Rompiendo las cadenas del viejo mundo: notas sobre Espartaco y la Revolución Socialista

“¡El orden reina en Berlín!”, ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya “se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto” y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!

Rosa Luxemburgo


La derrota transitoria por la que atraviesa el comunismo es un hecho incontestable. Dos aspectos sumamente gráficos reflejan esta realidad: la incapacidad de la vanguardia proletaria para incidir en la gran lucha de clases y la pérdida de referencialidad de la revolución entre las grandes masas de nuestra clase. Partiendo de este impasse que atraviesa la Revolución Proletaria Mundial (RPM), agotado el ciclo que abrió el Octubre soviético, ¿cómo superar el grado de postración moral en que se encuentra la clase obrera? ¿Cómo romper la hegemonía ideológica y política del revisionismo y el oportunismo en el movimiento obrero? ¿Cómo recuperar, en definitiva, el horizonte emancipador del Comunismo? En 1919, cuando sobre los proletarios insurrectos de Berlín se cernía el terror blanco, la vanguardia revolucionaria lanzó este grito de guerra: Ich war, ich bin, ich werde sein! (¡Fui, soy y seré!). ¿Podemos extraer de esta divisa de combate respuesta a los problemas que hoy enfrenta el comunismo? Comprobémoslo.

Fui. En el pasado, la (re)constitución del Partido Bolchevique como partido obrero de nuevo tipo hizo del comunismo «el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual»[1]. La Revolución Socialista de Octubre marcó el inicio del Primer Ciclo de la RPM porque con ella el proletariado descolló como sujeto autoconsciente, como Partido Comunista. La anulación y superación del estado de cosas por parte del sujeto revolucionario en el proceso de construcción del Comunismo incluyó la negación dialéctica de la base histórica y política en que se había constituido como tal. Y en tal proceso, en el terreno de la praxis revolucionaria, terminó por agotar su propio paradigma de partida, cerrando el período abierto en 1917.              

Soy. Seguimos inmersos en la época de la RPM. El Ciclo de Octubre ha concluido porque las premisas teóricas y políticas en que se fundó, fraguadas en el entrelazamiento histórico y político de la revolución burguesa y proletaria, ya no sirven por sí mismas como punto de partida para la reactivación del Movimiento Comunista Internacional (MCI). Pero la dialéctica materialista enseña que la historia de la lucha de clases «es un desarrollo que parece repetir las etapas ya recorridas, pero de otro modo, en un terreno superior (la “negación de la negación”); un desarrollo que no discurre en línea recta, sino en espiral»[2]. Por tanto, los progresos históricos alcanzados por el proletariado nos brindan el terreno superior que debemos reconstituir en el presente.

Seré. La reconstitución del comunismo exige colocar en primer plano «la cuestión del factor consciente, la cuestión de la relación del sujeto revolucionario con el objetivo revolucionario, la cuestión de la construcción de lo nuevo desde la conciencia»[3]. Esto implica rescatar el marxismo como teoría de vanguardia, situarlo a la altura de la experiencia histórica de la lucha de clases revolucionaria y del saber universal; y dotar a la reconstitución, orientada siempre hacia el objetivo del Comunismo, de una proyección política concreta que permita vincular a vanguardia y masas en cada fase del proceso revolucionario, preparando el terreno social para la fusión del socialismo científico con el movimiento obrero, es decir, la futura reconstitución del Partido Comunista como organización del movimiento revolucionario de masas, palanca para levantar un nuevo ciclo de la RPM.

Tomada al modo materialista, la consigna «¡fui, soy y seré!» condensa pasado, presente y futuro del sujeto revolucionario, precisa la lógica objetiva del hilo rojo de la historia y ofrece, en definitiva, esa necesaria respuesta a la crisis que hoy embarga al MCI: reconstitución del comunismo, cuyo primer eslabón pasa por reconocernos en el bagaje acumulado por un siglo de revoluciones proletarias, es decir, por situar el Balance del Ciclo de Octubre como eje sustantivo de la articulación práctica del movimiento de la vanguardia revolucionaria.

En las páginas que siguen pretendemos contribuir a esta batalla desde la aproximación a la revolución espartaquista de 1918-1919. Y es que la revolución de Espartaco supone, en el singular contexto de las luchas de clases en Alemania, el detonante de la guerra civil entre proletariado y burguesía. En el plano de las particularidades políticas de la época, expresa la forma primigenia que adopta el despliegue de las conquistas universales del proletariado a partir de la Revolución de Octubre y en el contexto del Occidente imperialista. Y en un terreno más general, y precisamente por ser en Alemania, cuna de la maduración socialdemócrata del proletariado como clase en sí, este proceso privilegia la comprensión de las rupturas y continuidades en las etapas que recorre la formación histórica del proletariado, desde su fase inferior (como partido obrero de masas) a la superior (como Partido Comunista), siendo el espartaquismo fruto directo de las concepciones ideológicas y la morfología política del movimiento que sirve de lanzadera del Ciclo de Octubre: la socialdemocracia alemana[4].


I. En el lugar de honor de la lucha proletaria internacional

El terremoto revolucionario que sacudió al continente europeo en 1848 abrió una brecha en el mundo moderno, una hendidura por la que comenzó el entrelazamiento histórico de la revolución burguesa y la proletaria, entre las réplicas de la democracia revolucionaria y la irrupción del proletariado como clase independiente. París fue epicentro de este gran movimiento, estableciendo su magnitud:

Nadie sabía a ciencia cierta, ni los mismos obreros, qué había que entender por república social. Pero los obreros tenían ahora las armas y eran una fuerza dentro del Estado. Por eso, tan pronto como los republicanos burgueses, que empuñaban el timón del Gobierno, sintieron que pisaban terreno un poco más firme, su primera aspiración fue desarmar a los obreros. Para lograrlo se les empujó a la insurrección de Junio de 1848 (...)”[5]

Entre la república social de febrero y la insurrección obrera de junio culminó el primer acto que protagonizó el proletariado como fuerza autónoma en el escenario de la gran política mundial. Las jornadas revolucionarias en Francia conmovieron los cimientos de la lucha de clases internacional, provocando un realineamiento de las fuerzas de clase que debía responder a la nueva relevancia adquirida por la contradicción entre capital y trabajo. La fuerza de estos acontecimientos resultó suficiente para aleccionar a las clases dominantes de Europa respecto a esa clase en ascenso que con las armas en la mano comenzaba a poner en cuestión no sólo al Antiguo régimen, sino a todo el orden social existente. El caso de Alemania resulta significativo: ante la amenaza proletaria, el burgués alemán se pasa al lado de la aristocracia terrateniente, dando forma al modo prusiano de hacer la revolución burguesa[6], que se convierte en prototipo de la imposición de las relaciones capitalistas allí donde la burguesía es incapaz de barrer al feudalismo por la vía revolucionaria[7]. A partir de 1848 el Junker dirige esta alianza burguesía-aristocracia para dominar y canalizar, desde el aparato burocrático-militar del Estado que retiene en sus manos, la enérgica explosividad de las nuevas fuerzas que la máquina del capitalismo industrial, al roturar el agro feudal, pone en movimiento y entre las que se cuentan las ingentes masas que esta socializante transformación burguesa pone en circulación bajo la forma de trabajo asalariado. El conjunto de mecanismos para contener y encauzar estas masas se acciona a partir de los 1840 y, especialmente, desde la década de 1860. Entre sus resortes destaca la proyección militar de la energía de las masas hacia el exterior, bajo la forma mistificada de la nación alemana en armas[8]. Otro eje de esta política, en clave interna, es la revolución desde arriba como medio para frenar el crecimiento de un movimiento obrero independiente. Otto von Bismarck, representante de los intereses de clase de la vieja nobleza al timón del Estado burgués, incidía ante los suyos en las ventajas del reformismo social: «también para nosotros es una buena inversión. Evitamos así una revolución.»[9]. Una política hacia la clase obrera que encontraba su consecuente complemento en la represión destinada a descabezar al movimiento proletario. Así tenemos entretejidos militarismo nacionalista, reformismo social y represión contra la vanguardia revolucionaria como forma objetiva y mediada en que la clase dominante asimila, a través del Estado, las lecciones subjetivas que le procura la revolución.

También para el proletariado alemán la primavera de los pueblos resultó instructiva: en las barricadas levantadas el 18 de marzo recibió su bautismo de fuego en la gran lucha de clases, todavía como fracción radical del movimiento democrático de 1848[10]. Al final de este período la vanguardia revolucionaria, organizada en la Liga de los Comunistas, emprende un balance político dispuesto para reconstituir las fuerzas del partido proletario[11]:

“En vez de descender una vez más al papel de coro destinado a jalear a los demócratas burgueses, los obreros, y ante todo la Liga, deben procurar establecer junto a los demócratas oficiales una organización independiente del partido obrero, a la vez legal y secreta, y hacer de cada comunidad el centro y núcleo de sociedades obreras, en la que la actitud y los intereses del proletariado puedan discutirse independientemente de las influencias burguesas.”[12]

La síntesis de la experiencia de la lucha de clases enseña a los comunistas, a cuya cabeza están Marx y Engels, que incluso en las condiciones de un movimiento espontáneo de masas que en sí mismo es revolucionario (pues son las tareas democrático-revolucionarias las que están en el candelero), la vanguardia debe realizar un trabajo consciente para constituir un espacio en que la actitud y los intereses del proletariado adopten un contenido y una forma independientes respecto del movimiento dado. No obstante, desde el punto de vista político, la derrota de la ola insurreccional de 1848 trajo un período de reacción y desmovilización general que provocó el repliegue de la vanguardia y la dispersión del movimiento de masas, que no remonta el vuelo hasta los 1860. Pero el intervalo temporal que sigue a la derrota de la revolución no pasa en balde y el movimiento obrero prende en los medios locales a través de sociedades mutualistas, sindicatos corporativos, clubs demócratas, asociaciones culturales y las Bildungsvereine, las sociedades educativas obreras. Estas últimas habían existido antes de 1848, pero a partir de los 1860 renuevan sus fuerzas como institución formativa de los cuadros socialistas[13]. Sin embargo, el principal componente de este tejido social sigue siendo el artesano proletarizado que ha perdido la libertad de su taller para devenir en un obrero cualificado sometido al industrial capitalista. La disolución de su modus vivendi lo destierra del mundo burgués, pero al mundo del trabajo asalariado llega armado con su cultura democrática. Es en este medio ambiente que conjuga el inveterado radicalismo pequeño-burgués y el novísimo particularismo obrerista donde medra el socialismo de Ferdinand Lassalle, figura fundamental en la creación, en 1863, de la Asociación General de Trabajadores Alemanes (ADAV, por sus siglas en alemán).

Con Lassalle el proletariado se escinde orgánicamente de la democracia burguesa, conquista su independencia política y extiende su movimiento de masas a nivel nacional. Este socialismo está impregnado de una perspectiva pequeño-burguesa de la lucha de clases, en donde el proletariado es sólo un objeto instrumental para el dominio del Estado, única y verdadera herramienta para la transformación económica y social del capitalismo. El partido lassalleano es la plataforma para la acción de masas socialista que, tras la derrota de los communards en 1871, posibilita que la clase obrera alemana, y en palabras de Engels, se ubique «en el lugar de honor de la lucha proletaria internacional»:

Los obreros alemanes tienen dos ventajas esenciales sobre los obreros del resto de Europa. La primera es que pertenecen al pueblo más teórico de Europa y que han conservado en sí ese sentido teórico, casi completamente perdido por las clases llamadas ‘cultas’ de Alemania. Sin la filosofía de Hegel, jamás se habría creado el socialismo científico (…) La segunda ventaja consiste en que los alemanes han sido casi los últimos en incorporarse al movimiento obrero. (…) el movimiento obrero práctico alemán nunca debe olvidar que se ha desarrollado sobre los hombros del movimiento inglés y francés, (...) ¿Dónde estaríamos ahora sin el precedente de las tradeuniones inglesas y de la lucha política de los obreros franceses, sin ese impulso colosal que ha dado particularmente la Comuna de París?” [14]

Como detalla este fragmento, la posición de vanguardia del proletariado alemán no es sólo, ni principalmente, el producto inmediato del auge del socialismo como movimiento de masas, aunque este es por sí mismo un factor de progreso en la formación del proletariado como clase, sino que es el resultado histórico de la lucha de clases a escala internacional. La primera ventaja que ese largo proceso arroja es la concepción proletaria del mundo, el socialismo científico, como síntesis de la experiencia histórica de la lucha de clases y las más altas cotas alcanzadas por el saber universal. El marxismo es el decantado, mediado por la actividad subjetiva y consciente de la vanguardia proletaria, por la crítica revolucionaria, de la práctica histórica de avanzada. Entre esta práctica social empieza a ocupar su propio espacio la actividad reciente de esta clase en formación, que moldea los primitivos peldaños por los que asciende para adoptar la forma de partido: son las luchas del proletariado inglés en el terreno económico y la navegación política de la clase obrera francesa sobre la ola democrático-insurreccional. Se trata, en definitiva, de la segunda ventaja, la que abre a la vanguardia proletaria alemana la posibilidad de extraer lecciones de la experiencia política del resto de secciones de la clase obrera mundial. Al especificar ambas ventajas, Engels pone en primer plano la conciencia revolucionaria, premisa para implementar un plan de trabajo entre la vanguardia de la clase:

“Sobre todo los jefes deberán instruirse cada vez más en todas las cuestiones teóricas, desembarazarse cada vez más de la influencia de la fraseología tradicional, propia de la vieja concepción del mundo, y tener siempre presente que el socialismo, desde que se ha hecho ciencia, exige que se le trate como tal, es decir, que se le estudie.”[15]

De la naturaleza de la concepción proletaria del mundo, cuyo imperativo es la transformación revolucionaria de la sociedad, se extrae la necesidad de elevar al movimiento obrero, de colocarlo a la altura del marxismo. Un objetivo que se desdobla en dos tareas interconectadas entre sí: la lucha contra la vieja concepción hegemónica en el seno de la vanguardia obrera y la superación del modelo tradicional de dirigente proletario, que ahora debe estar instruido en la ciencia del socialismo. La lógica de este pasaje engelsiano apunta hacia lo que hoy denominaríamos el problema de la guía ideológica, en donde la lucha de dos líneas y la línea de masas destacan como instrumentos y medios imprescindibles para situar la concepción revolucionaria del mundo al mando. Pero en 1874-1875, cuando se escriben y publican estos materiales, los mismos no podían aparecer más que como orientaciones generales para la vanguardia obrera. Si desde el punto de vista histórico la clase proletaria aún está formándose como tal, en el ámbito político inmediato la red de activistas alemanes con que más estrechamente se habían vinculado Marx y Engels por medio de la Internacional (los Wilhelm Liebknecht, Bebel, Bracke... dirigentes del partido de Eisenach), están en vías de converger en un solo partido obrero, unificado con los principales valedores de la fraseología tradicional, los lassalleanos de la ADAV. Un proceso que culmina en unidad organizativa a mediados de 1875 en el «congreso de conciliación»[16] de Gotha, en que se funda el que luego será Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). Como después afirma Franz Mehring «la unión de las dos fracciones tendía a realizarse espontáneamente»[17]: la práctica de éstos es esencialmente idéntica, estando su comunión en la extensión cuantitativa del movimiento obrero de masas. El marxismo aún tiene por delante un largo camino de lucha hasta convertirse en la corriente hegemónica entre la vanguardia del movimiento[18].

La correlación de fuerzas en el movimiento socialista alemán, por ser vanguardia del proletariado internacional, expresa el grado de madurez histórico alcanzado por la clase proletaria en los primeros compases de su existencia. La forma y el contenido de su práctica efectiva a escala global, desde el cartismo y las trade unions hasta la Dictadura del Proletariado erigida por los federados de París, es aún el correlato del movimiento social espontáneo puesto en marcha por las réplicas de la revolución democrática. En ninguno de estos procesos el marxismo es la teoría que impulsa al grupo dirigente y la experiencia del movimiento no deja de mostrar la revolución como un fenómeno que brota espontáneamente del suelo social contemporáneo en forma de insurrección, a la organización de clase como un instrumento de dirección política sobre las masas y al Estado como medio para imponer un programa y, en consecuencia, como objetivo último de todo movimiento. En suma, dos realidades ya existentes ordenan la lógica del proceso revolucionario, realidades cuya relación es producto histórico de la revolución burguesa y que son independientes respecto de la vanguardia en general y del marxismo en particular: el movimiento de masas y el Estado. Es en este marco de forja del proletariado como clase en sí, como partido[19], período histórico cuya primera etapa (1848-1876) culmina internamente en la fundación del SPD, que se trenza en lo concreto la relación entre contenido y forma del movimiento proletario socialdemócrata:

“Por primera vez desde que existe el movimiento obrero, la lucha se desarrolla en forma metódica en sus tres direcciones concertadas y relacionadas entre sí: teórica, política y económica (resistencia a los capitalistas). En este ataque concéntrico, por decirlo así, reside precisamente la fuerza y la invencibilidad del movimiento alemán.”[20]

Sobre esta base alcanzará el partido obrero de masas sus cotas más elevadas como organización independiente del proletariado en la época del capitalismo concurrencial, al pasar todas estas formas de lucha a regirse por unos códigos comunes que, cincelando la subjetividad de la nueva clase de los esclavos modernos, terminarán por apuntar mancomunadamente hacia el objetivo de la emancipación del trabajo asalariado. En las siguientes décadas esta plataforma permite colmatar el proceso de maduración en sí del proletariado, cuya base sociológica pasará a estar dominada por el obrero industrial: la resistencia a los capitalistas compacta las fuerzas del socialismo en las entrañas del mundo fabril; la lucha política de los obreros alemanes, combinando la tribuna parlamentaria y la actividad clandestina, planta cara a las leyes anti-socialistas (1878-1890)[21]; y, lo que supone un verdadero hito en la historia de la lucha de clases proletaria, la lucha teórica entre revolucionarios y oportunistas en el movimiento socialdemócrata devendrá en la hegemonía del marxismo en el seno de la vanguardia socialista, referencialidad ideológica y política sancionada por el Congreso de Erfurt en 1891. La relación interna entre las distintas esferas en que metódicamente se despliega el movimiento de la joven y ascendente clase proletaria sella el carácter de su lucha, que ya en su forma históricamente embrionaria se nos muestra universalmente como un ataque concéntrico, aunque éste todavía no pueda traducirse en praxis revolucionaria[22].


II. El partido revolucionario que no hace la revolución

En el período que va de 1876 a 1905 la socialdemocracia alemana comanda la gran ola del movimiento obrero espontáneo en Occidente. En el interior del II Reich las multitudes que moviliza pasan de unas decenas de miles a millones y en el plano global se convierte en alma teórica y músculo político de la II Internacional, fundada en 1889.

Como hemos signado, es en este período en que el marxismo conquista la hegemonía ideológica en el seno del movimiento socialdemócrata alemán. Este marxismo decimonónico, en tanto producto histórico determinado, está condicionado por la revolución burguesa, por los mecanismos políticos de los que ésta se vale para su despliegue, así como por el crecimiento de un proletariado que es genuino producto de las relaciones de producción capitalistas y cuya forma de existencia se extiende rápidamente al abrigo de la industrialización. Sobre esta experiencia histórica objetivamente ajena, externa a la todavía incipiente lucha revolucionaria del proletariado, el marxismo queda articulado como teoría de vanguardia, presentando una dualidad entre sujeto y objeto cuyo reflejo se expresará en un discurso de corte cientificista y determinista: cientificista, porque el proceso revolucionario se muestra como concatenación de un conjunto de leyes objetivas independientes del sujeto, cuya función principal reside en observar, conocer y verificar la evolución de esas leyes; determinista, porque el carácter revolucionario de la clase proletaria emerge inmediatamente desde la posición orgánica del obrero en la producción capitalista, pasando a condicionar su actividad política el desarrollo de las fuerzas productivas. En este contexto histórico-material, la racionalización de la experiencia histórica de la lucha de clases y del saber universal por la vanguardia se traduce en el terreno del partido del proletariado en un hiato entre la teoría revolucionaria y la práctica política del movimiento socialdemócrata: la vocación transformadora del proletariado, la proclamación marxista de guerra sin cuartel al mundo de la burguesía, sólo puede estabilizarse materialmente mediante una acción política cuyo eje reside en su autoafirmación como sujeto independiente dentro de los márgenes de la sociedad de clases a derribar. Así, el socialdemócrata es, coherente con sus presupuestos materiales de partida, el partido revolucionario que no hace la revolución.

La socialdemocracia alemana se referencia como portadora de la teoría de vanguardia, procurando su extensión en el plano internacional y haciéndola prender entre la clase obrera, que se fija un horizonte socialista: son los principios marxistas los que garantizan la erección de un movimiento obrero independiente[23]. A la vez, los legatarios de la tradición jacobina y democrático-revolucionaria del proletariado alemán basan la acumulación de fuerzas del movimiento en la resistencia a los capitalistas y la lucha política, que coluden en un programa de reformas sociales que permite unificar al conjunto de la clase. Las contradicciones necesarias e inmanentes a esta situación desgarran al partido a medida que éste madura. En 1899 el derechista Eduard Bernstein inaugura un nuevo nivel en la ofensiva revisionista incidiendo en la desconexión entre la teoría revolucionaria y la práctica reformista del SPD. Kautsky, custodio de la ortodoxia, encara el envite defendiendo la táctica del partido como expresión de la flexible adaptación del marxismo a las circunstancias cambiantes de la lucha de clases[24]. El de Praga apura su tiempo como marxista en medio de profundas transformaciones sociales. Él mismo apunta, en 1903, cómo en los diez años anteriores dos fenómenos han alterado enormemente el orden de las cosas: el dinamismo del capitalismo estadounidense a escala internacional y el desarrollo del proletariado en Rusia[25]. Efectivamente, ambos fenómenos, plenamente identificables con el imperialismo y la revolución proletaria, van a alterar todo el cuadro de la época, incluyendo el lugar que en él ocupa la socialdemocracia.  

En el último tercio del siglo XIX la Alemania bonapartista, esa culminación de la revolución burguesa, se transforma en potencia imperialista. El eje de su economía capitalista, en simbiosis con el aparato estatal Junker, pasa por la concentración monopolista y la fusión del capital bancario e industrial. Para garantizarse su esfera de influencia en el nuevo concierto internacional, unificado mediante las redes que el capitalismo financiero teje, dividiendo el mundo en potencias imperialistas y países oprimidos, el pequeño imperio alemán se une a la competición colonial y armamentística por el dominio de nuevos espacios en que garantizar una posición de privilegio a sus monopolios[26]. A su vez, esa división internacional del trabajo crea las condiciones para que la capa superior de la clase obrera se desgaje del conjunto de las masas proletarias. Estas nuevas relaciones sociales hacen cristalizar, en los países imperialistas, una aristocracia obrera atada al porvenir de la burguesía monopolista y que defiende sus particulares intereses desde el tipo de organización que articula la relación del trabajo asalariado con el resto de clases dentro del sistema: el partido obrero de masas.

La metamorfosis histórica del partido socialdemócrata no se cierra hasta que el tronar de la artillería anuncia el inicio de la Primera Guerra Mundial (IGM), mas ello no quiere decir que la aristocracia obrera no sea ya la base social del revisionismo en el movimiento proletario. Si el vínculo entre reformismo y privilegios nacionales ya lo habían denunciado Marx y Engels al tratar la situación del proletariado inglés, a finales del siglo XIX lo confirma cínicamente el británico Cecil Rhodes, célebre emprendedor y fundador de startups coloniales durante la era victoriana, quien para resolver la cuestión social afirma: «si queréis evitar la guerra civil, debéis convertiros en imperialistas»[27]. En un tono más continental un sector del SPD pasa a apoyar las aventuras militares del Reich: procura cobertura teórica a los crímenes imperialistas (se llegó a elaborar la tesis del colonialismo socialista) y lanza discursos en favor de un patriotismo obrero que dispute la bandera nacional a la burguesía[28], haciendo honor al plebeyo título de «real socialdemocracia prusiana»[29].

Precisamente en los albores de la IGM, momento de mayor prestigio de la socialdemocracia internacional,[30] el SPD es percibido como «un Estado dentro del propio Estado», al decir de Max Weber, un observador poco sospechoso de izquierdista, cuyo análisis concluía que «no es la socialdemocracia la que conquista el Estado, sino, al contrario, el Estado el que conquista el partido. Y yo no veo cómo podría esto constituir un peligro para la sociedad burguesa en cuanto tal».[31] El socialdemócrata Estado dentro del Estado, movimiento históricamente determinado, opera en su conformación como un verdadero espacio de independencia para el proletariado, en que se trenzan una serie de relaciones políticas, ideológicas, culturales... estabilizadas en el tiempo y con una dimensión social de masas, cuyo ataque concéntrico aspira a subvertir la sociedad capitalista. Pero en su plenitud, cuando el capitalismo concurrencial troca en monopolista, el movimiento revolucionario que no hace la revolución se transforma en su contrario, pues su lógica política, su construcción desde abajo, desde el suelo inmediato de las relaciones económicas existentes, no genera más organicidad que la del mismo capital, en que terminará por integrarse.

En otro orden de coordenadas, la atención del movimiento socialista internacional empieza a posarse cada vez más en Rusia, en el Oriente donde se entrecruzan feudalismo y capitalismo. Allí, el ascensional rumbo que toma el movimiento obrero espontáneo en la década de 1890 es inmediatamente revolucionario, por ser disolvente de las viejas relaciones de clase en que todavía se sostiene el régimen zarista. El generoso caudal de masas del proletariado ruso desemboca en la revolución de 1905, cuyo curso provoca en Alemania un amplio debate en torno a la táctica política de la huelga general. El debate sobre la huelga situó al SPD al borde de la ruptura, validando la máxima leniniana de que las luchas en el terreno de las concepciones programáticas adelantan los choques armados entre las clases.


III. El partido se fortalece depurándose

Como Lassalle escribiera a Marx en 1852, «la lucha interna da al partido fuerzas y vitalidad... el partido se fortalece depurándose»[32]. Con mayor o menor fortuna, y no exenta de oscuros pasajes[33], la socialdemocracia alemana intentó mantenerse en el sendero de este dictado, expresión de la mejor tradición revolucionaria que apunta a la centralidad de la lucha de clases en el seno del partido proletario. No en vano, la unidad del movimiento obrero alemán empieza a resquebrajarse en el plano ideológico, como enuncia el trabajo de Bernstein, Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia.

Nacido en 1850, Bernstein pertenece a la segunda generación de dirigentes socialdemócratas. Se unió a la fracción de los eisenachianos en 1872, donde se forma en las ideas socialistas, aunque no es hasta la década de 1880 cuando estudia la obra de Marx y Engels[34]. A partir de entonces destaca como teórico y publicista del partido. Exiliado durante años en Zúrich y Londres, de vuelta en Alemania expone su revisión de la teoría marxista, que expresa la sublimación posibilista del marxismo de su época. Por socialismo entiende la creciente integración de la clase obrera, mediante los sindicatos, en la gestión económica del proceso productivo. Defensor del parlamentarismo burgués, ve en el Estado capitalista el medio para la armonización de los intereses de obreros y patrones y observa que el mejor modo de alcanzar esa realidad socialista es la conformación de un amplio frente electoral entre la clase obrera y el ala liberal de la burguesía. Considera que el SPD ya desarrolla una política evolucionista, pero su tradición revolucionaria lastra la práctica cotidiana partidaria. El neokantiano Bernstein efectúa una descomposición analítica del marxismo, que queda desmembrado en cuerpos doctrinales cerrados y autónomos entre sí. Como positivista, sólo reconoce el carácter científico de una parte de la teoría económica de Marx, en la medida que ésta sea reflejo directo de datos económicos empíricamente contrastables. Tras el licuado empirista de la concepción proletaria del mundo, el resto del legado marx-engelsiano es consecuentemente caracterizado como escoria desechable:

“Siempre que veamos a la doctrina que parte de la economía como base del desarrollo social rendirse ante la teoría que exalta el culto de la violencia, podemos estar seguros de que nos encontramos ante una tesis hegeliana. (…) Lo verdaderamente importante que han hecho Marx y Engels no ha sido con la ayuda de la dialéctica hegeliana, sino a pesar de ella.”[35]

El berlinés lanza su derechazo más potente contra la dialéctica, pues allí encuentra la clave de todos los males que padece la socialdemocracia y que se concentran en la sumisión de la economía ante el culto a la violencia. Por economía Bernstein entiende desarrollo lineal, proceso objetivo ininterrumpido que depende de elementos supuestamente ajenos a la lucha de clases, como la evolución de la tecnología y la democratización de la producción, es decir, las fuerzas productivas y el Estado. Y por violencia entiende disrupción subjetiva del orden social, lucha de clases, guerra civil, revolución... pues su invectiva anti-hegeliana dispara contra la ideología proletaria y contra el terror revolucionario de masas de las clases oprimidas:

“El terror de 1793, dice [Proudhon], no amenazó de ninguna manera las condiciones de existencia de la gran masa de la población. En cambio en 1848, el régimen de terror es testigo del encuentro entre dos grandes clases, cuya perspectiva de existencia depende para ambas de la circulación de los productos y de un sistema de relaciones mutuas. El choque entre ellas significaría la ruina de todos.” [36]

En boca de Bernstein esta tesis del socialismo pequeño-burgués ya no es un rescoldo de los intereses de clase del viejo artesanado radical, sino el condensado teórico de la posición objetiva que la fracción privilegiada de la clase obrera pasa a ocupar en los países imperialistas. El que fuera albacea testamentario de Engels remata esta idea con una honrada y oportunista apología del economicismo, de la lucha obrera a pie de fábrica y de las posibilidades de avance que la sociedad burguesa abre en su cotidianeidad:

“Reconozco abiertamente que para mí tiene muy poco sentido e interés lo que comúnmente se entiende como meta del socialismo. Sea lo que fuere, esta meta no significa nada para mí y en cambio el movimiento lo es todo. Y por tal entiendo tanto el movimiento general de la sociedad, es decir el progreso social, como la agitación política y económica y la organización que conduce a este progreso.”[37]

¿Qué ha sido de Engels y las tres direcciones concertadas y relacionadas entre sí en que se desenvuelve el movimiento proletario? La deconstrucción cientificista del marxismo liquida esta perspectiva concéntrica de la lucha de clases del proletariado. La reconstrucción positivista del marxismo sólo deja en pie el devenir natural de la sociedad de clases, que incluye la práctica espontánea del movimiento de masas y la cobertura inmediata que los socialdemócratas puedan procurarle en forma de agitación política y organización. El materialismo vulgar y el idealismo subjetivista se dan la mano para subvertir la base racional del marxismo, la dialéctica, que junto con la carga subjetivo-revolucionaria de la experiencia histórica del proletariado y el fin supremo del Comunismo, queda proscrita en nombre de los intereses arribistas del sector privilegiado de la clase obrera.

La lucha contra el revisionismo se revela como una «disputa entre dos concepciones del mundo, dos clases, dos formas de sociedad»[38], como dijera Rosa Luxemburgo, referente de la izquierda del SPD, al abordar el combate ideológico contra la bernsteiniada. Nacida en 1871 en la Polonia bajo yugo imperial ruso, inició su militancia a mediados de los 1880 en el grupo Proletariado, lo que le valió la persecución de las autoridades zaristas. Desde Suiza participó activamente en la reorganización del movimiento socialista polaco y entró en contacto con los emigrados marxistas rusos, hasta que en 1898 se fue a Alemania y comenzó a trabajar en el interior del SPD. Para entonces la Rosa roja ya había asimilado el marxismo de su época. Así, en el balance que realiza sobre la trayectoria de Proletariado apunta que el principal problema fue su deriva blanquista[39], pues aunque este grupo asume que la clase obrera es la base social de la próxima revolución, termina considerando que un sólo golpe, la huelga general preparada por la organización clandestina de vanguardia, bastaría para agrupar a las masas oprimidas y derribar a la autocracia. Una táctica de acción directa cuya explicación material halla Luxemburgo en el lugar histórico que ocupa la vanguardia de la Polonia rusa, a medio camino entre el Occidente capitalista y la Rusia absolutista, entre socialismo científico y populismo.

Si en la lucha contra el revisionismo derechista Kautsky se conforma con defender la vieja y probada táctica de los alemanes, la polaca se esfuerza siempre por ir más allá, por hacer que esa táctica integre en los hechos, y no sólo de palabra, el conjunto de la experiencia del movimiento obrero internacional. Es por esto que participa de los debates entre bolcheviques y mencheviques a partir del II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR), buscando trazar la historia de la vanguardia rusa desde una perspectiva materialista:

“En el movimiento socialdemócrata tampoco la organización, a diferencia de los intentos anteriores, utópicos, del socialismo, es un producto artificial de la propaganda, sino un producto histórico de la lucha de clases, a la que la Socialdemocracia solamente aporta la consciencia política. En condiciones normales, es decir, allí donde el dominio político desarrollado de la burguesía precede al movimiento socialdemócrata, la primera soldadura política de los trabajadores es en gran medida un resultado de la acción de la burguesía.”[40]

Justamente, la socialdemocracia es un producto histórico posterior a la revolución burguesa. Ya hemos comprobado la relación política de ambos movimientos en el caso alemán, donde las particulares formas que adquiere el partido obrero en la segunda mitad del siglo XIX están íntimamente ligadas al fracaso insurreccional de 1848 y la posterior convergencia de burguesía y aristocracia. Este esquema general también es válido para España (por citar un discípulo del modelo prusiano de revolución burguesa) y por supuesto para Inglaterra y Francia, casos todos en que la revolución democrática precede a la constitución de partidos socialistas. Pero ¿qué sucede allí dónde no concurren esas condiciones normales?:

En Rusia ha recaído en la Socialdemocracia la tarea de suplir por su intervención directa todo un período del proceso histórico y conducir directamente al proletariado desde la atomización política, que es la base del régimen absoluto, a la forma más elevada de organización, a su organización como clase en lucha consciente de sus objetivos.”[41]

En Rusia, recién entrado el siglo XX, las conquistas históricas del Occidente (el dominio de las relaciones de clase capitalistas, contenido esencial de la revolución burguesa; y su contraparte, el surgimiento de un movimiento obrero de masas como expresión del partido proletario como clase en sí) siguen siendo tareas políticas a realizar y a las que debe enfrentarse la vanguardia marxista. Mientras los socialdemócratas alemanes han debido aportar consciencia a un proceso social en curso (la compactación del proletariado en torno a sus reivindicaciones inmediatas), la actividad política de los marxistas rusos debe ser un permanente y creciente atreverse a transgredir el orden natural de las cosas. El contenido de las tareas de la socialdemocracia rusa implica situar la consciencia revolucionaria como punto de partida del movimiento proletario en su conjunto, lo que se traduce en una nueva forma de construcción de los vínculos entre vanguardia y masas, esto es, en la constitución de una organización obrera de nuevo tipo, pues en palabras de Lenin y como el materialismo dialéctico enseña «la estructura de cualquier organismo está determinada, de modo natural e inevitable, por el contenido de la actividad de dicho organismo»[42]. No obstante, las conclusiones de la polaca sobre las luchas de clases en Rusia y la organización de la vanguardia son diferentes:

“La concepción que aquí se expresa de un modo insistente y exhaustivo es la de un centralismo sin concesiones cuyos principios rectores son, de un lado, la drástica diferenciación y separación de las tropas organizadas de revolucionarios activos y escogidos del medio desorganizado aunque revolucionario que les rodea y, de otro, la disciplina estricta y la intervención directa, decisiva y determinante de la autoridad central en todas las actividades de las organizaciones locales del partido.”[43]

Luxemburgo censura los que supone principios rectores del centralismo del POSDR, que trata como uno de los principales déficits de la corriente bolchevique y que asociará, en lo que terminaría siendo lugar común de la ortodoxia, con la tradición blanquista. En cuanto al segundo elemento, la forma orgánica que adoptan las relaciones en el seno del POSDR, Lenin responde[44] indicando que la organización concreta de la socialdemocracia rusa es el resultado mediado de las divisiones de principio, de modo que sólo atendiendo en primer lugar y de forma concisa a la lucha ideológica y sus consecuencias políticas pueden tratarse correctamente, desde el punto de vista de la dialéctica, los aspectos de orden organizativo. En cuanto al primer elemento, si vamos más allá de la forma expositiva de la crítica luxemburguiana, éste recoge los dos respectos dialécticos del partido revolucionario del proletariado tal como lo concibe el bolchevique, es decir, como fusión del socialismo científico y del movimiento obrero. Por un lado las tropas organizadas de revolucionarios activos, la vanguardia que trenza una malla organizativa compuesta de multitud de conexiones ideológicas y políticas que son resultado de la creación consciente de relaciones sociales de nuevo tipo, independientes del movimiento espontáneo del cual separa y escoge a sus mejores elementos para forjar cuadros marxistas de extracción obrera, estrategas revolucionarios y nodos que entrelacen a la organización clandestina de vanguardia con organismos de masas de todo tipo. Y de otro lado queda el segundo respecto, el medio desorganizado aunque revolucionario que les rodea, el movimiento de masas (desorganizado desde el punto de vista de la conciencia; revolucionario en el particular contexto político ruso), que es transformado por la actividad subjetiva de la vanguardia, fundiéndose en un sistema único de organizaciones como partido de nuevo tipo.

Ya en los tiempos de Iskra Lenin es consciente del problema de la relación entre teoría y práctica, tomando como referencia la postura de Kautsky, quien combatiendo la deriva economicista-sindicalista en la socialdemocracia internacional plantea la cuestión de la introducción de la consciencia socialista desde fuera en el movimiento obrero, en tanto que «el socialismo y la lucha de clases surgen juntos, mas no se derivan el uno de la otra; surgen de premisas diferentes»[45]. Pero el bolchevique no se limita a aceptar esta problemática tal cual la toma de Occidente, pues como nos explica el Partido Comunista Revolucionario:

“… el verdadero planteamiento leniniano de la cuestión es superior al de Kautsky, porque no se limita a la función de introducir desde fuera la conciencia en el movimiento de masas. En Lenin, el principio de fusión teoría-práctica conlleva también algo no implícito en el planteamiento kautskiano, a saber, que, con la transformación de la conciencia de las masas y la elevación de las mismas hacia la posición política de su vanguardia, la construcción del movimiento revolucionario se realiza hacia fuera del movimiento espontáneo tras haber arraigado en él.”[46]

Lenin recupera dialécticamente, mediatizado por el marxismo de la II Internacional cuyas premisas teóricas comparte, el hilo rojo de la perspectiva engelsiana sobre el despliegue concéntrico del partido proletario: la teoría de vanguardia se convierte en conditio sine qua non del movimiento revolucionario y el revolucionario profesional[47], arrancado hacia fuera del suelo espontáneo de la lucha obrera para ser instruido en el marxismo y los problemas estratégicos de la revolución, pasa a ser el nuevo modelo de dirigente proletario. Además, las tres décadas de práctica social de vanguardia acumuladas por la socialdemocracia alemana, que se unen al bagaje histórico del proletariado, son asimiladas por los bolcheviques para ser desplegadas conscientemente sobre el sinuoso terreno social ruso, contribuyendo a que esta recuperación leniniana de Engels sea a su vez la vía para una auténtica y verdadera constitución de la relación entre teoría y práctica, tal como los fundadores del socialismo científico la habían esbozado, es decir, como praxis revolucionaria cuyo contenido se concreta y materializa, ahora, en la forma de Partido Comunista.

Todo esto, sin embargo, tenía que pasar absolutamente desapercibido desde la óptica que la historia concede a Rosa Luxemburgo. Por ello, cuando encare la tarea internacionalista de asimilar críticamente las lecciones de la primera revolución rusa, en la que se apoya para desarrollar la lucha teórica contra el oportunismo en el SPD, es incapaz de quebrar el marco político en que se encuentra incrustado el partido alemán. En Huelga de masas, partido y sindicatos, balance del ensayo general de 1905, Luxemburgo sintetiza su concepción de la revolución proletaria. Por una parte enfrenta al revisionismo, defendiendo que en la Alemania burguesa la única vía revolucionaria pasa por defender el programa de la dictadura del proletariado[48]. Pero por otra parte este objetivo sólo puede ser resultado de un estallido social espontáneo sostenido en el tiempo, para el que los socialdemócratas deben ir preparando el terreno a través de la propaganda, explicando a las masas de la clase la inevitabilidad de los acontecimientos revolucionarios.

Desde sus inicios como publicista en el movimiento obrero alemán, Luxemburgo otorga relevancia a la cuestión de la teoría revolucionaria, siguiendo el sendero de la tradición socialista en Alemania y combatiendo al oportunismo sindicalista:

“Ya Lassalle dijo en una ocasión que sólo cuando la ciencia y los trabajadores, esos dos polos opuestos de la sociedad, se unan, acabarán entre sus brazos de acero con todos los obstáculos culturales. Toda la fuerza del movimiento obrero moderno se basa en el conocimiento teórico (...) Mientras el conocimiento teórico siga siendo el privilegio de unos cuantos «académicos» en el partido, seguirá corriendo el riesgo de extraviarse. Sólo cuando las grandes masas de trabajadores tomen en sus manos el arma segura y afilada del socialismo científico, se desmoronarán como un castillo de naipes todas las desviaciones pequeño-burguesas.”[49]

Sin embargo, esta avanzada perspectiva no dice nada por sí misma respecto de los medios e instrumentos que desde el socialismo científico debe construir la vanguardia para hacer que las masas tomen en sus manos el arma del marxismo. Y la lectura de la revolución de 1905 asentará con más fuerza su idea de que la conexión entre la vanguardia y las masas de la clase obrera se realiza en la lucha de resistencia, pues considera que en ella se conforma la unidad del movimiento socialista, proceso que en Alemania supone completado por la propia existencia del movimiento de masas socialdemócrata. Esta no deja de ser la realidad histórica y política en que se desenvuelve Luxemburgo, cuando la extensión cuantitativa del movimiento obrero sigue cumpliendo un papel progresivo, favoreciendo esa unión externo-formal que condiciona y mediatiza tanto el análisis como las conclusiones político-organizativas a las que llega. Por esto, y a pesar de representar al sector revolucionario de la vanguardia socialdemócrata, la táctica revolucionaria de la polaca implica alteraciones en el reformista sistema orgánico del SPD que son principalmente de carácter cuantitativo, pues se refieren al desplazamiento del eje de la actividad cotidiana de la vanguardia desde las instituciones burguesas a los centros de trabajo. El contenido cualitativo de las tareas que sustentan al partido obrero de masas queda inalterado y el modelo de dirigente proletario, lejos de apuntar hacia el nuevo estratega bolchevique, sigue siendo el operador táctico en que los socialdemócratas alemanes han alcanzado la maestría internacional: el agitador que en la tribuna hace enardecer a las masas obreras con el ideal del socialismo, el secretario marxista del sindicato local y el representante institucional de los trabajadores. Luxemburgo denuncia certeramente la visión decimonónica que los oportunistas se hacen de la revolución y sin embargo no puede ofrecer más que una imagen deformada del ancestral dirigente de barricada.

En esta visión del proceso histórico el partido obrero no ocupa ningún papel en el inicio de la revolución y su tarea se limita a proporcionar la dirección política[50] que sepa adelantarse a los acontecimientos y guiar tácticamente a las masas, cuyo ímpetu revolucionario desplazará por sí mismo al puñado de dirigentes oportunistas. No hay alternativa al partido de la resistencia obrera y la estrategia revolucionaria se reduce a la táctica moldeadora de un movimiento que no es sino el resultado espontáneo de las relaciones sociales capitalistas. La idea de Luxemburgo sobre la revolución es, en definitiva, de carácter espontaneísta. Pero esta, insistimos, no deja de ser el resultado del marco histórico-material en que se desenvuelve la vanguardia proletaria de los países capitalistas cuando la sociedad contemporánea alcanza su madurez imperialista. Las premisas teóricas del marxismo de la II Internacional, formadas entre la revolución burguesa y la formación del proletariado como clase en sí, entremezclan economicismo y fatalismo revolucionario, reduciendo la lucha de clases a su aspecto político más inmediato, de control y dirección del proceso social. Bajo esta forma de entender los mecanismos de la revolución también se forjó el bolchevismo y tales presupuestos teóricos nutren y dan asiento material al paradigma revolucionario del Ciclo de Octubre. Pero mientras hacia el Oriente el hueco de negatividad[51], histórico y político, permite a la vanguardia marxista trabajar de forma revolucionaria e independiente para fusionarse dialécticamente con su medio material (aunque vanguardia y movimiento de masas se hayan configurado, igualmente, como dos realidades diferentes), en Occidente se achica a pasos agigantados el margen de maniobra para que los revolucionarios puedan dotar al movimiento de masas de una orientación política que, tomando como base su espontaneidad, ensamble materialmente con la posibilidad de revolucionar conscientemente el mundo burgués.

Las posiciones de Bernstein y Luxemburgo representan la más depurada expresión programática de los dos partidos opuestos, el oportunista y el revolucionario, respectivamente, que vienen fraguándose en el interior del movimiento socialdemócrata alemán en las décadas anteriores a la primera gran guerra imperialista. Pero antes de comenzar la IGM, la antorcha de la vanguardia internacional estaba pasando a las manos del proletariado ruso. Será de hecho el devenir de la revolución en Rusia el que condicione los últimos pasajes de las luchas entre los socialdemócratas alemanes, antes de que éstas se transformen en parte integral de la guerra civil del proletariado contra la burguesía.


IV. ¿Qué quiere la Liga Espartaco?

En el verano de 1914 la defección socialdemócrata, su paso al campo del imperialismo, supuso la bancarrota de la II Internacional y la escisión del movimiento obrero en dos partidos antagónicos, el socialchovinista y el internacionalista. En Alemania el SPD queda al servicio del Imperio burgués y la acreditada maquinaria socialdemócrata es, como otra pieza más de la industria nacional, reconvertida y subordinada a la planificación estratégica de la guerra total por parte del Alto Mando de la burguesía. El Estado monopolista sigue la lógica de Clausewitz y como órgano social vivo con una alta capacidad de resiliencia adapta sus mejores funciones políticas a los tiempos de guerra. Los sindicatos se asientan como mecanismo de contención y canalización de las masas, coordinando con la patronal la ocupación de los trabajadores en función de las necesidades bélicas, colaborando con la administración en el racionamiento de alimentos y apuntalando el orden público, con la delación, ante las fuerzas de seguridad, de agitadores y huelguistas. Mientras, los líderes parlamentarios del partido obrero nacional hacen valer ante generales, industriales y príncipes su lealtad institucional y su compromiso de país.

El socialchovinismo se lleva consigo armas y bagaje y los internacionalistas quedan, inicialmente, desorientados ante el nuevo rumbo de la lucha de clases. En agosto de 1914, el debate sobre la actitud ante la guerra arroja una victoria apabullante del ala oportunista del SPD[52]. Inmediatamente después de esta debacle, un grupo de destacados revolucionarios, entre ellos Mehring, Luxemburgo, Leo Jogiches y Hugo Eberlein, deciden reagrupar fuerzas ante el aislamiento de las posiciones internacionalistas[53]. La izquierda insiste en plantear la lucha en el interior del partido, recurriendo a los mecanismos normales para activar un debate que permita voltear lo que siguen considerando un error transitorio de la dirección, pero ésta, en manos de los mayoritarios, desaprueba cualquier polémica y a los pocos meses prácticamente todos los órganos de expresión del SPD son correas de transmisión de la censura militar.

Termina 1914 y en Alemania el internacionalismo no es más que un estado de opinión entre la izquierda de la vanguardia. Sin embargo, ya han empezado a organizarse fracciones clandestinas que realizan una labor básica de propaganda entre las bases del partido. Y Karl Liebknecht, verdadero tribuno del pueblo con una conocida y reputada trayectoria de agitador anti-imperialista, se convierte en referente de los revolucionarios al romper la disciplina partidaria y votar, en la segunda votación en el Reichstag, contra los créditos de guerra. A partir de aquí diversas iniciativas intentan articular un espacio que centralice la lucha de la vanguardia y se referencie ante las masas socialdemócratas. Es en este contexto en que aparece la fugaz revista La Internacional (1915) y sale el folleto Junius (bajo tal pseudónimo Luxemburgo escribe, en 1915, La crisis de la socialdemocracia, que se publica en 1916), que tienen su continuidad en las cartas políticas que se publican bajo la firma colectiva de Spartakus (Espartaco) y que harán del espartaquismo una corriente política de vanguardia.

La revolución rusa de febrero reverbera entre las masas alemanas durante la primavera de 1917. Crece el movimiento anti-militarista y la crisis política del régimen se hace evidente. Por arriba el Ejército detenta fácticamente el poder ejecutivo y se ve empujado a tomar una posición cada vez más colaborativa con el SPD, lo que hace inviable que la vieja estructura política del Reich se mantenga como hasta ese momento. Y por abajo se abren vías de fuga en la poderosa autoridad de los sindicatos. Entre abril y mayo la lucha anti-belicista abre auténticos vacíos de poder por todo el país. En las fábricas de Berlín se extiende el movimiento de los delegados revolucionarios, que cuestiona la hegemonía reformista entre las masas obreras, mientras se sucede la agitación clandestina en favor de una república roja. En Leipzig, obreros en huelga eligen una asamblea de representantes, embrión del primer Räte (soviet, consejo) en territorio alemán. Y en las ciudades costeras de Kiel y Wilhelmshaven los marinos de la flota de guerra realizan una movilización armada, organizándose según el modelo soviético ruso[54]. La izquierda intenta enlazar con estos estallidos de masas, pero carece de los instrumentos políticos para ello: el núcleo espartaquista acaba de rechazar la posibilidad de escindirse orgánicamente del revisionismo centrista[55] y participa en la fundación del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD), que reúne a todas las corrientes de oposición bajo la hegemonía del centrismo kautskiano[56]. Así, una emergente vanguardia práctica educada durante décadas en la unidad socialista que se rebela contra sus jefes oportunistas tomando por referente las luchas revolucionarias en Rusia, se ve abocada a confiar, de nuevo, en los valedores obreros del Burgfrieden.

Los espartaquistas se mantienen en la postura de Junius, criticada por Lenin en el verano de 1916. En ese entonces, el revolucionario ruso aborda las posiciones de los internacionalistas alemanes «como parte de la autocrítica, necesaria para los marxistas, y para verificar en todos sus aspectos los conceptos que deben servir de base ideológica a la III Internacional»[57]. Así contribuye a la lucha de dos líneas entre revolucionarios y centristas:

“El mayor defecto en el marxismo revolucionario de Alemania es la falta de una organización ilegal consolidada, que aplique su línea en forma sistemática y eduque a las masas en el espíritu de las nuevas tareas: tal organización debería tomar una postura definida ante el oportunismo y ante el kautskismo.”[58]

La lucha de clases teórica en el seno del marxismo revolucionario debe dirigirse hacia la consolidación de una organización ilegal, núcleo desde el que implementar una línea política labrada en el espíritu de las nuevas tareas como medio para vincular vanguardia y masas. Lenin insiste en la ruptura con lo viejo, puesto que Junius se escurre hacia la tentación de volver a las viejas certezas revolucionarias, esas desde las que, dejando a un lado el rapto militarista del SPD, aún cabría restaurar positivamente la unidad socialista de la clase obrera. Dada la conformación histórica de la socialdemocracia alemana, ese momento de las certidumbres es, en términos programáticos, la gran república alemana unida, el objetivo democrático de 1848. Pero ese es el marco político en el que se ha atrincherado el socialchovinismo, que recurre al mismo para justificar teóricamente la participación obrera en la guerra imperialista. Al aceptar la batalla en el pantanoso terreno del viejo programa democrático-nacional, charca en la que chapotean felizmente Bernstein y Kautsky, la izquierda retrocede en términos ideológicos y estratégicos para defender la república burguesa, cuando una década antes Luxemburgo ya reclamaba como objetivo inmediato de la revolución alemana la dictadura del proletariado.

El coqueteo republicano engarza con el tacticismo inmanente a la concepción economicista del partido proletario bajo la que opera la izquierda alemana. Las vacilaciones ante la escisión total con el revisionismo tienen por motivo la disputa por las masas socialdemócratas, objeto que los internacionalistas pretenden tomar mediante la propaganda y las maniobras tácticas dentro de los márgenes del movimiento obrero de viejo cuño. En 1915, cuando se escribe el folleto Junius, el grueso de estas masas sigue bajo la égida del socialchovinismo, de modo que se plantea una revolución por etapas, a lo menchevique dice Lenin, en la que el proyecto republicano-popular pueda atraer a la pequeña burguesía para, después, aupar a la clase obrera al socialismo... «Algo así como un plan para “ganar en astucia a la historia”, para ganar en astucia a los filisteos»[59]. Y es que sólo los filisteos revisionistas podían sacar rédito de un programa sin recorrido revolucionario, pues el contenido objetivo de la revolución democrática ya había sido colmatado por el Estado imperial capitalista.

Ante el rumbo de la lucha entre lo viejo y lo nuevo en la vanguardia alemana, Lenin delinea una propuesta de acción, en continuidad con sus apreciaciones de carácter ideológico y organizativo, para que los internacionalistas puedan retomar el camino de la dialéctica. Desde el punto de vista histórico el nuevo contenido de la lucha de clases es la revolución socialista, programa que la clase de vanguardia tiene que oponer a la guerra imperialista. Desde el punto de vista político, esto se traduce en la consigna de transformar la guerra mundial en guerra civil revolucionaria. Esa es la táctica-plan que el Partido Bolchevique desarrolla, construyendo a cada paso el movimiento revolucionario de masas para la aplicación del programa revolucionario-socialista, de forma que «el éxito de todos estos pasos lleva inevitablemente a la guerra civil»[60]. Así, las nuevas tareas, encuadradas en un nuevo tiempo histórico de la lucha de clases, la época de guerras y revoluciones, implican que, de ahora en adelante, el partido obrero de nuevo tipo es el factor principal y decisivo de la revolución proletaria. Si, con la perspectiva que nos da el Ciclo de Octubre concluido, observamos la lógica dialéctica de estas transiciones, la revolución aparece como un único proceso que recorre fases cualitativamente diferentes: se inicia con la lucha ideológica de la vanguardia marxista para definir la línea general y establecer las bases de una organización ilegal consolidada; sigue con la aplicación de una línea política para fundir a la vanguardia con las masas de la clase; que debe servir, una vez constituido el partido, para crear el marco material en que el proletariado revolucionario desarrolle la guerra civil contra la burguesía, esto es, para que el sujeto revolucionario-proletario, también a lo Clausewitz, experimente un salto dialéctico en su despliegue, pasando de la línea política a la línea militar para la elevación de las hondas masas de la clase a la posición del comunismo.

La táctica general leniniana para la constitución y construcción del partido revolucionario es la base subjetivo-consciente en que se asienta la posición de vanguardia que adquiere el proletariado ruso con la Revolución Socialista de Octubre y que hace de la dialéctica vanguardia-masas el motor de desarrollo del proletariado como clase revolucionaria, para sí. Su progresiva influencia objetiva en el desarrollo de las luchas de clases a nivel mundial, y en el particular contexto político alemán, favorecerá el desplazamiento de la vanguardia espartaquista hacia los postulados bolcheviques, al menos en dos cuestiones centrales: la escisión con el revisionismo centrista como premisa para la creación de un partido revolucionario y la asunción de la revolución socialista como tarea inmediata del proletariado[61].

Desde Octubre la actitud ante la línea del Partido Bolchevique se convierte en la nueva linde que divide al internacionalismo revolucionario del reformismo socialchovinista. En el flanco derecho, SPD y USPD forman un frente anti-comunista: desde su posición crítica en el gobierno (al que el SPD accede en enero de 1918), los Scheidemann animan la agresión de la comunidad internacional contra la joven república socialista[62] y en la prensa alternativa, los Kautsky se vuelcan en defender la inviabilidad económica del socialismo en el Oriente soviético[63]. En el costado izquierdo, se prepara una conferencia que en octubre de 1918 consuma la escisión completa con el revisionismo. La última carta de Espartaco revela la ruptura con los pequeños Lafayette, aunque todavía se habla de la república alemana como primer acto ineludible de la revolución que está por venir[64]. Unos días después estalla la revolución de noviembre y la monarquía se disuelve, demostrando que los programas republicanos carecen de recorrido en la época imperialista, pues cuando la lucha entre capital y trabajo se tensiona las coronas ruedan por sí solas, planteándose la cuestión del poder limpia y sin adornos, como dictadura de la burguesía o dictadura del proletariado.

En diciembre se publica ¿Qué quiere la Liga Espartaco?, el manifiesto-programa de la izquierda que define las tareas de la revolución: la asunción de todo el poder por parte de los consejos y la supresión de las instituciones parlamentarias; el desarme de la clase dominante y el armamento general del proletariado a través de milicias obreras y de una Guardia Roja; el establecimiento de contactos con los partidos de otros países para implantar la paz por medio de la revolución mundial, etc.[65] En suma, la Liga Espartaco quiere la Dictadura del Proletariado. A partir de aquí, la materialización de este programa dependerá de la capacidad de la vanguardia para articular su relación con las masas en medio de la crisis revolucionaria que conmueve al país.


V. Afianzar la Revolución y llevarla hasta el final

¿Cuáles eran las fuerzas materiales concretas de las que disponía el espartaquismo al inicio de la revolución? Aunque en 1914-1915 empiezan a definirse sus contornos políticos, la ya de por sí compleja transición hacia una nueva lógica organizativa de vanguardia basada en la dialéctica entre el trabajo secreto y abierto se ve complicada por las reticencias a romper el viejo molde organizativo y hostigada por los incesantes golpes del revisionismo y el aparato policial del Reich. Sólo terminada la guerra y en medio de la revolución disfrutarán los espartaquistas de un breve lapso de tiempo para debatir y dar a conocer sus postulados como partido entre las masas obreras[66]. Para entonces los revolucionarios son conscientes de que están en medio de la guerra civil por el socialismo. La Liga se autodefine como la fracción más consecuente del proletariado[67], cuya tarea consiste en dotar al movimiento revolucionario de perspectiva histórica y dirección táctica. Para cumplir estos objetivos, el espartaquismo desarrolla una actividad independiente de propaganda y organización, que centraliza a través de su nuevo órgano, Die Rote Fahne (Bandera Roja). Pero conectar estas tareas con las masas de la clase necesita de dispositivos concretos más allá de la propaganda, que van a remitirse a dos elementos configurados por fuera de la vanguardia: las propias masas en su movimiento espontáneo y los consejos como organismos de poder[68].

Retomando el orden de las jornadas revolucionarias, en octubre de 1918 el II Reich se viene abajo. La incapacidad para mantener el pulso en la guerra lleva al Alto Mando a aceptar la derrota como un hecho. El Ejército alcanza un acuerdo con el SPD, que pasa a asumir el peso del gobierno, pero el proletariado, espoleado por el ejemplo soviético, no está para más regateos entre mercaderes parlamentarios. Entre el 4 y el 5 de noviembre, en Kiel, los marinos de la flota imperial se amotinan contra sus oficiales para poner fin a la guerra, organizando un Räte que declara la huelga general. En los siguientes días la rebelión se extiende por todo el país, formándose consejos de obreros y soldados que se unen a los que ya existían. Estos órganos habían crecido durante 1918, en muchas ocasiones a iniciativa del revisionismo y como asambleas consultivas del movimiento de resistencia. En noviembre las masas parecen engullir las estructuras del régimen burgués y el poder queda, formalmente, en manos de estos organismos. Pero en primera instancia los consejos no pretenden disputar el poder al Estado y solamente la iniciativa de los activistas revolucionarios hará que algunos de estos órganos sean un medio para el reparto de armas entre la clase trabajadora. Es en este contexto en que el día 9, para contener el empuje revolucionario de las masas, el revisionista Scheidemann debe dedicar la hora del almuerzo, literalmente, a anunciar la formación de la república burguesa. En la capital los consejos se reúnen en asamblea, otorgando su confianza a un consejo de comisarios del pueblo, de facto órgano ejecutivo de la revolución, compuesto por 3 miembros del USPD y otros tantos del SPD, entre ellos el derechista Friedrich Ebert, nombrado premier del gobierno burgués antes de la patética huida del káiser Guillermo II.

La revolución de noviembre da como resultado un régimen republicano-burgués y una dualidad de poderes que coexistirán pacíficamente varias semanas. El nuevo ejecutivo consejista obstaculiza cualquier medida acordada por los consejos[69] y, de hecho, si se ve obligado a transigir con esta simulación soviética es porque, a pesar de todo, el proletariado está armado. La primera tarea de este gobierno doblemente filisteo consistirá en arrebatar las armas a la clase obrera, combinando para ello todas sus astucias. Ante los trabajadores armados que han paralizado la máquina de guerra, el socialchovinismo presenta el final de la contienda como una victoria parlamentaria, a la par que sella un acuerdo estratégico con la patronal, que realiza significativas concesiones económicas y rubrica la integración institucional del sindicato en el Estado burgués. Incluso aparece una comisión de socialización en la que el centrismo, que cumple diligentemente su criminal papel en la farsa[70], teoriza sobre la asunción del control social de la industria. Desde el Vorwärts el sindicalismo invita a los espartaquistas, con sarcasmo, a unirse a esa comisión para probar «lo que son capaces de hacer, en la práctica, por el socialismo»[71], mientras Noske, el obrero alemán, crea los destacamentos especiales de la contrarrevolución, los Freikorps, formados por soldados nacionalistas, que esperan acantonados la orden de ataque contra el Berlín proletario. Entre frases revolucionarias y llamados a la unidad, el revisionismo ultima el exterminio de la revolución.

Por su parte, Espartaco sigue la táctica de estirar el movimiento. El 9 de noviembre, mientras la real socialdemocracia prusiana reposa su almuerzo, Liebknecht proclama la República Socialista. En los consejos berlineses los espartaquistas quedan en minoría, pasando a ser la oposición revolucionaria del ejecutivo consejista-parlamentario. La plataforma revolucionario-socialista de la Liga Espartaco pasa a ser la base sobre la que se constituye el Partido Comunista de Alemania (KPD)[72], fusión de los principales destacamentos internacionalistas del país. La nueva organización comunista es la fuerza más consecuente de las fracciones que se agrupan en torno al partido de la revolución en Berlín, expresión de la concurrencia momentánea de la vanguardia proletaria comprometida con las conquistas de noviembre: los espartaquistas, el ala izquierda del USPD, el movimiento de los delegados revolucionarios, grupos dispersos de obreros y soldados y la recién instituida División Popular de Marina[73]. Este bloque reúne al sector de la vanguardia que ha hecho suya la bandera de Octubre y a quienes aún consideran posible un compromiso revolucionario entre el comunismo y el viejo partido obrero, así como a esa vanguardia práctica (los delegados revolucionarios en el frente industrial, los marinos y soldados revolucionarios entre los obreros uniformados) que se destaca desde 1917 de entre la masa proletaria, oscilando entre la admiración por la revolución soviética y la única forma de hacer política que conoce, la socialdemócrata. Precisamente por ser su desbordante oscilación el desencadenante final de la revolución de noviembre, estos últimos elementos articulan la conexión política del movimiento con las masas obreras y toda posibilidad de continuidad de la revolución pasará por su estado de ánimo.

Durante diciembre el ejecutivo consejista se destaca por alentar a la contrarrevolución, para provocar un casus belli que justifique el desarme del proletariado. El asalto de las tropas gubernamentales es inminente y en tal contexto tiene lugar una demostración armada con varios millares de obreros desfilando en defensa de la revolución, a la que sigue un Comité Revolucionario Provisional que llama a la insurrección para «afianzar la Revolución y llevarla hasta el final» e instaurar «el poder del proletariado revolucionario»[74]. La única forma de dar continuidad a la revolución pasa por estabilizar la efervescencia revolucionaria de las masas que, en las condiciones dadas, sólo puede conseguirse desde los órganos de poder consejistas, a condición de escindirlos nítidamente del poder de la burguesía, lo que sólo es cabalmente posible mediante la insurrección proletaria para la destrucción del viejo Estado. El movimiento espontáneo ha llegado a su punto culminante y la vanguardia revolucionaria está ante la lucha abierta por la dictadura del proletariado, la guerra civil por el socialismo. En ese instante, esperado por décadas, si no siglos, todo lo que no sea ponerse en la primera línea del proletariado combatiente en marcha equivale a liquidar la revolución. El 6 de enero comienza el levantamiento y el comité provisional se diluye: el grueso de los delegados revolucionarios asistirá al comienzo de la guerra civil desde las barriadas proletarias, llamando a la formación de un gobierno obrero de unidad, mientras la izquierda del USPD y los marinos se desentienden de la acción. El KPD se queda sólo a la cabeza de una insurrección de la que su propia dirección apenas tenía constancia. Pero a pesar de las deserciones y la desorientación, el partido del orden hubo de lanzarse con todo para tomar la ciudad.

Ocupada la capital por la contrarrevolución, el terror blanco extiende sus garras y asesina a Liebknecht y Luxemburgo. El orden reina en Berlín, pero es sólo un espejismo que difumina los contornos de la guerra civil. En marzo, ilegalizado el KPD, un conato de huelga general es respondido por el SPD con el fusilamiento de trescientos presos, saca que incluye a Jogiches. El centro de gravedad de la lucha vira hacia el sur del país. En Baviera el centrista Kurt Eisner pilota la transición hacia la normalidad democrática, esto es, el fin de la dualidad de poderes, el desarme de los consejos y el reconocimiento del parlamento regional como legítimo y único depositario del poder. Justo antes de completarse la entrega, Eisner es asesinado por la ultraderecha lo que, unido a las lecciones de Berlín, provoca el desbordamiento de la legalidad institucional por las masas revolucionarias armadas. A inicios de abril las astucias del oportunismo empujan a la declaración de la República de Consejos de Baviera, vaciada de contenido para mostrar a los obreros la inviabilidad práctica de la revolución. Pero en pocos días la bisoña sección local del KPD, liderada por Eugen Leviné, manda un comité revolucionario escogido por los delegados del Räte que logra implantar una efímera Dictadura del Proletariado. El Ejército Rojo bávaro encuadra a varios miles de proletarios que se batirán defendiendo el poder soviético hasta que Múnich cae en mayo. Repuesto el orden por el Ejército y los Freikorps, quinientos revolucionarios son ejecutados, entre ellos Leviné, y se dictan cinco mil condenas.

A partir de aquí los consejos son suprimidos por el gobierno o se apagan en su propia dinámica como órganos supeditados al parlamentarismo. No obstante, en la primavera de 1919 la crisis revolucionaria estaba lejos de haberse agotado. En marzo de 1920 el reaccionario golpe de Kapp contra el ejecutivo del SPD es enfrentado con una huelga armada. Tras el fracaso del coup d'etat nacionalista, el gobierno pretende la desmovilización obrera, que al oeste es replicada por el Ejército Rojo del Ruhr, que triunfa sobre las tropas regulares, toma el control de algunas ciudades y vuelve inaplicables las directrices de la dictadura del capital. Sólo la acción masiva del Ejército enviado por los revisionistas, que normaliza el terror blanco en la región, permite a la democracia republicana de Weimar sostenerse en pie.

La revolución espartaquista abre en Alemania un período de guerra civil discontinua, que se extiende como sucesión de explosiones insurreccionales en un país industrializado, sin una conexión directa e inmediata entre ellas, pero que se inscriben dentro de la ola que levanta la Revolución de Octubre. La completa ruptura del espartaquismo con el revisionismo centrista y su constitución en Partido Comunista signan para Lenin[75] el momento fundacional de la Internacional Comunista (IC). El Partido Mundial de la Revolución es un organismo social que muestra la universalidad de los mecanismos de constitución del sujeto revolucionario[76]: organización de la vanguardia (la praxis revolucionaria de avanzada que desarrolla el Partido Bolchevique) más sus vínculos con las masas (la izquierda del movimiento obrero que, como los espartaquistas, se desplaza a las posiciones bolcheviques a partir de Octubre y rompe con el revisionismo). La Liga Espartaco, transformada en KPD, contribuye a la definición de campos en el movimiento obrero, a la liquidación del centrismo y al despliegue del sujeto revolucionario a escala global, creando una referencialidad comunista concreta para las masas proletarias en Alemania[77], cuya política se ajustará a la línea general de la IC, racionalizadora de la experiencia política del Partido Bolchevique. El KPD, legítimo continuador del espartaquismo, es la forma y el contenido material concreto de esa experiencia del proletariado revolucionario internacional tal como puede articularse en las condiciones históricas en que comienza el Ciclo de Octubre y en el contexto de vanguardia de la formación social alemana. En medio de la lucha de dos líneas y la guerra civil, el KPD se atrae a amplios sectores del proletariado y se convierte en un partido comunista de masas[78], predispuesto para la implantación de una base de apoyo de la RPM a través de la línea militar proletaria de la IC para la toma del poder. Tras varios intentos infructuosos, el KPD prepara cuidadosamente una insurrección para el otoño de 1923 que, sin menoscabo de la heroicidad comunista de los obreros levantados en armas (que llegaron a disputar el control de Hamburgo), resultó un fiasco. Las convulsiones armadas de gran magnitud, en lo que se refiere al proletariado alemán, se agotan aquí, aunque la crisis política que tumbó al II Reich sólo fue cauterizada por la reacción en 1933, con la conquista del Estado burgués por los nazi-fascistas.


VI. ¡Fui, soy y seré!

Espartaco se mueve en un período de transición de carácter universal, en el que el eje mundial de la lucha proletaria se desplaza rumbo al Este, cuando la consunción del partido obrero de masas se entrevera con la emergencia del partido de nuevo tipo proletario. La vanguardia espartaquista encarnó a una auténtica socialdemocracia revolucionaria, que hubo de desenvolverse en un contexto político en que sus presupuestos de fondo terminan de agotarse, entre la maduración del proletariado como clase económica, la transformación imperialista del capital y el inicio práctico de la RPM.

Tales presupuestos se habían forjado en un período en que la clase obrera alemana despunta para ocupar el lugar de honor de la lucha proletaria internacional. Si recuperamos las palabras de Engels en los 1870 desde la perspectiva de las relaciones entre todas las clases a escala histórica, advertimos que la pertenencia del proletariado alemán al pueblo más teórico de Europa hilvana con el temprano análisis de Marx en el tiempo de conformación de la nueva concepción revolucionaria del mundo, a saber, que los alemanes eran «contemporáneos filosóficos del presente sin ser sus contemporáneos históricos»[79]. Es decir, que a inicios del siglo XIX la contradicción entre las realizaciones materiales de la revolución burguesa y su insatisfacción en las condiciones políticas alemanes es un factor favorecedor del lugar de privilegio que mantenía la crítica en Alemania, donde tales logros aún son un estadio histórico y político a conquistar. Es en este contradictorio ambiente democrático-revolucionario en que Marx abraza el comunismo y pasa a identificar al proletariado (en tanto negativo del conjunto de la sociedad moderna) como la base social de una revolución radical que en suelo alemán debía ejecutar un «salto mortale» para «remontarse no sólo sobre sus propios límites, sino al mismo tiempo sobre los límites de los pueblos modernos»[80]. Este situarse a la altura de los pueblos modernos incluye, superada la medianía del siglo XIX, integrar la práctica internacional de la clase proletaria, clase contra la que la sociedad burguesa no ha cometido «ningún desafuero en particular, sino el desafuero en sí, absoluto»[81].

La formación en sí del proletariado encuentra su cúspide en el partido obrero de masas, relación social objetiva que plasma la unidad en un mismo movimiento del socialismo y la lucha de la clase obrera, factores que, como dijera Kautsky y Lenin retomase, surgen de premisas históricas diferentes. La exterioridad define desde un primer momento el vínculo interno de la forma históricamente inferior del partido proletario, que adopta un tipo de ligazón entre vanguardia y masas que, objetivamente, precede materialmente a la hegemonía del marxismo en el movimiento socialista: el reformismo radical entre los cartistas de Inglaterra, el proudhonismo y el blanquismo en Francia y el socialismo de Lassalle en Alemania se formulan fuera del embrionario movimiento práctico del proletariado (dominado sociológicamente por el artesanado en proletarización) para pugnar posteriormente por imprimirle una dirección socialista. El sustrato común de esta exterioridad encuentra su arraigo en la revolución burguesa. Remontándonos al ciclo que abre la Reforma en el siglo XVI, las guerras campesinas en Alemania, que alcanzan su cénit en 1524-1525, atestiguan la existencia de un partido revolucionario cuyas tesis ideológicas son elaboradas fuera de las luchas de unas masas campesinas en estado de insurrección permanente. Así se forja el movimiento dirigido por el revolucionario Thomas Münzer, que tras elaborar su doctrina comunista[82] organiza a un grupo de vanguardia compuesto esencialmente por elementos desclasados del estamento clerical[83] que, aprovechando sus conexiones previas con las masas campesinas, las orientan y organizan en su guerra revolucionaria contra las clases dominantes. Este modo en que se ensamblan los mecanismos de la revolución campesina evidencia la longitud de la onda política en que se inserta el surgimiento del proletariado como clase:

“...en el caso de Münzer estos brotes de comunismo expresaron los anhelos de toda una fracción de la sociedad; desde que él los formuló por primera vez con cierta claridad, los encontramos en todos los grandes movimientos populares hasta que por fin se mezclaron con el movimiento proletario moderno...”[84]

La socialdemocracia es un producto histórico, resultado de cómo el secular anhelo de liberación de las clases oprimidas es radicalmente reformulado mediante la crítica revolucionaria de vanguardia y orientado hacia su unión con el movimiento proletario moderno. El bolchevismo parte histórica y políticamente de este medio, para revolucionarlo con la constitución del partido obrero de nuevo tipo, que expresa un salto cualitativo en la relación entre conciencia y ser social, inaugurando el Primer Ciclo de la RPM. En el camino que lleva a la socialdemocracia, en cuyo lecho se van acumulando rebeliones de masas en el campo y estallidos insurreccionales en los centros urbanos, el carácter revolucionario del movimiento espontáneo se inscribe a fuego en el inmaduro proletariado. En el marco de la revolución democrática y el espontáneo agrupamiento político de esta nueva clase social en los centros industriales, emergen naturalmente un tipo de organización clasista y un modelo de cuadro revolucionario: el sindicato y el partido de masas desplazan a la secta conspirativa, sin por ello dejar de personificarse el pegamento de este nuevo armazón social en el tacticista líder de barricada, que ahora debe ser también el organizador de un movimiento a gran escala. El carácter inmediatamente revolucionario de esta forma del movimiento proletario se agota a medida que el capitalismo echa raíces y se adueña de cada formación social, transformándola. En Alemania es el aparato estatal Junker el que, conduciendo el proceso de industrialización, consolida las relaciones de clase burguesas en el país, generando el marco histórico para el ensamblaje del movimiento obrero burgués en el sistema. Un proceso que, a pesar de las alertas anti-liquidacionistas del veterano Bebel[85], no es reductible ni a la infiltración pequeño-burguesa ni a la acción individual de los Bernstein de turno, sino a la nueva forma en que el partido obrero de masas (cuyo contenido es la reproducción del trabajo asalariado como factor variable del capital) se relaciona con el resto de las clases en la época imperialista.

Si las condiciones no están aún maduras para que la vanguardia socialdemócrata pueda concretar la unidad de teoría y práctica en términos dialécticos, como praxis revolucionaria, su lugar en la historia es fundamental para la articulación del marxismo como discurso revolucionario y su extensión entre las masas obreras. La tendencia objetiva del movimiento socialdemócrata hacia la colusión con la burguesía es contrarrestada por la lucha de clases en el interior del SPD, donde un sector de vanguardia asume la responsabilidad de dar continuidad a la tradición revolucionaria del proletariado alemán. Desde antes de la IGM, el ala izquierda del SPD se caracteriza por mantenerse firme en torno a los pilares que un día fijaron aquel lugar de honor de los obreros alemanes en el campo internacional: preserva el espíritu teórico del proletariado, aspirando a socializar, desde el marxismo, los problemas prácticos del movimiento entre las masas de la clase. Muestra de ello es la lucha que emprende Luxemburgo por desvelar la relación entre el ascenso teórico del oportunismo, el creciente conservadurismo político de los sindicatos y el tipo de relación establecida entre jefes y masas de la clase obrera. Es en íntima relación con este cuidado por las problemáticas ideológicas que afronta el movimiento obrero, y por su ligadura con el horizonte de la revolución proletaria, que la izquierda alemana permanecerá en guardia para integrar críticamente las lecciones de la lucha de clases internacional, como ejemplifica la atención a la lucha de dos líneas en el POSDR, a la revolución rusa de 1905 y, posteriormente, a la Revolución de Octubre. El marco histórico-material en que la izquierda alemana implementa la racionalización de la experiencia de la clase no le permite remontarse sobre los límites del modelo partidario que reproduce el lugar del proletariado dentro del régimen capitalista. Pero son esas décadas de lucha ideológica las que posibilitan que el ala revolucionaria del SPD se reagrupe en torno a Espartaco para conducir el empuje de unas masas socialdemócratas que, a partir de 1917, verán cómo sus anhelos socialistas empiezan a tomar cuerpo en el país de los soviets.

El socialismo científico llega a Oriente a través de la II Internacional. La vanguardia proletaria alemana articula y socializa el marxismo de su época, sintetizando el sustrato ideológico que nutre al paradigma revolucionario de Octubre. En Rusia el entrelazamiento político de la revolución burguesa y proletaria abre el hueco de negatividad que ofrece a la clase obrera la posibilidad material de llevar a cabo ese salto mortale que le permita remontarse no sólo sobre los límites de la revolución rusa, que son la pervivencia del régimen absolutista, el sostenimiento de las relaciones de clase semi-feudales en el campo y el desarrollo tardío del movimiento proletario; sino al mismo tiempo sobre los límites de los pueblos modernos, que son ya los del capitalismo maduro y los de la nueva clase de vanguardia, que con su experiencia en Alemania ha dejado trazado ante los proletarios de todos los países el problema de la relación entre teoría y práctica, entre la táctica y el objetivo de la revolución socialista. El Partido Bolchevique asciende por este camino como una nueva magnitud histórica porque funde conciencia y ser social y porque implementa conscientemente la revolución socialista como dictadura del proletariado en alianza con las masas campesinas. Una estela de saltos revolucionarios hacia el Este que signa el Ciclo de Octubre y que, mutatis mutandis, profundiza en sus condiciones específicas el Partido Comunista de China: sobre los límites de la línea insurreccional de la IC desarrolla creativamente la estrategia militar de la Guerra Popular y, remontándose sobre los límites de la experiencia soviética en la construcción del socialismo, lleva a la RPM a su más alta cumbre, la Gran Revolución Cultural Proletaria.

Las luchas de clases en Alemania, iniciado el Ciclo de Octubre, enseñan cómo el viejo modelo de partido obrero, devenido en su contrario, pasa a ser miembro orgánico de la reacción[86]. En el contexto de las luchas de clases en los países imperialistas durante los 1920, la IC esboza la tesis del social-fascismo, incidiendo en que «el fascismo y la socialdemocracia son los dos aspectos de un solo y mismo instrumento de la dictadura del gran capital»[87]. Si la IC, inmersa en Occidente en ganar a las masas del movimiento práctico, puso el acento de la lucha contra el social-fascismo en las evidencias del nexo inmediato entre reformismo y fascismo en 1920-1930[88], en nuestra época debemos comprender este vínculo en su historicidad y desde la perspectiva de las relaciones entre todas las clases.

En la actualidad, derrotada la primera gran ofensiva del proletariado revolucionario, el revisionismo y el oportunismo han contribuido a la gestación del orden biopolítico y multicultural del imperialismo. El reformismo ha robustecido el marco ideológico dominante, basado en el relativismo y el particularismo político, que es el discurso que mejor se adapta inmediata y espontáneamente a los movimientos de masas corporativos, esas partes somáticas de una sociedad burguesa en putrefacción que no pueden cuestionar sus premisas y que se reproducen en su ensimismamiento y estrechez identitaria, consolidando con ello al Estado burgués monopolista en su conjunto. Oportunistas y revisionistas suministran aquí el discurso social de un corporativismo que necesariamente se opone a la reconstitución de la perspectiva universal, internacional e histórica de la lucha de clases del proletariado, sellando la sumisión de la vanguardia del movimiento obrero ante los ritmos políticos y las problemáticas de clase que hoy impone la burguesía. Son precisamente los excesos de este reformismo triunfante los que han creado las condiciones culturales y políticas para el ascenso de su anverso, cuyo sustrato burgués comparte, el corporativismo fascista. He aquí la esencia del social-fascismo: el reformismo como alimento histórico de la reacción ultra. La secuencia de la lucha de clases en Alemania muestra cómo el revisionismo, que aplasta a las fuerzas de la revolución socialista excitando el socialchovinismo, es incapaz de dar cauce, como fuerza gubernamental, a las expectativas sociales de las masas que moviliza, dejando el terreno abonado para el ulterior ascenso de un movimiento de masas nacionalista que se articula como fascismo.

La revolución proletaria en Alemania también nos ofrece, de forma indirecta, lecciones sobre la conexión interna de los mecanismos de la revolución y, más específicamente, sobre la cuestión de la línea militar proletaria. Espartaco es sinónimo de la tenacidad de una vanguardia que empuña el discurso socialdemócrata, históricamente configurado como el marxismo de la época, sobre la toma del poder por el proletariado. El lugar histórico que ocupa el partido revolucionario que no hace la revolución, que se articula como un Estado dentro del Estado cuya esencia profunda anida en ofrecer al proletariado el marco político-organizativo para agruparse como clase de forma independiente, impele a los dirigentes socialdemócratas a dejar en un segundo plano la cuestión sobre la toma del poder, en una deriva favorecida a nivel ideológico por la concepción espontánea y determinista de la revolución. Es en este contexto que Engels deberá, una vez más, quejarse en 1895 por el tratamiento que reciben sus escritos por parte de los editores oficiales del SPD, pues su análisis sobre la caducidad de las insurrecciones urbanas fue retorcido y presentado como una renuncia a la violencia revolucionaria. Bernstein planteará honestamente la liquidación de este principio del socialismo científico y ello, unido a las experiencias de la primera revolución rusa, llevará a la izquierda alemana a penetrar en esta problemática. Rosa Luxemburgo, en su balance de la revolución de 1905, expone una lectura que pretende alejarse del ideal conspirativo blanquista, para tratar la revolución como un problema de las hondas masas de la clase obrera. Sin embargo, y en coherencia con su concepción del partido proletario, la revolución se plantea como resultado directo del avance del movimiento espontáneo y la extensión de la huelga de masas, esto es, como correlato militar del partido de masas socialdemócrata.

Desde el punto de vista ideológico y atendiendo al grado de madurez histórica del proletariado, el esquema de Luxemburgo aún se mantiene dentro de las posiciones de vanguardia que el marxismo de la II Internacional ha desarrollado, pues más de diez años después la revolución alemana seguirá un curso que, en gran medida, va en paralelo a ese análisis. Espartaco utiliza el marxismo como la ciencia que le permite observar y conocer las leyes objetivas de la revolución social y, fusil en mano, velará por su cumplimiento: en Berlín es superado por los hechos, pero en Múnich será capaz de dirigir la movilización militar del proletariado para defender su dictadura de clase. La derrota revolucionaria, en un contexto de relativa correspondencia entre los presupuestos teóricos y el discurrir de los acontecimientos, expresa el agotamiento histórico de ese punto de partida, pues ya no permite a la vanguardia tomar la iniciativa estratégica. Espartaco, en su misma consecuencia revolucionaria, contribuye al afloramiento de las insuficiencias del esquema político en que había sustentado su propia actividad.

La revolución de 1918-1919 se ve profundamente influenciada por la Revolución Socialista de Octubre, que para entonces ya había superado en la práctica esta lógica espontáneo-insurreccional[89]. El elemento medular de todo el proceso revolucionario es el Partido Bolchevique, constituido como partido de nuevo tipo antes de la IGM y que, cuando ésta estalla, pasa a establecer una línea de masas para elevar a la posición del comunismo a unas masas que ya están armadas. Esta tarea la prosigue a partir de febrero de 1917 bajo la dualidad de poderes y, después de la toma insurreccional del poder, continuará en la guerra civil mediante la movilización militar de las masas obreras y campesinas a través de los organismos de la dictadura del proletariado. El partido del proletariado prepara desde arriba, desde la conciencia revolucionaria, las condiciones para el establecimiento y asentamiento de la república soviética. Aunque en la apertura del Ciclo de Octubre, con su paradigma revolucionario en pleno vigor, la sistematización que la vanguardia bolchevique realiza de su propia experiencia se centra en la caracterización del partido comunista en tanto organización de la vanguardia revolucionaria (en oposición al ya oportunista partido de obrero de masas) y codifica la línea militar proletaria como el arte de la insurrección (en oposición al cretinismo parlamentario y al eclecticismo revisionista). Sobre la perspectiva de tales instrumentos, que necesaria y objetivamente parte del momento de ruptura y escisión de la vanguardia comunista respecto de la vieja socialdemocracia, se sostendrá la táctica general de la IC para cabalgar la ola revolucionaria que se desata en Occidente.

Entre 1918 y 1920 se suceden en Alemania batallas y movilizaciones armadas sin un centro organizador que, espaciadas y fragmentadas, responden a esa efervescencia revolucionaria que provoca Octubre entre las masas proletarias y que se imbrica con la crisis política del Reich, en donde se abren vacíos de poder que son ocupados por los consejos. Generadas desde abajo, surgidas espontáneamente, estas insurrecciones acabarán como las revueltas de los campesinos de 1524-1525 y de los demócratas de 1848: aplastadas una a una en su ámbito local por un mismo Ejército que recorre el país separado de la sociedad (es decir, como un cuerpo centralizado, estable y relativamente autónomo respecto de los vaivenes inmediatos de la lucha de clases, lo que le da una superioridad estratégica sobre unas insurrecciones locales, espontáneas y disgregadas), aunque ahora el príncipe que lo comanda está más enraizado en la misma, pues es la alianza de la burguesía financiera con la aristocracia del trabajo asalariado. Irónicamente, las acciones de 1921 y 1923 quedarán muy lejos de superar el nivel de las batallas a las que suceden, a pesar de contar con un centro de operaciones formado por el prominente KPD, vinculado orgánicamente a la IC y formado por centenares de miles de obreros. Por supuesto, aquí resultan secundarios los excesos o defectos organizativos de los insurrectos[90] y tal tesitura tiene que ver, como ya hemos apuntado, con el grado histórico de madurez del sujeto proletario-consciente, con el agotamiento del movimiento espontáneo en tanto factor revolucionario y, subsecuentemente, con cómo la burguesía es capaz entre 1918 y 1920 de recomponer sus fuerzas en la dirección de las necesidades estructurales de la época, ampliar la base social de su dictadura de clase, eliminar la dualidad de poderes y movilizar masas contra masas en su guerra contra el proletariado revolucionario.

En su curso histórico la RPM destaca la progresiva preeminencia de la subjetividad consciente del proletariado como premisa de revolución y al Partido Comunista como su materialización práctica. La praxis revolucionaria permite a la clase de vanguardia conquistar su madurez y, consecuentemente, despegarse de su determinación económica inmediata y ahondar en la universalidad de las problemáticas revolucionario-socialistas que deben enfrentar sus destacamentos en las diferentes partes del mundo. Así, el Ciclo de Octubre, comprendido en su totalidad como una sucesión de procesos revolucionarios vertebrados por la dialéctica masas-Estado y en los que se concreta un único movimiento de carácter histórico, la RPM, nos señala la universalidad de la Guerra Popular, su necesidad como estrategia militar del proletariado, también en los países imperialistas. Ello, en coherencia con la recuperación de la concepción leniniana del Partido Comunista como fusión de vanguardia y masas, dialécticamente emancipada ya de una lógica democrático-insurreccional que ha cumplido su papel histórico a lo largo del primer ciclo revolucionario y que, por ello mismo, hoy nos obliga a tomar una perspectiva de nuevo tipo, la dialéctica vanguardia-Partido[91].

La cancelación, inclusión y elevación de la experiencia histórica de la lucha de clases del proletariado es condición para forjar este nuevo paradigma revolucionario como única base posible del próximo Ciclo de la RPM. La síntesis de la praxis revolucionaria que nos precede debe abarcar el primer ciclo de revoluciones proletarias, pero también las premisas ideológicas y políticas en que históricamente se sustenta. Tal perspectiva materialista permitirá a nuestra clase retomar, sobre un terreno superior, ese ataque concéntrico del movimiento proletario que Engels enunciase en relación a la vanguardia proletaria internacional de su tiempo, la socialdemocracia alemana, cuyo último representante revolucionario, Espartaco, aventó con su esfuerzo final la constitución del MCI. Finalizado el Ciclo de Octubre, agotada materialmente la lógica interna de sus premisas revolucionarias, la conexión de las diferentes esferas de actividad del sujeto revolucionario empieza por la recuperación del marxismo como teoría de vanguardia, continúa en la reconstitución del Partido Comunista como eje central de todo el proceso revolucionario, como materialización del proletariado autoconsciente en movimiento, y se despliega mediante la generación consciente de los instrumentos que permiten el desarrollo de la Guerra Popular y la creación de las bases de apoyo del Nuevo Poder. Este esquema general y universal, de desarrollo concéntrico de la revolución, muestra cómo la lucha de clases del proletariado revolucionario debe desarrollarse en forma metódica hasta ser praxis revolucionaria, movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual en dirección al Comunismo. Sólo aplicando con el máximo rigor esta nueva orientación la RPM se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto y el proletariado internacional, depositario del universal anhelo que han mantenido los esclavos de todas las épocas, podrá proclamar, con la sencillez de una Humanidad libre y emancipada:

¡Fui, soy y seré!




Notas: