El pueblo palestino encara sus días más negros. Estamos presenciando un genocidio televisado. Gaza será una ciudad de tiendas de campaña, no quedará un solo edificio, en palabras de un funcionario del ejército sionista. Es claro: lo que este fascista promete, y sus jefes están llevando a cabo, es una segunda Nakba, una limpieza étnica a la altura de la realizada en 1948 con la fundación del Estado sionista.
Setenta años de historia del Estado de Israel muestran a las claras los resultados del proyecto etnicista-socialista de los colonos asquenazíes y del padre fundador, el social-fascista Ben-Gurion. La empresa sionista, a pesar de su inicial retórica socialista y colectivista, sólo podía alimentar el supremacismo, el exclusivismo y la reacción ultra. Tan normalizados están en Israel que ya desde la época de Menachem Begin dejaron de necesitar de aditamentos laboralistas o sociales. La actual era Netanyahu es el último capítulo de una historia que, en ausencia de un actor social revolucionario, estaba escrita en piedra.
Y es que este Estado se estrenó con la Nakba, con la limpieza étnica dirigida por el propio Ben-Gurion. El nacimiento de Israel, su epopeya, su guerra de independencia no fue una guerra de liberación nacional contra el opresor. Fue una guerra de exterminio contra el palestino –hoy, como entonces, calificado y tratado como “hombre animal” (“subhumano”, traducido del lenguaje sionista de Yoav Gallant al lenguaje nacional-socialista). Israel se consolidó en un estado de guerra permanente a lo largo de setenta años. Las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF, por sus siglas en inglés) fueron y son el primer aglutinador social, muy por encima de cualquiera de los partidos de la Knesset. Es el auténtico partido nacional. Las IDF son el principal transmisor de la concepción racista y etnicista del mundo, el principal mecanismo de nacionalización y sionización de los ciudadanos israelíes. Toda la vida israelí está mediatizada por la guerra supremacista y construida como un campamento militar permanente.
Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre. En Israel no explota la guerra civil porque el apartheid y la guerra de exterminio contra los palestinos unen a todas las familias políticas israelíes. Ese es el primer artículo de su Constitución no escrita. El criminal de guerra Netanyahu simplemente fue más consecuente que otros con la lógica supremacista y colonialista de Israel y las IDF. La nueva Nakba no sólo aplastará a los sufridos y valientes gazatíes, sino que fortalecerá a los sectores más ultras del establishment sionista. La clase obrera israelí tendrá bien merecidas estas cadenas en tanto no rompa con la política sionista de su etno-Estado, en tanto no comprenda que el primer paso de su liberación es la destrucción del Estado de la burguesía israelí.
La destrucción del Estado sionista es antagónica con la llamada solución de los dos Estados. Esta doctrina parte de la lógica nacionalista y exclusivista de que los pueblos no pueden convivir en igualdad y armonía en el marco de un mismo Estado y, lo que es peor, implica conservar (y si acaso reformar) el Estado sionista, cuya existencia es el primer obstáculo para la hermandad entre los pueblos hebreo y palestino.
La solución de los dos Estados expresa el oportunismo del movimiento de liberación palestino, e implica ceder y conceder a Israel, que tiene la iniciativa en el conflicto. Precisamente por eso, esta línea fue incapaz de conservar las minúsculas concesiones conquistadas por el reformismo palestino. Con los acuerdos de Oslo (1993), Arafat aceptó desactivar la Intifada y actuar como carcelero de su propio pueblo a cambio de una administración palestina (que no soberanía) y a cambio de un futuro proceso constituyente del Estado árabe. No se basaba, pues, en la autodeterminación del pueblo palestino, ¡sino en el permiso y las promesas del Estado colonial! Evidentemente, esto fue preparando el terreno y las condiciones para mandar a paseo, de forma oficial, la doctrina de los dos Estados (hito finalmente conseguido durante la administración Trump). Desde luego, el heroico pueblo palestino y sus tradiciones de lucha están mil pies por encima de sus históricos dirigentes.
Con la frustración creada por el estéril y fracasado reformismo de Arafat y Fatah, se generó un bucle de retro-alimentación entre el sionismo genocida y el fundamentalismo islamista, porque ese es el marco que se impone en ausencia de un actor social coherentemente internacionalista que hoy sólo puede ser el proletariado comunista. Hamás surge como respuesta legítima a la traición nacional de Fatah y de la OLP, buscando dar continuidad a la Intifada y organizando militarmente a las masas gazatíes. Pero su concepción del mundo, burguesa e islamista, impidió darle mayor recorrido. Así, tras las masacres en Gaza de 2014, terminó por seguir el camino natural del oportunismo en Palestina: aceptó la doctrina de los dos Estado y la vuelta a las fronteras de 1967. Es decir, aceptó así la llamada legalidad internacional (dictada por la ONU, esa asamblea para la distribución de la rapiña) y cayó igualmente en un frustrante filisteísmo leguleyo.
Ese es el marco en que se mueve actualmente Hamás, más pendiente de la oportunidad internacional propicia que de la construcción del movimiento de liberación nacional. De facto, con el reposicionamiento de bloques de los últimos tiempos (acelerado por la invasión rusa de Ucrania), Hamás vio una oportunidad para abandonar el pragmatismo de los últimos años y lanzar el pulso definitivo contra el Estado sionista. Ese parece ser el significado de las incursiones y ataques del pasado Sucot –que fueron toda una humillación para las IDF. Hamás privilegió el cálculo geopolítico (piénsese en Irán y en la aproximación de Arabia Saudí a Israel) frente al desenvolvimiento del movimiento de masas; privilegió la provocación frente a la organización militar de las masas palestinas para luchar contra el terrorismo de Israel; y buscó precipitar los acontecimientos para una guerra regional que la bestia sionista estaba y está dispuesta a realizar. Una guerra regional que hoy está más cerca que nunca desde la guerra del Yom Kippur; una guerra regional en la cual nuestra clase sólo actuará como carne de cañón y en la cual el pueblo palestino será poco más que moneda de cambio para el reparto de esferas de influencia.
La solución a la tragedia del pueblo palestino tiene dos pilares fundamentales: la alianza del proletariado israelí con el pueblo palestino y la destrucción del Estado sionista. El valiente pueblo palestino ha dado, en las últimas siete décadas, pruebas sobradas de combatividad. Ahí están las Intifadas, que realmente pusieron contra las cuerdas al Estado de Israel y cuyas lecciones deben ser estudiadas con atención por todos los comunistas. El proletariado israelí, en tanto que pertenece a la nación opresora, debe demostrar que no es el vagón de cola de “su” burguesía, debe demostrar a las masas palestinas que es su primer aliado en su lucha de liberación nacional y debe ser el primero en combatir la doctrina reformista de los dos Estados. Y esto no es posible en tanto no rompa con el sionismo, en tanto no dirija todas sus fuerzas a la denuncia de “su” Estado. En esta guerra, la única política revolucionaria que puede aplicar el proletariado israelí es el derrotismo revolucionario: el esfuerzo, por todos los medios, para que el propio Estado sionista sea derrotado y destruido en la guerra de exterminio que está emprendiendo. Sólo así podrá ser digno de la confianza internacionalista de su clase y, muy especialmente, del pueblo palestino. Sólo así podrán los pueblos palestino y hebreo convivir en confianza e igualdad.
Esta sería una auténtica muestra de democracia en materia nacional, una escuela de educación para las masas del mundo en el internacionalismo y proporcionaría una posición excepcional para la propaganda comunista. Pero no parece que este vaya a ser el resultado de la actual masacre. Décadas de liquidación del comunismo no sólo desarticularon la capacidad del proletariado de actuar como sujeto social independiente, como Partido Comunista. También desarticularon la concepción proletaria y clasista del mundo, poniendo a los propios comunistas en la retaguardia de una u otra facción de la burguesía. Los comunistas debemos denunciar al Estado sionista, tanto por su propia naturaleza imperialista y genocida como por ser un socio estratégico del bloque imperialista al que pertenece “nuestro” Estado, el Estado que oprime a los proletarios gallegos, vascos, catalanes y españoles. Pero no es suficiente. Esta denuncia, esta aplicación del derrotismo revolucionario y de la defensa del derecho del pueblo palestino a la autodeterminación, debe servir como hilo conductor de la principal tarea de nuestra época: la recuperación del pensamiento marxista, del pensamiento de clase independiente, la reconstitución ideológica del comunismo.
¡Solidaridad con el pueblo palestino!
¡Abajo el Estado sionista!
¡Por la reconstitución del comunismo!
Comité por la Reconstitución
15 de octubre de 2023