Corría el mes de enero de 1930. Un breve artículo en Pravda hacía un anuncio sensacional: la cuestión de la mujer había sido resuelta en el primer país socialista de la historia. El Departamento de Obreras y Campesinas del Comité Central (Zhenotdel) sería formalmente disuelto y sus atribuciones pasarían al Departamento de Agitación y Propaganda. Ya no era necesaria una organización específica para las masas de mujeres. La última presidenta del Zhenotdel, Aleksandra Artyukhina ─bolchevique veterana y organizadora excepcional─ daba su bendición a la decisión en la revista Kommunistka: “llevaremos el trabajo entre las obreras y campesinas a un nuevo nivel”.[1]
Mucho se ha escrito sobre este capítulo de la revolución proletaria. Wendy Goldman, una académica feminista, lo calificó como la “muerte del movimiento femenino proletario en la URSS”,[2] siguiendo al historiador Richard Stites.[3] Otra criatura de la misma cabaña, Carmen Scheide, va aún más lejos: Artyukhina y sus camaradas eran, en realidad, feministas ─aunque las pobres, claro, lo ignorasen.[4] La liquidación del Zhenotdel fue, llanamente, obra de la reacción masculina en el partido para acallar la corriente alternativa que esta señora define con el oxímoron chirriante de feminismo bolchevique.[5] De la misma opinión es su colega de correrías Barbara Clements, quien nos habla del “feminismo del Zhenotdel.”[6]
Pero, ¡tranquilidad!, que hay más donde elegir: el historiador T. G. Schrand vincula la disolución del Departamento con la “gran retirada” de los años 30, en la que los bolcheviques renegarían de sus ideales emancipatorios de juventud ─la liberación de la mujer entre ellos. El cierre del Zhenotdel fue, en fin, parte de la contrarrevolución staliniana. Esta tesis quizás sea más digerible para el público crítico de “izquierda”: ya un oportunista local, Eugenio del Río, decía allá por 1977 ─mucho antes de hacerse podemita─ que “la liberación del sexo oprimido [...] no ha sido suficientemente asumida por la mayoría de los movimientos revolucionarios”,[7] refiriéndose explícitamente a la Unión Soviética de los años 30.
Querido lector, querida lectora: como puedes ver, está el mercado bien surtido, pero el cuento es sospechosamente similar. La negligencia de los comunistas para con las obreras, cuando no su machismo rampante, hizo zozobrar la experiencia de liberación femenina soviética. En 1936 se restringe el aborto y se glorifica la familia socialista ¡Todo dicho! ¿Y las bolcheviques? ¿Qué pasa con Kollontai, con Krupskaya, con Artyukhina, con Zetkin? ¡Ah, ingenuas ellas, pagaron las consecuencias de hablar de clases en lugar de géneros!
Desde luego, mirar a nuestra historia sin prejuicios requiere un esfuerzo titánico. Ya va siendo hora de que los comunistas dejen de estar a la defensiva ─cuando no directamente subordinados al relato del enemigo─ y expongan, de forma (pro)positiva y sin ambages, su visión de la historia de nuestra clase en este aspecto. Son tiempos de reacción en toda la línea, en los que el feminismo es el esquema mental por defecto, y la vanguardia aún debe aprender a pensar por sí misma y desde un punto de vista proletario-revolucionario. Eso mismo tuvieron que hacer los hombres y mujeres que tomarían el cielo por asalto en 1917. Aun a pesar del venerable ejemplo que supuso para los futuros bolcheviques, la vieja naródniki sólo dejó paso a la joven proletaria cuando ésta abrazó una concepción del mundo revolucionaria y radicalmente nueva. Era una transformación “que llega al alma misma de la gente” y que venía ya acabada de la Europa avanzada, con un mensaje perfectamente claro para las obreras de la soñolienta Rusia imperial.
Aleksandra Vasilevna Artyukhina nace en 1887 en Tver. Su infancia fue la típica de una niña obrera de su tiempo: asiste nada más que tres años a la escuela y a los doce aprende el oficio de costurera. Sus padres trabajaban en la fábrica de Vishnii Volochek y estaban involucrados en actividades políticas y huelguísticas, lo que lleva a su madre a perder el trabajo en 1903. Por lo visto, escondía octavillas sindicales en su casa cuando fue pillada in fraganti por la policía. Se encuentran entonces en una situación difícil. Sostenida tan sólo por los ingresos del padre y de la hija, la familia se muda a San Petersburgo, la capital obrera del país campesino. Hasta aquí, nada podía hacer sospechar a la joven Aleksandra Vasilevna un futuro aparte de la fábrica. Pero un suceso insólito, inaudito en Rusia, lo cambió todo. Un suceso que vino a trastocar para siempre las perspectivas de miles de obreros de su generación. Aleksandra Vasilevna vivía en San Petersburgo. Era 1905.
La revolución... ¡La Revolución! En 1905 se produjo un terremoto sin precedentes en los cuatro decenios anteriores, y desde luego sin parangón en la historia de Rusia. El sismo separó definitivamente a bolcheviques y mencheviques, que actuaron como dos partidos diferentes en su transcurso ─reverberando en la Internacional Socialista y anticipando la escisión del socialismo en dos alas. Pero, sin duda, el efecto más inmediato de la insurrección fue la primera gran batalla del proletariado ruso. Para muchos de sus miembros supuso el trampolín que los catapultó hacia el bolchevismo. La generación de Artyukhina, al contrario que la de Plejánov o la de Lenin, llegó al marxismo revolucionario con el fuego de la revolución. ¡Aquéllo era lo que había que hacer si la proletaria debía ser libre!
Como nosotros hoy, los jóvenes obreros rusos se encontraron con una rica historia revolucionaria a sus espaldas ─una historia, además, que apelaba directamente a las mujeres. Ya en la década de 1860 estaba anudada, en lo mejor de la intelligentsia rusa, la cuestión de la mujer con la cuestión social. El ejemplo por excelencia es el ¿Qué hacer? de Chernichevskii. La historia de la mujer emancipada Vera Pavlovna ofreció un modelo de conducta y acción a varias generaciones de revolucionarios, atando en un mismo haz cuestiones democrático-burguesas (la lucha por la libertad política, la independencia femenina, etc.) con cuestiones ya nítidamente socialistas y la dedicación a la revolución. A los modelos literarios les siguieron rápidamente los modelos de carne y hueso. Vera Figner, Sofía Perovskaya, Anna Yakímova y sus camaradas de Voluntad del Pueblo ─los apóstoles del Terror que ajusticiaron al zar Alejandro II en 1881─ brillan con particular fuerza. Las naródniki dieron ejemplo a las revolucionarias del porvenir. Basta comparar su figura con los tópicos machistas del mujik de la Rusia milenaria: “La mujer debe ser como una vaca, duradera y laboriosa”, “una mujer sólo camina de la cocina a la puerta de casa”[8], “las gallinas no son gallos, y las mujeres no son seres humanos”, “¿por qué la chica de la casa debe ser golpeada? Porque es la chica de la casa”.[9] Con un poco de imaginación, entenderemos el tremendo impacto que aquella alternativa de lucha y entrega, hombro con hombro con sus compañeros varones, supuso para las mujeres conscientes sumidas en un mundo que las sentenciaba al triste destino de las fregonas o a la cursilería de los salones de la baja nobleza. Ya Dobroliúbov, heredero intelectual de Chernichevskii, decía que es en la familia donde la mujer sufre el yugo de la tiranía.[10] La propia Vera Figner, rememorando sus años de exilio en la década de 1870, afirmaba:
“Las estudiantes en el extranjero, en su conjunto, no hablaban de la cuestión femenina y reaccionaban con una sonrisa ante cualquier mención del asunto. Nosotras llegamos sin preocuparnos por ser pioneras de nada ni preguntarnos por la solución real de dicho problema: para nosotras, la cuestión de la mujer no parecía requerir una solución. Ya estaba dada: la igualdad de hombres y mujeres por principio ya existía en los sesenta y legó a la siguiente generación una preciosa herencia de ideas democráticas.”[11]
Independientemente de la negativa a reconocer una cuestión de la mujer, cosa problemática cuanto menos y derivada más bien de las posiciones izquierdistas de Figner y sus camaradas, el sentido de sus palabras es claro: la igualdad de hombres y mujeres está, por principio, en la base de la organización de los revolucionarios y es la semilla de la emancipación. Y cuando Plejánov, Axelrod, Zasúlich y compañía viran hacia el marxismo y fundan Emancipación del Trabajo, llevan consigo esa nutrida panoplia de tradiciones políticas, revolucionarias y clandestinas ─todo ese legado, toda esa preciosa herencia a la que no renunciaron y que se trasvasa directamente al naciente proletariado ruso.
Pero la revolución rusa era tan sólo, al fin y al cabo, una partícula (la última y más profunda) del movimiento emancipatorio que empieza, como tarde, con el Renacimiento y la Reforma en el occidente europeo ─y eso sin remontarnos a los movimientos heréticos y milenaristas de la Plena Edad Media. En 1602, el dominico insurrecto Campanella especulaba, en su Ciudad del Sol, con la idoneidad de la comunidad de mujeres para terminar con su estatus de propiedad y acabar de forma radical con la familia, haciéndose eco de Platón y de Tomás Moro. Abiezer Coppe y los ranters eran de opinión similar. Como era habitual en la época, la repulsa ante la ignominiosa situación de la humanidad ─y de la mujer en particular─ encontraba su solución en un primitivo comunismo de reparto y en una lectura radical de los Evangelios.
La Ilustración, con su condena de los privilegios y la superioridad natural,[12] abrió la zanja sobre la que la revolución del futuro echaría sus robustos cimientos. Al margen de algunas opiniones de sus más elevados representantes (basta ojear ciertas páginas de Rousseau o de Kant sobre las mujeres), el milenario anhelo de liberación de la humanidad y del sexo oprimido empezaba a tomar cuerpo racional. El ilustrado escocés Adam Ferguson, predecesor genial de Lewis Morgan y del marxismo, señalaba ya a mediados del siglo XVIII el vínculo entre la propiedad y la embrutecedora servidumbre de la mujer:
“Mientras uno de los sexos se valora a sí mismo por su coraje, por sus triunfos en la guerra y por su talento para la política, para el otro sexo este tipo de propiedad es, en realidad, una marca de sujeción. No es, como sostienen algunos escritores, el resultado de un prestigio adquirido. Son cuidados y fatigas ante los cuales el guerrero no quiere molestarse. Es una servidumbre y un continuo esfuerzo que no reportan honores; la parte de la sociedad afectada por estas funciones son los esclavos y los ilotas de su país. Esta distinción entre los dos sexos y el desprecio de las artes sórdidas y mercenarias permitieron aplazar durante siglos la cruel institución de la esclavitud.”[13]
Y, de nuevo, con la Revolución hemos topado. La Gran Revolución. Si ya la Gloriosa había conocido a los levellers y, más todavía, a los true levellers, a Gerrard Winstanley y los diggers, el Sol de 1789 conoció a Babeuf y a los Iguales. Y también la primera gran movilización política y militar de las masas de mujeres, que en 1792 llegarán a defender que su ciudadanía se basaba en su derecho a portar armas.[14] Sólo la estrecha mente del leguleyo podría afirmar que “la Revolución en ningún momento liberó políticamente a la mujer” bajo el argumento de que no le otorgó derechos civiles.[15] Y es que la revolución democrático-burguesa lleva intrínsecamente aparejada la movilización de las masas de mujeres, y con ella se sientan las bases de su emancipación, que no caben en un estrecho código de leyes.[16]
Charles Fourier resumió magistralmente esta nueva época que se abría: “el grado de emancipación femenina es la medida natural de la emancipación general.”[17] Esta cita, recogida en el libro de cabecera de varias generaciones de obreros, es sólo una pequeña muestra de cómo esa nutritiva herencia democrática, de la cual abjuraba y abjura la burguesía, pasó a manos proletarias y constituyó uno de los pilares del marxismo. No hay mejor ejemplo de la popularidad de la literatura obrera sobre la cuestión de la mujer que la monumental La mujer y el socialismo de August Bebel. A finales de la década del 1900, cuando la joven Artyukhina contacta con círculos de estudio bolcheviques, la obra ya iba por su quincuagésima edición y constituía ─mucho más que El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado─ la principal referencia de los obreros socialdemócratas sobre la materia, una denuncia omnímoda escrita en tono popular. El libro, entre otras cosas, definía también el movimiento de mujeres ─tanto el burgués como el proletario─ como consustancial al capitalismo[18] y establecía los objetivos últimos del movimiento femenino proletario.[19] La industrialización, el progreso técnico y el establecimiento de servicios públicos colectivos y centralizados, gestionados por el proletariado victorioso, harían que “la cocina doméstica resulte perfectamente superflua”[20] y liberarían a millones de mujeres de “una de las instituciones en las que más se trabaja y más tiempo se despilfarra, en la que pierden su salud y su buen humor y es objeto de su preocupación diaria.”[21] El libro de Bebel, con su estilo accesible y su tratamiento pormenorizado de una ingente variedad de temáticas, conducía al obrero socialdemócrata a las conclusiones a las que, por el camino más teórico, había llegado el marxismo:
“La manumisión de la mujer exige, como condición primera, la reincorporación de todo el sexo femenino a la industria social, lo que a su vez requiere que se suprima la familia individual como la unidad económica de la sociedad.”[22]
Y otro tanto habría que decir de publicaciones periódicas como Die Gleichheit, la revista dirigida por Zetkin desde 1892 y que para 1910 tenía una tirada de 80.000 ejemplares, o de sus antecesores Die Staatsbürgerin y Die Arbeiterin. En resumen: cuando el sector más activo de la clase obrera rusa se encuentre a partir de 1905 con el marxismo revolucionario, éste ya le ofrecía, completamente terminada, la Línea General de la revolución, una concepción del mundo acabada y los principios ideológicos en torno a la cuestión de la mujer claramente delineados, que la nutrida prensa socialdemócrata se encargaba de publicitar y concretar en un sinnúmero de artículos y publicaciones. Por eso no tienen razón feministas del estilo de Elizabeth Wood[23] o Wendy Goldman ─y, a menudo, nuestros revisionistas actuales─ cuando le reprochan al bolchevismo no haber dejado apenas nada escrito sobre la cuestión femenina antes de 1917. Es que, llanamente, los bolcheviques partían ya del bagaje teórico acumulado por el marxismo socialdemócrata y de la amplia experiencia política del proletariado internacional.
Aún podemos decir más: el explosivo crecimiento del marxismo entre la vanguardia práctica de la clase obrera rusa a partir de 1905 no habría sido posible sin la concurrencia de una teoría de vanguardia básicamente terminada que satisficiese sus inquietudes existenciales y les enseñase cómo la dictadura del proletariado podía resolverlas. Uno puede aprender rápidamente a construir barricadas y a vivir detrás de ellas, pero una concepción revolucionaria del mundo no se elabora en días ni en meses. Obreras como Artyukhina convivieron, desde que tenían conciencia, con la incertidumbre y la penuria, con el agobio de sus padres y con la incapacidad manifiesta de la familia ─romantizada y exaltada por todos los partidos burgueses─ para garantizarles a los suyos la más mínima dignidad. Y en 1905 se encontraron, de forma tan súbita como repentinamente llegó la revolución, con una teoría integral del mundo que no sólo explicaba el origen de su miseria, sino que también contenía un plan de futuro razonado y razonable para acabar con ella. Tal fue la incalculable herencia que recibió la desharrapada obrera del textil.
¿Qué saben ustedes de nuestras vidas, dando vueltas en carruajes
mientras a nosotras nos salpica el barro?
No se nos malinterprete: si estamos siguiendo la trayectoria vital de la obrera Artyukhina no es por personalismo ni por intereses espurios en la microhistoria. Es que se trata de un caso representativo de los hombres y mujeres que jugaron un papel clave en la reconstitución del Partido bolchevique y su decisiva conquista de las masas de mujeres obreras. Ya poco después de la Revolución de 1905, las obreras más activas toman partido decididamente por el bolchevismo: en el V Congreso del POSDR (1907), las delegadas bolcheviques superaban a las mencheviques por razón de cinco a una, y tendrán destacado protagonismo en la organización e implementación de la línea del partido entre las proletarias.[24]
Paralelamente, el feminismo ruso crecía de forma moderada desde 1905. Si la primera organización feminista rusa, la Unión de Mujeres, se remonta a 1899, en los años de la reacción stolipiniana su número se multiplica. En 1908, las feministas convocan el Primer Congreso Panruso de Mujeres, con un objetivo muy claro: atraer a las mujeres obreras a un movimiento femenino interclasista.[25] Las declaraciones de la niña bien Anna Kalmanovich, de la Unión de Mujeres, son perfectamente elocuentes y probablemente hasta les resulten familiares a nuestros lectores:
“Ansío convencer a las mujeres de que no deben esperar la libertad de los hombres, no importa cómo ellos se llamen: liberales, conservadores o socialdemócratas. En cuanto el hombre tenga la oportunidad de oprimir y humillar a la mujer, lo hará […] los hombres de todos los grupos y de todas las clases sociales están vitalmente interesados en la esclavitud de la mujer […] en todo lugar son las mujeres las que están organizando a sus hermanas proletarias, y no los hombres.”[26]
Como vemos, la cantinela feminista del siglo XX no es sustancialmente distinta de la del siglo XXI. Lo que sí es diferente es la posición del proletariado en este asunto. Hoy, los autoproclamados comunistas inclinan su cabeza abotargada de complejos. En 1908, muy al contrario, el aquelarre feminista fue contestado con una vigorosa agitación por parte de los marxistas, que acudieron a delimitar los campos y sabotear las pretensiones de las señoritas y señoronas feministas de meter la pezuña en la clase obrera. Para preparar la intervención del grupo obrero (una minoría de 35 activistas socialdemócratas frente a los 1.053 asistentes al Congreso), Aleksandra Kollontai elaboró un libro de más de 400 páginas, Las bases sociales de la cuestión de la mujer, y se entregó a una intensa labor de organización y preparación ideológico-política de los asistentes obreros.[27] La finlandesa es tajantemente clara, y un par de citas nos bastan para ilustrar la encarnizada lucha que despliega contra el feminismo:
“Para las feministas, el enemigo inmediato son los hombres como tales, que se han arrogado todos los derechos y privilegios y han dejado a las mujeres solo esclavitud y obligaciones. Cada victoria de las feministas significa que los hombres deben ceder parte de sus prerrogativas a favor del ‘bello sexo’. La mujer proletaria, sin embargo, tiene una actitud completamente diferente ante su posición: a sus ojos, el trabajador no es su enemigo y opresor, sino, por el contrario, ante todo un camarada que comparte con ella un triste destino común, y un compañero leal en la lucha por un futuro mejor. Las mismas relaciones sociales esclavizan tanto a la trabajadora como a su camarada masculino; las mismas condiciones brutales del capitalismo los oprimen y los privan de la felicidad y de los placeres de la vida. Es cierto que ciertas características específicas del sistema actual pesan doblemente sobre la mujer; también es cierto que las condiciones del trabajo asalariado a veces transforman a la mujer trabajadora en un amenazante rival del hombre. Sin embargo, la clase trabajadora sabe quién tiene la culpa de estas desafortunadas condiciones. […] la trabajadora está atada a su camarada de sexo masculino por mil hilos invisibles, mientras que los objetivos de la mujer burguesa le parecen extraños e incomprensibles.”[28]
Tan sonadas fueron las labores preparativas del grupo obrero que, en la víspera del congreso, las mujeres que participaban en él fueron visitadas por las alarmadas feministas, las cuales, temerosas de que sabotearan el evento, las instaron a “no dejarse engañar por los socialdemócratas” ni por la “influencia alemana” de Kollontai.[29] Como es notorio y conocido, el grupo obrero acudió a dar guerra y abandonó finalmente el aquelarre como gesto del antagonismo inconciliable entre el proletariado y el feminismo, aplaudiendo las conclusiones de la agente alemana.[30] Como también es sabido, ésta fue la última ocasión en que bolcheviques y mencheviques actuaron conjuntamente, y los titubeos de los segundos tras el evento condujeron a que la vanguardia de las mujeres obreras abrazase definitivamente el bolchevismo.[31]
La cosa es que, a finales de la década, este sector de vanguardia desempeñaba un papel cada vez más prominente en las filas bolcheviques y en la clase, organizando círculos de estudio entre el proletariado fabril e implementando un intenso programa de agitación y propaganda. A estas alturas, su experiencia política era ya abundante. Pensemos en nuestra conocida Artyukhina: se había unido al sindicato del textil de San Petersburgo en 1908, donde recibió educación política de un viejo revolucionario, el bolchevique Nikolai Lebedev. Poco después fue elegida secretaria del sindicato, y organiza encuentros obreros junto con Mikhaíl Kalinin en la metalurgia de Aivaz. En 1910, a los veintiún años, y como tantos otros, ingresa en el Partido bolchevique. Y este sector, que como decimos constituía la parte más activa de lo que podemos considerar la vanguardia práctica de la clase, fue efectivamente clave en los años de 1912-1914. Se trata de ese período fundamental en el que se desarrolla la reconstitución del Partido (Lenin).[32] La Conferencia de Praga (1912) rompe formalmente con los mencheviques y unifica todas las organizaciones controladas por los bolcheviques. Finiquitado el liquidacionismo y la dispersión ideológica que acompañó al receso reaccionario ruso de 1906-1912, el bolchevismo cimenta el núcleo de socialdemócratas ya consolidado y que adquirió cohesión.[33] Se lanza entonces a la tarea de generar cauces desde arriba para educar y organizar a esa hornada de jóvenes cuadros de vanguardia y apoyarse en ellos para aterrizar en los problemas concretos de las masas; es decir, se dispone a vincularse íntimamente con la vanguardia práctica de la clase con todo un plan político-organizativo (el sistema de apoderados o de hombres de confianza).[34]
Que este sector demandaba bolchevismo se hace notar ya en el invierno de 1913. El Comité Central del Partido bolchevique recibe un aluvión de cartas que pedían instrucciones para llevar a cabo la agitación entre las obreras industriales ─cuyo número empieza a crecer exponencialmente en la década de 1910.[35] Esto, que testimonia que la capa más inquieta de la clase ya se referenciaba en el bolchevismo, conduce a que, a inicios del año siguiente, los de Lenin inauguren su primer órgano de expresión central dedicado exclusivamente al tema, Rabotnitsa (La Obrera).
La importancia que los marxistas revolucionarios rusos le concedían a Rabotnitsa se ve ya en la composición de su mesa editorial, nutrida de bolcheviques de primera fila: Nádezhda Krupskaya, Konkordia Samoilova, Inessa Armand, Yelizarova-Uliánova, Praskovia Kudelli, Liudmilla Stal, etc. Se trata de mujeres revolucionarias que desde la década de 1890 se destacaron en la propaganda del marxismo y en el compromiso militante.[36] Bajo el órgano se establece una red de contactos clandestinos para imprimir y distribuir la publicación ─sufragada por las colectas de las mujeres obreras─ y un ambicioso plan organizativo: toda una panoplia de comisiones para controlar y orientar el trabajo entre las obreras fabriles, compuestas exclusivamente por proletarias activas (Artyukhina, por ejemplo, es llamada a colaborar bajo la dirección de Rabotnitsa). De este modo, y siguiendo las mejores tradiciones bolcheviques, combinando el trabajo legal con el trabajo ilegal, Rabotnitsa es tanto un educador como un organizador colectivo.[37]
Pero la composición mayoritariamente femenina de las organizaciones de Rabotnitsa no debe llevar a engaño. Si alguna pluma traviesa insiste en ver aquí algún tipo de feminismo bolchevique, ni siquiera tendremos que defenderlas de esta calumnia. Ya lo hicieron las propias editoras de la revista: “las mujeres obreras no tienen reivindicaciones especiales al margen de las reivindicaciones proletarias generales” (Armand), es decir, del programa máximo de la dictadura del proletariado y del comunismo. Krupskaya insistía en que “no es oportuno que el primer número sea exclusivamente ‘femenino’ aunque salga justo antes del Día de la Mujer”.[38] Otra editora le solicitaba a ésta una contribución de Lenin en la revista, “pues no somos feministas, después de todo, y queremos la participación de los hombres.”[39] Y en estos términos resumía la misma Krupskaya el cometido de Rabotnitsa:
“La ‘cuestión de la mujer’ para los obreros, hombres y mujeres, es la cuestión de cómo atraer a las masas atrasadas de mujeres a la organización, cómo explicarles cuáles son sus intereses, cuál es la mejor forma de convertirlas en camaradas de la lucha general. La solidaridad entre trabajadores, hombres y mujeres, una causa común, un objetivo común, un camino común hacia ese fin ─ésa es la solución a la ‘cuestión de la mujer’ en los medios obreros… El periódico Rabotnitsa se esforzará por explicarles a las obreras inconscientes sus intereses, por enseñarles su comunidad de intereses con la clase obrera en su conjunto. Nuestro periódico intentará ayudar a las mujeres a adquirir conciencia y organizarse.”[40]
¡Vaya mansplaining, camarada Krupskaya! Pero esta breve nota nos permite sacar varias cosas en limpio. Primeramente, y de forma implícita, que Krupskaya da por resuelto el problema de la concepción del mundo y de la línea general de la revolución. Ambos están básicamente terminados para 1913 y tienen, como ya señalamos, dos piedras angulares: la “reincorporación de todo el sexo femenino a la industria social” y su liberación de los grilletes del hogar. En segundo lugar, que la cuestión de la mujer se reduce en este punto a un problema de línea política, de cuál es la forma de incorporar a las masas femeninas al movimiento revolucionario, a la lucha general. El marxismo llegó a sus conclusiones sobre la cuestión de la mujer viendo lo que ya sucedía con la familia y las obreras en Europa occidental. Pero, en Rusia, las mujeres no empiezan a enrolarse en la industria, de forma generalizada, hasta la década de 1910 (con excepciones notables como Ivanovo o San Petersburgo). Esta masa de mujeres, “la leva más reciente de la clase obrera”[41] según la jerga bolchevique, carecía de la experiencia sindical y política de sus análogos varones, estaba desorganizada, cobraba salarios más bajos y era discriminada por los contratistas y en la vida política ─a menudo, por sus propios hermanos de clase. En la avanzada Europa el movimiento femenino proletario se nutría ya desde hacía décadas de la incorporación espontánea de las mujeres a la gran industria.[42] En la atrasada Rusia, los bolcheviques entienden que no cuentan con esa baza, que las amplias masas de mujeres, por mor de su falta de arraigo en las tradiciones del proletariado fabril, no se sumarían a la revolución de forma espontánea, que no llegarían a convencerse de su necesidad sin una atención dedicada por parte de los revolucionarios. En la medida en que la industrialización estaba pendiente,[43] en la medida en que Rusia permanecía rezagada respecto a la civilización y el progreso estaba cercado por un océano de inmovilidad campesina, el bolchevismo debía tomar conscientemente la tarea de forzar la incorporación de las mujeres al movimiento emancipatorio general.
Como vemos, hay mucho de paradigma histórico en las aparentemente duras calificaciones que Krupskaya dirige a las obreras. Pero, si tuviésemos que señalar un elemento de principio, sería el ahínco con el que la revolucionaria destaca el factor subjetivo para el desarrollo de la revolución. De hecho, es eso lo que diferencia a los bolcheviques de los partidos obreros de la época, en los que predominaba el tópico de la mujer reaccionaria, espiritualmente subyugada por el cura e indiferente a la política. Los partidos oportunistas dejaban para el futuro socialismo la educación política de las obreras ─conviniendo según la coyuntura si era oportuno o no reivindicar el sufragio femenino, o asociarse o no con las damas feministas.[44] El bolchevismo, siguiendo las mejores tradiciones del proletariado, vincula las reivindicaciones democrático-burguesas con la revolución proletaria, rompiendo con el esquematismo evolucionista que ya entonces dominaba la II Internacional.[45]
No obstante, y a pesar del tesón consciente de los bolcheviques, la revolución en el Ciclo de Octubre (1917-1989) tiene en el movimiento espontáneo de masas su detonante y combustible. Por otro lado, la principal instancia política en la que se traduce este movimiento, sus conquistas y sus retrocesos, es el Estado. Esta lógica, en sí democrático-burguesa, hubo de ser cabalgada por la vanguardia, que pone toda la carne en el asador para impulsar ese movimiento espontáneo previo más allá de sus límites naturales y apropiárselo para sí, es decir, para conducirlo hacia el comunismo.[46] Pero no podía, digámoslo así, saltar por encima de los condicionantes históricos irrepetibles que este paradigma le imponía; a saber, y entre otros, su fundamental dependencia del fuelle del movimiento de masas en tal o cual momento dado, que la vanguardia dirige, encauza o impulsa, pero que permanece como una variable independiente, constituida de forma previa a su intervención, de forma dada y espontánea.
Aquellas masas de mujeres que irrumpieron en la industria rusa en la década de 1910 ─tendencia que se acelera sobremanera al ser despachados los obreros al frente[47]─ no sólo estaban políticamente más atrasadas que sus compañeros varones. Por razón de su reciente incorporación, o de su falta de arraigo, formaban un auténtico avispero en ebullición. El 23 de febrero (8 de marzo) de 1917 estallaría, de nuevo, la Revolución. Como es público y conocido, fueron las mujeres del textil, el sector más oprimido y humillado del proletariado, quienes prendieron la pólvora. Que lo hayan hecho al margen y en contra de las recomendaciones de los bolcheviques[48] tan sólo indica, como apuntábamos, el tremendo peso del factor espontáneo para marcar los tiempos, ritmos y plazos de la Revolución. Pero, al contrario de lo que sucedió en 1905, en esta ocasión los bolcheviques sí disponían de los resortes para poder maniobrar y cabalgar exitosamente aquella marea; a saber, unos sólidos vínculos con la vanguardia práctica. En febrero de 1917, la clase obrera contaba con su Partido Comunista. Si en 1905 la generación de Artyukhina tomaba contacto por primera vez con el marxismo revolucionario, ahora, y sólo ahora, iba a poder ponerlo en práctica a escala social.
“En la reunión había muchas mujeres y soldados del frente. De repente, un grupo de obreras bolcheviques irrumpió en el auditorio y se abrió paso hasta el estrado. Las dos primeras en llegar a la plataforma chocaron con ésta, pero la tercera fue capaz de trepar y pronunció un discurso tan incendiario sobre los objetivos de la revolución que todas las mujeres y soldados abandonaron el encuentro cantando la Internacional, dejando sola a una única menchevique en el auditorio.”
Con estas palabras recuerda Klavdia Nikolaeva una de las conferencias organizadas en 1917 por los mencheviques.[49] Y es que la labor de Rabotnitsa en la educación y organización de las obreras de vanguardia se destaca, también, en sus combates contra el oportunismo y el feminismo. Si bien la revista fue suspendida al estallar la guerra imperialista, con la Revolución de Febrero de 1917 retoma su actividad con redoblada intensidad y se convierte en el principal centro organizador de las trabajadoras.[50] El feminismo vive también su gran momento en estos meses ─en verdad, su canto de cisne en Rusia. El 20 de marzo, una manifestación feminista reúne a unos 40.000 hombres y mujeres en Petrogrado, y el 12 de abril una nueva concentración convoca hasta a 15.000 esposas de soldados (las soldatki).[51] Los propios mencheviques abren su revista femenina, Golos Rabotnitsy ─la cual sólo publicará dos números y tuvo un impacto más bien escaso.
Los comunistas no se quedaron de brazos cruzados ante este repunte del movimiento femenino burgués. En los meses que median entre Febrero y Octubre realizarán un genuino tour de force en el frente de la mujer. Krupskaya, Armand y Kollontai (ahora bolchevique) retornan del exilio, toman la dirección de Rabotnitsa y despliegan una actividad intensa: organizan a las soldatki, convocan huelgas de trabajadoras, sabotean los eventos mencheviques y feministas, acosan a miembros del Gobierno Provisional y a las mujeres empoderadas de los ultrarreaccionarios Batallones de la Muerte (apoyados por las damiselas feministas),[52] etc. Todo ello bajo la dirección y coordinación de la mesa editorial de Rabotnitsa, que exhibe un fornido músculo político. A finales de la primavera, el Partido bolchevique convoca la Primera Conferencia de Mujeres Trabajadoras, y educadamente invita a mencheviques, social-revolucionarios y feministas. Ante un público enardecido, Konkordia Samoilova propone que todo el trabajo entre las mujeres se realice bajo la guía y dirección de organizaciones del Partido bolchevique (vamos, lo que de facto ya sucedía entre las obreras). Como es natural, el resto de partidos se opusieron ferozmente a esta idea. La delegada menchevique Bakasheva contestó argumentando que el movimiento de mujeres es independiente y no debe subordinarse a la influencia de ningún partido político (es decir, exactamente la misma tesis que el feminismo ruso defendía diez años antes). Una mujer se solidariza con Bakasheva; luego, otra más. Dos, tres, cuatro… y ya, paramos de contar. El auditorio obrero apoya, de forma aplastante, la propuesta de Samoilova.[53] Con esta espectacular puesta en escena, los bolcheviques muestran ante la clase obrera la comunión de sus humillados rivales políticos con las señoritas feministas y, tan educadamente como los invitaron, les señalan la puerta.
¿Cómo fue posible este frenético despliegue en tan sólo un par de meses? Está claro que el Partido bolchevique tenía entonces unos dirigentes curtidos en la movilización de masas, sus órganos de expresión y una excepcional red de comunicación interna, estructurada de forma jerárquica y que vinculaba al Comité Central con una densa telaraña de células, comisiones, delegaciones y organismos.[54] Pero hay más que eso. Veamos. Ya sabemos cuál era la posición menchevique en el frente de la mujer: movimiento femenino independiente y alianza tácita con las feministas. La Liga por la Igualdad, liberal, se dedicaba a organizar manifestaciones por los derechos electorales de las mujeres. Los social-revolucionarios proponían, en la línea de los anteriores, la formación de una Unión de organizaciones democráticas femeninas, una especie de amalgama de partidos y sindicatos por la república democrática.[55] Todas las clases de la sociedad rusa tenían una posición al respecto; todas las clases de la sociedad rusa estaban de acuerdo en que la república burguesa debía apoyar sus débiles patitas sobre un movimiento femenino democrático (es decir, interclasista). Todas las clases, salvo la proletaria. En 1917, su vanguardia no posee únicamente una concepción revolucionaria del mundo. No sólo está sostenida por una densa ligazón con la vanguardia práctica de la clase constituyendo un partido independiente. Es que todo eso, ahora, le permite formular también el Programa de la revolución proletaria, el último eslabón de la cadena que capacita a la clase para implementar su política independiente:
“Si las mujeres no participan en forma independiente, no sólo en la vida política en general, sino también en los servicios públicos cotidianos y generales, no se puede hablar, no ya de socialismo, sino ni siquiera de una democracia plena y estable. Y funciones de ‘policía’, tales como el cuidado de los enfermos y de los niños abandonados, el control de los alimentos, etc. no serán cumplidas en forma satisfactoria mientras las mujeres no gocen de iguales derechos que los hombres, no de una manera nominal, sino efectiva.”[56]
Ya hemos hablado en otro lugar de que este solapamiento entre revolución democrática y revolución socialista está muy en el corazón de lo que significó Octubre para el desarrollo de nuestra clase.[57] También de que es la subsunción del Estado en las masas armadas la fórmula con la cual los bolcheviques responden a los interrogantes históricamente planteados por la revolución burguesa.[58] Pero las contradicciones del sujeto se recortan aún más nítidamente al ponderar la cuestión de la mujer. Y es que, mientras la vanguardia ya había resuelto este problema en su interior como parte de la revolución socialista ─asimilando teóricamente el marxismo y enarbolando la igualdad por principio entre camaradas─, en su exterior no lo considera ni siquiera maduro para el socialismo, sino todavía pendiente de recibir el agua de mayo de la revolución democrática. Esto es, para los bolcheviques, la incorporación de las mujeres a la vida pública está, por así decirlo, en la prehistoria de la verdadera transformación socialista de Rusia; es una cuestión democrático-burguesa que la inconclusión de la revolución precedente lega, como expediente urgente, a la naciente revolución proletaria.
Y a medida que nos vamos alejando del círculo central bolchevique, mayor peso iba adquiriendo esta herencia. Los revolucionarios de los sesenta, los socialdemócratas y la generación de Lenin llegaron por el camino teórico a la solución de la cuestión de la mujer. Ya a partir de 1905 es la propia revolución, la propia experiencia práctica revolucionaria, la que conduce a las nuevas cohortes de proletarios hacia la resolución del problema ─hacia el socialismo y el bolchevismo. Cuando el Partido bolchevique se halle en disposición de dirigirse a las grandes masas de la clase, a partir de 1912-14, el camino que éstas deben recorrer para llegar al socialismo empieza no por la teoría, sino por su participación directa en los organismos de la dictadura del proletariado y en la experiencia de su lucha a muerte con la dictadura de la burguesía y los terratenientes. Y, aquí, las palabras de Krupskaya resuenan: la cuestión de la mujer es la cuestión de cómo atraer a las masas atrasadas de mujeres a la organización, a esas masas que no sólo desconocían el marxismo, sino incluso los rudimentos de la participación política moderna. En Rusia, en la irrepetible encrucijada histórica de Octubre, la hija parece ser comadrona de su propio nacimiento: despejar los expedientes democrático-burgueses corre a cargo de la propia revolución proletaria, implementando su programa máximo, y no de etapas preparatorias democráticas intermedias.
Todo esto también explica, probablemente y en parte, el rápido hundimiento del feminismo ruso en 1917: le faltaba, sencillamente, su premisa política, la premisa de cualquier “democracia plena y estable”; a saber, la participación normal de las mujeres en la vida pública ─su participación de facto, y no simplemente su garantía de iure.[59] Fue la taimada inconsecuencia de los mismos partidos oportunistas y feministas lo que precipitó su caída: el fanatismo de clase del burgués (o la burguesa) lo empuja al partido del orden, a las reformas paulatinas y medidas ─y a cosillas como el apoyo a la guerra imperialista[60]─, cuando, en el contexto irrepetible de 1917, la base social para tal programa de reformas sólo podía nacer de la incorporación radical de las masas de mujeres a la vida pública. Irónicamente, fueron sus archienemigos, los bolcheviques, quienes se lanzaron a concluir la tarea “no por razones propagandísticas, sino por necesidad”, que diría el viejo Bebel.
Esta profundidad del programa bolchevique, que ponía el debe de la revolución burguesa en la cuenta del socialismo, es la razón de su marcha triunfal a lo largo del año de 1917. Tocaba la médula de las convicciones y consignas en que se habían educado políticamente, durante dos décadas, las masas obreras socialdemócratas de Petrogrado y las ciudades industriales de Rusia. Y donde mejor se demuestra es, precisamente, entre las mujeres obreras. Si en Febrero habían actuado independientemente del Partido, en Octubre son un bastión de bolchevismo: la Primera Conferencia de Obreras de Petrogrado, organizada por Rabotnitsa en los días previos al 25, convocó a 500 delegadas en representación de 80.000 obreras. Atrás quedaban ya las demostraciones de fuerza frente al oportunismo. El cometido de la Conferencia es transmitir a las obreras sin partido el programa de la dictadura del proletariado y prepararlas para la insurrección.[61] Y en esta ocasión no fueron las obreras las que pillaron por sorpresa al partido, sino al revés: las salvas de Aurora interrumpieron los trabajos de la reunión. Empezaba una nueva época para la humanidad y para su sufrida mitad femenina.
“Hubo una época en la que aprobar decretos era una forma de propaganda. La gente se reía de nosotros y decía que los bolcheviques no se daban cuenta de que sus decretos no se llevaban a cabo; toda la prensa blanca estaba plagada de mofas sobre el asunto. Pero en ese momento aprobar decretos estaba bien justificado. Los bolcheviques recién habíamos tomado el poder, y les decíamos al campesino y al obrero: ¡Miren este decreto, así es como nos gustaría que fuese administrado el Estado! ¡Prueben a hacerlo!” (Lenin, 1922)[62]
Las leyes que los bolcheviques aprueban el día después de la revolución fueron y son celebradas como una de las legislaciones más progresivas de la historia: igualan el estatus jurídico de la mujer al del hombre, le otorgan el derecho al voto, a desempeñar todo tipo de cargos, aprueban el divorcio unilateral y el aborto y anulan los conceptos de hijo “legítimo” e “ilegítimo”, por no hablar de medidas socializantes como un sistema de seguridad social, la protección del trabajo femenino, las pensiones alimenticias tras los divorcios, las bajas por maternidad y la lucha contra el acoso laboral.[63] El aparato jurídico del antiguo régimen fue barrido de un plumazo ─y, con él, el grueso de los partidos reformistas y feministas, cuya aspiración principal era reformarlo poquito a poco.[64] Y aun así, aun a pesar de haber hecho en unos meses lo que la burguesía de los países avanzados no hizo en décadas, los propios bolcheviques declaran, sin paños calientes, su insuficiencia. Aleksander Goikhbarg, uno de los jóvenes artífices de la legislación soviética, es meridianamente claro: esto que tenemos aquí no es socialista, es una simple legislación burguesa, que nosotros mismos habremos de deshacer en el futuro.[65] ¡Cosas de la idiosincrasia revolucionaria!
En esta agria contradicción entre la conciencia revolucionaria socialista del partido y la naturaleza en sí democrático-burguesa de lo que estaba haciendo se esconde, como ya dijimos, buena parte del secreto bolchevique. Si la revolución proletaria es rebelión de libertad, también tiene que serlo contra el dogmatismo y el esquematismo economicista. No se trata de esperar por el adviento mesiánico de las circunstancias objetivas más adecuadas, sino de forzar las circunstancias desde la actividad consciente de la vanguardia. Precisamente, quienes decían que Rusia no estaba preparada para el socialismo eran los oportunistas, los Kautsky, los Kerenski y los Tsereteli, que denigraban la gesta bolchevique calificándola de mera revolución burguesa. Y Lenin contesta:
“Nosotros no somos utopistas. Sabemos que cualquier peón y cualquier cocinera no son capaces ahora mismo de ponerse a dirigir el Estado. En eso estamos de acuerdo con los demócratas constitucionalistas, con Breshkóvskaya y con Tsereteli. Pero nos diferenciamos de estos ciudadanos por el hecho de que exigimos que se rompa inmediatamente con el prejuicio de que administrar el Estado, llevar a cabo el trabajo cotidiano de administración, es cosa que sólo pueden hacer los ricos o funcionarios procedentes de familias ricas. Nosotros exigimos que el aprendizaje de la administración del Estado corra a cargo de obreros y soldados conscientes, y que se acometa sin demora, es decir, que se empiece inmediatamente a hacer participar en este aprendizaje a todos los trabajadores, a toda la población pobre.”[66]
Aquí el dirigente bolchevique es diáfano: la primera tarea socialista de los obreros socialistas de nuestra república socialista es aprender el socialismo. ¡Y estas palabras se escriben al tomar el poder, con el país colapsado por la conflagración imperialista y con la perspectiva de una inmediata guerra civil! En otras palabras: no estando la clase obrera preparada de forma espontánea para las tareas de gobierno, gestión y construcción económica, el Partido era responsable de educar políticamente a las masas en dicha misión y destacar de entre ellas a las nuevas generaciones de revolucionarios que diesen continuidad a la transformación socialista. Es justamente el atraso asiático de Rusia, con su pequeña producción, su clase obrera menguada y menguante[67] y su población inexperta en los arcanos de la política ─cuando no directamente analfabeta─ lo que obliga al Partido bolchevique a tensionar al máximo sus resortes y organizar conscientemente la movilización social general. Es entre la cizaña de las circunstancias agobiantes donde brota el trigo de la creatividad. Demoler las leyes feudales era la premisa; pero forzar la incorporación de las masas femeninas a la lucha de clases era, y sólo podía ser, obra de la actividad del sujeto, en tanto no existiese una gran industria social que impulsase masivamente su reincorporación a la vida pública. Éste es el meollo de la cuestión de la mujer en la Revolución bolchevique, y es importante retenerlo. Lo que en la Europa avanzada fue consecuencia espontánea de la industrialización y la revolución burguesa, aquí es asumida como tarea primera de la revolución socialista en tanto aquellas circunstancias históricas perteneciesen todavía al futuro, a la Rusia de la industria social:
“No hemos dejado, en el verdadero sentido de la palabra, piedra sobre piedra de las vergonzosas leyes que establecían la inferioridad jurídica de la mujer [...] Pero cuanto más nos deshacemos del fárrago de viejas leyes e instituciones burguesas, tanto más claro vamos viendo que sólo se ha descombrado el terreno para la construcción, pero no se ha comenzado todavía la construcción misma. La mujer continúa siendo esclava del hogar, a pesar de todas las leyes liberadoras, porque está agobiada, oprimida, embrutecida, humillada por los pequeños quehaceres domésticos, que la convierten en cocinera y en niñera, que malgastan su actividad en un trabajo absurdamente improductivo, mezquino, enervante, embrutecedor y fastidioso. La verdadera emancipación de la mujer y el verdadero comunismo no comenzarán sino en el país y en el momento en que empiece la lucha en masa (dirigida por el proletariado dueño del Poder del Estado) contra esa pequeña economía doméstica, o más exactamente, cuando empiece su transformación en masa en una gran economía socialista.”[68]
Nuevamente, debemos hacer una aclaración: la cuestión de la mujer es una partícula de la revolución social. Si insistimos tanto en sus aspectos concretos no es por erigirla en un monumento a la especificidad, sino para todo lo contrario, para ilustrar cómo de coherentemente se imbrica con el paradigma del Ciclo de Octubre. La legislación social bolchevique ─ésa que ellos mismos calificaban de insuficiente y burguesa─ era el precio a pagar por el modo en el que se constituye el sujeto revolucionario en Rusia: fusión externa de vanguardia y movimiento espontáneo y toma del Estado existente como medio para aterrizar en las amplias masas rusas.[69] La nueva legislación, la más progresiva del mundo, apenas tuvo impacto en el día a día de las mujeres.[70] Las campesinas ni siquiera aprovecharon su recién adquirido derecho al voto.[71] Así las cosas, la supresión de los obstáculos legales que limitaban jurídicamente a la mujer era sólo una precondición para su incorporación a la producción social y a la gestión del Estado en pie de igualdad con sus camaradas varones. A su vez, ésta es la forma política determinada en la que los bolcheviques pudieron, en las circunstancias de la Revolución rusa, concretar el imperativo de disolver el Estado en las masas: incorporación de éstas en gran escala a las funciones desempeñadas por aquel aparato, con la doble tarea de cumplir el programa de la dictadura del proletariado y ejercer un “control popular” sobre aquel “Estado zarista pintarrajeado de rojo” (Lenin).
Las nuevas leyes revolucionarias concedían a las mujeres unas libertades nunca antes vistas, pero tuvieron poco impacto en su situación material. No se puede decir lo mismo de la guerra civil en la que se sume la República Soviética en 1918. La crisis militar provoca el colapso sin paliativos de la familia, que fracasa en satisfacer las necesidades de la población y en distribuir el ─escaso─ producto social. Con el hundimiento de la normalidad y de la estabilidad social, sencillamente se viene abajo. En 1919-20, casi el 90% de las familias de Petrogrado se alimentaban en comedores comunales; unas doce millones de personas pasaron por ellos a altura de 1920.[72] Otro tanto cabe decir de los servicios de enfermería y guardería, hasta tal punto que Kollontai llega a hablar de la muerte natural de la familia:
“En los tiempos actuales [1918], cuando la alimentación social se ha convertido en una rama independiente de la economía del pueblo, no permanece ni una sola de las ataduras económicas que durante siglos creaban estabilidad para la familia proletaria.”[73]
La situación de 1918 tocaba hueso: la convicción de que la familia individual vendría a ser naturalmente sustituida por los servicios comunales ─conforme avanzase la transición al socialismo y se generalizase la gran industria─ estaba en el núcleo de las expectativas bolcheviques. Armand proclamaba, victoriosa, que “se está aboliendo el orden burgués […] los hogares separados son sobrevivientes dañinos que sólo postergan y obstaculizan las nuevas formas de distribución.”[74] La misma Kollontai afirmaría que, en lo sucesivo, “la sociedad alimentaría, criaría y educaría al niño”[75], y que la familia no sólo era una cadena para la mujer, sino un palo en la rueda del socialismo, de la economía del pueblo:
“La familia actualmente consume sin producir. Las tareas esenciales del ama de casa han quedado reducidas a cuatro: limpieza (suelos, muebles, calefacción, etc.); cocina (preparación de comida y cena); lavado y cuidado de la ropa blanca, y vestidos de la familia (remendado y repaso de la ropa). [...] Ciertamente que los quehaceres de nuestras abuelas comprendían muchas más operaciones, pero, sin embargo, estaban dotados de una cualidad de la que carecen los trabajos domésticos de la mujer obrera de nuestros días; estos han perdido su cualidad de trabajos útiles al Estado desde el punto de vista de la economía nacional, porque son trabajos con los que no se crean nuevos valores. Con ellos no se contribuye a la prosperidad del país.”[76]
No es que la familia se vuelva obsoleta con el socialismo; es que ya lo es bajo el capitalismo, ya se encuentra en contradicción con el interés general y con el carácter social de la producción.[77] Y es que el potencial de la teoría marxista radica en su capacidad para anticipar los posibles vericuetos del desarrollo social ─por eso es teoría de vanguardia, que implica capacidad de proyección, visión de futuro. La tendencia a la disolución de la familia fue diagnosticada como consustancial al capitalismo, a la última sociedad de clases, y las circunstancias dramáticas de la guerra civil no hicieron más que exagerar dicha tendencia. Y es cierto: se trata de una tendencia espontánea, pero, por lo mismo, prevista por el marxismo clásico, lo cual dota a los bolcheviques de un marco interpretativo y práctico que les permite incorporarla a su plan general para el socialismo cuando estalla la guerra.[78] Desde el primer momento, el Partido bolchevique asume la tarea de dirigir y ampliar conscientemente el desarrollo ─en origen espontáneo─ de los comedores públicos y otros servicios sociales, cumpliendo con su programa de hacerlo incorporando a las masas y empleándolos como “escuela de comunismo”. La clave estribaba en complementar el ímpetu del movimiento de masas con la asistencia desde arriba, desde el Partido y el Estado.[79] Esto también significaba vincular la propaganda y la organización de las masas a la victoria militar sobre la reacción. De hecho, la primera gran movilización de las masas de mujeres sólo despegará con la guerra civil; sólo con ésta se plantea prácticamente, por primera vez, la tarea de organizarlas en gran escala.
En esta organización jugaron un papel fundamental altos cuadros bolcheviques: Rosa Kovnator, Yakov Sverdlov, Nikolaeva, Kollontai, Samoilova, etc.[80] El Partido bolchevique dispone de su cadena de eslabones que vinculan a estos dirigentes de primera fila con toda una serie de enlaces intermedios con la vanguardia práctica[81] y las masas, engranaje puesto a prueba continuamente desde 1912-14 y con años a sus espaldas de contactos continuos y personales con la clase. Diversos autores burgueses han señalado que el despliegue en la guerra civil fue posible precisamente gracias a las estructuras partidarias del período de clandestinidad, ahora transformadas en una colosal máquina de movilización social y propaganda.[82] Es decir, y por traducirlo desde el estrecho lenguaje organicista-técnico académico, que la capacidad de movilización del Partido bolchevique fue posibilitada por su (re)constitución en 1912-14. Es este elemento el que permite desplegar, transformar y adaptar el entramado organizativo bolchevique a las necesidades políticas del momento ─en este caso, militares. Ahora, y para llevar a cabo el trabajo entre las mujeres, cristalizaría en el sistema del praktikanstsvo.
Praktikanstsvo puede ser traducido, aproximadamente, como “prácticas”, con un fuerte contenido empírico ─de experimentación, de práctica directa─ y bajo la tutela, dirección y supervisión de cuadros más experimentados del partido. Bajo ellos, las jóvenes delegatki ─delegadas─ son reclutadas de entre las masas y reciben instrucción y formación práctica para ponerse a dirigir el Estado. Entre las tareas que desempeñaban estas mujeres figuraban la organización de la retaguardia, de la formación política y cultural de las masas (analfabetas en muchos casos), la construcción y gestión de comedores sociales y guarderías o funciones de “policía” como obligar a cumplir la ley del trabajo femenino e infantil aprobada en 1918.[83] Es con un plan tan ambicioso en mente que Lenin podía proclamar:
“Decimos que la emancipación de los obreros debe ser obra de los obreros mismos, y de igual modo la emancipación de las obreras debe ser obra de las obreras mismas. Son ellas las que deben preocuparse de desarrollar esas instituciones, y esta actividad de la mujer conducirá a un cambio completo de la situación en que vivía bajo la sociedad capitalista.”[84]
Como podrá intuir el lector, este despliegue tenía profundidad estratégica para los bolcheviques. Era la realización práctica del control obrero y popular sobre el aparato del Estado y sobre los especialistas burgueses secuestrados por el Partido.[85] Combinaba la resolución de las tareas de la dictadura del proletariado ─en primera instancia, la victoria militar, pero también la construcción económica y política─ con la promoción de nuevas generaciones de cuadros de vanguardia destacados de entre las masas de mujeres.[86]
Como es evidente, el praktikanstsvo recoge varios de los expedientes que ya iba acumulando el Partido: la distancia entre el recorrido histórico del movimiento de masas y el del bolchevismo ─paralelos pero cualitativamente diferentes─ imponía cierta separación entre la formación política y la formación técnico-administrativa, la cual irá cogiendo un regusto de saber neutro e imponiéndose sobre la primera. Al fin y al cabo, el praktikanstsvo había nacido para organizar el esfuerzo militar entre las mujeres. Dependía también, severamente, del movimiento espontáneo: igual que sólo pudo coger vuelo con el surgimiento de los comedores sociales, enfrentará su primera crisis cuando el estado de ánimo de las masas empiece a flaquear ya a finales del verano de 1918.[87]
Pero no debe tomarse esto como si de enmendarle la plana al Ciclo se tratara: en ese contexto histórico ─y sólo en ese contexto histórico─, la vanguardia todavía era capaz de traducir esa contradicción objetiva en un programa positivo de acción. Nosotros hemos podido valorar, con la perspectiva que nos aporta el Ciclo cerrado, el lugar histórico de la legislación bolchevique: saldando las deudas con la revolución democrática, se despejaba el terreno para la lucha de clases proletaria y la creatividad de vanguardia. A su vez, la guerra, al colapsar las instituciones típicas de la normalidad burguesa ─familia incluida─, ofrecía el medio ambiente idóneo para incorporar a las masas desorganizadas a la lucha de clases.[88] Y Kollontai razona: dado que las mujeres estaban políticamente atrasadas, el Partido estaba fracasando al intentar reclutarlas apelando a consignas políticas generales; aún más, ello se debía a que la mujer estaba agobiada por las tareas domésticas y la familia, que la extenuaba y le arrebataba la energía que de otro modo podría dedicar a la lucha de clases.[89] La receta era, entonces, apoyarse en la situación bélica para generalizar y ampliar el sistema del praktikanstsvo, consolidando un espacio político con el peso suficiente para sustraer a las obreras de la esclavitud familiar, en tanto no lo hiciese la industrialización socialista.
Del bagaje acumulado con el praktikanstsvo y del balance sobre la experiencia de los meses anteriores[90] nacerá el Departamento de Obreras y Campesinas, el Zhenotdel (Zhenskii Otdel). Su convocatoria fundacional, la Conferencia Panrusa de Obreras y Campesinas (noviembre de 1918), es en sí misma una prueba de la ascendencia de la que gozaba el Partido entre las proletarias conscientes: más de mil delegatki procedentes de toda Rusia asistieron a los apretujados salones del Kremlin, desbordando en varios centenares las previsiones de los organizadores más optimistas.[91] Y los bolcheviques, por boca de Armand y Samoilova, señalan a este joven sector de vanguardia como la llave maestra del organismo naciente:
“Organizar, entre las obreras más activas del partido, grupos especiales para la propaganda y agitación entre las mujeres, con el objetivo de poner en práctica la idea del comunismo.”[92]
El programa presentado a la Conferencia ya nos es conocido: ganar a las mujeres para el poder soviético, combatir la esclavitud doméstica y la doble moral, establecer servicios colectivos centralizados para emancipar a las mujeres del trabajo del hogar y así “darle a la sociedad comunista un nuevo miembro”.[93] En el espíritu leninista de la propaganda como tarea práctica inmediata, esas obreras más activas serían las responsables de un plan omnímodo de formación cultural y política, que incluía programas de alfabetización, clases sobre gobierno, derechos de la mujer y salud, entre otros,[94] para preparar a las masas para la sociedad comunista.
El alucinante despliegue del Departamento en la guerra testimonia la profundidad de dicho plan y, especialmente, el arrojo de una vanguardia que, literalmente, se desvive por cumplirlo. El Zhenotdel se vuelca, bajo la presidencia de Armand, en la organización del frente y la retaguardia. Asume ─tras un breve rifirrafe con el Vsevobuch[95]─ el entrenamiento militar de las mujeres comunistas y las afiliadas al Komsommol y organiza milicias urbanas en los barrios obreros ─en las que ya participaban de hecho las obreras, como demostraron heroicamente en la defensa de Petrogrado contra Yudénich.[96] Unas 50.000 enfermeras y auxiliares de enfermería, conocidas popularmente como las hermanas rojas, son entrenadas por el Departamento y enviadas al frente ─donde desempeñaban también tareas de agitación política entre los soldados.[97] Cuadros intermedios despliegan una importantísima labor de organización, como es el caso de Artyukhina en el frente ucraniano. Los bolcheviques de primer nivel involucrados en el Zhenotdel lideran equipos de propaganda, que recorren las zonas rojas de Rusia en tren y barco hasta la extenuación: Konkordia Samoilova, Inessa Armand, Yakov Sverdlov ─tres de los más reconocidos y populares propagandistas itinerantes─ entregarán sus vidas en el transcurso de la guerra.[98]
Si el contexto histórico interpone serios condicionantes objetivos, que tiran hacia abajo de la revolución, la vanguardia se destaca como la instancia decisiva para conquistar la victoria militar y forzar la incorporación de las mujeres a la lucha de clases proletaria, remando no sólo contra la ofensiva de las fuerzas blancas, sino también contra el agotamiento del movimiento espontáneo de masas, incapaz, por sí mismo y por su propia constitución, de atraer a las masas de mujeres a la vida política activa (ya no digamos de cumplir con las tareas de la dictadura del proletariado o derrotar a las fuerzas blancas). Es la vanguardia, a través de su Partido Comunista ─sinónimo del movimiento revolucionario organizado─, quien ofrenda a sus mejores miembros para sacar adelante la situación y acumular una preciosa experiencia revolucionaria que aquí analizamos sólo brevemente. Con el final de la guerra, los comedores sociales y guarderías decaerán con la misma espontaneidad que emergieron[99] y se detiene la descomposición de la familia ─cosa que supone un duro golpe para la perspectiva de su rápida disolución, compartida de forma optimista por todos los bolcheviques. El Partido concluye que aquello suponía un mentís a sus expectativas sobre la superación inmediata de la comunidad doméstica aislada. No obstante, con la panorámica que nos otorga el Ciclo cerrado, podemos y debemos ir más allá: los comedores sociales desaparecen, pero el bagaje experiencial del sujeto permanece. En el hoyo dejado por los condicionantes objetivos, espontáneos, florece la subjetividad creadora y creativa. Para los bolcheviques, como un reforzado vínculo con las masas de obreras y la engrasada estructura organizativa del Zhenotdel y el praktikanstsvo, curtida en la guerra; para nosotros, como la rica experiencia subjetiva del genuino movimiento femenino proletario, ofrenda inmortal del bolchevismo a la clase y objeto del Balance.
El Zhenotdel, a pesar de todo, fue un organismo cuanto menos problemático para la conciencia revolucionaria de los bolcheviques, y nuestro Balance estaría seriamente mutilado si ignorásemos los factores, objetivos y subjetivos, que rodearon (y explican) lo ajetreado de su corta existencia. En primer lugar, el Zhenotdel recoge dentro de sí todo aquello que ya venía del praktikanstsvo. A pesar de su hábil combinación del trabajo propagandístico y las tareas más puramente técnicas, la sombra de ser un organismo simplemente burocrático y rutinario lo atenazó desde el primer momento.[100] Este temor no hizo más que incrementarse con el paso del tiempo, a medida que las delegatki iban ocupando puestos en las administraciones locales de gobierno y los sindicatos[101] ─y como puede verse en las cada vez más frecuentes disputas por las jurisdicciones que se solapaban con otros organismos del Estado y el Partido.[102]
En el otro extremo figuraba un peligro más amenazante aún: que el Zhenotdel deviniese un movimiento femenino autónomo (esto es, feminista) y se escindiese de su clase. No obstante, tenemos que señalar que es muy probable que este temor fuese infundido no tanto por un riesgo objetivo como por la viva contradicción entre la conciencia revolucionaria de los bolcheviques y la inexperiencia política del grueso de las obreras. Esta contradicción era vivida, de forma particularmente cruda, por las propias delegatki, que a menudo sentían que la división del trabajo revolucionario por sexos replicaba la división de tareas del hogar.[103] De hecho, en los años siguientes, quienes más vigorosamente insistirían en disolver el Zhenotdel no eran los hombres del partido ─como suele especular la historiografía chismorreica feminista. Solían ser las propias egresadas del Zhenotdel, que habían sido transferidas al trabajo partidario general y veían aquello como un ghetto que obstaculizaba la hermandad comunista de hombres y mujeres.[104] Las mismas veteranas de la revolución, incluidas las fundadoras de Rabotnitsa, rechazaban dirigir el trabajo especial entre las obreras como algo casi degradante para comunistas de primera línea ─en un tono que recuerda al de Vera Figner.[105] Y en estos términos resume el dilema el propio Lenin, según Clara Zetkin:
“De nuestra concepción ideológica se desprenden asimismo medidas de organización. ¡Nada de organizaciones especiales de mujeres comunistas! La comunista es tan militante del Partido como lo es el comunista, con las mismas obligaciones y derechos. En esto no puede haber ninguna divergencia. Sin embargo, no debemos cerrar los ojos ante los hechos. El Partido debe contar con organismos ─grupos de trabajo, comisiones, comités, secciones o como se decida denominarlas─ cuya tarea especial consista en despertar a las amplias masas femeninas, vincularlas con el Partido y mantenerlas bajo la influencia de éste. […] Psicología apolítica, no social, atrasada, de estas masas femeninas; estrechez del campo de su actividad, todo su modo de vida: tales son los hechos. No prestar atención a esto sería inconcebible. Necesitamos nuestros propios organismos para trabajar entre ellas, necesitamos métodos especiales de agitación y formas especiales de organización. No se trata de una defensa burguesa de los ‘derechos de la mujer’, sino de los intereses prácticos de la revolución.”[106]
De la conciencia revolucionaria de los bolcheviques, de su concepción ideológica, se desprende que no ha lugar para secesionismo de ningún tipo dentro de la vanguardia. Lo único que justifica un organismo aparte es la situación histórica específica ─en la que la mayoría de mujeres permanecía recluida en el hogar─, y ello con vocación exclusivamente práctica. Kollontai ─pintada de forma infame por el oportunismo y los estudios de género como la Santa María del feminismo bolchevique (sic)─ insistía ya en la Conferencia fundacional de 1918 que el objetivo último del Zhenotdel era acabar con la necesidad de una institución especial para el trabajo entre las mujeres:
“El Comité Central dice que la tarea clave ahora es crear un Frente Rojo unido, pero nosotras debemos imponernos una tarea a mayores: incrementar la conciencia de la mayoría de las mujeres hasta el nivel alcanzado por los varones, y acabar así con la necesidad de convocar un congreso de mujeres aparte.”[107]
Como insistimos a lo largo del presente trabajo, los bolcheviques compartían una visión común y unívoca de los medios y objetivos de la revolución en lo tocante a la cuestión de la mujer. Todos convenían en la necesidad de disponer de un organismo específico para la agitación entre las mujeres, así como su carácter temporal, impuesto por las circunstancias históricas en las que le tocó actuar. La manzana de la discordia no era si disolver o no el Zhenotdel. Todo el debate, a lo largo de los años 20, se circunscribiría a los plazos y ritmos del proceso ─muy relacionados con los plazos y ritmos de la industrialización socialista.[108]
Esto nos conduce a concluir que, en el Ciclo, las desviaciones feministas que pudiera manifestar la vanguardia tenían un significado y un trasfondo muy distinto al de hoy en día. En nuestros tiempos, la vanguardia está, de forma aplastante, dominada ideológicamente por los dogmas feministas. Pero el Partido bolchevique se fraguó partiendo de una concepción independiente del mundo y en lucha prolongada contra el feminismo, como pudimos ver. Igual que la cuestión de la mujer, las desviaciones feministas tenían un sentido exclusivamente práctico, estrictamente limitadas a la duración, profundidad y extensión cuantitativas de la organización aparte de las obreras ─sin rozar siquiera la conciencia revolucionaria de la vanguardia.
Claro que había más tela que cortar. Quizás el debate más sonado lo suscitó Kollontai al plantear, al término de la guerra, que el Zhenotdel debía funcionar como representante de las obreras en el Partido.[109] Esta concepción, con mucho de pre-leninista,[110] también se imbricaba en la lógica de Octubre. Al fin y al cabo, el planteamiento de Kollontai tiene más que ver con una propuesta práctico-organizativa para estirar, restañar y resucitar el desangrado movimiento de masas que con una enmienda a la totalidad. El Partido se mantuvo, en su conjunto, firme con la tesis leniniana del Zhenotdel como representante del Partido entre las obreras, y condenó la propuesta de Kollontai como desviación feminista. Aunque para nosotros estas dos tesis representen dos concepciones distintas del Partido (la de viejo tipo y nuevo tipo, respectivamente), en el Ciclo no podían tener más significado que el grado de profundidad y extensión de la organización aparte de las mujeres proletarias. E, incluso, de su derecho a arrogarse jurisdicciones de otras secciones del Partido y el Estado. Sofía Smidovich ─sucesora de Kollontai al frente del Departamento─ planteaba que era mejor liquidar el Zhenotdel a que tuviese una existencia “a medias”. Lo dice en una fecha tan temprana como 1922.[111] Esta vida “a medias” y los numerosos solapamientos con otras instituciones condujeron, durante los primeros años de la NEP, a un recorte de fondos considerable, a la retirada de sus atribuciones de control directo sobre los sindicatos o a su subordinación a los Soviets locales.[112]
Igual que en 1918 crecieron exponencialmente las formas socialistas de distribución, como los comedores sociales, la NEP parecía haber supuesto un paso atrás, un retroceso en el camino del comunismo. Al margen de que esto es bastante matizable, sí es cierto que se agudizaron los dilemas que el bolchevismo venía afrontando de toda su historia. Para empezar, con el retorno de 4 millones de hombres del frente y la revitalización de la familia, las mujeres enfrentaban una tasa de paro galopante. Ya a finales de 1921, constituían el 60% de la población desocupada, y eso sin contar las mujeres que buscaban trabajo por primera vez o las que no se registraban en la oficina de empleo.[113] El drama de la prostitución volvía a asolar a las obreras de Moscú y Petrogrado.[114] A este respecto, la legislación bolchevique acaso podía paliar algunas de las situaciones más lacerantes, especialmente porque el sistema judicial soviético favorecía deliberadamente a la mujer[115] y se organizan campañas masivas para poner a las masas en conocimiento de sus derechos.[116] Pero la libertad de divorcio y el resto de previsiones eran un espectro cuando la mujer era económicamente dependiente del hombre, y así lo señalan continuamente las delegatki.[117] Los matrimonios de facto eran disueltos también de facto, y no solía ser en beneficio de la mujer. Para las campesinas, divorciarse significaba casi siempre volver a su familia de origen, lo que a menudo era mucho peor que un matrimonio infeliz. El propio Zhenotdel aprobaría revocar la prohibición del trabajo nocturno para que los empleadores estuviesen más predispuestos a contratar mujeres.[118] Que las obreras fuesen apartadas del trabajo productivo y quedasen indefensas era una situación ciertamente ominosa para las previsiones bolcheviques, que contaban con que la industria social fuese afianzando el espíritu militante y comunista de las obreras.
Con la debida perspectiva, la postura de Kollontai es el producto natural de esta situación e indicio del agotamiento del plan bolchevique para la era transicional. Si bien el control obrero y popular tenía el doble objetivo de mantener la dirección proletaria del Estado y defender a los obreros de sus atropellos, Kollontai pone el acento unilateralmente en esto último (de ello da fe, también, su participación en la Oposición Obrera). Ahora bien, el control obrero y popular comienza a desfondarse en la medida en que se desfonda el movimiento espontáneo y el tensionamiento de las masas. La alternativa que ante esta situación ofrece Kollontai carece de recorrido en tanto no permite reactivar el movimiento de masas, ni incorpora a las obreras a la vida política, ni se conecta con el plan último bolchevique. Así, despejada la hojarasca otoñal, sus propuestas concretas se reducen a un paquete de medidas paternalistas ofrecidas por el Estado y al radicalismo verbal sobre la disolución de la familia ─es decir, a seguir girando sobre el problema sin poder quebrar los términos en que estaba planteado.
Pero, ¡ah, la revolución es testaruda! Los mismos alambres de la verja sirven para trepar por ella. ¿No tenemos recursos? Mandamos a las delegatki a hacer agitación puerta por puerta si hace falta.[119] ¿No tenemos industria socialista? Vamos montando servicios colectivos y programas de ayuda mutua en los barrios para avanzar en la socialización de la vida doméstica.[120] ¿Que la campesina sigue tiranizada por el mujik? Pues si para arrancar a la mujer del dvor hace falta enviar a una proletaria a que la saque por las orejas, lo haremos. No importa cuán adversas sean las circunstancias, lo haremos ─tal parece ser la inscripción en el pronaos del Ciclo de Octubre. Es desde la conciencia revolucionaria de la vanguardia que se proyecta la luz rojiza del comunismo sobre el orden de cosas heredado por la revolución. En 1923, Stalin proclamaba en Kommunitska que la tarea de las delegadas era llevar la construcción del socialismo a millones de campesinas.[121] Quizá al lector le pueda parecer cómica la imagen de un puñado de delegatki encargadas de adoctrinar puerta por puerta a decenas de millones de campesinos. Pero que daban donde duele es una certeza: desde mediados de los 20, los campesinos ─especialmente los cabezas de familia y los kulaks─ se empeñan en una encarnizada resistencia contra las rojas que querían socializar a sus mujeres, que en no pocas ocasiones acababa en brutales palizas y asesinatos de delegatki.[122] Tímidamente, pero de forma inequívoca, una parte de las campesinas despertaba a la vida política activa.[123] Y es que a pesar de la desaforada situación de esos años, a pesar de que las circunstancias parecían conducir irremisiblemente al desencanto de las mujeres con el poder soviético, el número de afiliadas al Zhenotdel no para de crecer. El número de delegatki en 1923 era de 58.000, de las cuales unas 17.000 eran obreras y en torno a 23.000 eran campesinas. A mediados de 1925, las cifras se elevaban a 67.000 obreras ─que llegaron a 95.000 en 1926─[124] y 246.000 campesinas (su número se incrementó más de diez veces en apenas dos años).[125] Eso también son hechos. La actividad de la vanguardia, estimulada por la penuria, también es un hecho. ¡Nadie dijo que fuese fácil! ¡Desde luego! Pero, en la segunda Conferencia de Obreras y Campesinas (1926), la entonces presidenta del Zhenotdel podía apuntar un tanto en su hoja de servicios. Algo había cambiado en Rusia: “Ya no podemos hablar de que las mujeres en su totalidad estén atrasadas, ni de la necesidad de elevarlas al nivel de la vanguardia de la clase obrera.”[126] Tales son los hechos, y no debemos cerrar los ojos ante los hechos.
Ya conocemos a esta presidenta del Zhenotdel. Es Aleksandra Artyukhina. La otrora obrera del textil podía congratularse de que, pese a todo, una fracción cada vez más amplia de proletarias y campesinas remontaba el atraso político y cultural que tradicionalmente pesaba sobre su sexo.[127] Por modestas que pudieran parecer, las reuniones de delegadas se habían probado como una provechosa “escuela de comunismo”.[128] Las obreras activas, promovidas por el sistema del praktikanstsvo, constituían el principal activo del Partido hacia abajo, hacia el conjunto de la clase, y aquél ─afirmaba la Conferencia─ era el modelo general que debían seguir todos los Partidos Comunistas del mundo, incluidos los de los países avanzados, para ganar a las mujeres para el poder soviético.[129] Entre un movimiento de masas que amenazaba con desecarse y un aparato estatal que apenas podía intervenir en el alivio de las obreras, el Partido Comunista sigue destacándose como el elemento decisivo de la transformación socialista de Rusia.
Pero los reseñables éxitos no podían acallar la conciencia marxista de la vanguardia. ¿Era eso suficiente? Más aún, ¿podía llegar a ser suficiente en algún momento?
“La conferencia considera que estos logros, siendo muy extensos en comparación con el período anterior, son al mismo tiempo inadecuados de cara a la gran tarea de la industrialización y de acelerar la victoria del socialismo que enfrenta la Unión Soviética.”[130]
Esta inadecuación cualitativa de los medios al fin es, por sí misma, elocuente acerca del grado de desarrollo que la contradicción entre la madurez socialista de la vanguardia y el atraso endémico de su entorno. Es esta inconmensurabilidad entre ambos lo que determinaba, en última instancia, que el desarrollo del movimiento femenino proletario bolchevique sólo pudiese ser concebido, codificado y abordado en términos cuantitativos: el grado de incorporación de las mujeres, los ritmos y plazos de su culminación, la extensión de sus logros, etc.[131] La creatividad de la vanguardia, paradójicamente, tenía el mismo fundamento que la inadecuación que la atenazaba, pues el desarrollo cualitativo y cuantitativo del sujeto ─del Partido Comunista─ se produjo justamente para cubrir el espacio entre ambos términos: ahí está Rabotnitsa, ahí está el praktikanstsvo, ahí está el Zhenotdel, que ponen en primer plano la formación cultural y política de la vanguardia para cumplir su táctica-Plan y las tareas de la dictadura del proletariado, sometiendo el medio ambiente democrático-burgués al control obrero y haciendo de la incorporación de las mujeres una base de apoyo para el comunismo. Y eso es, de forma efectiva, socialismo, dictadura del proletariado.[132]
Más todavía, la vanguardia está perfectamente al tanto de la naturaleza históricamente burguesa del proceso de politización de las masas de mujeres, que por sí mismo no conduce al comunismo y que, al cabo, puede ser un punto de apoyo de la dictadura de la burguesía:
“La burguesía es plenamente consciente de la importancia de una alianza con las mujeres trabajadoras para preservar su dominio de clase. Cualquier cosa vale para la burguesía y sus lacayos, los socialdemócratas, para engañar a las trabajadoras y alejarlas de su propia clase […] Antes, los enemigos de la clase obrera se esforzaban en mantener a las mujeres alejadas de la política y la vida pública; hoy, se dan cuenta de la imposibilidad de mantener a las mujeres al margen de la política, en vista de la agudización de la lucha de clases. Habiendo llegado a la conclusión de que la revolucionarización de las masas no va a dejar de lado a las obreras, la burguesía prefiere tomar la iniciativa en la politización de las mujeres.”[133]
¡Un brillante resumen de la naturaleza histórica del feminismo y su carácter necesariamente socialfascista! En el punto de mayor tensionamiento de su programa para la fase de transición, el proletariado revolucionario logra sacar las consecuencias últimas de las tesis de Bebel: la politización de las mujeres, su irrupción en la vida pública, es un fenómeno consustancial a la última sociedad de clases,[134] y lo verdaderamente determinante es quién lo dirige y adónde lo dirige. O es el proletariado, empuñando el programa general del comunismo, o es la burguesía, sea un movimiento femenino independiente, feminista, sea la socialdemocracia, sea el fascismo.[135] Pero vayamos más lejos. Si el acceso de las mujeres a la vida pública ya no es el poste que separa la revolución de la reacción, si ya no es una cuestión de grado, entonces el quid del asunto se traslada definitiva e íntegramente a la conciencia revolucionaria de la vanguardia, al elemento cualitativo director del proceso que marca la diferencia. La consecuencia del bolchevismo consume su base histórica, al tiempo que empequeñece sus propios méritos. ¡A pesar de todo lo que hemos logrado, nunca podrá ser suficiente! ¡Qué entereza! ¡Y qué tiempos…!
Cierto es que para 1927 el plan bolchevique para la NEP está en franca crisis. Se trataba, como ya hemos visto, de combinar la asistencia estatal, desde arriba, con el impulso de las masas, desde abajo. Pero éste está prácticamente desecado por ese entonces. El movimiento de emulación socialista y las conferencias de producción colapsan rápidamente. El Comité Central dirige una circular a las organizaciones locales del Partido señalando que no se está empleando suficientemente las reuniones de delegadas,[136] lo cual, más que revelar falta de interés, señala el evidente agotamiento del sistema. Por otro lado, ya hemos reseñado la dramática situación de las obreras, que sufrían el paro más que nadie.[137] En el campo, amenaza la crisis de grano y la guerra kulak. Pero todos estos condicionantes objetivos, que fueron el pistoletazo de salida del Gran Viraje y la industrialización acelerada, sólo determinaron ─de nuevo, insistimos─ los tiempos y plazos. La industrialización y la colectivización habían sido la enseña bolchevique desde la cuna socialdemócrata, esa conciencia socialista que marcaba el camino para la verdadera emancipación de la mujer, su incorporación completa a la producción. Era el momento de la transición a las tareas socialistas de la revolución. Krupskaya se levanta de la silla:
“La primera etapa de la lucha, donde se trataba de obtener la igualdad, está tocando a su fin. La segunda etapa ─la lucha por la igualdad real─ se acerca. Todos los órganos del gobierno soviético, todo el Partido, los sindicatos y las cooperativas se unirán para hacer realidad esta igualdad real.”[138]
“Tinajas, ollas y sartenes, cunas ─todo lo que consumía la vida de la mujer trabajadora y le impedía pensar en nada mejor, atándola al hogar, todas esas insignificancias se están viniendo abajo; una puede vislumbrar ya la emancipación de la mujer.” (Krupskaya, 1930)[139]
¡Y henos aquí en 1930, por donde empezamos nuestro viaje! ¿Se acuerdan? La súbita disolución del Zhenotdel, que marcaba la muerte del movimiento femenino proletario en la URSS y la resolución en falso de la cuestión de la mujer. Bueno, a estas alturas ya estamos en condiciones de poder juzgar de forma independiente este evento, y ver cuánto de verdad hay en el tajante veredicto del feminismo.[140]
Invitemos a los acusados a exponer los hechos. La primera en subir al estrado es Aleksandra Vasilevna Artyukhina. En 1928 había dirigido una fortísima crítica contra el Departamento que presidía. Si dos años antes celebraba sus éxitos para organizar a proletarias y campesinas, ahora su valoración era más sombría: el Zhenotdel se estaba distanciando de las necesidades de las obreras y transigía con su discriminación ─el eterno temor a la ghettificación─; se había convertido en una institución básicamente conservadora e incapaz de solucionar la cuestión femenina.[141]
Tal estado de ánimo era general en los años del Gran Viraje. Una delegada admite que la segregación de las mujeres en un departamento especial era la razón de su falta de contacto con la realidad política del momento. ¿Cómo iba a saber una obrera qué era la desviación derechista si estaba constantemente ocupada con menudencias?[142] Otra bolchevique, Liubimova, decía el mismo año que “no es el momento de lloriquear por el amargo destino del Zhenotdel, sino de tomar medidas prácticas para cumplir con el Plan Quinquenal”.[143] Sofía Smidovich, a quien ya conocemos, impelaba a transformar las reuniones de delegadas en unidades del Partido para liquidar al kulak, y que dejasen de ser simples círculos de formación política.[144] Incluso entre las delegatki que apostaban por conservar todavía el Zhenotdel reinaba el convencimiento de que el momento de su desmantelamiento no estaba demasiado lejos.[145] Es verdad que siempre hubo cierto estado de opinión favorable a liquidar el Zhenotdel, pero hasta entonces estaba restringido a los organismos locales del Partido y el Estado,[146] y más bien por razones burocráticas y de competencia. Sólo entonces empezaba a ser dominante entre las altas instancias del Partido y del propio Departamento.[147]
El cómo debía resolverse este impasse lo señala Artyukhina en el mismo lugar: con la industrialización acelerada y la colectivización.[148] Ésa era la forma de conquistar la independencia económica completa de la mujer[149] ─el gran debe del Zhenotdel─, la clave para que fuese ella misma quien pudiese participar directamente en la transformación de las viejas relaciones sociales.[150] ¡Una proclama muy pretenciosa, señora Artyukhina! ¿No…?
Pues no. Sólo entre 1929 y 1935, 4 millones de mujeres ingresaban por primera vez en el mundo del trabajo asalariado, de las cuales 1’7 millones lo hacían en la gran industria.[151] El desempleo femenino masivo toca a su fin. Los organismos soviéticos, en esta ocasión, no tenían las manos atadas: sin escatimar medios para seguir forzando la incorporación de las mujeres, emplean métodos coercitivos contra los contratistas, obligándolos a aceptar obreras en los ramos de la producción tradicionalmente masculinos[152] y a vigilar religiosamente los permisos por maternidad.[153] ¡Toma política de cuotas! Rabotnitsa se erige, por su parte, en altavoz de las proletarias para denunciar los abusos de los jefes de empresa, y se emprende una lucha sistemática contra la discriminación laboral.[154] ¡No cabía menos en el país que introdujo la primera legislación contra el acoso en el trabajo! En cuanto a la socialización de la vida doméstica, se superan ampliamente los logros del comunismo de guerra (y ya no digamos de la época de la NEP): por primera vez, se generaliza todo un sistema de comedores comunales,[155] guarderías y casas-cuna, anexo social de las fábricas soviéticas, y los avances médicos llegan a todos los puntos de Rusia, haciendo realidad lo que la legislación soviética sólo podía prometer. Los amigos del progreso de todo el mundo no podían dejar de reconocer estos méritos: Margarita Nelken, oportunista caballerista, celebraba la colaboración del Estado soviético en la crianza como garantía para “la plena emancipación de la mujer”. Federica Montseny y la doctora Poch y Gascón ─desde luego, para nada simpatizantes de la dictadura bolchevique─ se inspiraron directamente en el sistema sanitario y los profilacterios soviéticos para sus “liberatorios de prostitución”, propuestos en 1937. Otros contemporáneos saludaban que, en 1935, 300.000 mujeres rusas pudieran dar a luz sin dolor, “porque en la URSS está la ciencia al servicio del hombre, al servicio de la madre”.[156]
Pero sigamos, sigamos. ¿Saben aquéllo de que las comparaciones son odiosas? A mediados de los 30, las mujeres constituían el 36% de las estudiantes de formación superior, el 42% de los economistas y nada menos que el 63% de los médicos. Mientras tanto, en el mismo período, en los Estados Unidos las mujeres sólo representaban el 14% de los trabajadores técnicos y especializados; en Europa, seguían siendo masivamente expulsadas de las fábricas.[157] ¿Y la prostitución? La reincorporación del sexo femenino a la industria social también tuvo mucho que decir aquí.[158] Hasta mediados de la década siguió floreciendo, pero para entonces sería prácticamente liquidada ─como reconocen los intelectuales burgueses actuales─[159] gracias a la combinación de la reinserción laboral con las clínicas de rehabilitación y la represión de las redes de trata. Según un observador de la época, Moscú y Petrogrado sumaban 150.000 prostitutas antes de 1919. A principios de los años 30, la capital albergaba a tan sólo unas 400, y hacia 1935 sería un fenómeno básicamente residual.[160] Y tuvo un impacto duradero. En fecha tan tardía como la década de 1970 ─con la URSS plenamente asentada como potencia social-imperialista─ un investigador concluía que, “al margen de raras excepciones, la profesión más vieja del mundo no existe en la Unión Soviética en una escala estadísticamente significativa.”[161]
Con la colectivización, y al arrasar con el dvor, las mujeres campesinas conseguían por primera vez un salario propio, fuese en los koljoses, fuese enrolándose en las industrias urbanas.[162] Aunque la mayor parte de las mujeres se quedó en el campo, su vida tenía poco que ver con la de la Rusia milenaria: entre 1926 y 1939, la tasa de alfabetización de las campesinas se duplicó, del 39% al 80%. En ese último año, la mitad de los alumnos de las escuelas rurales eran niñas.[163] ¡No es poca cosa, teniendo en cuenta que hasta no mucho antes las hijas del mujik se pasaban su infancia tirando de un arado! Y a pesar de la secular impenetrabilidad del campo a la influencia bolchevique, las ideas modernizadoras ─fervientemente propaladas por la prensa del Partido─ dejaron su poso: muchas jóvenes campesinas mostraban su rechazo del modo de vida tradicional migrando a las ciudades.[164] Estas cifras ─dice una autora feminista─ “habrían maravillado a las feministas pre-revolucionarias”.[165] ¡Una lástima que la revolución hubiera tenido que barrerlas de en medio quince años antes para poder hacerlo realidad! El mismo autor que nos dice que en 1930 murió el movimiento femenino proletario en la URSS, reconoce también que las principales conquistas materiales de la mujer soviética vinieron después de 1930.[166]
Permítasenos, entonces, hacer de abogados. Si nos hemos dilatado tanto en reseñar las innegables conquistas de los años 30 no es sólo para demostrar que el proletariado soviético ha estado, sin parangón, a la vanguardia de la emancipación de la mujer, y le ha reportado beneficios materiales que ya quisieran tener en su haber quienes insisten en negarlo. Es que también muestra la consecuencia y fidelidad a lo que, en el Ciclo, era la esencia de la cuestión de la mujer: el grado de su incorporación a la vida social. Estadísticas en mano, no es difícil mostrar que, con la culminación del plan industrializador de la vanguardia, sus logros superan cuantitativamente ─y por mucho─ los de los años precedentes. También, que ridiculizan a las campeonas burguesas de los derechos de la mujer. Es cosa peculiar de la dialéctica ─el álgebra de la revolución, a decir de Herzen─ que sus leyes se subviertan a cada paso. Aquí, no es la cantidad la que propicia el salto cualitativo, sino al revés. El paso a las tareas socialistas de la revolución, la adecuación del hacer de la vanguardia a su longeva conciencia revolucionaria, es lo que desata un despliegue cuantitativo sin precedentes, lo que a su vez demuestra la profundidad del marxismo de Octubre como programa de transformación del mundo en su contexto histórico determinado. En efecto, en 1930, el Narkomtrud podía establecer ese eje programático como política inmediata, y no como un sueño para la Rusia del futuro:
“La ulterior socialización de la vida doméstica procederá de acuerdo al crecimiento de la industrialización de la economía social y sobre la base de la elevación de las condiciones materiales de la nación. Actualmente, es necesario dirigir el máximo de nuestros recursos hacia la industrialización, hacia el desarrollo de tractores, cooperativas, sembradoras, etc., que permitirán la adaptación social del campo. Es imposible invertir más que un mínimo en la socialización de la vida doméstica. Pero ese mínimo debería ser lo suficientemente significativo como para garantizar el cumplimiento del Plan Quinquenal femenino, que significa el Plan Quinquenal para la reconstrucción de la economía social, el plan para construir el socialismo en nuestro país.”[167]
Ironías de la historia: ese “mínimo” fue un máximo comparado con los progresos en la socialización de la vida de cada día de los tiempos precarios. También la cantidad, aún en su aséptica frialdad, tiene un contenido cualitativo: el mínimo resulta que es el máximo; el máximo, el mínimo. La consigna del Día de la Mujer Trabajadora de 1923 era “¡Socialización de la vida doméstica!”; la de 1930, “¡A por el cien por cien de colectivización!”. Y sólo el cumplimiento de esta segunda reportó un progreso material sustancial en la tarea que proponía la primera. Por eso, y con plena fidelidad a las premisas firmemente establecidas en la conciencia revolucionaria de la vanguardia, la cuestión de la mujer podía ser sustituida por el Plan Quinquenal femenino. ¡Nada de cuestiones aparte, sino un único torrente de actividad radical y novedosamente vanguardista!
En tanto Rusia pertenecía al pasado, al mundo de la pequeña producción, de la pequeña propiedad y de los hogares separados, la amarga disociación de esta conciencia de futuro le abría a la vanguardia un precioso margen de desarrollo subjetivo. Si no tenemos industria socialista, forzaremos la incorporación de las mujeres a la sociedad de la forma que sea. En esa inadecuación florece la libertad creativa de la vanguardia, su negación a someterse a lo que imponen fatalmente las condiciones objetivas o el esquema arrebatado a la clase anterior. Eso, y no otra cosa, es lo que inmortalmente representan Rabotnitsa, el Zhenotdel, las reuniones de delegadas: el Partido Comunista como sujeto creador y creativo, cuya esencia es la rebelión de libertad contra cualquier esquematismo y cualquier curso histórico predeterminado. Desde la asimilación de la concepción marxista del mundo por la vanguardia, pasando por su referenciación entre la vanguardia práctica de la clase ─vinculando unívocamente emancipación de la mujer y dictadura del proletariado─ y hasta llegar a la construcción de organismos generados que incorporan a las mujeres a las tareas generales de la revolución, la historia del bolchevismo en este frente refleja el surgimiento histórico de la forma genuinamente proletaria de transformación del mundo, el Partido Comunista.
Pero la revolución soviética colapsará de éxito. Como decimos, con el estremecedor proceso transformador que arranca con el Gran Viraje, el entorno de la vanguardia se adecúa, por fin, a su conciencia, al nivel históricamente conquistado por la práctica de avanzada de la humanidad y resumido en la famosa fórmula de Engels que situaba la reincorporación del sexo femenino a la industria social como la clave de su emancipación. Ya el joven Lenin señalaba ─en un espíritu plenamente compartido con Marx y Engels─ el papel progresivo de la industria en la supresión de la subordinación de la mujer al marido y a la familia: es la igualdad del proletario.[168] Una vez más, el marxismo es la teoría que sintetiza lo más avanzado de la experiencia revolucionaria social. Y la conciencia marxista de los bolcheviques, siguiendo estrictamente el precepto de Engels, cifraba el inicio de la liberación de la mujer en su incorporación a la industria, que sólo podía ser concebida, entendida y racionalizada en el marco del modo de producción socialista.[169]
Y, en este sentido, los bolcheviques abordan y culminan, consecuentemente, su plan para la cuestión de la mujer conforme se planteaba en los parámetros del Ciclo: aquello que había que hacer mientras no comenzase la verdadera emancipación, mientras no se iniciase la transformación de la pequeña economía doméstica en una gran economía socialista (Lenin). Llenado el agujero con la industrialización, el sujeto pasa a segundo plano. Ahora, gracias a la actividad del Zhenotdel, el proletariado disponía de “una sólida cohorte de mujeres liberadas”, a decir de Kaganovich. Ahora, “un órgano especial no era necesario dado que el Partido en su conjunto asumiría esta tarea”.[170] Antes del Gran Viraje, el grado en que las mujeres se sumaban a la vida pública y productiva no parecía correlacionar directamente con el desarrollo del plan último de la vanguardia (recordemos el balance de Artyukhina en 1926); se presentaba como algo exterior, como un mientras tanto, como una acumulación de fuerzas política de cara a las verdaderas tareas socialistas, económicas. Pero ofrecía un nutrido terreno para desplegar, en todo su potencial histórico, el Partido Comunista como el artífice subjetivo y consciente de la nueva sociedad, que emerge por primera vez de la práctica revolucionaria del proletariado ─y no de una arquetípica idea platónica que esperaba a ser descubierta. Y cuando el modo de producción socialista arrumbe la necesidad de nuevas transformaciones cualitativas,[171] el número será, ahora sí, y de forma sólo aparentemente paradójica, lo único que mida su implementación y desarrollo. Igual que el progreso hacia el comunismo ya era únicamente producto del desarrollo de las fuerzas productivas, la emancipación completa de la mujer se podría medir, comparar, contabilizar en los millones de proletarias y campesinas que afluyen al trabajo asalariado ─y a los puestos de responsabilidad y dirección. Y ello es tan bastardo como coherente. Bastardo, porque oblitera la libertad creadora del sujeto y la subsume bajo los ciclos productivos donde terminará por apagarse; coherente, porque efectivamente el reto que estaba encima del tapete era ése, y no otro: cómo de ampliamente (otra vez, adverbio cuantitativo) podemos incorporar a las proletarias y a las campesinas a la industria social. Ahora ─y en plena coincidencia con el paradigma ideológico de los bolcheviques─ sólo restaba que el desarrollo cuantitativo de las fuerzas productivas (celosamente vigilado todavía por la vanguardia) trajese el comunismo completo.
Pero esto, insistimos, fue históricamente operativo y fue vanguardia del proceso histórico por cuanto dominaba y culminaba radicalmente las tendencias históricas de la última sociedad de clases como parte del programa proletario-revolucionario. Llanamente, y como hemos intentado mostrar, datos en mano, para mediados de los 30 la mujer soviética está básicamente incorporada a la industria social, en un grado que no sería alcanzado por los países capitalistas hasta más de cuarenta años después y, lo que es auténticamente determinante, por obra del plan de máximos de la vanguardia bolchevique. Esto es, quizás, lo que mejor nos permita enjuiciar la adopción oficial de la teoría de la familia socialista, siempre presentada como la última palabra de la reacción conservadora que habría asolado la URSS en los 30. Veamos si podemos arrojar algo de luz materialista sobre el asunto y probar la hipótesis que hemos presentado.
Para empezar, la crítica que el marxismo clásico dirigía a la familia ─recordemos a Engels─ se fundamentaba en que ésta suponía una cadena para la mujer y le impedía reincorporarse a la industria social; suprimir la familia individual como unidad económica de la sociedad era su requerimiento, su conditio sine qua non. O eran, cuanto menos, dos elementos incompatibles.[172] La familia constituía un freno al progreso que, de hecho, ya se estaba dando con el capitalismo y que era la auténtica garantía de la emancipación de la mujer.[173] Pero al marxismo jamás se le ocurrió especular con la forma de las relaciones sociales que la sustituirían:
“Así, pues, lo que podemos conjeturar hoy acerca de la regularización de las relaciones sexuales después de la inminente supresión de la producción capitalista es, más que nada, de un orden negativo, y queda limitado, principalmente, a lo que debe desaparecer. Pero ¿qué sobrevendrá? Eso se verá cuando haya crecido una nueva generación; una generación de hombres que nunca se hayan encontrado en el caso de comprar a costa de dinero, ni con ayuda de ninguna otra fuerza social, la entrega de una mujer; y una generación de mujeres que nunca se hayan visto en el caso de entregarse a un hombre en virtud de otras consideraciones que las de un amor real […] Y cuando esas generaciones aparezcan, enviarán al cuerno todo lo que nosotros pensamos que deberían hacer. Se dictarán a sí mismas su propia conducta, y, en consonancia, crearán una opinión pública para juzgar la conducta de cada uno. ¡Y todo quedará hecho!”[174]
Disculpen la extensión de la cita, pero es que recoge dos puntos clave. Primeramente, que la familia es fundamentalmente un obstáculo, algo negativo que debe desaparecer, una institución que se interpone en el desarrollo de otra cosa, en la misma medida que la propiedad privada lo sería del desarrollo de las fuerzas productivas. Al tiempo, Engels señala y subraya la libre creación histórica como atributo fundamental de las generaciones comunistas del futuro. Pero no hay, por decirlo así, un lazo que una a ambas. La generación del presente debe acometer la tarea crítica y práctica de destruir las trabas del progreso, mientras que la creación de nuevas formas históricas corresponde a la generación libre del futuro, que no se haya criado y educado en las opresivas condiciones del presente. Al fin y al cabo, el marxismo surge históricamente de la asimilación y proyección racional de las tendencias históricas progresivas desatadas por el capital ─incluida la fuerte tendencia a la disolución de la familia─ y de su subordinación programática a la subjetividad creadora revolucionario-proletaria. Y si bien la culminación consecuente de aquéllas ofrecía una primera plataforma de actividad para el sujeto ─que debía velar y vigilar su desarrollo y suprimir sus obstáculos─, es cierto también que este pasado asimilado no ofrecía, en sí mismo, más instrucciones para el futuro que el contenido que en germen ya portaba: la incorporación masiva de las mujeres a la producción social.
“Ahora bien, por terrible y repugnante que parezca la disolución del viejo régimen familiar dentro del sistema capitalista, no deja de ser cierto que la gran industria, al asignar a las mujeres, los adolescentes y los niños de uno u otro sexo, fuera de la esfera doméstica, un papel decisivo en los procesos socialmente organizados de la producción crea el nuevo fundamento económico en que descansará una forma superior de la familia y de la relación entre ambos sexos.”[175]
Que alguien tan poco sospechoso de rebajar el programa último de la revolución proletaria como Marx mencione una indeterminada forma superior de la familia no proviene de otro sitio más que de la necesaria ambigüedad e incertidumbre con la que el marxismo de Octubre encaraba la cuestión de qué habrá de sustituir a la familia. Ese elemento cualitativo no podía ser, sencillamente, conjeturado, y por dos razones: porque no había más precedente histórico que las difusas formas preclasistas de organización humana estudiadas por Morgan y Engels, y porque su edificación correspondía a la libre determinación de las generaciones emancipadas del futuro. Más aún, si el comunismo moderno se distingue del comunismo primitivo por ser el estado de libertad, es claro que subvierte su propia esencia el tener que echar mano de las formas espontáneamente creadas por la humanidad en su más primitivo, aunque igualitario, estado de necesidad. Lo único concreto que se podía predicar de esa futura organización es que, en ella, la mujer estaría plenamente integrada en la vida pública y social, y no recluida entre fogones. Esto último era lo que debía desaparecer para poder desplegar la plena igualdad de la mujer con el hombre (en primera instancia, económica) y una forma de relación entre los sexos plenamente basada en el amor sexual individual, como ya anunciaba la propia existencia del proletariado bajo el capitalismo.[176] Y la única base sobre la que se podía plantear la superación de la familia era la incorporación masiva de la mujer a la producción.[177] Pero dejemos explayarse a los acusados:
“En el momento en que el ‘Manifiesto comunista’ expuso a la familia burguesa como una forma de prostitución, los comunistas sólo pudieron oponer su implacable crítica al engaño cometido por la burguesía. En ese momento el comunismo existía sólo en teoría, sólo en la organización de su vanguardia. Pero hoy en día la familia trabajadora de la Unión Soviética puede oponerse a la familia burguesa como un hecho ya existente y desarrollado. (…) En la Unión Soviética la familia no sólo existe, sino que florece y prospera. Pero no es la vieja familia. Es una comunidad que descansa por entero en unos fundamentos completamente diferentes de los de la familia burguesa, que en la mayoría de los casos se basa en mentiras y engaños. La familia soviética sigue teniendo problemas, pues es un nuevo tipo de comunidad, una que el mundo nunca ha visto antes. Está todavía en construcción. Está haciendo sus propias leyes y en busca de nuevas y mejores formas.”[178]
Con el rigor materialista que todavía conserva a mediados de los 30, la vanguardia registra algo que las viejas generaciones no podían prever: en el primer país socialista de la historia hemos incorporado a las mujeres a la vida pública y productiva y también tenemos esa institución llamada familia. Al fin y al cabo, esta familia tiene ciertamente un nuevo contenido económico y es producto de la generación de hombres y mujeres liberados que está construyendo el nuevo mundo, en busca de nuevas y mejores formas. Es el filtro de la teoría del modo de producción socialista y, asimismo, la radical novedad de lo que está haciendo ─y es más novedad por quién lo está haciendo que por lo que está haciendo─ lo que desorienta finalmente a la vanguardia y la hipoteca ideológicamente con la teoría de la familia socialista (pero no más, ni por razones distintas, que la teoría del fin de la lucha de clases en el socialismo). Pero es que, para mediados de los 30, los bolcheviques podían dar por efectivamente completado ese Plan Quinquenal femenino: la mujer, obrera y campesina, era miembro efectivo de la sociedad por su participación en la economía nacional, y que la alimentación y los servicios sociales fuesen una rama independiente de la economía del pueblo (Kollontai) reducía el peso de las tareas domésticas en un grado que el mundo nunca había visto antes.
Pero una noche de frío no basta para congelar el río a tres pies de profundidad, para bien o para mal. Y es que a pesar del inequívoco refuerzo de la familia en los años 30, el Partido bolchevique todavía es capaz de exprimir el jugo del paradigma de Octubre en lo que es el medio ambiente donde por excelencia se tensionan al máximo sus lógicas: la guerra.
En efecto, a finales de la década, entre 1936 y 1940, otras 4’7 millones de mujeres son incorporadas a la industria con el ojo puesto en el clima prebélico.[179] Con el comienzo de la guerra, el Partido lanza dos campañas de movilización de las obreras: la primera de ellas, orientada a formarlas y cualificarlas en ramas de la industria tradicionalmente masculinas; la segunda, de forma más interesante, a arrancar a un mayor número de mujeres del hogar para introducirlas en la producción fabril y estar a la altura del esfuerzo militar por venir.[180] Si en la guerra civil la familia se vino abajo de forma espontánea, en esta ocasión es el propio Partido el que se anticipa planificadamente al estallido del conflicto, convoca una nueva leva femenina y deseca la esfera doméstica para lograr una operatividad militar radical. Y también, desde un punto de vista cuantitativo, el despliegue fue inmensamente superior al del comunismo de guerra. No sólo nos referimos al conocido y popular papel de las soviéticas en primera línea de fuego (especialmente como francotiradoras y aviadoras). Mientras las potencias aliadas pegaban cartelitos de Dora la remachadora (¡que las feministas se queden con ella!), el Ejército Rojo tenía unidades de comunicación y transportes compuestos en un 70% por mujeres[181] y, hacia 1945, algunos regimientos antiaéreos eran íntegramente femeninos.[182] Casi la mitad de los médicos y técnicos destacados en el frente eran mujeres,[183] por no hablar de que eran ellas las que, en gran medida, mantenían en la retaguardia las granjas colectivas, la producción industrial[184] y desarrollaban operaciones de apoyo del Ejército.[185] Barbara Clements, feminista y para nada simpatizante del régimen patriarcal stalinista, llega a decir nada menos que la victoria soviética sobre los alemanes es difícil de comprender sin tener en cuenta que la URSS tenía en los 40 una preciosa posesión, única en el mundo: una mano de obra femenina industrial y cualificada.[186]
Insistimos: si traemos a colación estas cifras es para señalar que, a la altura de los años 40, el Partido bolchevique, aunque ya severamente desorientado, todavía tiene ese enraizamiento material en la sociedad soviética y en los mecanismos propios del Ciclo, que aún puede estirar radicalmente con destreza. El final de la guerra y el cierre definitivo de casi tres décadas de tensionamiento continuo propiciarán, finalmente, el aburrido apagarse del sujeto entre los engranajes de la industria social. Ahí es donde verdaderamente entra en acción la hipoteca ideológica de la familia socialista, cuando materialmente el sujeto se ha quedado sin espacio y su obra se ha convertido en un reflejo socialista de lo que objetivamente era la sociedad burguesa. Nada por transformar: sólo entonces cabe hablar de muerte del movimiento femenino proletario en la Unión Soviética, porque éste era, en forma y fondo, parte orgánica del movimiento emancipatorio general y su vida está inquebrantablemente unido a la de éste.[187] En la historia, los jueces no lo son por su toga, sino por sus propios méritos. Y el jurado popular ha emitido su veredicto: ese Zhenotdel, esa ─a pesar de todo─ gloriosa industrialización socialista, fueron la herencia que las nuevas generaciones revolucionarias, más al oriente, recogieron del proletariado soviético. Si hoy se nos antojan insuficientes es, una vez más, por la idiosincrasia revolucionaria, para la cual sus gigantescas conquistas se hacen diminutas ante la magnitud de sus sueños. El proletariado, y especialmente su mitad femenina, aprenderá a soñar, y entonces no lo atemorizarán la toga ni la pompa de los picapleitos morados. ¡Es el comunismo quien los juzga a ustedes![188]
Si el lector ha tenido a bien seguirnos hasta este punto, probablemente haya llegado a la misma conclusión que nosotros: la base histórica de la cuestión de la mujer en el Ciclo de Octubre ha caducado. Hoy por hoy, la mujer se encuentra plenamente integrada en la vida pública, social y productiva, por lo menos en las metrópolis imperialistas y en el grueso de los países dependientes. Hoy por hoy, es más verdad que nunca que la mujer se halla doblemente oprimida por el capital y la familia; es por primera vez que su doble opresión tiene carácter general y generalizado. No se nos malinterprete: si su particular y opresivo atraso hogareño en el Ciclo fue lo que tiró de los revolucionarios hacia abajo, fue también el terreno histórico en el que el sujeto pudo brillar en todo su esplendor. Pero ya su temprana culminación con la industrialización soviética apunta a algo más. En las condiciones de la dictadura del proletariado, la incorporación de la mujer a la producción ofreció una nueva plataforma al proletariado chino y lo obligó (y nos obliga) a buscar nuevas formas de creación histórica.[189] Ya no era, sencillamente, suficiente.
También en los países capitalistas la incorporación de la mujer a la vida pública es hoy un hecho. Bajo la presión del ascendente movimiento obrero, la misma burguesía se ha visto obligada a reconocer que la familia se descompone, y preservarla ha llegado a ser una cuestión de Estado. Todo el circo en torno a la conciliación no tiene otro contenido que hallar la mejor forma de armonizar la explotación de la mujer por el capitalista y el progresivo desecamiento espontáneo de la familia: guarderías, asilos para ancianos, comedores escolares, la dieta criminal de los establecimientos de comida rápida, electrodomésticos, transporte público, etc. son la prueba tangible de que, también para la burguesía, el mantenimiento diario de los esclavos es una cuestión de orden social.[190]
Pero en las condiciones de la dictadura de la burguesía, y despojado el proletariado de su iniciativa histórica, este fenómeno no origina otra cosa que feminismo, es decir, la ideología reaccionaria con la que el capitalismo dirige, encauza y ordena el movimiento femenino burgués. El propio feminismo es la subjetivación reaccionaria de esta circunstancia histórica, un siniestro reverso en negativo del comunismo. En lugar de disolver el Estado en la sociedad, reparte cuotas corporativas para incorporar a los diversos sectores sociales en el Estado imperialista; en lugar de distribuir el producto social en base a las necesidades sociales, diseña engendros paritarios que corrijan las injusticias de la explotación (basta pensar en la brecha salarial, que se cerrará, dicen… ¡para 2050!); en lugar de suprimir la familia, la mantiene con respiración asistida y carga sobre los proletarios el peso interminable del trabajo doméstico; en lugar de ofrecerle al individuo el desarrollo omnímodo de sus capacidades humanas, sólo puede prometerle una parcelita en función de la categoría social que le ha tocado en suerte. “¡Las cosas de las mujeres deben ser atendidas por las mujeres!”: ¿frase del mujik ruso o de tu asamblea feminista de confianza? Todo ello aderezado con ese batiburrillo de tópicos machistas y biologicistas que llaman teoría feminista[191] y una desenfrenada borrachera autoritaria a golpe de prisión y represión… Ley, orden y feminismo. ¡Más Estado, más celdas, más cámaras, más leyes, más cerdos y cerdas! ¡Por el bien de las sufridas mujeres! El fracaso del feminismo y sus recetas para lograr, ya no la emancipación, sino una vida digna para las masas femeninas, se ve elocuentemente en las estadísticas del propio Ministerio de Igualdad: violaciones, asesinatos machistas, maltrato y demás actos de barbarie que no vamos a enumerar aquí, pero que parece que sólo crecen a cada año que pasa.[192] ¡También la reina feminista y el putero mayor del Reino convivían hasta hace poco en la misma casa!
Hoy, el mundo está objetivamente más maduro que nunca para la emancipación de la mujer. Si esta madurez no conduce a la revolución proletaria es porque lo que falla es el factor subjetivo, empezando por la conciencia revolucionaria de la vanguardia. ¡Ironías de la historia, parece que nuestra situación es el perfecto opuesto de la que enfrentaron los bolcheviques! Pero que esto sea así es, también, evidencia de la madurez histórica de la revolución proletaria: tal y como llegaron a atisbar los bolcheviques, y tal y como se desplegó ejemplarmente en la Gran Revolución Cultural Proletaria,[193] la clave de la bóveda revolucionaria está en la concepción del mundo que dirige el proceso.[194] Por eso, hoy, la lucha contra el feminismo no es una simple necesidad táctica, sino una necesidad estratégica de la revolución comunista, parte de su proceso de auto-afirmación como cosmovisión capaz de explicar y liquidar la humillante situación en la que se encuentran las masas de mujeres.
En el Ciclo de Octubre, toda la competición que se podía dar entre el marxismo y el feminismo se limitaba, como vimos, al terreno práctico y de organización, porque la cuestión de la mujer era, básicamente, la cuestión de cómo atraerla masivamente a la vida pública y social, y ahí no había Pankhursts ni Bochkarevas que pudiesen ganarle la partida al comunismo. Las pequeñas Lilys Braun, las pequeñas Marías Cambrils y demás socialistas feministas quedaron más bien como engendros anecdóticos. No pudieron rozar al movimiento femenino proletario y terminaron encontrando su lugar en la cochiquera de la reacción, en la socialdemocracia ─cuando no directamente en los partidos fascistas.
Hoy, el vaticinio programático de Engels no ha sido tanto negado como asumido: la incorporación de la mujer a la producción y la vida pública ha dejado de ser la clave de su emancipación para ser, por así decirlo, su precondición cumplida. Y es que, efectivamente, sin ella “no se puede hablar no ya de socialismo, sino ni siquiera de una democracia plena y estable”. Pero, por eso mismo, no puede ser la base sobre la que se define el comunismo, por ser lo que de común tienen tanto la revolución proletaria como su precedente burguesa: esa turba de parisinas hambrientas que marcha sobre Versalles encuentra su trasunto en la turba de las obreras del textil de San Petersburgo, ambas vanguardia de dos de las revoluciones más consecuentemente democráticas y estremecedoras que ha conocido la historia. Todos los desvelos bolcheviques sobre las tareas previas y las tareas verdaderamente socialistas, sobre la igualdad formal y la verdadera emancipación, tienen este suelo histórico, necesario pero hoy ya definitivamente aplanado por el retumbar de las masas de mujeres que corrían a enrolarse en la industria socialista y en el koljos.
Por eso, el poste que enfrenta al comunismo y al feminismo ya no está en un baremo cuantitativo, ya no puede estar en el grado y en la profundidad radical con la que las masas de mujeres participan en la vida pública y política. Es cierto que la dialéctica masas-Estado, en tanto lógica histórica que emana de la revolución burguesa ─y que estructura el Ciclo de Octubre y también la sociedad imperialista─, todavía puede estirarse radicalmente. Basta pensar en los tremendos beneficios que le reportaría al proletariado, y especialmente a las proletarias, la generalización, extensión y gratuidad de los servicios sociales, de restaurantes comunales, guarderías, casas-cuna, transportes, etc., todo ello a cuenta de la burguesía expropiada. Pero, en sí misma, tal cosa no sería cualitativamente diferente de cualquier programa de reforma o de un Estado de Bienestar a lo bestia. Lo que demuestra el Ciclo de Octubre, y que sólo ahora podemos ver con la suficiente distancia histórica, es que todas las conquistas de las mujeres soviéticas en este aspecto (y que hemos repasado sólo por encima) son producto de la acción consciente y sustantiva del sujeto, del Partido Comunista. Sí, las obreras del textil fueron la avanzadilla en Febrero de 1917; pero para Octubre es el arrojo del Partido bolchevique el que abre para el conjunto de las proletarias un nuevo horizonte existencial. Ya no fue, simplemente, cosa de la tendencia espontánea del modo de producción, sino de la lucha de clase revolucionaria del proletariado: la garantía de los derechos de las mujeres y, más todavía, su incorporación efectiva a la sociedad no provino del decurso impersonal y objetivo de la economía, sino de la voluntad del Partido bolchevique de querer hacer la revolución y dirigirse hacia el comunismo.
¡Qué cosas tiene la dialéctica! En el plano político inmediato, en el terreno en el que se desarrolla Octubre, la generación que tiraba al traste con lo viejo y la generación que habría de construir libremente lo nuevo eran dos generaciones distintas, separadas por el parteaguas de la industria social ─recordemos a Engels. Pero, desde un punto de vista histórico, ambas tareas, la destructiva-negativa y la constructiva-positiva, coinciden en el cuerpo del Partido Comunista. ¿No fue la misma generación que ganó la guerra civil la que elucubraba entusiastamente sobre el amor libre y las nuevas relaciones entre los sexos? Tenían mucho de voluntarista, sin poder conectarse efectivamente con la situación real de la lucha de clases, pero… ¿acaso tienen prohibido los comunistas soñar?
Démosle otra vuelta de tuerca: no tenemos prohibido soñar, a condición de creer seriamente en nuestros sueños.[195] Y, una vez aniquilada la reacción blanca, una vez ganada la guerra civil, ¿no se abría ante el proletariado victorioso una amplia tierra de nadie que jamás había sido hollada? ¿No había sido el triunfo sobre los guardianes del viejo mundo lo que aperturó la construcción de un mundo nuevo? ¿No eran esas las condiciones para soñar? Inadvertidamente, nos hemos encontrado con un nuevo elemento: el despliegue del Terror Rojo y de la violencia revolucionaria más sistemática reportó a las mujeres soviéticas una posición empoderada con la que nunca hubieran podido soñar antes. Sí, a pesar de la penuria, a pesar del hambre y la enfermedad, a pesar de caminar sobre un lodazal de economía doméstica, los experimentos socialistas, desde los comedores comunales hasta el mismo Zhenotdel, sólo fueron posibles porque el proletariado había adquirido una posición de fuerza privilegiada para transformar su mundo. Efectivamente, dictadura del proletariado, socialismo. Entonces, tenemos que no sólo llega con un programa de servicios sociales; es que, ya en el mismo alborear del Ciclo, este programa, con todo lo que tiene de democrático-burgués pero también de socializante, va inextricablemente unido al Partido Comunista y a la dictadura del proletariado, al armamento general del pueblo y a la transformación de la clase en clase dominante.
Y ya que hablamos del Zhenotdel: representaba, de hecho, una contradicción en la experiencia bolchevique. Lo vimos en detalle desde un punto de vista más analítico, pero también señalamos cómo el Zhenotdel empieza a apuntar, de manera inconsciente, sin racionalizar, colateralmente, hacia una forma distinta de entender la revolución. No se trata, como cree la sicofante feminista estándar, de un feminismo bolchevique, ni nada por el estilo. Hemos aportado abundantes pruebas de que semejante idea sólo la puede defender un borrico silvestre, un analfabeto o un manipulador. Esa forma distinta no podía tener sustantividad en el contexto del Ciclo en marcha, ni mucho menos podía ─ni lo pretendía─ representar una línea alternativa: el objetivo del Departamento fue, desde su inicio hasta su disolución, incorporar a las mujeres a la revolución en tanto no lo hiciese la industria social. Toda su existencia estaba condicionada por eso, por la lógica necesaria del Ciclo. De hecho, tan necesaria era esta lógica que los logros materiales del Departamento fueron más bien escuetos, sobre todo comparados con lo que vino después (lo que indirectamente demuestra que el suelo histórico no estaba maduro para desarrollar otra cosa). Pero para cumplir con esa lógica, el Zhenotdel se ve obligado a poner en primer plano a la vanguardia y sus vínculos orgánicos con las masas y generar así movimiento revolucionario ─esa “cohorte de mujeres liberadas”. Es cierto: fue fértil acumulación de fuerzas para el Gran Viraje. Pero no es aquí el automatismo de la industrialización socialista, sino la experiencia subjetiva acumulada por la vanguardia y enraizada mediante sus correas de transmisión lo que cumple con las tareas marcadas por la revolución. Efectivamente, esas delegatki son arrancadas de la familia no para enrolarse a la producción, o por lo menos no directa e inmediatamente; son arrancadas de la familia para ser organizadas en su Partido Comunista, en el movimiento revolucionario, como arquitectas y constructoras del nuevo mundo.
Y vaya si lo fueron: sus miembros, una vez disuelto el Departamento, y empezando por su última presidenta, tomaron un papel destacado en las tareas económicas de la década de los 30. Pero ése es el contenido propio del Ciclo; lo que nos interesa aquí es la forma. Y ésta, como decimos, apunta a una nueva manera de entender la revolución, que rompe finalmente el círculo sin salida masas-Estado. Sólo la estrechez feminista, que se queda embobada mirando lo que de específico tenía el Zhenotdel, puede concluir que ahí se corporizaba un no-sé-qué feminista. ¡En realidad, el Zhenotdel no apuntaba hacia el feminismo, sino hacia el futuro, hacia la revolución del futuro! Cuando el sabio señala a la Luna, el tonto se queda mirando al dedo… o a los genitales. Y es que esa nueva manera de entender la revolución a la que apunta el Zhenotdel es la única lógica histórica sobre la que se puede sostener el Segundo Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial: la dialéctica vanguardia-Partido.
Es sobre esta nueva arquitectura que, finalmente, estamos en condiciones de plantear la superación de la familia sobre una base históricamente madura y, al fin, coherente con el contenido de la Revolución Proletaria. Como demostró negativamente la experiencia soviética, no hay necesidad objetiva en la sociedad de clases que conduzca naturalmente a su superación, como tampoco el Estado o las clases mismas desaparecerán por obra de ningún automatismo. Si la familia ha de dejar paso a una forma de asociación superior, será porque la clase oprimida quiere hacerlo, y no podrá construir un nuevo mundo si al levantarse no rompe el techo de las instituciones que la sociedad de clases monta sobre sus espaldas. Ese contenido de libertad lo celebraba el más penetrante de los bolcheviques, precisamente, al señalar el destacado papel de las proletarias en Octubre:
“Sin ellas no habríamos vencido. […] Figúrese los sufrimientos y las privaciones que padecen. Y sin embargo, se mantienen, se mantienen firmes, porque quieren defender los Soviets, porque quieren la libertad y el comunismo. Sí, nuestras obreras son admirables, son unas combatientes de clase.”[196]
Y, como no hay en el orden objetivo ninguna necesidad preestablecida que nos saque las castañas del fuego, mucho menos iba a haberla en el aspecto subjetivo. De nuevo, Lenin:
“Lamentablemente, de muchos de nuestros camaradas aún se puede decir: ‘Escarbad en un comunista y encontraréis a un filisteo’. Naturalmente, es preciso escarbar en el punto sensible: en su psicología con relación a la mujer. ¿Existe prueba más evidente que el hecho de que los hombres vean con calma cómo la mujer se desgasta en el trabajo doméstico, un trabajo menudo, monótono, agotador y que le absorbe el tiempo y las energías; cómo se estrechan sus horizontes, se nubla su inteligencia, se debilita el latir de su corazón y decae la voluntad? […] El viejo derecho del marido a la dominación continúa subsistiendo en forma encubierta. […] Nuestro trabajo comunista entre las masas femeninas, nuestra labor política comprende una parte considerable de trabajo educativo entre los hombres. Debemos extirpar hasta las últimas y más pequeñas raíces del viejo punto de vista propio de los tiempos de la esclavitud. […] El Gobierno de la dictadura del proletariado […] hace todos los esfuerzos necesarios para superar las concepciones atrasadas de los hombres y las mujeres y acabar así con la vieja psicología no comunista.”[197]
¡Pues claro, no hay ningún foso de virtud proletaria que separe a los comunistas de lo más abyecto del mundo burgués, del viejo mundo, de la vieja psicología no comunista! Y en este lúcido párrafo ─que también ha dado para malhacer de Lenin un activista de género─ nadie dice que la transformación de los hombres y las mujeres, de su vieja psicología no comunista, de su vieja visión del mundo, vaya a venir dada por ningún mecanismo automático. El viejo derecho del marido a la dominación subsiste en la vieja visión del mundo, y su aniquilamiento es parte del programa de transformación integral ─del mundo y de la humanidad─ que propone el comunismo. Más todavía, el bolchevique da a entender, implícitamente, que tampoco la incorporación de las mujeres a la vida social ni la descomposición de la familia (y recordemos que estas palabras las pronuncia en el punto álgido de la guerra civil) estén trayendo, per se, la superación de las concepciones atrasadas de los hombres y las mujeres. Son su condición necesaria, pero de ningún modo suficiente.
Y en esto está el nudo gordiano de la cuestión, el secreto a voces del Segundo Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial. La transformación del mundo, este mundo que hoy es familia, propiedad privada y Estado, es “sólo” el medio por el cual el proletariado revolucionario puede aspirar a transformarse a sí mismo en humanidad emancipada. No hay socialización de la producción que pueda cumplir por nosotros la gigantesca tarea de luchar contra la inercia de miles de años de sumisión femenina y cultura machista, pero es una certeza que esa lucha no se puede llevar a cabo sin barrer, de la forma más resuelta y sistemática, con las instituciones que han marcado la singladura humana hasta hoy. Por eso la violencia ─plasmada como Guerra Popular─ es intrínsecamente necesaria no sólo para la aniquilación del viejo mundo, sino también para la forja del nuevo. Pues se trata de una Revolución Cultural que subvierte todas las esferas de la existencia humana, desde sus instituciones hasta su conciencia. Y nuestra conciencia revolucionaria sueña con un mundo que es demasiado amplio, demasiado grande, como para caber entre las cuatro paredes de la familia, de la fábrica o del Estado.
Pero de la supresión de la familia no se deduce la fisonomía del nuevo mundo. Y es ahí donde está el gran secreto: porque si no hay nada que nos garantice que de las cenizas de la vieja sociedad clasista vaya a surgir la humanidad liberada, depende de la conciencia revolucionaria de la clase la racionalización, dirección y libre creación de ese nuevo mundo que soñamos, ese mundo que se diseña a la medida de hombres y mujeres libres. Y por eso, ya en los prolegómenos del Ciclo, la vanguardia podía dar por resuelta la cuestión de la mujer en su propio seno: porque la piedra fundamental, el primer sillar de esta obra, verdaderamente titánica, está en los hombres y mujeres que se reconocen como iguales y, libremente, se organizan fraternalmente por hacer realidad ese sueño. Ése es también nuestro punto de partida: el Partido Comunista como la semilla de la sociedad comunista, como la emancipación en germen y que no depende de ninguna necesidad histórica ni de ningún automatismo industrial, sino exclusivamente de su voluntad de recorrer esa senda ─mejor dicho: ¡de trazarla! Como es obvio, nada separa a estos hombres y mujeres del mundo burgués en el que se criaron, ni nada impide que los varones puedan tener que recibir una dosis de reeducación proletaria ─o, llegado el caso, de dictadura proletaria. Pero es que si no hiciese falta vigilancia revolucionaria, si el comunista se pudiese liberar automáticamente de prejuicios machistas milenarios… ¡Entonces el comunismo no sería ni consciente ni obra de libertad! ¡No sería un proceso histórico, ni mucho menos global e integral! El comunismo y la emancipación de la mujer empiezan aquí y ahora, en la organización de la vanguardia y en su plan transformador. Reconstituir la concepción del mundo revolucionaria del proletariado es, entonces, el primer paso práctico para la emancipación completa de la mujer, para hacer tangible un horizonte que, por decirlo con los bolcheviques, hoy puede existir sólo en la organización de su vanguardia. Hoy, por fin, podemos vislumbrar ya la emancipación de la mujer. De nosotros depende que las Artyukhinas del futuro reciban esta preciosa herencia, esta esperanza única por la que merece la pena vivir y morir.