A primera vista, el grupo oportunista de Adelante* no debería requerir detenerse demasiado en el tema. No es el primero ni será tampoco el último que se presente como la verdadera Línea de Reconstitución (LR) sin aportar un solo pensamiento original, un solo mérito político, una sola contribución a la reconstitución de la teoría revolucionaria. Tampoco pueden reivindicar la paternidad de una sola de la tonelada de ocurrencias que estampan en su libelo homónimo, siendo lugares comunes trillados que difícilmente podrían relacionarse con las ideas y el estilo de trabajo de la LR. Si este grupo constituye una excepción no se debe a lo que es, sino al lugar del cual procede y lo que ello dice acerca de ese lugar. Esto es lo que verdaderamente tiene interés en todo este asunto.
Tan temprano como en verano de 2022 calificamos a este ahora disminuido grupo como Línea Oportunista de Derecha (en adelante, LOD). Es oportunista porque ha sacrificado los intereses a largo plazo del movimiento comunista en beneficio de sus intereses privados de camarilla. Es de derecha porque, tomando a las masas ─a la vanguardia teórica no marxista-leninista─ como criterio de verdad y conciliando los principios en aras del posibilismo político, representa la tentativa de liquidar las ya precarias condiciones de independencia de la vanguardia marxista-leninista.
Esto no parece muy difícil de comprender. Pero siendo así, siendo la camarilla de derecha expresión de la corriente dominante, ¿por qué sería una línea especial? ¿Por qué no tratarla como una simple congregación revisionista más? Porque este grupo procede del movimiento por la reconstitución, porque ha surgido a partir de una serie de errores de concepción y desviaciones que se han ido acumulando a lo largo de una experiencia política de diez años. Llegado un punto, estas desviaciones se articularon como una plataforma de oposición que rápidamente se separó de su anterior organización. Al calificarla como línea llamamos la atención sobre esa secuencia, ese resultar de los errores de nuestra experiencia colectiva y el cómo estos condujeron a que un conjunto de militantes terminase por enajenarse respecto de los problemas que conciernen a la reconstitución de la teoría revolucionaria.
La divisoria entre reacción y revolución es móvil, se desplaza según la maduración de la clase proletaria y del proceso revolucionario. Dónde se sitúe en cada momento es algo que hay que determinar concretamente. Pero se trata en todos los casos de una divisoria tajante: o se es revolucionario, o se es oportunista. No hay término medio. Señalando a la camarilla como línea subrayamos el punto exacto en que esos errores y desviaciones en nuestra experiencia se convirtieron en antagónicos con la reconstitución, el punto en que dejaron de ser errores comunes y compartidos de militantes comunistas y se convirtieron en el credo de unos oportunistas de derecha.
Comprender y explicar el origen de la LOD es comprender y explicar nuestros propios errores, que sólo ahora podemos ver y entender en profundidad. El crecimiento explosivo de la LR en 2012-2014 supuso un aumento en la complejidad de las tareas de la reconstitución, dada la necesidad de educación y maduración ideológica de una masa militante comparativamente grande que se incorporaba desde la ruptura política con el revisionismo. Ésta es una problemática que hay que comprender como natural, que viene para quedarse y que en nuestra experiencia se tradujo ─y por lo pronto no dejará de traducirse─ como la aceptación formal de la LR, como la aceptación formal de una serie de tesis (Ciclo cerrado, Balance, reconstitución ideológica…) antes que como su asimilación consciente. Si bien en ningún momento se dejó de llamar la atención sobre este problema, en general lo contemplamos como uno que se solucionaría naturalmente con la superación de los viejos círculos (forma organizativa inferior, primitiva, de la vanguardia) y la construcción de una organización de vanguardia superior, centralizada. Es decir, identificamos el problema político-organizativo de la superación de la forma círculo, a resolver en el corto plazo, con el problema ideológico-educativo de la asunción del marxismo como concepción integral de la realidad, que por su propia esencia es más complejo y profundo; éste tendió a restringirse a aquél en los mecanismos que dispusimos colectivamente como movimiento por la reconstitución.
Estos errores tuvieron a la larga consecuencias de primera magnitud. La formación teórica integral nunca recibió su lugar apropiado como argamasa y tarea central del conjunto de la organización. Más bien, comprendimos y aplicamos la formación en sentido restringido: 1) como propedéutica, como esos “programas de iniciación rutinarios con los que se acostumbra a despachar el compromiso formal adquirido con la ideología proletaria”1 por los nuevos militantes; 2) como formación específica preparatoria para tareas acotadas. Esto indujo la progresiva disociación de los elementos que configuran el plan de reconstitución. Contradictoriamente, la formación tendía a aparecer, en primer lugar, en relación de subordinación con la construcción política y organizativa, como su precondición formal que había que ventilar en plazo breve para pasar a las tareas prácticas y de carácter más político (desarrollo de nuestro sistema de organizaciones, propaganda). En segundo lugar, éstas tendían a absorber completamente la vida diaria del militante, especialmente en la organización de base, en tanto el estudio y la formación se iban convirtiendo en una tarea paralela sin demasiado impacto en la rutina militante del individuo comunista, y en tanto las tareas estratégicas de la reconstitución (reelaboración del marxismo) se presentaban como cosa de los de arriba.
Esta contradicción se presentó así como una contradicción entre los organismos centrales de nuestro movimiento y los organismos locales de base, aunque los impregnase a todos ellos. El problema del empirismo político y la incomprensión del carácter práctico de la reconstitución fueron adquiriendo una forma peculiar: la teoría revolucionaria aparecía como algo ajeno a la actividad militante de base al tiempo que ésta adquiría una dimensión profundamente localista, estrecha, abstraída del sistema de contradicciones de la reconstitución y de la visión del conjunto del proceso, lo que no dejó de permear todo nuestro movimiento. Así se prepararon las condiciones para que un grupo de militantes terminase por contemplar como algo superfluo tanto la formación (elevación al marxismo) como el trabajo teórico central (elevación del marxismo).
Esta incoherencia entre el plan de reconstitución y el sistema político-organizativo que estábamos construyendo puede ser denominada como nuestra falsa conciencia peculiar. La falsa conciencia es expresión de la contradicción entre la teoría y la práctica en la sociedad de clases, entre la conciencia y el ser, por la cual el sentido del proceso social se realiza a espaldas de los individuos y en oposición a lo que estos dicen acerca de sí mismos. Decíamos de nosotros mismos que la formación es la base sobre la que se construye toda la política proletaria en la actualidad, pero esto se correspondía cada vez menos con la realidad político-organizativa del movimiento por la reconstitución, en la cual la formación se presentaba, para la colectividad, acotada a una fase del desarrollo militante (la más primigenia, la de iniciación) y a tareas específicas, por mucho que éstas se situasen en el corazón del proceso de compactación (nos referimos, sobre todo, al Balance de la cuestión nacional, de la revolución bolchevique y de la cuestión de la mujer). Por otro lado, en Línea Proletaria (LP) se aplica consecuentemente la perspectiva que sitúa la formación ideológica en el centro (la conciencia es el eje medular desde el que replantear y pensar todos los problemas de la revolución) y fue esta disonancia con nuestra realidad organizativa la que condujo al progresivo extrañamiento de la militancia respecto de nuestro órgano de expresión y de su línea ideológica ─lo que denominamos estilo de cliché, consecuencia directa de la aceptación formal, superficial, del marxismo. Naturalmente, hablamos de tendencias generales, pues siempre hay militantes que, por razón de su capacidad o preparación, consiguen ponerse a la altura. Pero las condiciones reales, prácticas, colectivas del movimiento por la reconstitución presionaban en la dirección contraria, cada vez más a medida que avanzábamos en el proceso, y de ello somos responsables como organización en conjunto ─y nosotros, el Comité por la Reconstitución, en primer lugar.
En la base material de esta disonancia podemos distinguir una causa próxima y una causa de largo recorrido. La próxima es el ya mentado cambio de dimensión en la LR, que ponía en el orden del día inmediato el problema de la formación de una nueva cohorte militante ─problema educativo y teórico por su contenido y político por su forma, dado que es el suelo sobre el que se debía realizar la construcción organizativa y la aplicación del plan de reconstitución. La causa profunda, que como hemos referido atañe a las tendencias históricas dominantes de la sociedad de clases (escisión entre teoría y práctica y entre trabajo manual y trabajo intelectual), nos remite a contradicciones intrínsecas del plan de reconstitución, que someramente podemos resumir como brecha entre teoría y organización. Esta brecha es expresión de la separación entre el pensamiento revolucionario y el proceso social. Estos discurren por cauces paralelos, sin que el primero pueda influenciar al segundo en tanto en cuanto el proletariado no reconstituya su Partido Comunista y actúe como sujeto independiente en la lucha de clases. De esta manera, los obreros tenemos que resolver problemas teóricos abstractos al tiempo que construimos una organización de combate contra la burguesía y el oportunismo, combate que se expresa inmediatamente, empíricamente, de forma política y organizativa antes que teórica. Ésta es una contradicción que no se puede solucionar con conjuros, sino que requiere del análisis concreto de la situación concreta, de su adecuado manejo táctico-político para situarnos en la mejor disposición para acometer aquellas tareas teóricas independientes, y de la división funcional de trabajo dentro de la organización de los revolucionarios que permita resolver satisfactoriamente quehaceres que a menudo se presentarán como opuestos, como contradicción entre la teoría y la práctica, entre las necesidades teóricas sustantivas a largo plazo y las necesidades inmediatas de la organización impuestas por un marco social hostil a todos los niveles.
Como decimos, esta brecha sólo se cierra, sólo se supera en una unidad más elevada cuando el socialismo científico portado por la vanguardia se vincula por todos los medios a las masas de la clase (reconstitución del Partido Comunista) y, entonces sí, el proletariado puede transformar positivamente la sociedad de acuerdo con la concepción revolucionaria del mundo, construyendo comunismo y escalando peldaños para superar la división social del trabajo (dictadura del proletariado). Hasta entonces, la formación en la cosmovisión marxista es el eslabón que mantiene unida la resolución de las cuestiones teóricas con la satisfacción de las necesidades políticas y organizativas de la vanguardia, es la que mejores garantías ofrece contra la subordinación de la primera por las segundas y para que los agudos imperativos político-prácticos de construcción y defensa de una organización independiente sean escalones para la reconstitución de la teoría revolucionaria y no nos hagan perder de vista sus necesidades propias y sustantivas ─pues sucede aquí que “generalmente lo urgente atenta contra lo necesario” (Mao).
Si bien nosotros como Comité por la Reconstitución pudimos, al elaborar la política de la organización y su órgano de expresión, mantener a raya la tentación de definir la ideología proletaria en función del combate contra el revisionismo o del último desafuero de la sociedad de clases contra los oprimidos, y pusimos en primer plano la coherencia interna del marxismo como cosmovisión, la arquitectura interna de nuestra organización fue acumulando hipotecas que la dejaron por debajo de la conciencia que en principio teníamos acerca del papel fundamental y central de la formación teórica. Y no nos referimos sólo a la formación en los clásicos del marxismo-leninismo, sino a la formación en el sentido amplio, integral de la palabra. Como hemos dicho, la formación aparecía, y cada vez más, como algo acotado y restringido en el plano organizativo colectivo. No como el fundamento del cual emana toda nuestra política, sino como un protocolo que podía ser entendido como prescindible en función de la coyuntura, y en cualquier caso secundario, subordinado. Bastaría una crisis y un cambio de fase en la gran lucha de clases para que un sector de la organización se identificase con esta desviación en el estilo de trabajo y se enajenase definitivamente de las problemáticas estratégicas y teóricas del proletariado revolucionario, adoptando una línea de actuación práctica que lo situaba en los hechos fuera de la reconstitución. Ésa fue la frontera que, efectivamente, separó las desviaciones de unos comunistas de la rueda de molino del oportunismo.
Hasta 2022 todo esto era, no obstante, difuso; los aspectos correctos de nuestra empresa cohabitaban más o menos indiferenciados con el estilo de trabajo estrecho y las concepciones limitadas. Esto no quiere decir que todo funcionase, ni mucho menos. Al contrario, desde 2019 sufríamos un considerable estancamiento militante. El proyecto de construir el referente de la vanguardia marxista-leninista parecía suspendido entre la incomprensión de nociones teóricas básicas y la subsecuente incapacidad para consolidar dirigentes y organismos de dirección. Pero cuando hablamos de cohabitación nos referimos a que aquella contradicción todavía no había adquirido una forma política, a que sus componentes antagónicos no habían sido separados en fases diferenciadas por la centrifugadora de la lucha. La distancia ideológica entre el corpus teórico de la LR y los sectores más atrasados de nuestro movimiento no se traducía en una ruptura política y organizativa. Los errores teóricos podían ser tratados dentro de un marco compartido de unidad y lucha (vigilancia revolucionaria), y los desvíos respecto del estilo de trabajo y la línea política partidaria eran y no podían ser más que errores, que sólo sumaban en tendencia por su frecuencia creciente. Los militantes que incurrían reiteradamente en ellos ─algo que naturalmente desgasta, quema, desmotiva─ sólo tenían que escoger entre seguir en la brecha o tomar la puerta. No había ningún traficante apostado tras nuestra esquina que les silbase para ofrecerles un trato de Fausto como tercera alternativa según cruzaban el umbral.
Esta cohabitación vuela por los aires coincidiendo con el cambio en la lucha de clases que arranca en febrero de 2022. Con la invasión rusa de Ucrania se rompe el sello de la resolución violenta, militar, por la fuerza de las contradicciones interimperialistas que venían madurando como la principal contradicción a nivel mundial desde inicios de la década anterior. Este proceso, que la LR siguió especialmente en los editoriales de sus órganos de expresión, atañe al marco material profundo en el que se desenvuelve la reconstitución. Hemos indicado que el desarrollo de la vanguardia y el del sistema mundial de contradicciones discurren por cauces paralelos. Pues bien, cuando el PCR ultima el plan de reconstitución con la Nueva Orientación, la contradicción principal a nivel mundial era, como señala ese documento capital, la existente entre países imperialistas y países oprimidos. Esto suponía ciertas condiciones de paz social en los centros imperialistas, pues la burguesía estaba ocupada en desangrar de consuno a los pueblos del mundo sin preocuparse demasiado por la competencia de otros carroñeros ni prestar excesiva atención a la disidencia interna. Obviamente, esta “paz” debe ser entendida en términos generales y muy relativos (basta pensar en Euskal Herria, para el caso del Estado español), pero ofrecía un remanso más o menos tranquilo a cuyo abrigo podía brotar y madurar la LR, dado el contenido fundamentalmente teórico de las tareas actuales de la vanguardia y dado que el comunismo no es hoy una amenaza inmediata para la ley y el orden. En tanto la LR fuese una corriente más de la disidencia ─su extrema izquierda, pero una más al fin y al cabo─ podíamos dar por hecha cierta indiferencia del imperialismo. Pero, tras el recrudecimiento de las luchas de clases entre los imperialistas, la perspectiva es que el marco de libertades y el margen de movimiento se estreche para todas las corrientes contestatarias o críticas en general, a lo que hay que sumar las catástrofes que, una tras otra, vienen anunciando a este mundo una Tercera Guerra Mundial.
Esto es una parte de lo que denominamos problemática de Guerra y Reconstitución; en concreto, la que se refiere a la táctica política de la vanguardia y sus necesidades de auto-protección en un contexto de guerra imperialista. Éstas y otras cuestiones anejas, de carácter práctico y propagandístico, se irían perfilando entre los meses de abril y mayo de 2022 sobre los fundamentos teóricos que echamos con nuestro posicionamiento de febrero y, sobre todo, con su ampliación en Dr. Strangelove en Kyiv. Pero todo eso era, en principio, independiente de los deberes ideológicos y formativos que arrastrábamos desde por lo menos tres años atrás. Eso sí: sin resolverlos, cualquier desarrollo político-organizativo ulterior se realizaría sobre arena. Y a efecto de resolverlos propusimos una batería de medidas estructuradas en torno a un plan formativo general y un sistema de delegados que permitiese organizar dicha formación a escala de toda la organización, comprobar sus resultados y sentar así las condiciones para que la formación colectiva fuese el cimiento de toda nuestra vida militante común. Es contra eso, en el contexto de la guerra imperialista, que se levantó el grupo de oposición.
Aquel plan diseñado por nosotros tenía defectos. En primer lugar, la resolución que lo presentaba al conjunto de la organización no señalaba explícitamente el balance del período precedente como tarea central a resolver en el marco de esa educación ideológica, y para el que esa educación ideológica nos tenía que preparar. En segundo lugar, no cuestionaba al propio Comité por la Reconstitución; implícitamente lo daba por hecho como organismo dirigente de la organización, a pesar de que el objetivo declarado del Plan de Formación era subvertir la relación existente entre dirigentes y dirigidos tal y como se daba entonces y, de culminarse con éxito, proporcionar a la organización una nueva remesa de cuadros de entre los camaradas que se destacasen en su aplicación y capacidad, lo que debería tener un correlato en la articulación organizativa de la LR. Como resulta evidente, estos eran defectos que podían señalarse y solventarse en el marco del propio plan; los elementos nucleares de éste eran los suficientemente flexibles como para admitir estas correcciones sin verse subvertidos, y ello sólo podría redundar en el progreso colectivo de la organización. Pero ─lección de primera magnitud para el aspirante a dirigente comunista─ los errores, por muy secundarios, periféricos o enmendables que sean o parezcan, pueden convertirse en un pretexto para la guerra contra la totalidad de la línea revolucionaria si hay alguien dispuesto a hacer bandera de ellos, a aferrarse a ellos y a explotarlos políticamente. Eso hizo la camarilla de derecha con nuestros errores: le sirvieron de puente, de pretexto, de excusa para sublevarse contra el conjunto del plan, contra el conjunto de la organización y contra los fundamentos de la LR. El Plan de Formación lo impugnó por principio y en redondo como una extravagancia exótica ajena al comunismo. El sistema de delegados, por no disfrutar del real permiso de sus majestades de la Villa y Corte (evidentemente, se trataba de un mal disimulado litigio por no contarse los jefes opositores entre los cooptados para el nuevo organismo). Y aunque nada de esto estaba inmediatamente vinculado a Guerra y Reconstitución, que por entonces ya había ido concretándose en una campaña político-propagandística que alcanza su punto álgido en junio de 2022, el grupo de derecha se aseguró de unir, soldar, anudar su oposición al Plan de Formación al pronóstico del fracaso de la táctica política y la propaganda derivadas de Guerra y Reconstitución, fracaso en el cual puso todo su empeño. Lo que no estaba unido en nuestros planteamientos lo unieron los opositores a la fuerza. Así, el grupo de derecha se transformó, sin solución de continuidad, en toda una línea alternativa a la comunista internacionalista y enfrentada a la organización.
Decimos alternativa y enfrentada a la organización. El paso a una nueva fase en la lucha de clases suele encontrarse con la resistencia de los sectores más atrasados, menos desarrollados políticamente del proletariado y, en el caso que nos ocupa, de su vanguardia. La camarilla que acabó conformando la LOD se sublevó, como decimos, contra el conjunto de medidas de nuestro plan de transformación del movimiento y las derivadas de Guerra y Reconstitución. Pero lo hizo sólo contra la aplicación en su organización local, en su terruño, en el espacio físico inmediato que le afectaba directamente. Es decir, el grupo de oposición se fraguó en el combate contra el plan para resituar la conciencia al mando y contra Guerra y Reconstitución. Pero esta táctica no la combatía desde una posición de partido (que se elabora, como nos recuerda Lenin, desde la relación de todas las clases entre sí y atendiendo a la posición que el proletariado ocupa en ella), sino desde sus intereses de capilla, desde la posición de salvaguardar sus derechos patrimoniales sobre sus dirigidos.
Éste es el marco material y mental en el que se fragua la LOD, el acto constitutivo que determina toda su fisionomía hasta hoy y al cual no puede renunciar, la raíz de toda su conciencia y de todo su ser.
Su conciencia: dado que contrapuso la táctica general de la vanguardia marxista-leninista a su organización local, ésta se le aparecía definida por sus jerarquías internas ad hoc ─que se apresuró a formalizar como “Dirección de Madrid” con su peculiar donación de Constantino ágrafa─ y por las relaciones inmediatas, de competencia o alianza, con los destacamentos de vanguardia que entendía le disputaban su espacio político, siendo su especial oscuro objeto de deseo las organizaciones adscritas al Movimiento Socialista (MS). Estas cuestiones, que muy generosamente podemos llamar organizativas, fueron lo que la LOD denominó política, y proclamó la falta de política como el mal general del movimiento por la reconstitución, que se le convertía así en teoricista.
Su ser: la oposición práctica a la táctica de la vanguardia marxista-leninista. Pero esta oposición, como decimos, no emanaba de un análisis del conjunto de las relaciones sociales, no emanaba de un punto de vista superior que contemplase el desarrollo social desde arriba para derivar de ahí una táctica alternativa (marco general de la unidad y lucha dentro del partido proletario), sino de la preservación de su soberanía como grupo independiente. Al no partir de una posición de principios y al no ser gente especialmente preparada teóricamente, la camarilla sabía que no podía competir con la autoridad ideológica de LP y de su organismo redactor, el Comité por la Reconstitución. Consecuentemente, su oposición a la política del movimiento sólo podía adoptar una forma sucia, soterrada, de diletantismo, obstruccionismo y obstaculización de las medidas organizativas que buscaban implementar la táctica de Guerra y Reconstitución ─táctica que de boquilla los cabecillas derechistas celebraban─ para hacerla fracasar, vincular ese fracaso al plan de transformación de la organización y anotarse un tanto que les suministrase el capital político con el que cubrir la pobreza de sus premisas. No fue una supuesta burocracia represiva la que obligó a la camarilla a pasar a la clandestinidad, al trabajo anti-partido bajo cuerda, sino su propia indigencia ideológica, la imposibilidad de presentar su interés de camarilla como interés de partido, como bases políticas útiles a la reconstitución del proletariado como partido independiente.
La plataforma de oposición de la LOD se montaba sobre las quejas por la “falta de política” en el momento en el que iniciábamos una campaña política contra la guerra imperialista y por el derrotismo revolucionario. El marxismo nos enseña a comprender lo que las clases dicen de sí mismas como expresión subjetiva de una determinada práctica. Y esas quejas significaban que un sector de la organización se había situado a sí mismo, que se comprendía a sí mismo fuera de la táctica política de la reconstitución, fuera de la vanguardia marxista-leninista; significaba que situó su organización local fuera del sistema de eslabones que transmiten la línea partidaria y fuera del marxismo y del análisis de clase. Podemos repetir aquí, con el PCR, aquello de que “hay que ser muy idiota para abandonar la posición del partido, cuando se es o se ha sido un dirigente, sólo para obtener un argumento”. Pero lo cierto es que aquellas quejas fungieron. Porque cuando la vanguardia marxista-leninista neutraliza los intentos de obstrucción de la camarilla y saca el trabajo adelante, el grupo de derecha se presentará como víctima de una supuesta persecución política para silenciarla. Y con esta denuncia victimista, falsa y demagógica ─estilo de trabajo que sigue siendo el núcleo de su práctica política─ consigue embaucar a la mayoría de la militancia de su organismo de base para, en nombre de la democracia, expulsar a los camaradas críticos con la alocada escalada de la flamante “Dirección de Madrid” y organizarse como fracción, como “grupo aparte con una disciplina especial” (Lenin).
La LOD reflejaba así el estado dominante en el movimiento espontáneo y en la vanguardia, el rutinarismo y la insensibilidad ante el cambio de fase operado en la gran lucha de clases. Es suficiente comparar el raquítico movimiento contra la guerra en 2022 con la extensión y la incidencia de las movilizaciones por la guerra de Irak hace dos decenios, declive que no puede dejar de reflejarse en el movimiento comunista… y en la propia LR. Esta insensibilidad hacia la lucha de clases es derivada de la insensibilidad hacia la concepción marxista del mundo, de su desconocimiento y desprecio. Pues el hecho de que esta oposición surgiese dentro de la vanguardia marxista-leninista ponía en cuestión el grado de asimilación del marxismo en las filas de la reconstitución del comunismo, evidenciaba hasta qué punto un sector de la organización se había hecho incapaz de pensar en términos de clase y con la amplitud de miras que requería el momento histórico, evidenciaba su dependencia del derrotismo dominante, su ensimismamiento, y suponía una cruda revelación acerca del verdadero alcance de nuestro propio diagnóstico sobre la crisis de la organización, mucho más amplio y hondo de lo supuesto y con la consecuencia directa de la desorganización de la vanguardia marxista-leninista en una coyuntura crítica. De este modo, y mientras genuinamente creía levantarse por la democracia, la plataforma opositora consumó el extrañamiento respecto del Balance del Ciclo de Octubre, de la teoría revolucionaria y de la lucha de clases como fundamentos de toda nuestra política y curso de acción, de las cuales enajenó a sus dirigidos. Suprimida esta referencia, se abría la veda para un subjetivismo furioso, incontinente, que se tiene por iconoclasta porque no reconoce más imagen que la suya propia.
Entender que la LOD es rabiosamente subjetivista no es difícil. Pero entender cómo y por qué ha podido surgir ese subjetivismo del interior del movimiento por la reconstitución ─que debe poner en primer plano la conciencia comunista─ sí requiere de una explicación. No ante la LOD, sino ante nosotros mismos. Porque toda la presión de la sociedad contemporánea tiende a empujarnos en esa dirección, en la dirección de pensar en términos inmediatos, presentistas e individuales (determinados por lo que yo veo, percibo y tengo delante) y no en términos de clase, del proyecto histórico del proletariado revolucionario y de sus necesidades generales actuales.
La lucha política, la dirección de vanguardia, la labor educativa requieren de un tensionamiento continuado, no sólo para saber y para ver, sino para demostrar que se sabe y que se ve, para convencer. Es éste un peaje necesario, pues el prestigio ideológico, político y moral no reside en el militante aislado, sino en los que lo rodean y se sienten interpelados por él, en que estos lo reconozcan como autoridad y estén obligados a reconocer que marcha a la cabeza. La adquisición de esta auctoritas es uno de los aspectos que rodean a la progresiva adquisición de hegemonía por parte de la vanguardia marxista-leninista; es parte de la construcción política revolucionaria y uno de los aspectos que la acompañan necesariamente.
Pero una cosa es eso y una muy distinta es que en ello consista el fundamento del proceso. El combate político, la dirección e incluso el debate teórico engendran constantemente el peligro de hipotecar el rigor que corresponde a la concepción del mundo comunista, a los intereses del movimiento en su conjunto y a largo plazo, por muy reales que sean las necesidades políticas del momento y por muy sincero que sea el convencimiento de que lo que se dice es justo. El comunista debe realizar su labor, sea cual sea, sobre el más riguroso trabajo y con la más rigurosa conciencia de su razón y consecuencias. El peligro, cuya base práctica es la pérdida de perspectiva que por fuerza acompaña a la lucha contra la corriente, a la lucha contra todo el peso del mundo, consiste en no ver nada más que la necesidad de ganar un argumento o de tirar para adelante sin detenerse a valorar el sentido de esa marcha ni parar mientes en lo que se está haciendo realmente (espontaneísmo). El tacticismo, el predominio de la parte sobre el todo, el cortoplacismo y el encubrimiento de las propias carencias con palabrería son algunas de las consecuencias de la consumación de aquella pérdida de perspectiva, que los déficits ideológicos del militante o de la colectividad revolucionaria sólo hacen más probables y más difíciles de localizar. Ninguno de nosotros es ajeno a este riesgo y tanto más desacredita, tanto más destructivo es para la labor comunista cuanto mayor sea el prestigio acumulado y cuando el que incurre en estos errores es un dirigente.
Los jefes que se sublevaron contra su organización fueron dirigentes. La pobreza de sus premisas no evitó la destrucción de un organismo de base al completo, porque hubo una mayoría que les otorgó su confianza. En ella residía la fuerza de la línea burguesa dentro de la organización, y tenía que desinflarse en el momento en que la perdiese. Pero lo determinante es la concepción del mundo, si esa concepción responde al proletariado revolucionario o a la burguesía, que es lo que establece qué se entiende por militante y qué se entiende por dirigente y condiciona toda una línea práctica de actuación. La relación entre dirigentes y dirigidos es, para el marxismo-leninismo, principalmente ideológica, es una posición objetiva y se construye sobre la auctoritas de los primeros, la cual no es de ninguna manera sustancial, eterna y dada para siempre. Es la teoría revolucionaria, el rigor y el pensamiento a largo plazo a ella debidos lo que proporciona al militante el distanciamiento necesario para mantener a raya el peligro de comprometer los intereses del movimiento a largo plazo, para relativizarse a sí mismo y las tareas en las que circunstancialmente está sumido y para tener un espíritu autocrítico respecto de las propias acciones y palabras, así como respecto de las construcciones positivas que van emergiendo conforme se desarrolla el proceso revolucionario. Es en última instancia esta cultura de vanguardia, crítica y consciente, la que capacita a la colectividad para educar, neutralizar, rectificar y, en casos incorregibles, apartar a los miembros que transgreden el precepto elemental que nos dice que el que no sabe no tiene derecho a hablar (Mao), especialmente cuando se trata de un dirigente.
Nuestros errores de estilo de trabajo y nuestros erróneos planteamientos politicistas, la estrechez inconsciente con la que enfocábamos la formación colectiva ─como un recurso táctico, circunstancial, más que como verdadero trasfondo de nuestras tareas (Universidad Obrera)─ dieron lugar a la separación entre la teoría revolucionaria y el día a día militante, especialmente entre las bases. Aquélla tendía a perder su posición de guía para la acción y de brújula de toda nuestra actividad. Generamos unas condiciones que objetivamente remaban en la dirección opuesta a aquella cultura y favorecían el predominio de las relaciones personales, con todos sus caprichos y arbitrariedades, por encima de las relaciones ideológicas y políticas, especialmente en los organismos de base donde el contacto directo y personal entre militantes adquiere una dimensión anormalmente exacerbada. Lo verdaderamente destructivo para la colectividad revolucionaria son los militantes, y especialmente los pretendidos dirigentes, que de forma inconsciente o deliberada (tanto da) intentan convencer a los demás y convencerse a sí mismos de que tienen una altura ideológica y política que no poseen, o que poseyeron en su momento pero respecto de la cual quedaron rezagados y ya no corresponde a la realidad.
En ese sentido, el proceso de compactación de los antiguos círculos de propagandistas nos indujo a caer también en errores de tipo democratista. Un proceso de aquel estilo llevaba aparejado la sobredimensión del principio de representación a la hora de construir organización y organismos centrales. Este principio se conserva en formas organizativas más complejas, pero en ellas se contrapesa con otras dinámicas, lógicas y mecanismos que aseguran la primacía de la auctoritas a la hora de establecer la potestas, la primacía de la ideología comunista sobre el aparato y la primacía del todo sobre las partes. La necesidad de educación de la masa de la militancia se abordó desde el desarrollo de organismos centrales en los que los militantes de los antiguos círculos, política y geográficamente dispersos, pudiesen adquirir perspectiva y experiencia en el trabajo ideológico y en la dirección de la organización. Eso significaba hacer, hasta cierto punto, tabula rasa del nivel ideológico y político de cada uno, pues la tarea era aprender, y todos teníamos que aprender en lo que era una empresa realmente novedosa para la LR. La cuestión es que introdujo una disincronía entre preparación teórica y dirección de la organización, entre auctoritas ideológica y desempeño de puestos de responsabilidad, en la que una no correlacionaba con el otro necesariamente.
En estas circunstancias es inevitable que la aplicación del principio de representación se haga a costa de cierto descenso en la calidad media de los dirigentes, lo cual en principio no es problemático mientras ese descenso se mantenga dentro de límites tolerables. El problema, para nosotros, fue que lo que debía ser su contrapeso, la Formación general y transversal “en principios universales y de vanguardia” (PCR) estaba acotada y restringida. De esta manera se alimentaba la tendencia a disociar, en la conciencia de la militancia, teoría y organización. La primera no se presentaba como espinazo de la organización, y el desempeño de puestos de responsabilidad aparejaba un aroma, un aura de autoridad que no siempre se correspondía a una verdadera auctoritas ideológica, a una verdadera capacidad, sino a su rol de representantes de su zona de base. Y en el momento en que un grupo de jefes decidió que no tenía nada más que aprender, estos dirigentes se sublevaron contra los supuestos atropellos del centralismo burocrático y el solipsismo de los planes de formación en base a lo que fundamenta toda autoridad tradicional: la rutina, la costumbre, las normas consuetudinarias no escritas, la posición en un entramado organizativo y la confianza personal fundada en nada más que sí misma.
La formación del militante en la teoría revolucionaria, la transformación de su voluntad comunista en conciencia revolucionaria, es la premisa no sólo de la construcción de dirigentes, de cuadros de vanguardia, sino también la premisa para su cuestionamiento, para el cuestionamiento de los dirigentes que han dejado de serlo, para disolver las jerarquías que van fraguando cuando dejan de corresponder a una realidad. Y éstas no se van a plasmar necesariamente en relaciones organizativas formales, en títulos ni charreteras, sino que anidan en el alma misma de los individuos, en la confianza personal necesaria para cualquier colectividad revolucionaria previa a la reconstitución del Partido pero que se puede convertir en una auténtica ceguera, en una auténtica pusilanimidad y en un auténtico fanatismo. La lógica que la subvierte es la de la Revolución Cultural, que se proyecta de aquí al comunismo y une la transformación de los individuos, el auto-cuestionamiento de la vanguardia y el combate contra los emperadores desnudos, que aullarán (y no se cansan de aullar) como auténticos burócratas contra la hidra de la anarquía y el “caos controlado” (Adelante: p. 5).
El marxismo nos insta a ser críticos con el mundo y con nosotros mismos. No nos permite reposar quietos en el mismo sitio, pues lo único constante es el cambio, el movimiento. El proletariado es la única clase de la historia que no puede hacerse ilusiones sobre sí misma y su lugar en el mundo, dado que no tiene ningún interés material en conservarlo, no está atada a él ni a su configuración presente, al contrario que la burguesía (la cual, como apunta Marx, traicionó la búsqueda desinteresada de la verdad en el momento en el que ésta se convirtió en un interrogante por la eternidad de su dominio como clase). La clase obrera puede romper las cadenas espirituales y materiales que la sojuzgan a condición de que su vanguardia aprenda a hacerlo y se lo aplique a sí misma, a condición de que no se haga ilusiones sobre sí misma y demuestre que su mejor arma es una “afilada actitud científica”, que ha de aplicar también a su propio ser. Y esto no es una frase, sino una necesidad existencial para los comunistas, que han de aprender a ser consecuentes y sacrificar todo lo accesorio a fin de darse la prueba material necesaria para volver a creer en sí mismos.
Hoy es difícil creer. Requiere un esfuerzo consciente monumental mirar a la realidad y no convencerse de que las cosas son así porque tienen que ser así. Todo a nuestro alrededor se presenta como prueba empírica, incuestionable, sólida de que no hay nada que hacer, o de que es fútil. Son tiempos de derrotismo, de desmoralización, de apostasía. La dialéctica, empero, nos instruye en que todo lo que existe es frágil, en que está atravesado por contradicciones internas y que su negatividad corroe lo aparentemente incuestionable: todo lo sólido está condenado a desvanecerse en el aire.
Resistir a la desmoralización es una cuestión, pues, de concepción del mundo. Es de ahí que se extrae la fortaleza y el tesón. Los jefes de la LOD se convencieron de que dieron sus mejores años en vano. Estuvieron a la espera, y a la espera, y a la espera de que se realizasen las vagas esperanzas sobre un futuro incierto en las que depositaron su descontento cuando llegaron a la reconstitución. Pasaban los años, pero no pasaba nada. Necesitaban algo que palpar. Les pudo la impaciencia porque no hicieron acopio de la fuerza interior que requiere ser revolucionario en tiempos contrarrevolucionarios. El comunismo fue para ellos una fase. Esto no podían aceptarlo, y se negaron a aceptarlo en una explosión furibunda y visceral. Se dejaron cegar por su violenta combustión porque creyeron que nunca más volverían a dudar si no tenían ojos con los que mirarse al espejo. Pero le transmitieron su propia debilidad interior, y sucumbieron. No serán los últimos que busquen encubrir ante los demás, y sobre todo ante sí mismos, que se han quedado atrás, que no han sabido, podido o querido deshacerse de la cadena de compromisos que, por un lado o por otro, la vida en la sociedad de clases nos impone a todos los niveles (ideológico, social, familiar, personal y emocional, etc.). Otros se irán sin hacer tanto ruido. Los individuos vienen y van. Lo fundamental es que la línea revolucionaria permanezca y madure.
Para facilitar que los que tienen que salir acepten que su momento ha pasado y, sobre todo, para facilitar que sangre nueva ofrende su energía y su vida por la causa del proletariado, los comunistas debemos criticarnos a fondo a nosotros mismos, deshacer las deudas contraídas con lo fútil y liquidar las hipotecas de un pasado que ya ha desembarcado. Hoy, los comunistas no tenemos forma de aprender a creer en nosotros mismos si no es dándonos esta prueba. La LOD se levantó cuando intentamos dejar atrás un período agotado y transformar la organización, adecuándola de arriba abajo al plan de reconstitución. El enconamiento de la LOD durante dos años sobre la pura nada política atestigua no sólo lo profundo de aquellos errores, sino lo insuficiente que fue nuestro primer intento de romper con ellos. Queríamos quebrar el marco, pero todavía estábamos mentalmente dentro de él. Sólo ahora podemos ver, en la figura de la LOD, la fisionomía concreta que adopta la liquidación del comunismo que parte de aquellos errores y los lleva a término, y ahí reside el principal valor de la lucha que hemos librado: en que al transitar ellos ese camino han iluminado decisivamente el nuestro. Nos han señalado cuál es el lastre que tenemos que soltar para recorrerlo.
Conocer a la criatura que ha salido de nosotros y tener bien presentes sus rasgos es, entonces, fundamental para la autocrítica y el reencuentro de la organización de la vanguardia marxista-leninista consigo misma. Discriminar qué no es la reconstitución contribuirá, por lo menos, a vislumbrar lo que sí es la reconstitución a través del troquelado que el filo de la lucha ha dejado tras de sí.
Lo que queda de la camarilla brama contra el esquema ideología – política – organización (Ad.: 31, 46-47). Como tantas otras cosas, no se lo dice a los demás sino a sí misma; intenta exorcizar por decreto sus propios traumas. Porque ese esquema es la guía general de la construcción de vanguardia y de la lucha de dos líneas: es la lógica que hemos aplicado para derrotar a los derechistas. No lo ven porque sus gafas se lo impiden, porque estos conspiranoicos victimistas entienden el mundo como cualquier otro cretino parlamentario y se explican el fracaso de sus puras intenciones en base a traiciones, malas artes, difamaciones y persecuciones. Y si acaso errores de cálculo. Eso, al tiempo que despotrican como vulgares tenderos contra la “mera teoría”. Es la rígida estrechez de su concepción burguesa del mundo. Ya se sabe: el mercado funciona en teoría, pero en la práctica lo echa a perder la competencia desleal. Pero, véanlo o no, las consecuencias de aquella lógica, los hechos que han ordenado son muy prácticos, muy tangibles y muy vívidos, como los fraccionalistas mismos han podido comprobar en sus carnes.
Repasemos esquemáticamente cómo se articuló a lo largo de toda la lucha.
Primero. Nosotros partíamos de nuestro trabajo teórico en LP y de Guerra y Reconstitución; la LOD, de sus desvelos localistas. En particular, Guerra y Reconstitución conecta con la ideología comunista, con problemáticas estratégicas de la Revolución proletaria como la Guerra Popular, el internacionalismo proletario y la recuperación del pensamiento marxista en condiciones de guerra mundial (Balance del Ciclo de Octubre y crítica revolucionaria). Es la disposición que mejor permite en la actualidad a la vanguardia proletaria resolver las tareas ideológicas del comunismo, la formación de cuadros como mediación entre la construcción de vanguardia revolucionaria y el Balance del Ciclo. En otras palabras, trae a la coyuntura concreta el programa de máximos de la Revolución Proletaria Mundial (RPM), sintetizado en la ideología comunista, y la reconstitución de su concepción del mundo correspondiente. Éste era el punto de arranque del Comité por la Reconstitución al iniciar la lucha, que se proyectaba y se proyecta mucho más allá del combate contra la camarilla. La LOD, con su plataforma de agraviados y su flamante re-descubrimiento de la inanidad de la “mera teoría” y de las “tesis historiográficas”, no hacía más que reconocer cuán por debajo de este listón se había situado para desarrollar su política, su vanidosa dependencia del enemigo político concreto y, por tanto, de nosotros.
Segundo. Guerra y Reconstitución vincula el carácter del momento actual con la defensa de las bases políticas de la reconstitución, la correlación objetiva entre las clases con el estado subjetivo del proletariado como clase. Esto requiere atender al estado concreto de la vanguardia y las ideas dominantes en ella (social-chovinismo y social-pacifismo, ausencia de un movimiento significativo contra la guerra, etc.). La LOD era el reflejo de este estado de la correlación entre las clases dentro de la vanguardia marxista-leninista, su enajenación respecto de las necesidades estratégicas y tácticas del desarrollo de la lucha de clases comunista. Desde el punto de vista político, pues, la LOD es expresión del derrotismo dominante y del estado de postración de la clase obrera. Desplegar la táctica partidaria requería ajustar cuentas con la LOD y, a través de ese combate, con nosotros mismos, con las condiciones que permitieron su surgimiento dentro del movimiento por la reconstitución (asimilación formal del marxismo, incapacidad para pensar en términos de clase). Esto en primer lugar.
En segundo lugar, el proletariado no cuenta con sus herramientas políticas independientes (Partido Comunista, Guerra Popular, Dictadura del Proletariado) para transformar el mundo y, con él, a los hombres en masa. Quebrar el aparato revisionista de la derecha no se podía hacer directamente, ni podíamos privarlo de sus nutrientes alzándolo sobre la tierra. Se hace mediatamente, a través de la dialéctica racional, a través de la propaganda, atacando por el flanco de la conciencia, lo que promueve el desarrollo de las contradicciones dentro de la organización revisionista, haciéndola vacilar, desgastándola al obligarla a invertir energía y tiempo en tapar sus contradicciones y rompiendo la confianza de los dirigidos en sus jefes ─lo que es facilitado por el hecho de que estos, los jefes oportunistas, desdeñan esta actividad como “mera teoría”, ahora apodada también “vieja consejera crítica”. Así se generan las condiciones políticas para dirigir por el camino de la reconstitución a la vanguardia teórica no marxista-leninista, que es en lo que se habían convertido las bases militantes de la LOD al combatir el plan de reconstitución y su aplicación práctica. La eficacia de este trabajo político-práctico depende directamente de la concepción del mundo de los revolucionarios; la fortaleza de la vanguardia reside en la ideología. Es un trabajo sistemático del cual no cabe esperar resultados inmediatos y que requiere sensibilidad, olfato para pulsar las cuerdas correctas y capacidad para saber identificar las transiciones de una fase a otra, todo lo cual se adquiere con la experiencia y el tiempo.
Tercero. Finalmente, la cantidad se transforma en cualidad. Llegado un punto crítico, se forma el Grupo Revolucionario Anti-Derechista dentro del aparato revisionista, y este grupo es correa de transmisión de la política de la vanguardia marxista-leninista. Así se salta el muro, y la (re)organización de la vanguardia marxista-leninista correlaciona positivamente con la desorganización del revisionismo, con la desorganización de la LOD, que implosiona en numerosas sectas. A partir de entonces, nuestra rectificación y el despliegue de Guerra y Reconstitución se ensamblan armónicamente con la laminación de la plataforma derechista, la cual va ocupando progresivamente un lugar más y más secundario en el orden de tareas de la vanguardia marxista-leninista tomada en su conjunto.
Cada eslabón de la cadena presupone el anterior y el ensamblaje de cada uno requiere de tiempo, pues está trufado de tentativas, de intentos infructuosos en lo inmediato pero que van formando un recorrido de experiencia y se van acumulando para pesar más y más en la balanza. Es una lógica que se desarrolla, pues, históricamente, a través de escalones sucesivos y jerárquicamente dispuestos desde lo superior a lo inferior. Para ensamblar dichas fases lo fundamental es la ideología, la concepción del mundo, que debe ser independiente. Para ser independiente requiere, en positivo, definirse desde el punto más elevado de la lucha de clases (Balance del Ciclo de Octubre y el horizonte universal del comunismo) y, en negativo, combatir toda tendencia a amoldarla al estado de ánimo transitorio dominante (esa pasividad, que expresaba la LOD, hacia la nueva fase de la lucha de clases y especialmente hacia los problemas sustantivos del comunismo). Y esto tanto más en las condiciones de Ciclo cerrado, en las que el proceso social y el pensamiento revolucionario discurren por cauces paralelos, independientes. Contra-intuitivamente, esto es lo que permite un cambio decisivo, revolucionario, en lo concreto y lo particular.
Lo que la camarilla llama “dualismo entre historia y política” (Ad: 7, 21) es, justamente, esta dialéctica, esta cadena de eslabones ordenados y secuenciados (táctica-Plan) entre el objetivo supremo de la RPM y la generación de las condiciones políticas concretas en cada fase para realizar esa intención final. Sin esa dialéctica, sin ese “dualismo”, sencillamente no hay movimiento comunista, no hay movimiento político revolucionario.
Decimos, con la Nueva Orientación, que la dialéctica social, la amplia lucha de clases, es el “terreno principal para la política”. Pero en época de reconstitución el proletariado carece de capacidad para intervenir en ese escenario como clase independiente. Esta contradicción, que constituye el telón de fondo de todo el proceso reconstituyente, condiciona que la teoría marxista en reelaboración no pueda desplegar socialmente sus verdaderas implicaciones prácticas, profundas, hasta que se haya fusionado con las masas y reconstituido el Partido Comunista. Aprender a pensar desde este punto de vista (Partido-Clase) es la piedra de toque que separa a los que son marxistas de los que no lo son, porque es la posición teórica (crítica revolucionaria) que permite contemplar de manera realista las necesidades del movimiento a largo plazo y pensar en los problemas políticos, concretos, que habrá de resolver el proletariado cuando la reconstitución del Partido Comunista los vaya poniendo a la orden del día. Así, por ejemplo, las contradicciones históricas entre las facciones de la clase dominante de determinado Estado, la naturaleza de sus tendencias políticas peculiares, como el caso del republicanismo en el Estado español, la cuestión nacional, las reservas estratégicas del proletariado y la burguesía en la lucha por el poder político, las contradicciones interimperialistas, etc. Ahora bien, estos problemas no están hoy a la orden del día en un sentido político, en el sentido de que la Clase pueda hoy resolverlos prácticamente para construir dictadura del proletariado. Eso significa que en tanto el comunismo tenga pendiente conquistar a la vanguardia ideológica de la Clase las respuestas que demos a esos problemas, así como a los problemas relativos a la transición al comunismo, no se van a poner a prueba más que en la teoría, porque su contraste práctico en la amplia lucha de clases para construir la sociedad comunista requiere haber completado o estar en trance de completar el proceso de reconstitución del Partido Comunista.
Y ésta es la clave de todo el asunto. Porque los resultados políticos de ese proceso de contraste teórico, de lucha de líneas en la vanguardia, no demuestran por sí mismos la verdad y potencialidad de la teoría, digamos, vencedora. Una teoría, pongamos por caso, construida en torno a la denuncia del feminismo como ideología interclasista y cohesionador social del Estado burgués imperialista sería una teoría política, que bien podría granjear apoyos, laminar el chiringuito de más de uno y “dar respuesta” al desencanto dejado por el relativo declive político de este movimiento reformista en los últimos años. Si damos esto por bueno y suficiente, entonces lo llamaremos “construcción de vanguardia”, que a su vez entenderemos como el aspecto principal de la reconstitución ideológica.
Pero una teoría de estas características no permite pensar más allá de eso, más allá de, siendo generosos, cómo se articula políticamente el Estado imperialista y las formas de falsa conciencia que genera. No permite pensar en la construcción positiva de la sociedad comunista, en las tareas de la dictadura del proletariado, que requieren partir de un punto de vista histórico-filosófico más amplio. Para el caso de este ejemplo, el significado y sentido de la cuestión de la mujer, de la familia y de la escisión entre público y privado en la sociedad de clases tomada en su conjunto; pues es la sociedad de clases (y no simplemente un régimen político) lo que se pretende superar.2 Esto cuestiona, por tanto, que los réditos políticos y la plasmación organizativa de aquella teoría política, parcial, deba considerarse construcción de vanguardia comunista, pues esa construcción, la teoría en la que educa a la vanguardia, no se realiza con vistas a garantizar la independencia de la Clase a largo plazo, no se realiza con los objetivos del comunismo en mente, sino que se edifica en torno al Estado imperialista del que se trate, de la denuncia de un régimen político particular y de las corrientes políticas que orgánicamente brotan de él; de su reforma, en definitiva. Es el contenido cualitativo de esa teoría lo que determina cuán lejos puede llegar el movimiento práctico que se construye en torno a ella. ¿A la derrota política de un destacamento revisionista? ¿O a la reconstitución del PC y a la dictadura del proletariado? ¿Al comunismo? El marxismo del Ciclo llevó a la clase obrera hasta la dictadura del proletariado, pero perdió su posición de vanguardia del proceso social al no poder superar las contradicciones del período de transición. Por eso, según la Nueva Orientación, en la contradicción principal de la reconstitución ideológica el aspecto principal es la vanguardia marxista-leninista, su conciencia y fortaleza ideológica, y el secundario su vínculo con la vanguardia teórica no marxista-leninista.3 No porque éste no esté presente, sino porque está orgánicamente condicionado por el primero.
La LOD dice, como siempre, que todo esto ya lo sabe, pero lo afirma en general para negarlo en lo concreto (por ejemplo, en Ad.: 14, 22, 23, 39-40, 48, 49-50), para castrar al marxismo de sus consecuencias prácticas, para condicionar el Balance a dar respuesta política a las inquietudes transitoriamente dominantes en tal o cual sector de la vanguardia y condicionar el éxito de la teoría a la afluencia inmediata de masas hacia la organización de vanguardia.4 Si el comunismo debe derrotar políticamente a esas corrientes, debe hacerlo desde la posición superior, desde la proyección de la sociedad comunista y la comprensión de su sentido como estadio más alto del desarrollo social. Eso es lo determinante. Condicionar el desarrollo teórico del comunismo a la victoria sobre una u otra corriente revisionista, empero, no sólo no asegura esa perspectiva, sino que por su propia lógica tiende a rebajarla sistemáticamente. La unidad indiferenciada de teoría y política conduce, como ya señalamos en otro lugar,5 al posibilismo y al pragmatismo, a la preocupación por el problema político de hacerse con la dirección de un movimiento dado (ni siquiera revolucionario), a lo cual se subordina la teoría, en lugar del problema por el objetivo final del comunismo y sus medios de realización. Ése es el camino que ha recorrido la LOD, y veremos cómo ella misma nos lo cuenta en Adelante.
Una digresión teórica al hilo de esto. La lógica de la reconstitución ideológica es la semilla desde la cual se despliega todo lo demás. Esta lógica es la de la transformación de la “voluntad comunista individual en conciencia revolucionaria”, la dialéctica racional, la crítica revolucionaria. Aquí el esquema básico es conciencia – conciencia. La transformación de las conciencias no se corresponde a una transformación in actu del mundo, que sólo se hace posible con la reconstitución del Partido Comunista y la forma superior y propiamente proletaria-revolucionaria de actividad, la praxis revolucionaria. Esta transformación de las conciencias, por su contenido, está mediada, sí, por la asimilación de la transformación del mundo pasada, acumulada, realizada por el proletariado revolucionario durante el siglo XX (Balance del Ciclo de Octubre). Pero no lo está por su forma, en un sentido político inmediato: la práctica de la reconstitución ideológica no abarca, ni puede abarcar, el desarrollo social general, y ni siquiera a la clase obrera como un todo. La dialéctica racional es lo más simple, la formación de la vanguardia teórica en la concepción del mundo comunista y en el Balance del Ciclo y la construcción de toda la política marxista-leninista en torno a esta formación (la propaganda es la actividad práctica principal). Pero, siendo lo más sencillo, la vanguardia leninista tiene que aprender a dominarlo porque a medida que se desarrolle la revolución el proceso sólo se hará más complejo, se irán sumando nuevos eslabones a la cadena. Tiene que aprender a hacerlo a escala de la vanguardia para posteriormente poder realizarlo a escala social.
Reconstituido el Partido Comunista, fusionado el socialismo científico con las masas de la clase, el esquema es conciencia – transformación del mundo – conciencia, de modo que al proletariado revolucionario ya no le basta con cambiar las conciencias directamente, sino que tiene que planificar y provocar un cambio en las circunstancias sociales que impulse el cambio de las conciencias, y en la dirección deseada. Y esto es lo decisivo, lo que hace del marxismo una concepción novísima, no superada por ninguna otra teoría. El esquema del desarrollo de las diversas formas de conciencia de la humanidad (teóricas, religiosas, científicas, filosóficas, políticas…) es, hasta el surgimiento del proletariado comunista, transformación del mundo – conciencia. La conciencia de los individuos se desarrolla como resultado, como reflejo, del proceso social espontáneo, por la sucesión de modos de producción y con sus dos grandes jalones, sus dos grandes rupturas, en la revolución agrícola-ganadera neolítica y en la revolución industrial. La primera sobrepone al hombre a las leyes de la evolución natural de las especies. Las formas sociales del movimiento de la materia, hasta entonces una adaptación peculiar de los homínidos para la lucha por la supervivencia, adquieren sustantividad y enraízan en el suelo iniciando una transformación en gran escala y en el largo plazo de la humanidad y del planeta. Es el paso de la producción de herramientas a la producción de los medios mismos de subsistencia, que alimenta la explosión demográfica del homo sapiens y lo convierte en la especie dominante. El ser humano ganó en la carrera evolutiva porque se salió de ella. La segunda gran ruptura, la revolución industrial, hace que en ese proceso productivo se integre orgánicamente el conocimiento exacto y preciso de las leyes del movimiento de la materia (ciencia, dominio de la naturaleza). El conocimiento científico teórico se convierte en premisa material de la producción.6 Y lo hace como resultado de un desarrollo históricamente espontáneo, no planificado, que se remonta como poco a los siglos XII-XIII (siglos clave en el auge de las ciudades en Europa occidental y siglos de la pequeña revolución científica). Lo que el marxismo representa en la historia es el surgimiento de esas condiciones económicas y sociales que posibilitan que la conciencia domine, por fin, la materia, que el proceso social se dirija por mediación de la Revolución proletaria a la satisfacción de las necesidades sociales y al desarrollo integral de los individuos, cuya barrera es la escisión de la humanidad en clases, o la contradicción entre la producción social y la apropiación privada de su producto.7
Esta diferencia sustancial implica una divergencia de raíz en la forma en la que las dos clases principales de la sociedad contemporánea comprenden al hombre y el universo. Y es que la concepción burguesa de la historia, por su parte, se cimienta sobre el surgimiento y maduración espontánea de sus condiciones de dominación desde el útero del mundo agrícola feudal, sobre su pasado como clase. Tras mil años de oscuridad y barbarie medieval, renace la civilización y se abre con el ascenso de la burguesía una era de progreso sostenido, que siempre va a más, cuantitativo y sin sustos ni rupturas que son, si acaso, epifenómenos transitorios. Su palanca: el desarrollo técnico. El progreso futuro se ha de realizar dentro de las condiciones burguesas de existencia, que se corresponderían no a una clase particular sino a la civilización en general. Esta visión apologética, idealista y conservadora de la historia ya hace décadas que la viene desmontando el progreso de los estudios históricos, de la ciencia (Wissenschaft), que demuestran los notables avances productivos e intelectuales a lo largo de la Edad Media y que la burguesía encuentra como punto de partida para su lucha de clase, así como relativizan la excepcionalidad del mundo grecolatino, la ruptura que el pensamiento humanista supone respecto de la mentalidad burguesa medieval o la racionalidad del modo de producción burgués frente a la irracionalidad bárbara de los modos de producción naturales.8 La posmodernidad, que se fundamenta teóricamente sobre esos estudios, es la posición que reconoce la falsedad del eterno progreso del régimen burgués pero a la vez es incapaz de pensar una alternativa al modo de producción que lo sustenta, pues el comunismo ha sucumbido junto al resto de grandes relatos.
En la sociedad burguesa el pasado domina al presente (Marx). Y lo notorio del marxismo, su peculiaridad, es que su concepción de la historia incluye el futuro, el tercer gran parteaguas de la humanidad que es la Revolución Comunista y que se proyecta desde la “comprensión del movimiento histórico en su conjunto”. Esta tercera revolución, la primera autoconsciente, es aquélla por la cual el dominio de la naturaleza conquistado por la burguesía, la ciencia y la revolución industrial deja de ser una herramienta para el dominio de los hombres y se convierte en el medio para construir un mundo a la medida del desarrollo y libertad de los individuos, lo cual requiere suprimir la sociedad de clases. Las condiciones de realización de ese tercer gran salto histórico ya no vienen dadas por el proceso social espontáneo, sino que las establece el socialismo científico, síntesis de aquella comprensión y teoría de la transición de la sociedad de clases a la sociedad sin clases (y cuyo primer intento de realización es el Ciclo de Octubre, que conforma la base material que posibilita hoy reconstituir esa teoría). Es el socialismo científico el que le encomienda al proletariado la misión de construir dicho futuro, pues ya no es ni puede ser resultado del proceso social espontáneo sino que incluye un alto grado de desarrollo de la conciencia teórica entre sus premisas materiales. Ése es el significado profundo del adjetivo consciente que se atribuye al sujeto proletario revolucionario,9 y es ahí donde se define la posición de vanguardia ideológica. Es esa posición la que políticamente tiene que demostrar su superioridad sobre otras formas, parciales y desfasadas, de comprender el proceso social y el sentido del movimiento histórico. Pero esto es política por su forma, no por su contenido ni por sus medios. Es política por ser el enfrentamiento entre las dos clases principales de la sociedad moderna, por ser la relación entre las clases en general, en el plano de sus respectivas concepciones del mundo. Pero su contenido, igual que los medios por los que se realiza ese contraste y combate, es principalmente intelectual, teórico (lo cual no significa que la implementación sistemática de esta línea no requiera del desarrollo político y organizativo de un movimiento prepartidario de vanguardia, como nos atribuye ingenuamente la camarilla de derecha).
De este modo, el esquema ideología – política – organización es también el esquema general de la Revolución Comunista como proceso político. Empieza por la teoría revolucionaria, por las condiciones generales de emancipación de la humanidad y sus medios de realización (constitución o reconstitución de la concepción proletaria del mundo); prosigue con su fusión con las masas, con la entrada del proletariado revolucionario en la amplia lucha de clases como actor político independiente (constitución o reconstitución del Partido Comunista); y, finalmente, la dictadura del proletariado, edificada sobre la victoria sobre el viejo Estado en la guerra civil revolucionaria, sienta las condiciones para la re-organización de la sociedad sobre nuevas bases y la elevación sistemática de la conciencia de los hombres al nivel que requiere la edificación de dicha sociedad (Revolución Cultural). Cada uno de esos eslabones se sitúa respectivamente como el central para construir movimiento revolucionario en cada fase. Las anteriores clases de la historia, incluida la burguesía, recorren esa cadena al revés. Parten de la organización económica espontánea de la sociedad, sobre la que desarrollan sus luchas políticas, de clase, y en función de éstas brotan las distintas formas de conciencia que son resumen de una concepción del mundo y de un programa político orgánicamente determinados por esas condiciones materiales de existencia, que no pueden cuestionar sin poner en peligro su propia dominación. Y eso determina que entre el proletariado revolucionario y las anteriores clases de la historia haya un salto cualitativo, una diferencia radical, de raíz, respecto de cómo construyen sus respectivos movimientos políticos independientes… y es por eso que el marxismo, y tanto más en época de liquidación del comunismo, no se vaya a ajustar de ninguna manera a las concepciones conservadoras dominantes (incluidas las del revisionismo) sobre cuál es el orden de precedencia de los diversos factores de la revolución.
Esta línea, que sólo se hace concebible una vez culminado y agotado el Ciclo de Octubre (marcado por el entrelazamiento entre la revolución democrático-burguesa y la comunista proletaria), es la nueva orientación para el movimiento comunista. La LOD, al tiempo que despotrica contra su esquema, resume vagamente algo de ello tras haberlo leído en Línea Proletaria (por ejemplo en Ad.: 17, nota 24; 18, 39-40, 41). Ahora veremos hasta qué punto no lo comprende.
La idea central de Adelante es simple. La LR es en sí correcta, pero le falta política, le falta concreción. Sin ésta, su verdad esencial es parcial, incompleta, falsa en definitiva. Una y otra vez señala la camarilla que nuestros planteamientos son justos (Ad.: 8, 38, 46, 59), “correctos” (Ad.: 59), posiciones “verdaderamente revolucionarias” (Ad.: 9) y ciertas (Ad.: 33) y que abordamos los problemas desde una perspectiva histórica y universal (Ad.: 21, nota 30; 33-34, 41, 61). Que eso está muy bien, pero sin concreción política es unilateral, parcial y, todavía más, inane. Por eso dolía como el demonio ver cómo las ideas correctas, aquella verdad que teníamos en las manos, no deslumbraban a todo el mundo como nos deslumbraron a nosotros. Amenazaban con tornarse irrelevantes. Pero eran las correctas. Si no arrasaban se debía a que los que estaban al mando no querían.
La camarilla se gira desesperada hacia la historia de la LR para demostrar que querer es muy fácil. Busca eso que ha cambiado, eso que ahora está ausente. En su tangencial y superficial repaso de la historia de la reconstitución encuentra lo que le faltaba: propuestas concretas, medidas organizativas formalizadas, claras, comprensibles para todos. Estatutos, Resoluciones, Conferencias. Con eso sería imposible que nadie se quedase atrás (Ad.: 24, 34-35, 61). Atreverse a dirigirnos a la vanguardia teórica con realismo, optimismo, pedagogía (Ad.: 65). Coraje para concretar y aterrizar la táctica-Plan con seminarios, mesas de debate, propuestas concretas de Balance formuladas claramente a la vanguardia. Un espíritu que no teme el contacto con el militante de a pie, ni cae en el “oscurantismo” ni la “bunkerización”, sino que se abre al mundo y proclama decididamente la verdad.
Era algo así de sencillo, así de simple. Pero ─discurre la camarilla─ el “teoricismo” de la LR lo echó por la borda. Porque compactarse en torno a unas “tesis historiográficas” que aun por encima se escriben para la formación de la militancia propia (Ad.: 58) estaba lejos de ser algo simple. Y la excusa del Comité por la Reconstitución era que si no lo estábamos logrando se debía a que no se había estudiado bien. ¡Si nosotros no hicimos más que estudiar durante años y años! (Ad.: 49). Eso mientras el mundo ahí fuera se movía. Lo veíamos por la ventana: ahí estaba el MS creciendo a nuestra costa (Ad.: 62, 64). Aquellas concepciones “aislacionistas y antipolíticas” (Ad.: 8) iban a hacer naufragar todo lo bueno y verdadero.
Nosotros ─nos dice la LOD─ estamos en general de acuerdo con lo que dice LP. Lo que negamos es que sea suficiente. Y, bueno, en realidad no es lo fundamental (Ad.: 42). Lo fundamental es querer llevarlo a cabo, atreverse, no tener miedo, poner aquellos medios tan sencillos sin complicarlo con “disparates” formativos (Ad.: 51), más estudio (Ad.: 49) y total unidad cerrada en torno a “tesis historiográficas” y una “sistemática teórica” que jamás compartiremos todos al cien por cien. Con eso es “imposible” la elevación de los militantes. En su lugar (Ad.: 7), o quizás para ello (Ad.: 34), hay que organizar a la vanguardia, a esa vanguardia que ya habla de Balance, de Ciclo de Octubre, de reconstitución, y a la que hemos abandonado por desidia. Porque no basta con lanzar propaganda en abstracto (Ad.: 53). Las gentes no van a venir a nosotros si no les presentamos algo tangible, que sientan como suyo y en el cual se involucren. La “mera teoría” no involucra a nadie, no “moviliza” al que la “estima y lee” (Ad.: 8). Hay que “vincular lo general con lo particular” (Ad.: 7). Hay que ser pedagógicos. Atender a las preocupaciones de las masas y plantearles concretamente qué hacer. Por eso ─alecciona la circunspecta sabiduría política derechista─ en dos años y medio no hemos elaborado esa táctica-Plan que decimos (Ad.: 1, 32-33, 53, 65) que es urgente e imprescindible elaborar y por lo cual hemos intentado fracturar el movimiento por la reconstitución. Porque necesitamos conocer concretamente qué piensa y quiere cada sector del movimiento comunista. Si sabemos responder concretamente a sus inquietudes con una propuesta organizativa concreta, con una “táctica-Plan”, entonces conectaremos con ellos (Ad.: 42-43, 60) y la LR seguirá conquistando círculos de vanguardia, paso a paso, hasta reconstituir el Partido tras haber dado satisfacción a cada sector de la vanguardia y tras haberlo organizado, siempre en lo concreto. Debemos iniciar un trabajo internacional (Ad.: 66) para que otros hagan lo mismo en sus respectivos Estados y al final nos encontraremos todos los Partidos Comunistas, reconstituidos en la lucha y a golpe de “aterrizaje táctico variable” (Ad.: 40), dando “cuerpo al Sujeto, con mayúscula, que conformará el Partido mundial de la revolución” (Ad.: 41). Así habló la camarilla.
Los oficinistas de Adelante concluyen su razonamiento: esto tan simple es, en definitiva, lo que no ven los “teoricistas”, “solipsistas” y “anti-políticos”. Pero saben muy bien cómo auto-reproducirse esos temerosos conservadores, burócratas y reformistas (Ad.: 5, nota 4) del Comité por la Reconstitución. Puesto que se mueven en el registro de la ideología en general (Ad.: 46) se salen por la tangente del tema fundamental y práctico y concreto y político y particular que nosotros planteamos. Saben que en el “plano histórico-universal” no se les puede ganar. Por eso nosotros, la redacción de Adelante, estamos muy de acuerdo en lo que dice LP. Pero sólo en general. Lo que le falta es ser “organizador colectivo” (Ad.: 36). Sus “tesis historiográficas” son justas, correctas en general. Lo que decimos, y lo repetimos tres docenas de veces en sesenta páginas, es que eso no basta. Pero claro, los del Comité por la Reconstitución, con ese discurso “auto-referencial” (Ad.: 21), “parcial”, exclusivamente “histórico-universal” (Ad.: 61) convencen a todo el mundo, y así nos aislaron ante el resto del movimiento por la reconstitución. Saliéndose por esta tangente universal despistan a sus fanáticos para que no vean su completa carencia de política concreta, de lineamientos tácticos y de creatividad, y su temor patológico oscurantista a disputar el espacio político (Ad.: 21, 65).
En coherencia con lo que cree que falta, la camarilla derechista no se detiene en las “tesis historiográficas” de LP, de dónde provienen y hacia dónde van ─en contradicción con la cantidad de veces que repite (y no hace más que eso, repetirlo) que hay que apoyarse en las masas para resolver las tareas de la reconstitución ideológica (por ejemplo, en Ad.: 33, 45, 60). Así que lo que procura en su paseo dominical por la historia de la LR son ejemplos concretos, prácticos, sencillos de propuestas y medidas organizativas que se pueden implementar, replicar desde ya. Su orgulloso sesgo de confirmación encuentra exactamente lo que busca. Se convierte en lo único que la camarilla observa, desvinculado de todo lo demás y en especial del trabajo “historiográfico” y “teórico-sistemático”, es decir, del Balance del Ciclo de Octubre. De su apurado resumen de la LR para dummies desaparece cualquier problemática relativa a la ideología, a la concepción comunista del mundo, fuera de sus citas protocolarias de la Tesis de Reconstitución, la Nueva Orientación y el Debate Cautivo (estilo de cliché).
Así, por ejemplo, su explicación de la crisis del así llamado “campo de la reconstitución” ignora despreocupadamente los graves problemas ideológicos experimentados por la vanguardia marxista-leninista al acometer el Balance de la cuestión de la mujer. Estos problemas tenían que ver con la incomprensión de la tesis de Ciclo cerrado y la aceptación inconsciente, acrítica, del marco mental feminista, es decir, de las ideas de la clase dominante: los conceptos feministas de “trabajo productivo” y “trabajo reproductivo”, la negación, más implícita que explícita, de la incorporación de la mujer a la Revolución en el transcurso del Ciclo de Octubre, el dar por bueno lo que el feminismo dice acerca de sí mismo, etc. Todas esas concepciones recorrieron los trabajos colectivos de ese período, unas veces de forma velada y otras abiertamente, en ocasiones dominándolos y en otras en segundo plano.
Esa filtración de categorías feministas en la vanguardia marxista-leninista obedece a una concepción del mundo, tiene un trasfondo ideológico-filosófico burgués más general. Nos referimos al positivismo, que es el punto final de una tradición intelectual burguesa casi milenaria: el empirismo. El empirismo y el nominalismo tuvieron una vigorosa función histórica progresiva en la época del auge de la burguesía, pues liberaron a las mentes más preclaras de la humanidad de las abstracciones hieráticas del orden eterno de Dios. Restituyeron a la naturaleza, a la vida y a lo concreto su valor y dignidad, como objetos de disfrute y conocimiento por sí mismos, sin referencias a nada ajeno a lo que eran de por sí. Las generalizaciones y los universales no eran más que simples nombres, “mera teoría” sin existencia real, emanaciones de voz, según la expresiva sentencia atribuida a Roscelino de Compiègne. El sabio tenía que cuidarse de que cada paso del pensamiento se correspondiese a un proceso real, verificable, empírico. El concepto tenía que adecuarse al objeto. Sostiene, por tanto, una epistemología cuya operación básica es el análisis, la descomposición de lo complejo en sus elementos constituyentes últimos para poder reconstruir mentalmente su proceso. Así, comprende lo superior a través de lo inferior, lo compuesto a través de lo simple. Estas corrientes prepararon la grandiosa Revolución Científica de los siglos XVI y XVII, y la concepción del mundo que ésta fundamenta es, de acuerdo a esos principios analíticos, mecanicista: todo el movimiento de la materia, estudiado por las ciencias de la naturaleza, se reduce a y se comprende exclusivamente como choques arbitrarios de partículas descriptibles en términos matemáticos-cuantitativos (física newtoniana). En cuanto a la sociedad, su ser se atomiza en los encuentros y desencuentros entre los individuos (liberalismo), de la misma forma que el orden internacional se disuelve en los encuentros y desencuentros entre “sujetos particulares”, entre Estados y naciones independientes (visión que fragua las modernas teorías de la soberanía y del realismo político y libera al estadista de la tutela de la Iglesia).
Esto último se corresponde, como es obvio, a las condiciones burguesas de existencia, y en particular a la anarquía de la producción (sociedad de productores independientes) y al sistema moderno de Estados, con sus lógicas westfalianas de equilibrios y contrapesos. Por eso esta concepción mecanicista, que impulsa el desarrollo de la ciencia clásica de la naturaleza, conduce a una postura conservadora al ser aplicada al desarrollo de la humanidad, porque nuestras ideas sobre el mismo sólo son legítimas y científicas si reflejan su proceso real, presente, que no es otro que el proceso espontáneo de la sociedad burguesa, lo ya existente. Esta concepción no puede, por tanto, ver más allá de la sociedad burguesa, y es ahí donde hay que comprender el positivismo como corriente de pensamiento, que se define y hace dominante precisamente en el momento en el que la burguesía ha conquistado su dominio como clase y se enfrenta a la amenaza del proletariado.10 Proscribe como delirios, como utopías, la transformación del mundo de arreglo a unas determinadas ideas que vayan más allá del estado de cosas reinante (adecuación del objeto al concepto), pues esas ideas carecen de realidad y lo máximo que se puede hacer con las abstracciones y esquemas de la mente humana es verificar si se ajustan a un proceso empírico existente y concreto.
En el orden del movimiento obrero, esta concepción analítica y conservadora se traduce en que la revolución proletaria se contempla exclusivamente desde el ángulo de la forma inferior de unidad de la Clase (el sindicato) y excluye su forma superior (el Partido Comunista), en que se privilegian las cuestiones y problemáticas de carácter organizativo en detrimento de las de carácter ideológico (desdeñables como mera teoría), y en que la parte se impone al todo (que sería fantasmagórico, metafísico, irreal, proyección de vanidades teoricistas y tesis historiográficas sin efectividad).
Este pensamiento revisionista (burgués) fue el sustrato en el cual arraigaron aquellos conceptos feministas durante los trabajos de Balance sobre la cuestión de la mujer. Porque a lo que nos lleva ese estilo de pensamiento es a fijarnos única y exclusivamente en el dato empírico; en el caso de aquella experiencia, en las medidas concretas adoptadas por las revoluciones soviética y china en materia de igualdad entre hombres y mujeres, en la relación de tal organismo con cual organismo, en la estadística de miembros de esta o aquella organización, en los conflictos y tensiones entre uno y otro sector de la clase, en logros y retrocesos abstraídos de su marco material e histórico, en el número de masas, en la cantidad de producción, etc. De esa manera, se puede obtener un cuadro más o menos exacto del proceso real, que refleje lo que empíricamente ocurrió o dejó de ocurrir. Esto es básico y elemental para el conocimiento científico y, por tanto, para el marxismo. Pero el sentido de ese proceso queda fuera del marco mental de ese pensamiento, porque requiere un esfuerzo sustantivo de generalización y abstracción. Este paradigma teórico es incapaz de plantearse esa pregunta si no es para contestarla recurriendo a Dios o a la predestinación ─por ejemplo, a la predestinación del proletariado para construir comunismo (espontaneísmo, obrerismo). Contempla, por así decirlo, la causa eficiente de los hechos, pero no la causa final, que se corresponde materialmente al Partido Comunista que aplica una determinada concepción del mundo para impulsar, alterar y disponer el curso de los hechos, para la transformación de la sociedad y de la humanidad como un todo (y es con el Partido Comunista, con la fusión del socialismo científico y el movimiento obrero, que la causa final abandona el reino de la metafísica y se convierte en un factor práctico real del desarrollo social, en la proyección consciente del fin). Al arrancar al Partido Comunista de su lugar como problema central de la revolución proletaria, al extirpar la concepción marxista del mundo y de la historia de su lugar como factor material determinante, ese estilo de pensamiento dejó la vía expedita para que ese puesto vacante fuese usurpado por las ideas dominantes, por el sentido que la clase dominante atribuye a la historia y a la sociedad, que se toman como un hecho. En la cuestión de la mujer, esas ideas dominantes se resumen en el feminismo. Esas ideas se convirtieron entonces en el patrón por el que se cortaba la revolución proletaria, liquidándola con el rasero de prejuicios burgueses.
Estas desviaciones obedecen a la presión del viejo mundo sobre la vanguardia marxista-leninista, a su falta de independencia respecto del pensamiento dominante, a la tendencia a convertir la teoría revolucionaria en indiferente, en un significante vacío. Y ya el cruce del auge de la LR con la hegemonía del feminismo, la conciliación con las categorías y cuadro mental del enemigo de clase, se había materializado en una cabalgada ecléctica y liquidadora, bien política y bien concreta, contra la reconstitución: Vientos de Octubre.11 Tanto más después de eso debería tenerse por inoportuno y miope considerar que el trabajo sistemático y riguroso sobre la concepción del mundo de la vanguardia marxista-leninista podía constituir algo ocioso o superfluo, incluso desde un punto de vista estrechamente político como la LOD lo entiende.
Pero la LOD ─y de otro modo no sería una LOD─ no realizó este esfuerzo de romper con la ideología burguesa, declaró que era un ejercicio insustancial, “fantasmagórico”, depurar las concepciones positivistas que habitaban en nosotros mismos cuando recorrimos aquella experiencia común. Tomó ese camino hasta el final, se identificó con esa concepción del mundo y se hizo incapaz de ver nada más que lo organizativo y lo parcial, lo que tiene o, más bien, lo que cree tener delante de las narices. Así su explicación de la crisis del “campo de la reconstitución” no necesita más que referenciar vagamente aquellos problemas teóricos para volver a lo suyo. Constata “la dudosa asimilación de la ideología proletaria en el movimiento” (Ad.: 49) ─que, en cualquier caso, no sería lo fundamental─ para remitirla directa y obsesivamente a la falta de concreción política (Ad.: 32), a su cargante y deslucida explicación para todo. Y si esa crisis la podía ver el observador externo (Ad.: 2-3) ello no se debe a que aquellas desviaciones se hubiesen trasladado a LP, al altavoz público de la LR. Porque no fue así y eso, entre otras cosas, les obligaría a reconocer que efectivamente hubo vigilancia revolucionaria y lucha de dos líneas, en la cual los olvidadizos jefes de estos políticos participaron personalmente antes de convertirse en unos tránsfugas y que ahora desacreditan con amaneradas divagaciones escolásticas ─hubo, dicen, depósito y reorientación a posteriori, en lugar de dirección a priori (Ad.: 33). Pero no: la crisis se podía ver desde fuera porque no afluían masas, porque éstas no se sentían apeladas por la “propaganda en abstracto”, porque hubo una “fuerte sangría” y un supuesto “aislamiento”, que es lo único que contemplan ya sus gafas concretas y políticas y particulares (Ad.: 8, 46, 53, 56). Y, en efecto, si de lo que se trata es de sostener un flujo continuo de nuevos miembros hacia la organización de vanguardia,12 que en ésta se mantengan ideas burguesas, feministas, es completamente irrelevante. De hecho, todo lo contrario: esas ideas revisionistas, concordantes con el pensamiento dominante, nos darían incluso un mayor predicamento y popularidad, precisamente porque reman con la corriente… a expensas del comunismo y de la independencia del proletariado.
Es del máximo interés de la LOD mantener su debate alejado de la teoría revolucionaria. Lo que afirma de sí misma es que ella no la pone en cuestión, que el tema va de cómo se plasma políticamente. De ese modo no necesita decir nada serio sobre nada, ni refutar los “disparates” teoricistas desde arriba. No necesita examinar su coherencia interna, su congruencia con el pensamiento marxista, con la concepción del mundo proletaria. En su lugar, le basta con denunciarlos arbitrariamente como concepciones que obstaculizan el “aterrizaje concreto” de la LR, como aberraciones inexplicables, cuando no como expedientes tácticos cuya caducidad se argumenta en base a razonamientos circulares (Ad.: 21-23) o saliendo del paso con preguntas retóricas (Ad.: 41). Y para eso no necesitan más prueba que su palabra y un manojo de citas; basta y sobra para desterrar del imaginario de la vanguardia (Ad.: 47) lo que haga falta y por decreto.
El eclecticismo y la miopía positivista-organicista conforman el aglomerante ideológico que apresta la manera en la que la LOD entiende su lugar político en la vanguardia. Por un lado reconoce la “justicia” y razón “histórico-universal” en general de la LR. Esto no sólo le evita tener que decir nada serio sobre lo que se imprime en las páginas de LP (por ejemplo, respecto de la fundamentación de Guerra y Reconstitución, de las “tesis historiográficas” y teóricas que conducen a y sostienen esta posición política de vanguardia). Es que, además, y por el otro lado, le deja las manos libres para picotear a la carta ese trabajo teórico, aquello que mejor le convenga en cada momento para darse “cuerpo político” y presentar un cierto prurito LR ante esas masas de vanguardia que, nos dice, se levantan pidiendo reconstitución pero que no quieren engorros de compactación en torno a “tesis historiográficas” y “mera teoría”. No hay que olvidar que el primer competidor de la camarilla, con el que va a tener que medirse continuamente, es Línea Proletaria. Sentado esto, la divergencia con el “teoricismo” se le presenta ilusoriamente a la LOD como situada en el querer dar cuerpo organizativo y concreción política a esas ideas (Ad.: 59), incoherentemente con lo que ella misma dice acerca de su carácter de principio (Ad.: 1).
Para presentar la nueva oferta como satisfacción de una demanda, de un vacío en el mercado, la camarilla tiene que negar que la LR realice ningún tipo de trabajo político, tirando de indisimulados tópicos del revisionismo contra la reconstitución (muy señaladamente, Ad.: 36). Ha justificado su existencia como destacamento en la supuesta ausencia de ese trabajo político. Reconocerlo sería negarse ante sí misma su razón de ser. Y ahí vale lo que sea. Ésta, y no otra, es la clave sin la cual toda la bóveda argumentativa derechista se viene abajo.
Negar de palabra y de hecho el trabajo político de la vanguardia marxista-leninista es la condición sine qua non de toda su plataforma. Han cifrado su existencia en algo tan volátil como eso, que ellos mismos codifican en términos de “querer”, de “atreverse”. Demos por bueno por un instante el voluntarista diagnóstico derechista y pensemos: si los “teoricistas” se levantasen mañana queriendo y atreviéndose, la camarilla perdería inmediatamente su motivo de ser. Para acallar este ominoso pensamiento intrusivo han declarado que es imposible que los “teoricistas” quieran porque así son sus concepciones ideológicas: idealistas, auto-referenciales, solipsistas. Eso no necesita demostrarse, porque es obvio. Y es obvio, claro, porque se corresponde al pensamiento dominante en la vanguardia teórica, al revisionismo. A convencerse de que es obvio dedicaron la hoja parroquial que remitieron al movimiento por la reconstitución en marzo de 2023, concebida para convencer a los que ya estaban convencidos. Año y medio después no se han movido del sitio y publican su refrito, Adelante número 0. Y aún así poco convencidos, conscientes de que esto no se sostiene e intuyendo que no tiene verdadero valor demostrativo, rumian una y otra vez lo que en verdad es el auténtico eje y el dogma de fe central de este panfleto: repetir, insistir, reiterar machaconamente que en cualquier caso es un hecho que la LR no desarrolla trabajo político concreto. Y lo hacen sin descanso, acallando con este masticar cualquier pensamiento o hecho que apunte a lo contrario. Que aquel trabajo político concreto se ha perdido y que lo que la LR hace en realidad no vale. Para ello esparcen cotilleos sin rubor, e incluso para esto, para lo más bajo, para este irresponsable y peligroso entretenimiento se esconden a nuestra sombra: son sus credenciales de ex-militantes de la Línea de Reconstitución las que todavía les permiten empeñarse en este juego por un tiempo, mientras las circunstancias se lo permitan. Eso es todo lo que tienen, y estos chismorreos proferidos entre “seguramentes”, “probablementes”, “parece que”, “creemos que” y otros balbuceos los hacen sentirse más seguros porque los oportunistas saben que no podemos defendernos de esas acusaciones, porque saben que hacerlo significaría poner el trabajo comunista en un escaparate y exponer a la vanguardia ante la vigilancia ─y no precisamente revolucionaria─ de cualquiera que pase por ahí. Y “la seriedad del trabajo revolucionario no puede habitar una casa de cristal”, como decía Víctor Serge.
Esto es la negación práctica del Balance del Ciclo de Octubre, de la formación y construcción de la vanguardia comunista, porque en lo que la camarilla educa a la vanguardia de la clase es en la pornografía, en la exposición de las intimidades de otros a modo de credenciales prácticas y políticas y concretas de si una línea es o no es la línea correcta. La formación de la vanguardia teórica en la ideología, la transformación de su concepción del mundo deja de ser el eje de la política de la vanguardia marxista-leninista. De su contenido la LOD no tiene nada que decir, porque su presbicia positivista la hace completamente insensible a todo aquello que no pueda palpar. Su lugar es ocupado por la competición por acreditaciones prácticas, que se miden por raseros distintos según convenga y que se deben demostrar ante cualquiera que las requiera como garantía de la viabilidad comercial de la oferta y de la seguridad jurídica de la inversión en acciones de la compañía. Ese mismo sentido tienen las no menos recurrentes y repetitivas quejas por la falta de “publicidad interna”, de “democracia” y “cauces políticos”, que escupen docenas de veces porque son ellos mismos quienes necesitan arrancarse la vacilación del pecho. Es saber popular que el monigote que más se queja de ser silenciado es precisamente el que se pasa los días hablando y hablando y hablando en prime time. Y si estas quejas de los derechistas ya eran populismo en julio de 2022, seguir con cuentos de brujas y provocaciones de este estilo cuando ya hace mucho que uno se ha ido de la organización es la enésima confesión de que no se tiene nada serio que decir sobre su línea ideológica y política.13 Hasta tal punto necesita la camarilla engordar este demagógico memorial de agravios que no vacila en protestar porque su antigua organización no les proporcionase ni publicase en el BOE la documentación interna… ¡de otra organización (Ad.: 13, nota 11)!
Dejaremos para el final las consecuencias de este estilo de trabajo, de este universal esparcimiento a los cuatro vientos, y qué tipo de plataforma puede montarse sobre esta actividad. La necesidad de negar el trabajo político de la reconstitución requiere negar la concepción del mundo que lo fundamenta y lo ordena. Su negación de palabra se corresponde con su liquidación de hecho, práctica. Mientras otros llevaban a cabo un trabajo internacionalista serio de análisis y fundamentación, de propaganda del derrotismo revolucionario y de denuncia de la guerra imperialista, de propaganda del programa comunista para la cuestión palestina (fusión del proletariado internacionalista con el movimiento de liberación palestino y destrucción del Estado sionista), de crítica y deslinde de campos con diversas corrientes de la vanguardia; mientras otros hacíamos todo eso, decimos, los derechistas se pasaron dos años debatiendo si el “sujeto” era el movimiento por la reconstitución, la fracción derechista o la “Dirección de Madrid” y emitiendo “hipótesis agitativas” (sic) sobre la reconstitución del movimiento por la reconstitución, en un giro del asunto para nada solipsista, aislado ni auto-referencial. Ahora, después de dos años de runrún y mientras se lamentan del “adanismo” de otras casas (Ad.: 55), descuelgan en un parrafito que hay que “iniciar un combate permanente contra el socialchovinismo” (Ad.: 66). Claro, tienen que iniciarlo… ellos, ¡porque llegan tres años tarde! Tres cuartos de lo mismo ocurre con eso de que “se abre la necesidad de extender la influencia de la LR más allá del Estado español” (Ad.: 66). Esto sólo puede afirmarse ignorando, liquidando, combatiendo el hecho de que la LR ha roto el precinto del Estado español hace unos cuantos años ya, y que su “mera teoría” y “tesis historiográficas” son foco e impulso de la organización del comunismo fuera de estas fronteras. Es la propia cortedad de estos políticos, la estrechez de su concepción del mundo y la credulidad infantil con la que se creen a pies juntillas el mamarracho que han pintado de nosotros lo que los aboca a tropezar una y otra vez con la misma piedra: los cretinos parlamentarios de la LOD sólo se acordaron de la vanguardia marxista-leninista internacional en septiembre de este año, cuando la necesitaron para recabar sufragios. Como salió mal, toca otra ración de resaca electoral y otra desesperada cortina de humo a golpe de denuncia política.
La camarilla se consuela en que esos dos años y medio fueron una hipoteca, un peaje, un expediente necesario para aclarar sus propias ideas, qué son y qué quieren (toda una declaración del carácter espontaneísta de una confesa aventura). Estas ideas se resumen en la tesis derechista-togliattiana del “sujeto particular”, que se monta sobre la enajenación de la teoría y la práctica de la reconstitución del comunismo. Toda concepción del mundo incluye, explícita o implícitamente, una serie de preguntas fundamentales por el lugar del hombre en el universo, por el sentido de sus acciones, por los componentes elementales de la realidad. Antes que en unas respuestas, la concepción del mundo consiste en cómo se plantean, en qué términos se formulan esas preguntas, lo cual determina las soluciones que se vayan a encontrar. Esto, por la sencilla razón de que aquellas preguntas son las gafas con las que se observa el mundo y condicionan qué se busca, qué se observa, a qué se es sensible. Lo que no contemplan esos interrogantes es ignorado, porque no se ve aunque se tenga delante. La cosmovisión precede al dato. Es la arquitectura ideológica, teórica, interna de esa concepción lo que determina que sea algo más que un sesgo de confirmación, falsa conciencia.
Los derechistas se explican su lugar en el mundo con la tesis del “sujeto particular”. Ellos son los verdaderos herederos de la LR porque quieren, pretenden, van a, tienen intención de vincular lo “general” ─la verdad que, según ellos, nosotros defendemos “justamente” pero sólo en un “plano histórico-universal”─ con el “sujeto particular” (Ad.: 30, 61). En otro punto, no obstante, lo plantean de forma algo distinta: no hay que vincular nada porque el Sujeto con mayúsculas (sic), universal, sólo toma cuerpo y realidad con la suma de “sujetos particulares” que reconstituyen el Partido Comunista en cada Estado (Ad.: 41). Asume como presupuesto, como punto de partida teórico, la fragmentación de la humanidad en Estados y comprende la interacción entre los distintos destacamentos del proletariado internacional como una interacción externa, entre magnitudes analíticamente independientes que confluyen posteriormente entre sí. El desarrollo internacional de la clase, lo más elevado, es una abstracción sin realidad, y sólo se conforma, sólo toma “cuerpo” en la agregación mecánica de lo simple, de lo separado, de lo aislado, que se enseñorea del proceso y lo somete al reflejo de las tendencias centrífugas y fragmentarias de la sociedad burguesa. A su vez, este término de “sujeto particular” se define por ser… particular: lo refieren, indistintamente y sin rigor, tanto al movimiento prepartidario de vanguardia (Ad.: 61) como al Partido Comunista reconstituido en un Estado determinado (Ad.: 41), que a su vez, como decimos, se asume naturalmente como escenario fundamental de la actividad revolucionaria. Es decir, que el salto cualitativo de la lucha de clases que supone la reconstitución del Partido ─de la dialéctica racional a la dialéctica social, de la crítica revolucionaria a la revolución en marcha─ no afecta sustancialmente a esta categoría del “sujeto particular”. Es un nombre independiente del estado concreto de la lucha de clases.
Y no es sorprendente, porque la camarilla ha desdeñado la mera teoría y las tesis historiográficas que resumen aquel desarrollo internacional, universal, de la clase. La LOD, que habla de lo particular y lo concreto pero que en su boca no son más que abstracciones huecas, pregunta por cómo se reconstituyen los Partidos Comunistas, pide una receta general, pues los que se dicen verdaderos herederos de la Línea de Reconstitución del Partido Comunista detectan un “gran vacío” en la cuestión de la reconstitución del Partido Comunista.14 Detectan un “gran vacío” porque desconocen, ignoran, liquidan todo lo que la LR ha estudiado, dicho y expuesto sobre la experiencia histórica, material y concreta de reconstitución de los Partidos Comunistas, que es… eso, histórica, material y concreta.15 Es decir, desconocen, ignoran, liquidan el Balance del Ciclo de Octubre, cuyos resultados han dejado de ser universales y la clave para volver a concebir la revolución proletaria como un todo (Stalin) y se les han transmutado en “conclusiones provisionales” (Ad.: 18; 25, nota 37) dispuestas a revisarse, también provisionalmente, en función del discurso que toque manufacturar para llamar la atención de la organización revisionista de turno, procedimiento por el cual las circunstancias particulares embocarán a la camarilla hacia la veleidad política más espuria de la semana.
En resumen, lo general es un fantasma, “espiritual”, “abstracto”, “mera teoría” fuera de lo concreto-particular que es lo que le otorga “cuerpo” y colorido (empirismo, nominalismo). Para dar algo de respetabilidad roja a estas ideas dudosamente marxistas intentan remitirlas a la historia de la RPM. Sus credenciales son más bien pobres. Aluden, como supuesto apoyo de esta tesis, que el sujeto particular bolchevique era distinto del resto de sujetos particulares y llevó la voz de avanzada (Ad.: 38). Toda la riqueza, complejidad y densidad de la experiencia de la constitución del Partido bolchevique y su proyección mundial como Internacional Comunista se vaporiza en la seca tautología que afirma, como un portentoso argumento, que el partido ruso no era el partido alemán o el inglés. Por otro lado, y a tenor de sus menesteres proselitistas, los derechistas invocan un principio mutilado: la tríada “un Estado, una Clase, un Partido” de la Comintern se poda en la díada “un Partido-un Estado” (Ad.: 64), atribuyéndose falsamente al leninismo y de modo que el término internacional y clasista desaparece, se vuelve invisible, se da por supuesto.16
La teoría original del “sujeto particular”, la tesis de las vías nacionales al socialismo (también condimentada, por cierto, con sufridos suspiros por la democracia), tenía su raíz en las limitaciones ideológicas que había ido acusando el paradigma de Octubre; entre ellas, la degeneración nacionalista del socialismo en un solo país, la táctica del Frente Popular y la sustitución de la lucha de clases internacional por la coexistencia pacífica con el imperialismo. La revisión togliattiana no fue consecuencia de la disolución de la Comintern, como a veces se tiende a interpretar, sino que ambas eran subproductos comunes de una causa más profunda, ideológica, y crecieron orgánicamente, naturalmente, por así decirlo, sobre el sustrato de las limitaciones del marxismo del Ciclo y su conversión en revisionismo. Presuponía, pues, que el marxismo revolucionario había dejado de ser la guía ideológica “histórico-universal” de los Partidos Comunistas. Es este drama histórico lo que otorgaba a la revisión reformista-nacionalista del comunismo su carácter necesario; se presentaba ante los propios comunistas como la consecuencia coherente de los principios que habían enarbolado hasta entonces, y cuestionar esa necesidad pasa por someter a escrutinio crítico la experiencia del Ciclo como un todo, como fenómeno histórico sustantivo de por sí ─y no como una agregación nominal de experiencias disyuntas, particulares, comprensibles por separado (nacionalismo).
La teoría del “sujeto particular” de los derechistas, empero, afirma que el marxismo revolucionario, la razón “histórico-universal”, asiste al enemigo político que lleva combatiendo dos años… a la vez que se desentienden del Balance del Ciclo de Octubre y de cualquier dedicación sustantiva a la teoría revolucionaria. Esta tesis del “sujeto particular” es, pues, la teoría de quien se arrastra a rebufo, a la sombra de los marxistas revolucionarios, de la LR. Ésta es la razón profunda del batacazo de la camarilla, de cómo pasó de poner en jaque al movimiento por la reconstitución a perder sus bases y su organización. Como toda teoría ad hoc, la tesis del “sujeto particular”, en lugar de situarse en un punto de vista superior para dominar desde arriba la contradicción y revolucionarla, lo que hace es comprometerse con ella, atarse a ella, justificarla y justificar el ensimismado chapoteo del político en ella. La camarilla abandonó el análisis de clase, renunció a la fundamentación teórica de la RPM en principios universales y de vanguardia, arrancó su política del plano de la relación de todas las clases entre sí, combatió la táctica internacionalista de la vanguardia marxista-leninista. Renunció a todo eso para pelear contra el comunismo. Aun aceptando el marco ecléctico, no dialéctico, de suma de particulares que dan cuerpo a lo universal, hay que ser muy crédulo para comerse que la camarilla vaya a vincular ningún particular con ningún universal cuando éste ha sido desterrado desde el inicio de su cabalgada y se han disuelto los principios elementales del internacionalismo proletario, la unidad de la clase obrera internacional y de la RPM como fenómeno político, en el empirismo nacionalista. Resultado: una táctica-proceso acotada y adaptada al marco estatal-nacional en el que está domiciliada la jefatura derechista.17
Y es que, después de renunciar a todo aquello, a los principios del comunismo, al carácter internacional de la RPM y la referencia de la lucha de clases, ¿qué le queda a la camarilla para justificar su existencia como destacamento politizante-concretizador? Pues pontificar sobre la supuesta correlación de fuerzas entre las organizaciones revisionistas en el Estado español, que es lo que de verdad sustancia su “sujeto particular” (Ad.: 61). Es su marco de referencia empirista y positivista, y a su sesgo de confirmación se adaptan sus análisis (subjetivismo). Eso es lo único que la LOD ve y demuestra que, en dos años y medio, no se ha movido del sitio, que no se ha movido de los dogmas que la llevaron al naufragio, que no ve que su propio criterio de la práctica le ha dado un mentís. No le valió para conquistar el movimiento por la reconstitución, pero ahora aspira a conquistar con él los corazones de gente de otras casas… para lo cual rebaja todavía más el discurso. Juran en nombre del marxismo no someterse a la “batalla concreta” (Ad.: 50) y aseveran que “no se trata de ceder la independencia ideológica y política de la Línea de Reconstitución a las circunstancias del momento” (Ad.: 54)… ¡pero eso es exactamente lo que hacen cuando corren a hacer campaña ante el “novedoso” MS! En su disociativo análisis de esta corriente de vanguardia dicen que se trata de una espontaneísta y masista (Ad.: 61-62), que se desplaza “hacia posiciones cada vez más alejadas del marxismo-leninismo” (Ad.: 62), que sus bases ideológicas son antagónicas con el Balance del Ciclo (Ad.: 63), que niegan el Partido Comunista, el Partido Obrero de Nuevo Tipo leninista (Ad.: 63), la dictadura del proletariado (Ad.: 63), que apuestan por el federalismo en lugar de por el centralismo (Ad.: 64), que siguen la “línea de las ideas del revisionismo clásico” (Ad.: 65) y lo hacen “introduciendo y extendiendo determinadas ideas anti-comunistas” (Ad.: 65). Casi nada. Por menos intentaron fracturar el movimiento por la reconstitución. Y después de todo este chaparrón dicen, con toda seriedad y justificándolo en el uso de cuatro términos que suenan a LR, que el MS es expresión en negativo, y también positiva… ¡del “avance de la reconstitución ideológica en su forma históricamente concreta” (Ad.: 64)! ¿Hay mayor idealismo que esto? ¿No es esto convertir el marxismo en un dogma muerto, en un cliché cuyo correlato práctico es completamente irrelevante? Todo es la LR… ¡salvo la LR! Entiéndalo quien pueda. Así de desesperados están por sentarse entre dos sillas, por contentar a todo el mundo, por convencerse de que en el fondo todos estamos de acuerdo y por encontrar cobijo en una nueva familia, cualquiera que sea.
Esto es la línea de la unidad de los comunistas, de la liquidación de la ideología de vanguardia y de la organización comunista independiente en nombre de un fantasmal rédito político que se va perdiendo en lontananza.
La camarilla de derecha tiene por muy ciertos sus razonamientos. Se le antojan verdaderos porque sigue su propio proceso mental y lo encuentra lógico, encuentra que sus conclusiones se le derivan congruentemente de determinadas premisas. El idealismo es la forma general, típica, de la falsa conciencia, de la escisión entre el pensamiento y el ser: el individuo, el sujeto cree apoderarse mentalmente de un proceso cuyos factores se le escapan y que se realizan a sus espaldas. La realidad se le presenta al derechista como cosa muy sensata, como unas condiciones empíricas, sensibles, palpables, al alcance de la mano y a las que sería muy simple, muy sencillo acceder. Se pertrecha con su panoplia ─“sujeto particular”, “dirección a priori”, “aterrizaje táctico variable” y demás─ para emprender la lucha contra la especulación en su propio terreno y restituir a la vida su sencillez. A su despecho, se ha curtido en las sutilezas metafísicas, “teoricistas”; las ha refutado y vuelve desde ellas, con esa experiencia, a casa, a la simple y transparente realidad terrenal a la que despierta tras su sueño dogmático. El dialéctico burgués ─es decir, el ecléctico─ cree así no dejar nada fuera, porque afirma una cosa y su contraria, una en el plano general, su contraria en lo concreto y después viceversa. Lo afirma todo de todo, su aparente completitud valida retroactivamente su madeja de deducciones y las críticas contra ellas se le aparecen, pues, como manipulaciones, tergiversaciones, tiros que nunca atinan, argumentos retuertos e injusticias, y se le sitúan en el reino de los paroxismos subjetivos y la mala fe. Sus reveses obedecen ostensiblemente a la misma causa. Es que el personal tiene muy mala sangre y no ha querido entender sus honestas intenciones, lo que en realidad quería decir y lo que en realidad quería hacer, que es su auténtico criterio de (no) verdad. No hay que creer a sus hechos, sino a sus palabras. La fisura abierta entre sus expectativas soñadas y sus fracasos reales se resuelve así, también, en un movimiento de su conciencia subjetiva, que la restaña y reinicia su círculo vicioso ideológico.
Ejemplar de este bucle rumiante es su nueva “denuncia política”, su nueva queja por la enésima “línea roja” por nosotros transgredida (ya hemos perdido la cuenta de cuántas van desde 2022). En este relato de ruido y furia que es la vida narrada por la LOD todo existe en el mismo instante y la causalidad es de verso libre, difusa. Intenta repetir en octubre de 2024 lo que hizo en julio de 2022; saca pecho y vocifera censuras del malaje parapolicial de sus enemigos para desviar la atención de sí misma y pescar incautos con un argumento tremebundo con el cual parecería imposible no contemporizar. Pero a fecha de hoy, y al contrario que entonces, la camarilla y sus retoños liquidadores acumulan dos años poniendo en práctica su programa potresoviano anti-burocrático, anti-oscurantista, democrático y aperturista, cooptando a cualquier despistado, oportunista o mero observador para su(s) plataforma(s), compartiendo sin filtro sus intimidades y las nuestras, instaurando la cultura del chismorreo y los murmullos en voz alta, confiándose a la buena voluntad del primero que pasara y entusiasmándolo con que nadie tenía derecho a guardarle un secreto, aireando a voces los santos y las señas y despreocupándose por la seguridad más elemental, montando así una universal telaraña de fuentes abiertas, filtraciones, fugas de información, escaparates y casas de cristal, y anunciando cada uno de sus pasos a son de fanfarria. Y ellos realmente son inconscientes de hasta qué punto esparcen información al viento y hasta qué punto telegrafían su próxima ocurrencia, aún en el momento en que, como ahora, tropiezan con el monte de todos los cabos sueltos que han ido dejando por el camino. Están más pendientes de salir del paso a la carrera que de examinar desapasionadamente su propia obra y sus resultados. Honestamente creen con todo su corazón e ingenuidad que son otros quienes cargan con su propia irresponsabilidad. Hay que entenderlos.
Nosotros hemos aprendido a entenderlos, a saber cómo piensan, qué les angustia, qué sienten y por qué sufren, hemos aprendido a interpretar y leer sus gestos y señales. En dos años hemos aprendido a ver el mundo a través de sus ojos, mientras que ellos no han aprendido a hacerlo a través de los nuestros. La vida se les presenta como una colosal confabulación, pero la realidad es mucho menos mediática. Como ellos no nos entienden ni se han preocupado de entendernos, nuestras acciones les resultan sencillamente incomprensibles, impredecibles, no caben en su concepción del mundo y sólo son capaces de explicarse su éxito como producto de oscuras maquinaciones, de maliciosos procesos de caos controlado y de maniobras de corte “parapolicial”.
En verdad, los derechistas ya no pueden hacer mucho más que eso: quejarse, gritar desde el margen del camino en el que se ovillan. Seguirán denunciando, y seguirán gritando. El sentido de clase de sus acciones, de sus quejas, de sus denuncias y de su transparencia les permanece oculto por lo que dicen de sí mismos, por su martirizada posición de almas bellas hostigadas. Se han montado su peculiar trama Pegasus sin tener un escaño desde el que solicitar una investigación parlamentaria. Recargan las tintas para tocar teclas emocionales, pero sus histriónicas acusaciones dicen más de ellos que de nosotros. Y es que los chillidos de esta “denuncia política” nos dan la medida de qué cabrá esperar de la plataforma derechista si sufriese una auténtica infiltración parapolicial, una de verdad: no la respuesta de una organización comunista, no una adecuada dialéctica entre trabajo abierto y secreto que controle los daños y lesione lo menos posible su independencia, no una línea que construya movimiento de vanguardia con autonomía respecto del Estado imperialista y sus fuerzas represivas, sino compungidos comunicados de impotencia y la exposición a gritos de su propia torpeza. Es en esto en lo que educa a la vanguardia. Toda una concepción del mundo (burguesa) en acción.
En nuestra resolución de abril de 2024, publicada en el presente número, decimos que el papel de esta gente en el movimiento obrero será el de convocar a charlatanes y despistados contra la LR. En efecto, el sentido de su intolerable “denuncia política”, que banaliza irresponsablemente lo último que debe ser banalizado y los sitúa del mismo lado de los que ya lanzaron esas mismas insinuaciones abyectas contra el Movimiento Anti-Imperialista,18 apunta a construir, a convocar, a conchabar un club de agraviados por la reconstitución, un rebaño de caras largas y ojos enrojecidos que competirán en inventarse brutales atropellos y vejaciones supuestamente obradas por la LR contra sus personas, una asociación civil de recogida de firmas y testimonios contra el terrorismo comunista. Ése es el tipo de tinglado político que pueden sostener los mimbres de la demagogia de la camarilla, ése es el perfil del personal al que reclutarán para revertir su hundimiento en la irrelevancia. Es esta estridencia histérica la que no tiene nada que ver con las tradiciones de la LR, con las tradiciones del comunismo revolucionario. Se dirán a sí mismos que no son eso; intentarán probarlo ante los ojos ajenos y propios abriendo debates y publicando apresurados escritos que cubran los grandes vacíos que crean detectar en la actividad de la vanguardia marxista-leninista, picoteando azarosamente de la literatura de la LR y aplicando el rasero de Procusto del sujeto particular a la temática a la cual los inclinen sus apetencias anárquicas (Ad.: 8) del momento, faena en la que ya se han embarcado. Y eso sí será falsa conciencia, ideología en el peor sentido de la palabra, porque esconde, oculta, empaña el verdadero carácter de su plataforma. Pero es todo el ratón que pueden parir.
La LOD liquidó los fundamentos de la concepción marxista del mundo en aras de su interés de grupo, así como las conquistas teóricas y políticas del proletariado en pro de ganar un argumento y tirar para adelante sin examinar fríamente qué estaba haciendo en realidad. Despreció la Formación y la educación ideológica como un pasatiempo prescindible a la hora de diseñar y desarrollar la política de vanguardia. La planificación y la actividad consciente se hicieron a un lado para dejar paso a la improvisación. Enfrentó arbitrariamente un aspecto parcial del Plan de Reconstitución a todos los demás. Sustituyó el internacionalismo proletario, que requiere poner por encima de todo el interés de la clase en su conjunto y subordinar la parte al todo, por el empirismo nacionalista y la estrechez miope. Cultivó un ecosistema de habladurías y murmuraciones. Antes de mirar por la salud de la revolución, se cegó por salir del paso. En lugar de exponer sus debilidades, las ocultó. Se cargó de mentiras, promesas y compromisos espurios; no los quiso disolver porque eso sería una concesión, y de ese modo se obligó a sí misma a pasarse la vida mirando ansiosamente hacia atrás por el rabillo del ojo, en lugar de hacia adelante. El análisis de clase y la objetividad fueron destronados por las ocurrencias, los pareceres, las percepciones, los sentimientos y los orgullos heridos. La actitud y actividad de vanguardia reposan en una cuneta, arrojadas allí por la autocomplacencia, la irresponsabilidad y el victimismo, vástagos de una visión judeocristiana del mundo en la que sólo hay pecadores y santurrones, culpables y corderos. La congruencia en la teoría y la coherencia en la práctica fueron devoradas por una montaña de palabrería insustancial; la autocrítica, por la manía persecutoria. Los de la LOD se creyeron infalibles y más listos que nadie y, como todo salvador, se convencieron de que la gente es idiota y no va a entender nada que no se le dé bien masticado, en forma de propuestas y cursos de acción concretos. En definitiva, dejaron de creer en el comunismo y en el proletariado.
Ahí tenemos el resumen de lo que no debemos ser. El comunista que esté leyendo esto no tiene derecho a pensar que el asunto no va con él, sino que debe ponerse ante este incómodo espejo y preguntarse hasta qué punto está realmente por encima de esta criatura, de esta fisionomía concreta de la liquidación del comunismo. De te fabula narratur, y esto aplica antes que a nadie al movimiento por la reconstitución y al Comité firmante.
Antes del verano de 2022 éramos, como quien dice, lo mismo. Con sus luces y sus sombras, con sus éxitos y sus fracasos compartidos, los que ahora se dedican al confusionismo político y nosotros éramos parte de un mismo proyecto. O eso decíamos. La grieta que nos separa hoy es tan ancha como la que se abre entre dos clases. Tanto, que la camarilla de derecha se divisa apenas difusa en la distancia que cubre ese abismo. La lejanía otorga perspectiva, pero también puede inducir a engaño. Corremos el riesgo de no reconocernos en sus rostros desfigurados, corremos el riesgo de reconfortarnos en que representan un acto que ya ha concluido. Pero todo el peso del mundo empuja hacia su lado de la grieta. Somos una cáscara de nuez en ese océano sobre el cual se congregan huracanes como los que no ha visto este siglo. Que nos hayamos zafado las manos del cepo de la LOD no significa que las condiciones de las que surgió se hayan desvanecido. Parte de ellas no las podemos cambiar mientras el proletariado revolucionario no pueda transformar este mundo, mientras no reconstituya su Partido Comunista. La otra parte, empero, está en nosotros mismos, se corresponde al movimiento por la reconstitución y superarla ya no es para mañana, sino para hoy. De esas condiciones brotó esta LOD, y ajustar cuentas con ellas requiere culminar la aplicación de la autocrítica que en la presente hemos expuesto sucintamente, y que se resume en adecuar la organización de la vanguardia marxista-leninista al plan de reconstitución. Todo lo que hemos hecho y aprendido en los últimos tres años ha sido para esto.
Comité por la Reconstitución
Diciembre de 2024
* El libelo con el que se presentan al público, que citaremos a lo largo de este texto, puede consultarse en: https://adelante.neocities.org/.
1La Nueva Orientación en el camino de la reconstitución del Partido Comunista; en LA FORJA, n.º 31, 2003, p. 16.
2Vid. La emancipación de la mujer y la revolución proletaria. Bases para una política revolucionaria en el frente de la mujer; en LA FORJA, n.º 5, 1995, pp. 2-12.
3La Nueva Orientación…, pp. 53-54.
4Que es, dicho sea de paso, la forma estrecha en que la LOD codifica el surgimiento del movimiento por la reconstitución, quedándose nada más que con el planteamiento de una “hoja de ruta” política (Ad.: 28) y la aceptación formal de tres tesis (Ad.: 44, nota 55), con un trasfondo más vinculado a la cuestión limitada de “cómo podía el proletariado detentar el poder” (Ad.: 38) que a los problemas de la conciencia revolucionaria y de la transformación del mundo (lo cual es falso respecto de la historia real del movimiento por la reconstitución). No ven nada más que eso, porque han arrancado del corazón de la historia del proceso de compactación cualquier preocupación por la teoría y el Balance, despreciados respectivamente como “mera teoría” y “tesis historiográficas”. Éstas son las gafas que les inducen a creer (Ad.: 56) que “estas ideas se han generalizado entre amplios sectores de la vanguardia”, porque la LOD observa que esos sectores, como ella misma, repiten como un “papagayo” (Ad.: 50) palabras que suenan a reconstitución.
5Cómo no hacer una exégesis; en LÍNEA PROLETARIA, n.º 8, 2023, pp. 55-59.
6“En la manufactura los obreros, aislados o en grupos, ejecutan con su instrumento artesanal cada uno de los procesos parciales especiales. Si bien el obrero ha quedado incorporado al proceso, también es cierto que previamente el proceso ha tenido que adaptarse al obrero. En la producción fundada en la maquinaria queda suprimido este principio subjetivo de la división del trabajo. Aquí se examina, en sí y para sí, objetivamente, el proceso total, se lo analiza en sus fases constitutivas, y el problema consistente en ejecutar cada proceso parcial y ensamblar los diferentes procesos parciales se resuelve mediante la aplicación técnica de la mecánica, de la química, etc.” MARX, K. El Capital. Crítica de la Economía Política. Siglo XXI. Madrid, 2017, t. I, p. 457. Más explícitamente, ibíd., pp. 436-438.
7“Los animales también poseen una historia, la de su descendencia y gradual evolución hasta llegar a su estado actual. Pero esa historia se hace para ellos, y en la medida en que participan en ella, eso ocurre sin que lo sepan o lo quieran. Por otro lado, cuanto más se alejan los seres humanos de los animales en el sentido más estrecho de la palabra, más hacen ellos mismos su historia en forma consciente, más se reduce la influencia de los efectos imprevistos y de las fuerzas incontroladas sobre dicha historia, y el resultado histórico corresponde con mayor exactitud al objetivo prefijado. Pero si aplicamos esta medida a la historia humana, inclusive a la de los pueblos más desarrollados de la actualidad, advertimos que aún existe una colosal desproporción entre los objetivos previstos y los resultados obtenidos […] Y esto no puede ser de otra manera mientras la actividad histórica más esencial de los hombres, la que los elevó del estado animal al humano y la que constituye la base material de todas sus otras actividades, a saber, la producción de lo que necesita para vivir, o sea, en nuestros días, la producción social, se encuentre sometida ante todo al juego recíproco de efectos no deseados, provocados por fuerzas no dominadas […] Sólo la organización consciente de la producción social, en la cual la producción y la distribución se llevan a cabo en forma planificada, puede elevar a la humanidad por encima del resto del mundo animal en lo que se refiere al aspecto social, tal como la producción en general lo hizo con el género humano en el aspecto específicamente biológico”. ENGELS, F. Dialéctica de la naturaleza. Akal. Madrid, 2017, pp. 37-38.
8Nótese que la concepción marxista de la historia humana gira en torno al concepto de producción de la vida material y puede, por ello, abarcar de forma armónica e integral el surgimiento de la humanidad social desde la naturaleza y plantear las condiciones de su transformación futura en humanidad comunista. Esta concepción se corresponde con el estado actual del conocimiento científico del pasado, y éste supone la más vigorosa confirmación de la teoría marxista de la historia. Esta teoría no depende, pues, del proletariado que actúa como clase particular, egoísta, sino del proletariado que actúa como emancipador general del género humano. El núcleo de la concepción burguesa, por su lado, lo conforman la sociedad civil moderna y el Estado moderno, cuya historia y condiciones de surgimiento se concentran grosso modo en los últimos cinco siglos y se corresponden con el estadio más completamente desarrollado de la división del trabajo. A él está acotada. La vanidad con la que esta clase se cree la cima del progreso se cobra su retribución en que el Narciso burgués es incapaz de ver en otras sociedades más que formas imperfectas de sí mismo o pregoneros de su dominio como clase: por eso para la burguesía hubo historia, pero ya no la hay (Marx).
9La Nueva Orientación en el camino de la reconstitución del Partido Comunista. Parte II. Conciencia y Revolución; en LA FORJA, n.º 33, separata, diciembre de 2005, p. III.
10Ciencia, positivismo y marxismo: notas sobre la historia de la conciencia moderna; en LÍNEA PROLETARIA, n.º 3, diciembre de 2018, pp. 45-60.
11Una aproximación a la brisa liquidacionista del feminismo “rojo”; en LÍNEA PROLETARIA, n.º 1, julio de 2017, pp. 59-60.
12“[…] parte de la vanguardia acepta, aún sin comprenderlas ni aplicarlas consecuentemente, las tesis generales de la LR, pero no engrosa sus filas, no existe correlato político a la aceptación de sus tesis. Y esta es la contracara de la política del MxR que estamos tratando de caracterizar: abstenerse de organizar a los sectores que apoyan sus ideas, abandonar la línea de masas hacia la vanguardia por una clara tendencia aislacionista.” (Ad.: 57).
13Los derechistas se ampararon desde el principio en la falta de un aparato organizativo formal para excusarse, para desentenderse de la política de vanguardia, para justificar su irresponsabilidad e indiferencia ante todo lo que se encontrara fuera de su parroquia, y aun en su parroquia misma, y para hacer demagogia entre sus bases contra la táctica y la política partidaria (es decir, que estos dirigentes se dedicaron a adular la falta de preparación de sus dirigidos para ganarse sus votos y sus corazones, en lugar de educarlos y elevarlos a una posición partidaria proletaria). La falta de ese aparato es, en efecto, una debilidad de la vanguardia marxista-leninista, porque su organización carece de las herramientas con las que hacer cumplir la posición del partido entre la militancia y perseguir precisamente lo que estaba haciendo la camarilla derechista. De ahí la falsedad hipócrita de estas excusas. En cualquier caso, la LOD, con su escalada fraccional y su pisoteo arbitrario de los derechos y deberes militantes más elementales, hizo volar por los aires la posibilidad de cualquier tipo de consolidación organizativa. En esas condiciones de fractura en la organización, provocada por ella misma, poner en el centro el aparato formal (los “cauces políticos”, las resoluciones, los estatutos, la Conferencia de la vanguardia marxista-leninista…) era poco menos que pedantería. Y, objetivamente, reclamarlo en aquel momento era reclamar la sanción formal de la dispersión y del sometimiento del partido, de la táctica comunista independiente, a los caprichos de cualquier grupito e incluso de cualquier individuo que decidiese no estar por la labor. En particular, este centralismo democrático romano germánico significaba reconocer las libertades alemanas del Kreis madrileño, su derecho a existir como fracción; significaba aceptar el chantaje y la constitución de grupitos de presión como medios legítimos para ventilar los problemas partidarios y sancionar este estilo político en unos estatutos, que no podrían ser un “arma afilada para combatir el oportunismo” (Lenin) sino su cobertura legal.
14Vale la pena citarlo: “Existe un gran vacío en cuanto a cómo las organizaciones de un movimiento comunista revolucionario en formación llegan a convertirse en un Partido Comunista efectivo, y sobre cuáles son los elementos del trabajo colectivo que es necesario forjar en ese proceso.” (Ad.: 61).
15Por poner no pocos ejemplos, sobre la revolución bolchevique en La Forja (números 8, 10, 13, 16), El Martinete (números 20 y 21) y Línea Proletaria (números 2, 4 y 6) o sobre la revolución china en El Martinete (número 20) y Línea Proletaria (números 0 y 6).
16Otra “tesis historiográfica” bien asentada por las tradiciones de la LR y lanzada por la borda de la frenética chalupa derechista: “Tanto la línea Nación-Clase-Partido de la Plataforma, como la línea Estado-Clase-Partido de la Komintern (insistimos, en la medida en que fuera aplicada según los términos que encierra el orden de la relación así formulada), adoptan como punto de partida la clase fragmentada: por un lado, la clase en su marco nacional; por otro, la clase en su ubicación territorial-estatal. Ninguno parte de la clase universal, del proletariado como entidad internacional, de la clase mundial. […] tenemos que contraponer a la línea una Nación, una Clase, un Partido que defienden los miembros de la Plataforma por la Constitución del EhAK [la misma que la camarilla critica ahora a GKS ─N. de la R.], la verdadera línea comunista de una clase, un Estado, un Partido, línea que se interpretaría en los siguientes términos: una única clase mundial, creada por el capitalismo y llamada a superarlo revolucionariamente, organiza su lucha unitaria en función de los distintos marcos políticos en los que confluyen y toman cuerpo las contradicciones entre las distintas clases sociales, dotándose para ello de los instrumentos políticos necesarios, cuya más alta expresión es el Partido Comunista.” ¿Nacionalismo o internacionalismo?; en LA FORJA, n.º 22, junio del 2000, pp. 28 y 35 (las negritas son del original ─N. de la R.).
17Dice la camarilla que quiere, pretende, tiene intención de, en algún momento, elaborar una táctica-Plan mientras describe, con la candidez del carpintero, una táctica-proceso: “tiene que haber un aterrizaje táctico variable en función de las condiciones de la lucha de clases en las que esa vanguardia que defiende el Plan de Reconstitución se encuentre. Es decir, las organizaciones revolucionarias respectivas que reconstituyan los respectivos partidos comunistas son las que dan cuerpo al Sujeto, con mayúsculas, que conformará el Partido mundial de la revolución.” (Ad.: 40-41). Consultemos, ahora, la tradición leninista respecto a la sustantividad del momento internacional y la concepción internacionalista: “Antes [en el período de la II Internacional ─N. de la R.] se concebía la revolución proletaria como resultado del desarrollo exclusivamente interior del país en cuestión. Hoy, este punto de vista ya no basta. Hoy, la revolución proletaria debe concebirse, ante todo, como resultado del desarrollo de las contradicciones dentro del sistema mundial del imperialismo, como resultado de la ruptura de la cadena del frente mundial imperialista en tal o cual país.” STALIN, I. V. Los fundamentos del leninismo. Akal. Madrid, 1974, pp. 37-38.
18El debate cautivo. Carta abierta a Kimetz y al resto de la vanguardia revolucionaria del Estado español; en EL MARTINETE, nº 20 (separata), septiembre de 2007, p. 8.