La cuestión de la mujer es, sin lugar a dudas, uno de los temas centrales del mundo moderno. En nuestra época, adanista hasta el tuétano, es opinión generalmente aceptada que hoy las mujeres son más libres que nunca y sus problemáticas están en el centro del tablero político e intelectual casi por primera vez en la historia (recordemos que vivimos en el mejor de los mundos posibles). Feminización de la política, feminización de los cargos directivos, feminización del empleo, feminización de la ciencia, feminización de las Fuerzas Armadas... feminización de la pobreza. Parece que hoy, y sólo hoy, las mujeres han pasado de ser la mitad muda de la humanidad a adquirir, de repente, un meteórico papel protagónico en absolutamente todos los campos de la vida social.
De forma singular, políticos, académicos, creadores de opinión, tertulianos y hasta el mismísimo obispo de Roma lo celebran y, con farisaico júbilo, se lanzan a ajustar cuentas con el pasado. Ya no es raro que la gacetilla de turno “descubra” cosas del estilo de que la mujer neolítica participaba en la producción y que no se pasaba el día en casa cosiendo y viendo la tele. Pero el grueso de este ajuste de cuentas va, en general, por otros derroteros: el concepto de género se ha convertido en la lupa de moda para analizar, juzgar y, especialmente, enmendar la plana al pasado, hasta el punto que se ha convertido en un género literario en sí mismo, un auténtico estilo cliché de nuestros tiempos con el que cualquier pintamonas ágrafo puede dárselas de sesudo intelectual. Un poco de construcción social por aquí, un poco de pseudo-materialismo de andar por casa por allá… ¡y magia potagia! Todos los secretos e injusticias de la humanidad se desvanecen con el denso humo de nuestro listillo morado.
En este ultrarreaccionario siglo XXI, satisfecho y vanagloriado, ratoncillos y ratoneros se suben por igual a este carro, declarando que toda la historia de la humanidad ha sido, básicamente, un desafuero contra las mujeres, y sólo nuestra civilizada época está, por fin, lista para reconocerlo. Ése sería, dicen, el gran mérito del feminismo (o feminismos, según dictan los cánones plurales y democráticos al uso). Es quizá cosa de una mala conciencia que, cristianamente, obliga a buscar culpables, pecadores y, especialmente, penitencias. Pero en este valle de lágrimas hasta la última rata encuentra un regocijo, pues hay un pecador contra el que se enfilan con especial inquina las perspectivas de género de todo tipo y tendencia: el comunismo.
En este caso, la frialdad analítica toma un colorcillo de satisfacción pícara: las deudas pendientes del comunismo con la cuestión de género, la histórica minoría de mujeres en el movimiento comunista, las deficiencias del marxismo en este aspecto, el machismo de los comunistas… Las acusaciones son diversas y ensañadas, pero se podrían reducir a la negación tajante de la universalidad del comunismo. En ello coinciden comadrejas socialfascistas como Carmen Calvo o Kamala Harris y el maltrecho movimiento comunista actual, que claudica sin sonrojos ante los dogmas, clichés y lugares comunes del feminismo. Incluso aquellos comunistas que hoy en día reniegan verbalmente de la etiqueta de feminismo lo hacen medio avergonzados, insistiendo en que, en cualquier caso, el comunismo no ha tratado con suficiente seriedad la opresión de la mujer o, peor aún, la cuestión de género. Lo que para las primeras es motivo de júbilo y celebración, para los segundos es una fuente de complejos. ¡Es lo lógico y natural, si de partida se aceptan las categorías del enemigo!
Como sabrá el lector, la Línea de Reconstitución (LR) se ha destacado, ya desde su mismo origen como corriente ideológica del movimiento comunista, por su oposición frontal al feminismo y la reivindicación de la Revolución Proletaria como la solución efectiva de la cuestión de la mujer, esto es, como la única alternativa a la humillante y milenaria opresión que sufre la mitad de la humanidad.[1] Ése es el punto de partida mínimo para cualquier movimiento que se plantee liquidar el actual estado de postración del proletariado: lucha a muerte contra el feminismo y reivindicación ─Balance mediante─ de la experiencia histórica del comunismo como la única base posible para reconstituir la concepción del mundo que nos permita poner en marcha, de nuevo, la emancipación de la humanidad (en la cual se incluye, por definición, su mitad femenina).
Y no es tarea fácil. Como hemos dicho, la burguesía cuenta con todo un aparato teórico-ideológico, ejemplarmente condensado en la academia ─pero extensible a los medios de comunicación y a la prensa de sus partidos─, que la provee de su teoría y conciencia feministas. El proletariado, huérfano hoy de cualquier atisbo de independencia política, sucumbe necesariamente al relato del enemigo. Más grave aún es que lo haga su vanguardia: ahí están todos los feminismos “de clase”, “proletarios” y revisiones del comunismo en clave de género, y que toman como propios todos y cada uno de los tópicos feministas contra el marxismo y la revolución, sin menor atisbo de crítica revolucionaria o pensamiento independiente (y rechazar la categoría de “feminista” puede conducir a la iniciación al pensamiento marxista, pero sólo si el que abjura de aquélla se toma en serio dicha tarea, con consecuencia y rigor). Por eso, combatir la concepción del mundo de la burguesía ─feminista en el frente de la mujer─ es una tarea estratégica de la Revolución Proletaria. Es estratégica, además, porque se relaciona directamente con otra de las empresas fundamentales del comunismo en la presente etapa de la reconstitución: la construcción de la Universidad Obrera, que, lejos de ser una institución o una fábrica de papers, responde a la necesidad de autogestión cultural y teórica del proletariado, a la necesidad que tiene la propia clase de (re)forjar su concepción revolucionaria del mundo para encarar, una vez más, las enormes tareas de la revolución. El presente número de Línea Proletaria (LP) es, por lo tanto, especial sólo de forma aparente. Es el producto de nuestra dedicación a esta empresa, de la construcción del intelectual colectivo, parte de nuestra pugna por construir el referente de vanguardia marxista-leninista, y se imbrica armónicamente en el programa del Balance del Ciclo de Octubre (1917-1989), siguiendo la máxima de que la cuestión de la mujer es una partícula de la revolución social general.
Y, como decimos, la necesaria delimitación política e histórica de los campos entre la revolución y la reacción, entre el comunismo y el feminismo, es el primer paso del Balance. Cualquier empresa de edificación exige que, primero, el solar sea desbrozado de matorrales, a fin de poder excavar el terreno y construir sobre firme. Pero el comunismo sólo puede ganar la batalla ideológica si es capaz de oponer al feminismo su propia concepción del proceso histórico de forma completa y coherente y entresacar, de ahí, las claves estratégicas para el relanzamiento de la Revolución Proletaria Mundial. El artículo central de este número, Ellas quieren la libertad y el comunismo: la Revolución Proletaria y la emancipación de la mujer, trata sobre la experiencia bolchevique de emancipación de la mujer, y constituye una primera, humilde y, por supuesto, criticable aproximación de nuestro movimiento a esta tarea. Ello pasa también por reivindicar a las proletarias conscientes de Octubre, a aquellas comunistas que hoy, y dado el estado de liquidación de nuestra ideología, son apropiadas, de forma tan falsa como insultante, por el feminismo. El artículo se esfuerza en defenderlas de esta calumnia ─cosa que, por otro lado, ya hicieron ellas mismas al librar una lucha tenaz y encarnizada contra las feministas de su época─ y, también, en resituar sus figuras como auténticas combatientes de vanguardia de la clase, dignas de nuestra más encendida admiración como lo que son: vivos ejemplos que nos iluminan (e inspiran) en el camino hacia el futuro. Al margen de todo esto, creemos que se trata de un trabajo serio y fundamentado, por supuesto alejado de los clichés feministas y con potencial para mover a la vanguardia a reflexionar, de forma independiente, sobre las condiciones actuales para el (re)establecimiento de la línea proletaria en el frente de la mujer. Si nuestro trabajo consigue inducir a los elementos avanzados de la clase a pensar en dichas problemáticas, y a hacerlo como comunistas (y no como vulgares feministas o sociólogos de marca blanca), entonces el artículo habrá cumplido sobradamente con su cometido.
En la misma dirección apunta el segundo trabajo aquí incluido, La Gran Revolución Cultural Proletaria: bombardeando el cuartel general del feminismo. En esta ocasión, el enfoque es un tanto distinto. Poniendo la lupa en el período de construcción socialista, el artículo rastrea el surgimiento de un genuino feminismo “rojo” chino de forma paralela a la culminación de la maduración histórica del sujeto, cuyo capítulo final y más elevado fue la Gran Revolución Cultural Proletaria (GRCP) ─el punto de desarrollo más alto de la lucha de clases revolucionaria durante el Ciclo. Desde esta óptica privilegiada se arroja luz sobre el significado profundo del antagonismo histórico del comunismo y feminismo (cualquiera que sea su color), llevado en este episodio a su paroxismo y que, a su vez, ilumina el terreno en el que se nos plantea la batalla de cara al Segundo Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial. De nuevo, lo que se destaca aquí es la intrínseca conexión entre la emancipación de la mujer y su participación en la revolución proletaria, como vanguardia del proceso histórico en la creación y construcción de una nueva etapa civilizatoria, superior, comunista. Mutatis mutandis, el ala derechista del PCC y el feminismo “rojo” chino se muestran como los precedentes ya maduros de lo que hoy es el feminismo: un partido conservador perfectamente asentado en el Estado imperialista y que, aludiendo a las especificidades de las mujeres, les aconseja centrarse en sus cosas y sustraerlas del amplio horizonte de la revolución, hoy pendiente de su reconstitución ─“otrora se clavaba al visionario en la cruz, ahora lo asesina el prudente y fino consejo”, que diría el gran poeta revolucionario Hölderlin. ¿Se verán algunos y algunas reconocidos en el siniestro rostro de la reacción socialfascista china?
Y es que parte de esta batalla consiste, una vez más, en negar al feminismo los méritos que, de forma tan adanista como nuestra época, se atribuye. Lejos de tener cualquier primacía o iniciativa en la liberación de la mujer, el feminismo siempre se ha destacado como un auténtico partido del orden. El feminismo en la retaguardia de la historia: palabras, obras y omisiones del movimiento femenino burgués, artículo con el que cerramos este monográfico, repasa someramente su historia, desde sus primeras representantes ilustradas hasta las actuales exponentes del feminismo popular y de clase, comparándolas, además, con lo que en cada correspondiente momento estaba haciendo el partido de la revolución. Por boca de sus propias representantes, el lector podrá hacerse una idea ya no sólo del carácter antiproletario de este movimiento en todas sus etapas, sino de cómo no puede jactarse ni siquiera de haber conquistado ninguna mejora sustancial para la vida de la mayoría oprimida de mujeres (cosa que, por otro lado, se demuestra empíricamente echando un vistazo a este mundo nuestro, tan feminista como pródigo en atropellos contra las mujeres oprimidas). Dejamos para números posteriores el análisis ideológico a fondo del feminismo, pero con la convicción de que nuestra mejor arma contra él es, irónicamente, el vergonzoso historial del propio movimiento femenino burgués. Que la vanguardia juzgue.
Unas palabras para terminar. El leitmotiv del feminismo, sea cual sea su tonalidad, es la condena de la mujer a ejercer el lamentable papel de víctima. No puede ser de otra forma para una ideología que sólo puede conceptualizarla en lo que tiene de oprimida y humillada especificidad, abjurando, a su vez, de cualquier pretensión universalista y general. Pero, muy al contrario, lo que se destaca de lo mejor de las tradiciones proletarias es, efectivamente, su papel como vanguardia de la clase, como luchadora de primera fila y arquitecta del nuevo mundo. Esto, que ya es una conquista universal del movimiento revolucionario proletario desde su mismo arranque, es infinitamente más precioso, más valioso, que todos los logros materiales acumulados por nuestra clase a lo largo del Ciclo ─que no son pocos, como podrá comprobar el lector, y que deberían provocar el sonrojo de nuestras actuales espadonas feministas. Y lo es porque, como se desprende de estos trabajos, constituye la genuina base desde la que la Revolución Proletaria puede plantear de forma racional y razonable su aspiración a emancipar, por fin, a la mitad femenina de la humanidad: esa base no está en ningún mecanismo automático y objetivo, ni mucho menos en los problemas específicos de las mujeres, sino en su elevación a la posición de vanguardia de la humanidad, a su libre autodeterminación (empoderamiento, si se quiere) como artífices de la etapa superior de la civilización, del comunismo. Ése es el único punto de partida posible para poder enviar al vertedero de la historia la sociedad de clases, en cuya destrucción las mujeres oprimidas están más interesadas, si cabe, que sus propios hermanos de clase.
Seamos serios. Ni las masas de mujeres acaban de despertar, ni el feminismo puede jactarse de haberlas despertado. Como demostramos en estas páginas, el comunismo ha sido el único combatiente de vanguardia que se ha probado capaz de elevar a la mujer oprimida a esta posición y reportarle un grado de libertad e iniciativa con el que las plumíferas moradas de la burguesía ni siquiera pueden soñar. Y si ha sido así se debe a su decidida vocación de hacer de las mujeres oprimidas no unas pobres víctimas ─necesitadas de su ideología específica y de un paquete de reformitas sociales─, sino auténticas dirigentes de vanguardia, curtidas en todos los dominios de la actividad revolucionaria y en pie de igualdad con sus camaradas varones, porque, efectivamente, tienen un mundo que ganar. A su vez, nos señala nítidamente el camino para terminar con la doble opresión que sufre la mitad femenina de la humanidad: el Partido Comunista como ese germen de la civilización comunista, como el terreno práctico donde la cuestión de la mujer se empieza a resolver ya, aquí y ahora. Milenios de opresión nos contemplan, y todo depende de nuestra voluntad de dibujar y recorrer el camino. ¿Hasta cuándo seguiremos poniendo excusas?