Palestina: Catástrofe y Retorno

Los que vivieron momentos mejores nos dejaron escrito que en tiempos de revolución la densidad de la lucha de clases hace que los días contengan meses y las semanas años. Desgraciadamente esta ley física de la lucha de clases también juega su papel en épocas de contrarrevolución general, cuando la concentración de las contradicciones que rigen la sociedad clasista llega al punto en que, sin la concurrencia del proletariado revolucionario, la menor detonación puede activar una reacción en cadena que desemboque en un apocalíptico matadero imperialista, como el de la III Guerra Mundial que hoy nos acecha. Vivimos sobre un volcán... en cuyo interior hay un insondable polvorín de ojivas nucleares. Así, al vertiginoso ritmo de la década en curso, acelerado por la guerra imperialista en Ucrania, se ha unido el cambio de marcha que el Estado terrorista de Israel ha imprimido a su existencia colonial en Palestina. Desde el 7 de octubre los sionistas han asesinado al menos a 14.000 palestinos (sin contar a los 7.000 que yacen entre los escombros) y provocado el desplazamiento de 1,7 millones, más de 3/4 de la población hacinada en el gueto de la Franja de Gaza, asediada militarmente desde 2005. La invasión terrestre de este gueto por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) comenzó el 27 de octubre, tras veinte días de bombardeos en los que arrojaron 18.000 toneladas de explosivos sobre las cabezas de los árabes. Tres semanas después las FDI desgajaron la ciudad de Gaza del resto de la Franja y, tras tomar su puerto, completaron el cerco operativo de la capital, iniciando, el 17 de noviembre, el asalto general sobre el centro de esta urbe. Para derrotar a una organización terrorista encerrada en 360 km², el Estado sionista ha movilizado a 360.000 reservistas y emitido una orden de emergencia para armar a sus ciudadanos, de entre los que se han destacado 120.000 pogromistas que quieren participar de la purga. Tel-Aviv, consecuente con sus premisas constitutivas como Estado judío, está acometiendo una limpieza étnica de dimensiones industriales, al estilo de la Nakba de 1948.

La barbarie de la Catástrofe palestina es un eslabón que permite asir la estructura general del imperialismo contemporáneo. La sola continuidad entre esta crisis y su potencial transformación en una gran guerra a escala regional, de imprevisibles consecuencias, da cuenta de ello. De otra parte, tras el final del Ciclo de Octubre, la posibilidad del Retorno (la liberación nacional de Palestina, inseparable de la destrucción del Estado sionista) pasa indefectiblemente por reconstituir los elementos universales de la Línea General de la Revolución Proletaria Mundial (RPM), aprehendiendo cómo se expresan sus requisitos objetivos en las condiciones específicas de la lucha de clases en que actúa la vanguardia proletaria de cada país. Bajo tales premisas nos aproximaremos a la guerra de resistencia nacional que están bregando los palestinos, lucha anti-imperialista que debemos apoyar los comunistas de todo el mundo. En el caso del proletariado del Estado español, este apoyo es indesligable de la denuncia del papel que cumple nuestra clase dominante en esta masacre, de apoyo militar activo a Israel: no sólo con el envío de un navío de guerra (fragata Méndez Núñez) que cabalga con la VI Flota yanqui, sino con el mando continuado sobre las tropas imperialistas que, bajo pabellón de la ONU, forman parte de la arquitectura de defensa del régimen sionista en la llamada línea azul.

El gueto palestino contra el Reich sionista

El 7 de octubre el Estado sionista recibió un revés sin precedentes, cuando una fuerza guerrillera realizó una incursión masiva en su territorio, rebasando su defensa fronteriza por varios puntos y avanzando sobre las poblaciones que quedaron desprotegidas por las todopoderosas FDI. Este golpe supuso una humillación en toda la línea para el terrorismo sionista, pues los asaltantes provenían, nada menos, del gueto de Gaza. La humillación fue táctica, porque la batalla dio la victoria militar a los milicianos sobre las tropas regulares sionistas, apabullantemente mejor equipadas. La humillación fue estratégica, porque los palestinos demostraron los límites de la contrainsurgencia israelí, la profundidad de las carencias del dispositivo de seguridad de la potencia colonial, que no ha podido anular la resistencia del pueblo oprimido. Y, last but not least, la humillación fue ideológico-cultural, porque la mentalidad racista del opresor fue puesta cabeza abajo por unos «animales humanos» capaces de hacer morder el polvo al pueblo elegido por Yahvé, el Imperio británico y la OTAN para ocupar las tierras entre el Jordán y el Mediterráneo.

El comando militar de Hamas, junto con otras fuerzas de la resistencia nacional, desplegó el 7 de octubre una auténtica operación de armas combinadas de tipo irregular. El orden de batalla de los palestinos habría dispuesto dos escalones de combate, con los grupos de élite abriendo las brechas por las que después avanzó el grueso de los efectivos, esencialmente infantería ligera. La ruptura e infiltración estuvieron cubiertas por un ataque inicial artillero (en minutos se lanzaron miles de cohetes y diversos tipos de dron) y se dispuso de una fuerza aerotransportada basada en unidades con parapentes a motor. Esto, por no hablar de la tentativa anfibia a lo largo de la línea de costa cercana a la Franja. Los analistas manejan diversas cifras respecto a la fuerza total movilizada, que implicaría varios millares de palestinos. Más allá de la oscilación de esta cifra, la concentración, secuencia, complejidad y logros del ataque sugieren que el mando guerrillero de esta fuerza táctica combinada generó un nivel operativo asimilable al de regimiento.

Insistimos en el carácter irregular de la milicia palestina porque planificar clandestinamente la inundación de al-Aqsa desde el gueto de Gaza y ante los morros del Amat, el Mosad y un sinfín de organismos de contrainsurgencia, habría sido imposible sin cumplir un requisito objetivo de la lucha de clase contra un actor estatal: el emboscamiento entre las masas. La abrumadora asimetría entre las fuerzas en liza exige aplicar este principio de la lucha de clases que mediatiza la acción continuada de cualquier movimiento insurgente contra un Estado, se trate de un grupo terrorista pequeño-burgués, de un movimiento nacional guerrillero o del proletariado revolucionario. Y no debe extrañarnos la coincidencia en este punto. La reconstitución del marxismo como teoría de vanguardia exige subrayar el carácter del Estado como una relación social objetiva y como concentrado político de la experiencia histórica de las clases dirigentes que se han ido sucediendo en la historia, que se han ido pasando el botín del Estado de unas manos a otras. Esta experiencia acumulada abarca revolución y contrarrevolución, caos y orden, los medios que posibilitan el acceso al poder, los que permiten estabilizar su dominio y los que precipitan su pérdida. Esta experiencia universal es objetiva y está específicamente codificada en cada Estado burgués. Desde esta perspectiva se comprende mejor, fuera de toda especulación dualista y estructuralista, la caracterización leniniana del Estado como destacamento de hombres armados, como un cuerpo político-organizativo que es producto de la sociedad de clases a la vez que representa un momento especial de sí misma, que es una manifestación del desgarramiento interno que sufre el modo de producción capitalista (producción socialapropiación privada), a la vez que la forma de su (falsa) resolución. El Estado capitalista es el burgués colectivo que se sitúa por encima de las facciones de la clase dominante y los intereses particulares del capitalista individual. Esta contradicción entre el Estado y la sociedad puede definirse como contradicción entre Estado y masas, pues la sociedad burguesa es la sociedad de masas. Así, la dialéctica masas-Estado en su dimensión histórica es la apertura material, objetiva, universal... que hace de los vacíos de poder una posibilidad política real y del emboscamiento entre las masas una necesidad práctica para toda fuerza social insurgente que pretenda enfrentarse militarmente a un Estado, sea para expulsarlo de un territorio o para destruirlo.

Hamas se ha adaptado magistralmente a este contexto general que proporciona la sociedad burguesa en su forma palestina. En 2005 las FDI se retiraron de la Franja aplicando el sueño del socialista Isaac Rabin, premio nobel de la paz: «me gustaría que Gaza se hundiera en el mar». En lo que este repliegue sionista tenía de aplicación de la reaccionaria «solución de los dos Estados», Tel-Aviv contaba con la complicidad de Fatah, que, por eso mismo, en Gaza fue desplazada por la resistencia islamista. La política de contención desde los bordes por parte de Israel permitió a Hamas rellenar el vacío de poder para dirigir la resistencia anti-sionista y emboscarse entre la densidad de masas de la Franja. Verdaderamente, la burguesía palestina islamista ha hecho virtud de su necesidad. De las formas de lucha impuestas por el Estado sionista ha deducido los métodos para aplicar su programa de clase. El 7 de octubre fue una demostración de cómo esas imposiciones le han forzado a subvertir el fetichismo tecnológico inherente a la burguesía, sublimado en las condiciones coloniales del Reich sionista. La clave de la subversión exitosa (aunque en una operación táctica) del aparato estatal hebreo está en la capacidad demostrada por la vanguardia de la resistencia nacional para sostener en una amplia base de masas la lucha armada contra dicho Estado.

También resulta aleccionador, porque disipa las ensoñaciones insurreccionales sobre la revolución social, el grado de planificación expuesto por el comando de las brigadas Al-Qassam en octubre: un movimiento político-militar con un bagaje de décadas de combate a sus espaldas (Hamas), asentado de forma hegemónica entre una base social de masas oprimidas (Franja de Gaza), que cuenta con la solidaridad organizativa de otros movimientos insurgentes (Hezbolá, los hutíes de Yemen) y el apoyo financiero y logístico de relevantes actores estatales regionales (Irán, Qatar), dedicó cerca de un año a la planificación, diseño y creación de los medios específicos para una operación táctica concentrada ¡en un solo día! y que tenía como objetivo ¡forzar al Estado sionista a negociar! el intercambio de presos. Hay que estar muy comprometido con la ignorancia espontaneísta (síntoma de senilidad oportunista) para desatender estas lecciones de la gran lucha de clases y delegar toda la complejidad del proceso revolucionario proletario al mientras tanto, a las circunstancias circundantes de la política, al devenir espontáneo del movimiento de masas.

Hasta aquí nos hemos detenido en un aspecto de la lucha nacional palestina tal como se condensó en la acción del 7 de octubre, por su ilustrativo carácter para la comprensión de las tareas que debe abordar la vanguardia del proletariado en la construcción del movimiento revolucionario. Pero esta forma determinada de la lucha no determina, ni define, ni permite comprender la lucha en su conjunto, ni la que implementa la resistencia palestina contra el Estado terrorista de Israel, ni la que implementaría un partido proletario de nuevo tipo. La inundación de Al-Aqsa devino en una auténtica inundación de las masas palestinas sobre las posiciones sionistas: no es que las masas superasen las expectativas de sus dirigentes es que, literalmente, desbordaron de forma imparable e inapelable los objetivos de su vanguardia. A pesar de la impactante organicidad que ofrecía la imagen del 7 de octubre, la incorporación de las masas hondas a la inundación habría sido el resultado de la ruptura del dique colonial burocrático-militar que las sujetaba en el gueto, un imprevisto que terminó de triturar las defensas sionistas, arrasó saludablemente con los colonos y alteró el rango de una misión limitada y programada autónomamente por el mando militar de Hamas en Gaza, según declararon los responsables políticos del movimiento desde Qatar. Como hemos mencionado, y según todos los observadores, en su forma original esta operación habría tenido por objeto la detención de algunos invasores hebreos para canjearlos por presos palestinos. Este era el estrecho recorrido político de aquella impresionante obra de planificación militar. El postrero discurso de Nasrallah, jefe de Hezbolá, vino a asentar esta perspectiva de la inundación como una operación táctica limitada, destinada al ámbito de la negociación de los dirigentes islamistas en la Franja con Israel. El 7 de octubre no sería el meditado toque de corneta para una nueva Intifada o para un ataque general del eje de resistencia anti-sionista. Claro que ello no obsta para que todo esto pueda terminar sucediendo, pues las espadas están en alto.

A nadie se le escapa que la operación de Hamas se resuelve en el contexto de los Acuerdos de Abraham. La consolidación de esa terrible alianza daría carta de naturaleza al ensamblaje regional de Israel y Arabia Saudí, una complicación estratégica para los palestinos, pero también para Teherán, Damasco o Doha. En todo caso, la dimensión internacional y geopolítica es consustancial al movimiento nacional palestino, forma parte de su configuración histórica y de su morfología de clase, precediendo a la hegemonía política del islamismo en la zona. Cabe recordar que, tras la II Guerra Mundial, y en el decurso de las luchas anti-coloniales en Oriente Medio, la cuestión Palestina era un expediente de la causa general del mundo árabe. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) fue en origen un producto importado, creado ad hoc por los Estados árabes. Los cuadros dirigentes del movimiento palestino se formaron en el nacionalismo árabe de corte socialista, entre las mismas ideas que después circularon por la Siria baazista y el Egipto de Nasser, propulsores de la gran república árabe. Mientras los partidos revisionistas habían aceptado la Realpolitik soviética de posguerra (reconocimiento de Israel), la izquierda nacionalista quedó impactada por el ascendente movimiento revolucionario anti-imperialista (Vietnam) y la enormidad de la Gran Revolución Cultural Proletaria. En este contexto, la izquierda de la vanguardia palestina se escindió de la gran casa del nacionalismo árabe para mirar al proletariado, pero sin abandonar nunca la lógica nacional frentista y, consecutivamente, sin romper la dependencia palestina respecto de los Estados árabes circundantes. A esta visión también contribuía, claro, el resultado de la primera Nakba: centenares de miles, y luego millones, de palestinos vivían refugiados en Líbano, Jordania y Siria. Estructuras estatales cuyas fronteras, tan recientes como antojadizas, respondían al repliegue de las potencias coloniales y no a una autodeterminación nacional árabe que parecía proseguir en marcha, mixtificada bajo la causa común de las guerras de los Estados árabes contra el Estado de Israel, a pesar de la debacle de la guerra de los seis días. Por entonces la principal base de la vanguardia palestina, nacionalista o izquierdista, aún se encontraba fuera de los territorios ocupados por los sionistas desde 1967, en los campos de refugiados al este del Jordán y en Líbano, donde los palestinos contaron durante años con amplias libertades, que se irían recortando con el tiempo, para luchar contra el sionismo.

Por sí misma esta original morfología supraestatal del movimiento nacional palestino no representaría un límite, más bien al contrario. Sin embargo, sus premisas ideológicas de partida (nacionalismo árabe) más los condicionantes del contexto político regional (la existencia de Estados árabes mancomunados por el anti-sionismo, tal como habían demostrado en el campo de batalla) hicieron que la vanguardia se desentendiese durante décadas de establecer la principal base de apoyo de la revolución palestina... en Palestina. El más persuasivo ejemplo de esta línea política es el secuestro de aviones para presionar a la opinión pública mundial y árabe por parte de militantes del Frente Popular para la Liberación de Palestina (principal escisión de izquierda del nacionalismo árabe-palestino): propaganda por el hecho, terrorismo pequeño-burgués como herramienta para la exaltación del movimiento de masas... fuera del territorio nacional. Esto no resta nada a la lucha anti-imperialista de los fedayines palestinos en Líbano, Gaza, Cisjordania o el Jerusalén libre durante aquel mismo período. Tampoco elimina los intentos, en clave marxista, de situar el centro gravitatorio de la liberación nacional entre las masas explotadas del país, aunque tales intentos, como hemos anotado, se dieron en términos frentistas (similares a los que auspiciaba la mayoría del Movimiento Comunista Internacional y que concluyeron en su disolución en el movimiento espontáneo de masas), respetando la hegemonía de la burguesía palestina y su institucionalidad internacional (OLP) y, correlativamente, confiando en los aliados estatales árabes (cuyas burguesías dominantes ya estaban plenamente integradas en el sistema imperialista mundial, más allá de su palabrería tercermundista). El resultado de aquellos intentos expone los límites que el paradigma insurreccional-espontaneísta encontró en la multitud de trincheras en las que los revolucionarios combatieron durante el Ciclo de Octubre.

Cuando las masas palestinas se pusieron espontáneamente en el centro del tablero (Primera Intifada, 1987), el mundo a su alrededor había dado un giro de 180 grados: el panarabismo, en sus matices, era historia; la revolución islámica iraní se erigía como el ejemplo a seguir para liberarse del yugo occidental; y el social-imperialismo soviético terminaba de caer. Sobre el terreno, la probada incapacidad de la izquierda anti-imperialista y del nacionalismo secular culminó con la bancarrota política de Fatah, que desde los acuerdos de Madrid-Oslo devino en Kapo del sionismo. En este contexto histórico irrumpe Hamas, nodo palestino de los Hermanos Musulmanes, un movimiento islamista que tradicionalmente ha expresado los impulsos de la burguesía regional excluida del dominio del poder estatal (casos de Egipto, Siria, Jordania o Líbano). Al calor de la Primera Intifada, Hamas irrumpe formulando programáticamente los intereses de clase de la pequeña burguesía y sus estratos intermedios, sectores de la burguesía palestina desplazados del mercadeo con la comunidad internacional y que estarán menos dispuestos a tragar con el destino (destierro y/o exterminio) que le tiene asignado Sion. Hamas ha aprendido poderosas lecciones de la historia de la lucha nacional que, junto con la presión genocida del sionismo y sus aliados OTAN, han obligado a esa facción burguesa a confundirse con los sectores populares más explotados, a apoyarse en las masas oprimidas para realizar su programa (sea destruir a Israel, como predicaron en el pasado; o presionar a Israel, como practican desde hace años). Pero este programa sigue siendo dependiente de factores externos, resultado de la precaria y contradictoria posición que ocupa esta facción de la burguesía palestina a nivel nacional e internacional. El papel que antaño jugaba para los dirigentes nacionales palestinos la casa árabe ahora lo juega la casa Islam. Su concurso para la causa palestina, mientras la dirija la burguesía, es indispensable. Por eso la causa de la emancipación nacional palestina no puede ser independiente mientras esté dirigida por cualquier estrato de la burguesía, pues es una clase dependiente del mismo sistema imperialista de relaciones internacionales en que sus principales socios están integrados y cuya reproducción no cuestionan. Sin ir más lejos, en 2012 Hamas aplaudía las manifestaciones contra Assad a la vez que la Liga Árabe proponía una intervención militar en Siria para imponer la paz y abrir corredores humanitarios, tal como hicieron Francia y EE.UU. para despedazar a Libia. Apoyando la injerencia extranjera, Hamas lanzó por la borda sus credenciales anti-imperialistas ante otros pueblos y se descalificó como movimiento capaz de aplicar la autodeterminación nacional. Que haya comunistas resistentes y solidarios con Assad y con Hamas que se olviden de estos detalles es una muestra más de empirismo estrecho y de amplia desmemoria, graves síntomas de senilidad oportunista.

Pero hay que subrayar que Hamas y el papel hegemónico de su concepción reaccionaria del mundo entre los palestinos (particularmente en Gaza) no son origen, son corolario de toda una época histórica, son la consecuencia de los pecados oportunistas del movimiento obrero, el lastre de los expedientes sin resolver acumulados por la vanguardia proletaria durante el Primer Ciclo de la RPM. La resistencia islámica palestina está hoy en la vanguardia de la lucha contra el imperialismo sionista. Sus contradicciones de clase son las de una burguesía sin Estado que enfrenta una guerra colonial de exterminio y que dirige una guerra de resistencia nacional envuelta en una grave dicotomía: apoyo irrestricto sobre las masas nacionales o búsqueda del mayor número posible de patrocinadores entre los Estados islámicos. Ante esta tesitura, la tendencia que ha predominado históricamente en la burguesía palestina es la conciliación, el recurso de las clases propietarias a las masas desposeídas como medio para reposicionarse, para resistir y vencer en unas negociaciones sustentadas por la comunidad internacional. Pero, más allá de las contradicciones objetivas que asaltan a sus dirigentes, la lucha contra la opresión nacional del pueblo palestino reviste un aspecto de masas, democrático y anti-imperialista que revela el carácter contemporáneo del viejo adagio maoísta, como el colonialismo comprobó en sus carnes el 7 de octubre: ¡el imperialismo es un tigre de papel!

Pasado y presente de la opresión colonial

Indicamos que la acción del 7 de octubre se enmarca en la presión anti-sionista sobre los Acuerdos de Abraham y que todo lo que subyace a la opresión nacional palestina es una muestra privilegiada de la estructura política del sistema capitalista mundial. Como todo pacto entre caníbales, la inminente firma del acuerdo entre Israel y Arabia Saudí, en tanto acumulación de fuerzas del imperialismo, pivota sobre el refuerzo de la opresión nacional de los pueblos. Para la resistencia palestina, dada su dependencia mediata e inmediata de las clases dominantes en los países árabes e islámicos, la normalización de Israel entre la comunidad internacional islámica (avanzada por otros esbirros menores del imperialismo yanqui, caso de los Emiratos Árabes Unidos y Marruecos) equivaldría a su sacrificio en el altar de Yahvé. Y aquí sacrificio no es ninguna metáfora, porque el plan sionista para el pueblo palestino sólo admite dos vías que acaban en el mismo campo de exterminio: genocidio rápido o genocidio lento. El rápido se está aplicando en Gaza desde hace más de mes y medio, tregua incluida. El lento implicaría una vuelta de tuerca, apretando el régimen colonial. El rápido solo necesita a los palestinos en forma de cadáver. El lento necesita árabes tipo Fatah, dispuestos a cumplir como cipayos bajo algún tipo de «Estado policial sin Estado», como acertadamente se ha caracterizado a la autoridad colaboracionista de Mahmud Abás en la Ribera Occidental.

Pensar en el hedor de este escenario victorioso hace relamerse a Isaac Herzog: «tenemos que pensar cuál será el mecanismo, hay muchas ideas que se lanzan al aire», ha dicho el presidente israelí, que tiene claro que «no podemos dejar un vacío», que Gaza no puede ser más una «base terrorista». A medida que la soldadesca sionista atraviesa los muros y se interna en los edificios y túneles gazatíes, el Alto Mando no puede dejar de mirar al norte. Se especula con una nueva gran intervención sobre Líbano. Nasrallah dijo que su movimiento no participó de la acción orquestada por las brigadas Al-Qassam, no que fuesen a quedarse mirando. Los golpes entre Hezbolá e Israel se han intensificado estas semanas. Intereses geopolíticos compartidos: sin Hamas en el extremo sur de Israel el eje de resistencia pierde profundidad estratégica y las energías de las FDI quedan liberadas para nuevas empresas; un Hezbolá debilitado al sur de Líbano ahondaría en el creciente aislamiento de la resistencia palestina en Gaza, Cisjordania y lo que pueda quedar del Jerusalén libre. En la misma tesitura quedaría Irán, la potencia regional que se opone frontalmente a la triada yanqui—sionista—saudí. La viabilidad del pack completo de la política de Abraham, en lo que refiere a Palestina, se está dirimiendo ahora mismo por medios militares. Sus defensores y detractores no pueden abstraerse de este hecho precipitado que empuja a la región al precipicio de una gran guerra. Mientras las piezas encajen, para EE.UU. el cómo resulta incidental. Lo importante es que sus correas de transmisión regionales actúen como tales y puedan contribuir mediatamente en la pugna con China. Cierto que una gran guerra regional enredaría el cada vez más embarazoso pivot to Asia, pero esto es lo que hay en el mejor de los mundos posibles.

Hay múltiples hilos que enmarañan a Palestina en la política mundial, que la sitúan como un condicionante del curso inmediato de las contradicciones inter-imperialistas, de la pugna entre las potencias regionales y de la lucha de liberación nacional de los pueblos oprimidos. Este es el negativo político inmediato de la historia de la lucha de clases en aquellas tierras, marcadas a sangre y fuego por el colonialismo en su forma clásica. Si a finales del siglo XIX el perturbado padre espiritual del sionismo, el húngaro Theodor Herzl, había signado que un Estado judío en Palestina sería la «muralla de defensa de Europa en Asia»; en 1920 un tal Winston Churchill (salsa de todos los genocidios perpetrados por el imperialismo británico en la primera mitad del siglo XX) escribía un panegírico (Sionismo versus Bolchevismo. La lucha por el alma del pueblo judío) en que pedía a los judíos buenos muestras prácticas de patriotismo y de repudio del terrorismo internacionalista judeo-bolchevique: les instaba a coger los bártulos y marcharse de Europa rumbo a la tierra prometida, a Palestina, donde contarían con el apoyo del Imperio según la Declaración Balfour, de noviembre de 1917. Ningún comunista puede olvidar esto: la original construcción de Israel como instrumento de la burguesía mundial para combatir el internacionalismo proletario, sembrar la cizaña nacionalista entre los pueblos y bloquear el proceso de la RPM.

El sionismo nace y se reproduce cultural y prácticamente en simbiosis con el colonialismo. Limpieza étnica, articulación comunitaria socialnacionalista y militarismo son las bases constitutivas del actual régimen israelí. En nuestro reciente comunicado en solidaridad con Palestina ya dijimos que el Ejército, el Tzáhal, es el verdadero partido nacional de Israel, la mediación clave para comprender el sionismo contemporáneo como movimiento y como Estado. En 1948 Israel se desprendió de su imperial claustro materno y adquirió la estructura de clase de un Estado imperialista en condiciones coloniales, esto es, de un modo artificial. Si aquella estructura se define de forma genérica por la alianza entre el capital financiero y la aristocracia obrera, el aspecto más abstracto de la ecuación (el capital financiero) fue en el principio de Israel un injerto internacional sobre la cepa previamente cultivada por los pioneros socialistas askenazíes. Los grupos sionistas que emigraron al Levante fundaron pequeñas comunidades sectarias de tipo cooperativista, independientes respecto de las masas campesinas árabes oprimidas (a las que expoliaron y expulsaron de sus tierras) y punto de apoyo militar para británicos y franceses. El movimiento socialnacionalista y pequeñoburgués de tipo kibutz sirvió como plataforma de masas a los planes del imperialismo, suministrándole un creciente destacamento especial de sionistas armados con una ideología comunitarista y racista, presto a recibir toda la ayuda militar y financiera de las metrópolis imperiales. Como producto del colonialismo, la configuración histórica del Estado imperialista de Israel, la formación de su columna vertebral, expresa la alianza política entre una serie de potencias imperialistas y la aristocracia sionista del trabajo. El Tzáhal, en origen, es la colusión del militarismo angloamericano con la Histadrut, movimiento de masas trenzado por relaciones sociales burguesas de todo tipo levantadas en torno al comunitarismo asociativo de los pioneros sionistas. El postrero desarrollo de la sociedad israelí (que ha recibido millones de inmigrantes judíos en sucesivas oleadas, en un verdadero reemplazo y extermino de la población local) es inasible si no se toma en cuenta esta reaccionaria complicidad. El posterior desplazamiento neoliberal del país (parejo al de las sociedades imperialistas del bloque occidental) es el resultado de la lucha de clases a lo largo de las décadas, de las contradicciones internas de un régimen que se apuntala, más que nunca, en el apartheid contra los no judíos (el 20% de la población). Pero la correlación de fuerzas actual, el declive de la aristocracia obrera israelí en beneficio de otras facciones burguesas, no ha alterado ni la estructura de clase básica del país ni lo esencial de sus lazos internacionales.

Israel es un país soberano que posee armamento nuclear, cuya imbricación con el imperialismo y el colonialismo lo hace dependiente de las grandes potencias, principalmente de EE.UU. Sin embargo, nada es unilateral. Israel es dependiente del bloque imperialista acaudillado por Washington, sí. Pero el Estado sionista es una pieza insustituible para este bloque en particular y para el imperialismo en su conjunto. En la geopolítica del imperialismo occidental es evidente el papel que Israel cumple como línea de defensa de los intereses yanquis. Como injerto artificial sobre Oriente Medio, el Estado hebreo es una manifestación avanzada de la acción subjetiva y exterior del imperialismo sobre los pueblos, es la cristalización racista y criminal de cómo la burguesía construye un mundo a su imagen y semejanza, la cruda demostración del manejo de la dialéctica masas—Estado (HistadrutTzáhal) por parte del imperialismo mundial. Y por esto, Israel es condensado internacional del paso histórico de la burguesía desde el progreso a la reacción (paso que precede con mucho a la formación del Estado sionista). Porque el Estado de Israel marca cómo la burguesía ha solucionado un problema típico, universal, de la Ilustración y la revolución democrática: ha solucionado la cuestión judía con colonialismo, racismo y corporativismo fascista. Por esto Israel también es un engranaje de primer orden en la articulación del discurso imperialista dominante. La «industria del Holocausto» como ideología del victimismo es una coartada mezquina que emplean los fariseos para desentenderse de sus crímenes. Pero es, ante todo, una concepción del mundo plenamente funcional al capitalismo monopolista y su tendencia al corporativismo (manifestación, en términos imperialistas, de esa contradicción básica del capitalismo producción social—apropiación individual). En gratitud por el Estado colonial que los imperialistas occidentales les concedieron (exterminando a los palestinos), los sionistas devolvieron la dádiva a sus progenitores, abriendo la espita del victimismo como herramienta política. Y es que el victimismo vehicula hoy el modo de pensar y la forma de actuar de todas las facciones y corrientes dominantes a lo largo y ancho del planeta. Todo un epitafio para la sociedad burguesa: aquí yace una víctima de sí misma... si bien los comunistas trabajamos para que en la sepultura de la barbarie pueda leerse: aquí yacen los enemigos de la revolución.

Palestina y la reconstitución del internacionalismo proletario

«Palestine: Core of the World» puede leerse en un viejo cartel de la resistencia. Y ese lema es dialécticamente reconocible desde una posición materialista, si partimos de un principio comunista: la constitución del proletariado como partido independiente despoja a los movimientos de liberación nacional «de su aparente sustantividad, de su independencia respecto a la gran transformación social» (Marx) y los subordina a la revolución proletaria. Para el caso, el palestino no será libre mientras el obrero siga siendo esclavo. Terminar con la Catástrofe no es posible sin el Retorno comunista, porque la opresión nacional de Palestina se concreta como opresión colonial por una metrópolis imperialista plantada sobre su territorio, que la asfixia con todo tipo de medios coercitivos extra-económicos (expropiación de la tierra, de la vivienda y de todos los recursos nacionales; destrucción de la industria y la agricultura; intervención y control comercial, fiscal y financiero; sistema de permisos de los obreros palestinos en territorio sionista...) dentro de un plan de exterminio nacional. Por esto, la autodeterminación nacional y la destrucción del Estado de Israel son dos aspectos directamente entrelazados de la liberación palestina.

Desde su conformación histórica, los elementos constitutivos de la morfología política del movimiento nacional palestino están condicionados por su carácter de clase, burgués. Las contradicciones de los partidos y facciones que han venido ocupando el papel de vanguardia de este movimiento son el registro subjetivo de ese lugar que la burguesía palestina ocupa en el mundo: una clase propietaria, capitalista, pero sin Estado, abocada al exterminio colonial y que subsiste en dependencia de una serie de aliados internacionales que no pueden quebrar la opresiva cadena imperialista a la que pertenecen. La trayectoria práctica del movimiento nacional palestino demuestra que el carácter democrático de la revolución pendiente sólo puede resolverse como revolución de nuevo tipo dirigida por el proletariado. La destrucción del Estado burgués demanda aplicar la solución proletaria a la contradicción entre el Estado y las masas: la subsunción del primero en las segundas, la sustitución por la violencia de la máquina estatal burguesa por el pueblo en armas y su articulación como base de apoyo de una república unitaria, democrática e internacional para toda Palestina. Este programa, como forma de la dictadura del proletariado en las condiciones de este país oprimido constreñido y aplastado por una estructura político-militar colonial, sólo puede llevarse a término mediante la transformación de la guerra de resistencia nacional en guerra popular, siendo este proceso parte orgánica de un movimiento revolucionario internacionalista que estabilice en la retaguardia sionista una plataforma de masas para la lucha militar contra ese Estado burgués. Poco importará si al otro lado de la línea verde los proletarios que integren ese movimiento internacionalista tienen un origen ancestral askenazí, druso, musulmán, etíope, sefardí, cristiano, etc. Pero ni la guerra popular ni el internacionalismo proletario se deducen directamente del contexto objetivo inmediato hasta aquí analizado: no se trata de estirar consecuentemente la guerra de resistencia ni de observar un falso instinto político solidario entre las secciones de una clase internacional cuya reproducción material tiene lugar en compartimentos nacionales, como trágicamente emite la lucha de clases en el Levante. Se trata de elevar al proletariado a la posición de combatiente de vanguardia por la democracia, de la reconstitución del Partido Comunista en Palestina como requisito objetivo previo para la transformación y revolucionarización de la sociedad a través de la guerra popular.

Entonces, nuestros deberes hacia la revolución palestina pasan por reforzar el internacionalismo proletario, por contribuir al descollamiento de la izquierda revolucionaria en Palestina desde el río hasta el mar. El final del Ciclo de Octubre ha dejado un panorama mundial desolador, en el que el proletariado es incapaz de incidir de manera independiente. La intensidad de esta devastación aumenta hasta límites impronunciables en la mortificada Palestina, donde un pueblo es despedazado inmisericordemente por una potencia colonial. Allí, la resistencia anti-imperialista está hegemonizada por el componente nacionalista e islamista de la burguesía, mientras la vanguardia del proletariado está dominada por el reformismo militarista y frentista, correlación comprensible en un contexto de permanente cerco y aniquilamiento colonial, de guerra de resistencia contra el exterminio nacional y en el marco de repliegue general de la RPM. Nada resta reconocer esta situación objetiva de la vanguardia a los méritos de los obreros y campesinos palestinos: su dignidad en el combate anti-imperialista es un ejemplo para los comunistas revolucionarios. Por su lado, en Israel la clase obrera está podrida de sionismo, si bien hay una sección minoritaria que se resiste a colaborar con el exterminio y participar en la guerra colonial. Esa sección de la clase obrera no defiende una línea revolucionaria, sino que levanta la bandera blanca del socialpacifismo, ejerciendo una oposición (no proletaria, no marxista, no internacionalista) que no deja de retener cierto decoro en un Estado burgués militarizado, cuyo partido nacional es el Ejército, donde los pogromos fascistas son promocionados por las autoridades y la censura, el presidio o el asesinato son el destino de la disidencia que cuestiona las bases racistas del régimen y su criminal guerra… y donde la misma historia del movimiento obrero está recorrida por la influencia, bajo distintos matices, del sionismo. Un decoro inmediato, por entorpecer la maquinaria de guerra del propio gobierno, y un decoro mediato, porque señala que incluso en las entrañas de la bestia hay una base social objetiva para, desde la lucha de dos líneas y la erección de una referencia internacionalista, implementar una política unitaria entre los pueblos en la lucha común anti-sionista.

Por supuesto, no se pueden equiparar las condiciones de ambos pueblos ni de su vanguardia. Los palestinos son los oprimidos y todas las formas de su lucha son legítimas y necesarias. La clase obrera de Israel es cómplice de la opresión, tiene las manos manchadas con la sangre del esclavo y sólo podrá lavárselas con la sangre del esclavista: sólo tomando la iniciativa y cumpliendo con los requisitos de esa misión internacionalista (la destrucción del Estado sionista) se redimirá de sus pecados socialchovinistas y conquistará la confianza de sus iguales. Pero debemos insistir en el escenario general en que se desenvuelve la vanguardia de los dos países para evidenciar que, desde sus presupuestos materiales particulares e inmediatos, desde dentro de la espiral nacionalista alentada por las clases reaccionarias y el imperialismo solo puede emanar la misma conciencia burguesa que obstaculiza la emancipación social y nacional. En medio de la vorágine nacionalista las voces ajenas y las referencias exteriores pueden cobrar una poderosa cualidad como cabo de guía para aquellas secciones de la vanguardia internacional sumergidas en las formas más terribles de barbarie.

¿Qué es lo que le dicen esas voces ajenas y exteriores a la vanguardia palestina e israelí? A la fuerza, la posición tradicional sobre la cuestión palestina entre los revisionistas del Estado español va perdiendo fuelle. Sin embargo, aún quedan voces nostálgicas coreando la solución de dos Estados. En el PCTE pueden darse por satisfechos, porque el presidente Sánchez, cuyo primer gran acto de legislatura ha sido peregrinar a Jerusalén, ya trabaja «para reconocer a Palestina como Estado». Esta promesa presidencial, en medio de la escalada genocida de sus aliados sionistas y en la que su gobierno participa, en nada sirve a la libertad de los palestinos, pero hace honor a las palabras que una vez pronunció un ministro del GAL: «En España se entierra muy bien». El PCTE, partido práctico donde los haya, asistirá a la ceremonia con unas flores de plástico. A su lado, el Frente Obrero añade un matiz: reconstrucción de las fronteras de 1967, rechazo del terrorismo sionista y (el matiz) denuncia del islamismo palestino, para evocar el tiempo en que la izquierda pilotaba la resistencia. El socialfascismo no puede ocultar su senilidad oportunista, porque las fronteras de 1967 no sólo apuntalaron al Estado de Israel, no sólo involucran el reconocimiento del terrorismo sionista, sino que la insistencia en ese programa reformista por parte de la izquierda árabe fue uno de los principales factores que aupó a los islamistas a la dirección de la resistencia palestina. Además, esos islamistas, en su pragmatismo burgués (Hamas), ya aceptaron en 2008 y ratificaron en 2017 la misma solución que los cruzados del Frente Obrero abrazan junto a Sánchez y Mohamed VI: la farsa colonial-imperialista de los dos Estados. De ese coro revisionista salen otras voces que ambicionan distanciarse de la solución de dos Estados. Una de ellas es la del PCOE que, después de su nota publicada a 15 de noviembre, podría colgar el cartel de liquidación por cierre y no pasaría absolutamente nada, según lo que ellos mismos respondieron a la cuestión ¿qué puede hacer la clase obrera internacional ante la situación en Palestina? En su vivacidad contestaron que «sólo la organización de la clase obrera pondrá fin al genocidio fascista y al sistema capitalista». Según el PCOE los sindicatos «nos muestran el camino a seguir». No se referían al secretario general de UGT (cargo penal desde el punto de vista proletario, sin necesidad de añadir nada más) que se dejó el fular morado en casa para ir a llorar a la embajada de Israel por las víctimas de Hamas. El PCOE señala expresamente a los estibadores de Barcelona, quienes a principios de noviembre resolvieron no trabajar con buques susceptibles de transportar armas recalcando, los propios obreros portuarios, que eso no implica «ningún posicionamiento político» y que basan su medida en un estricto «rechazo a cualquier forma de violencia». La justa decisión práctica de los estibadores barceloneses traba la logística del militarismo imperialista. La voz del PCOE traba al PCOE: a veces es mejor callarse y parecer un liquidacionista a la retaguardia del movimiento obrero que abrir la boca y confirmarlo, porque si los obreros y sus sindicatos apolíticos y pacifistas son los que muestran el camino a seguir por los comunistas en el apoyo a Palestina ¿para qué necesitaríamos los obreros, los comunistas y los palestinos al PCOE? Absolutamente para nada, por suerte para todos y cada uno de los interpelados. Y, sin embargo, a través de una pregunta falseada y de una respuesta economicista el PCOE ha acariciado algo de verdad, porque ha retratado el lugar que ocupan en el mundo destacamentos revisionistas como el suyo, representantes de una clase senil, incapaces de comprender aspectos elementales del marxismo-leninismo y de la lucha de clases, carentes de toda perspectiva política y cuya vida orgánica radica en parasitar entre los obreros, los comunistas y los pueblos oprimidos.

La política de dos Estados no es ninguna solución práctica a la cuestión palestina, salvo que se pretenda la vía lenta al genocidio, tal como certifican los treinta años transcurridos desde Madrid-Oslo. La voz pragmática del falso comunismo incluye otros matices economicistas, pero todos coinciden en dictarle a los palestinos que la revolución es inverosímil, que es imposible una política internacionalista con el proletariado israelí, lo que equivale, se quiera o no, a negar la destrucción revolucionaria del Estado sionista y a mantener al palestino bajo la dependencia de su burguesía, sometido a la cadena de eslabones imperialista. Esta es la proyección solidaria del lugar que ocupa la aristocracia obrera en la sociedad: el sindicato como plataforma de toda la política obrera, dependencia de clase del capital financiero y búsqueda de una parcela propia bajo el Estado burgués monopolista.

El falso comunismo niega la posibilidad de convivencia internacionalista y democrática entre los pueblos. Han aceptado que vivimos en el mejor de los mundos posibles y como buenos renegados se esfuerzan en reproducirlo en todos sus elementos. Respecto a la vanguardia en Palestina e Israel, los revisionistas del Estado español contribuyen a la cizaña, a mantener la desconfianza entre los pueblos y potenciar el reformismo y el nacionalismo. Los revisionistas van a la rastra del imperialismo y de su inveterada política para Palestina. No olvidemos: la burguesía británica, curtida en el arte del crimen imperial en Irlanda, la India, etc., cultivó en el Levante la discordia entre vecinos con el objetivo declarado de luchar contra la vanguardia internacionalista y de bloquear la RPM. Los revisionistas se quedan con Churchill y el Imperio. Nosotros con Stalin y la Komintern. El georgiano dijo, en su síntesis sobre la línea general del marxismo en la cuestión nacional, que en tiempos de contrarrevolución, cuanto más arrecia la ola nacionalista, más fuerte debe alzarse la voz del internacionalismo proletario. La Komintern dio carta de naturaleza universal a esta idea y la puso en práctica en su articulación como movimiento mundial de elevación de la clase al comunismo. El Partido Comunista de Palestina se constituyó en 1923 sobre la base de la unidad e indivisibilidad de la lucha de clases proletaria, con el objetivo de promover la fusión de judíos y árabes en un único movimiento revolucionario. La Komintern, nucleada por la praxis revolucionaria del Partido Bolchevique y del proletariado soviético, proveyó de un horizonte internacionalista a la vanguardia de Palestina. Este sí que es el camino a seguir para los comunistas, el único realmente práctico y solidario con los intereses revolucionarios de las clases oprimidas.

En nuestro posicionamiento de octubre, y en el presente, hemos señalado los elementos de la Línea General de la RPM en relación a Palestina. Con ello somos mucho más concretos y precisos que todos los pragmáticos juntos, pues situamos la solidaridad internacionalista del proletariado en el campo de la acción real y efectiva de la vanguardia comunista, en este período general de impasse y reactivación de la RPM. No somos nosotros los que construimos castillos metafísicos en el aire, ni los que nos recluimos en las dependencias de la torre de marfil del activismo reformista, ni los que remitimos a los pueblos aplastados por el imperialismo al lupanar de la ONU. Nosotros, los comunistas revolucionarios, ejercemos la solidaridad obrera con el movimiento nacional palestino proyectando internacionalmente, desde nuestras condiciones específicas, la dialéctica universal que debe presidir el Segundo Ciclo de la RPM, la dialéctica vanguardia-Partido. Porque esta solidaridad debe ser parte orgánica de la lucha por la independencia ideológica y política del proletariado, un peldaño objetivo material para el avance y reconstitución del internacionalismo proletario. La auténtica solidaridad comunista, su cualidad revolucionaria, pasa principalmente por desarrollar la lucha contra las corrientes socialchovinistas y oportunistas que pudren el MCI y por crear un movimiento de vanguardia que siga profundizando en el Balance del Ciclo de Octubre. Reconocemos que, en las terribles condiciones de la lucha de clases en Palestina, nuestra voz ajena y externa no puede tener alcance inmediato ni impacto directo para la transformación revolucionaria de la situación. Pero este es el único horizonte, la única alternativa realista, que puede proveer un cabo de guía que oriente a los revolucionarios de aquellas latitudes, necesariamente atrapados en la turbina de la resistencia anti-colonial, en la articulación de un incipiente movimiento de vanguardia que acometa la reconstitución del Partido Comunista como requisito para transformar la resistencia en guerra popular. Aquí la única utopía (y reaccionaria) es pensar que la liberación palestina puede resolverse de la mano de la burguesía árabe e islámica y sin el concurso de las masas aplastadas por el sionismo dentro de las fronteras del Estado de Israel: incluso desde el constreñido marco de la libertad nacional es una temeridad prescindir del internacionalismo. ¿Hay alguna otra clase, partido o fracción que sí vaya a realizar esa transformación revolucionaria de forma práctica, directa e inmediata? Que dé un paso al frente. Mientras, y contra la inmensa ola del nacionalismo y el revisionismo, los comunistas revolucionarios seguiremos elevando con todas nuestras fuerzas la voz del internacionalismo proletario.

Comité por la Reconstitución

25 de noviembre de 2023