Pensar de nuevo la revolución. Marx, Engels y la fundamentación de la emancipación

Si se trata de comprender teóricamente la ontología de Marx, uno se encuentra en una situación paradójica: por un lado cualquier lector imparcial de Marx notará que todas sus enunciaciones correctamente entendidas, sin los prejuicios de moda, son pensadas en último término como enunciaciones acerca de un ser, por consiguiente como puramente ontológicas; por otro lado, en él no se encuentra ningún tratamiento autónomo de problemas ontológicos; una toma de posición para determinar su lugar en el pensamiento, su delimitación respecto a la gnoseología, a la lógica, etc., nunca ha sido emprendida por él, ni sistemáticamente ni con la intención de sistematizarla.

Georg Lukács

Las barricadas son ridículas contra quienes administran la Bomba; por eso se juega a las barricadas, y los que mandan permiten el juego durante algún tiempo.

Theodor W. Adorno

La Historia es el juez; el agente ejecutor de su sentencia es el proletariado.

Karl Marx

I.

Mucho antes de que Marx y Engels estampasen el “¡Proletarios de todos los países, uníos!” en el estandarte de la Liga de los Justos, el socialismo ya había señalado la paradoja que atravesaba de medio a medio la sociedad burguesa: la contradicción entre la producción social y la apropiación privada. Moses Hess, el que pudo ser un Elías moderno, había vaticinado acerca del país capitalista por excelencia, Inglaterra, que la oposición entre el pauperismo y la aristocracia del dinero alcanzará el grado de agudeza necesario para engendrar una revolución .1 La profecía se probó errónea. Pero no hacía falta, ciertamente, ser un teórico para entender las razones de Hess. A un lado, la miseria, la podredumbre y la ignorancia de una masa cada vez mayor de consumidos en la fábrica, en la mina y en los barrios industriales, sirgando desnudas las mujeres en el lugar de los caballos y mutilados los niños bajo los fouettés de la self-acting mule. Al otro, las mansiones, los carruajes, los licores, las sedas, los viajes, las bacanales y demás placeres de la burguesía, acompañada de su cortejo de lebreles, plumíferos, prostitutas, monarcas y demás nobles trabajadores improductivos. Ya el cantor de los tejedores de Silesia pusiera la protesta en verso:

Vamos a ser felices en la tierra

Vamos a salir de la miseria.

El holgazán ya no gastará en orgías

lo que manos trabajadoras se han ganado

La misión estaba clara; era la época misma la que parecía proclamarla y poner la promesa al alcance de la mano. La ruta de El Havre a Icaria, la reorganización científica de la sociedad, los bonos de trabajo de un Proudhon, la proclamación del amor universal por los Weitling o los Kriege, incluso la apropiación de los medios de producción por el proletariado preconizada por Marx y Engels… La exagerada forma en que la miseria desmesurada se contraponía al no menos desmesurado amasamiento de riquezas hacía difícil pensar que la solución no estuviese ya ahí, a un tiro de piedra, tras la siguiente barricada, tras la siguiente idea, tras la siguiente crisis, tras el siguiente junio de 1848. Este juvenil optimismo revolucionario, al que, pese a todo, no eran ajenos Marx y Engels, impregnó la forma de entender el mundo moderno y la revolución durante generaciones: no tenéis nada que perder salvo vuestras cadenas; tenéis un mundo que ganar . El mundo estaba ahí, esperando a ser ganado, esperando por nosotros. “Sabemos que para hacer trabajar bien a las nuevas fuerzas de la sociedad se necesita únicamente que éstas pasen a manos de hombres nuevos, y que tales hombres nuevos son los obreros.” 2

Durante su exilio de París, un Marx todavía feuerbachiano podía trazar una bella metáfora: la historia de la industria es “el libro abierto de las fuerzas humanas esenciales”. 3 El mundo, con toda su riqueza, le sonreía al desharrapado; si éste levantaba el velo burgués de la diosa de Sais, podría llegar a hacerse “hombre total”, comunista, a recuperar para sí todas sus capacidades humanas, plenas y potenciales. 4 Afirmar de forma práctica y teórica la totalidad de sus fuerzas esenciales (o “espíritus vitales”, como las habrá de llamar Marx en un elogioso pasaje de El Capital sobre la artesanía y la cooperación simple) 5 y desarrollarse como hombre afirmativamente libre: ahí estaba el secreto que sólo la moderna producción burguesa, con sus contradicciones, y de forma paradójica, revelaba.

Sobre esta cuestión en particular volvería una y otra vez, bajo distintas ópticas y en distintos contextos, aún después de dejar atrás el humanismo abstracto de los manuscritos de París. Para Marx y Engels, la superación del embrutecimiento y la unilateralidad de la división del trabajo, la transformación de los hombres, estuvo siempre estrechamente relacionada con que éstos llegasen a convertirse en hombres que sepan hacer de todo, capaces de apropiarse efectivamente de sus condiciones multilaterales de existencia, en su totalidad, como enfáticamente dicen los padres del socialismo científico enLa ideología alemana. 6 En esa misma obra escribieron:

“[…] tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que solo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución; y que, por consiguiente, la revolución no solo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases.” 7

Iniciado ya el ciclo revolucionario de 1848, Engels podía aleccionar a los demócratas alemanes diciéndoles que “es necesario revolucionar no sólo al Estado, sino también a sus ciudadanos”, y que “sólo en una sangrienta lucha de liberación podrán estos despojarse de su condición de súbditos”, 8 para concluir que

“El pueblo que ha peleado y vencido en las barricadas es un pueblo completamente distinto del que el 18 de marzo desfiló ante el Palacio Real […] Este pueblo es capaz de cosas muy distintas y mantiene muy otra actitud ante el gobierno. La más importante conquista de la revolución es la revolución misma.” 9

Igualmente, en 1850, cuando ya la revolución rodaba cuesta abajo, Marx y Engels indicaban a sus camaradas de la Liga de los Comunistas que “los obreros alemanes no pueden alcanzar el poder sin haber pasado íntegramente por un prolongado desarrollo revolucionario”. 10 Esta misma resolución es repetida, casi literalmente, dos décadas después, cuando tras la derrota de la Comuna de París subraye Marx que los obreros “saben que para conseguir su propia emancipación, y con ella esa forma superior de vida a la que tiende irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo económico, tendrán que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos, que transformarán las circunstancias y los hombres.” 11

El teórico socialista elabora su doctrina de la misma manera que, según el Génesis, hizo Dios al Hombre: a su imagen y semejanza. Lassalle no era un pensador profundo, pero sí uno de esos tipos de olfato perspicaz y capaz de hacer doctrina de unas pocas ideas. Proudhon, tres cuartos y pico de lo mismo, sin demasiados miramientos por la coherencia pero por eso agitador nato ─o embaucador, según se mire. ¿Qué decir de Blanqui, ese arquetipo de héroe que hizo de su vida modelo de dos generaciones de revolucionarios franceses? Robert Owen fue el empresario que se revolvió contra sí mismo, y la armonía del falansterio se regula según los ensueños de Fourier, de igual forma que la sociedad industrial del futuro habría de hacerlo según las obsesiones personales de Saint Simon. Sólo con eso pudieron ver más lejos que sus contemporáneos. Y el espíritu renacentista, la pasmosa erudición de Marx y Engels bombeó la sangre de esa teoría que otorgó “las soberbias armas del conocimiento” 12 a la clase obrera, de esa teoría que le decía que su renacimiento dependía de que ganase el mundo llevando a cabo una revolución integral.

El espectacular dominio de una masa abrumadora de material histórico, económico y teórico de, por ejemplo, El Capital, no es fruto de un día, ni por el contenido en sí ni por la destreza mental necesaria para estudiarlo, manejarlo, darle sentido y comprenderlo. Al terminar el bachillerato, Marx leía en latín, griego y francés, aparte, naturalmente, del alemán materno. Apreciaba a los clásicos ─Prometeo, que entregó el fuego a los hombres, es una figura recurrente en sus primeros escritos─, a Aristóteles y Epicuro. Su padre le inculcó una formación racionalista y el gusto por Voltaire y Racine; el barón von Westphalen, su futuro suegro, por la literatura romántica, por Homero, Shakespeare y Saint Simon. Había seguido también lecciones de matemáticas y física. Cornu recoge una lista de las materias cursadas y, en general, “seguidas con celo y atención” por el joven Karl en las universidades de Bonn y Berlín: varios cursos sobre teoría del derecho y de las instituciones ─bajo las antagónicas tutelas de Gans y Savigny─, mitología clásica, un curso sobre Homero y otro sobre Propercio, impartidos por August Schlegel, historia del arte moderno, historia del derecho alemán, antropología, etc. 13 Ya en la década de 1850, aprovechaba el poco tiempo que le dejaban los estudios económicos y sus “trabajos alimenticios” en entretenimientos como aprender español y leer a Calderón y Cervantes en versión original. 14

Marx, que ya desde joven vinculaba el desarrollo de la ciencia a su propia empresa teórica y política, 15 llegó a ser, en palabras de su mejor amigo, “un profundo matemático” (cuyos cuadernos sobre el tema consideraba Engels que debían ser editados), 16 y seguía con avidez los descubrimientos de la física y la biología modernas, que por aquel entonces estaban siendo revolucionadas por la teoría molecular, por Maxwell y por Darwin. Sobre El origen de las especies le diría a Engels, en 1860, que “en este libro se encuentra el fundamento histórico-natural de nuestra idea”. 17 Interesado en sus últimos años por la química y la agronomía, no es ningún secreto que el saber enciclopédico de Marx tenía un modelo muy claro en el saber enciclopédico de Hegel, 18 de la misma forma que no es ningún secreto ─salvo para frankfurtianos y nuevos lectores de Marx─ que nuestro hombre veía en el desarrollo de la historia y de las ciencias naturales la confirmación viva de la dialéctica que el venerable suabo había elaborado en su forma abstracta, 19 y que incluso pretendía escribir una ontología… ¡perdón, una dialéctica! 20

Son antológicos los vastos y detallados conocimientos de Marx acerca de la historia moderna desde el siglo XV y la de su tiempo, con su ojo especialmente puesto en Europa, Norteamérica, la India y, hacia el final de su vida, Rusia. En el prólogo de 1895 a Las luchas de clases en Francia, Engels nos brinda una sencilla explicación de la genialidad de esta obra, juicio extensible a ese brillante, vívido y literariamente insuperable trozo condensado de la historia moderna que es El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte:

“En el Manifiesto Comunista se había aplicado a grandes rasgos la teoría a toda la historia moderna, y en los artículos publicados por Marx y por mí en la Nueva Gaceta del Rin, esta teoría había sido empleada constantemente para explicar los acontecimientos políticos del momento. Aquí, en cambio, se trataba de poner de manifiesto, a lo largo de una evolución de varios años, tan crítica como típica para toda Europa, el nexo causal interno; se trataba pues de reducir, siguiendo la concepción del autor, los acontecimientos políticos a efectos de causas, en última instancia económicas […] su conocimiento exacto, tanto de la situación económica de Francia en vísperas de la revolución de Febrero como de la historia política de este país después de la revolución de Febrero, le permitió hacer una exposición de los acontecimientos que descubre su trabazón interna de un modo que nadie ha superado hasta hoy y que ha resistido brillantemente la doble prueba a que hubo de someterla más tarde el propio Marx.” 21

Tras la historia moderna, el fuerte del conocimiento exacto de Marx era la antigüedad clásica, que a menudo empleaba de punto de referencia de sus estudios y reflexiones históricas globales. Véanse, por ejemplo, los célebres pasajes de los Grundrisse sobre la literatura griega y las formas que precedieron a la acumulación capitalista (Formen), amén de otras referencias. 22 Estaba al día de las investigaciones más recientes (Mommsen, Niebuhr y cía), y aborda, en los últimos años de su vida, una amplia indagación histórica, etnográfica y antropológica sobre las sociedades antiguas, probablemente movido por el interés que le iba suscitando la comuna rural rusa. Lee y glosa profusamente a Morgan, Maine, Tylor, Bachofen, Grote, Lubbock, César, Tácito y un largo etcétera, 23 con la intención de redactar una obra sobre el origen de la familia, la propiedad privada y el Estado ─finalmente elaborada por Engels, como se sabe, apoyándose puntualmente en las notas de Marx.

Nada que envidiarle tenía su colega de Barmen, quien firmaba La situación de la clase obrera en Inglaterra con tan sólo 25 años e introdujo a Marx en el estudio de los economistas ingleses. Conocedor minucioso del comercio y la industria británica, de la historia europea y del movimiento cartista (colaboraba como corresponsal en The Northern Star, el periódico de Feargus O’Connor), dominaba una cantidad prodigiosa de idiomas, incluyendo catalán, ruso, rumano y persa, 24 lo que lo convertiría en el encargado natural de una tarea tan práctica como coordinar las secciones nacionales de la AIT. Sus conocimientos del arte de la guerra le valdrían ser investido ministro de guerra de Manchester por sus compadres: en su actividad periodística y literaria pudo seguir con facilidad la insurrección polaca de 1846, el conflicto del Schleswig, la insurrección obrera de junio de 1848 ─reconoció en el obrero Kersausie al primer líder militar del proletariado 25─, todo el ciclo revolucionario de 1848-1849 (participó personalmente en las escaramuzas contra el ejército prusiano en Baden y el Palatinado), la guerra de Crimea, las guerras coloniales británicas y la sublevación india de 1857-1858, las guerras italianas, la guerra civil norteamericana, la guerra austro-prusiana de 1866 o la franco-prusiana de 1870-1871.

Fue él, profundo estudioso de la guerra, de la historia alemana y del proletariado, quien podía ver en Thomas Münzer, en Konrad Grebel, en el doctor Mantel y sus camaradas de armas de la inmortal Guerra Campesina los precursores avant la lettre de la moderna lucha de clases proletaria, 26 y fue él también quien pudo expedir el certificado de defunción de la táctica de barricadas, 27 enfatizando en numerosas ocasiones que la madurez del movimiento proletario y sus posibilidades de victoria están en razón directa de su progreso intelectual:

“En España, el movimiento se extendió rápidamente entre 1868 y 1872, cuando la Internacional bullía con más de 30.000 afiliados. Pero todo esto era más aparente que real, era más el resultado de la excitación momentánea provocada por la inquietud política del país que por un progreso intelectual real […] Cuando una nueva convulsión política proporcione de nuevo a los trabajadores españoles la posibilidad de desempeñar de nuevo un papel activo, podemos predecir que, con seguridad, la nueva partida no provendrá de esos charlatanes ‘anarquistas’, sino del pequeño grupo de trabajadores inteligentes y enérgicos que, en 1872, permanecieron fieles a la Internacional” 28

A juzgar por sus cartas, ya a principios de los años 50 se sumerge Engels en las ciencias naturales, en la fisiología, la aritmética, la física, la química y la astronomía, con la Ciencia de la Lógica, ese monumental atlas de la anatomía del pensamiento, siempre a mano. 29 Es este estudio, que sólo la muerte interrumpirá, lo que le permite acometer la batalla contra Dühring 30 ─teniendo que dejar de lado la “incomparablemente más importanteDialéctica de la naturaleza 31─ y llevar a cabo una primera sistematización de lo que habría de conocerse mundialmente como marxismo. A pesar de la tendencia posterior a contemplar el Anti-Dühring como la sistematización, dominante sobre todo en la II Internacional, el propio Friedrich nos advierte en la propia obra del carácter limitado y transitorio, convencional si se quiere, de toda sistematización, así como de su, en cualquier caso, natural emergencia como carácter propio del conocimiento científico moderno ─lo que no es sino una exhortación a estudiar e investigar las cosas de la forma más completa y detallada:

“Si ya no hay necesidad de filosofía como tal, tampoco hay ya necesidad de ningún sistema de filosofía, aun cuando ese sistema fuera natural. La ciencia, cuando ve que el conjunto de fenómenos de la naturaleza forma un todo sistemático, por sí misma se mueve a poner de manifiesto dicha conexión sistemática en toda cosa, en el todo y en las partes. Mas una ciencia correspondiente, completa, de esa conexión; la construcción de una imagen ideal y exacta del sistema del mundo en que vivimos es para nosotros, como para todos los tiempos, imposible. […] Los hombres, pues, se encuentran colocados ante la siguiente contradicción: por una parte, intentan conocer el sistema del mundo en su conexión total; y por otra, conforme su propia naturaleza como por la naturaleza del mundo, no podrán nunca cumplir plenamente esta tarea.” 32

No vamos a abundar aquí en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado y en los trabajos del Engels tardío sobre la historia medieval y las sociedades antiguas, pues ya constituyen todo un alegato en sí mismos acerca de la actitud y ambición intelectual de Engels. Su trabajo sobre la marca germana ya fue reconocido en su día por Maksim Kovalevski, del mismo modo que fue pionero en la formulación del papel del trabajo en el paso del mono al hombre ─teoría hoy en día aceptada en general pero, simultáneamente y como síntoma inconfundible de su actualidad, objeto recurrente de acalorados debates históricos y antropológicos.

Valga este breve paseo por el catálogo de la erudición de los fundadores del marxismo para ver cómo su concepción del mundo surge, en primer lugar, de la suma de los saberes más variados, de la comprensión en detalle de una multitud de campos del conocimiento en su desarrollo histórico y, por lo tanto, como visión general de las cosas y de su sentido global. Históricamente, esto es producto directo de la riqueza y variedad de las fuerzas productivas desarrolladas por el capitalismo, que requería analizar, esto es, descomponer hasta el detalle todos los procesos naturales y sociales, disponiendo de toda esa masa de conocimientos y tecnologías de forma discreta, lista para ser apropiada pero, a su vez, fragmentariamente dislocada y ceñida cada pieza a su utilidad inmediata. 33 De pasada, diremos que tanto la actual y duradera tendencia a la parcialización y especialización prematura del cursus honorum estudiantil como la popularidad de las llamadas perspectivas holísticas y la interdisciplinariedad (es decir, la coyunda de muchos profesionales unilaterales en un único profesional colectivo) son unos importantes toques de atención que el proletariado no puede permitirse ignorar a la hora de considerar sus propias necesidades educativas y el grado en que la división del trabajo se interpone, incluso para la propia burguesía, en la comprensión del mundo.

En cualquier caso, quizás Engels exageraba un tanto al suponerle a la ciencia la tendencia espontánea a poner de relieve la conexión sistemática de las cosas. Tanto en el siglo XIX como hoy, los grandes sistematizadores de cada ciencia son precisamente los hombres capaces de dominar el material en su conjunto y de forma crítica, sabiendo ver qué es lo esencial de cada elemento y qué es accesorio (accesorio, claro está, desde el punto de vista del conjunto, que bien puede ser, por el contrario, lo esencial en su campo específico), independientemente de que, hoy, disciplinas como la física o la ecología tiendan naturalmente, y de forma global, a representarse los fenómenos como un todo. Parece, de todos modos, que el de Barmen subestimaba realmente la propia labor crítica con la que él y su colega interiorizaron toda esa masa de conocimientos científicos e históricos ─como nota incidental sin mayores pretensiones: criticar comparte raíz etimológica con cribar. 34 Como decimos, esta molienda crítica es fundamental para llegar a esa concepción general y sistemática de las cosas, que surge del conocimiento en detalle de todo ese saber acumulado, y de ningún modo de su encajonamiento en un sistema formal de categorías estancas ─la naturaleza como partes extra partes en la que se tenía que detener forzosamente Hegel, a pesar de sus intentos por superar esa concepción, o los anacrónicos y herrumbrosos castillos metafísicos del estructuralismo.

Y hemos aquí una contradicción, pues el conocimiento real, progresivo, que avanza y aprehende teóricamente su objeto, es necesariamente particular. En este sentido, en sus notas preparatorias para la Dialéctica de la naturaleza, y retomando una idea que ya figura en La Sagrada Familia,35 Engels somete a una lúcida crítica el propio concepto demateria. 36 Esto contrasta, a primera vista, con las múltiples declaraciones de él y de Marx acerca de la dialéctica como teoría general del desarrollo, o del movimiento. Lenin apunta de pasada, durante sus lecturas de Hegel, esta misma ambigüedad entre el esoterismo, la aparente inaprehensibilidad de la dialéctica como tal y la fruición con la que se presta a ejemplos. 37 Por lo pronto, la relación entre lo particular y lo general sólo puede ser determinada históricamente y de forma concreta ─que la verdad es siempre concreta es precisamente un axioma de la dialéctica. Lo que en determinados momentos aparece como punto de llegada del conocimiento, como generalización y resumen, puede aparecer más adelante como punto de partida, como paradigma y elemento activo ─constitutivo, y no meramente regulativo, en jerga kantiana─ tanto de la teoría como de la práctica real. Ya que hablamos de axiomas: los elementos de Euclides son axiomáticos e indemostrables, pero llegar a ellos requirió que generaciones y generaciones de hombres tuvieran que abstraer los conceptos de punto y línea de los objetos reales, que se parecen a cualquier cosa menos a los puntos y líneas del pensamiento. La filosofía de Hegel era, para él mismo, el resumen de su época y punto. 38 Pero para los jóvenes hegelianos (incluidos Marx y Engels) era la línea de salida de la crítica de la religión, el Estado y la sociedad. Otro tanto cabe decir del propio marxismo, que hasta aquí hemos considerado como resultado particular de todo el bagaje intelectual de Marx y Engels, pero que en el Congreso de Erfurt (1891) es reconocido de iure como punto de partida universal del socialismo europeo, aún con sus evidentes limitaciones evolucionistas.39 La propia dialéctica moderna, con sus leyes y generalizaciones, sólo surge como resultado de toda la historia intelectual previa de la humanidad 40 ─que, separada de su historia real, puede parecer como si fuese el concepto que se engendra a sí mismo, y así la entendieron sus primeros sistematizadores, los colosos del idealismo clásico alemán. Lamercancía es un ejemplo de cómo un elemento que es subsidiario, particular, en las sociedades preburguesas, 41 se convierte en universal con el desarrollo de la producción capitalista, determinando todo el conjunto ─conjunto cuya exposiciónlógica, a la vista de su desarrollo completo, figura en El Capital. Marx, quien en un febril devaneo ontológico pudo escribir que “ las categorías expresan formas del ser, determinaciones de existencia ”, apuntaba que no hay una determinación metodológica a priori, apodíctica, ni de la entidad real de tal o cual categoría del pensamiento ni de sus relaciones con un complejo más amplio:

“Pero estas categorías simples, ¿no tienen una existencia histórica o natural autónoma, anterior a las categorías concretas? Ça dépend […] las categorías simples expresan relaciones en las cuales lo concreto no desarrollado pudo haberse realizado sin haber establecido aún la relación o vínculo más multilateral que se expresa espiritualmente en la categoría más concreta; mientras que lo concreto más desarrollado conserva esta misma categoría como una relación subordinada. El dinero puede existir y existió históricamente antes de que existiera el capital, antes de que existieran los bancos, antes de que existiera el trabajo asalariado. Desde este punto de vista, puede afirmarse que la categoría más simple puede expresar las relaciones dominantes de un todo no desarrollado o las relaciones subordinadas de un todo más desarrollado, relaciones que existían ya históricamente antes de que el todo se desarrollara en el sentido expresado por una categoría más concreta. Sólo entonces el camino del pensamiento abstracto, que se eleva de lo simple a lo complejo, podría corresponder al proceso histórico real.” 42

De igual manera, las macromoléculas autorreplicantes formadas por aminoácidos y bases nitrogenadas se presentan como la protoforma más sencilla (más abstracta) de lo que será la vida, dominante en sus primeros tiempos. Su desarrollo histórico posterior, la progresiva proliferación de sus funciones y el enriquecimiento de sus relaciones con el medio, consigo misma y con otros individuos (apropiación de capas lipídicas, asimilación, especiación, simbiosis y depredación, respiración celular, pluricelularidad, diferenciación de tejidos llegado cierto punto, etc.) reduce aquellas formas más primitivas a un elemento subordinado, cuya existencia y evolución depende del todo más desarrollado, del bioma y hasta de la biosfera en su conjunto. A la inversa, determinadas formas aún más simples, que carecen de funciones elementales desde el punto de vista de la vida como tal, sólo pueden surgir y prosperar a condición de cierto grado de desarrollo y complejidad del todo; así virus y viriones. Esto, naturalmente, no quita que en determinados momentos una forma inferior de esta índole pueda trastocar la totalidad de relaciones más complejas, como la sociedad humana: hémonos aquí saliendo de una pandemia vírica mundial. La capacidad para determinar la correcta relación de cada elemento con el todo, con su historia y con las pautas de su desarrollo, para saber abstraer su lugar en el mismo, puede parecer una disquisición filosófica de gabinete, de ésas que se hacen post festum y sin interés desde el punto de vista práctico. Pero nada más alejado de la realidad. Para esclarecer las relaciones filogenéticas entre eucariotas y procariotas, primero había que comprender que la secuencia de macromoléculas genéticas contenía información evolutiva (apuntado en los años 60 por Zuckerkandl y Pauling, poco después de descubierta la estructura del ADN). Pero eso distaba de ser suficiente: antes de cualquier experimento en esta dirección era imprescindible determinar un marcador biológico particular que estuviese presente en todos los seres vivos, que desempeñase en ellos funciones similares y que tuviese una tasa evolutiva baja. Un monumental ejercicio de abstracción sobre todo el material empírico acumulado, sus conexiones internas y su lugar en el desarrollo histórico de la vida. 43

En otros casos, las categorías más abstractas no reflejan ningún desarrollo histórico real, sino que sólo son resultados de la capacidad de abstracción humana y que, tras el esfuerzo de haber sido conquistados, se convierten en base del conocimiento y de la acción práctica subsiguiente. Así con el concepto de energía.44 Laconservación de la energía sería expresada positivamente comotransformación de la energía, y aún después se incorporaría la masa a dicho principio, con la ecuación más famosa de la historia y que sirve de base a prácticamente toda la física del siglo XX. Para resolver las paradojas de la escuela eleática, Aristóteles determinó el espacio y el tiempo simplemente como límites, como un pasar a otra cosa, en lugar de como sucesión de puntos discretos o líneas continuas, de modo que espacio y tiempo no serían más que determinaciones de la materia en movimiento. 45 Sólo hoy, a posteriori y tras un progreso de dos mil trecientos años, podemos ver cómo, cortando el nudo gordiano, el más grande dialéctico de la antigüedad anticipaba genialmente, de forma ingenua, abstracta, y sin una base científico-empírica, la teoría de la relatividad general, para la que el espacio-tiempo le dice a la materia cómo moverse y la materia le dice al espacio-tiempo cómo curvarse , según la célebre expresión de John Archibald Wheeler. Claro que el concepto de espacio-tiempo, a fin de desarrollarse y conquistar el mundo, tuvo que transitar por el purgatorio de la física galileana y newtoniana, desgajado de las cosas como espacio absoluto y tiempo absoluto indiferentes (a los cuales, como diría el viejo Hegel, más valdría llamarlos espacio y tiempo abstractos). Sólo una vez el círculo se ha cerrado podemos ver en todo el desarrollo del concepto el movimiento de la negación de la negación. La prospección racional de los conceptos puede adelantarse al desarrollo del conocimiento concreto, de detalle y justificado científicamente, precisamente porque las categorías más sencillas no expresan sino un conocimiento más superficial de la realidad, pero conocimiento real al fin y al cabo ─y éste es el momento de verdad de la concepción idealista de la historia, para la cual es el movimiento del concepto el que se engendra a sí mismo al explicitarse, y que no representa más que la exacerbación unilateral de un aspecto cierto de la realidad. 46 La teoría de la relatividad, mismamente, es un ejemplo de teoría que surge como desarrollo racional y matemático de las limitaciones y contradicciones del paradigma anterior, con apenas apoyo empírico directo (principalmente de orden negativo, como el descubrimiento de la invariancia de la velocidad de la luz y el fracaso de la mecánica newtoniana para predecir la precesión del perihelio de Mercurio). 47

A través de estos ejemplos vemos cómo, desde un punto de vista histórico, los aspectos particular y general del conocimiento distan de responder a una relación fija e inmutable. Como sabrá nuestro lector habitual, nosotros somos poco amigos de moldes metodológicos, y mucho menos de pretender resolver el marxismo en su supuesta metodología. 48 Pero si el lector es también un lector atento, se habrá percatado de que todavía no hemos dicho nada resolutivo acerca de aquella contradicción que resaltábamos hace unas páginas. Démosle la palabra, de nuevo, a Engels:

“Precisamente los contrarios, opuestos, como dos polos, dados como irreconciliables; las líneas fronterizas y los criterios de clase, arbitrariamente fijados, son los que han dado a la ciencia moderna de la naturaleza su carácter limitado y metafísico. Reconocer que esos contrarios y sus diferencias se encuentran, sin duda, en la naturaleza, pero no tienen sino un valor relativo; que esta rigidez y este valor absoluto no se han introducido en la naturaleza sino por nuestra reflexión; reconocer todo esto es lo esencial de la concepción dialéctica de la naturaleza. Puede llegarse a esta concepción obligado por los hechos de la ciencia de la naturaleza y su acumulación; pero se llega más fácilmente a lo mismo si se sale al encuentro del carácter dialéctico de esos hechos con la conciencia de las leyes del pensamiento dialéctico. De todas maneras, la ciencia de la naturaleza ha llegado al punto de no poder eximirse de la sistematización dialéctica, y hará menos penoso dicho proceso si no olvida que los resultados en que sintetiza sus experiencias son conceptos, y que el arte de operar con tales conceptos no es ni innato, ni dado en la conciencia habitual de que se hace uso ordinariamente, sino que exige un verdadero pensamiento, pensamiento que, a su vez, tiene una larga historia experimental, ni más ni menos que la ciencia experimental de la naturaleza. Y por lo mismo que se apropiará los resultados de esta evolución de la filosofía, que ha durado dos mil quinientos años, se desembarazará, de una parte, de toda la filosofía de la naturaleza que lleve una existencia aparte, fuera y por encima de ella, y de otro lado, de ese método limitado de pensar que le es propio y que ha heredado del empirismo inglés.” 49

Lo verdaderamente difícil de la dialéctica consiste en comprender que sus principios generales (materialismo, contradicción, negación de la negación, la lógica formal, etc.) resultan de la síntesis crítica de todo el saber humano precedente ─Engels es particularmente enfático a este respecto─,50 aunque no aportan, por así decirlo, un organon con el que resolver ningún problema particular. 51 Por eso el manejo del “arte de operar con conceptos”, delpensamiento dialéctico, es indesligable del conocimiento de toda la historia del pensamiento filosófico y científico, precisamente porque es su resumen general; no está disociado de su contenido y es, por lo tanto, el punto de partida inmediato para el enriquecimiento del mismo. Y podemos ignorarlo subjetivamente, pero ya su desarrollo lo impone “obligado por los hechos de la ciencia de la naturaleza y su acumulación”, que no es sino la expresión teórica de la creciente interpenetración ─que ni siquiera la burguesía puede desdeñar─ de todas las ramas de la producción y de la vida social (y de ésta con la naturaleza a nivel global, como demuestra dramáticamente la historia del clima). De esa manera se presta tan bien la dialéctica a los ejemplos, porque esos ejemplos no son otra cosa que puntos del bagaje acumulado del pensamiento humano, el camino ya recorrido por el mismo y que, naturalmente, como decía Galileo, es muy fácil conocer una vez se ha hecho el descubrimiento (aquí también se halla, en gran medida, el secreto del idealismo de Hegel, que podía presentar su sistema como resumen y cierre de toda la historia y de todo el pensamiento).

Por supuesto, la historia de la revolución no es una excepción a este precepto general. Que la historia escrita es la historia de la lucha de clases es también eso, un precepto general, y repetir esto como loros ante cualquier fenómeno particular no nos lleva a otro sitio que al marxismo de andar por casa que se estila en el movimiento comunista actual, para el que los principios son un ribete salchichero sin consecuencias prácticas para el sacerdocio in pártibus. Pero el principio de que la historia es la historia de la lucha de clases impele, primero que nada, a estudiar la historia ; su formulación abstracta, general, como reflexión externa presupuesta no es una resolución por decreto, ni una exención de nada, sino un imperativo a demostrarla detalladamente, a desarrollar sus consecuencias sobre la base de la historia y de las más variadas manifestaciones de la vida social. El actual estado de desprestigio del comunismo y el hecho de que el análisis de clase ha caído en desuso es la expresión práctica de que el proletariado ─empezando por su vanguardia─ no puede seguir adelante viviendo de filosofemas genéricos.

Ponerse a esa altura, como en su día hicieron los fundadores del marxismo, es la premisa de lo que para ellos era la cuestión fundamental del asunto, que no es sino la apropiación, por parte del proletariado, del elemento objetivo de la producción, de los medios de producción, de las fuerzas productivas sociales ─que no pueden pasar a nuevas manos sin que esas nuevas manos comprendan cómo “hacerlas trabajar bien” e impulsarlas hacia adelante. Aquí, tanto Marx como Engels son claros al referirse a su teoría como la teoría acerca de las condiciones históricas bajo las que puede y debe realizarse dicho apoderamiento, dejando tranquilamente al futuro, al avance del movimiento, la ejecución en detalle de la cosa misma. Sobre esta cuestión enseguida volveremos. De momento, subrayaremos aquí que uno de los rasgos definitorios del comunismo es que el libre desarrollo de cada cual es la condición para el libre desarrollo de todos . Esto constituye una contradicción con el carácter general que Marx y Engels otorgaron a su teoría ─que no es una utopía, esto es, una milagrosa ordenación particular, ya terminada, de la sociedad. Pero es una contradicción real, que empuja el movimiento hacia adelante: la contradicción entre el carácter social de la producción, que anota tareas objetivas en el orden del día de la revolución, y la apropiación privada, que en el caso del obrero se expresa como salario, como su reducción a individuo tipo que se comporta hacia sus propias fuerzas personales como un otro, como definido exclusivamente por su relación con el capital ─y no sólo como asalariado en sus determinaciones inmediatas; también en sus derivadas, como consumidor o representado. Esto impele a hacer valer su individualidad como expresión de sus capacidades particulares , y ese hacer valer requiere que el individuo se despoje de su unilateralidad, de su mediocridad como individuo social medio.

Porque para que el proletario, esquilmado de sí mismo por la división social del trabajo, pueda llegar a ser capaz de expresar sus capacidades y fuerzas personales es menester comprenderlas, apropiarse de ellas y desarrollarlas para afirmarlas como parte de la revolución proletaria, en la forma y grado en que en uno u otro momento pueda su contribución original y propia ser un peldaño de la emancipación de la clase. No otra cosa quería decir Engels cuando en el Anti-Dühring invitaba a los proletarios a instruirse en el arte de operar con conceptos que, como todo en esta vida (social), no es algo innato. Apropiarse de los medios de producción es una frase si borramos del mapa el problema de que estos hombres y mujeres que tienen que hacer la revolución ─y esto incluye a la vanguardia de la clase─ tienen que transformarse a sí mismos, tienen que rebelarse contra su ignorancia y capacitarse, primero que nada teóricamente, para sentar las condiciones históricas que posibiliten domeñar unas fuerzas productivas que han llegado a ser colosales, multiformes y científicas, desde la maraña mundial de medios de comunicación y transporte hasta las titánicas plantas trasnacionales de extracción y producción, incluyendo la agricultura ─el hambre sigue atenazando a la humanidad─ y la cultura ─que también es una fuerza de producción─; fuerzas productivas que son, a su vez, una fuerza de masas, y que dirigir esa fuerza social requiere de un plan consciente y de la comprensión global de un mundo donde el aleteo de una cosechadora en Brasil provoca huracanes en Florida. Ni que decir tiene que tampoco la lucha militar a muerte con la burguesía, la guerra civil revolucionaria, se va a ventilar con frases acerca del contrapoder comunista, ni jugando a las barricadas. Ya para la propia clase capitalista, el saber y el conocimiento, especialmente en su forma científico-tecnológica, están orgánicamente vinculados a la dirección de la producción y el proceso social como un todo. La gran industria, al suprimir la base artesanal, estrecha, del período histórico anterior, ha anonadado la romántica destreza personal como base técnica de la producción y ha hecho realmente del conocimiento racional una premisa de la transformación del mundo. Por obra y gracia del desarrollo del modo de producción que le es propio, la burguesía posee, también en este aspecto, una superioridad de partida sobre el proletariado, encajonado en la practicidad manual y tendente a contemplar la sociedad no como un todo, no a través de su conocimiento exacto, sino a través de su posición como asalariado, como capital variable. Pero la actividad independiente de cualquier clase moderna depende de que por lo menos un sector de la misma se haya capacitado para saber contemplar la sociedad y su marcha histórica en su conjunto, y sepa imprimir dicha amplitud a su práctica.

Las viejas denuncias fourieristas acerca de la alianza del capital con la ciencia para la explotación del trabajo tenían por objetivo restaurar la armonía universal entre los tres elementos. Se trataba de píos deseos y de ilusiones interclasistas, sí. Pero los viejos socialistas utópicos se hallaban, en este aspecto, mil codos por encima de las prédicas hoy dominantes que pregonan, por activa o por pasiva, mantener la separación del conocimiento respecto del proletariadoen aras de sus intereses de clase. Desde el trasnochadoanarcoprimitivismo pequeñoburgués hasta las sensatas y prácticas líneas de la menor resistencia, todo proyecto que se pretenda revolucionario y no se sostenga (no decimos contemple, ni considere, ni incluya, ni apoye; sino sostenga) sobre la formación cultural integral de la clase obrera es, simple y llanamente, embaucamiento. El objetivo de la clase revolucionaria no es reproducir su posición social ni su práctica espontánea, y el conocimiento es para ella, por eso mismo, un elemento innegociable de su liberación, de la misma manera que para la burguesía es un elemento innegociable de su dominación (lo que ya de por sí significa que cualquier clase que aspire a derrocarla y transformar el mundo realmente existente tiene que, como mínimo, ponerse a este nivel). Sólo al proletariado se le presenta esta posibilidad de vincular su lucha de clase revolucionaria con la emancipación humana, y ambas con el conocimiento consecuente del mundo, pues no tiene ningún interés en conservar la sociedad actual y su actividad no está determinada en cuanto tal, su trabajo no está condicionado por la herramienta, o por su destreza artesanal, o por una rama particular de la producción, etc. En consecuencia, puede dar a sus propias fuerzas la dirección que desee, pues no se encuentra determinado, por su posición de clase, por ninguna en particular. Ni su carácter ni su personalidad se encuentran dominadas por el contenido concreto de su trabajo, que por lo pronto se le presenta como algo ajeno, que no le pertenece, pero que ha suprimido las bases de la subordinación del individuo a una u otra rama de la división del trabajo. 52 Asimismo, el desarrollo de las fuerzas productivas, de la cultura general y de las distintas disciplinas hasta un detalle microscópico facilita e impulsa que la humanidad, liberada de sus trabas burguesas, se apropie con tanta mayor facilidad de toda esa riqueza, y ya no de forma unilateral ni condicionada por el cretinismo de oficio (y menos excusas caben hoy que antaño, pues el conjunto del saber humano acumulado se encuentra a tres clicks de distancia). El rabioso anti-intelectualismo de los apologetas de la espontaneidad y del movimiento de resistencia es llanamente anti-comunista, porque una masa cuya única fuerza la constituye el número está condenada a perecer. Y, en un sentido más amplio y profundo, la formación cultural es, para la clase que se plantea acabar con el capitalismo, el primer eslabón de laafirmación de su potencial larvado y de sus fuerzas humanas esenciales, que no existen ni pueden florecer al margen de todo ese complejo elemento objetivo, de toda esa riqueza y fuerzas productivas desarrolladas por la marcha del proceso histórico.

Con esto hemos vuelto a nuestro punto de partida, a lo general que es producto del capitalismo, sólo que esta vez considerado desde el punto de vista subjetivo, del obrero: a las fuerzas genéricas, reales o potenciales, de los hombres, y la conciencia que éstos tienen de las mismas. Hemos recorrido los tres momentos general ─ particular ─ singular y cerrado el círculo, y hemos visto también cómo el problema de la concepción del mundo sólo cabe entenderlo racionalmente como tal círculo. Sólo de esta manera aparece la concepción del mundo como la expresión subjetiva, consciente, del movimiento revolucionario tal y como se articula en determinado momento (también en el período de su reconstitución), así como en estrecha relación con la problemática de la superación de la división social del trabajo y con su comprensión como proceso histórico. La tendencia a entender el marxismo como una teoría cerrada en sí misma, como un arquetipo platónico que sólo habría que encarnar materialmente, como ortodoxia, como metodología, etc. revela una comprensión unilateral del mismo, como corpus genérico que, en consecuencia, existe al margen del desarrollo real y bien puede encajarse en los más variados proyectos políticos ─en su gran mayoría ajenos al proletariado─, o negarse directamente como algo innecesario, inoportuno, para la revolución.

Todo esto también ayuda a comprender por qué el marxismo se presenta, en un primer momento, y tanto histórica como políticamente, como crítica revolucionaria. En el teatro del mundo, igual que en los teatros mundanos, el actor puede pretender distinguir entre su oficio y su actuación. Y si tú eres poeta ─decía Marx a Freiligrath─, yo soy crítico. Efectivamente, en las obras en que Marx y Engels siguen el desarrollo de las luchas de clases contemporáneas ─los artículos de La Nueva Gaceta Renana, El dieciocho Brumario, La Guerra Civil en Francia, Los bakuninistas en acción, etc.─, todo se presenta a guisa de confesión involuntaria de la impotencia de los actores principales y de los actores de reparto. Cada tejemaneje del partido del orden, cada discurso en la Asamblea Nacional de Frankfurt, cada paso de los montagnards, cada gesto de Luis Bonaparte, cada inconsecuencia de los jefes obreros, cada frase de la pequeña burguesía demócrata, cada declamación de un Thiers… todo es puesto boca abajo, criticado, y hasta la perorata más rabiosamente conservadora y las proclamas amistosamente progresistas son presentadas como confesión involuntaria de que la sociedad burguesa avanza a marchas forzadas hacia su disolución, hacia la descomposición social o hacia la revolución proletaria. No en vano lo que reivindicaba Marx era haber demostrado que la lucha de clases moderna “conduce necesariamente a la dictadura del proletariado”, 53 y él y su colega entendían su labor crítica como demostración, por todos los medios posibles, de la necesidad de la revolución proletaria como resolución de las contradicciones de la sociedad moderna, como demostración de que cada objeto de crítica tiene dos caras: una mira hacia el pasado; la otra, hacia el futuro.

En efecto, la idea de progreso ─y el marxismo habla, sin duda alguna, del progreso─ implica, forzosamente, un afuera desde el que medir el desarrollo histórico, cierto distanciamiento crítico respecto de la inmediatez de su estadio actual, implicacolocar los jalones por los que medir el nivel del movimiento 54 y esclarecer tanto los objetivos como los medios del mismo, aunque éstos no se puedan hallar, naturalmente, fuera de la historia real y del desarrollo real. El hecho de invocar contradicciones generales de la sociedad burguesa (anarquía de la producción versus organización militar de cada fábrica, apropiación privada versus producción social, fuerzas productivas versus relaciones de producción, etc.) ya debería dar una pista acerca del carácter que el marxismo otorga al progreso, a lo general y a la crítica. Como venimos insistiendo hasta aquí, las tendencias generales son, siempre y por su propia naturaleza, contradictorias, y se trata de algo que en cualquier caso hay que descubrir y delimitar: cada fenómeno social ─y ése es el mérito crítico de Marx y Engels─ encierra en sí este resumen de la contradicción latente. Su exposición concreta otorga al proletariado una visión general de la marcha de la historia, de cuáles son los medios y tácticas de lucha más adecuados en un momento dado y de cómo “mantener presentes los objetivos últimos del movimiento”, puesto que la lucha de clases revolucionaria no baila con verdades generales ni mucho menos vive de ellas. Ahora mismo lo veremos de forma más concreta.

II.

Hemos hablado de los manuscritos de 1844. Durante su exilio en París, Marx estudia a los economistas ingleses y franceses, y también a los historiadores ─tipo Thiers, Guizot o Thierry─ que ya habían llegado a concebir la historia de la burguesía francesa como la historia de su lucha de clase desde la Plena Edad Media. Planeaba, incluso, escribir una Historia de la Convención, proyecto que abandona antes de comenzarlo siquiera debido a su proverbial inquietud, que lo lleva de un campo a otro. En los manuscritos de París realiza un primer intento de hacerse una visión general del proceso histórico, pero éste todavía reviste una forma abstracta, como despliegue del trabajo enajenado que va creando toda la cultura y la historia al tiempo que deshumaniza al hombre y lo enfrenta a su producto como un objeto extraño ─idea en deuda evidente con los capítulos del reino animal del espíritu y la cultura de la Fenomenología de Hegel. Este proceso hace cumbre en la sociedad burguesa, punto a partir del cual el hombre, reducido a puro sujeto desnudo en el obrero, puede recuperar para sí el mundo objetivo. La lucha de clases, así como la división del trabajo, aparecen aquí como expresiones determinadas de ese proceso. Únicamente en el caso de la lucha entre el terrateniente y el capitalista reviste la lucha de clases cierta concreción lógico-histórica, aunque todavía de forma germinal.

Marx no terminara todavía sus estudios universitarios cuando desiste de construir un sistema filosófico. Pero tenía una vocación de universalidad que hoy escasea en las cabezas pensantes casi tanto como en las no pensantes. Si bien nunca construyó un sistema, su voluntad de coherencia ─que asociaba a honestidad intelectual─, la amplitud y variedad de sus exigentes estudios y su nunca disimulado odio contra la estrechez y la ignorancia lo conducían naturalmente hacia un pensamiento sistemático, sometido a una revisión permanente que marchaba al paso de su vida y de la lucha de clases. Esclarecer ante sí mismo las cuestiones teóricas de la forma más completa era, para él tanto como para su colega de Barmen, una necesidad. La fecundidad de este ejercicio se comprueba si abrimos los apuntes preparatorios de El Capital, donde nos encontramos con pasajes que continúan directamente esos mismos manuscritos de 1844 o La ideología alemana:

“La concepción antigua según la cual el hombre, cualquiera sea la limitada determinación nacional, religiosa o política en que se presente, aparece siempre igualmente como objetivo de la producción, parece muy excelsa frente al mundo moderno donde la producción aparece como objetivo del hombre y la riqueza como objetivo de la producción. Pero in fact, si se despoja a la riqueza de su limitada forma burguesa, ¿qué es la riqueza sino la universalidad de las necesidades, capacidades, goces, fuerzas productivas, etc., de los individuos, creada en el intercambio universal? ¿[Qué, sino] el desarrollo pleno del dominio humano sobre las fuerzas naturales, tanto las de la así llamada naturaleza como su propia naturaleza? ¿[Qué, sino] la elaboración absoluta de sus disposiciones creadoras sin otro presupuesto que el desarrollo histórico previo, que convierte en objetivo propio a esta totalidad del desarrollo, es decir del desarrollo de todas las fuerzas humanas en cuanto tales, no medidas con un patrón preestablecido? ¿[Qué, sino una elaboración como resultado de] la cual el hombre no se reproduce en su carácter determinado sino que produce su plenitud total? ¿[Como resultado de la cual] no busca permanecer como algo devenido sino que está en el movimiento absoluto del devenir? En la economía burguesa ─y en la época de la producción que a ella corresponde─ esta elaboración plena de lo interno humano se presenta como el vaciamiento pleno, esta objetivación universal como alienación total y la destrucción de todos los objetivos unilaterales determinados como sacrificio del objetivo propio frente a un objetivo completamente externo.” 55

En cierto modo, la elaboración teórica de Marx y Engels se presenta como una vuelta continua sobre los mismos temas en diversos grados de concreción y amplitud. Marx señalaba en el prólogo de laContribución a la crítica de la economía política que La ideología alemana rindió el servicio de esclarecer sus propias ideas; algo similar le comenta a Lassalle acerca de los Grundrisse . Esto no hay que entenderlo como un simple dejar atrás, sino como un recurrente esfuerzo por (re)definir su propia posición con un máximo de independencia del curso del momento. En este sentido, los manuscritos de París ya esbozan buena parte de los temas que dominarán el pensamiento de los dos hombres. Si bien sus respuestas son distintas ─cuando no diametralmente opuestas─ de las que ambos hayan de dar ya poco después, no es menos cierto que estas páginas establecen el programa intelectual de su carrera posterior. Así sucede con la determinación del carácter teórico-práctico de la emancipación del proletariado. Si ésta se puede resumir en la reapropiación de la totalidad de sus condiciones de existencia no ya de forma abstracta y enajenada (como salario), sino de forma viva y concreta, como desarrollo de todas sus capacidades humanas, entonces lo que se impone, por un lado, es estudiar el desarrollo histórico de dichas condiciones de existencia y, por el otro, apropiárselas realmente. En un párrafo cargado de extrañeza ante sus propias conclusiones, leemos:

“Para superar la propiedad privada basta el comunismo pensado, para superar la propiedad privada real se requiere una acción comunista real. La historia la aportará y aquel movimiento, que ya conocemos en el pensamiento como un movimiento que se supera a sí mismo, atravesará en la realidad un proceso muy duro y muy extenso. Debemos considerar, sin embargo, como un verdadero y real progreso el que nosotros hayamos conseguido de antemano conciencia tanto de la limitación como de la finalidad del movimiento histórico; y una conciencia que lo sobrepasa.” 56

Esta dualidad recorrerá toda la producción teórica y toda la actividad política de los padres del socialismo científico. 57 Si bien la conciencia no puede sustituir el movimiento real, representa un “verdadero y real progreso” precisamente en la medida en que contempla el proceso histórico desde fuera y puede ver más lejos de su curso actual; por otro lado, esa conciencia no forma parte orgánica de ese movimiento real, sino que se le contrapone como algo externo. Tanto Marx como Engels confiaban en que el propio desarrollo del movimiento obrero supliese las necesidades teóricas que el mismo fuese requiriendo. Su experiencia revolucionaria lo curaría de sus errores y lo encauzaría hacia su emancipación. Y este atributo de directamente revolucionario tenía sentido en aquella época, en la época que se tendía entre 1830 y 1848, y entre éste y el inmortal Sol comunero de 1871. En los años 40 saludaban las obras de Proudhon, el zapatero, y de Weitling, el sastre, como una primera expresión de esa clase obrera que se esfuerza por pensar, al margen de las duras críticas que habrían de dirigir contra ambos poco después. Más adelante, podrían celebrar que un Joseph Dietzgen llegase por su pie a su propia versión de la concepción materialista de la historia. El Manifiesto del Partido Comunista decía que lo único que distinguía a los comunistas del resto de partidos obreros era que “representan los intereses del movimiento en su conjunto” y que, “teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario” 58 ─lo que implica que la relación de los comunistas con el movimiento revolucionario es, en sus mocedades, exterior, crítica, pero también señala el fundamento teórico de esa actitud. De cualquier modo, en uno y otro lugar, aquí y allá, hablan Marx y Engels como si el movimiento obrero hubiera de llegar, a través de su experiencia práctica, a las conclusiones generales a las que ellos llegaron teóricamente sobre la base de un amplio y profundo estudio.

Probablemente, el combate contra las diversas sectas socialistas y contra los partidos democráticos, siempre pertrechados de recetas filoproletarias, obligó a Marx y Engels a poner en primer plano la capacidad del movimiento espontáneo de la clase para resolver, por sí mismo, sus propios problemas y acometer sus propios fines ─esto es, a actuar como una clase independiente. Pero podían defender esto no tanto porque la realidad empírica hablase a su favor (y la realidad de la revolución de 1848 demostraría que el proletariado estaba muy lejos de poder sostenerse como partido independiente), sino precisamente porque se estaban labrando una visión de conjunto de la marcha del proceso histórico y observaban en la clase obrera no sólo lo que era, sino lo quepodía llegar a ser. 59 Esto ha sido característico del pensamiento de los dos colegas ya desde temprana fecha, durante su transición hacia las posiciones del comunismo. Cuando el levantamiento de los tejedores de Silesia, Arnold Ruge, a la sazón el pendenciero editor de los Anales franco-alemanes, lo había tachado de simple motín. El proletariado ─decía─ carecía de sentido político y miraba únicamente por su estómago; era incapaz, pues, de llevar a cabo una verdadera revolución. Marx, todavía un joven hegeliano, elaboró una sesuda respuesta (La cuestión judía) en la que distinguía entre la emancipación política, que había liberado a la sociedad burguesa de las mugas feudales, y la emancipación humana, total, social, que sólo podía tomar la forma de revolución proletaria, pues era esta clase de completos desposeídos la única que podía posesionarse del mundo al completo, y no bajo la forma mutilada de la propiedad privada. Y veía en aquel levantamiento algo más que un levantamiento: veíael primer gran movimiento revolucionario del proletariado alemán. 60 Al mencionar este episodio en su imprescindible biografía del de Tréveris, Franz Mehring se muestra perplejo, como si el renano pretendiese anticipar la realidad antes de que ésta se hubiese desarrollado como tal :

“Lo que hoy nos sorprende es lo que Marx dice acerca de la significación histórica del alzamiento de los tejedores silesianos. Le atribuye tendencias que le eran manifiestamente ajenas, y Ruge, presentando el movimiento como una simple rebelión nacida del hambre, parece enfocarlo mucho más certeramente que él.” 61

Las críticas que Marx y Engels dirigían contra los representantes del movimiento obrero y contra sus compañeros de viaje, presentes o pasados, no eran demagógicas. Es decir, no adulaban el estado contemporáneo del proletariado para emplearlo como un argumento. Muy al contrario, se situaban en el punto de vista de las necesidades a largo plazo del movimiento para, precisamente, criticarlo, y criticar en sus adversarios la incapacidad para llevarlo más lejos. Así, en una circular de 1846 contra Hermann Kriege y sus amorosas homilías podían decir:

“Si Kriege hubiera visto el movimiento de la tierra libre como una primera forma, necesaria en ciertas circunstancias, del movimiento proletario, como un movimiento que en razón de la posición social de la clase de la cual emana debe desarrollarse en un movimiento comunista, si hubiera mostrado cómo las tendencias comunistas en América sólo podían surgir, en un principio, en esta forma que parece en contradicción con todo lo que es el comunismo, entonces no tendríamos objeciones a ello. Sin embargo, tal y como son las cosas, declara lo que todavía es una forma subordinada de un movimiento de determinado pueblo real como un asunto de la humanidaden general; lo presenta, en contra de su esclarecimiento, como el fin definitivo y supremo de todo movimiento en general, y por lo tanto transforma los objetivos específicos del movimiento en un sinsentido completamente extravagante.” 62

En sus publicaciones, Marx y Engels combinan el análisis del desarrollo particular del movimiento en tal momento y lugar con su contraposición a los resultados teóricos a los que ellos mismos iban llegando, a su propia visión de conjunto de la sociedad burguesa y la revolución proletaria, en aras de su esclarecimiento. Es fundamental entender que sus concepciones generales no constituyen, en ningún momento, un pronóstico, a pesar del ingenuo optimismo con que por esta época enfocan algunos problemas. 63 Por eso podían decir que los comunistas no proclaman principios especiales a los que pretendan amoldar el movimiento. 64 Considerado más de cerca, esto es en realidad una crítica del doctrinarismo que imperaba tanto en el socialismo y comunismo franceses como en el “verdadero” socialismo de sus paisanos alemanes. Marx y Engels encontraban ridículas las peroratas sobre las autoconciencias, humanidades, esencias y fluidos naturales del hombre en general, pero también veían un peligro en sus consecuencias prácticas. Si el comunismo consiste en los bancos de crédito, o en la tierra libre, o en el coup d’État, o en los Ateliers Nationaux, o en la asociación, o en el escaño parlamentario, o en la nacionalización de las eléctricas, o en la lucha que se libra en un momento dado, etc., entonces todas las fuerzas del movimiento habrán de dirigirse, en todo momento y circunstancia, a ese objetivo determinado en particular, ignorando, cuando no despreciando, el resto de facetas de la realidad social y privándose a sí mismo de otros tantos medios de lucha bajo el argumento de sus propios prejuicios. Naturalmente, todo lo que se desvíe de la línea recta hacia ese objetivo prescrito por la frase de turno tendrá que ser entendido como deserción, herejía o degeneración, porque las cosas tienen que ser así y si al final vienen de otro modo ya les cargaré el muerto a otros. 65 Razonadores de esta índole acusarían a Marx y Engels, por esto mismo, de desertores y herejes ─de degenerados no nos consta─ en numerosas ocasiones.

Un balance amplio de las revoluciones de 1848 y del correspondiente papel de nuestros dos hombres en ellas sería de sumo interés para el comunismo en la actualidad. No tanto porque se nos planteen directamente los mismos problemas que al proletariado de entonces, sino porque contribuirá a esclarecer un período clave del desarrollo histórico del marxismo y porque se trata del único momento de la carrera política de Marx y Engels en el que participan de forma directa en la revolución en marcha. Tanto la perspectiva que abrigaban entonces (sintetizada magistralmente en el Manifiesto) como los resultados generales del ciclo de 1848-1851 enseguida se convirtieron en patrimonio universal de la clase obrera, en punto de referencia ineludible para la historia de la revolución sobre el que, además, Marx y Engels volverían continuamente a lo largo de sus vidas. La Línea de Reconstitución (LR) ya ha abordado en más de una ocasión estas cuestiones en general. 66 Un análisis más de detalle, empero, tendría que examinar cómo se articulan, en su rica concreción y desarrollo, todos los elementos que sólo en los períodos revolucionarios se plantean en toda su amplitud: el horizonte general de la revolución, la actuación en ella del proletariado (principalmente el francés y el alemán) y su grado de madurez, la cuestión del poder, del Estado, la actitud de la burguesía en su histórico paso a las filas de la contrarrevolución, las ideas de las diversas corrientes socialistas, etc. Y, también, la forma en que Marx y Engels ordenan todos estos elementos, tanto en sus análisis como en su lucha política y en su plan general para la revolución proletaria, que maduraría de forma sustancial al compás de la trepidante sucesión de los acontecimientos y de sus numerosos balances posteriores.

Si bien éste no es lugar para acometer dicho análisis, no queremos dejar sin apuntar un par de ideas que tienen que ver directamente con nuestro tema. El primero de esos balances generales de las revoluciones de 1848 no es otro que Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Su introducción es celebérrima:

“Exceptuando unos pocos capítulos, todos los apartados importantes de los anales de la revolución de 1848 a 1849 llevan el epígrafe de ¡ Derrota de la revolución! Pero lo que sucumbía en estas derrotas no era la revolución. Eran los tradicionales apéndices prerrevolucionarios, las supervivencias resultantes de relaciones sociales que aún no se habían agudizado lo bastante para tomar una forma bien precisa de contradicciones de clase: personas, ilusiones, ideas, proyectos de los que no estaba libre el partido revolucionario antes de la revolución de Febrero y de los que no podía liberarlo la victoria de Febrero, sino sólo una serie de derrotas. En una palabra: el progreso revolucionario no se abrió paso con sus conquistas directas, tragicómicas, sino por el contrario, engendrando una contrarrevolución cerrada y potente, engendrando un adversario en la lucha contra el cual el partido de la subversión maduró, convirtiéndose en un partido verdaderamente revolucionario.” 67

Es evidente que este juicio sobre el 1848 francés lleva implícita una cierta visión sobre la línea general que habría de seguir la revolución, sobre sus fuentes, tareas y medios. También acerca del carácter de aquellas personas, ilusiones, ideas y proyectos: “apéndices prerrevolucionarios”, “supervivencias” ─lo que inmediatamente nos remite a un punto de referencia, que los determina como formas inmaduras o vestigiales. Igualmente, la “serie de derrotas” era algo más que una serie de derrotas. Era un purgatorio práctico necesario para el “progreso revolucionario”, para la maduración de un “partido verdaderamente revolucionario”. Como ya hemos apuntado, la concepción de Marx y Engels sobre la revolución, su contenido, sus medios y su fundamentación funciona de contrapunto constante frente a la lucha política inmediata; es a su luz que se analizan y examinan los resultados de ésta, y es, según ellos mismos, la premisa de que los comunistas pudiesen desempeñar un papel independiente en la misma y hacerse prácticos. 68

Esto no hay que entenderlo de forma unilateral. Como decíamos, los dos camaradas revisarían una y otra vez sus propias concepciones y expectativas también a la luz de la lucha de clases revolucionaria del proletariado. De hecho, del veredicto de que el “partido de la subversión” había conseguido convertirse en un “partido verdaderamente revolucionario” tuvo que desdecirse Marx no mucho después, cuando, cerrado el ciclo revolucionario de 1848-1851, quedó claro que la derrota de Junio había incapacitado durante muchos años a la clase obrera francesa para actuar como partido político, como potencia conquistadora, y para ponerse a la altura del proceso histórico en toda su amplitud, que por el momento pasaría por encima de sus cabezas. 69 “Sucumbe con los honores de una gran lucha histórico-universal”, cierto es. Pero tampoco en este trance cede Marx a revisar su teoría para ceñirla a los resultados inmediatos de esa lucha y jugar a la Realpolitik, como tampoco se refugiará en la crítica de la economía política para aleccionar a los obreros de lo nefasto de cualquier problema o lucha política que no tenga que ver directamente con la marcha de La Asociación, real o imaginaria. Al contrario, insiste en que esa derrota no hace más que demostrar que al proletariado todavía le quedaba un largo camino de maduración por delante para ponerse a la altura del lugar de honor que le reservaba la historia y a transformar el viejo mundo con ayuda de todos los grandes recursos propios de este mundo ; que el haber sido privado de sus jefes revolucionarios constituyó un golpe fatal para su desarrollo como partido político; y que su redescubierta estrechez economicista ydoctrinaria en forma de Bancos de cambio y asociaciones obreras no expresaba más que la pretensión infantil de conseguir su redención a espaldas de la sociedad, en función de sus limitadas condiciones de existencia. 70

Aunque Marx y Engels tienden a contemplar el desarrollo de la clase en general como una línea recta desde su lucha de resistencia económica a su lucha política, estas breves referencias muestran que ni entendían la segunda como una simple prolongación de la primera ni, mucho menos, pretendían que ésta aportase las herramientas educativas que el proletariado necesitaba para emplear a fondolos grandes recursos propios de este mundo. 71 Al contrario, la lucha por comprender y manejar esos grandes recursos ─y el primer gran recurso es la clase revolucionaria misma72─ no se ventila en otro lugar que en el plano de la lucha entre todas las clases de la población y en el plano del Estado como fuerza de clase organizada y resumen de esa lucha.

Más arriba hemos dicho que, para Marx y Engels, la crítica de la sociedad burguesa en todas sus manifestaciones era un medio para demostrar su teoría y para señalar las tendencias, tensiones y contradicciones de clase subyacentes. Que toda la realidad social está atravesada por la lucha de clases es, en el mejor de los casos, una tautología, o por lo menos debería serlo para un marxista. 73 Y una tautología, por definición, no ofrece en su conclusión nada que no estuviese ya incluido en sus premisas. En nuestra época ─y aun por parte de pretendidos marxistas─ todo se tilda de político: así lo personal, el sexo, la identidad, la asamblea de barrio, el piti del descanso, la por lo demás muy honrada política de parque y, por supuesto, y como el propio nombre indica, la política de empresa. Será una espontánea crítica de la autonomía política producto de la mala conciencia de la burguesía, preocupada de que su monopolio de las mieles del Estado pueda resultar, en esta sociedad corporativa nuestra, un tanto ofensiva para los que son sistemáticamente excluidos de una política de clase independiente. Las flores políticas engalanan las cadenas reales y, en las manos adecuadas, pueden llegar a imprimir al cigarro mismo un carácter político.

Para Marx y Engels, empero, la política no es un atributo inmanente de la existencia particular de las clases, de la misma forma que la actitud crítica no es un atributo inmanente del crítico. Mucho menos es la política un atributo inmanente de los individuos, como si se tratase de un revestimiento oculto al ojo acrítico y que, revelado por la sagacidad de la frase crítica, sublimase este singular pitillo que sujeto entre mis dedos hasta desvestirlo de su fetichista ingenuidad cigarrera, manifestándolo como nodo, preñado de concreta universalidad, en el que se entrecruzan todas las luchas, esperanzas y gritos de agonía de la sociedad moderna. La política se trata, muy al contrario, de unarelación; y de una relación que, por contraposición a las privadas relaciones metabólicas del individuo consigo mismo y a las privadas relaciones metabólicas entre patrón y asalariado, se sitúa en el nivel de la generalidad, que en la sociedad burguesa se desarrolla como complemento necesario de la fragmentación de la sociedad en productores independientes (fragmentación con sus múltiples y variadas consecuencias, desde las crisis periódicas hasta la guerra imperialista, y sin excluir la silenciosa guadaña del hambre). Ése es el punto de partida teórico de Marx y Engels a este respecto, ya en el período inmediatamente previo a las revoluciones de 1848: el Estado no sólo como organización política de la clase dominante y resumen de las luchas de clase, sino también, por eso mismo, como el nivel mínimo en el que se tiene que situar una clase que aspira a desempeñar una lucha independiente y a llevar a toda la sociedad moderna detrás de sí, a representar los intereses generales de la sociedad.

Exactamente, la política y su forma resumida como “concentrado de la economía”, el Estado, corresponden en general a la organización de la sociedad en clases, y no define, por sí sola, la especificidad de la sociedad burguesa. En sociedades que emergen directamente de la comunidad natural, como la Grecia o la Roma clásicas, la propiedad de la tierra es la base objetiva y natural del trabajo, y la existencia política de la comunidad, la polis o la República, no es primeramente más que la reunión de campesinos independientes, que se consolida en proporción inversa al vigor de los lazos tribales y naturales que le sirven de base presupuesta. La ciudad, su organización comercial y, sobre todo, militar, es la extensión de la propiedad campesina, su condición de reproducción históricamente hallada llegado cierto punto de disgregación. No en vano, la idea de autarquía es un producto original de la ciudad antigua, y nunca dejó de ser el ideal económico y social de las etapas clásicas de las sociedades griegas y romana. De ahí también el desprecio clásico hacia el comercio y la artesanía, en general desempeñada por metecos y esclavos, así como el carácter de la guerra como prolongación extraterritorial de las necesidades del cuerpo de campesinos-ciudadanos. El desarrollo de la ciudad erosionará las condiciones bajo las que originalmente se reproducía la comunidad campesina. En Atenas, al contrario que en Esparta, la esclavitud surge sobre la base de la acumulación de la propiedad territorial y el comercio, que hunde a los propietarios libres en la servidumbre e invoca el espectro de la guerra civil (la inenarrable stásis, que inspiraría el genio trágico de los atenienses). Las reformas de Dracón y Solón, de la misma manera que la tiranía de los pisistrátidas, constituyen una etapa de transición hacia la consolidación del poder político y, paralelamente, de los elementos originalmente anexos que terminan por disolver los lazos tribales: la esclavitud, el dinero y el mismo poder público aparentemente situado por encima de la sociedad. El estrechamiento del cuerpo de ciudadanos (es decir, de propietarios libres) se convierte en el primer asunto público; así Solón “ prohibió los préstamos que tomaban el cuerpo en prenda” y Pisístrato “ prestaba dinero a los pobres para su trabajo, de suerte que pudieran sustentarse cultivando la tierra .”74 Durante el arcontado de Iságoras, Clístenes le da la puntilla al reorganizar formalmente las tribus sobre una base territorial, repartiendo a los miembros de aquéllas entre las nuevas circunscripciones ( demos).

Análogo papel representan en Roma, por ejemplo, las leyes licinio-sextas, los tribunados de los Graco y la literatura clásica moralizante. Al término de la Segunda Guerra Púnica, las largas campañas, el trigo africano y los latifundia que devoran el sur de Italia terminan de liquidar la base de existencia del campesino-soldado romano. Con ello laminan definitivamente la primera fuerza productiva de la sociedad (la comunidad misma) e inauguran el período de luchas y guerras civiles que sólo darán tregua con el Principado. El aparentemente exacerbado papel que las clientelas y el ejército desempeñan en la política de los últimos tiempos de la República y durante el Imperio tiene también esta base histórica.

La limitada base de existencia de la ciudad antigua es la razón de por qué las luchas de clases se libraban únicamente entre los propietarios, entre eupátridas y pequeños campesinos, entre patricios y plebeyos, etc., por encima de la clase de los esclavos, que se limitaba a yacer entre las condiciones objetivas del trabajo, entre la tierra, los aperos de labranza y el ganado. Salvo excepciones particulares ─como el levantamiento de las minas de Laurión─, los esclavos sólo pudieron actuar como clase allí donde la esclavitud no se desarrolló sobre la base de la vieja comunidad natural, sino como producto de la guerra de conquista que se anexa a los prisioneros como propiedad colectiva de la comunidad de hombres libres; y allí donde el grado de descomposición de la base natural de la comunidad alcanzó su máximo a escala de todo el mundo clásico, reuniendo en los latifundios ejércitos agrarios de miles de esclavos. Paradójicamente, la contradicción entre esclavos y esclavistas aparece como dominante y principal sólo en el caso más inmaduro y anormal y en el caso más puro y desarrollado del mundo esclavista; sólo en ellos se encontrarán los esclavos con medios propicios para acciones independientes, si bien puntuales: a saber, la guerra ilota en Esparta y las grandes rebeliones de esclavos romanos, que llevan el inmortal nombre de Espartaco. 75

En la sociedad clásica mediterránea, la política y el Estado emergen como prolongación directa de la lucha de clases en el seno de la comunidad, comunidad que a su vez se comporta hacia la tierra como el presupuesto natural del trabajo, lo que le confiere su base estrecha característica. La sociedad burguesa, por el contrario, se fundamenta en la revolución continua de los medios objetivos de la producción, separados de su elemento subjetivo, el trabajo. Sólo entonces toma la política un aspecto de completa emancipación respecto de la sociedad, y además de la sociedad en general, y no respecto de una rama u otra de la producción. Dejamos apuntado que ésta es una de las fuentes de las que bebe el universalismo que primeramente fue blandido por la burguesía en sus mocedades revolucionarias. Pero lo que nos interesa subrayar aquí es que, en estas circunstancias, el proletariado sólo puede actuar como clase independiente en la medida en que pueda presentar sus intereses como intereses generales de la sociedad, y en la medida en que aprenda a analizar las posiciones de las distintas clases de la población no desde su punto de vista inmediato como clase particular, como clase asalariada, sino desde el punto de vista del desarrollo histórico y de las tareas de la revolución; es decir, como clase revolucionaria.

Y he aquí por qué la política revolucionaria no es, para el marxismo, una simple prolongación de la lucha económica de resistencia del proletariado, ni un atributo directamente incardinado en su ciertamente universal condición de clase que más sufre. Es, muy al contrario, la primera escuela en la que Marx y Engels confiaban que el proletariado se educase y aprendiese a ver más allá de sus estrechos intereses particulares, capacitándose efectivamente para la dominación política y para emancipar a la humanidad en su conjunto. Se trata de una escuela de la que no dispusieron otras clases oprimidas a lo largo de la historia, como no disponían de la posibilidad de hacer valer su lucha de clase como lucha por los intereses generales de la humanidad. La moderna sociedad burguesa, al no producir y reproducir sobre una base limitada, apertura una mayor profundidad. Y una clase que no aprenda a emplear todos los grandes recursos que le abre ese mundo está condenada a no levantar cabeza del lodo de su esclavitud.

En los prolegómenos de 1848, esta necesidad de educación era tanto más urgente en Alemania que en Francia. Como es sabido, a esa altura Alemania era un paraíso minarquista donde los soberanos competían entre sí por ver quién apuraba más rápidamente sus respectivas arcas. La burguesía tenía representación a su manera, cuando podía comprarse un carguito en la burocracia de alguna corte de provincias. Y aun a pesar de semejantes oportunidades, un insigne plebeyo como el pequeño de los Rothschild prefirió llevar su vida de empresaurio a París, donde bailaría numerosos agarraos con Luis Felipe y Napoleón III. En plata: no sólo los plebeyos pobres, sino también los plebeyos burgueses carecían de representación política más allá de asambleas consultivas convocadas a gusto y placer del padrecito coronado de turno. Por otro lado, lo que el viento se llevó en Austerlitz fue el Imperio, pero no el secular atraso de la industria alemana, que a mediados del siglo XIX seguía siendo un paisaje básicamente manufacturero y artesano, encajonado por el bocage político de la Confederación Germánica y apenas ligado por el abrazo aduanero de la Zollverein. Y “mientras en Francia e Inglaterra las ciudades dominan el campo, en Alemania el campo domina las ciudades, la agricultura domina el comercio y la industria.” 76 El proletariado alemán se encontraba disperso y dividido en numerosas categorías de jornaleros y artesanos, sin apenas vínculos entre sí. “Esta división y dispersión ─dice Engels─ hace que no les sea posible más que restringirse a sus intereses inmediatos y cotidianos, al deseo de un buen salario por un buen trabajo”, y que esto “limita a los trabajadores a ver sus intereses en los de sus empleadores, haciendo por lo tanto a todas y cada una de las secciones de trabajadores un ejército auxiliar de la clase que los ocupa”. La conclusión del de Barmen es tajante: “Así de poco preparada está la masa de los trabajadores alemanes para asumir el liderazgo de los asuntos públicos”. 77 Pero el hecho de que el proletariado alemán todavía tuviese pendiente su constitución en clase no impele a los fundadores del marxismo a aleccionarlo acerca del significado comunista de sus luchas diarias y estrechas. A eso se dedicaban, más bien, los tenores doctrinarios del “verdadero” socialismo, los Grün, los Heinzen y compañía. 78 Al contrario, Marx y Engels esbozan un plan que vincula la situación de las clases en Alemania 79 con los objetivos generales de la revolución burguesa, de la forma que sitúe al proletariado en la mejor posición posible para llegar a desarrollar su movimiento propio e independiente.

A altura de 1847, como recoge también el Manifiesto, Marx y Engels asumen el modelo clásico de la revolución burguesa, al estilo de 1789, como línea general que seguirá la revolución en Alemania, sólo que bajo las condiciones más progresivas de la civilización europea en general .80 Habría de empezar con un movimiento de la burguesía y la nobleza liberal, entre cuyas tareas estaría la centralización política del país y el desarrollo de la industria nacional. Tal tarea, en Alemania, la podía llevar a cabo la burguesía, y únicamente la burguesía. No sólo ─dicen Marx y Engels─ porque fuese su interés práctico como clase, sino porque no había ninguna otra clase que pudiese adquirir en ese trance la condición de partido político independiente 81 (un importante matiz que muestra cómo, para los dos camaradas, lastareas de la revolución no se desprenden mecánicamente del contenido económico de la clase que la lleva a cabo). A medida que la burguesía se consolidase en el poder y el país se desarrollase económica y políticamente bajo el signo de la revolución, maduraría el movimiento democrático de las clases medias, útero inmediato del cual podría nacer el movimiento independiente del proletariado comunista maduro ─no sólo objetivamente más cohesionado por el progreso industrial, sino con una nutricia experiencia política revolucionaria.

Ya hemos dicho que, para Marx y Engels, esto no era un pronóstico. Era el plan, la visualización general de las fases, de losjalones por los que medir el desarrollo del movimiento y las tareas objetivas de la revolución burguesa, consideradas no sólo desde el punto de vista de “los objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera”, sino ─y sobre todo─ desde elpunto de vista del “porvenir de ese movimiento”. 82

“El proletariado no se pregunta si el bienestar del pueblo es un asunto de importancia secundaria o primaria para la burguesía, o si la burguesía desea usar a los proletarios como carne de cañón o no. El proletariado no se pregunta meramente acerca de qué desea hacer la burguesía, sino acerca de lo que tiene que hacer. Se pregunta si el sistema político presente, el dominio de la burocracia, o el que persiguen los liberales, el dominio de la burguesía, ofrecerá los medios para conseguir sus propios fines. Para ello sólo tiene que comparar la posición política del proletariado en Inglaterra, Francia y América con la de Alemania para ver que el dominio de la burguesía no sólo pone nuevas armas en las manos del proletariado para la lucha contra la burguesía, sino que también le asegura a ese fin un estatus diferente, el estatus de partido reconocido.” 83

“La única pregunta”, añadiría Engels, es si la burguesía “está obligada por necesidad a conquistar el dominio político para sí derribando el status quo” y “si es lo suficientemente fuerte” para hacerlo. La respuesta es lacónica: nous verrons, “veremos”. 84 El análisis de las tendencias y contradicciones de las luchas entre las distintas clases de la sociedad es un análisis de eso mismo, de tendencias. El molde de la revolución tampoco es tomado como datum de la experiencia de 1789-1794, sino que informa de una serie de tareas generales a cumplir y permite ordenar los grandes recursos existentes de los que puede disponer el proletariado y a los que debe atender si no quiere mantenerse en sus limitadas condiciones de existencia y en la ilusión de poder conseguir su redención de espaldas a la sociedad. Estos son los dos presupuestos, para Marx y Engels, de una posición proletaria independiente, que a su vez es lo que otorga profundidad al movimiento democrático alemán; 85 muestra qué cabe hacer, qué cabe esperar y permite vincularlo con elproyecto comunista, como un paso en esa dirección que ya es, también, recorrer esa dirección. Incluso el curso de acción que tome la burguesía y la nobleza liberal puede allanar el camino si somos capaces de pensar con la amplitud suficiente. Y esa amplia perspectiva permitía abrir un campo de posibilidades inédito, que no estaba ahí, ni en ninguno de los programas, ya no digamos de las diversas sectas y partidos obreros, sino tampoco en los de los partidos liberales y democráticos; ni en lo que las limitadas condiciones de existencia del proletariado mismo podían ofrecer. Karl Heinzen, “verdadero” socialista que asumía la posición del campesinado y reclamaba medidas proteccionistas para amparar al proletariado urbano, recibe la amonestación de Engels en los siguientes términos:

“En lugar de estudiar las condiciones en Alemania, haciendo un balance general de las mismas y deduciendo de aquí qué progreso, qué desarrollo y qué pasos son necesarios y posibles, en lugar de hacerse una imagen clara de la compleja situación de las clases individuales en Alemania, de sus relaciones entre sí y con el gobierno, y concluyendo de aquí qué política hay que seguir; en lugar de, en una palabra, acomodarse al desarrollo de Alemania, el señor Heinzen demanda, sin muchas ceremonias, que el desarrollo de Alemania se acomode a él.” 86

Qué es lo necesario y qué es lo posible son dos preguntas que, por desgracia, pocos comunistas se hacen en nuestro tiempo. Vemos cómo “acomodarse al desarrollo” de la realidad implica, verdaderamente, cosas bastantes más complejas de lo que hoy día se suele entender por tal consigna. Lo que hoy en día se suele entender por realismo, y hasta por materialismo, no es otra cosa que latautología tranquilizadora de que la lucha que se libra en un momento dado es el punto de partida y de referencia del movimiento comunista, aseveración cuya conclusión impecablemente lógica es que el movimiento comunista es siempre y en todo momento la lucha que se libra en un momento dado ─y esta tautología la repiten, bajo una forma u otra, la enésima organización revisionista y el último grito crítico. Eso es, más bien, pretender acomodar el rico y variado desarrollo de la realidad a lo que de sí mismos dicen quienes se erigen en portavoces de las luchas que se libran hoy, tan inevitables en la sociedad capitalista como inevitable es su estrechez en esta época de derrota teórica, histórica y moral. Un ejercicio, dicho sea de paso, bastante ideológico y acrítico para con la realidad y para con uno mismo.

Y hablando de portavoces: en la antigua Roma los esclavos eran llamados cosas con voz. Cuando gente como Theodor Adorno y sus discípulos dicen que la tarea del pensamiento y lacondición de la verdad consisten en “prestar voz al sufrimiento” 87 están demostrando una concepción de los esclavos modernos bastante más baja de la que tenían los romanos acerca de los esclavos antiguos, que al menos gozaban de la dignidad de una epiglotis propia. Pues a eso mismo suenan las prestaciones de servicios orales que se estilan en nuestra época, y que, al término, se reducen a colgar etiquetas bajo la enseña del monismo: eso es político; esto, lo mismo. Véase, en cualquier caso, cómo para Engels la línea políticarevolucionaria no es un atributo de la sustancia metabólica obrera que hubiera que revelar, y sí un resultado, un producto no reiterativo, no tautológico, sino nuevo, que concluye desde el ejercicio teórico de clarificar las relaciones entre todas las clases de la población y la relación de sus luchas de clase con las tareas, medios y posibilidades de la revolución proletaria. ¡Cualquiera diría que el bueno de Engels “sujeta la teoría a la posición de fuente inmediata de la que debe emanar la política”! 88

Tampoco se contentaban los autores del Manifiesto con invocar de forma doctrinaria el necesario carácter internacional de la revolución comunista para, al minuto, dejar este problema a la buena del día de mañana, cuando el proletariado fuese empujado a plantearse esas cosas. Marx y Engels eran críticos con la estrechez de la marcaBurschenschaft, 89 pero no salían del paso afirmando la estrechez contrapuesta. Las expectativas y posibilidades de la revolución en Alemania también eran puestas en relación con la situación general europea, con elsistema de Estados europeo, en numerosos intentos por articular, en lo concreto, las piezas de la revolución europea en un todo, en lo que son los primeros bosquejos de un plan para la revolución internacional. Los dos camaradas dirigían su agitación, en ese órgano de la democracia que era La Nueva Gaceta Renana, en pro de una guerra de las naciones revolucionarias contra las naciones reaccionarias, con Rusia a la cabeza y con Austria y Prusia como sus carceleros centroeuropeos. La opresión de Polonia era la argolla que sujetaba las cadenas de estos mastines; su lucha de liberación era una cuestión de interés existencial para la revolución europea (y seguirá figurando como tal en el programa de la AIT). Toda la táctica internacional preconizada por nuestros hombres gira en torno a esta clave, y la posición en la historia que atribuyen a cada movimiento dependía de su contribución a derrocar o fortalecer el sistema zarista y sus puntales absolutistas ─de ahí su hostilidad manifiesta, por esta época, contra las naciones movilizadas por el paneslavismo zarista, como la checa o la croata, 90 o la reclamación del Schleswig-Holstein para Alemania por su mayor dinamismo social, frente a la estancada Dinamarca. Y cuando, en febrero de 1847, el rey Federico Guillermo IV propuso alquilar una Constitución a sus súbditos, Marx y Engels lo entendieron como el posible punto de partida del 1789 prusiano y de la escalada de acontecimientos que podría empujar hacia el Este el frente de la revolución. Engels se apresura entonces a indagar en las posibilidades que se abrían con una simple carta otorgada:

“Hay otra circunstancia que debe remarcarse. La conquista del poder público por las clases medias de Prusia cambiará la posición política de todos los países europeos. La alianza del Norte será disuelta. Austria y Rusia, los expoliadores principales de Polonia, se aislarán completamente del resto de Europa, dado que Prusia arrastra consigo a los Estados alemanes más pequeños, todos los cuales tienen gobiernos constitucionales. Por lo tanto, el balance de poder en Europa cambiará al completo por las consecuencias de esta constitución insignificante, la deserción de tres cuartas partes de Alemania desde el campo de la Europa del este estacionario al campo de los países occidentales progresivos. En febrero de 1846 estalló la última insurrección polaca. En febrero de 1847, Federico Guillermo convoca sus Estados Generales. ¡La venganza de Polonia se acerca!” 91

Ya hemos trabajado en otra ocasión la cuestión de lasnaciones revolucionarias y las naciones contrarrevolucionarias en el pensamiento de Marx y Engels,92 y no vamos a demorarnos aquí en ese tema. Valga únicamente como ejemplo de cómo cuestiones tan desapegadas de la lucha diaria del proletariado como son los misterios de la política internacional 93 caen también dentro de las necesidades educativas de la clase obrera y de cómo aprender a comprenderlas en toda su amplitud es un elemento integrante e impostergable de la elaboración de la línea política de la clase revolucionaria. 94 Otro fecundo ejercicio cuyos resultados resistirían bien la prueba del tiempo: una guerra ─revolucionaria o no─ o una revolución popular que hundiese la autocracia zarista siempre se contó, para Marx y Engels, entre la más suculenta de las perspectivas para que arreciase una nueva ola de revoluciones en Europa, y situaría a la clase obrera en una posición inmejorable e imposible de obtener por otros medios. Así habla Engels en 1877:

“[El hundimiento de la autocracia zarista] significaría la desaparición de un vasto poder militar que, aunque difícil de manejar, ha constituido la columna vertebral de los despotismos coaligados de Europa desde la Revolución Francesa. Significaría la emancipación de Alemania respecto de Prusia, pues Prusia es una criatura de Rusia y sólo ha existido colgada de ella. Significaría la emancipación de Polonia. Significaría el despertar de las pequeñas naciones eslavas de Europa del Este de los sueños paneslavos espoleados entre ellas por el actual gobierno ruso. Y significaría el comienzo de una activa vida nacional entre los mismos pueblos rusos, y junto a ello el florecimiento de un verdadero movimiento de la clase obrera en Rusia. En conjunto, significaría tal cambio en la situación europea que debe ser saludado con alegría por los trabajadores de cada país como un paso gigantesco hacia su fin común ─la emancipación universal del trabajo.” 95

En lo concreto de 1848, aquel esquema de la revolución europea contempla al proletariado como la extrema izquierda del frente general de la revolución democrática, y ésa es, por así decirlo, la bóveda que otorga la clave para ordenar las fuerzas y acciones del proletariado de la forma que lo sitúen en la mejor posición para implementar su lucha de clase independiente y llevar el movimiento a un nuevo nivel. El escaso grado de desarrollo del proletariado, dividido en diversas sectas socialistas y enclaustrado en su lucha de resistencia, no es aquí el punto de partida del plan, sino la condición presupuesta que la propia revolución y la agitación comunista deben transformar 96 ─y deben transformarlo precisamente partiendo de otras coordenadas, desde fuera de lo que dicha lucha económica puede y tiene que plantearse, desde la relación entre todas las clases, de éstas con el Estado, y de ambos con el conjunto delsistema internacional de Estados. Lo que empuja hacia adelante la lucha de clases del proletariado hacia el comunismo no es la natural progresión desde la lucha contra el patrón a la organización por empresas, y luego a la organización por sectores, y luego a la organización nacional, y luego a la toma del poder, etc., todo ello obligado por la lógica de las cosas, por la percibida impotencia de los asociados y alumbrado críticamente por losdescubrimientos teórico-prácticos que revelan lo que ya estaba ahí. Más bien, la participación directa del proletariado en la revolución democrática, la definición de su actitud hacia el gobierno y todas las clases de la población y, en última instancia, latoma de las armas para defender y desbordar por la izquierda el movimiento revolucionario de las clases medias era lo que proveería los elementos (también educativos) paraempujar a la clase hacia adelante, hacia lacompleta abolición de la propiedad privada. 97 Así planteaban Marx y Engels, en 1848, la vinculación de la revolución democrática con la revolución comunista, la transformación de una en la otra.

Sería la revolución de 1848, y especialmente ese terremoto de Junio que partió un continente, lo que trastocaría de medio a medio el balance de poder en Europa: la burguesía francesa se arroja en brazos de Luis Napoleón, la clase obrera queda desarticulada por el momento, los burgueses prusianos reniegan de su propia misión histórica y corren a esconderse bajo las faldas junker, el cartismo ─hasta entonces modelo de movimiento político de la clase obrera─ se hunde, la democracia polaca queda de nuevo aislada, se desata la reacción. Con todo ello, dice Marx, caduca el viejo modelo de la revolución, que se mueve en un sentido ascensional desde losconstitucionales hacia los girondinos, y desde los girondinos hacia los jacobinos; es decir, desde el liberalismo hacia la democracia, y desde la democracia hacia su extrema izquierda plebeya, donde el partido más arrojadoenvía a la guillotina al anterior y lleva el movimiento más allá. 98 El proletariado ya no podía contar con remar sobre esa ola. Era obligatorio pensar de nuevo la revolución.

III.

Pensar de nuevo la revolución . Había que pensar la revolución más allá de la revolución ─esto es, más allá de la revolución realmente existente hasta 1848-1850. Se agotaban certezas que habían hecho época, y las que tenían que tomar su lugar apenas se habían insinuado. Ya no cabía contar, por lo menos teóricamente, con la revolución que se mueve en un sentido ascensional por el empuje de partidos sucesivamente más a la izquierda. 1848 inculcó a los partidos burgueses y pequeñoburgueses el temor a ir demasiado lejos. 1871 los aleccionaría tanto más. Algo en contradicción con la propia naturaleza económica de la burguesía, la revolución continua de la producción ,99 venía para quedarse. Las revoluciones de 1848 se cierran con la derrota de la clase obrera y de los partidos democráticos, pero también anuncian, por boca de Marx, la dictadura del proletariado (1852) y la revolución permanente hasta que sea descartada la dominación de las clases más o menos poseedoras . Había que pensar de nuevo la revolución. Es decir, había que fundamentar la revolución del porvenir.

No bien termina el ciclo revolucionario de 1848-1850, Marx se sume otra vez en sus estudios económicos. 100 Su resultado último, El Capital, es un monumento de la independencia del pensamiento proletario. El secreto de la sociedad moderna reside en su anatomía económica, es el nexo interno que anuda el mundo que estaba naciendo, el proletariado se encuentra en su corazón mismo y es su producto más peculiar, el motor de la historia es la lucha de clases: todo esto, que era el punto de partida de Marx y Engels a mediados de los 40, recibe aquí su fundamentación detallada. Aun en tiempos de la AIT, el pensamiento socialista mayoritario giraba en torno a la distribución, frente a la cual las relaciones burguesas de producción aparecían como un presupuesto más o menosnatural de toda sociedad. De la misma manera que la Miseria de la filosofía convenció a la Liga de los Justos de la superioridad del punto de vista de Marx y Engels, El Capital habría de convencer al mundo. En lo sucesivo, ningún programa obrero teóricamente fundamentado podría librarse de tener que tomar partido frente a este coloso, que dotaba al proyecto proletario revolucionario de una visión clara y científica de la profundidad correspondiente a ese mundo que tenía que ganar. El Capital fundamentó definitivamente la actitud crítica ante los más variados programas y proclamas de la burguesía y del socialismo vulgar. La comprensión del mundo es un resultado, pero asimismo un nuevo punto de partida: el listón de vanguardia ante el cual toda teoría, todo proyecto, todo programa tenía que rendir cuentas. 101

Por lo que respecta a su significado teórico, la crítica de la economía política también “ofrece una perspectiva desde la que aproximarse al conjunto de fenómenos históricos”. 102 Así nos lo dice el autor en, de nuevo, la Contribución:

“Esbozados a grandes rasgos, los modos de producción asiáticos, antiguos, feudales y burgueses modernos pueden ser designados como otras tantas épocas progresivas de la formación social económica. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso de producción social, no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que nace de las condiciones sociales de existencia de los individuos; las fuerzas productoras que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales para resolver este antagonismo. Con esta formación social termina, pues, la prehistoria de la sociedad humana.” 103

Para Marx, el progreso es, en palabras de Hobsbawm,objetivamente definible. 104 No porque consista en la acumulación de dichas, felicidades y fuerzas productivas en un mundo que siempre va a mejor, sino porque la prospección que Marx hace de las categorías económicas de la sociedad burguesa le permite establecer un punto de referencia histórico. Conocemos por la diferencia, por la contraposición; determinar algo es distinguirlo. Ya hemos mencionado cómo Marx empleaba sus eruditos conocimientos de la historia antigua como constante contrapunto de la sociedad capitalista contemporánea y, por lo demás, “ la anatomía del hombre es una clave para la anatomía del mono”, “la economía burguesa suministra así la clave de la economía antigua” ─pero “no al modo de los economistas”, que “cancelan todas las diferencias históricas y ven la forma burguesa en todas las formas de sociedad”─ y, “como la sociedad burguesa no es en sí más que una forma antagónica de desarrollo, ciertas relaciones pertenecientes a formas de sociedad anteriores aparecen en ella sólo de manera atrofiada o hasta disfrazadas, p. e., la propiedad comunal”. 105 Como la sociedad burguesa es esa forma antagónica de desarrollo donde las categorías económicas aparecen de la manera más pura, desnuda y desarrollada, suministra los rudimentos para comprender cómo se articulan las sociedades que no han llevado al extremo la autonomización de las condiciones objetivas de la producción frente al hombre ─un tema tomado directamente de sus manuscritos de 1844, ahora con mayor perspectiva y fundamentación científica. Ésa es la medida del progreso en el pensamiento de Marx y Engels. Para ellos, el desarrollo histórico de la producción y reproducción humana tiene un punto de arranque muy bien definido: la comunidad natural, donde el hombre se comporta con sus medios objetivos de existencia (la tierra, las herramientas, etc.) como con su cuerpo inorgánico (por usar la expresión del joven Marx), y se encuentra en espontánea unidad natural con los mismos. Todo el desarrollo de la sociedad de clases se resume en la progresiva disociación entre ambos elementos y en el desarrollo de las fuerzas productivas ─que no se reducen, efectivamente, a la técnica, sino que involucran también la división del trabajo (primero natural, más adelante social) y el despliegue de fuerzas sociales fruto de la cooperación de los hombres sobre dicha base. 106

Esto es, evidentemente, una generalización. Ni consiste en una línea recta, ni en una adición cuantitativa, ni cabe ordenar cada formación social en una marcha históricamente ascensional más que a grandes rasgos. Pero es un proceso que, en cualquier caso, sólo culmina y se completa con la sociedad burguesa, que por eso permite plantear científicamente ese reencuentro del hombre consigo mismo y con el mundo (comunismo) y comprender, en profundidad, la anatomía del mono. Esto está en La ideología alemana, está en los Grundrisse, está en El origen de la familia… y está en El Capital, a cada vuelta con un mayor grado de concreción y detalle científico. Así, a poco de haber publicado el primer libro de esta última obra, Marx podía decirle a su colega:

“Sucede con la historia humana como con la paleontología. Hay cosas que se tienen debajo de las narices y que las inteligencias más eminentes no las ven, en principio, debido a cierta judicial blindness. Después, cuando comienza a lucir la aurora, viene la sorpresa de advertir que lo que no se había visto ofrece vestigios en todas partes. La primera reacción contra la Revolución francesa y el pensamiento de las Luces, que va vinculado a ella, ha sido naturalmente la de verlo todo bajo el aspecto medieval y romántico, e incluso personas de la valía de Grimm la han compartido en parte. La segunda reacción, que corresponde a la tendencia socialista, aun cuando sus sabios no se den cuenta en absoluto de que es la suya, consiste en remontarse, por encima de la Edad Media, a los orígenes de cada pueblo. De ahí que les sorprenda tanto encontrar en lo que existe de más antiguo las cosas más nuevas, e incluso Egalitarians to a degree, cosa que haría temblar al mismo Proudhon.” 107

Esta concepción de la historia, cuya argumentación detallada a este respecto esbozara Marx, precisamente, en el capítulo Formen de los Grundrisse, se complementa con la alusión al dominio consciente de la producción social y de las fuerzas naturales, en los términos que, más adelante, Engels sistematizaría y teorizaría en la célebre introducción a su Dialéctica de la naturaleza:

“La obra de Fraas (1847), Klima und Pflanzenwelt in der Zeit, eine Geshichte beider [El clima y la flora en el tiempo, su historia común], es muy interesante: demuestra, en efecto, que en la época histórica el clima y la flora cambian. Es darwinista antes de Darwin y quiere que las especies mismas nazcan durante la época histórica. Pero, al mismo tiempo, es agrónomo. Pretende que con el cultivo del suelo, y según su nivel, la ‘humedad’ tan apreciada por los campesinos se pierde (esa sería la razón de que los vegetales emigren del sur hacia el norte) y que, finalmente, se formen las estepas. El efecto primero del cultivo sería útil, pero terminaría por ser devastador, por efecto de la tala de los bosques, etc. Este hombre es tanto un filósofo particularmente erudito (ha escrito libros en griego) como un químico, un agrónomo, etcétera. El resultado es que el cultivo, si progresa naturalmente, sin ser dominado conscientemente (como burgués que es, no llega naturalmente hasta ese extremo) deja tras de sí desiertos: Persia, Mesopotamia, Grecia, etcétera. ¡Y ya tenemos otra vez, inconscientemente, la tendencia socialista!” 108

Compárese la riqueza, variedad y amplitud del pensamiento marxista con, por poner un ejemplo cualquiera, la sentenciosidad categórica que resume la transición al comunismo como la lucha entre la asociación y la competencia a escalas cada vez más abarcadoras (vaguedad teóricamente irrefutable, dicho sea de paso, porque tiene la burda virtud ontológica dedecirlo todo sin decir nada, de resolver todos los problemas con brocha gorda y que, por lo demás, permite cargar los fracasos de mi proyecto al millón de cosas que pueden salir mal).

Sobre estos monumentales pilares Marx y Engels pudieron seguir definiendo la táctica de la revolución proletaria en un momento en que, como decimos, las viejas certezas yacían anegadas en los limos de la tormenta de 1848 y había que pensar de nuevo la revolución mundial. Basta considerar, por ejemplo, las reflexiones que suscitaba en Marx la comuna rural rusa como posible punto de apoyo nacional para la transición al comunismo, como complemento de la lucha proletaria en occidente y en unas circunstancias históricas determinadas, 109 o, mismamente, “la posibilidad de respaldar la revolución proletaria con alguna segunda edición de la guerra campesina.” 110 No hay aquí ninguna candorosa sujeción de la teoría a losdescubrimientos teórico-prácticos del obrero sumido en la guerra de guerrillas contra el capital, sino la consideración del proceso histórico en su conjunto, de su marcha y resultados, y de las piezas que puedan servir de material, directo o indirecto, para dirigir, ampliar o consolidar el movimiento revolucionario en función de los fines de éste, sin negarlas de antemano en base a dogmas economicistas y doctrinarios. Y, a respecto de rusos y de campesinos, las piezas que por esta época iban ordenando Marx y Engels en su concepción de la revolución mundial no iban muy desencaminadas…

Empezábamos este trabajo haciendo un repaso apurado del catálogo de los saberes que manejaban los fundadores del marxismo. Sostenemos que la comprensión del surgimiento del socialismo científico no puede desvincularse de la prodigiosa cantidad de conocimientos de sus artífices, y es algo que hoy por hoy, cuando es preciso reconstituir el pensamiento revolucionario, no podemos dar por supuesto. Precisamente, pensar la revolución requiere, primero que nada, de cabezas pensantes, y hoy el proletariado ya no puede contar con la teoría revolucionaria elaborada por la intelectualidad burguesa desclasada desde fuera del movimiento revolucionario . Como hemos argumentado, la concepción revolucionaria del mundo brota, por así decirlo, de los más variados y ricos conocimientos históricos y científicos, y ello por una razón muy práctica y muy sencilla: cuanto más sé, cuanto más diverso es mi conocimiento, cuanto menos limitado me encuentro por mi ignorancia, tanto más fácil me resultará ver the big picture, como dicen los anglosajones, tanto más fácil me resultará ver más y más lejos, tanto más fácil me resultará ver el significado de clase de las más pomposas flores teóricas, tanto más fácil me resultará dar soluciones originales ante un impasse histórico sin precedentes. Se dice que el saber te hace libre. Si no libre, sí independiente: independiente de las frases de moda, independiente de los ideólogos burgueses, independiente para forjarse un criterio propio. Y lo que necesita el proletariado, más que el pan, es su independencia. ¡La ignorancia nunca ha ayudado a nadie! En una época donde todas las viejas certezas han sucumbido y han dado paso a una deslucida y repetitiva farsa general, lo que el proletariado necesita es recuperar la independencia de su pensamiento revolucionario y fundamentarlo de la forma más amplia y detallada posible, para poder ser tan original, radical y revolucionario como la realidad misma. Ésa es la única vacuna contra los doctrinarismos que hoy pueblan su vanguardia y que lo incapacitan para conquistar ese mundo por ganar.

Ése fue, también, el combate que libraron Marx y Engels. Decíamos asimismo que los dos colegas, de forma un tanto ingenua, abrigaban la esperanza de que la clase obrera llegase mediante su propia experiencia práctica y revolucionaria inmediata a las conclusiones que ellos habían llegado en el pensamiento. No obstante, a pocos años de la muerte de Marx, y cuando el socialismo marxista parecía avanzar entre los obreros a velas desplegadas, Engels ya no se mostraba tan optimista:

“Marx y yo tenemos trabajo teórico específico que hacer, el cual, hasta donde ahora podemos ver, nadie más sería capaz de realizar , aunque quisieran, y hemos de aprovechar la presente calma universal para completarlo. ¿Quién sabe cuándo sucederá algo que nos involucre de repente en el movimiento práctico, una vez más? Tanta más razón para hacer uso de este breve respiro para llevar un poco más adelante el aspecto teórico, no menos importante.” 111

Dicho trabajo teórico consistía en el Anti-Dühring, laDialéctica de la naturaleza y el segundo tomo de El Capital. Nada menos. Aquí hay dos cuestiones a subrayar. Por un lado, la teoría de Marx y Engels fue recibida por sus discípulos en forma de tesis ideológicas y políticas más o menos acabadas, y elaboradas al calor de fases muy determinadas del desarrollo del proletariado. Como la LR ha subrayado en numerosas ocasiones, los fundadores del marxismo ─especialmente Marx─ tendieron a descuidar la sistematización de su teoría como concepción integral del mundo. Por el otro lado, y en segundo lugar, está el problema de la formación de los obreros y de los dirigentes del movimiento en dicha concepción, que no es un compendio de tesis generales que provea de respuestas acabadas para todos los problemas de la vida, sino que implica más bien, y como hemos intentado poner de relieve, unos principios y una determinada actitud intelectual. Y se trata, ni más ni menos, que de la cuestión clave y fundamental para la continuidad a largo plazo de la revolución: la transmisión del pensamiento revolucionario, que, más que lecturas dogmáticas de El Capital, gurús y pensamientos guía, lo que necesita son hombres y mujeres capaces de una verdadera y profunda inteligencia y de una verdadera y profunda comprensión.

Marx y Engels insistieron, a lo largo de toda su carrera, en que los proletarios podían y debían educarse para llevar a cabo su misión emancipadora, y condenaban categóricamente cualquier pretensión de tratarlos como una masa amorfa a la que hubiese queprestar voz. 112 Al respecto de los elementos educativos que los intelectuales de extracción burguesa podían aportar al proletariado, mantuvieron en lo esencial la posición del Manifiesto, añadiendo el celo que los obreros debían guardar ante lo que ya eran conquistas teóricas de la ideología proletaria. El lector sabrá disculpar la extensión de la cita:

“El mismo curso del desarrollo determina el fenómeno inevitable de que algunos individuos de la clase hasta ahora dominante se incorporen al proletariado en lucha y le proporcionen elementos de instrucción. Ya lo hemos señalado con toda claridad en el Manifiesto. Pero aquí conviene tener presentes dos circunstancias:

Primero; que para ser verdaderamente útiles al movimiento proletario, esos individuos deben aportar auténticos elementos de instrucción, cosa que no podemos decir de la mayoría de los burgueses alemanes que se han adherido al movimiento; ni Zukunft ni Neue Gesellschaft han dado nada que haya hecho avanzar al movimiento ni un solo paso. En ellos no encontramos ningún material verdaderamente efectivo o teórico que pueda contribuir a la ilustración de las masas. En su lugar, un intento de conciliar unas ideas socialistas superficialmente asimiladas con los más variados conceptos teóricos, adquiridos por estos señores en la universidad o en otros lugares, y a cual más confuso a causa del proceso de descomposición por que están pasando actualmente los residuos de la filosofía alemana. En lugar de profundizar ante todo en el estudio de la nueva ciencia , cada uno de ellos ha tratado de adaptarla de una forma o de otra a los puntos de vista que ha tomado de fuera, se ha hecho a toda prisa una ciencia para su uso particular y se ha lanzado a la palestra con la pretensión de enseñársela a los demás. De aquí que entre esos caballeros haya tantos puntos de vista como cabezas. En vez de poner en claro un problema cualquiera, han provocado una confusión espantosa, que, por fortuna, se circunscribe casi exclusivamente a ellos mismos. El partido puede prescindir perfectamente de unos educadores cuyo principio fundamental es enseñar a los demás lo que ellos mismos no han aprendido.

Segundo; que cuando llegan al movimiento proletario elementos procedentes de otras clases, la primera condición que se les debe exigir es que no traigan resabios de prejuicios burgueses, pequeñoburgueses, etc. y que asimilen sin reservas la ideología proletaria. […] Si estos señores se constituyen en un partido socialdemócrata pequeñoburgués, nadie les discutirá el derecho de hacerlo; en tal caso, podríamos entablar negociaciones, formar en ciertos momentos bloques con ellos, etc. Pero en un Partido obrero constituyen un elemento corruptor. Si por ahora las circunstancias aconsejan que se les tolere, debemos comprender que la ruptura con ellos es únicamente cuestión de tiempo, siendo nuestro deber el de tolerarlos únicamente, sin permitir que ejerzan su influencia sobre la dirección del Partido. […] Y si hasta la dirección del Partido cae en mayor o menor grado en manos de esos hombres, quiere decir simplemente que el Partido está castrado y que ya no le queda vigor proletario.” 113

La garantía de la independencia del partido revolucionario estriba en que el proletariado pueda poner los medios para su propia educación. Es la garantía de que pueda mantener tanto los objetivos últimos del movimiento como de que sepa aprovechar, a ese fin, todos los grandes recursos de este mundo. Pero esto no tiene un significado únicamente táctico, por así llamarlo. Que la revolución comunista exija de los proletarios (y en primera instancia de su vanguardia) un constante esfuerzo formativo y educativo por forjarse como teóricos obreros ─tarea que sólo hoy podemos vislumbrar en toda su necesidad y profundidad estratégica─ apunta a demoler el núcleo de la contradicción básica de la sociedad de clases, que el capitalismo lleva a su paroxismo: la división entre trabajo manual e intelectual.

Su desarrollo es un proceso histórico, cuyas bases modernas fueron sentadas a lo largo del período manufacturero. La reunión de obreros bajo el mando de un mismo capitalista y la “puesta en movimiento de trabajo social medio114 supone la “creación de una fuerza productiva que en sí y para sí es forzoso que sea una fuerza de masas”. 115 Frente al maestro artesano, que domina su arte, su herramienta y su proceso de producción, la manufactura engendra una nueva antítesis: si parte de la separación entre la fuerza de trabajo y los medios de producción, viene a añadir la oposición entre los obreros parciales y laplanificación del proceso productivo, que se opone a aquéllos comoautoridad del capitalista 116 y hace aparecer el carácter social de dicha fuerza de masas como una propiedad intrínseca del capital. Engendra así la maldición de que el desarrollo de la sociedad se haga a cuenta de la constricción y embrutecimiento del individuo:

“La maquinaria específica del periodo manufacturero sigue siendo el obrero colectivo mismo, formado por la combinación de muchos obreros parciales […] Y si bien sus peculiaridades naturales constituyen la base en la que se injerta la división social del trabajo, la manufactura, una vez implantada, desarrolla fuerzas de trabajo que por naturaleza solo sirven para desempeñar una función especial y unilateral. El obrero colectivo posee ahora, en un grado igualmente elevado de virtuosismo, todas las cualidades productivas y las ejercita a la vez y de la manera más económica, puesto que emplea todos sus órganos, individualizados en obreros o grupos de obreros particulares, exclusivamente para su función específica. La unilateralidad, e incluso la imperfección del obrero parcial, se convierten en su perfección en cuanto miembro del obrero colectivo .”117

En cierto modo, la revolución comunista se presenta como elproceso opuesto. No en vano cita Marx en este punto las opiniones extremadamente heréticas de Hegel acerca de la división del trabajo: “ Por hombres cultos debemos entender, ante todo, aquellos que pueden hacer todo lo que hacen otros ”.118 El esclarecimiento teórico de la revolución del porvenir es la escuela en la que los obreros de hoy deben aprender a saber hacer de todo, esto es, a elaborar su propia posición independiente, de clase, frente al mundo en toda su riqueza y complejidad. En efecto, es un principio necesario del comunismo que el libre desarrollo del individuo es condición del libre desarrollo de todos , y hoy se expresa, como necesidad objetiva e impostergable, en la obligación del obrero comunista por desarrollarse intelectualmente de la forma más completa y omnímoda, precisamente porque de su contribución personal apensar la revolución depende que ésta pueda llegar a ser pensable de nuevo, como un horizonte no sólo posible, sino necesario. La producción capitalista engendra individuos sociales medios, individuos tipo, que empuja hacia la media bajo el peculiar principio de mediocridad del valor. El comunismo necesita justo lo contrario: no individuos que tiendan hacia la media, sino hacia arriba, que puedan constituir la fuerza de vanguardia que tiene que ser el movimiento comunista.

Sólo hoy aparecen plenamente correlacionados los medios del comunismo y su fin último, la recuperación del mundo objetivo para unos hombres que habrán tenido que pugnar por remontar, desde el inicio político de todo el proceso, su unilateralidad y su estrechez, a fin de hacerse hombres libres a la altura de ese mundo que tienen que ganar. Marx y Engels elaboraron su concepción de forma externa al movimiento obrero, y era necesario que fuese a través de la política que los obreros tuviesen que remontarse desde la base histórica de su lucha económica de resistencia hasta la posición de clase independiente. Hoy, por el contrario, el proletariado no cuenta con la figura del intelectual burgués que elabora la teoría revolucionaria y su programa al margen del movimiento, sino que son los propios proletarios comunistas los que deben situarse, desde el mismo inicio del proceso de reconstitución, en el nivel de la comprensión del movimiento histórico en su conjunto, en el nivel de contemplar el proceso social como un todo y en el nivel, por lo tanto, de la ideología, de la concepción del mundo. Esa es la única base desde la que pueden los proletarios, y con ellos la clase obrera en su conjunto, aspirar a recuperar su iniciativa histórica.

En la época de Marx, el combate contra la estrechez particularista del proletariado cobró la forma de combate contra el apoliticismo y contra la tentativa a circunscribir la teoría y táctica proletarias a la guerra de guerrillas contra el capital ─combate que terminó llevándose por delante a la venerable Asociación Internacional de los Trabajadores. En nuestra época, empero, el particularismo ya no da pábulo a candideces bakuninistas: si tú te solazas en la parcela que te asigna la división social del trabajo, no te preocupes, que ya yo te represento en la balanza de la voluntad general . En efecto, la representatividad es la lógica política natural y espontánea que se establece entre, por un lado, una clase que es incapaz de dar a sus intereses una forma general y, por el otro, sus representantes literarios y políticos, que vienen a encarnar su peso social, comomasa, como número, como grupo de presión, como suma de individuos tipo, de individuos mediocres, en la cancha donde sus mayores ─es decir, las clases dominantes─ se reparten las cuotas y presupuestos del capitalista colectivo ideal ─es decir, del Estado burgués imperialista. Todo amigo del pueblo que les dé una palmadita en la espalda a los obreros y les cante a la oreja serenatas sobre el significado comunista de sus luchas, apetencias e intereses particulares no es sólo un ideólogo; es, todavía más, el mejor ideólogo con el que podría soñar la burguesía.

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Recomienda el saber popular no dejar nada a fiar. Hace tiempo que debemos una respuesta de acuerdo a las reglas del arte a los autores de Ontología o Dialéctica. El trabajo de estudio y Balance sobre la cuestión de la mujer (recogido en los números 5, 6 y el presente de nuestra revista) más el estallido de la guerra imperialista, con todo lo que ello ha implicado e implica, nos impidió centrar nuestras fuerzas en elaborar una contestación lo más fundamentada y completa posible. Ello, además, debido a la naturaleza de la cosa misma. Ontología o Dialéctica consta, por así decirlo, de tres piezas: el acomodamiento crítico del pensamiento de Marx al molde frankfurtiano, la apropiación críticamente literal de las tesis, certezas y dogmas de Adorno y la lectura, también crítica, por supuesto, de qué dice y deja de decir la LR. En el presente trabajo hemos ajustado cuentas con el primer punto, más en una forma propositiva y positiva que polémica, intentando refutar las estrecheces heinrichianas al uso y resaltando aspectos fundamentales del pensamiento de Marx y Engels que quedan convenientemente ladeados entre sus nuevos lectores; lectores que, por lo demás, no extraen de sus lecturas nada que el revisionismo, el oportunismo y el practicismo estrecho no hayan dicho a lo largo de las últimas décadas. En fin, la magnitud y sustantividad de esta tarea justificaba por sí sola su tratamiento aparte. En un artículo del próximo número de Línea Proletaria saldaremos definitivamente nuestra deuda hincando el diente a los otros dos puntos, si acaso no nos lo impide una nueva catástrofe de esas en que este mundo nuestro es tan prolijo.




Notas: