Tesis sobre la desviación de derecha en nuestro partido

1 . En la fase actual del proceso de Reconstitución del Partido Comunista, el máximo peligro que acecha a la línea proletaria proviene del predominio de condiciones de toda índole que presionan en la dirección de la conciliación de la política comunista con posiciones burguesas. Este peligro de desviación derechista no es más que la expresión en la política revolucionaria del presente periodo de repliegue general de la lucha de clases proletaria y de hegemonía del imperialismo y de la reacción, del reflejo de este contexto histórico actual en el estado de ánimo de amplios sectores de la clase obrera, tanto en su vanguardia como entre las masas, en la forma de distintas versiones políticas del derrotismo, el pesimismo revolucionario y la apostasía de los principios. Como demostró Lenin tras la derrota de la revolución de 1905-1907, la ofensiva de la contrarrevolución se traduce en la vacilación de amplios sectores del movimiento obrero y en su tendencia a adaptarse a la nueva situación buscando la conciliación con el enemigo de clase deshaciéndose de sus compromisos con los principios teóricos, programáticos y tácticos de la revolución. En el mundo de hoy, gobernado por el nuevo orden, cuando la ofensiva contrarrevolucionaria se despliega a una escala nunca vista, la presión política y moral sobre la vanguardia se traduce también, inevitablemente, en vacilación y en una fuerte y recurrente tendencia a adoptar y a adaptarse a la política burguesa. Igual que los mencheviques, tras la derrota de la primera revolución rusa, se mostraron dispuestos a liquidar la organización clandestina del partido y a renunciar a su programa revolucionario a cambio de poder trabajar abiertamente entre las masas (sindicalismo y parlamentarismo), ahora se presenta permanentemente ante los destacamentos de la vanguardia proletaria la misma tentación, bajo la forma de renuncia a la lucha intransigente por la recuperación del pensamiento y de los principios revolucionarios y por la construcción de los instrumentos políticos del proletariado, todo ello a cambio del derecho a participar en el reparto de las esferas de influencia dentro del movimiento obrero legalmente consentido. La tentación de abandonar la fría lucha teórica y política por deslindar ideológicamente los campos de la burguesía y del proletariado, a cambio de ir inmediatamente al calor gregario de los aparatos burocráticos de los sindicatos o de los comités de empresa es, hoy por hoy, tan fuerte y está tan presente, que es preciso afirmar que el peligro de desviación derechista de la justa política proletaria es el principal peligro en la actual fase de la lucha de clases.

A todo este contexto se añade, en particular, la naturaleza de la línea proletaria correcta en su actual etapa de desarrollo y aplicación, la Reconstitución del Partido Comunista según el Plan guiado por la Nueva Orientación: el necesario momento de escisión del movimiento obrero espontáneo, momento que exige la ruptura con los problemas teóricos y prácticos de la lucha de resistencia contra el capital para prestar atención a los problemas teóricos de la lucha revolucionaria de la clase obrera. Esta particularidad introduce un nuevo elemento, históricamente original, que alimenta la tendencia contraria hacia la fusión inmediata con el movimiento obrero espontáneo, hacia el retorno de los obreros conscientes a su medio natural prematuramente, antes de completar su formación en la escuela de la teoría y de la forja intelectual en la lucha de dos líneas por la reconstitución ideológica del comunismo y por la hegemonía del marxismo entre las filas de la vanguardia proletaria.

Tanto la influencia reaccionaria del escenario mundial como la que ejerce la presión por contrarrestar el alcance y los resultados de la aplicación y cumplimiento de nuestras tareas como destacamento de vanguardia son transmitidas por todos los medios y con todos los recursos posibles por la burguesía en el entorno obrero. De entre ellos, el instrumento más eficaz y letal que la burguesía tiene a su disposición es la aristocracia obrera, transmisora fiel y servicial de la influencia burguesa entre las filas proletarias.

2 . A todas estas condiciones, hay que unir la escasa formación en el estudio del marxismo-leninismo y al peso que todavía tienen en nuestras conciencias las concepciones dogmáticas y vulgarizadoras del marxismo, propias de las corrientes en las que el revisionismo educó durante décadas a la militancia comunista, por un lado, y, por otro, ciertas deficiencias, errores y concesiones en la aplicación de los acuerdos de la 6ª Conferencia del partido. Todo este conjunto de factores ha propiciado un ataque en toda la línea de la tendencia derechista contra el conjunto de la política del partido desde sus órganos de dirección.

La batalla actual contra la tendencia derechista se remonta a los debates que desde finales del año 2000 se desarrollaron en nuestra organización con motivo de la situación de estancamiento político y de desánimo moral a que había conducido la aplicación de la consigna derechista de “preparar el paso a la tercera fase de la Reconstitución” –la etapa práctica de elaboración programática entre las masas– que dominó las labores de la 5ª Conferencia, en 1998. Aquellos debates se resolvieron con la derrota de la tendencia derechista y con la Nueva Orientación como línea proletaria correcta guiando al partido. Sin embargo, aunque los representantes de la derecha reconocieron de palabra la Nueva Orientación, lo cierto es que iniciaron una labor de zapa obstaculizando su aplicación práctica en varios de sus trazos fundamentales.

3 . En general, la estrategia derechista de obstaculización de la Nueva Orientación consistió en insistir hasta la exacerbación en la importancia de sus aspectos secundarios, so pretexto de prevenir una supuesta tendencia izquierdista. Esta estrategia se articuló sobre tres ejes básicos: la línea de masas, la comunitarización y la apertura de un falso debate sobre la actitud individual del militante ante las tareas.

Respecto de la línea de masas, la derecha bloqueó los preparativos organizativos para la implementación de nuestro trabajo en el seno de la vanguardia teórica, mientras que, al mismo tiempo, continuó defendiendo en los hechos la articulación de nuestro trabajo de masas principalmente sobre la vanguardia práctica. Tras estas maniobras se escondía el miedo a la escisión del movimiento práctico de masas, la incomprensión de las acuciantes tareas de la vanguardia y el temor reaccionario ante el alcance de los resultados políticos e ideológicos de su aplicación. De la misma manera, se escondía y se esconde la concepción empirista de la clase obrera, que sólo la contempla como expresión cuantitativa, en su existencia puramente económica, y la visión economicista-sindicalista de la política proletaria, según la cual sólo es posible elaborar política para los obreros en contacto directo con las luchas prácticas, según la cual no es posible desarrollar una política comunista en el escenario general de la lucha de clases –como defendía Lenin– si no es desde los vínculos directos con la lucha de resistencia, según la cual la política proletaria la dictan las masas, no es aquélla quien orienta a éstas.

Por otro lado, nuestro trabajo en el frente internacional, que había comenzado con el deslindamiento con el ala derechista del movimiento comunista internacional, terminó siendo utilizado para revertir la ofensiva de la Nueva Orientación contra esa tendencia e iniciar la contraofensiva oportunista en el seno de nuestro partido. Imponiendo como táctica la búsqueda de la conciliación con las posiciones revisionistas y reformistas, en lugar de basarnos en la crítica de esas posiciones, el sector derechista de nuestro partido terminó simpatizando con ellas y asumiéndolas, hasta sentirse lo suficientemente reforzado como para orquestar un ataque directo y en toda la línea contra nuestra política.

4 . Desde cierto punto de vista, la Nueva Orientación es la política y el método que contempla la solución acertada de la contradicción entre las necesidades y las exigencias objetivas de la Revolución Proletaria, por una parte, y el estado de las condiciones y las posibilidades subjetivas de la clase revolucionaria, por otra. En el plano más inmediato de las relaciones sociales que afectan al sujeto revolucionario como existencia individual, la Nueva Orientación se concreta como comunitarización. Pero la comunitarización es un aspecto secundario de la Nueva Orientación, la cual se sitúa principalmente en el plano social de la clase y de la vanguardia, antes que en el plano de la existencia del comunista o del obrero como individuos. Sin embargo, la derecha ha insistido en imponer este aspecto como principal y se ha empeñado en construir una interpretación general de la Nueva Orientación sobre esta apreciación, desviando la atención de los elementos esenciales de la política del partido con el fin de crear condiciones para su liquidación. Para el oportunismo de derecha, conservador y mentecato, se trata de “emprender la transformación práctica de las relaciones familiares, ganando apoyos y militantes para la causa”; es decir, aplicar la teoría de la integración de la familia en el partido, de las relaciones sociales burguesas en el comunismo, eco de aquella tesis derechista-bujarinista de integración del kulak en el socialismo. Esta teoría se sostiene sobre la subversión de la verdadera relación existente entre los elementos dialécticos que gobiernan la Nueva Orientación y, en particular, la comunitarización: al imputar el papel principal y dirigente, orientador de la política, a las posibilidades sujetivas sobre las necesidades objetivas de la reconstitución del movimiento comunista, se pierde de vista el objetivo fundamental más inmediato de la Nueva Orientación, a saber, la construcción de la vanguardia asociada a la reconstitución ideológica como eje de articulación del proceso de recomposición del movimiento comunista. A cambio, se propone la construcción de un movimiento de base a partir de los entornos más inmediatos del militante (familia, trabajo...) en virtud de una visión gradualista y evolucionista –no revolucionaria– del proceso social, según la cual “la autotransformación en todas sus etapas es indisociable de la transformación de las relaciones sociales en que estamos inmersos”. Este punto de vista determinista y mecanicista, materialista vulgar, absolutamente antidialéctico, que niega la autonomía relativa del sujeto consciente a la hora de decidir libremente la adopción de una postura crítica hacia la determinación social en la que se halla “inmerso” (y que viene a decir que no se puede ser revolucionario hasta que no esté la revolución en marcha), se combina, pues, con el idealismo subjetivo que supone imponer las limitaciones personales al conjunto del proceso social. La derecha acusa a la Nueva Orientación de idealista porque pone el acento en la teoría y la conciencia, pero no hay mayor idealismo que constreñir el mundo real al estrecho horizonte de la propia existencia e imponer las propias posibilidades a las necesidades objetivas de la revolución. Regirse por el resultado del análisis concreto de las condiciones objetivas, independientes de nuestra voluntad: éste es el materialismo consecuente que aplica la Nueva Orientación, y no el recordatorio talmúdico de tesis generales sobre la preeminencia de la materia sobre la conciencia que, en algunos casos, son de dudoso origen marxista.

5 . Tras la Nueva Orientación, el siguiente objetivo de la obra liquidadora del sector derechista en nuestra organización ha sido la tesis del partido de nuevo tipo leninista. En primer lugar, cerrando el paso a la posibilidad, siquiera teórica, del revolucionario profesional y, en consecuencia, a largo plazo, obstaculizando en la práctica la construcción de la futura organización de vanguardia según los parámetros leninistas. Efectivamente, si sólo podemos ser lo que nos impone el entorno en el que estamos “inmersos”, entonces no existe en ningún caso la posibilidad de la organización independiente de ese entorno por parte de un sector de vanguardia que pueda actuar como acicate revolucionario sobre el mismo.

La negación de la autonomía de la conciencia es la teoría de la liquidación del Partido y de la Revolución Proletaria, y persigue el sometimiento del trabajo comunista a los métodos artesanales propios de los círculos de aficionados y tertulianos políticos y del sindicalismo burocrático. Esta lógica no puede conducir más que a la revisión de la teoría marxista-leninista del origen de la conciencia revolucionaria como síntesis de lo más avanzado del saber de la humanidad y de las lecciones de la lucha de clases del proletariado, que defendió Lenin en su Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo, para ser sustituida por la tesis antagónica economicista-menchevique según la cual “el elemento espontáneo no es sino la forma embrionaria de lo consciente”, lo cual deja a los liquidacionistas en disposición de renegar de la necesidad de reconstituir el Partido Comunista y de toda la problemática que orienta nuestra línea política y que recoge nuestra Tesis de Reconstitución; lo cual, a su vez, les deja fuera de la tradición de la Internacional Comunista y de sus resoluciones sobre el Partido y la bolchevización de los partidos comunistas, en las que se deja claro que la constitución de verdaderos partidos leninistas es requisito para el éxito de la revolución. Para los liquidadores del Partido, ahora, sin embargo, tanto vale para desarrollar praxis revolucionaria el partido bolchevique como la Liga de los Justos, la AIT o los partidos de masas de la II Internacional.

6 . En la cuestión del Partido, el leninismo pone el acento en la conciencia, en la necesidad de construir movimiento político desde la teoría de vanguardia, no desde el movimiento espontáneo de masas. Desde la fundación de nuestro partido, hemos defendido la idea de que no puede hablarse de teoría de vanguardia sin los resultados del balance de la experiencia histórica de construcción del socialismo. La llamada a la fusión inmediata con las masas de los liquidadores de derecha supone la quiebra de este precepto y reducir cualquier actividad encaminada al estudio de esa experiencia al marco del saber academicista. Si se construye política desde el contacto directo con las masas y desde la participación en sus luchas, el balance histórico queda vaciado de todo cometido político práctico y diluido como tarea política. Y la negación de la necesidad del balance y del balance mismo supone, necesariamente, poner sordina a los resultados hasta ahora obtenidos por la 5ª Escuela Central de Formación, principalmente la tesis del Ciclo revolucionario. Es natural, por tanto, que una vez desechada la necesidad de estudiar los límites de la teoría y la práctica revolucionarias del Ciclo de Octubre con el fin de superarlos y de situar al proletariado en mejores condiciones para el inicio del próximo ciclo, se reivindique la validez absoluta de un denominado “marxismo-leninismo ortodoxo”, verdad universal y eterna, garantía contra toda desviación intelectualista y, mejor aún, solución tajante y definitiva del problema de la reconstitución teórica del comunismo, listo para ser mostrado ante los neófitos cual sepulcro blanqueado.

Además de socavar el primer requisito fundamental del Partido, que es la teoría de vanguardia (y los mecanismos para su permanente actualización como tal teoría de vanguardia –en nuestro caso, el balance histórico), los liquidadores pasan seguidamente a poner en cuestión otra de sus premisas esenciales, esta vez referida al ámbito de la práctica: la escisión histórica del movimiento obrero en dos alas, una oportunista y otra revolucionaria, en la época del imperialismo, como fruto del desarrollo de la lucha de clases del proletariado internacional. Este resultado histórico implica la necesidad del deslindamiento ideológico y político con el oportunismo como condición para la construcción política revolucionaria. Pero como el ala derecha de nuestro partido quiere ir inmediatamente al movimiento espontáneo, donde el primer requerimiento es la búsqueda de la unidad de acción –con el fin de acceder a las masas organizadas por otros– y, en consecuencia, el predominio del criterio de la búsqueda del mínimo denominador común y de la unidad práctica sobre el criterio del deslindamiento ideológico con el oportunismo, y puesto que esta última tarea de deslindamiento quiere ser liquidada previamente (o subordinada “a las necesidades del desarrollo de la clase”, que es lo mismo) por motivo de una delirante fobia pequeñoburguesa hacia el trabajo intelectual (“es burgués precisamente por ser puramente intelectual”, dice el baldón derechista refiriéndose a la lucha de dos líneas entre la vanguardia teórica y demostrando, con ello, su incomprensión de la Nueva Orientación), entonces tendremos tiempo para comprobar cómo una raquítica propaganda seudocomunista se va diluyendo poco a poco, cual azucarillo, en la vorágine y los imperativos del trabajo práctico, y perdiéndose por los vericuetos del laberinto de la burocracia sindical; observaremos, en definitiva, la liquidación del comunismo como teoría con vocación de vanguardia. De esta táctica de construcción política desde abajo y desde la unidad de acción (en lugar de desde arriba y desde la lucha) sólo puede resultar un partido de masas, de retaguardia, reformista y con vocación parlamentaria (pues de la búsqueda de la unidad con el oportunismo se pasará a la búsqueda de la unidad con el capital, por mor de la teoría de la integración de los contrarios) o, lo que es más probable, una corriente más dentro del sindicato o del partido obrero liberal de turno.

7 . Mao decía que, en la contradicción fuerzas productivas-relaciones sociales de producción aquéllas juegan, en general, el papel principal, y que, cuando las relaciones sociales impiden su desarrollo, el aspecto principal de la contradicción pasa a éstas, cuya necesaria transformación abre un periodo histórico de revoluciones. Lo mismo, planteado desde una perspectiva más elevada, rezaría así: en la contradicción conciencia-materia, en general, la materia juega el papel principal, hasta que las formas de conciencia impiden su desarrollo (frenando la revolucionarización de las relaciones sociales), con lo que se impone la necesidad de transformar la esfera de la conciencia. Se abre, entonces, un periodo de desenvolvimiento y lucha de ideas y entre corrientes de pensamiento por alcanzar la posición que permite liderar el posterior desarrollo de la materia. La Nueva Orientación propone que sea el marxismo-leninismo quien cumpla esa misión, a través de la conquista de la hegemonía ideológica y de la cristalización de la misma en Partido. Para los liquidadores, todo esto son supercherías “idealistas”, y se disponen a tirar del movimiento de la materia social con el punto de vista de un discurso hace tiempo desplazado de la posición de vanguardia (ese “marxismo-leninismo ortodoxo”).

La Gran Revolución Cultural Proletaria en China se fundamentó en esa problemática de la relación conciencia-ser social: fue un intento de adecuar la conciencia de las masas, revolucionándola, a las exigencias de una sociedad en constante transformación con el fin de garantizar su permanente progreso hacia el comunismo. Pero esta perspectiva supone considerar la conciencia social como una esfera autónoma sobre la que se pueden plantear tareas políticas específicas y desde la cual se puede actuar para construir la realidad, algo demasiado herético para el materialismo mecanicista y burgués que profesan nuestros liquidadores, quienes, desde su “ortodoxia”, renuncian a comprender experiencias imprescindibles para el proletariado internacional.

8 . Finalmente, una vez liquidado el objetivo del partido de nuevo tipo como tarea estratégica inmediata, el siguiente paso es la deslegitimación del Plan de Reconstitución. Y no sólo porque es un plan para reconstituir un instrumento político que se niega, sino también porque continúa el método leninista para el diseño de la táctica proletaria desde la organización de las tareas políticas en un plan (táctica-plan), mientras que la propuesta de los liquidadores se inspira en el criterio espontaneísta de realizar simultáneamente todas las tareas a todos los niveles de la lucha de clases, teórico, político y económico (táctica-proceso): “preparemos la fusión con el movimiento obrero en sus más variadas manifestaciones, a la vez que proseguimos las tareas teóricas: estudio de las clásicos, balance de la experiencia histórica, aprendizaje de las ciencias, especulación filosófica, etc.” El carácter planificado de las tareas políticas no es una simple enumeración de las mismas, sino el orden lógico de un proceso que se desea contrastar con la realidad. Es de esta manera como el cumplimiento fundamental de unas tareas abre el camino y crea las condiciones para alcanzar de la mejor manera los objetivos subsiguientes. Se trata, pues, de un proceso orgánico de construcción política en el que resulta del todo imprescindible avanzar desde bases sólidas establecidas previamente; se trata de un proceso en el que la fase posterior depende del éxito de la fase anterior. La pretensión holista de los liquidadores, que pretende atacar todas las tareas a la vez, muestra no sólo la impaciencia y su incapacidad para organizar un orden de batalla mínimamente coherente que pueda servir a los intereses del proletariado (con lo que se hacen indignos representantes suyos), sino también muestra, por fin, su verdadero rostro demagógico y vergonzante y la quiebra de su propuesta de rectificación política: ¿abandonarán “la transformación práctica de las relaciones familiares” para acudir a todas las “variadas manifestaciones” del movimiento obrero?, o ¿integrarán a la familia en dicho movimiento?, o, tal vez, ¿la abandonarán (vade retro!) en abnegado gesto solidario, para poder abarcarlo todo? (cuando quienes más han demostrado que, en las actuales condiciones, no se puede abarcar todas las tareas, son, precisamente, los cabecillas de la derecha, quienes se han empeñado especialmente en rechazar y frenar el espíritu de ofensiva en el abordaje de las tareas y quienes se han mofado de cualquiera de las posibles interpretaciones del requerimiento leniniano no digas “no puedo”, di “no quiero”). Aquí se muestra el engaño de un proyecto que propone todo y habla de todo para ocultar la verdadera intención de dirigir toda la labor sólo hacia el movimiento práctico de resistencia, y, más en concreto, hacia el trabajo en el seno del aparato sindical, el modo más cómodo de aparentar que se lucha mientras se permanece instalado y cada vez más hundido en el modo de vida burgués (...¿ integrándolo en el movimiento, quizá?).

9 . La liquidación del Plan de Reconstitución lleva implícita la abjuración de la tesis fundamental que inspiró la lucha contra el revisionismo en nuestra organización, antes incluso de constituirnos en partido: no podemos ser revolucionarios si no conocemos la teoría revolucionaria; no hay movimiento revolucionario sin teoría revolucionaria. La formación, así, constituyó el eje, el epicentro, del Plan desde el principio, y ha sido la base de todo su desarrollo, al menos en lo que éste ha tenido de positivo. En último término, la Nueva Orientación está montada sobre la formación, es su producto genuino y necesario tras un periodo de aplicación de los principios aprendidos. La postergación de la formación teórica a una actividad más, como pretende la derecha, supondrá, de hecho, su subordinación a las necesidades del movimiento práctico, según el modelo que quieren importar sus cabecillas de otras organizaciones con las que han estrechado lazos. De este modo los contenidos formativos no serán universales y de vanguardia, sino específicos y unilaterales; de este modo, la teoría solicitada no será la teoría marxista-leninista, y quien dirigirá el movimiento será el elemento espontáneo y no la conciencia proletaria. El análisis específico de problemas concretos que empujan a las masas a la lucha puede integrarse en un programa político de vanguardia sólo si anteriormente los cuadros que realicen ese trabajo de masas han pasado por la escuela del aprendizaje teórico de la doctrina revolucionaria (en todos sus desarrollos y sin “ortodoxia”) y del conocimiento crítico de la ciencia. Definir un programa político desde la teorización de las luchas parciales sólo puede ser un programa sindicalista, no revolucionario, dictado por las masas, sin proyección más allá del marco establecido (la Izquierda Unida roja, verde y violeta es el espejo en el que mejor pueden mirarse nuestros derechistas). Efectivamente, para este viaje no son precisas alforjas, no hace falta un Partido Comunista, basta el parlamento burgués.

10 . La desviación de derecha persigue la liquidación del proceso de Reconstitución del Partido Comunista a través de la aplicación de una línea sindicalista. Lo que durante un tiempo se manifestó como una exageración en la consideración del papel de las relaciones personales y del entorno más inmediato (comunitarización), se ha presentado, por fin, abiertamente y sin máscara, mostrando lo que realmente ocultaba: una rectificación total de la línea política que el partido ha ido desarrollando desde su fundación, la liquidación de esta línea y la apostasía más desvergonzada de los resultados del trabajo realizado, hasta abominar del marxismo-leninismo. La derecha quiere hacer pasar por marxismo-leninismo el materialismo metafísico que profesa, recitando algunas nociones generales e intentando colar su interpretación como marxista. Así, bajo la apariencia de la defensa de la tesis marxista de la práctica como criterio de la verdad, los liquidadores introducen, en realidad, la tesis revisionista de las masas como criterio de la verdad (por cierto, ¿hay alguna táctica que haya sido más refutada por la práctica que la que quieren desenterrar estos señores? Por favor, apártense y dejen paso a lo nuevo). Y toda su táctica se basa en este principio afín al pragmatismo filosófico y ajeno al marxismo, pero inoculado en él por el revisionismo, que conduce a lo que Lenin criticó hace más de cien años: el culto a la espontaneidad, la exaltación del obrero medio del sindicato o del huelguista como modelo del obrero consciente, la orientación hacia lo más atrasado de la clase, olvidándose de la necesaria labor entre sus sectores avanzados.

Pero, en el fondo, este aparente homenaje al obrero medio esconde, una vez más, el verdadero desprecio que la aristocracia obrera siente por las masas del proletariado y por su doctrina política. Según el libelo liquidador, el marxismo-leninismo debe ir al movimiento obrero para “contrarrestar la influencia corruptora de la burguesía y de sus agentes oportunistas” y para aportar “los elementos de conciencia que le permitan despegar”. Este planteamiento deja traslucir la absoluta desconfianza que profesan los oportunistas hacia la capacidad de organización autónoma de la clase para desarrollar sus luchas de resistencia, las cuales, en muchos casos, se salen de los cauces del sindicalismo oficial. A pesar del abrumador dominio y del peso asfixiante del aparato sindical del Estado capitalista, el proletariado tiene cierta capacidad para organizarse en sus luchas reivindicativas y para adquirir conciencia en sí. Para esto no es preciso el marxismo-leninismo; desde luego, no para salvar a los obreros de las corruptelas burocrático-sindicales del oportunismo (algo de lo que ellos saben alejarse solitos sin la ayuda de ningún iluminado benefactor), ni para que el movimiento obrero “despegue”. Esto supone rebajar el marxismo-leninismo hasta el sindicalismo ramplón, liquidar la conciencia revolucionaria (para sí) del proletariado asimilándola a su conciencia como clase económica. Además, Lenin demostró, también, que todo “despegue” del movimiento obrero directamente desde lo económico hacia lo político es un movimiento burgués (base del partido obrero liberal: PSOE, PCE, PCPE...). El marxismo-leninismo no sirve para hacer “despegar” la lucha sindical o para radicalizarla, sirve para revolucionarla. Y no sería necesario revolucionarla si ya fuera revolucionaria (y no burguesa), como insinúan nuestros liquidadores, reduciendo así el comunismo al sindicalismo.

Como los renegados han renunciado a la tesis leninista de la escisión del movimiento obrero en dos alas, según la cual la conciencia en sí del proletariado es y sólo puede ser una conciencia burguesa, para sustituirla se han adherido a la novísima teoría revisionista –parida por una veterana de la adulteración del marxismo, M. Harnecker–, que dice que existe una conciencia, aparte de la “conciencia de clase ilustrada o conciencia socialista” y de la “conciencia espontánea o ingenua” deformada por la ideología dominante, la conciencia de clase propiamente dicha, que no es ni burguesa ni socialista. Se trata de la conciencia obrera pura (de resistencia) desde la que la chilena propone construir su proyecto político contrarrevolucionario. De la misma manera, desde su visión gradualista y evolucionista de los procesos sociales, los nuevos sindicalistas se acercarán al obrero medio con conciencia de clase pura y neutral y la colmarán de su “marxismo ortodoxo”, de modo que “elevará así su conciencia espontánea hacia el comunismo”. Pero lo cierto es que esa supuesta inmaculada conciencia de clase está preñada de pensamiento burgués.

Cuando el marxismo-leninismo haya ultimado su recomposición ideológica y vuelva a mostrarse lo suficientemente fuerte como para combatir por convertirse en la primera referencia ideológica y política de la vanguardia de las luchas proletarias, lo hará enfrentándose en una contradicción dialéctica con la conciencia obrera espontánea, burguesa. De esta lucha surgirá el Partido Comunista. Pero esto es materialismo dialéctico, algo que está lejos del entendimiento de nuestros postulantes al obrerismo, que se descubren ahora interpretando la Nueva Orientación como “desprecio, reproche y escisión [del movimiento obrero espontáneo] como algo plenamente burgués”. Sólo mentalidades estrechas y ajenas al marxismo-leninismo –esperanzadas en el autoengaño del “despegue” de la conciencia en sí y su transformación gradual en conciencia para sí– pueden interpretar de manera maniquea la búsqueda (escisión), por parte del comunismo, de la posición que le permita enfrentarse al movimiento obrero como su contrario dialéctico, con el fin de implementar su desarrollo desde la lucha entre ambos elementos, en vez de la integración metafísica y espontaneísta del uno en el otro. La síntesis de esta dialéctica es el Partido, que supone la revolucionarización del movimiento espontáneo, algo superior y cualitativamente diferente del simple “impulso de su desarrollo”, que es el cometido al que han rebajado el marxismo-leninismo los sindicalistas de nuestro partido. [En concreto, el libelo de los liquidadores dice que hay que ir al movimiento espontáneo “para imprimirle la conciencia que le falta para impulsar su desarrollo (y el del Partido)”. Es decir, el marxismo-leninismo no sólo ha quedado rebajado a la triste misión de impulsar la lucha sindical, la espontaneidad desde sí misma –y no contra sí misma–, sino que también el Partido necesita ser impulsado por la conciencia marxista-leninista; o sea, que el Partido sólo se comprende como organización cualesquiera, como simple aparato organizador de luchas de resistencia, ya ni siquiera como organización de vanguardia portadora de la ideología, al viejo uso, pues no podrá “impulsar” si debe ser “impulsado” a su vez. Las ideas abstractas, el “marxismo-leninismo ortodoxo”, queda, entonces, como el único motor para el “impulso”: ¿puede concebirse mayor idealismo que éste?].

11 . La teoría del impulso de la lucha de resistencia para que “despegue” y se transforme en lucha revolucionaria es la teoría revolucionaria de la II Internacional –y, en gran parte de la Komintern–, que sólo quería comprender mecánicamente los procesos sociales como evolución gradual (cuantitativa) y sin saltos (cualitativos) de sus elementos de desarrollo. Esta teoría está fundada sobre la reducción economicista de la teoría marxista de la revolución. Para este reduccionismo, “el capitalismo engendra las condiciones materiales para su revolucionarización”, lo que, así expresado, sin la menor mención del papel del sujeto revolucionario, no puede sino interpretarse en la clave espontaneísta de la vieja escuela austromarxista (y de la no tan vieja escuela trotskista): la revolución es un resultado espontáneo del desarrollo social; la crisis económica o el estallido social “engendran” la revolución; de lo que se trata es de estar agazapado entre las masas para ponerse a su cabeza cuando se levanten. Discurso éste completamente coherente, por cierto, con la creencia de nuestros derechistas en que no hay vanguardia hasta que estalle la revolución y de que, mientras tanto, no hay ningún posible trabajo de vanguardia, revolucionario, aparte del trabajo sindical. La negación de la necesidad previa del Partido como condición para la posibilidad de la praxis revolucionaria, junto a la aplicación de la tabula rasa en cuanto a la tipología de las organizaciones obreras –que asimila el partido de nuevo tipo a cualquier otro tipo de organización obrera–, y la tesis espontaneísta de que el carácter revolucionario de un proceso viene dado por la naturaleza crítica del capitalismo (crisis económica=revuelta social=revolución), suponen, de hecho, la reducción del trabajo revolucionario al trabajo sindical, su asimilación teórica y práctica. Naturalmente, todas estas consideraciones y sus inevitables conclusiones no son más que el corolario lógico de la aplicación de la teoría determinista de las fuerzas productivas –también hija de la II Internacional– a la teoría de la Revolución Proletaria.

Poniendo el acento en el aspecto objetivo de la revolución, en sus condiciones económicas, los derechistas liquidan la teoría marxista-leninista de la Revolución Proletaria, que se centra en el sujeto revolucionario y en los problemas de su construcción. La teoría proletaria de la revolución se basa en la tesis leninista sobre el imperialismo, que permite presuponer la madurez permanente de las condiciones objetivas y que niega este requisito como suficiente para considerar un proceso de crisis social o política particular como un proceso revolucionario, siquiera potencialmente. El marxismo-leninismo exige la solución de la cuestión del sujeto, del carácter del clase (ideológico, no económico) de la dirección de esos procesos, y entiende que no es suficiente el espontaneísmo obrero (piqueteros argentinos, por ejemplo) sin la dirección de un programa político marxista-leninista para que se pueda hablar de verdadera “revolucionarización del capitalismo”.

Completamente divorciados del marxismo-leninismo, en su empeño por negar cualquier posibilidad de construcción política desde la ideología, los derechistas han terminado enterrando la tesis más elemental del leninismo, que no hay movimiento revolucionario sin teoría revolucionaria... ¡como un engendro idealista!

12 . Ya hemos visto que, para liquidar la Nueva Orientación, la derecha se ha visto obligada a retroceder tanto que ha tenido que renunciar a experiencias valiosísimas de la Revolución Proletaria Mundial, como la revolución cultural china, y a pilares básicos del marxismo-leninismo, como la dialéctica (ambos vindicadores del papel activo de la conciencia y del sujeto social), retornando hasta el determinismo materialista (materialismo burgués) y el empirismo. También hemos visto que, afectada por esta nueva concepción del mundo, ha procedido a su reciclaje teórico conceptual en clave economicista de cara a una rectificación táctica, que ha comenzado, precisamente, por la definición del objeto del trabajo revolucionario, la clase obrera, cuyo contenido ha quedado reducido al de simple masa económica, y la lucha práctica de resistencia como el único escenario posible de la lucha de clases.

Por último, hemos visto que toda esta visión se sostiene sobre una especie de filosofía de la integración de los contrarios, que no es sino el producto de una interpretación unilateral de la dialéctica. Esta filosofía de la integración es el método sistemático de tergiversación metafísica de la dialéctica desde el que, siempre, lo secundario –como hemos ido comprobando– pasa a ser considerado lo principal. De este modo y en general, en la dialéctica de la integración lo principal es la unidad de la contradicción y no la lucha de los contrarios; lo importante es hallar el terreno común para dulcificar el antagonismo, para integrar a los opuestos. Se trata de una filosofía de lo estático, enemiga de la lucha, motor de todo movimiento. Es una filosofía ecléctica y conciliadora, que prefiere anticipar a priori (mejor sería decir, a fortiori) el resultado de la contradicción, sin atender a los resultados prácticos y reales del desarrollo de su lucha. Se trata de una filosofía que interpreta la negación de la negación como confirmación del primer momento positivo de la contradicción, no como resultado superior de su negación crítica hasta la crisis y la necesidad de su superación en una verdadera síntesis o negación de la negación. Esta filosofía escoge arbitrariamente lo que considera positivo de cada uno de los aspectos de la contradicción y persigue una falsa síntesis agregándolos. Es la filosofía metafísica del dos hacen uno, no la dialéctica del uno se divide en dos. Se trata de una forma de pensamiento metafísica e idealista, que entiende los procesos como desarrollo gradual, como evolución, como acumulación cuantitativa, sin saltos.

La muestra más clara de los límites dialécticos de esta forma de pensamiento es su teoría del carácter eterno de la contradicción ser-conciencia, según la cual, su cancelación en una síntesis superior (en el comunismo, como propone el materialismo dialéctico consecuente y recuerda la Nueva Orientación) conllevaría que “finalice el movimiento de la materia”. En esta tesis están recogidas todas las deficiencias dialécticas de esta concepción: su apreciación metafísica, que separa a los elementos de la contradicción; su pretensión idealista de anticipar los resultados de aquella relación dialéctica ; su conservadora falta de inspiración para comprender la capacidad de la materia para hallar nuevas formas de movimiento superiores, y su eclecticismo estatista y estrecho de miras: si el movimiento de la materia depende siempre de la contradicción ser-conciencia –como dicen nuestros metafísicos–, ¿cómo se movía antes de la aparición del cerebro humano?; ¿o es que la conciencia es eterna y anterior a la materia y hay que meter a algún dios en todo esto? Y si sin conciencia hubo movimiento anteriormente, ¿por qué no habría de haberlo posteriormente, aunque la contradicción ser-conciencia sea cancelada dialécticamente?

Estamos, pues, ante un pensamiento conservador, temeroso de la crítica radical, que, en lugar de antagonismo, prefiere hablar de integración de los contrarios y que, finalmente, niega el movimiento como principio esencial del universo porque aborrece el progreso y el papel que el proletariado revolucionario puede jugar en él. Es lógico, por tanto, que se reclame del “marxismo-leninismo ortodoxo”, es decir, de la escolástica soviética, del revisionismo moderno, del pensamiento conservador de la burguesía burocrática soviética.

13 . La censura de la Nueva Orientación como intelectualista o como idealismo, por parte de sus liquidadores, es la manifestación del pánico que siente la aristocracia obrera ante el trabajador consciente; es la expresión de su miedo y su odio hacia la formación cultural y la elevación intelectual del obrero, de su deseo y su empecinamiento por que permanezca postrado en lo inmediato y atado a las luchas económicas sin perspectiva, reducido su horizonte a la miserable reivindicación que el burócrata sindical le ofrecerá como una ganga; es la expresión del temor que siente por la emancipación intelectual de los sectores combativos de la clase, por su emancipación de la ideología burguesa y del sindicalismo adulador del obrerismo y por la futura bancarrota de las doctrinas reformistas basadas en la claudicación y en la conciliación social.

14 . Un sector de la aristocracia obrera, vinculado a los aparatos burocráticos de los viejos partidos revisionistas, que, tras la caída del Muro, llegó tarde para cobijarse bajo el ala de la izquierda funcional o institucional, buscó la alianza temporal con el proletariado revolucionario para fraguarse una identidad que le permitiera posteriormente ganarse el derecho a participar en el reparto del pastel del mercado reformista, en el escaparate de las ofertas del quién da más dentro del sindicato, la ONG o la coalición electoral de turno (de ahí su concepción metafísica de la dialéctica como unidad y conciliación de los contrarios; de ahí su precipitación y su impaciencia por “fusionarse” con las masas; de ahí su permanente orientación hacia el ala derecha del movimiento obrero, de sus esperanzas en el “potencial revolucionario del revisionismo”). El desarrollo de la línea proletaria, al calor de esta alianza, alcanzó un punto intolerable para estos representantes de la fracción privilegiada de la clase obrera, y decidió romper su bloque común con la vanguardia proletaria. Ésta, por su parte, necesita escindirse, tras un largo periodo de desarrollo político, que hereda en gran parte como su legítima depositaria, para terminar de depurar los elementos inconsistentes de esta línea y para terminar de derruir los obstáculos para la aplicación amplia y consecuente de la Nueva Orientación, la verdadera táctica revolucionaria del proletariado adecuada a las tareas que requiere su lucha de clases en la actual fase de la Revolución Proletaria.