, los terratenientes y los capitalistas de la propia patria” [nótese el entrecomillado del sintagma “defender la patria”]. Como se aprecia claramente, Lenin en ningún momento esquiva el derecho de autodeterminación de las “naciones alógenas” para la “Gran Rusia”, ni fundamenta su discurso sobre la interclasista Union Sacrée. No en vano, esa “Gran Rusia” debe hacer triunfar a las clases explotadas y dejar de “oprimir a otros pueblos”. “[N]os invade el sentimiento de orgullo nacional [gran ruso] (…) porque la nación gran rusa ha creado también una clase revolucionaria, [la única que está en condiciones de dejar de] estrangular a Polonia y Ucrania”. En su crítica a Plejánov[42], Lenin afirmó en este artículo lo siguiente: “nuestros chovinistas socialistas patrios, como Plejánov (…) resultarán traidores no sólo a su patria, a la gran Rusia libre y democrática, sino también a la fraternidad proletaria de todos los pueblos de Rusia, es decir, a la causa del socialismo”.[43]

Digamos ahora unas palabras sobre el federalismo, otro de los terrenos donde se desnudan sin escrúpulos los nacionalistas de nación oprimida y, lo que es peor, los de nación opresora. Sin ningún género de duda, el marxismo-leninismo es contrario al federalismo (salvo como complemento del derecho de autodeterminación y cuando las condiciones particulares lo aconsejen, como sucedió en la construcción de la URSS, pero nunca como derecho o principio general), fundamentalmente porque supone un obstáculo a la unidad entre los obreros conscientes y, además, en modo alguno soluciona el problema nacional:

“(…) El derecho a la federación es, en general, un absurdo, ya que la federación es un contrato bilateral. Ni que decir tiene que en modo alguno pueden los marxistas incluir en su programa la defensa del federalismo en general. En lo que respecta a la autonomía, los marxistas no defienden ‘el derecho a’ la autonomía, sino la autonomía misma, como principio general y universal de un Estado democrático de composición nacional abigarrada, con marcadas diferencias en las condiciones geográficas y en las de otro tipo. Por eso, reconocer ‘el derecho de las naciones a la autonomía’ sería tan absurdo como reconocer ‘el derecho de las naciones a la federación’”.[44]

Ahora bien, es una absoluta falacia afirmar que estar contra el federalismo equivale a rechazar el principio de la autodeterminación nacional, e incluso de la autonomía regional —que no nacional— y local. En el siguiente pasaje, Lenin explica con claridad la diferencia entre el centralismo democrático y el centralismo burocrático:

“Los marxistas, como es natural, están en contra de la federación y la descentralización, por el simple motivo de que el capitalismo exige para su desarrollo Estados que sean lo más extensos y lo más centralizados. En igualdad de las demás condiciones, el proletariado consciente abogará siempre por un Estado más grande. Luchará siempre contra el particularismo medieval, aplaudirá siempre la más estrecha cohesión económica de grandes territorios, en los que se pueda desarrollar ampliamente la lucha del proletariado contra la burguesía (…) en tanto y por cuanto diferentes naciones siguen constituyendo un Estado único, los marxistas no propugnarán en ningún caso el principio federal ni la descentralización. El gran Estado centralizado representa un enorme progreso histórico desde el fraccionamiento medieval hacia la futura unidad socialista de todo el mundo, y no hay ni puede haber más camino hacia el socialismo que el que pasa por ese Estado (indisolublemente ligado al capitalismo). Pero en modo alguno se debe olvidar que al defender el centralismo defendemos exclusivamente el centralismo democrático (...) El centralismo democrático no sólo no descarta la administración autónoma local con autonomía de las regiones que se distinguen por sus especiales condiciones económicas y de vida, por una especial composición nacional de la población, etc., sino que, por el contrario, reclama imperiosamente una y otra. En nuestro país confunden a cada paso el centralismo con las arbitrariedades y la burocracia. La historia de Rusia tenía que originar, naturalmente, tal confusión, pero, a pesar de todo, un marxista no puede incurrir en ella de ninguna manera (…) [N]o se puede concebir un Estado moderno verdaderamente democrático que no conceda semejante autonomía a toda región con peculiaridades económicas y de vida en cierto grado substanciales, con una población de determinada composición nacional, etc. El principio del centralismo, indispensable para el desarrollo capitalista, lejos de verse socavado por la autonomía (local y regional), por el contrario, gracias a ella precisamente es puesto en práctica de un modo democrático y no burocrático”.[45]

Asimismo, Lenin y Stalin se opusieron al federalismo partidario. Veamos cómo Stalin sintetizó la postura correcta:

“Sabemos a qué conduce el deslindamiento de los obreros por nacionalidades. Desintegración del Partido obrero único, división de los sindicatos por nacionalidades, exacerbación de las fricciones nacionales, rompehuelgas nacionales, completa desmoralización dentro de las filas de la socialdemocracia: he ahí los frutos del federalismo en el terreno de la organización. La historia de la socialdemocracia en Austria y la actuación del Bund en Rusia lo atestiguan elocuentemente (…) Por eso, el tipo internacional de organización es una escuela de sentimientos de camaradería, una propaganda inmensa en favor del internacionalismo (…) Tenemos, pues, el principio de la unión internacional de los obreros como punto indispensable para resolver la cuestión nacional”.[46]

Frente a la federación, Lenin y Stalin preconizaron el modelo de organización política basada en el Estado unitario centralizado, con ordenación administrativo-territorial autónoma y derecho a la separación para las naciones que formaran parte de dicho Estado. Ambos se opusieron al derecho a la federación y a la autonomía (el derecho a la autonomía sin la posibilidad de ejercer el derecho a la separación estatal era, para Lenin, un derecho impuesto de modo burocrático y violento a la nación oprimida por parte de la nación opresora). Ello significa, entroncándolo con el asunto del austromarxismo, que, pese a la confusión reinante entre buena parte del movimiento comunista del Estado español, tanto Stalin como Lenin rechazaron de forma radical la autonomía nacional baueriana (en su vertiente cultural más que en su expresión territorial), pero no la autonomía regional-local, en el marco de una administración totalmente democrática (en función de la población local, las condiciones económicas o la composición nacional), ni el derecho de autodeterminación nacional.


La geopolítica del derecho de autodeterminación en el imperialismo capitalista. Una mención especial a los países imperialistas de capitalismo desarrollado y al Estado burgués español

Tal como hemos desarrollado en el punto anterior, la lucha de dos líneas que Lenin y el bolchevismo protagonizaron durante el primer tercio del siglo XX fue sintetizada en la Línea General de la Internacional Comunista (IC) para el desarrollo de la Revolución Proletaria Mundial (RPM), como alianza del proletariado revolucionario y los pueblos oprimidos, incluyendo tanto los pueblos coloniales y semicoloniales en su lucha contra el imperialismo como el conjunto de las luchas contra cualquier forma de opresión nacional en todo el globo. Con respecto a la postura marxista-leninista en torno a la cuestión colonial y el derecho de autodeterminación (como un elemento específico inserto en la cuestión nacional), el tratamiento del tema colonial permitió vincular la lucha del proletariado internacional con la lucha de los pueblos subyugados por el imperialismo, ya en tiempos de Engels y Marx (son muy conocidos los escritos de Marx acerca de India, pero menos los trabajos de su camarada de armas, Engels, en relación con China y la antigua Persia), pero sobre todo a partir de la Primera Guerra Mundial, la Revolución de Octubre y la erección de la IC, en 1919. Con la creación de la Komintern, el problema colonial, como parte de la política nacional del proletariado revolucionario internacional, se vinculó a la estrategia de la RPM, siendo considerada la revolución china como modelo para la revolución en los países coloniales y semicoloniales. Para los países oprimidos, la cuestión nacional revestía, fundamentalmente, la forma de problema campesino, enmarcándose la lucha de liberación nacional, antiimperialista, en la estrategia revolucionaria (primero, democrática en el campo, para acabar con la feudalidad y la semifeudalidad, y, posteriormente, socialista). En el seno de la II Internacional, tras la muerte de los dos revolucionarios alemanes, la lucha entre la línea socialchovinista y la línea internacionalista-revolucionaria mostró a las claras el antagonismo irreconciliable entre el programa nacional y colonial del proletariado revolucionario, por un lado, y el de la aristocracia obrera, por otro lado.[47]

En contraste con lo pregonado por el socialchovinismo, el imperialismo capitalista no extingue en absoluto el problema nacional. Al contrario, tal y como ya explicamos en el número 1 de Línea Proletaria (y como fundamentan de manera inequívoca Lenin y Stalin):

“(…) el imperialismo presenta determinadas tendencias, aún no plenamente desarrolladas en los tiempos de Lenin, que han posibilitado que la cuestión nacional vuelva de manera inapelable a la actualidad de los Estados imperialistas. Y es que, ciertamente, el imperialismo trae consigo el nacimiento, desarrollo y asentamiento de relativamente amplias franjas de capital medio nacional que, situados entre la espada de la pequeña burguesía (siempre dispuesta a enarbolar la bandera nacional) y la pared del capital financiero (cuyo proyecto cosmopolita ha sido impuesto sin especial dificultad hasta ahora), han conformado la argamasa necesaria para dar a los movimientos nacionales un carácter general, de masas, y en condiciones de poner sobre la mesa, de nuevo, el problema de la autodeterminación. La ofensiva del capital financiero impulsada desde los años 70 del siglo pasado –que se ha traducido en una redistribución de las cuotas de mercado y las superganancias imperialistas, es decir, toda una reestructuración económica de la clase dominante– e intensificada desde la crisis mundial de 2007, ha creado las condiciones (en lo económico, político e ideológico-cultural) para un progresivo distanciamiento entre esa mencionada burguesía media y los grandes monopolistas. Lo cual revela, además, que a pesar de ese carácter apátrida de los grandes capitales, el Estado-nación continúa plenamente vigente como marco primero de acumulación y principal esfera desde la que la burguesía puede imponer y gestionar sus intereses de clase”.[48]

Por tanto, quienes recogemos esta realidad de la lucha de clases mundial somos los verdaderos herederos del legado internacionalista del proletariado revolucionario que se organizó a través de la IC. Frente a esta perspectiva, la única nítida y genuinamente internacionalista, se sitúa el socialchovinismo español, uno de cuyos más importantes mitos consiste en justificar su negativa a apoyar el derecho a la autodeterminación para las naciones oprimidas por tratarse de un derecho pretendidamente extinto o extemporáneo, además de ser solo aplicable a las colonias o a aquellos países donde la revolución burguesa es una tarea pendiente.

Dicho lo cual, desmenucemos ahora exactamente todo lo que dijo Lenin sobre la cuestión nacional en los países imperialistas, en particular de Europa occidental (incluso sobre naciones especialmente adelantadas desde el punto de vista del desarrollo capitalista). En primer lugar, redundando en lo que ya expusimos en el citado número de nuestro órgano de expresión, es cierto que Lenin sostuvo en 1914 que las transformaciones democrático-burguesas —cuestión nacional inclusive— habían concluido en Europa occidental, por lo que no tenía sentido que el derecho de autodeterminación figurara en el programa de los partidos socialistas de esta región del globo:

“(…) En la mayoría de los países occidentales hace ya mucho tiempo que está resuelta [la cuestión nacional]. Es ridículo buscar en los programas de Occidente una solución a problemas que no existen. Rosa Luxemburgo ha perdido de vista aquí precisamente lo que tiene más importancia: la diferencia entre países que hace tiempo han terminado las transformaciones democrático-burguesas y los que no las han terminado (…) Buscar ahora el derecho a la autodeterminación en los programas de los socialistas de la Europa occidental significa no comprender el abecé del marxismo”.[49]

Tal aserto de Lenin fue justo, puesto que en esta zona del mundo, a excepción de Irlanda, no eclosionaron en ese periodo histórico movimientos nacionales masivos que apremiaran al revolucionario a considerarlos, amén de que en esa época aún no había podido ahondarse como lo haría posteriormente una de las dos tendencias del capitalismo en relación con lo nacional, el impulso hacia la creación de nuevos Estados nacionales:

“El capitalismo en desarrollo conoce dos tendencias históricas en la cuestión nacional. La primera consiste en el despertar de la vida nacional y de los movimientos nacionales, en la lucha contra toda opresión nacional, en la creación de Estados nacionales. La segunda es el desarrollo y la multiplicación de vínculos de todas clases entre las naciones, el derrumbamiento de las barreras nacionales, la formación de la unidad internacional del capital, de la vida económica en general, de la política, de la ciencia, etc. Ambas tendencias son una ley universal del capitalismo. La primera predomina en los comienzos de su desarrollo, la segunda distingue al capitalismo maduro, que marcha hacia su transformación en sociedad socialista. El programa nacional de los marxistas tiene en cuenta ambas tendencias, defendiendo, en primer lugar, la igualdad de derechos de las naciones y de los idiomas (y también el derecho de las naciones a la autodeterminación, de lo cual hablaremos más adelante) y considerando inadmisible la existencia de cualesquiera privilegios en este aspecto, y, en segundo lugar, propugnando el principio del internacionalismo y la lucha implacable para evitar que el proletariado se contamine de nacionalismo burgués, aun del más sutil”[50].

Semejante tendencia (despertar de los movimientos nacionales, lucha contra toda opresión nacional, creación de Estados nacionales), si bien predomina en los albores del modo de producción capitalista, constituye la ley mundial del capitalismo, junto con su contraria idéntica:

“[L]a tendencia histórica universal del capitalismo a romper las barreras nacionales, a borrar las diferencias nacionales, a llevar a las naciones a la asimilación, tendencia que cada decenio se manifiesta con mayor pujanza y constituye uno de los más poderosos motores de la transformación del capitalismo en socialismo (…) Quien no esté hundido en los prejuicios nacionalistas no podrá dejar de ver en este proceso de asimilación de las naciones por el capitalismo un grandioso progreso histórico, una destrucción del anquilosamiento nacional de los rincones perdidos, principalmente en los países atrasados como Rusia”.[51]

Cuando Lenin afirmó en 1914 que carecía de sentido “buscar en los programas de Occidente una solución a problemas que no existen” (atendiendo en especial al problema nacional), aludía al hecho de que los movimientos nacionales de la Europa occidental, ya resueltos o concluidos, lo estaban precisamente por establecer y ser el vehículo de desarrollo del capitalismo en esa región del mundo. Se trata de una diferencia histórico-cualitativa con los movimientos nacionales de masas que irrumpirían en la escena histórica con posterioridad. Este es el motivo por el que dos años más tarde, en 1916, el propio Lenin pasó a considerar el problema de la autodeterminación como algo urgente en Europa occidental (manteniéndose así, por tanto, la coherencia interna a nivel ideológico-político y la continuidad de principios, estratégica, en los planteamientos del revolucionario bolchevique):

Al autor le parece que me contradigo: en 1914 Prosveschenie decía que era absurdo buscar la autodeterminación ‘en los programas de los socialistas de Europa occidental’, y en 1916 declaro que la autodeterminación es especialmente urgente (…) El autor proclama ‘el bolchevismo a escala de Europa Occidental’ (‘no es la posición de usted’, agrega). Yo no concedo importancia al deseo de aferrarse a la palabra ‘bolchevismo’, pues conozco a algunos ‘viejos bolcheviques’ que válgame Dios. Sólo puedo decir que ‘el bolchevismo a escala de Europa Occidental’ que proclama el autor no es, estoy profundamente convencido de ello, ni bolchevismo ni marxismo, sino una pequeña variante del mismo viejo ‘economismo’. A mi juicio, proclamar durante todo un año el nuevo bolchevismo y limitarse a eso es el colmo de lo inadmisible, de la falta de seriedad, de la carencia de espíritu de partido. ¿No es hora ya de reflexionar y ofrecer a los camaradas algo que exponga de una manera coherente y cabal ese ‘bolchevismo a escala de Europa Occidental’? El autor no ha demostrado ni demostrará (aplicada a esta cuestión) la diferencia entre las colonias y las naciones oprimidas en Europa”.[52]

Asimismo, es sabido que Lenin distinguió, en el terreno de la autodeterminación de las naciones, tres tipos de países principales:

“Primero, los países capitalistas avanzados de Europa occidental y los Estados Unidos. En ellos han terminado hace mucho los movimientos nacionales burgueses progresivos. Cada una de estas ‘grandes’ naciones oprime a otras naciones en las colonias y dentro del país. Las tareas del proletariado de las naciones dominantes son allí exactamente las mismas que tenía en Inglaterra en el siglo XIX con relación a Irlanda. Segundo, el Este de Europa: Austria, los Balcanes y, sobre todo, Rusia. Precisamente el siglo XX ha desarrollado en ellos de modo singular los movimientos nacionales democrático-burgueses y ha exacerbado la lucha nacional. Las tareas del proletariado de esos países, tanto en la culminación de sus transformaciones democrático-burguesas como en la ayuda a la revolución socialista de otros Estados, no pueden ser cumplidas sin defender el derecho de las naciones a la autodeterminación. En ellos es singularmente difícil e importante la tarea de fundir la lucha de clases de los obreros de las naciones opresoras y de los obreros de las naciones oprimidas. Tercero, los países semicoloniales, como China, Persia y Turquía, y todas las colonias, que suman juntos cerca de 1.000 millones de habitantes. En ellos, los movimientos democrático-burgueses en parte acaban de empezar, en parte están lejos de haber terminado. Los socialistas no deben limitarse a exigir la inmediata liberación absoluta, sin rescate de las colonias, reivindicación que, en su expresión política, significa precisamente el reconocimiento del derecho a la autodeterminación; los socialistas deben apoyar con la mayor decisión a los elementos más revolucionarios de los movimientos de liberación nacional democrático-burgueses en dichos países y ayudar a la insurrección —y, llegado el caso, a su guerra revolucionaria— contra las potencias imperialistas que les oprimen…”[53]

Pues bien, en el primer grupo (Europa occidental y Estados Unidos), los “movimientos nacionales burgueses progresivos” ya habían periclitado históricamente, pero, desde el punto de vista político, seguía dándose la opresión nacional dentro y fuera de cada uno de los “grandes” Estados, por lo que el proletariado de la nación dominante debía luchar implacablemente contra toda forma de opresión nacional, en pro del derecho a la autodeterminación. Solo esto bastaría para refutar la mentira según la cual Lenin o el marxismo-leninismo plantearon solo el derecho de autodeterminación, como regla, para las colonias o para los países con revoluciones burguesas pendientes. Veamos la siguiente cita de Vladimir Ilich Uliánov, en un texto escrito a mediados de 1915:

“La consigna de autodeterminación de las naciones debe ser planteada igualmente en relación con la época imperialista del capitalismo (…) El imperialismo consiste precisamente en el deseo de las naciones que oprimen a una serie de naciones ajenas de ampliar y afianzar esa opresión, de repartirse de nuevo las colonias. Por eso, la médula del problema de la autodeterminación de las naciones reside en nuestra época, precisamente, en la conducta de los socialistas de las naciones opresoras. El socialista de una nación opresora (Inglaterra, Francia, Alemania, Japón, Rusia, Estados Unidos, etc.) que no reconoce ni defiende el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación (es decir, a la libre separación) no es, de hecho, un socialista, sino un chovinista (…) Si los socialistas de Inglaterra no reconocen ni defienden el derecho de Irlanda a la separación; los franceses, el de la Niza italiana; los alemanes, el de Alsacia y Lorena, el Schleswig danés y Polonia; los rusos, el de Polonia, Finlandia, Ucrania [“que ha sido atormentada por los zares porque sus hijos quieren hablar en su lengua vernácula”[54]], etc.; y los polacos, el de Ucrania (…) es ridículo hacerse la ilusión de que son capaces de aplicar una política socialista gentes que no defienden el ‘derecho de autodeterminación’ de las naciones oprimidas, perteneciendo ellos mismos a las naciones opresoras”.[55]

Además, fue Lenin quien sentenció que “si la reivindicación de libertad de las naciones no es una frase embustera, destinada a encubrir el imperialismo y el nacionalismo de unos cuantos países, debe hacerse extensiva a todos los pueblos y a todas las colonias”.[56] ¡A todos los pueblos y a todas las naciones (no solo a las colonias)! Más claridad por parte del revolucionario ruso:

“El proletariado debe reivindicar la libertad de separación política para las colonias y naciones oprimidas por ‘su’ nación. En caso contrario, el internacionalismo del proletariado quedará en un concepto huero y verbal; resultarán imposibles la confianza y la solidaridad de clase entre los obreros de la nación oprimida y los de la nación opresora; quedará sin desenmascarar la hipocresía de los defensores reformistas y kautskianos de la autodeterminación, que no hablan de las naciones oprimidas por ‘su propia’ nación y retenidas por la violencia en ‘su propio’ Estado”.[57]

“[L]a negación de la libertad de separación en la actualidad es una inconmensurable falsedad teórica y un servicio práctico a los chovinistas de las naciones opresoras”.[58]

En La cuestión de la paz, Lenin se preguntó:

“(…) ¿Es posible unir a los socialistas de los distintos países sobre la base de unas determinadas condiciones de paz? Si es posible, entre esas condiciones debe figurar inexcusablemente el reconocimiento del derecho de autodeterminación a todas las naciones y la renuncia a toda ‘anexión’, es decir, a la transgresión de ese derecho. Pero si se reconoce ese derecho exclusivamente a algunas naciones, ello significará defender los privilegios de ciertas naciones, es decir, ser nacionalista e imperialista, pero no socialista. Si se reconoce ese derecho a todas las naciones, es imposible destacar, por ejemplo, sólo a Bélgica; hay que tomar a todos los pueblos oprimidos de Europa (los irlandeses en Inglaterra, los italianos en Niza, los daneses, etc., en Alemania, el 57% de la población de Rusia, etc.) y de fuera de Europa, o sea, a todas las colonias”.[59]

Aún más, para Lenin “(…) no hay ninguna diferencia ni económica ni política entre la ‘posesión’ de Polonia o Turquestán por Rusia (…) ‘la sociedad socialista’ quiere largarse ‘fuera de las colonias’ sólo en el sentido de acordarles el derecho a separarse libremente, pero de ninguna manera en el sentido de recomendarles esa separación (…) Si nosotros exigimos la libertad de separación para los mongoles, persas, egipcios y, sin excepción, para todas las naciones oprimidas y de derechos mermados, no es porque estemos a favor de su separación, sino sólo porque somos partidarios del acercamiento y la fusión libres y voluntarios, y no violentos. ¡Sólo por eso!”[60]. Además de denunciar que “la burguesía alemana oprim[ía] a los daneses, a los polacos y a los franceses en Alsacia-Lorena”[61], Lenin, en alusión al problema de Alsacia (un territorio que durante el primer tercio del siglo XX era ya plenamente capitalista, por lo que sería absurdo hablar aquí de territorio sometido a la semifeudalidad o con algún tipo de revolución burguesa pendiente, así como también carecería de todo interés para el marxismo revolucionario el ejercicio formalista-escolástico de plantearse la condición específica de Alsacia en ese periodo histórico, en el sentido de si era “realmente” una nación o una región, de si no era más que una zona disputada por las dos grandes potencias imperialistas europeas, Francia y Alemania, etc.), afirmó categóricamente:

“Si se quiere ser un político marxista, al hablar de Alsacia habrá que atacar a los miserables del socialismo alemán porque no luchan en pro de la libertad de separación de Alsacia; habrá que atacar a los miserables del socialismo francés porque se reconcilian con la burguesía francesa, la cual desea la incorporación violenta de toda Alsacia; habrá que atacar a unos y otros porque sirven al imperialismo de ‘su’ país, temiendo la existencia de un Estado separado, aunque sea pequeño. Hay que demostrar de qué modo resolverían los socialistas el problema en unas cuantas semanas, reconociendo la autodeterminación, sin violar la voluntad de los alsacianos”.[62]

En su importantísimo trabajo de balance revolucionario sobre la autodeterminación, publicado a mediados de 1916, Lenin declaró que “en la situación de Europa, los movimientos revolucionarios de todos los tipos —comprendidos los nacionales— son más posibles, más realizables, más tenaces, más conscientes y más difíciles de aplastar que en las colonias[63]. En este sentido, “[e]l golpe asestado al poder de la burguesía imperialista inglesa por la insurrección en Irlanda tiene una importancia política cien veces mayor que otro golpe de igual fuerza en Asia o en África”[64]. Asimismo, “[l]a dialéctica de la historia es tal, que las pequeñas naciones, impotentes como factor independiente en la lucha contra el imperialismo, desempeñan su papel como uno de los fermentos, como uno de los bacilos que ayudan a que entre en escena la verdadera fuerza contra el imperialismo: el proletariado socialista”[65]. En síntesis, en la era del imperialismo capitalista, al contrario de lo que pregonan los socialpatriotas de toda laya, el derecho de autodeterminación es si cabe más acuciante, máxime en los Estados plurinacionales donde un movimiento nacional de masas pone encima de la mesa la cuestión.

Otro de los mantras del revisionismo chovinista para renegar del leninista derecho de autodeterminación nacional en países de capitalismo desarrollado como el español es la apelación tramposa a la “utilización” que diversos poderes capitalistas o potencias imperialistas pueden realizar de determinados movimientos nacionales. Lenin ya previno claramente sobre lo torticero y antimarxista de estos postulados:

“En algunos Estados pequeños que han quedado al margen de la guerra de 1914-1916, por ejemplo, en Holanda y Suiza, la burguesía utiliza intensamente la consigna de ‘autodeterminación de las naciones’ para justificar la participación en la guerra imperialista. Ese es uno de los motivos que impelen a los socialdemócratas de dichos países a negar la autodeterminación. Defienden con argumentos injustos la justa política proletaria, a saber: la negación de la ‘defensa de la patria’ en la guerra imperialista. En el terreno de la teoría resulta una tergiversación del marxismo; en el terreno de la práctica, una especie de estrechez de criterio de pequeña nación, un olvido de los centenares de millones de habitantes de las naciones sojuzgadas por las ‘grandes potencias’. En su magnífico folleto El imperialismo, la guerra y la socialdemocracia, el camarada Gorter niega equivocadamente el principio de la autodeterminación de las naciones, pero lo aplica con acierto al exigir la inmediata ‘independencia política nacional’ de la India Holandesa y al desenmascarar a los oportunistas holandeses, que se niegan a presentar dicha reivindicación y a luchar por ella”.[66]

Además, el bolchevique denunció con claridad la política de chalaneo nacional por parte de la burguesía de la nación oprimida, defendiendo por ello con más ahínco la solución radicalmente democrática del problema nacional:

“Si observamos a menudo (sobre todo en Austria y Rusia) que la burguesía de las naciones oprimidas sólo habla de insurrección nacional, mientras que, de hecho, concluye tratados reaccionarios con la burguesía de la nación opresora, a espaldas y en contra de su propio pueblo, en tales casos, los marxistas revolucionarios deben dirigir su crítica, no contra el movimiento nacional, sino contra su empequeñecimiento, vulgarización y desnaturalización, que lo reducen a una disputa mezquina (…) muchísimos socialdemócratas de Austria y Rusia olvidan esto y convierten su odio legítimo a las querellas nacionales mezquinas, triviales y míseras (…) en la negación de apoyo a la lucha nacional (…) Ridiculizamos y debemos ridiculizar las mezquinas disputas nacionales y el chalaneo nacional de las naciones de Rusia y Austria, pero de ahí no se deduce que sea permisible negar el apoyo a la insurrección nacional o a cualquier lucha importante, de todo un pueblo, contra el yugo nacional”.[67]

En un sentido prácticamente idéntico se expresó Stalin en su famoso escrito El marxismo y la cuestión nacional:

“A veces, la burguesía consigue arrastrar al proletariado al movimiento nacional, y entonces exteriormente parece que en la lucha nacional participa ‘todo el pueblo’, pero eso sólo exteriormente. En su esencia, esta lucha sigue siendo siempre una lucha burguesa, conveniente y grata principalmente para la burguesía. Pero de aquí no se desprende, ni mucho menos, que el proletariado no deba luchar contra la política de opresión de las nacionalidades”.[68]

Por último, las justificaciones grotescas, que no resisten el más mínimo análisis serio, a las que apela el revisionismo más descaradamente nacionalista para negar el derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas en Estados como España llegan hasta el absurdo antileninista de exigir a naciones como la catalana o la vasca que “demuestren” que, a lo largo de la historia moderna, alguna vez han sido Estados independientes, como si ese fuera un “requisito” indispensable para tener derecho a la independencia. Hace casi cien años, Stalin ya desmontó este dislate más propio de socialchovinistas que de genuinos marxistas internacionalistas:

“[P]roponéis añadir a los cuatro rasgos de la nación [comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología/cultura] uno más, a saber: la existencia de un Estado nacional propio e independiente. Vosotros estimáis que, si no existe este quinto rasgo, no hay ni puede haber nación (…) [E]l esquema que proponéis, con su quinto rasgo del concepto ‘nación’, es profundamente erróneo y no puede ser justificado ni desde el punto de vista de la teoría ni desde el punto de vista de la práctica de la política. De aceptar vuestro esquema, sólo podríamos reconocer como naciones a las que tienen su propio Estado, independiente de los demás, y todas las naciones oprimidas, privadas de independencia estatal, deberían ser excluidas de la categoría de naciones; además, la lucha de las naciones oprimidas contra la opresión nacional y la lucha de los pueblos de las colonias contra el imperialismo deberían ser excluidas de los conceptos ‘movimiento nacional’ y ‘movimiento de liberación nacional’”.[69]

Para finalizar este epígrafe, es pertinente hacer una aclaración en torno a dos ejemplos cristalinos de envilecimiento del comunismo revolucionario por parte del socialpatriotismo español. Dado que los socialchovinistas patrios más avezados y astutos son perfectamente conscientes de que no pueden profesar su nacionalismo de nación dominante ateniéndose al espíritu del marxismo de Marx, Engels, Lenin y otros revolucionarios (y, a decir verdad, en general tampoco a su letra), aprovechan cualquier resquicio para tratar de amoldar su perspectiva nacionalista a la concepción proletaria e internacionalista del revolucionario bolchevique y de los elementos más avanzados del Movimiento Comunista Internacional. Como botón de muestra, valga en primer lugar la singular interpretación que hacen del breve artículo de Lenin, Estadística y sociología, en el que el ruso, empleando datos de Otto Hübner, se refiere a España como uno de los siete Estados “de composición nacional completamente pura” (del 96 %, junto con Dinamarca). Lo paradójico para nuestros risibles y españolísimos chovinistas, obviando su apego escolástico a entender el marxismo más como letra muerta que como espíritu (¡qué curioso, en todo caso, que el inmenso mar de citas en que Lenin defiende inequívocamente el derecho de autodeterminación para todas las naciones oprimidas como partícula del programa nacional del proletariado, supeditada siempre al todo de la RPM, no sea valorado con el mismo apego dogmático!; estamos ante una “fidelidad” a Lenin un tanto caprichosa y capciosa), es que la propia fuente, Hübner, refuta su visión chovinista, de gran nación, ya que, según el alemán, del 4 % restante de población del conjunto del Estado español, hay que englobar a vascos, moriscos, gitanos o franceses como otras nacionalidades existentes en ese momento en España (curiosamente, además, las Geographisch-statistische Tabellen de Hübner, al referirse a la composición nacional de Francia, diferencian a los españoles de los vascos como dos nacionalidades distintas). Es decir, se trata de una fuente secundaria que lo que hace justamente es impugnar la idea de que el Estado español sea uninacional en un sentido estricto. En todo caso, para que quede constancia de cómo operan los socialchovinistas más desvergonzadamente antimarxistas, repárese en que el escrito de Hübner se edita por primera vez ¡en 1851! (dos datos importantes que ocultan los chovinistas: Hübner fallece en 1877 y la edición utilizada por Lenin data de 1916, pues de las Tablas se hacen varias reediciones en distintas fechas); esto es, en una época en que el ciclo político de la revolución burguesa española (1808-1874) ni siquiera ha concluido, y en la que, por ende, aunque ya han ido fermentando a fuego lento, aún no han podido desplegarse políticamente movimientos nacionales de masas como el vasco y sobre todo el catalán. ¡A semejantes tablas salvavidas en forma de textos, que ni siquiera leen completos —o, peor aún, que los manipulan a sabiendas— y que les golpean a ellos mismos cual bumerán, se tienen que agarrar nuestros desesperados nacionalistas españoles carmesíes para trocar el genuino marxismo internacionalista por el socialpatriotismo más reaccionario!

Por último, con respecto a la posición de Marx y Engels sobre España (posición tan manoseada por nuestros socialchovinistas para justificar su infecto nacionalismo de nación dominante), los famosos Escritos sobre España —obra, editada por Pedro Ribas, que incluye una serie de textos de los revolucionarios alemanes acerca del asunto español— han sido vilmente distorsionados para que encajen en el relato socialpatriota español, en especial una cita burdamente amputada y manipulada que, según el propio Ribas, en realidad es de Engels (posiblemente, de un artículo publicado en Der Volksstaat). De acuerdo con nuestros desvergonzados chovinistas, Engels y Marx afirmaron que “la división de España en estados federales, con administración independiente, equivaldría a la reaccionaria destrucción de la unidad nacional”. Compárese con la cita real:

Eliminado el ejército, desaparece también el motivo principal por el que los catalanes, de modo especial, exigen una organización estatal federativa. La Cataluña revolucionaria, el suburbio obrero de España, por así decirlo, ha sido reprimida a base de grandes concentraciones de tropas, igual que Bonaparte y Thiers reprimieron París y Lyon. Por eso exigían los catalanes la división de España en estados federales con administración independiente. Si desaparece el ejército, desaparece el motivo principal de tal exigencia; la independencia se podrá alcanzar también, en principio, sin la reaccionaria destrucción de la unidad nacional y sin la reproducción de una Suiza mayor”.[70]


La reconstitución del marxismo revolucionario y la cuestión nacional

Cualquiera que haya seguido, con mayor o menor atención, el devenir de la Línea de Reconstitución a lo largo de los últimos años, desde que irrumpe en la escena de la vanguardia proletaria del Estado español a mediados de los 90 hasta que se transforma en Movimiento por la Reconstitución, habrá podido comprobar la importancia cardinal que ha tenido y tiene para nuestro Movimiento el tratamiento marxista de todos los problemas que vinculan al sujeto revolucionario con la cuestión nacional. Las razones son claras. En primer lugar, desde el punto de vista histórico, el capitalismo es el productor de la nación moderna, y esta es al mismo tiempo, ya se encuadre en una estructura estatal uninacional o plurinacional, su envoltura, su marco de desarrollo (sin mercado, sin industria moderna unificada, no hay nación para el marxismo). Como afirmó Soboul,

“(…) las fuerzas nacionales no hubieran podido llegar a la creación de una sociedad moderna y de un estado unitario [durante el siglo XIX] si la evolución económica interna no hubiera tendido hacia el mismo objetivo...”[71]

En segundo lugar, y lo que es más importante aún, el elemento nacional es un hecho objetivo con el que ha de contar el proletariado revolucionario para lograr la implementación de su fin supremo (la sociedad sin clases universal, la fusión de las naciones en una libre y autoconsciente comunidad humana mundial). Una idea, la de fusión, que ya está en Kautsky, el gran referente de Lenin y Stalin en el problema nacional hasta el estallido de la Gran Guerra:

“[Las naciones] deben asociarse cada vez más estrechamente hasta llegar a formar una única gran sociedad”.[72]

Nuestra clase, internacional como el capital que la vampiriza, debe ser capaz de franquear los obstáculos que el desarrollo del capitalismo impone a la unidad internacionalista de los explotados tanto de forma espontánea, a través de la compartimentación objetiva de la clase obrera en destacamentos nacionales, como de modo organizado y más o menos consciente (rol activo del nacionalismo militante de la burguesía, a través de múltiples dispositivos, como ideología interclasista y de encuadramiento de los proletarios bajo la bandera de “sus” explotadores). Unidad que no entiende de cotos nacionales y que, al mismo tiempo, únicamente puede ser erigida subordinando necesariamente la política democrática contra toda opresión nacional y contra cualquier vestigio de privilegio de orden nacional, la defensa del derecho a la autodeterminación nacional, la creación de un Estado nacional independiente desde el punto de vista político, al marco de la línea general proletaria de superación histórica de la categoría nacional, sustanciada en la fusión leninista de las naciones:

“En lugar de todo nacionalismo, el marxismo propugna el internacionalismo, la fusión de todas las naciones en esa unidad superior, que se va desarrollando ante nuestros ojos”.[73]

“El objetivo del socialismo no consiste sólo en acabar con el fraccionamiento de la humanidad en Estados pequeños y con todo aislamiento de las naciones, no consiste sólo en acercar a las naciones, sino también en fundirlas”.[74]

Partiendo de que “[e]l nacionalismo militante de la burguesía, que embrutece, engaña y divide a los obreros para hacerles ir a remolque de los burgueses, es el hecho fundamental de nuestra época”, debemos tener en cuenta que “[q]uien quiera servir al proletariado deberá unir a los obreros de todas las naciones, luchando invariablemente contra el nacionalismo, tanto contra el ‘propio’ como contra el ajeno. Quien defiende la consigna de la cultura nacional no tiene cabida entre los marxistas, su lugar está entre los filisteos nacionalistas”[75]. Este es el sentido histórico-político, capital, que tiene el hecho nacional para la línea y el programa revolucionarios e internacionalistas del comunismo, que deberá erradicar la dominación de unas naciones sobre otras. Enarbolar la única bandera de la clase obrera revolucionaria, el estandarte rojo del internacionalismo proletario, es hoy indisociable del Plan de Reconstitución, de la lucha sin tregua por reconstituir ideológica y políticamente el comunismo. Se trata, en síntesis, de combatir con ambos puños tanto las posiciones derechistas como “izquierdistas”, de aplastar la línea nacionalista de la burguesía construyendo un movimiento revolucionario de nuevo tipo contra todo privilegio u opresión nacional y en pro de la construcción consciente del reinado de la libertad.




Notas: